Mensaje del Papa Juan Pablo II a los participantes en el congreso
internacional de la Acción Católica.
1 .- Esta fue la invitación que dirigí a los delegados de la Xl asamblea
nacional de la Acción católica italiana, el 26 de abril de 2002. Me alegra
constatar que se ha querido adoptar esa exhortación mía como compromiso y como
lema para el Congreso internacional sobre la Acción católica...
Deseo dirigir mi más cordial saludo a todos los dirigentes y consiliarios de
la Acción católica de los diversos países reunidos en la Domus Pacis. En
particular, saludo con afecto fraterno a los señores cardenales y a los
venerables hermanos en el episcopado que han querido participar en este
importante acontecimiento.
2. “Tener la valentía del futuro” es una actitud que no nace de una elección
voluntarista, sino que toma consistencia e impulso de la memoria del don
valioso que ha sido, desde su fundación, la Acción católica. Nacida de una
“inspiración providencial”, según mi predecesor el Papa Pío Xl de venerada
memoria, ha sido fuerza unitiva, estructuradora y propulsora de la corriente
contemporánea de “promoción del laicado” que se confirmó de modo solemne en el
concilio Vaticano II. En ella, generaciones de fieles han madurado su vocación
a lo largo de un itinerario de formación cristiana que los ha llevado a la
plena conciencia de su corresponsabilidad en la construcción de la Iglesia,
estimulando su celo apostólico en todos los ambiente de vida. ¡Cómo no
recordar, en esta ocasión, que el decreto conciliar sobre el apostolado de los
laicos reconoció esta benemérita tradición, recomendándola vivamente! (cf.
Apostolicam actuositatem, 20). La exhortación apostólica postsinodal
Christifideles laici, así como mis numerosas intervenciones con ocasión de las
diversas asambleas de la Acción católica italiana, han recogido con empeño las
recomendaciones conciliares, favoreciendo la superación de algunas situaciones
de ofuscamiento y de dificultad.
Hoy deseo repetir una vez más: ¡La Iglesia tiene necesidad de la Acción
católica! La memoria no debe reducirse a un recuerdo nostálgico del pasado,
sino que debe llevarnos a tomar conciencia de un valioso don que el Espíritu
Santo ha hecho a la Iglesia, una herencia que, en esta alba del tercer
milenio, está llamada a suscitar nuevos frutos de santidad y de apostolado,
extendiendo la “plantatio” de la asociación a muchas otras Iglesias locales de
diversos países.
3. Ha llegado el momento del nuevo impulso que testimonian vuestras realidades
multiformes. Son muchos los indicios que permiten esperar el kairós de una
nueva primavera del Evangelio. Esta gran responsabilidad, que os compromete a
todos vosotros, junto con vuestros pastores, y que implica a la Iglesia
entera, requiere una humilde y valiente decisión de “recomenzar desde Cristo”,
con la certeza de estar sostenidos por la fuerza omnipresente del Espíritu. En
esta gran tarea se pueden implicar todos los fieles laicos concientes de su
vocación bautismal y de los tres compromisos —sacerdotal, profético y real—
que brotan de ella. Confiando en la gracia de Dios y sostenidos por un vivo
sentido de pertenencia a la Iglesia como casa y escuela de comunión”, los
laicos se ponen a la escucha de las enseñanzas y de las directrices de los
pastores, para poder ser sus colaboradores eficaces en la edificación de las
comunidades eclesiales a las que pertenecen.
Todo
cristiano tiene el compromiso de testimoniar cuánto ha cambiado su vida por la
gracia y cómo está animada por la caridad. “Esto será posible si los fieles
laicos saben superar en si mismos la fractura entre el Evangelio y la vida,
restableciendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad,
la unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para
realizarse en plenitud” (Christifideles Laici, 34).
La Acción católica ha sido siempre, y debe seguir siendo, crisol de formación
de fieles que, iluminados por la doctrina social de la Iglesia, están
comprometidos en primera línea en la defensa del don sagrado de la vida, en la
salvaguardia de la dignidad de la persona humana, en la realización de la
libertad educativa, en la promoción del verdadero significado del matrimonio y
de la familia, en el ejercicio de la caridad hacia los más necesitados, en la
búsqueda de la paz y de la justicia, y en la aplicación de los principios de
subsidiaridad y solidaridad a las diversas realidades sociales que interactúan
entre sí.
4. Sé que vuestro congreso, iniciado en Roma, proseguirá con la peregrinación
a Loreto y culminará, el domingo 5 de septiembre, en la vega de Montorso, con
la celebración de la santa misa, durante la cual tendré la alegría de
inscribir en el catálogo de los beatos a algunos miembros de la Acción
católica que fueron en su vida modelos convincentes de coherencia evangélica.
Por
tanto, me dispongo a peregrinar de nuevo a ese querido santuario de Loreto,
centro internacional de espiritualidad mariana, donde elevaré a Maria
santísima mi oración a fin de que, con la gracia del Espíritu Santo, estéis
siempre dispuestos a pronunciar vuestro fiat a la voluntad de Dios,
convirtiéndoos en testigos del misterio de Cristo para la salvación del mundo.
A la vez que deseo abundantes frutos a los trabajos del congreso, con vistas a
una presencia cada vez más incisiva de la Acción católica al servicio del
reino de Cristo, envió a todos una especial bendición apostólica.