Homilética - Textos Sobre la Pasión
 
Comentarios Generales
San Isidoro de Sevilla
San Pedro del Alcántara
San Luis María
Dr. Isidro Gomá y Tomá
Mons. Tihamer Toth
R.P. Miguel A. Fuentes
Ejemplos Predicables

 
COMENTARIOS GENERALES

 
SAN ISIDORO DE SEVILLA
 
Calló mientras padecía
 
En su pasión, se lee, que calló, lo que también atestiguan las voces de los profetas. Isaías dice de Él: “Conducido será a la muerte sin resistencia suya, como va la oveja al matadero y guardará silencio sin abrir siquiera su boca delante de sus verdugos como el corderito que está mudo delante del que le esquila.” (Isaías 53,7.)
 
Éste interrogado por Pilatos nada respondió. Sino que en su humildad se quitó toda respuesta: “Mansísimo y modesto no voceará ni será aceptador de personas, no se oirá en las calles su voz.” (Isaías 42,2.) Igualmente el mismo Cristo por el mismo profeta: “E1 Señor me abrió los oídos, y yo no me resistí, no me volví atrás.” (Isaías 50,5.) El mismo Isaías en otra parte: “Estuve siempre callado y guardé silencio.” (Isaías 42,14.)
 
Primero calló al ser juzgado cuando como oveja se acercó al matadero sin quejarse, ni abrir la boca, apagando así todo su poderío. Pero de su último juicio esto se lee en los salmos: “Vendrá Dios manifiestamente: Vendrá nuestro Dios y no callará.” (Salmo 47,3.) Cuando vino oculto Calló para ser juzgado, de ninguna manera callará cuando venga manifiestamente para juzgar.
 
Llevó la Cruz
 
Él mismo llevó su cruz, Isaías así lo predijo: “Ahora que ha nacido un parvulito entre nosotros, y se nos ha dado un hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado o la divisa del Rey.” (Isaías 9,6.) ¿Quién lleva las insignias del poder en sus hombros, que no lleve en su cabeza una corona o algunos adornos propios de su investidura? Pero sólo, Cristo, el rey de los siglos, llevó sobre sus hombros, la gloria del poder, y de su sublimidad, de lo que fue figura Isaac, que al ser llevado como holocausto por su padre, él mismo llevó la leña del sacrificio, siendo así una representación eximía de la Pasión de Cristo, que llevó el leño de su pasión.
 
Fue clavado en una Cruz
 
Porque fue suspendido del leño de la cruz y en él crucificado, Jeremías profeta lo había predicho diciendo: “Díjome en seguida el Señor, en los varones de Judá y en los habitantes de Jerusalén se ha descubierto una conjuración.” (Jeremías...) Yo era como un manso cordero que es llevado al sacrificio y no había advertido que ellos habían maquinado contra Mí diciendo: “Ea, démosle el leño en lugar de pan, y exterminémoslo de la tierra de los vivientes.”(Jeremías 11,9 y 19) Todo esto que había de padecer el Señor lo relata el profeta como pasado. Pero, ¿qué es darle leño en lugar de pan sino el clavamiento de Cristo en la cruz? Por el pan entendemos su cuerpo. Leño en lugar de pan, nuestra fe ve cruz en lugar del cuerpo Porque la vida del cuerpo es pan. Pues se escribió: “Y estará tu vida como pendiente delante de ti: temerás de noche y de día y no confiarás de tu vida. (Deuteronomio, 28,66.) El salmo, porque había de extender sus manos en la cruz así dice: “Y la elevación de mis manos os ofrezca un sacrificio tan agradable, como el que se os ofrece todas las tardes en vuestro santo tabernáculo.” (Sal 140,2) Ya sea porque llegó cuando el mundo se está acabando o porque ya caía el sol en esa tarde, el Señor entrego su alma en la cruz elevando sus manos en e1 mismo leño de la cruz y ofreciéndose a Dios en sacrificio, para que por aquel sacrificio se borraran nuestros pecados.
 
En Isaías, también de su predicación en la cruz, esto se lee: “El cual lleva sobre sus hombros el principado”; esto es, la insignia de su cruz, que llevó sobre sus hombros, según el vaticinio del profeta David que dice: “El Señor reinará desde el madero.” Habacuc también profetizó su pasión en la cruz cuando dijo: “En sus manos tendrá un poder infinito.” Lo cual no es otra cosa sino el poder de la cruz. De la misma manera el mismo profeta de su levantamiento en la cruz, en la cual levantado todo lo atrajo hacia si, dice: “El Señor Dios es mi fortaleza; y Él me dará pies como de ciervo y el vencedor me conducirá a las alturas de mi morada, cantando yo himnos en su alabanza.” (Habacuc 3,l9.)
 
Sus manos y sus pies fueron clavados
 
Porque fue crucificado y sus pies clavados, Él mismo por David habla, diciendo:
 
“Han taladrado mis manos y mis pies. Han contado, mis huesos tino por uno. Pus a mirarme despacio y a observarme.” (Salmo 21,18.) Con estas palabras ciertamente significa que su cuerpo ha de ser extendido en la cruz, sus manos y sus pies sujetos y atravesados con clavos. Lo cual ciertamente no padeció David, del cual se lee que sin ningún sufrimiento descansó en paz. Luego ha sido predicho de la pasión de Cristo, que fue enclavado en el leño por el pueblo de los judíos, pues las manos y los pies no son atravesados sino los de aquel que es suspendido de un madero, También en el Cantar de los Cantares:
 
“Destilando mirra mis manos, y estando llenos de mirra selectísima mis dedos.” (Cant, de los Cant. 5,5.) Lo cual particularmente dijo por la hendidura de los clavos.
 
Y por Malaquías, porque había de ser crucificado así lo anunció Él mismo, de sí mismo, diciendo: “¿Debe un hombre ultrajar a su Dios?, mas vosotros me habéis ultrajado, y decís: ¿cómo te hemos ultrajado?” (Malaquías 3,8.) Y añade Dios después de esto: “Vosotros la nación toda me ultrajáis”, lo cual se refiere al misterio de la pasión del Señor, en la cual los judíos crucificaron a Cristo, al echar sobre Él sus criminales manos. Lo cual por Zacarías, nuevamente el Señor lo recuerda diciendo: “ Y pondrán sus ojos en mí, a quien traspasaron, y plañirán al que han herido, como suele plañírse un hijo único; y harán duelo por él, como se suele hacer en la muerte de un primogénito.” (Zacarías 12,10.) Esto hemos visto que hicieron los judíos con Jesús, a quien crucificaron y de quién se dolerán de haber crucificado en el día del juicio cuando lo vean reinando en toda su majestad junto al Padre.
 
Fue crucificado entre dos ladrones
 
Porque había de ser crucificado entre dos ladrones, mucho antes fue predicho por Isaías:
 
“Y ha sido confundido con los facinerosos.” (Isaías 53,12.) Y el profeta Habacuc “Le reconocerás en medio de dos animales”; esto es, en medio de dos ladrones (1).
 
Echaron a suerte sus vestidos
 
Después de, la sentencia de la Cruz viene el sorteo de sus vestidos, que por David el mismo Señor había ya antes predicho: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sortearon mi túnica.” (Salmo 21,19.) Cómo fue cumplida esta profecía nos lo narra la historia evangélica. Pues, habiéndose dividido entre sí los soldados las demás vestiduras, cuando tocó el turno a la túnica dije ron: “No la dividamos sino echemos suerte para ver de quién será,, pues la túnica era inconsútil; esto es, de un solo tejido de arriba abajo (Juan 19,24.)
 
