Autor: P. Alberto
Ramírez Mozqueda
¿Por qué cuesta creer en la resurrección de Cristo?
¿Cuándo comienzas tú a pedirle a Cristo que te abra el entendimiento para que lo ames y seas su testigo en el mundo?
San
Lucas nos vuelve a regalar con una de las apariciones de Cristo resucitado,
precisamente el día tercero de su muerte, el primer domingo cristiano de la
historia.
Comienza diciendo Lucas que entre los apóstoles se encontraban dos muchachos,
discípulos de Jesús que se había marchado a su casa el tercer día, sin esperar
ya nada mas, desilusionados de la muerte de Cristo y temerosos de su regreso a
casa, pues así como los políticos reclutan gente en sus campañas prometiendo
un gran “hueso”, ellos habían seguido la indicación de Jesús para irse con él,
y ahora tendrían que regresar con cara de fracasados, teniendo que soportar
las burlas y la mofa de todos los suyos.
Esos muchachos contaron a los apóstoles cómo en su camino de regreso a casa,
habían tenido un encuentro por demás extraño, pues el viajero que se aprestó a
acompañarles, preguntándoles sobre su tristeza, les explicó todo lo
relacionado con Cristo, su muerte, su pasión, lo que las Escrituras había
dicho de él, y cuando lo invitaron a que pasara a su casa y continuara
hablándoles un poco más, habían reconocido a Cristo en el desconocido, que se
hizo visible precisamente al partir el pan. Su alegría era mucha, después del
trago amargo de haber caminado varios kilómetros con él, sin percatarse de que
era precisamente el Maestro, el amigo, el que los había llamado a su lado, y
que ahora los inducía suavemente a convertirse en testigos precisamente
delante de los mismos apóstoles.
Su dificultad para reconocer a Jesús nos recuerda también a la Magdalena, una
de las primeras personas que experimentaron la presencia física y misteriosa
al mismo tiempo de Cristo resucitado. Ella se acercó a la tumba el tercer día
de la muerte de su maestro, y se encontró con la tumba vacía, y cerca de él a
un joven que confundió con el jardinero. Cristo tomó la iniciativa de dársele
a conocer, pidiéndole que fuera testigo de su presencia. Nombró testigo
oficial a una mujer. Cosa inaudita. Su testimonio no valía. Los mismos
discípulos de del pueblecito descalificaron por completo el testimonio de las
mujeres.
Y los mismos apóstoles reunidos volvieron a experimentar la dificultad para
reconocer a Cristo en el aparecido delante de ellos. Es demasiado para su
capacidad. Al grado que creían ver un fantasma. Pero si los discípulos de
Emaús experimentaron la complacencia de Jesús, lo mismo que la Magdalena,
ahora los apóstoles sentirán la ternura, el cariño, y la cercanía del Maestro
ahora resucitado: “No teman, soy yo, ¿Porqué se espantan? ¿Porqué surgen dudas
en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y
convénzanse: un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que tengo yo”.
Pues ni con eso. Estaban ya ante el que les había dicho muchas veces que
volvería, que resucitaría, que su Padre se los regresaría, que no los dejaría
nunca más, y sin embargo, ahora no sabían que actitud tomar, no encontraban su
lug ar delante de él. Estaban alegres, no les cabía la alegría en el pecho,
pero... Hubo necesidad de que Cristo les pidiera algo de comer, y le dieron
pescado, y comió con ellos, se sentó a la mesa como lo hizo tantas veces en
que compartía el pan y la sal por los polvorientos caminos de Judea. Su cuerpo
ya no necesitaba el alimento, pero sus apóstoles s, necesitaban ser
robustecidos con su presencia para convertirse en los valientes, en los
intrépidos mensajeros de su muerte y resurrección, para atraer a todos los
hombres al corazón del Buen Padre Dios.
San Lucas expresa a continuación que después de aquella comida fraterna, por
demás extraña, continuó explicándoles las Escrituras, y de pronto, “LES ABRIÓ
EL ENTENDIMIENTO PARA QUE COMPRENDIERAN LAS ESCRITURAS...”.
Y aquí está la explicación a la pregunta que ha estado en el ambiente. ¿Cómo
hacer para comprender la muerte y la Resurrección de Cristo? Ya aquí vamos
comprendiendo que la Resurrección de Cristo no fue un simple “vuelve a la
vida”, sino volver a la vida, siendo él mismo, pero con otra categoría. Con
otra dimensión. Y con otra intención que ya no era el simple acompañarlos o
consolarlos, sino animarlos a ser testigos de su muerte y resurrección, para
instar a la conversión y a un cambio de vida. A vivir como auténticos
resucitados.
Los apóstoles tardaron tiempo en percatarse de que Jesús había resucitado y
había estado con ellos. La Iglesia también lleva tiempo pensando en la muerte
y resurrección de Cristo, y a lo mejor no nos acabamos de convencer aún de que
el Señor está vivo y glorioso y resucitado. Y por eso estamos dando tanta
importancia a los clavos y a las espinas y a la sangre derramada y a los
dolores de la cruz, y a la crueldad del tormento que le aplicaron. Pero ahora
tendremos que poner mucho hincapié, en que si la cruz fue importante, lo mismo
que la sangre por la que fuimos salvados, ahora nuestra mirada tendrá que
estar puesta en el Cristo resucitado, glo rioso, radiante, que nos invita a
vivir ya también nosotros como resucitados, pues él triunfó como cabeza de
toda la humanidad y de la Iglesia misma.
Los que no tuvimos la oportunidad de “ver” a Jesús resucitado, tendremos que
recurrir a Cristo para pedirle de veras, que también a nosotros NOS ABRA EL
ENTENDIMIENTO PARA QUE COMPRENDAMOS LAS ESCRITURAS, y podamos entender la
verdadera dimensión de Cristo resucitado, para ser también nosotros en el
mundo, testigos del que venció para siempre a la muerte, y nos invita a todos
nosotros a vencer también de nuestros males, de nuestras enfermedades, de
nuestros pecados y podamos ser la raza nueva, la raza liberada, la raza del
amor, la unidad y la paz.
¿Cuándo comienzas tú a pedirle a Cristo que te abra el entendimiento para que
lo ames y seas su testigo en el mundo?
Tu amigo el Padre Alberto Ramírez Mozqueda