Autor: Mercedes Soto de Silva.
Fuente: http://www.iespana.es/revista-arbil/(40)silv.htm
 
 

Paternidad y autoridad

La paternidad es la raíz de la autoridad. Dios, que es la autoridad suprema, es autoridad porque es Padre. Dios tiene poder sobre el universo entero porque lo engendró y El es su autor.

 

La paternidad es la raíz de la autoridad. Dios, que es la autoridad suprema, es autoridad porque es Padre. Dios tiene poder sobre el universo entero porque lo engendró y El es su autor. De la misma manera el padre tiene autoridad sobre el hijo porque lo generó.

Para Santo Tomas de Aquino la autoridad paterna constituye la potestad terrena primordial. Precisamente porque es reflejo de la paternidad divina, origen y autora de la vida. De ahí que toda autoridad en el cielo y la tierra, en la familia y en la sociedad, en la política y en la economía sufra el mismo destino que se le depare a la autoridad paterna.

En este sentido León XIII, que tenía puesto el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso del tiempo, no se cansa de proclamar esta relación mutua entre autoridad y paternidad, y el orden objetivo del ser como fundamento y norma del orden subjetivo querido por Dios. Y lo hace basándose en Sto. Tomás.

El orden soc ial cristiano descansa en el orden natural. Por eso se apoya en la autoridad paterna, la que constituye el fundamento, la garantía, y la protección de todo poder en todas las formas de vida comunitaria.

A partir de que el Padre eterno se reveló en su Unigénito, la autoridad paterna es despojada de toda arbitrariedad brutal, uniendo en ella, en sabia mezcla, la dignidad, la sabiduría y la solicitud paternales.

Para el oído humano que entonces escucha las palabras "autoridad paternal", no es posible ya percibir sólo la fuerza, la firmeza, la voluntad imperiosa de dominio, la constancia indeclinable, o el poder creador inexorable, ni mucho menos los caprichos de un dictador que dispone arbitrariamente sobre los demás, como si tan solo fuesen piezas recambiables de engranajes sociales.

El hombre percibe ahora en la autoridad paternal el amor y la bondad, la servicialidad abnegada, y la voluntad de entrega marcada por el espíritu de sacrificio, para ser "auctor" , es decir, autor de la vida de la manera más amplia: en sentido biológico, espiritual, religioso; en el campo de lo profesional, en el de lo social, o familiar.

Cuando quien ejerce la autoridad en el ámbito de la vida humana que sea, se inclina ante los deseos y la ley de Dios, cultivando la vinculación interior con Dios que es Padre y Legislador, se convierte en representante y custodio fuerte y bondadoso de la autoridad divina y de sus derechos indeclinables a la docilidad y acatamiento humano.

De este modo planta profundamente en la voluntad, el corazón y la afectividad de los suyos la sumisión a las leyes morales y éticas, expresión de la soberanía y del amor paternal de Dios. Sin ellas en cualquier sociedad o grupo humano imperaría la ley de la selva y del egoísmo individual del más fuerte sobre el más débil o necesitado.

Resulta entonces que toda autoridad debe ser entendida y ejercida como una forma de paternidad.

En e l fondo el derecho a gobernar naturalmente a los hijos le corresponde en primer lugar a los padres. Y si hay un presidente de gobierno que tiene un derecho a gobernar un país, a la totalidad de los hijos de un país, es solo por delegación de los padres de ese país.

Toda forma de autoridad es una delegación parcial de la paternidad. Los padres de un país han delegado parcialmente, en cuerpos especializados, aquellas tareas que original y naturalmente les competen a ellos.

Toda autoridad en materia política, económica, militar, docente, religiosa es en el fondo, una delegación parcial de la autoridad del padre. Solo la autoridad del padre contiene todo: el derecho a gobernar, a defender, a alimentar, a enseñar.

Por eso toda autoridad es una forma de paternidad y debe ser ejercida paternalmente; también la del político o la del empresario. No se pueden disociar estos dos conceptos de autoridad y paternidad.