Bebió hiel y vinagre
 
En cuanto a aquello, que le dieron a beber, pendiente de la cruz: hiel mezclada con vinagre, ya había sido predicho por el Señor en los salmos: “Presentáronme hiel para alimento mío, y en medio de mi sed me dieron a beber vinagre.” (Salmo 68,22.) Lo cual en otra oportunidad por el profeta Jeremías lo dice de Jerusalén: “Yo en verdad te planté cual viña escogida, de sarmientos de buena calidad, pues ¿cómo has degenerado, convirtiéndote en viña bastarda?” (Jeremías 2,21.) Dios había plantado una viña buena; esto es, la raza de los judíos; ella, empero, depravada con sus vicios, dio a beber amargura a su Creador. Por lo cual también Moisés dijo: “La viña del Señor es ya como viña da Sodoma y de los extramuros de Gomórra: sus uvas, son uvas de hiel; y llenos están de amargura sus racimos.” (Deuteronomio 32,32.) Sus uvas son uvas de hiel, y llenas están de amargura sus racimos. Por eso, más arriba, reprendiéndoles, les dice: “Así correspondes al Señor, pueblo necio e insensato?” (Deut. 32,6.)
 
Con una caña de hisopo le aplicaron en los labios una esponje empapada en vinagre
 
Con una caña de hisopo se le había de aplicar en los labios una esponja empapada en vinagre, había sido ya esto mismo proclamado en los salmos: “Rociaronme con el hisopo y seré purificado.” (Salmo 50,9.) Por esto, en la ley, los que querían ser purificados, eran rociados con un manojito de hisopo empapado en la sangre del cordero (Éxodo 12,22), Con lo cual se significaba que con la pasión del Señor habían de ser borrados los pecados del mundo
 
Por qué el título de su cruz no había de ser cambiado
 
Del título de su cruz dijeron los judíos: “No escribas: Rey de los judíos, sino que, él ha dicho: “yo soy el Rey de los judíos.” Y respondió Pilatos:”Lo que he escrito, he escrito.” (Juan 19,21.) Ya en el salmo 56 había sido profetizado: “No adulterarás la inscripción de su título.” En los siguientes versos de este salmo no solamente la pasión, o la muerte, sino también la resurrección y la ascensión de Señor se predice.
 
Estando, pendiente de la cruz, rogó al Padre por sus enemigos
 
Porque pendiente de la cruz rogó al Padre por sus enemigos, Isaías dice: “Ha tomado sobre sí los pecados de todos y ha rogado por los transgresores. (Isaías 53,12) Y en los salmos: “En vez de amarme, me calumniaban, mas yo oraba.” (Salmo 108,4.)
 
Igualmente Habacuc habiendo dicho de Él: “En medio de dos animales le reconocerás”, añade: “Cuando fuere atribulada mi alma, me acordaré de tu misericordia.” Prefiguró el profeta en su persona a los. judíos que arrebatados por la ira crucificaron a Cristo. Cuando aquél: me acordaré de tu misericordia, dijo Él:' “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”
 
Fue crucificado por nuestros pecados
 
Y porque no por sus pecados sino por los nuestros fue crucificado, Isaías dice: “Para expiación de las maldades de mi pueblo le he yo herido, dice el Señor. Y en recompensa dé bajar al sepulcro le concederá Dios la conversión de los impíos.” (Isaías 53,8 y 9.) Y nuevamente: “Siendo así que por causa de nuestras iniquidades fue el lagado y despedazado por nuestras maldades el castigo del que debía nacer nuestra paz con Dios, descargó sobre Él, y con sus cardenales fuimos nosotros curados.”( Isaías 53,5.) E inmediatamente: “como ovejas descarriadas hemos sido todos nosotros: cada cual se desvió de la senda del señor para seguir su propio camino, y a él solo le ha cargado el Señor sobre las espaldas la iniquidad de todos nosotros.” (Isaías 53,6.)
 
Lo cual concuerda con lo que dice el Apóstol: “Aquél que no había conocido el pecado, le hizo pecado por nosotros.” (II Corintios 5,21); esto es, sacrificio por nuestros pecados, ésta es la causa por la cual padeció por nuestros pecados.
 
Por qué murió
 
Después de la flagelación y de la cruz, de haber probado la hiel y el vinagre, muere en la cruz. Lo que ni la misma ley calló diciendo: “Tú, Judá, eres un joven y robusto león; tras la presa corriste, hijo mío; después para descansar, te has echado cual león, y a manera de leona. ¿Quién osará despertarte?” (Génesis 49, 9.) Alude también a su muerte el salmo: “Nuestro Señor es el Dios que tiene la virtud de salvarnos y del Señor, y muy del Señor, es el librar de la muerte.” (Salmo 67, 21.)
 
¿Se podría haber dicho más claramente? Pues Nuestro Señor, significa Salvador, el mismo es nuestro Dios, que nos hizo salvos, por lo cual convino que naciera y saliese de esta vida por la muerte; por eso dijo Isaías: “Del Señor es la muerte, del Señor es la salida.” Lo mismo por Isaías: “Conducida será a la muerte sin resistencia suya, como va la oveja al matadero y guardará silencio sin abrir siquiera su boca d de sus verdugos, como el corderito que está mudo delante del que le esquila.” (Isaías 53, 7). Los judíos que esperan la venida de Cristo, no esperan ni creen que habrá de morir. Por consiguiente hagan el favor de responderme: ¿quién es este a quien anuncia el profeta? Lo mismo es Jeremías: “Porque yo embriagaré en Sión a toda mi alma sedienta, y hartaré a todo hambriento. Por esto desperté yo como de un sueño, y abrí los ojos, me saboreé con mi sueño profético.” (Jeremías 31, 25-26.)
 
El ángel también así habla a Daniel de la muerte de Cristo: “Sábete, pues, y nota atentamente: desde que saldrá la orden o edicto para que sea reedificada Jerusalén, hasta el Cristo príncipe, pasarán siete semanas, y setenta y dos semanas y será nuevamente edificada la plaza o ciudad y los muros en tiempo de angustia”; esto es, después de cuatrocientos noventa años. “Y después de las setenta y dos semanas se quitará la vida al Cristo y no será más suyo el pueblo, el cual le negará.” In mediatamente anuncia la mortandad y desgracia de los judíos que se cumplió inmediatamente después de la llegada del Mesías. “Y un pueblo con su caudillo vendrá y destruirá la ciudad y el Santuario.” (Daniel 9, 25 y ss.); esto es, el ejército romano con Vespasiano.
 
Lo mismo se lee en el libro de la Sabiduría de su muerte: “Examinémosle a fuerza de afrentas y de tormentos para conocer su resignación y probar su paciencia. Condenémosle a la más infame muerte.” (Sabiduría 2, 19-20.)
 
