Pasos de Crecimiento Espiritual
Fuente: Escuela de la fe
Autor: Guadalupe Magaña
El edificio de la vida espiritual se construye paso a paso, y así la dirección
espiritual adquiere como fin la grave responsabilidad de lograr que la dirigida
se comprometa cada vez más con su proyecto de vida, y que se vaya notando
progreso entre dirección espiritual y dirección espiritual. Dijimos con
anterioridad cómo en saber exigir con motivación se encontraba el gran secreto
para lograr entregas generosas. No hay que tener miedo. Lo mejor que podemos
querer para una persona es que alcance la realización completa de la voluntad de
Dios sobre su vida, único camino de felicidad y realización personal. Todos, y
especialmente las jóvenes, buscan la exigencia más de lo que pensamos, porque
buscan la felicidad verdadera. Tienen deseos de santidad aunque la llamen de
otra manera; anhelan encontrar una causa a la cual entregar toda su capacidad de
donación y de entusiasmo, y nosotros podemos presentarles el camino para
realizarla dentro de la familia religiosa a la que Dios le ha llamado.
Dar pasos de crecimiento espiritual significa:
- Crear inquietudes sanas: ¿Te sientes satisfecha de tu vida? ¿Qué
estás haciendo por Dios y por los demás? ¿Crees que Dios te pide algo más? ¿Eres
plenamente feliz? ¿Estás invirtiendo bien los talentos que El te ha dado? ¿A
dónde quiere llevarte Dios? ¿Tienes claras tus metas en la vida? ¿Cuál es tu
actitud habitual respecto a la voluntad de Dios? ¿Miedo de escucharlo?
¿Indiferencia? ¿Aceptación gozosa? ¿Alguna vez te has planteado seriamente la
posibilidad de una mayor entrega a Dios? «Yo te invitaría a abrir horizontes»,
«Creo que tienes muchas cualidades», Creo que podrás influir mucho entre las
hermanas, en la vida de comunidad, si te lo propones. Influir en el sentido de
hacer crecer el amor a Jesucristo, a la Iglesia, a la Congregación, a las almas
rescatadas por Él a tan caro precio. ¿Te das cuenta de cuánto te ha amado Dios?
¿Podrías ayudar a encontrar cómo solucionar esta necesidad de la Iglesia? ¿Qué
te gustaría haber realizado a la hora de tu encuentro con Cristo?, etc.
Muchas veces deberás confrontarla con su situación actual para que la reconozca,
y deberás llevarla a sentir el atractivo de la superación. Básate en sus
motivaciones de fondo, provócale el deseo de tomar las medidas necesarias para
crecer. A este respecto se presenta muy aleccionador el testimonio del Santo
Padre Juan Pablo II en sus encuentros con los jóvenes. ( Cf. Discursos de Juan
Pablo II en sus encuentros con los jóvenes en diversos países).
- Elaborar un plan personal. Los Ejercicios Espirituales anuales
presentan una oportunidad excepcional para definir los programas de vida que
luego irán retocándose durante el año.
- Explicar los fundamentos de la vida espiritual: La lucha
ascética, la superación del pecado o estado de tibieza, el aprecio por la vida
de gracia, la adquisición de las virtudes, la identificación con la Persona de
Jesucristo. Explicar también las diversas etapas por las que va pasando un alma
que realmente está comprometida con Cristo: purificación, compromiso, plenitud.
Se enseñará a orar en diálogo con Jesucristo, a tener como socio al Espíritu
Santo, a confiar en el Padre, a amar e imitar a María, a defender y trabajar por
la Iglesia.
