Palabra de Dios y compromiso en el mundo por el Cardenal Peter K.A. Turkson
Escrito por Ecclesia Digital
miércoles, 09 de febrero de 2011
Congreso:
Madrid, 7-9 de Febrero 2011
“PALABRA DE DIOS Y COMPROMISO EN EL MUNDO”
Cardenal Peter K.A. Turkson
Presidente, Pontificio Consejo “Justicia y Paz”
INTRODUCCIÓN:
Saludo cordialmente a Su Eminencia, a los Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos, a los muy apreciados Sacerdotes, y a todos ustedes: mis Hermanos y Hermanas en la llamada única a seguir a Jesús como discípulos.
Porto conmigo los
saludos y los mejores deseos en la
oración del Pontificio Consejo
“Justicia y Paz”. Confío en que
vuestras jornadas aquí,
reflexionando sobre
Esta mañana,
desearíamos dirigir, para clausurar
este congreso, la consideración de
PRIMERA PARTE
Queremos advertir en
primer lugar que
o como
palabra de la creación
en los primeros capítulos de
o como palabra de la llamada y de la alianza en la historia de la vocación de la salvación de Abrahán y de Israel
o como palabra de la llamada, de la presencia y de la salvación en la encarnación, ministerio, pasión y resurrección de Jesús, y
o como
palabra de la llamada
misionera (evangelización) y del
ministerio en Pentecostés y
en la vida de
1.
La primera instancia
de la revelación de
El prólogo del
Evangelio de Juan expresa bellamente
este primer compromiso de la palabra
de Dios con el mundo como “creación”:
“Todas las cosas fueron hechas
por medio de
El compromiso de Dios
para el mundo, como un sistema
creado, es revelado no sólo por el
sustento de
Por tanto, los relatos de la creación, nos muestran a Dios que actúa en el mundo como fuente de vida y amante de la vida, estableciendo, de este modo, orden y belleza, y disipando el caos y la confusión; la confusión de roles e identidades conduce al caos. Dios es, pues, promotor y amante de la vida.
2. La palabra de
La segunda instancia
de la revelación de
Así, Dios llamó a Abrahán en Ur de los Caldeos, le prometió hacer de él una gran nación, un gran nombre, y que sería una bendición para todas las familias de la tierra (Gn 12, 1-3). La vida de los patriarcas Isaac y Jacob supuso el inicio de la realización de los contenidos de las promesas incluidas en la primera palabra de la llamada dirigida a Abrahán
Esta primera palabra de la llamada condujo a una segunda palabra de la llamada, la que sacaría de Egipto a los hijos de Israel. “De Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1; Ex 3,6 ss). Nuevamente, Dios, de acuerdo con esta llamada, se comprometió con los hijos de Israel en un pacto sobre el Monte Sinaí (Ex 19-20; 24; Dt 5, 2; 29; Jr 11, etc.): “Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo”. Esta fue la idea-clave de aquella alianza; y Dios se estableció con Israel en “la tierra prometida”.
El surgimiento de los Jueces y de los Reyes -sobre todo la elección de David (2 Sam 7), a quien Dios prometió “mantener siempre una lámpara encendida delante de él en Jerusalén”-, la unción real y la vocación profética pertenecen al ámbito del compromiso de Dios con Israel como su pueblo y heredad.
A través de su palabra, como palabra de la llamada y como palabra de la alianza, Dios se comprometió con la descendencia de Abrahán, el pueblo de Israel, con una serie de alianzas que fueron introduciéndolo en la comunión con Dios, aun cuando Israel daba muestras de ser indigno de ello. La iniciativa era siempre de Dios. Su amor y su misericordia, y no los méritos de Israel, sostenían su llamada y su alianza con él.
