El Papa

 

Jean-Marie Lustiger

(Traducción de Juana María López)

 

Jean-Marie Lustiger nació el 17 de septiembre de 1926 en París, en el seno de una familia judía. Fue nombrado arzobispo de París en 1981 y creado cardenal en 1983. Aquí presentamos fragmentos sobre el papado extraídos del libro Le choixde Dieu. Extractos traducidos y editados del libro Le choixde Dieu, conversación de Jean Marie Lustiger con Jean-Louis Missika y Dominique Wolton, éditions de Fallois, 1987, pp. 549 a 551 y 553 a 554.

 

Sobre la importancia histórica de la primacía

 

La autoridad en la Iglesia pertenece a Cristo; los Apóstoles y sus sucesores, los obispos, comparten esta autoridad que Cristo les dio. Si examinamos el derecho de la Iglesia tal y como está formulado, incluso en los códigos jurídicos -el último código de derecho interno de la Iglesia se publicó en 1983- constataremos que la legislación primero concierne a los derechos y deberes de los miembros del pueblo de Dios. El derecho está al servicio de los fieles y establece las disposiciones necesarias para que los pastores les transmitan la fe, les comuniquen los sacramentos y los medios de santificación, y los guíen en la comunión con Dios. Son los tres registros sobre los que se han codificado canónicamente los poderes de la jerarquía y que definen el ejercicio del ministerio pastoral. Estos poderes se concentran en la persona de los obispos. Por su parte, la primacía del Papa está al servicio de la comunión y la cohesión del colegio de los obispos. Cada obispo ejerce legítimamente su autoridad con un poder considerable. Este mismo poder tiene un límite establecido por la comunión del obispo con la totalidad del colegio episcopal, del que el Papa forma parte como su cabeza. La misión del Papa, sucesor de Pedro, es asegurar la regulación de este poder pastoral. Su autoridad y su primacía consisten en determinar esta regulación y en suscitar esta coherencia.

 

Esta teología de la primacía del Papa al interior de la colegialidad de los obispos se basa en la solidaridad de los Apóstoles con Pedro y en su autoridad. Ambas nociones de primacía y de colegialidad salieron a la luz en los dos concilios de Vaticano II y II. Como lo expresa la tradición antigua de la Iglesia, estas nociones son verdaderamente correlativas. Pero en el gobierno de la Iglesia, según los periodos y lugares de evangelización, ha habido tiempos de centralización más o menos grandes. La Antigüedad conoció los Patriarcados. Este es todavía el estatuto de las Iglesias orientales, cuyo derecho original es respetado por la Iglesia romana. Los periodos feudales conocieron una organización interna de la Iglesia en la que el funcionamiento de la sociedad civil y política dio forma al sistema jerárquico de los obispos, a su mutua subordinación e incluso a sus relaciones con el Papa. Inversamente, en la Iglesia de Gregorio vn, la centralización romana fue la manera de luchar contra el sistema feudal y de permitir que la Iglesia reconquistara su independencia frente al Imperio. Lo mismo en otras épocas -como bajo Federico Barbarroja, bajo los emperadores romanos-germánicos y, también, bajo Napoleón- la predominancia romana permitió que la Iglesia resistiera al poder político. Aquí encontramos una relación doble, mimética y antagonista, de la Iglesia y el Estado, y es algo recíproco.

 

Los principios teológicos generales están condicionados por el tiempo y la historia, por las circunstancias históricas en las que se encuentra la Iglesia. Pero, de cualquier manera, no existe un poder exclusivo del Papa, sino un poder singular. La historia lo enseña; su primacía ha sido infinitamente preciosa para la Iglesia, pues ha habido una voluntad constante de las naciones y de los reyes de poner la mano sobre la Iglesia: pienso en el galicanismo en Francia y en el josefismo en Austria.

 

Buena parte de la Reforma se explica también por la voluntad de los príncipes alemanes de poner la mano sobre la Iglesia. El anglicanisnio fue un dominio sobre la Iglesia -por ejemplo, con Thomas Becket-, y también la ortodoxia conoció el dominio de los zares sobre la Santa Iglesia ortodoxa.

 

Sobre la importancia actual de la primacía

 

El Papa no gobierna las Iglesias tomando el lugar de los obispos: él mismo se presenta como el obispo de Roma. Es aquel que, por su primacía -es el término técnico para designar la función del Papa, sucesor de Pedro, el primer Papa-, está al servicio de los otros, de todos los otros, pastores y fieles. Si los concilios de Vaticano i y de Vaticano n recordaron su poder espiritual universal y directo sobre el conjunto de los creyentes, este poder se ejerce en beneficio de la autoridad de los otros obispos. La necesidad de personalizar el ejercicio de su misión universal proviene de la naturaleza profunda de la Iglesia, comunión de personas humanas con el Dios tripersonal. Esto, además, es precioso en nuestro universo cultural. Imaginen que esta función, ligada con la unidad de la Iglesia, querida por Cristo mismo, se ejerciera en el anonimato más total. Imaginen que el Papa, para evitar la personalización, se escondiera, nunca enseñara su foto, no apareciera más que Big Brother, nunca dijera una palabra, se comunicara mediante notas escritas. Sería absurdo; sería la tiranía. El Papa existe a rostro descubierto y con sus rasgos de carácter. No veo que se pueda reprochar a esto.

 

La primacía de Pedro parece, en nuestra época de mundialización, más necesaria que nunca para asegurar la libertad de cada una de las Iglesias y de los fieles. Vivimos en una sociedad que se mundializó y que al mismo tiempo se está segmentando, a medida que se unifica, en culturas que se oponen. Antaño, las culturas diferían porque se desconocían; ahora corren el riesgo de confrontarse porque precisamente se conocen y se vuelven fronterizas. Antaño casi no había conflicto entre la cultura china y la occidental por la simple razón de que eran necesarias caravanas para transportar a Occidente la seda o los productos manufacturados en Extremo Oriente. Ahora que todas las culturas se comunican, las diferencias se exacerban por la tentación de la uniformización. El ministerio de unidad del Papa es el único que atraviesa todas las culturas y todas las fronteras para poner en comunión a todos los católicos. La tarea de su ministerio es asegurar esta comunicación y ayudar al colegio de los obispos a consolidar la comunión histórica de la Iglesia, como testigo de la unidad de toda la humanidad, de su salvación y su esperanza.