Se cubrió la tierra de tinieblas en el día de su pasión
 
Porque en la tarde de su pasión sé cubrió la tierra de tinieblas, el mismo sol huyó, también de esto hablan los libros sagrados como lo atestigua el profeta Amos: “Sucederá en aquel día, dice el Señor Dios, que el sol se pondrá al mediodía, y haré que la tierra se cubra de tinieblas en la mayor luz del día.” (Amos 8, 9) Y Jeremías: “Debilitóse la madre que había dado a luz muchos hijos”; esto es, Jerusalén. “Desmayó su alma: escondiósele el sol cuando aun era de día: quedó confusa y llena de rubor; y a los hijos que quedaren de ella yo los entregaré a ser pasados a cuchillo a vista o por medio de sus enemigos, dice el Señor.” (Jeremías l5, 9.) Lo cual fue hecho por Vespasiano.
 
No le quebraron las piernas
 
Porque no le quebraron las piernas, sino solamente las de los ladrones, Se cumplió lo que había, sido predicho: “No le quebraréis ni un hueso”, pues se le había preceptuado celebrar la pascua en semejanza del verdadero cordero que había de ser llevado como oveja al matadero. Pues aquello significaba la pasión de Cristo verdadero cordero.
 
Fue herido con una lanza
 
Porque su costado, había de ser abierto con una lanza, así fue prenunciado por él mismo, valiéndose de Job: “Quebrantóme, y púsome como blanco de sus tiros. Dejóme hecho un erizo con sus dardos; cubrió de heridas mis costados sin piedad alguna, me ha despedazado con heridas sobre heridas”; esto es, con la herida de la lanza sobre la herida de los clavos. (Job 16,13.) Por eso también por David: “Aumentaron más y más el dolor de mis llagas.” Y por Jeremías: “Entesó su arco, y me puso por blanco sus saetas. Ha clavado en mis lomos las flechas de su a1jaba.” (Jeremías Lament. 3, 12-13.) Y Zacarías: “Dirigirán sus ojos hacia aquel que traspasaron.” Ciertamente a este hombre a quien crucificaron. Este testimonio es también una de las pruebas con las cuales se declara que el prometido es Cristo, porque fue crucificado en su carne.
 
De su costado salieron sangre y agua
 
Porque manó sangre y agua de su costado, Zacarías dice: “Y tú mismo, oh Salvador mediante la sangre de tu. testamento has hecho salir a los tuyos, que se hallaban cautivos del lago en que no hay agua.” (Zacarías 9,11.)
 
Y Ezequiel: “Aquel varón dirigiéndose desde el Oriente ved como sobreabundan aguas de su costado derecho”; esto es, de Cristo, también de la misma agua que salió de su costado otro profeta así dice: “De su vientre correrán ríos de agua”; esto es, las aguas del bautismo que vivifican a los creyentes, son suministradas a los sedientos, cumpliéndose lo que fue escrito: “Lavaos, pues, purificaos.” (Isaías 1, 16.) Y: “Me lavarás y quedaré más blanco que la nieve.” (Salmo 50, 9.)
 
Fue sepultado
 
Porque su cuerpo fue entregado a la sepultura e inhumado, se dice en los salmos: “Me ha confinado en lugares tenebrosos como los que murieron hace ya un siglo.” (Salmo 142, 3.) Corno si dijera: “Como los hombres”, muy bien dicho porque él era Dios. Lo mismo Isaías: “Y el señor tendrá desde entonces un nombre y una señal eterna que jamás desaparecerá.” (Isaías 55, 13.) “Y será su sepulcro glorioso.” (Isaías 11, 10.) Y en otra parte: “Y en recompensa de bajar al sepulcro le concederá Dios la conversión de los impíos.” (Isaías 53, 9.)
 
Fue puesta una piedra en la puerta de su monumento
 
Porque después de ser sepultado, fue puesta una piedra a la entrada del monumento, él mismo dice, por su profeta Jeremías: “Cayó en el lago o fosa el alma mía: han puesto la losa sobre mi (Jeremías - Lament. 3, 53.) Y nuevamente: “Me circunvaló por todos los lados para que no escapase: púsome pesados grillos.” (Jeremías. - Lament. 3, 7.)
 
Descendió a los infiernos
 
Porque descendió, al infierno, así dice el Señor en el Eclesiástico: Penetraré todas las partes más hondas de la tierra, y echaré una mirada sobre todos los que duermen para juzgarlos: e iluminaré a todos los que esperan en el Señor.” (Eclesiástico 24, 45.) También en los salmos: “Porque mi alma está harta de males, y tengo ya un, pie en el sepulcro. Ya me cuentan entre los muertos, he venido a ser como un hombre desamparado de todos, manumitido entre los muertos.” (Ps. 87, 4-5.)
 
Descendió, pues, como hombre al Infierno; pero él solo únicamente entre los muertos fue libre, porque la muerte no lo pudo apresar.
 
(San Isidoro de Sevilla, Obras Escogidas de San Isidoro de Sevilla , Ed. Poblet, Buenos Aires, 1947, Pág. 56-69)

 

SAN PEDRO DE ALCÁNTARA
 
Textos sobre la pasión
 
1. Seis cosas que se han de meditar en la Pasión de Cristo:
 
* la grandeza de sus dolores, para compadecernos de ellos;
 
* la gravedad de nuestro pecado, que es la causa, para aborrecerlo;
 
* la grandeza del beneficio, para agradecerlo;
 
* la excelencia de la divina caridad y bondad que allí se descubre, para amarla;
 
* la conveniencia del misterio, para admirarnos de él;
 
* y la muchedumbre de virtudes de Cristo, que allí resplandecen, para imitarlas.
 
Así pues conforme a esto, cuando vamos meditando en la Pasión de Cristo debemos ir inclinando nuestro corazón, unas veces a la compasión de sus dolores. Dolores que fueron los mayores del mundo, tanto por la delicadeza de su cuerpo, como por la grandeza de su amor, y también por padecer sin ninguna manera de consolación.
 
Otras veces debemos tener respeto para sacar de aquí motivos de dolor de nuestros pecados. Ellos fueron la causa de que Él padeciese tantos y tan graves dolores como padeció.
 
Otras veces hemos de sacar de aquí motivos de amor y agradecimiento, considerando la grandeza del amor que Él mediante su Pasión nos descubrió y la grandeza del beneficio que nos hizo redimiéndonos tan copiosamente, con tan gran costo suyo y tanto provecho nuestro.
 
Otras veces debemos levantar los ojos para pensar la conveniencia del medio que Dios eligió para curar nuestra miseria. En efecto, para satisfacer por nuestras deudas, para socorrer nuestras necesidades, para merecernos su gracia y humillar nuestra soberbia, e inducirnos al menosprecio del mundo, al amor de la cruz, de la pobreza, de la aspereza, de las injurias y de todas las otras virtudes y trabajos que soportó.
 
Otras veces debemos poner los ojos en los ejemplos de virtudes que resplandecen en su santa vida y muerte: su mansedumbre, paciencia, obediencia, misericordia, pobreza, aspereza, caridad, humildad, benignidad, modestia y en todas las otras virtudes. En todas sus obras, silencios y palabras, resplandecen las virtudes, a las cuales debemos imitar algo de lo que en Él vemos, para no recibir ociosos el espíritu y la gracia que de Él para esto recibimos, y así caminemos hacia Él, por Él. Ésta es la más alta y provechosa manera de meditar la pasión de Cristo: la imitación, para que por la imitación lleguemos a la transformación, y así podamos decir con el Apóstol: vivo yo, mas no yo, sino Cristo que vive en mi ( Gal 2,20).
 