En esta fase de la historia de Israel, el compromiso de Dios toma la forma de la revelación de la absoluta gratuidad de su condescendiente iniciativa de comprometerse a sí mismo con la humanidad en alianzas, proyectándola en la amistad y la comunión. En la consiguiente relación, Dios revela el amor, la misericordia, la compasión y la fidelidad con la cual se compromete con el mundo y la humanidad, mientras que mantiene ante el mundo las virtudes de la paz, la justicia, la seguridad, la fraterna preocupación, la honestidad y la fidelidad, enseñando a cultivarlas. La historia de las “alianzas” (conduciendo a la “nueva y eterna alianza en la sangre de Cristo”) es la historia del incansable compromiso y vinculación de Dios con el hombre y con su mundo. Como en la proverbial “madre” de la profecía de Isaías (Is 49, 15), Dios no puede olvidar a “su hijo pequeño”, el mundo y el hombre que Él ha creado.
El exilio de Babilonia concluye esta fase de la existencia de Israel en la “tierra prometida”; pero esto fue para conducir a otra palabra de la llamada a través de la cual Dios restauraría a su pueblo en la “tierra prometida”. En efecto, cuando Dios “tomó de la mano derecha, a Ciro, lo ungió y lo llamó por su nombre” (Is 45, 4; 48, 15), lo cual era para el bien de Israel, su elegido; era “para erigir la ciudad de Dios y realizar el propósito de Dios sobre Babilonia” (Is 48, 14b).
En el período del post-exilio y en cumplimiento de la completa liberación de su pueblo para servirle sólo a él y en santidad, Dios llamó a su siervo y abrió su oído para que escuchara el mensaje dirigido a su pueblo y posteriormente también para las naciones (Is 50, 4-5). “Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones” (Is 42, 6). En la unción y el poder del Espíritu de Dios, el siervo de Dios fue enviado no sólo para portar buenas nuevas y anunciar el año de gracia de Dios (Is 61, 1-2), sino para identificarse con los pecados de su pueblo. En solidaridad con ellos, él sufrió vicariamente por sus pecados para hacerlos justos (Is 53, 11-12). Esta fue otra llamada; y fue la llamada del Mesías.
Ya en el contexto de las relaciones de la alianza, Dios realizó ciertos signos de su bendición para con el mundo referidos a personas individuales. Abrahán fue como un signo de bendición para Abimelec; y José lo fue de igual modo para la tierra de Egipto. De modo semejante, Dios instituyó a Moisés como representante corporativo del pueblo, asumiendo en él mismo la suerte y el destino del pueblo (Ex 17, 10 ss.; 32, 32). Dios elegiría ciertos individuos y pueblos para ejercer roles través de los cuales Él mostrará su compromiso con el mundo y realizará sus propósitos en la vida de su pueblo, aun cuando esos roles fueran de meros intermediarios y representantes.
En la llamada y la misión del Siervo de Yahvé, en la profecía de Isaías, esta ulterior forma de compromiso de Dios con el mundo, en concreto, a través de figuras representativas y corporativas llegó a ser prominente. En la figura del Siervo de Yahvé, Dios preparó y dispuso a su Siervo, que no solo actuó en nombre de Dios, sino que también actuó vicariamente en nombre del pueblo de Dios para justificarlo (Is 52, 13-53,12): “Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos” (Is 53, 11).
La actividad vicaria del Siervo de Yahvé forma parte del compromiso y vinculación de Dios con el mundo, pues muestra cómo un individuo puede, en nombre de Dios, llevar a cabo el plan de Éste para con el mundo, lo cual ha servido de preparación para la venida y la misión de Jesucristo, el Mesías: Él es la definitiva y plena revelación del compromiso de Dios para con el mundo.
3. La “Palabra” se hace carne: la presencia de Dios que salva
En la plenitud de
los tiempos,
Jesús, la palabra-hecha-carne, continúa su llamada, que fue inicialmente dirigida a sus discípulos, sus primeros seguidores. Aquellos que vinieron para estar con Jesús y a quienes Él envió a predicar en su nombre. Para su bien, Jesús se santificó a sí mismo, para que también ellos pudieran ser santificados. (Jn 17, 19). Él los protegió en el nombre del Padre y veló por ellos (Jn 17, 12): “Padre Santo, protégelos en tu nombre, [el nombre] que tú me has dado” (Jn 17, 11). El aseguró a sus seguidores que estaría con ellos hasta el fin, y oró para que “aquelosa a quienes él ha revelado el nombre del Padre” (Jn 17, 6) puedan estar con Él donde él está, para ver su gloria (Jn 17, 24). Así, el amor del Padre por el Hijo y el Hijo mismo estarían con ellos.
