«La antropología cristiana, fundamento histórico de los derechos humanos»



La antropología cristiana constituye la base histórica que ha inspirado y fundamentado los derechos humanos. Lo explica el teólogo Juan Luis Lorda en «Antropología cristiana. Del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II» (Ediciones Palabra). Lorda (Pamplona, 1955) es ingeniero industrial y doctor en teología. Enseña desde el 1983 en la Universidad de Navarra y es autor de «Para ser cristiano» o «El arte de vivir», traducidos a distintas lenguas.

ROMA, lunes, 8 noviembre 2004 (ZENIT.org).


¿Cómo se ha renovado la antropología cristiana desde el Concilio Vaticano hasta ahora?

        Lo más importante ha sido la interpretació-n y desarrollo que Juan Pablo II ha hecho del Concilio y, sobre todo, de «Gaudium et Spes». Esta constitución es uno de los pilares del Concilio y Juan Pablo II colaboró directamente en su redacción. Después, le ha hecho un profundo comentario a lo largo de todo su pontificado.

        Hoy a todo el mundo le suena el famoso número 22 de «Gaudium et Spes»: «Cristo revela lo que es el hombre al mismo hombre». Pero, antes de Juan Pablo II, no era famoso. Se puede comprobar en muchos comentarios de la época, que ni siquiera lo mencionan.

        Hay otros filósofos y teólogos que han influido mucho en la antropología cristiana, porque ha sido una época muy rica. Pero la síntesis doctrinal de los principios se debe a Juan Pablo II.

También Edith Stein, la carmelita asesinada por los nazis y canonizada por Juan Pablo II, ofreció una contribución importante a la antropología. ¿Qué intuyó la patrona de Europa?

        La figura de Edith Stein es interesantísima y creo que ocupará un lugar cada vez mayor en el pensamiento cristiano. Por su origen, es una intelectual judía. Por su formación, pertenece a la primera escuela de la fenomenología, con importantes estudios.

        Tras su conversión, intenta establecer relaciones entre esta corriente filosófica y Santo Tomás de Aquino. Muere siendo carmelita en un campo de concentración, en medio de la tremenda tragedia del holocausto.

        Es difícil encontrar personajes de tanta densidad humana. La fenomenología, sobre todo la que practican el grupo de Edith Stein (Von Reinach, Max Scheler, Conrad-Martius, Von Hildebrand) es una de las corrientes más fecundas y claras de la filosofía, especialmente para entender la interioridad humana. En Edith Stein, como después en Juan Pablo II, entronca con la tradición cristiana. Y esto es muy importante.

        No hay que olvidar que, para aquellos condiscípulos y para ella misma, el encuentro con esa corriente filosófica la liberó de prejuicios y la puso a la escucha de la verdad. Fue el primer paso de su conversión.

        Es el género de filosofía y de antropología que hoy necesitamos: que abra a la verdad, descubra la interioridad humana y conecte con la fe cristiana. También es el género de filosofía que necesitamos en nuestras facultades.

¿Cuál es la aportación de Karol Wojtyla a la antropología cristiana?

        Todavía es difícil juzgar la influencia de Karol Wojtyla en la teología católica, porque nos falta perspectiva. De todas formas, mi impresión, después de haberlo estudiado durante años, es que se trata de una influencia gigantesca, especialmente en la fundamentació-n antropológica de la moral: la doctrina sobre la sexualidad, el amor conyugal, la procreación y la dignidad de la vida humana.

        Creo que se puede decir honradamente que ha mejorado sensiblemente la enseñanza teológica en todos estos temas. Y se refleja claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica. Hay un antes y un después.

¿Por qué la antropología cristiana es uno de los puntos fuertes de la evangelizació-n?

        Porque descubre cómo es el hombre y cuáles son sus aspiraciones más profundas. El centro de la evangelizació-n cristiana es Dios: llevar al hombre moderno a descubrir que Dios nos ama porque es Padre nuestro. Ese es el centro del mensaje de Jesucristo.

        Pero ese camino se facilita cuando una persona descubre cómo es y que sus aspiraciones más profundas se dirigen a Dios. La Iglesia tiene una sabiduría sobre el hombre, un humanismo cristiano, que es un tesoro cultural de primer orden: porque da sentido a la vida, lleva a vivir dignamente y hace a los hombres felices. Es una luz maravillosa en el mundo.

        Muchos de nuestros contemporáneos, cuando piensan en sí mismos, creen que son el fruto ciego de las fuerzas materiales, un protozoo evolucionado por casualidad. Nosotros sabemos que somos hijos de Dios, que tenemos un Padre que nos quiere, que somos hermanos y nos espera un destino de amor, del que ya podemos vivir.

        Entendemos el sentido de la inteligencia y de la libertad, del amor y de la familia. Esto es belleza. Lo otro es oscuridad y degradación. Lo decía Dostoievsky: «sólo la belleza salvará el mundo».

¿La antropología cristiana es un buen fundamento para los derechos humanos, como señala monseñor Fernando Sebastián, arzobispo de Pamplona, en el prólogo de su libro?

        Se podría decir incluso que la antropología cristiana es el fundamento histórico de los derechos humanos.

        Porque los que contribuyeron a formar esa doctrina, aunque en algún caso habían perdido la fe, tenían la matriz cultural cristiana. Creían que los hombres somos libres y responsables de nuestros actos; que somos iguales; que somos personas y que tenemos una dignidad inalienable. Todo esto viene de la fe cristiana.

        Si uno piensa que el hombre es fruto ciego de la evolución de la materia, un protozoo evolucionado por casualidad, como decía antes, no le sale este resultado: no puede deducir que somos libres y responsables; no puede deducir que somos iguales; y no puede deducir que somos personas ni que tenemos una dignidad inalienable.

        De hecho, el materialismo científico está destruyendo la cultura jurídica y moral de la Modernidad. Estamos en pleno ataque a la vida humana, en las cuestiones bioéticas.

        Se están haciendo embriones para usos terapéuticos, porque piensan que el embrión -que es un ser humano- es sólo un paquete de células sin dignidad, como un cultivo celular cualquiera.