Resumiremos a continuación algunas ideas sobre estos fundamentos; sin embargo,
queremos dejar claro que la orientadora espiritual debe comprometerse a recibir
la instrucción adecuada. Algunos medios que podemos sugerir son: cursos
intensivos sobre la dirección espiritual, su plan de lectura personal, por
ejemplo.
a) La lucha ascética:
En los tratados de vida espiritual suele hablarse de lucha ascética para
explicar el esfuerzo que el hombre tiene que realizar si quiere progresar en su
vida espiritual. La gracia de Dios es un don gratuito, pero corresponde al
hombre cooperar para que ese germen de vida sobrenatural que lleva en su alma
crezca y alcance su plenitud. Con este fin luchará contra las barreras
obstructoras del desarrollo de la gracia: la soberbia, la pereza, el egoísmo, la
sensualidad, y otras pasiones de las cuales todos tenemos experiencia en primera
persona.
Únicamente Dios puede santificar a un alma. Porque nos ama, ha querido hacernos
partícipes de su vida divina, al injertarnos en Cristo y darnos su Espíritu
mediante la gracia santificante y las gracias actuales; sin embargo, la gracia
no suple la naturaleza ni disminuye la libertad del hombre. Por eso, siempre
será necesaria la libre respuesta y cooperación humana.
Al recordar nuestra creación a imagen y semejanza de Dios, se pone de manifiesto
que hemos quedado afectados por el pecado original. Nuestra inteligencia y
voluntad, aún cuando sigan tendiendo hacia la verdad y el bien, fueron dañadas.
Esto explica la dificultad que encontramos para descubrir la verdad con nuestra
razón y más aún para adherirnos con nuestra voluntad al bien objetivo.
Experimentamos en nosotros la lucha entre la ley del espíritu y la ley de la
carne o del pecado, como la sentía San Pablo, quien exclamaba con una mezcla de
dolor y realismo: “Querer el bien lo tengo a mi alcance, pero el hacerlo, no.
Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7, 18-20)
No podemos dejar de lado en esta lucha la necesidad del sacrificio y la
abnegación. De esta necesidad surge el sentido de la frase evangélica según la
cual Cristo vino a traer “no la paz, sino la espada” (Mt 10,34). Vino a
traer la guerra contra la tendencia desordenada inserta en el hombre por el
pecado. Se habla de los cristianos como soldados de Cristo, soldados que luchan
tratando de “vencer el mal con el bien” (Rm 12, 21).
La lucha ascética no implica, necesariamente, el hacer esfuerzos extraordinarios
o heroicos. Ordinariamente se realiza mediante las pequeñas renuncias de todos
días: “El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es
infiel en lo poco, también lo es en lo mucho” (Mt 25, 21).
El sacrificio y la abnegación implicados en los detalles de todos los días se
harán más amables cuando se vivan como muestra de amor: responsabilizarse de los
deberes de la vocación, dedicar el tiempo necesario a la oración y en los
horarios que marca el reglamento, ayudar a quien lo necesita, practicar la
justicia y la caridad, etc.
b) Ascesis progresiva de la dirección espiritual:
La lucha ascética no podemos entenderla como una guerra aislada, sino como una
serie de batallas que debemos librar todos y cada uno de nuestros días para
obtener la victoria final.
La mayoría de los tratados de vida espiritual presentan tres etapas de
crecimiento espiritual: la purificación, la iluminación y la unión. Equivalen a
las clásicas tres vías: vía purgativa de los incipientes, la vía iluminativa de
los progredientes y la vía unitiva de los perfectos.
Dejando a un lado estos términos clásicos y la explicación detallada de estas
vías, por no ser este un curso de vida espiritual, tomaremos algunas ideas de
las diversas etapas que nos sirvan para llevar a las almas por el camino del
crecimiento espiritual:
- La lucha contra el pecado. La primera condición del amor
consiste en no ofender al Amado, y dado que nada ofende más a Dios que el pecado
como negación del amor, quien realmente desee crecer en amistad con Dios deberá
determinarse a luchar contra lo que daña el amor. Hay pugna entre naturaleza y
gracia, virtud y pecado, Dios y el demonio, realidad que en teoría se sabe de
memoria; pero en la práctica, uno no la quisiera, y ante la dureza de la lucha
podría darse fácilmente el admitir la derrota.