De hecho, “Jesús
amó siempre a los suyos que estaban
en el mundo, y los amó hasta el
final” (Jn 13, 1)[4];
y Él mostró la profundidad de su
amor por sus discípulos cuando se
reclinó con ellos en la mesa de
la última cena. Ahí, Jesús actuó
su compromiso con sus seguidores en
dos sentidos: Él se mostró a sí
mismo como servidor de
todos, lavando sus pies (“Yo
estoy entre vosotros como uno que
sirve”); y a través de los
signos sacramentales del pan
partido y el vino ofrecido.
Él se entregó a sí mismo como
oblación por sus seguidores, y
les ofreció esta oblación como
comida (alimento). Pero esto no
acabó ahí. Jesús hizo que este acto
de total oblación fuera presencia
permanente suya por medio de la
institución de
Con el nacimiento de
Jesucristo,
Y lo más importante, Jesús percibió la exigencia de su misión, por ello eligió a sus seguidores (discípulos), preparándolos y dándoles poder para dicha misión. Con ellos, celebró la primera Eucaristía y la confió a ellos como un signo efectivo de su permanente e indefectible presencia, la máxima revelación del permanente compromiso de Dios con el mundo.
4. La palabra de la llamada misionera a evangelizar
A través del encargo misionero que Jesús confió a sus seguidores, como apóstoles, el Logos, palabra de la llamada de Dios, continúa su obra, pero ahora como “palabra de la llamada misionera”, y difundiéndose entre “todos aquellos que a través de su [apóstoles] palabra llegarán a creer en Él [Jesús]” (Jn 17, 20). Estos podrían ser “las otras ovejas que nos son de este redil; también a ésas debo conducir; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor” (Jn 10, 16).
En Pentecostés, esto
comienza a suceder.
El compromiso de
SEGUNDA PARTE
PALABRA DE DIOS Y COMPROMISO EN EL MUNDO
La consideración de
nuestro compromiso en el mundo,
inspirado por
Tan cierto como esto
es que la misma Palabra de Dios
(la palabra de la evangelización)
insta a
La más autorizada y
completa respuesta disponible en la
actualidad puede descubrirse en la
encíclica Caritas in veritate,
la cual reúne muchos recursos de
¿Cómo actúa, por
tanto, el ser humano, como ciudadano
del aquí y del ahora, así como
también de la ciudad celeste, en
razón de su nuevo nacimiento por
medio de la imperecedera semilla de
En un breve párrafo
de sólo ciento trece palabras, el
Santo Padre detalla las cualidades y
virtudes necesarias para que
construyamos una Ciudad del Hombre
de una manera que sea más conforme
con nuestra dignidad, con nosotros,
sus amadas Criaturas renacidas
mediante Su Palabra, y que refleja y
prefigura
Nos preocupa justamente la complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor. La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada[12].
El Santo Padre no
prescribe plan o receta alguna, ni
tampoco políticas o soluciones. En
cambio, recomienda
Las cinco competencias para nuestro compromiso:
1. Comenzar con una actitud realista.
2. Basar el trabajo en valores fundamentales
3. Con confianza, asumir las nuevas responsabilidades
4. Estar abierto a una profunda renovación cultural
5. Comprometerse a trabajar con coherencia y consistencia
Estos son cinco aspectos o dimensiones para cada cristiano, para la pastoral social y para realizar nuestro compromiso en el mundo. Permítannos brevemente explorar cada una de ellas:
1. El
primer paso es comenzar con una
actitud realista, haciendo frente a
las dificultades del tiempo
presente, no con respuestas
prefabricadas o ideologías
simplistas, sino con
“«Al atardecer, decís: «Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo como el fuego». Y de madrugada, decís: «Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro». ¡De manera que sabéis interpretar el aspecto del cielo, pero no los signos de los tiempos!” (Mt 16, 2-3). Interpretar los signos de los tiempos es asumir la responsabilidad de “leer”. Muchos prefieren permanecer pasivos a la espera de que las cosas tomen un nuevo curso para luego poder lamentarse libremente. Pues en efecto, se necesita un verdadero esfuerzo para mantenerse en la lectura de los signos de los tiempos, es nuestra responsabilidad cristiana el hacerlo con equilibrio e inteligencia.
Entonces Jesús dijo, “¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar.’” (Lc 14, 28-30). Parece sencillo, ser ingenuo y dejar las cosas al azar, pero eso no es suficiente para edificar una ciudad digna del hombre.
“Por eso, a la luz
de las palabras del Señor,
reconocemos los «signos de los
tiempos» que hay en la historia y no
rehuimos el compromiso en favor de
los que sufren y son víctimas del
egoísmo.”[13]
“
2. Nuestro siguiente paso es basar el trabajo en valores fundamentales, una nueva visión del futuro, lo cual solo puede dar comienzo con uno mismo, y por ello esta segunda competencia puede correctamente ser llamada conversión, metanoia.[15] Conocerse y aceptarse a sí mismo es el principio de la sabiduría. Y esta actitud debe estar acompañada por la disposición a cambiar, a trabajar en sí mismo.
Cuando Jesús pronuncia la parábola del sembrador (Mt 13, 8 –9), concluye diciendo que algunas semillas cayeron en “tierra buena”, pero la tierra buena no es un resultado accidental, requiere de duro trabajo para ser preparada, además de paciencia. Cuando el propietario de la viña pierde la paciencia con la higuera, que durante tres años no ha producido frutos, el viñador solicita otra oportunidad: “Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré”. ¿Mostramos realmente una disposición a mantenernos trabajando en nuestra propia tierra? ¡Recordemos que Jesús es el jardinero, Él es el sembrador!
“
3. Con confianza, más
que con resignación, hemos de
afrontar las nuevas
responsabilidades, asumiéndolas con
una nueva vocación y misión. Para un
cristiano el punto de partida y la
meta de todo compromiso es Cristo,
Alfa y Omega. Nuestra visión está
completamente informada por el plan
salvífico de Dios para el mundo –
como se establece en las Escrituras
y se ha expresado definitivamente en
la vida y misión de Cristo,
prolongada a través de la historia
en
“El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto” (Mt 13, 31-32). Y escuchando la parábola de los talentos, Mt 25, 14-30; Lc 19, 12-27 – ¿asumiremos lo que hemos recibido, más allá de nuestro temor o inseguridad, o cavaremos en el suelo y lo ocultaremos? ¿O correremos el riesgo de invertir y desarrollar los talentos sin saber lo que recibiremos a cambio?
“Así pues, la misma
Palabra de Dios reclama la necesidad
de nuestro compromiso en el mundo y
de nuestra responsabilidad ante
Cristo, Señor de
4. Para la cuarta competencia, el cuarto “cómo”, el Santo Padre nos anima a estar abiertos hacia una profunda renovación cultural y a mostrar confianza y esperanza. Sí, está muy difundido el ser negativo, nihilista, pesimista – lo que no sólo nos deja fuera de alcance, sino que también nos ausenta de ambas historias, la humana y la divina. Rápidamente identificados culturalmente, por tanto, nosotros cristianos creemos firmemente que un mundo más justo y pacífico es posible, y por tanto “nosotros mismos hemos de ser instrumentos de reconciliación y de paz.”[18]
Cuando Jesús envió a los “setenta y dos discípulos” para que lo antecedieran en los lugares que Él planeó visitar, Él mismo dijo “Yo os envío como a ovejas en medio de lobos” (Lc 10, 1-20). No ocultó las difíciles circunstancias; La confianza en Jesús hizo que “los setenta y dos volvieran llenos de gozo”. Sin embargo habrá menos éxito en Atenas, centro cultural de la civilización mediterránea y “ciudad llena de ídolos”, a la que Pablo llegó, para después, mediante un astuto uso de la ley romana, alcanzar el centro del imperio romano[19].