Además conviene que en todos estos pasos tengamos a Cristo presente ante nuestros ojos y hacer de cuenta que lo tenemos delante cuando padece. No sólo hay que tener en cuenta, la historia de su pasión, sino también todas sus circunstancias, especialmente estas cuatro: ¿Quién padece? ¿Por quién padece? ¿Cómo padece? ¿Por qué causa padece?
 
* ¿Quién padece? Dios todopoderoso, infinito, inmenso, etc.
 
* ¿Por quién padece? Por la más ingrata y desconocida criatura del mundo: yo.
 
* ¿Cómo padece? Con grandísima humildad, caridad, benignidad, mansedumbre, misericordia, paciencia, modestia, etc.
 
* ¿Por qué causa padece? No por algún interés suyo ni merecimiento nuestro, sino por solas las entrañas de su infinita piedad y misericordia. Demás de esto, no te contentes con mirar lo que por fuera padece, sino mucho más hay que contemplar en el alma de Cristo que en su cuerpo, intentar penetrar en sus sentimientos, sus dolores, y en los otros afectos y consideraciones que poseía en su corazón.
 
Presupuesto este pequeño preámbulo comencemos a repetir y poner por orden los misterios de esta Sagrada Pasión.
 
2. Lavatorio de pies e institución de la Eucaristía
 
Haz la señal de la cruz y recuerda los puntos que vas a meditar: el lavatorio de pies (cf. Jn 13,1-20) y la institución del Santísimo Sacramento (cf. Lc 22,19-20).
 
Lavatorio de pies. Considera en esta cena a Jesús, y mira el ejemplo de inestimable humildad que aquí te da levantándose de la mesa y lavando los pies a sus discípulos. ¡Oh buen Jesús! ¿qué es lo que haces? ¿por qué tanto se humilla tu Majestad? ¿Qué sentirías si vieras a Dios arrodillado ante los pies de los hombres y ante los pies de Judas? ¿cómo no te ablanda el corazón esa tan gran mansedumbre? ¿Es posible que tu hayas ordenado vender este mansísimo Cordero? ¿Es posible que no te hayas compungido ahora con este ejemplo? ¡Oh hermosas manos!, ¿cómo podéis tocar pies tan sucios y abominables? ¡Oh purísimas manos!, ¿cómo no tenéis asco de lavar los pies enlodados en los caminos y tratos de vuestra sangre? ¡Oh apóstoles bienaventurados!, ¿cómo no tembláis viendo esa tan grande humildad? Pedro, ¿qué haces; por ventura, consentirás que el Señor de la Majestad te lave los pies?
 
Maravillado y atónito San Pedro, viendo al Señor arrodillado delante de sí, comenzó a decir: ¿Tú, Señor, lavarme los pies a mí? ( Jn 13,6) ¿No eres tú Hijo de Dios vivo? ¿No eres Tú el creador del mundo, la hermosura del cielo, paraíso de los ángeles, el remedio de los hombres, el resplandor de la gloria del Padre, la fuente de la sabiduría de Dios en las alturas? ¿Pues Tú me quieres a mi lavar los pies? ¿Tú, Señor de tanta majestad y gloria, quieres entender en oficio de tan gran bajeza?
 
Considera también cómo, acabando de lavar los pies, los limpia con aquel sagrado lienzo que estaba ceñido y sube más arriba con los ojos del alma, y verás allí representado el Misterio de nuestra Redención. Mira cómo aquel lienzo recogió en sí toda la inmundicia de los pies sucios, y así ellos quedaron limpios y el lienzo quedaría todo manchado y sucio después de hecho este oficio. ¿Qué cosa más sucia que el hombre concebido en pecado, y qué cosa más limpia y más hermosa que Cristo concebido de Espíritu Santo? Pues este tan hermoso y tan limpio quiso recibir en sí todas las manchas y fealdades de nuestra alma, y dejándolas limpias y libres de ellas, Él quedó (tal como lo ves) en la Cruz, mancillado y afeado con ellas.
 
Después de esto, considera aquellas palabras con que dio fin el Salvador a esta historia, diciendo: ejemplo os he dado, para que como Yo lo hice, así vosotros lo hagáis ( Jn 13,15). Estas palabras no sólo se han de referir a este paso y ejemplo de humildad, sino también a todas las obras y vida de Cristo, porque toda ella es un perfecto modelo de todas las virtudes.
 
Institución del Santísimo Sacramento. Para entender algo de este misterio, has de presuponer que ninguna lengua puede declarar la grandeza del amor que Cristo tiene a su Esposa la Iglesia; y, por consiguiente, a cada una de las almas que están en gracia, porque cada una de ellas es también esposa suya. Queriendo este Esposo dulcísimo partir de esta vida y ausentarse de su Esposa la Iglesia (para que esta ausencia no le fuese causa de olvido), no queriendo que entre Él y ella hubiese otra realidad que despertase su memoria, sino sólo Él. Quería también el Esposo en esta ausencia tan larga dejar a su Esposa compañía, para que no se quedase sola; y le dejó la de este Sacramento, donde se queda Él mismo, la mejor compañía que le podía dejar. Quería también padecer muerte por su Esposa y redimirla, y enriquecerla con el precio de su sangre. Y para que ella pudiese (cuando quisiera) gozar de este tesoro, le dejó las llaves del mismo en este Sacramento. Dice San Juan Crisóstomo: “todas las veces que nos llegamos a él, debemos pensar que llegamos a poner la boca en el costado de Cristo, y bebemos de aquella preciosa Sangre, y nos hacemos participantes de Él”. Deseaba, este celestial Esposo, ser amado de su Esposa con gran amor y para esto ordenó este misterioso bocado con tales palabras consagrado que quien dignamente lo recibe, inmediatamente es tocado y herido de este amor.
 
Quería también asegurar a su Esposa, y darle un anticipo de aquella bienaventurada herencia de gloria, para que con la esperanza de este bien pasase alegremente por todos los otros trabajos y asperezas de esta vida. Pues para que la Esposa tuviese cierta y segura la esperanza de este bien, le dejó acá en prendas este inefable tesoro que vale tanto como todo lo que allá se espera, para que no desconfiase, que se le dará Dios en la gloria, donde vivirá en espíritu, pues no se le negó en este valle de lágrimas, donde vive en carne.
 
Quería también a la hora de su muerte hacer testamento y dejar a su Esposa algún regalo para su remedio, y le dejó este, que era el más precioso y provechoso que le pudiera dejar, pues en él se deja a Dios. Quería, finalmente dejar a nuestras almas suficiente provisión y mantenimiento con que vivir, pues el alma no tiene menor necesidad de su propio mantenimiento para vivir vida espiritual, que el cuerpo del suyo para la vida corporal. Pues para esto ordenó este tan sabio Médico (el cual también tenía tomados los pulsos de nuestra flaqueza) este Sacramento, y por eso lo ordena en especie de alimento, para que la misma especie en que instituyó nos declarase el efecto que obraba, y la necesidad que nuestras almas tenían de él, no menor que la que los cuerpos tienen de su propio manjar.
 
3. La oración en el huerto. La entrega. En casa de Anás
 
Puesto en presencia de Dios, después de ofrecerle todos tus pensamientos, deseos e intenciones para su gloria, recuerda los pasos de la pasión que vas a meditar: la oración en el huerto (cf. Lc 22,39-46), la entrega (cf. Lc 22,47-53) y en casa de Anás (cf. Jn 1919-24).
 