Esta etapa presupone instaurar los medios necesarios para mover la voluntad a no
caer más en pecado mortal, si ha tenido ya la desgracia de haber caído, y lograr
así vivir habitualmente en gracia, desterrando el hábito del pecado y todo
aquello que a él conduzca. Cuando un sembrador quiere echar la simiente en el
campo, primero debe prepararlo. Sucede exactamente igual en el campo de la
dirección espiritual; primero se limpiará la tierra personal de todos los
hierbajos antes de poder sembrar. Un alma nunca alcanzará un estado de
crecimiento espiritual mientras haya pecados mortales en su vida. Evidentemente,
no puede preguntarse la dirigida si tiene pecados mortales, pero conviene
recordarle con cierta frecuencia que, para llegar a la santidad en el propio
estado de vida, necesita primero librarse del pecado.
Importa recordar a la hora de discernir si hubo pecado grave, que para que éste
exista se necesita no sólo la gravedad de la materia, sino también pleno
conocimiento y consentimiento. Podría darse el caso de una verdadera angustia
por creer que se ha cometido un pecado mortal, cuando en realidad o no hubo
conocimiento de su gravedad, o no fue pleno el consentimiento, o no fue materia
en sí grave. Pero también pueden presentarse dirigidas que justifican toda su
actuación sobre premisas falsas. A unas y a otras hay que ayudarles a formar una
conciencia recta, cierta y delicada. Esta lucha contra el pecado mortal es
imprescindible. Si no se logra erradicar el pecado mortal, ¿cómo se puede pensar
en superar el pecado venial y las faltas deliberadas?.
Tendremos que animar, enseñar y dar los medios para:
1º Erradicar el pecado mortal como estado habitual.
2º Superar el de pecado venial como estado habitual.
3º Suprimir las faltas deliberadas.
Hay frases que hacen mella en la vida. En momentos de hacer elecciones
difíciles, estas influyen positivamente; por eso, los sabios formadores de
grandes santos las inculcan a sus almas: «Antes morir que pecar», «¿De qué le
sirve al hombre ganar todo en la vida si pierde su alma?», «Si tu ojo te
escandaliza, sácatelo», «La mayor tristeza: pecar»...
Los pecados veniales, las faltas deliberadas y las imperfecciones se dan por el
incumplimiento de los deberes diarios, desde las grandes responsabilidades hasta
las más pequeñas, cuando falta la delicadeza y el esfuerzo por observar la ley
de la caridad en relación con Dios, con una misma y con los demás.
La purificación supone también una lucha contra los criterios del mundo que
pueden apartarnos de Dios y de las enseñanzas evangélicas. Implica, así mismo,
estar atentas para descubrir las tentaciones que el demonio, enemigo principal
de nuestras almas, nos querrá presentar. Supone, en fin, luchar contra lo que
San Pablo llama la ley de la carne, y mortificar todo aquello que no vaya de
acuerdo con la ley de Dios.
La purificación encuentra su fundamento en la humildad, en ese tomar conciencia
de la propia nada y de la grandeza de Dios. “Yo sé, Señor, que nada puedo sin
Ti, pero también sé que contigo todo lo puedo”.
La purificación sólo se hace posible cuando se ama a Jesucristo. De hecho, es el
amor la razón de la purificación, pues a quien busca amar de verdad nunca le
parecerá suficiente lo que hace por la persona amada. Sería muy poco, el
contentarnos con no ofender.
Existe en la mentalidad de muchos la idea de que la vida de gracia se identifica
sin más con lo que se llama el «estado de gracia»; y el estado de gracia, para
efectos prácticos, no vendría a ser otra cosa más que la simple ausencia de
pecado. De este modo, el esfuerzo de muchos cristianos se reduce a un propósito,
más o menos sincero, de no cometer pecado, y a acudir a la confesión de cuando
en cuando, para estar en paz con Dios y con su conciencia. En realidad la
ausencia de pecado no es más que la condición «sine qua non» de la vida de
gracia. Pero ésta, como decía, va mucho más lejos, ya que entraña una verdadera
relación personal de amor con Jesucristo. Y sería una burda grosería confundir
el amor hacia una persona con una mera abstención de ofenderla.