En palabras del Papa
Pablo VI, debemos
“alcanzar y
transformar con la fuerza del
Evangelio los criterios de juicio,
los valores determinantes, los
puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida
de la humanidad, que están en
contraste con
5. Finalmente, recapitulando la sabiduría de las cuatro previas, la quinta competencia nos permitirá comprometernos con nuevas reglas, nuevas formas de compromiso, con coherencia y consistencia. Apreciando el plan de Dios y nuestra función en él, “de ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada del Creador”. [21]
Jesús dispensó las nuevas formas y normas del compromiso, principalmente a través de acciones, pero también con sus palabras. Su crítica a la antigua ley, puede ser sintetizada en aquella frase. “El Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado” (Mc 2, 27). Su enseñanza sobre la nueva ley se puntualiza en Jesús lavando los pies de los Doce (Jn 13, 3-11). Explícitamente establece la nueva ley del servicio a los semejantes con su propia coherencia y consistencia … que poco después sellará con su muerte sacrificial en la cruz.
La dignidad humana es
una “característica impresa por Dios
Creador en su criatura, asumida y
redimida por Jesucristo por su
encarnación, muerte y resurrección.
Por eso, la difusión de
Subrayando la
cooperación, por tanto, que subyace
en las cinco maneras de realizar
nuestro compromiso, las
cuales pone a la persona humana en
el centro de nuestra atención,
éste debe ser nuestro foco, como el
Papa
Benedicto XVI
incasablemente enseña, si hemos de
construir una ciudad del hombre
digna de nosotros mismos y de
nuestros descendientes en las
generaciones venideras. En efecto,
CONCLUSIÓN
“La acción del hombre
sobre la tierra, cuando está
inspirada y sustentada por la
caridad, contribuye a la edificación
de esa ciudad de Dios universal
hacia la cual avanza la historia de
la familia humana...”[23] Hemos
comenzado con
En la dinámica y
recuerdo de la historia de la
salvación,
“Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia” y la paz (CiV 78).
“Se cumple aquí la
profecía de Isaías sobre la eficacia
de
[1] V.
gr.
[2] Sagrada
Biblia. Versión oficial de
[3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini, n. 1.
[4] Cfr. También Plegaria Eucarística IV.
[5] Deus Caritas est, n. 13.
[6] Verbum Domini, n. 99.
[7] Verbum Domini, n. 100.
[8] Cfr. Caritas in veritate, n. 7.
[9] Benedicto
XVI, Mensaje, XLIV Jornada
Mundial de
[10] Caritas in veritate, n. 7.
[11]
“Ciertamente, no es una
tarea directa de
[12] Caritas in veritate, n. 21.
[13] Verbum Domini, n. 100.
[14] Verbum Domini, n. 105.
[15] Juan Pablo II habla de la necesidad de vivir las Bienaventuranzas y de poseer la espiritualidad de misioneros en el mundo actual. Cfr. Redemptoris Missio nn. 87-91.
[16] Verbum Domini, n. 99.
[17] Verbum Domini, n. 99.
[18]
“Nunca olvidemos que «donde
las palabras humanas son
impotentes, porque prevalece
el trágico estrépito de la
violencia y de las armas, la
fuerza profética de
[19] Cf Verbum Domini, n. 92.
[20] Verbum Domini, n. 100 citando Evangelii Nuntiandi n. 18.
[21] Caritas in veritate, n. 57.
[22] Verbum Domini, n. 101.
[23] Caritas in veritate, n. 7.
[24] Verbum Domini, n. 99 refierendo Is 55, 10s.