La oración del huerto. Considera primeramente cómo acabada aquella misteriosa Cena, se fue el Señor con sus discípulos al monte de los Olivos a hacer oración antes que entrase en la batalla de su pasión. Así nos enseña cómo en todos los trabajos y tentaciones de esta vida debemos siempre recurrir a la oración como a una sagrada áncora. De este modo o nos será quitada la carga de la tribulación, o se nos darán fuerzas para llevarla, lo cual es una gracia mayor. Para compañía de este camino tomó consigo aquellos tres amados discípulos: San Pedro, Santiago y San Juan (cf. Mt 26,37), los cuales habían sido testigos de su gloriosa Transfiguración (cf. Lc 9,28-36), para que ellos mismos viesen cuán diferente figura tomaba ahora por amor de los hombres el que tan glorioso se les había mostrado en aquella visión. Para que entendiesen que no eran menores los trabajos interiores de su alma que los de fuera, les dijo aquellas tan dolorosas palabras: Triste está mi alma hasta la muerte. Esperadme aquí, y velad conmigo ( Mt 26,37). Acabadas estas palabras, se apartó el Señor de los discípulos como un tiro de piedra, y postrado en tierra con grandísima reverencia, comenzó su oración diciendo: Padre, si es posible, haz que pase de mí este cáliz; mas no se haga como Yo lo quiero, sino como lo quieres Tú ( Mt 26,39). Y hecha esta oración tres veces, a la tercera fue tan grande su agonía, que comenzó a sudar gotas de sangre, que iban por todo su sagrado Cuerpo hilo por hilo hasta caer en tierra.
 
Considera, pues, al Señor en este paso tan doloroso, y mira cómo se le representan en su mente todos los tormentos que iba a padecer, todos los crueles dolores preparados para el más delicado de los cuerpos. Veía también en su mente todos los pecados del mundo por los cuales padecía, y el desagradecimiento de tantas personas, que no reconocerían este beneficio, ni se aprovecharían de tan grande y costoso remedio. Su alma estaba tan angustiada, y sus sentimientos y carne tan turbados, que todas las fuerzas y elementos de su cuerpo se destemplaron y, la carne bendita se abrió por todas partes y dio lugar a la sangre que manase por toda ella en tanta abundancia que corriese hasta la tierra. Y si la carne, que de sola redundancia padecía esos dolores, estaba así ¿cómo estaría su alma que padecía directamente esos dolores?
 
La entrega. Mira después cómo, acabada la oración, llegó aquel falso amigo con aquella infernal compañía, habiendo renunciado ya al oficio de Apóstol, se convierte en guía y capitán del ejército de Satanás. Mira cuán sin vergüenza se adelantó primero que todos, y llegando al buen Maestro, lo vendió con beso de falsa paz. En aquella hora dijo el Señor a los que le venían a prender: Así como a ladrón salisteis a Mi con espadas y palos; y habiendo Yo estado con vosotros cada día en el Templo, no extendisteis las manos en Mí; más ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas ( Mt 27,55). ¿Qué cosa de mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen, no solamente de pecado, sino también de condenado? Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas . De estas palabras se saca que en aquella hora fue entregado el Cordero inocente en poder de los príncipes de las tinieblas, que son los demonios, para que por medio de sus ministros ejecutasen en él todos los tormentos y crueldades que quisiesen. Piensa ahora hasta dónde se abajó aquella Alteza divina por ti, pues llegó al postrero de todos los males, que es a ser entregado en poder de los demonios. Y esto porque la pena que tus pecados merecían era ésa. Él voluntariamente quiso ponerse en esta situación para que tú quedases libre de ella.
 
Dichas estas palabras arremetió luego toda aquella manada de lobos hambrientos contra aquel manso Cordero, y unos lo arrebatan por una parte, otros por otra, cada uno como podía. ¡Oh, cuán inhumanamente le tratarían, cuántas descortesías le dirían, cuántos golpes y estirones le darían, qué de gritos y golpes alzarían, como suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con la presa! Toman aquellas santas manos, que poco antes habían obrado tantas maravillas, y las atan muy fuertemente con unos lazos corredizos, hasta desollarle la piel de los brazos y hasta hacerle reventar la sangre. Así lo llevan atado por las calles públicas, con gran ignominia. Míralo muy bien, va desamparado de sus discípulos, acompañado de sus enemigos, el paso corrido, el huelgo apresurado, la color mudada y el rostro ya encendido y sonrosado con la prisa del caminar. Contempla en tan mal trato a su Persona, la mesura en el rostro, la gravedad en sus ojos y aquel semblante divino que en medio de todas las descortesías del mundo nunca pudo ser oscurecido.
 
En casa de Anás. Luego puedes ir con el Señor a la casa de Anás, y mira cómo allí, el Señor respondiendo cortésmente a la pregunta que el Pontífice le hizo sobre sus discípulos y doctrina, uno de aquellos malvados, que estaban presentes, dio una gran bofetada en su rostro, diciendo ¿Así has de responder al Pontífice? ( Jn 18,22). Al cual el Salvador, benignamente, respondió: Si mal hablé, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me hieres? Mira no solamente la mansedumbre de esta respuesta, sino también aquel divino rostro señalado y colorado con la fuerza del golpe, aquellos ojos tan serenos y tan sin turbación en aquella afrenta y su alma santísima en lo interior tan humilde y aparejada para poner la otra mejilla si el verdugo lo demandara.
 
4. El Señor ante Caifás. Dificultades de aquella noche. Negaciones de Pedro. Los azotes atado a la columna
 
Después de ponerte en presencia de Dios, usa tu imaginación. Imagina que Jesús está delante de ti. Pídele la gracia de aprovechar este momento de oración. Usa tu entendimiento para penetrar en los siguientes pasos de la Pasión: el Señor ante Caifás (cf. Mt 26,57-68), las dificultades de aquella noche (cf. Lc 22,63-65), la negación de Pedro (cf. Lc 22,54-62) y los azotes que recibió atado a la columna (cf. Mt 27,24-26).
 
El Señor ante Caifás. Considera cómo de la casa de Anás llevan al Señor a la del Pontífice Caifás, ahí verás eclipsado el sol de justicia y escupido aquel divino rostro que desean mirar los ángeles. El Salvador, siendo conjurado por el nombre del Padre que dijese quién era, respondió a esta pregunta lo que convenía, aquellos que tan indignos eran de tan alta grande luz se volvieron contra él como perros rabiosos y allí descargaron todas sus iras y rabias. Allí todos a porfía le dan bofetadas y golpes. Allí le cubren los ojos con un paño, dándole bofetadas en la cara, y juegan con él, diciendo: ¡Adivina quién te pegó! ¡Oh maravillosa humildad y paciencia del Hijo de Dios! ¡Oh hermosura de los ángeles! ¿Era ese un Rostro para escupir en él? Los hombres, cuando quieren escupir, suelen volver la cara al rincón más despreciado ¿y en todo ese palacio no se halló otro lugar más despreciado que tu rostro para escupir en él? ¿Cómo no te humillas con este ejemplo, tú que eres tierra y ceniza?
 