Todo cristiano, cuánto más una mujer consagrada ha de buscar ardientemente vivir
en gracia. Pues la vida de gracia es el medio por el que la mujer consagrada
(y todo cristiano) se une a Cristo como el sarmiento a la vid y por el que la
vida de Cristo se manifiesta en su cuerpo mortal. Cultivarla con cuidado y
vivirla como una especial relación de amistad con Jesucristo. Procurar
apreciarla, valorarla y agradecerla sinceramente. El esfuerzo por desarrollarla
para que dé frutos de vida cristiana y de buenas obras, nunca será de más.
Defenderla como el tesoro más preciado y acudir pronta y contritamente al
sacramento de la reconciliación para recobrarla, si alguna vez se tiene la
desgracia de perderla.
Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, nos unen más a
Cristo, fuente de toda santidad, y nos fortalecen en nuestro compromiso con
Cristo por llevar a cabo la extensión del Reino de Dios en el ámbito de la
propia vida personal, familiar y social.
- La oración como fuente de luz y fuerza Con la oración alcanzamos
gracias actuales y desarrollamos las virtudes teologales infundidas por Dios en
el Bautismo. Sin embargo, estamos en la posibilidad de dejarnos llevar por
múltiples ocupaciones de la vida, es decir, caer en el activismo y ¿qué ocurre
en almas consagradas que han dejado la oración? Son presas de la herejía de la
acción.
Con frecuencia, cuando se recitan oraciones, no siempre se tiene conciencia de
cuanto se dice; acaba así por convertirse la oración en mera rutina, en
estribillo que se repite inconscientemente. Nunca debemos dar por supuesto que
la dirigida ya sabe cómo hacer oración. En muchos casos la dirección espiritual
será el único medio que tendrá para aprender. Hay que enseñarle. Los apóstoles,
al ver cómo rezaba Jesús, le pidieron: “Señor, enséñanos a orar” (Lc
11,1).
También nosotros debemos pedírselo y aprender de Él a orar para hacernos
maestros de oración.
No podemos pretender que la dirigida aprenda a orar en una sola dirección
espiritual; a la orientadora no deberá importarle pasar varias direcciones
espirituales enseñando la forma práctica de hacer los diversos compromisos de
vida espiritual marcados por las Constituciones. Ayudarle para que vaya
aprendiendo a hacer el silencio interior y logre y cultive la unión y relación
personal con Dios y a lo largo de todo el año, la dirigida revisará este tema
tan esencial en la vida de toda mujer consagrada.
En la oración, el hombre recoge su mente, su voluntad, su corazón, su memoria,
su imaginación, para dialogar con Dios -como se conversa con un amigo- acerca de
un pasaje del Evangelio, de algún tema de la vida cristiana, o de alguna
situación personal.
Toda alma consagrada que de verdad busque crecer en la fe y en la santidad, debe
hacer de su oración una verdadera entrega a este diálogo con Dios y sacar de
allí la luz, la determinación y la ayuda para recorrer cada jornada según el
querer del Creador expresado y concretizado en sus Constituciones, Reglamentos,
avisos de sus Superiores, etc.
- El plan de vida, del que hablaremos más adelante, se considera
como un medio indispensable de progreso del alma, dado que el área espiritual,
como cualquier otro aspecto de la vida humana, no podrá desarrollarse sin un
cierto orden y estrategia.
