El Sínodo que concluyó

”Los anglicanos han llegado a aceptar la sabiduría y la necesidad de una primacía universal, ejercitada por el Obispo de Roma” (Peter Forster, obispo de Chester)

Emilio Palafox Marqués

Mucho ha escrito, orado y trabajado Juan Pablo II por la unidad de los cristianos, objeto de la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti...” (Juan 17,21). ¡Cuánto daño siguen haciendo hoy a la causa del Evangelio las lejanas rupturas! Tanto, que el Papa tiene como un imperativo, que viene del mismo Cristo, orar y trabajar para recomponer la unidad destrozada. No, no es asunto personal. ¡Es de Cristo!, de todos los creyentes.

Y afirmando algunos que la sucesión del primado de Pedro -que se perpetúa en el obispo de Roma-, fuera el mayor obstáculo para el logro de la unidad, vuelven a descubrir otros ahora que ese Primado es precisamente el factor de unidad que ansiamos.

Escuchemos. Ocurrió el jueves 11 de octubre en la asamblea del Sínodo de Obispos, reunidos en Roma junto al Papa Juan Pablo II y clausurado este sábado 27. Ha sido un Sínodo de reflexión y plegaria. El Obispo de Chester, Gran Bretaña, Rev. Peter Forster, delegado ecuménico de la Comunión Anglicana en el Sínodo de los Obispos, tomó la palabra junto a tres representantes de la Iglesia ortodoxa, de la Iglesia armenia, y de la Federación Luterana Mundial:

 ”Los anglicanos han llegado a aceptar la sabiduría y la necesidad de una primacía universal, ejercitada por el Obispo de Roma -anunció el obispo anglicano ante 237 padres sinodales-. Y sabemos que esta necesidad para la misión de la Iglesia va a aumentar de forma relevante a medida que progrese la globalización”. Como era lógico, también añadió, “aún queda por alcanzar un acuerdo que defina cuáles serán en concreto las responsabilidades y los derechos que deben confiarse a una primacía renovada y plenamente ecuménica”.

Es sabido que el reconocimiento del papel único que desempeña en la cristiandad el obispo de Roma fue alcanzado por la Comunión Anglicana en un documento publicado con el título “El don de la autoridad” (“The gift of authority”) por la Comisión Internacional Anglicano-Católica Romana (ARCIC), en 1999. ”Aunque aún queda mucho por hacer -añadió el delegado ecuménico en el Sínodo de los Obispos católicos, al que asiste como invitado-, los anglicanos sentimos un agradecimiento profundo por la prioridad pastoral otorgada por el Papa Juan Pablo II al oficio ecuménico, como está expuesto en la carta encíclica ‘Ut unum sint’ (1995). Además, nos sirven de gran aliento los progresos ecuménicos, y en especial los acuerdos alcanzados entre anglicanos y luteranos en el norte de Europa, Estados Unidos y Canadá, dirigidos a conseguir la plena comunión”.

En representación de la Iglesia ortodoxa, también participó en el Sínodo el metropolitano Ambrosius de la Iglesia Ortodoxa Finlandesa para el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Igualmente, el metropolitano Mikael Ajapahyan, obispo de Gyumry y Shirak de la Iglesia apostólica armenia, que agradeció la reciente visita del Papa a su país -del 25 al 27 de septiembre- y, durante su intervención en el Sínodo, profundizó en el perfil espiritual del obispo hoy. Por último, en esta sesión ecuménica del Sínodo, tomó la palabra el Rev. Tore Furberg, obispo luterano de Suecia, recordando el histórico acuerdo católico-luterano sobre la doctrina de la justificación firmado en 1999 en Augsburgo, Alemania, con el que se superó una de las causas decisivas de la ruptura con la Iglesia católica promovida por Martín Lutero. Y pidió que la Iglesia católica considere el reconocimiento del carácter sacramental de las ordenaciones episcopales anglicanas y luteranas.

A las comisiones ecuménicas mixtas de teólogos corresponde ahora proponer “cuáles serán en concreto las responsabilidades y los derechos que deben confiarse a una primacía renovada y plenamente ecuménica”, con palabras de Monseñor Peter Forster. Juan Pablo II lo pidió en 1995, en la citada encíclica “Ut unum sint”.

Los historiadores del Papado nos recordarán, por ejemplo, una institución de la que se valió el Pontificado -siglos IV a VI-, para reforzar su presencia cerca de las iglesias locales: Los Vicariatos y los Vicarios papales. El vicariato de Tesalónica, incoado en el siglo IV por el papa Siricio con el obispo Anisio, fue configurado definitivamente a comienzos del siglo V, durante los pontificados de San Inocencio I y San Bonifacio I, con el fin de que sirviera de instancia eclesiástica intermedia para vincular a la jurisdicción papal las iglesias de Iliria -territorios de Macedonia y Tracia- y de Grecia. El papa San Zósimo erigió un vicariato en Arles, importante ciudad residencial del Prefecto del Pretorio de las Galias, vicariato que -como obispo local- ejerció San Hilario en tiempos del papa San León I Magno, que redujo por buenas razones los derechos del vicario papal. “En el año 514, siendo obispo de Arles San Cesáreo, el papa Simmaco dio un nuevo impulso al vicariato, otorgándole facultades sobre cuestiones de fe, y también una misión de mediación entre la Sede romana y los reyes francos, ahora señores de las Galias”

José Orlandis
El Pontificado Romano en la Historia
Editorial Palabra, Madrid 1996, pp. 57-58)