Dificultades de aquella noche. Después de esto, considera los trabajos que el Salvador pasó toda la dolorosa noche. Los soldados que lo guardaban escarnecían de Él, como dice san Lucas, y para vencer el sueño de la noche se burlaban y jugaban con el Señor de la Majestad. Mira cómo tu dulcísimo Esposo está puesto como blanco de tantos golpes y bofetadas, que allí le daban. ¡Oh noche desasosegada, en la cual, mi buen Jesús, no dormías, ni dormían los que tenían por descanso atormentarte! La noche fue ordenada para que en ella todas las criaturas tomasen reposo, y los sentidos y miembros cansados de los trabajos del día descansasen. Esta noche la emplean ahora los malos para atormentar todos tus miembros y sentidos, hiriendo tu cuerpo, afligiendo tu alma, atando tus manos, abofeteando tu cara, escupiendo tu rostro, atormentando tus oídos, porque en el tiempo en que todos los miembros suelen descansar, todos ellos en Ti penasen y trabajasen. ¡Qué maitines tan diferentes de los que en aquella hora te cantarían los coros de los ángeles en el cielo! Allá dicen: Santo Santo ; acá dicen muera, muera: crucifícalo , crucifícalo . ¡Oh ángeles del paraíso, que oís unas y otras voces! ¿qué sentíais viendo tan mal tratado en la tierra Aquel a quien vosotros con tanta reverencia tratáis en el cielo? ¿Qué sentíais viendo que Dios tales cosas padecía por los mismos que tales cosas hacían? ¿Quién puede imaginar mayor caridad, que padecer uno la muerte por librar de la muerte al mismo que se la da?
 
La negación de Pedro. Crecieron los trabajos de aquella noche dolorosa con la negación de San Pedro. Aquel amigo tan familiar, aquel escogido para ver la gloria de la Transfiguración, aquel honrado entre todos con el principado de la Iglesia. Ese primero que todos, no una, sino tres veces, en presencia del mismo Señor, jura y perjura que no le conoce, ni sabe quién es. Pedro, ¿tan mal hombre es ese que ahí está que tienes por gran vergüenza aun el haberlo conocido? Mira que eso es condenarle tú primero que los Pontífices, pues das a entender que Él es una persona tal, que tú mismo te deshonras de conocerlo. ¿Pues qué mayor injuria puede ser que ésa? se volvió entonces el Salvador, y miró a Pedro ( Lc 22,61). Los ojos del Buen Pastor miran aquella oveja que se le había perdido. ¡Oh vista de maravillosa virtud! ¡Oh mirada silenciosa grandemente significativa! Bien entendió Pedro el lenguaje, y las voces de aquella vista, pues las del gallo no bastaron para despertarlo y éstas sí. Mas no solamente hablan, sino también obran los ojos de Cristo. Las lágrimas de Pedro no manaron tanto de los ojos de Pedro, cuanto de aquella mirada de Cristo.
 
Los azotes, atado a la columna. Después de todas estas injurias considera los azotes que el Salvador padeció a la columna. El juez, visto que no podía aplacar la furia de aquellas infernales fieras, determinó hacer en Él un famoso castigo que bastase para satisfacer la rabia de aquellos tan crueles corazones, para que, contentos con esto, dejasen de pedirle la muerte. Entra, con tu mente y tu corazón en el Pretorio de Pilatos, y lleva contigo las lágrimas aparejadas, que serán bien menester para lo que allí verás y oirás. Mira cómo aquellos crueles y viles carniceros desnudan al Salvador de sus vestiduras con tanta inhumanidad. Cómo Él se deja desnudar de ellos con tanta humildad, sin abrir la boca ni responder palabra a tantas descortesías como allí le herían. Mira cómo luego atan aquel santo cuerpo a una columna para que así lo pudiesen herir a su placer donde y como ellos más quisiesen. Mira cuán solo estaba el Señor de los Ángeles entre tan crueles verdugos, sin tener de su parte ni padrinos, ni valedores que hiciesen por Él, ni aún siquiera ojos que se compadeciesen de Él. Mira cómo luego comienzan con grandísima crueldad a descargar sus látigos y disciplinas sobre aquellas delicadísimas carnes, y cómo se añaden azotes sobre azotes, llagas sobre llagas y heridas sobre heridas. Allí verás al Sacratísimo Cuerpo cubrirse de heridas, rasgada la piel, derramando su sangre y corriendo a hilos por todas partes. Recuerda que los romanos ataban huesos o plomo al extremo de los látigos, para arrancar la carne de sus víctimas.
 
Considera luego, acabados los azotes, cómo el Señor se cubriría, y cómo andaría por todo aquel Pretorio buscando sus vestiduras en presencia de aquellos crueles carniceros, sin que nadie le sirviese, ni ayudase, ni proveyese de ningún lavatorio, ni refrigerio de los que se suelen dar a los que así quedan llagados. Todas estas son cosas dignas de grande sentimiento, agradecimiento y consideración.
 
5. Coronación de espinas. Ecce homo . Con la cruz a cuestas
 
Recuerda que si encuentras gusto, luz y fruto en alguna de las verdades en que meditas, en algún paso de la Pasión, no sigas adelante, sino aprovecha este momento al modo como las abejas no dejan la flor hasta que sacan todo el néctar. Los pasos en que puedes meditar hoy son: la coronación de espinas (cf. Mc 15,16-20), el ecce Homo (cf. Jn 18,1-7), Jesús con la cruz a cuestas (cf. Jn 19,17) y la Virgen que sale al encuentro de su Hijo.
 
La coronación. A la consideración de estos pasos tan dolorosos nos convida la Esposa en el libro de los Cantares, por medio de estas palabras: Salid, hijas de Sión, y mirad al rey Salomón con la corona que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón ( Cant 3,11). Abre tus ojos y mira esta escena tan dolorosa. ¿No bastaron, Señor, los azotes pasados, y la muerte venidera, y tanta sangre derramada, sino que por fuerza habían de sacar las espinas la sangre de la cabeza a quien los azotes perdonaron? Recuerda la imagen que antes tenía este Señor, y la excelencia de sus virtudes. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneración. Luego vuelve a mirar de la manera que aquí está: cubierto de aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema de espinas en la cabeza. Aquellos ojos mortales, aquel rostro difunto y aquella figura toda borrada con la sangre y afeada por las salivas, que por todo el rostro estaban tendidas. Míralo todo de dentro y de fuera, el corazón atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los soldados, despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente y desamparado de todo favor humano. No pienses en esto como cosa ya pasada, sino como algo presente; no como dolor ajeno, sino como tuyo propio. Ponte tú mismo en el lugar del que padece, y mira lo que sentirías si en una parte tan sensible como es la cabeza te hincasen muchas y muy agudas espinas que penetrasen hasta los huesos ¿y qué digo espinas?, una sola punzada de un alfiler apenas la podrías sufrir ¿Pues qué sentiría aquella delicadísima cabeza con tal género de tormentos?
 
He aquí el Hombre. Acabada la coronación y escarnios del Salvador, lo tomó el juez por la mano, así como estaba tan mal tratado, y lo sacan a la vista del pueblo furioso. Les dijo: Ecce Homo ( Jn 19,5). Como si dijera: si por envidia le procurabais la muerte, lo veis aquí tal que no está para tenerle envidia, sino lástima. Temíais no se hiciese Rey, lo veis aquí tan desfigurado, que apenas parece un hombre. De estas manos atadas, ¿qué teméis? A este hombre azotado, ¿que más le demandáis?
 