- Cultivo de las virtudes: Lo recomendable es ejercitarnos en las
virtudes teologales y hacer de ellas la fuente de nuestra vida interior y
apostólica, para que caminemos siempre por la senda de una fe viva, operante y
luminosa, que nos permita iluminar todos los acontecimientos de la vida con la
luz de Dios y nos ayude a ser fieles y perseverantes hasta la muerte, en medio
de las dificultades y luchas que nos exija el cumplimiento de la voluntad de
Dios sobre nuestra vida; por la senda de una esperanza gozosa e inquebrantable,
que nos llene de la seguridad que sólo Dios puede dar; y por la senda de una
caridad ardiente y generosa, que nos haga comprender cuán amable es Dios y nos
lleve a responder a ese amor en el cumplimiento fiel de nuestros deberes de
almas consagradas al único y supremo amor: Jesucristo y en la entrega de
nosotras mismas a las demás hermanas en religión y luego más allá a toda la
humanidad.
La presencia de Dios en el alma a través de la vida de gracia y de las virtudes
infusas, y el seguimiento de Cristo, requieren de actos concretos para
manifestarse y desarrollarse. Cuando hablemos de virtudes no deberemos olvidar
aquellas que más brillaron en la persona de Cristo, y que deben adornar a toda
esposa de Cristo, como son: la caridad, la pobreza, la castidad, la obediencia,
el espíritu de sacrificio, la entrega a la voluntad del Padre y a la salvación
de los hombres, la pureza y libertad de corazón, la sinceridad, etc.
Un autor, citado con frecuencia, comenta: “Porque en la caridad para con el
prójimo faltan con harta frecuencia aún las mismas personas devotas, ha de
insistirse mucho en ella en los exámenes de conciencia, y en las confesiones”
(Ad. Tanquerey, o.c., n. 543., p. 292.)
Sabemos bien que la caridad es la virtud reina del cristianismo y el distintivo
de los cristianos cuánto más de aquéllas que hemos profesado seguir radicalmente
al Maestro. Nos compete forjarla en sus diversas expresiones como son la
benedicencia, el pensar bien de los demás, el evitar la crítica y odiar la
murmuración, el cultivar un corazón magnánimo y servicial. ¿Avanzan nuestras
dirigidas en la práctica de la caridad? ¿Han desterrado de sus vidas la crítica?
¿Les hemos enseñado a ver a las personas desde el punto de vista de sus
cualidades? ¿Saben excusar los defectos de las hermanas? ¿Se gozan con los
triunfos de sus hermanas? ¿Se suman a las iniciativas de las demás? ¿Están
aprendiendo el arte de trabajar en equipo y de vivir en comunidad? ¿Se interesan
por hacer el bien de manera desinteresada? Los programas de vida, propósitos de
la dirección espiritual y de especiales épocas litúrgicas como el Adviento y la
Cuaresma, nos ofrecen ocasiones propicias para trabajar de forma sistemática en
el cultivo de la caridad.
- El celo apostólico: En un tema posterior indicaremos medios para
forjar un corazón de apóstol; por ahora mencionaremos solamente cómo en la
dirección espiritual hay que infundir la conciencia del llamado personal a
extender el Reino de Cristo según ese “punto de vista” propio: el carisma de la
congregación. De esta manera, las religiosas querrán formarse en todos los
campos: intelectual, humano, espiritual y apostólico, pues de lo contrario, la
eficacia de la gracia se vería obstaculizada por la ineptitud del apóstol. Hay
que aprender a hablar de Dios al hombre del tercer milenio. La buena voluntad no
basta, hay que prepararnos.
- Capacidad de sacrificio: Uno de los grandes secretos del
progreso espiritual consiste en reconocer y seguir fielmente las mociones
divinas o inspiraciones del Espíritu Santo. Conforme la persona sintoniza más
con el querer del «Socio», con mayor facilidad escucha su voz en la propia
conciencia durante los momentos de oración o en las diversas situaciones del
quehacer diario. Ordinariamente, estas mociones chocan con el egoísmo y las
pasiones desordenadas.