Por aquí puedes entender, de qué modo estaría el Salvador, pues el juez creyó que bastaba la figura que allí traía para quebrantar el corazón de tales enemigos. En lo cual puedes bien entender la crueldad de un cristiano que no tiene compasión de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales, que bastaban (según el juez creyó) para ablandar unos tan fieros corazones.
 
Cargado con la Cruz. Pues como Pilatos viese que no bastaban las justicias que se habían hecho en aquel santísimo Cordero para amansar el furor de sus enemigos, entró en el Pretorio, y se sentó en el tribunal para dar sentencia final en aquella causa. Ya estaba a las puertas aparejada la Cruz, ya asomaba por lo alto aquella temerosa bandera, amenazando a la cabeza del Salvador. Dada, pues, ya y promulgada la sentencia cruel, añaden los enemigos una crueldad a otra, que fue cargar sobre aquellas espaldas, tan molidas y despedazadas con los azotes pasados, el madero de la Cruz. El Señor no rehusó esta carga, en la cual iban todos nuestros pecados, sino antes la abrazó con suma caridad y obediencia por nuestro amor.
 
Camina, pues, el inocente Isaac al lugar del sacrificio con aquella carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos. Le sigue mucha gente y muchas piadosas mujeres, que con sus lágrimas le acompañan. ¿Quién no derramará lágrimas viendo al Rey de los ángeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblándole las rodillas, inclinando el cuerpo, los ojos desmesurados, el rostro sangriento con aquella corona en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra Él?
 
La Virgen Madre al encuentro del Hijo. Aparta ahora un poco tus ojos de este cruel espectáculo, y con ojos llorosos mira a la Virgen. Postrado a sus pies comienza a decirle con dolorosa voz: “¡Oh Señora de los ángeles, Reina del cielo, puerta del paraíso, abogada del mundo, refugio de los pecadores, salud de los justos, alegría de los santos, maestra de las virtudes, espejo de la limpieza, título de castidad, dechado de paciencia y suma de toda perfección! Ay de mí Señora mía, ¡para qué se ha guardado mi vista para esta hora! ¿Cómo puedo yo vivir habiendo visto con mis ojos lo que ve? ¿Para qué son más palabras? Dejo a tu Unigénito Hijo y mi Señor en manos de sus enemigos, con una Cruz a cuestas para ser en ella ajusticiado.”
 
¿Qué corazón puede entender hasta dónde llegó el dolor de la Virgen? Desfalleció aquí su alma, y se le cubrió la cara y todos sus virginales miembros de un sudor de muerte, que hubiesen bastado para terminar con su vida, si la providencia divina no la hubiese guardado para mayor trabajo, y también para mayor corona.
 
Camina la Virgen en busca del Hijo. Oye desde lejos el ruido de las armas, el tropel de las gentes, y el clamor de los pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto. Allá en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otra guía. Se acerca más y más a su amado Hijo. Tiende sus ojos oscurecidos con el dolor y sombra de la muerte, para ver al que tanto amaba su alma. Por una parte deseaba verlo, y por otra rehusaba de ver tan lastimera figura. Finalmente, llega donde lo pude ver, se miran aquellas dos lumbreras del cielo una a otra, y se atraviesan sus corazones con los ojos y hieren con su vista sus corazones lastimados. Las lenguas estaban enmudecidas, mas el corazón de la Madre hablaba, y el Hijo dulcísimo le decía: ¿Para qué viniste aquí, paloma mía, querida mía y Madre mía? Tu dolor acrecienta el mío, y tus tormentos me atormentan. Vuélvete, Madre mía, vuélvete a tu posada, que no pertenece a tu vergüenza y pureza virginal compañía de homicidas y de ladrones.
 
Escucha en el silencio de tu corazón el lenguaje de estas miradas, las del Hijo y las de la Madre. Camina con ellos aquel trabajoso camino hasta el lugar de la Cruz.
 
6. Despojo de las vestiduras. Cristo en cruz. Las 7 palabras
 
La meditación de la Pasión de Cristo causa buenos sentimientos en tu voluntad y en la parte afectiva de tu alma: el amor a Dios, el deseo de la salvación propia y de los demás, la compasión, la misericordia, la confianza en Dios, el arrepentimiento de tus pecados... Pero hay que tratar que esos sentimientos y afectos, se vayan concretando en propósitos y resoluciones. Así por ejemplo la primera palabra de Cristo en la cruz te animará a perdonar a tus enemigos, a amarlos, etc. De este modo te puedes ir corrigiendo rápidamente. Pero si sólo te contentas con los sentimientos y afectos, sin resolverte a practicarlos, quizás puedas corregirte, pero será con gran dificultad y después de muchísimo tiempo.
 
Detiene tu mente y tus afectos en: el despojo de las vestiduras (cf. Jn 19,23-24), Cristo en la Cruz (cf. Mc 14,23-32) y sus siete últimas palabras.
 
Despojo de las vestiduras. Comienza a pensar en el Misterio de la santa Cruz, por cuyo fruto se reparó el daño de aquel venenoso fruto del árbol vedado. Mira primeramente cómo, llegado ya el Salvador a este lugar, aquellos perversos enemigos (porque fuese más vergonzosa su muerte) lo desnudan de todas sus vestiduras hasta la túnica interior, que era toda tejida de alto a bajo, sin costura alguna. Mira con cuánta mansedumbre se deja desollar aquel inocentísimo Cordero sin abrir su boca, ni hablar palabra contra los que así lo trataban. Antes de muy buena voluntad consentía ser despojado de sus vestiduras, y quedar a la vergüenza desnudo, porque con ellas se cubriese mejor que con las hojas de higuera la desnudez en que por el pecado caímos.
 
Dicen algunos doctores que, para desnudar al Señor esta túnica, le quitaron con grande crueldad la corona de espinas que tenía en la cabeza y, después de ya desnudo, se la volvieron a poner, y a hincarle otra vez las espinas por el cerebro, que sería cosa de grandísimo dolor. Es de creer que usaran de esta crueldad los que de otras muchas y muy extrañas usaron con Él en todo el proceso de su Pasión, teniendo en cuenta lo dicho por el Evangelista que hicieron con Él todo lo que quisieron. Y como la túnica estaba pegada a las llagas de los azotes, y la sangre estaba ya helada y abrazada con la misma vestidura, al tiempo que se la desnudaron (como eran tan ajenos a la piedad aquellos malvados), se la despegan de golpe y con tanta fuerza, que le desollaron y renovaron todas las llagas de los azotes, de tal manera, que el santo Cuerpo quedó por todas partes abierto y como descortezado, y hecho todo una grande llaga, que por todas partes manaba sangre.
 
Considera la alteza de divina bondad y misericordia que en este Misterio tan claramente resplandece. Mira cómo Aquel que viste los cielos de nubes y los campos de flores y hermosura, aquí es despojado de todas sus vestiduras. Considera el frío que padecería aquel santo Cuerpo, estando como estaba despedazado y desnudo, no sólo de sus vestiduras, sino también de los cueros de la piel, y con tantas puertas de llagas abiertas por todo él. Y si estando San Pedro vestido y calzado la noche antes padecía frío, ¿cuánto mayor lo padecería aquel Cuerpo estando tan llagado y desnudo?
 