Por otro lado, debemos ser conscientes del tipo de sociedad en que vivimos. La
educación impartida en culturas hedonistas como las nuestras, tampoco favorece
la comprensión y la aceptación de los sacrificios que conlleva el amor. Y muchas
de las jóvenes recién llegadas a la congregación están impregnadas, o al menos,
salpicadas por este estilo de vida. Se piensa que si el amor «duele», ya no es
amor. Se cree, erróneamente, que amar es «sentir bonito» o «sentirse bien». Se
rehuye el sacrificio y se trata de obtener el máximo de placer con el menor
esfuerzo. Por eso los maestros de vida espiritual hacen la siguiente
recomendación: “La purificación del alma, por la práctica de la penitencia y
de la mortificación, no ha de dejarse jamás por entero y ha de insistirse sobre
ella con los dirigidos, habida cuenta con el estado de su alma para variar los
ejercicios de dichas virtudes”. (Ad. Tanquerey, o.c., n. 543-2, p. 292).
Como orientadoras, será importante ayudar a la dirigida a valorar la radicalidad
que exige el amor; si no lo hacemos así, se irá haciendo sorda a la voz de Dios.
Un signo tangible de progreso en la vida espiritual será entonces la forma en
que la dirigida va aceptando el sacrificio.
c) Consideración final con respecto a las etapas de vida espiritual:
Si consideramos que la persona recorre diferentes etapas en el camino de su
perfección cristiana, la dirección espiritual deberá corresponder a las
necesidades aparecidas en la etapa en que se encuentren. Daremos algunas pistas:
- La dirección espiritual de los principiantes.
El objetivo principal en la dirección espiritual a principiantes deberá ser
motivarlas para afrontar las dificultades que surgirán, y prevenir sobre los
escollos que podrán encontrar una vez iniciado el camino. Por ejemplo, puede
suceder que inicialmente Dios les conceda algún tipo de experiencia sensible en
la oración, y, sin embargo, al ir avanzando, quizás se sorprendan al sentir algo
distinto de lo que esperaban, se desesperen, y quieran dejar de orar. Es
entonces cuando habrá que hacerles comprender que la perfección consiste en una
lucha cuya duración se extiende a toda la vida, y que solamente triunfa quien
persevera en ella.
Otras pueden tender a irse a los extremos. Se proponen un plan de vida tan
exigente y tan fuera de su realidad, que prácticamente les será imposible
cumplirlo y caerán en el desánimo. Por ello,< "Una sabia, firme y es menor
esta necesidad salvo en los períodos críticos que sobrevienen o cuando se ha de
tomar alguna decisión importante paternal dirección es particularmente necesaria
en la formación de los principiantes; más tarde ". (Garrigou Lagrange, Las
Tres Edades de la Vida Interior, Ed. Palabra, Madrid, 1988, pag.297).
Las adelantadas o experimentadas.
Se conocen mejor a sí mismas y comprenden más la vida espiritual. Fácilmente
expone a la orientadora el estado general de su vida y sus consultas. La
dirección espiritual es más rápida y sencilla con la dirigida, que ya tiene un
plan de vida definido. La orientadora espiritual, en este caso, viene a ser como
una testigo de la vida del alma y de sus progresos. Sin embargo, no podemos
confiarnos, deberemos buscar en nuestras dirigidas la permanencia dócil a las
mociones del Espíritu Santo.
En el camino a la perfección, sobre todo cuando se ha avanzado más, hay épocas
en que se presenta lo que en la vida espiritual se denomina «noches» o
«desiertos». La persona no siente nada en su oración ni en su vida sacramental.
Todo lo ve negro. Dios permite estas experiencias en la vida de ciertas almas
para purificarlas y hacerlas capaces de niveles más elevados de oración, de
unión con Él y de entrega. En estos períodos se pueden presentar terribles
tentaciones contra la fe, la esperanza, y la caridad, pudiendo dudar incluso del
amor de Dios. Evidentemente, para atravesar este período sin retroceder y
progresando, supondrá una gran ventaja tener una experimentada orientadora
espiritual que ilumine, y sobre todo motive, para que a pesar de lo incierto e
insatisfactorio del camino, se continúe adelante con la seguridad de la
fidelidad de Dios y de sus promesas.
Si queremos tener una visión del progreso real alcanzado, conviene tener
presente el marco general de la vida de la dirigida. No se deben ver
aisladamente cada una de las áreas. Por ejemplo, no se puede valorar la
autenticidad de la oración sin ver la vida entera de la persona. Si al salir de
Misa critica a las hermanas o a otras personas ¿de qué le ha servido la
Eucaristía? Si obedece a regañadientes o simplemente no obedece ¿de qué le
sirvió la Eucaristía? Y si es una religiosa muy activa, muy “cumplida” pero no
vive la caridad ¿no habrá algo que falla?.
Conforme la religiosa se purifique, en esa medida avanzará en la fe y el amor,
en el deseo de asemejarse más y más a Jesucristo, y participará cada vez más de
su intimidad haciéndose más capaz de amar al Padre y a todos los hombres con el
corazón de Cristo.
RECUERDA:
La dirección espiritual eficaz
1.- Conocer a quien dirijo.
Que: Conocimientos generales: sexo, edad, situación…
Como: Libros de psicología, caracterología, cuestionarios orales o escritos,
formales o informales
Observaciones, entrevistas, escucha activa, convivencias.
Conclusiones de la misma dirección espiritual.
2.-Saber a donde debo dirigirla.
Que: Objetivos personales y reales. Objetivo general y Objetivo específico.
Como: Orientación y reflexión. Tener los objetivos por escrito, revisarlos de
dir. Esp. En dir. Esp. Apostolado concreto.
3.-Dar pasos de crecimiento espiritual.
Que: Crear inquietudes sanas. Plan personal y programa de vida. Conocimiento de
las etapas de la vida espiritual y ayuda práctica.
Como: Recomendar libros de vida espiritual sólidos. Explicar fundamentos y
etapas de la vida espiritual. Propósitos concretos y medibles.
CUESTIONARIO PERSONAL:
Repasa las preguntas que se ofrecen para ayudar al conocimiento de las personas
a quienes diriges analizando el conocimiento concreto que tienes de cada una.
Medita delante de Jesucristo el objetivo principal que buscas con cada una, de
cara a lo que Dios les pide.
Trázate un plan de lectura que te lleve a tener más conocimiento de la
estructura de la vida espiritual.
REFLEXIÓN EN EQUIPO CON OTRAS HERMANAS ORIENTADORAS ESPIRITUALES.
Comentar la importancia que tiene el conocer realmente a la dirigida.
Elegir algún personaje del Evangelio y ver entre todos cómo Cristo lo conoce y
lo trata tomando en cuenta su manera de ser.
Intercambiar ideas sobre cómo prepararse mejor en el conocimiento de la
estructura de la vida espiritual, de la psicología de las diversas edades y
sexo, de las etapas de vida espiritual, etc.
REFLEXIÓN DE FE
Su labor como formadoras y directoras espirituales es sumamente rica y
comprometedora. No se reduce a una tarea burocrática ni administrativa. Ustedes
son formadoras en el momento y las circunstancias que se den en el campo
específico del apostolado, ya sea en las etapas primeras de formación de las
hermanas, ya sea a las hermanas más avanzadas en la vida consagrada, con las
implicaciones que ello conlleva en la formación espiritual, humana, social e
intelectual; educadoras de las mujeres que Dios ha llamado a la Congregación. A
ellas han de dedicar lo mejor de su tiempo y de sus energías, porque son ellas
las que prolongan su acción; con ellas construyen aquella parte del Reino que
Dios les ha confiado. Oren por ellas, sacrifíquense por ellas, ámenlas cristiana
y fraternalmente, pues sólo el amor sincero es capaz de instaurar con solidez y
estabilidad inconmovible La Buena Nueva que Cristo nos ha traído, y este amor
plásmenlo en un cordial, sincero y continuo espíritu de servicio.