Cristo en Cruz. Después de esto considera cómo el Señor fue enclavado en la Cruz, y el dolor que padecería al tiempo que aquellos clavos gruesos y punzantes entraban por las más sensibles y más delicadas partes del más delicado de todos los cuerpos. Mira también lo que la Virgen sentiría al ver con sus ojos y oír con sus oídos los crueles y duros golpes que sobre aquellos miembros divinos tan a menudo caían. Verdaderamente aquellas martilladas y clavos al Hijo traspasaban las manos, mas a la Madre herían el corazón.
 
Mira cómo luego levantaron la Cruz en alto y la fueron a hincar en un hoyo que para esto tenían hecho, y cómo (según eran crueles los ministros) al tiempo de asentar, la dejaron caer de golpe. Así se estremecería todo aquel santo Cuerpo en el aire y se rasgarían más los agujeros de los clavos, que sería cosa de intolerable dolor.
 
Salvador y Redentor mío, ¿qué corazón habrá tan de piedra que no se parta de dolor (pues en este día se partieron las piedras) considerando lo que padeces en esta cruz? Te cercaron, Señor, los dolores de muerte, y todos los vientos y olas del mar han envestido sobre Ti. El Padre te ha desamparado, ¿Señor, qué esperas de los hombres? Los enemigos te gritan, los amigos te quiebran el corazón, tu alma está afligida, y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron, cierto, mis pecados, y tu penitencia lo declara. Rey mío, te veo cosido con un madero. No hay quien sostenga tu cuerpo sino tres garfios de hierro; de ellos cuelga tu sagrada carne, sin tener otro refrigerio. Cuando cargas el cuerpo sobre los pies, se desgarran las heridas de los pies con los clavos que tienen atravesados; cuando la cargas sobre las manos, se desgarran las heridas de las manos con el peso del cuerpo. Pues la santa cabeza, atormentada y enflaquecida con la corona de espinas ¿qué almohada la sostendría? ¡Oh cuán bien empleados fueron antes vuestros brazos, serenísima Virgen, para este oficio, mas no servirán ahora allí los vuestros, sino los de la Cruz! Sobre ellos se reclinará la sagrada cabeza cuando quisiere descansar, y el refrigerio que de ello recibirá será hincarse más las espinas por el cerebro.
 
Crecieron los dolores del Hijo con la presencia de la Madre, con los cuales no menos estaba su corazón sacrificado de dentro, que el sagrado Cuerpo lo estaba de fuera. En este día, dos cruces hay para Ti, ¡oh buen Jesús!: una para tu cuerpo y otra para el alma; la una es de pasión, la otra de compasión; la una traspasa el Cuerpo con los clavos de hierro, y la otra tu alma santísima con clavos de dolor. ¿Quién podría expresar lo que sentías cuando declarabas las angustias de aquella alma santísima, la cual tan de cierto sabías estar contigo crucificada en la Cruz? Veías aquel piadoso corazón de tu Madre traspasado y atravesado con el cuchillo del dolor. Tenías los ojos sangrientos y mirabas aquel divino rostro cubierto de amarillez de muerte. Ven aquellas angustias de su alma y aquellos ríos de lágrimas, que salían de sus purísimos ojos. Oías los gemidos, que se arrancaban de aquel sagrado pecho exprimidos con peso de tan gran dolor.
 
Las siete palabras. Después de esto, puedes considerar aquellas siete palabras que el Señor habló en la Cruz. De las cuales la primera fue Padre, perdona a estos, que no saben lo que hacen ( Lc 23,34). Mira pues con cuánta caridad en estas palabras encomendó sus enemigos al Padre. Así nos encomienda la caridad con nuestros enemigos.
 
La segunda al ladrón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso ( Lc 23,43). Mira con cuánta misericordia recibió al Ladrón que le confesaba. Aprende la misericordia con los pecadores.
 
La tercera a su Madre Santísima: Mujer, he ahí a tu hijo ( Jn 19,26). Piensa con qué entrañas encomendó a la piadosa Madre el amado discípulo. Imita su piedad para con tus padres.
 
La cuarta: Tengo sed ( Jn 19,28). Piensa con cuánta sed y ardor mostró que deseaba la salvación de los hombres. Toma ejemplo del deseo de salvar al prójimo.
 
La quinta: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste? ( Mt 28,46). Contempla con cuán dolorosa voz derramó su oración ante su Padre. Aprende a orar en las tribulaciones y desamparos de Dios.
 
La sexta: Todo está consumado ( Jn 19,30). Medita cómo llevó hasta el final tan perfectamente su obediencia al Padre. Imita su obediencia y perseverancia hasta el final.
 
La séptima: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu ( Lc 23,46). Mira cómo encomienda su espíritu y se resigna totalmente en las manos de su Padre. Nos da ejemplo de perfecta resignación en las manos de Dios, que es la suma de toda nuestra perfección.
 
7. Lanzada del costado. Descendimiento. Llanto de Nuestra Señora. La sepultura
 
Siempre al terminar la meditación, ten un diálogo (o coloquio) con Cristo, con la Virgen... Háblales como un hijo habla a su padre, como un amigo con su mejor amigo. Esto lo puedes hacer no sólo al finalizar la meditación, sino desde el principio. Insiste pidiendo al Señor la gracia que necesitas. Sobre cada uno de los misterios de la Pasión, puedes detenerte en los que más luz te dieron, o más dificultad encontraste para meditar.
 
Recuerda ahora los pasos que vas a meditar: la herida del costado (cf. Jn 19,31-37), el descendimiento de la cruz, el llanto de la Madre y la sepultura (cf. Jn 19,38-42).
 
La lanzada. Considera cómo habiendo ya expirado el Salvador en la Cruz, y cumplido el deseo de aquellos crueles enemigos, que tanto deseaban verlo muerto, aun después de esto no se apagó la llama de su furor, porque se quisieron vengar y encarnizar en aquellas Santas Reliquias que quedaron, partiendo y echando suertes sobre sus vestiduras y rasgando su sagrado pecho con una lanza cruel. ¡Oh crueles ministros! ¡Oh corazones de hierro, y tan poco os parece lo que ha padecido el cuerpo vivo que no le queréis perdonar aun después de muerto! ¿Qué rabia de enemistad hay tan grande que no se aplaque cuando ve al enemigo muerto delante de sí? ¡Alzad un poco esos crueles ojos, y mirad aquella cara mortal, aquellos ojos difuntos, aquel caimiento de rostro y aquella amarillez y sombra de muerte, que aunque seáis más duros que el hierro y que el diamante y que viéndolos vosotros mismos os amansaréis!
 
Llega pues, el ministro con la lanza en la mano, y le atraviesa con gran fuerza por el pecho desnudo del Salvador. Se estremeció la Cruz en el aire con la fuerza del golpe, y salió allí agua y sangre, con que se sanan los pecados del mundo. ¡Oh herida del costado de Cristo! Eres río que sales del Paraíso y riegas con tus corrientes toda la redondez de la tierra. Llaga del costado precioso, hecha más por amor de los hombres que con el hierro de la lanza cruel. Eres puerta del cielo, ventana del paraíso, lugar de refugio, torre de fortaleza, santuario de los justos, sepultura de los peregrinos, nido de palomas sencillas y lecho florido de la esposa de Salomón. ¡Dios te salve, llaga del costado precioso, que llagas los corazones devotos; herida que hieres las almas de los justos; rosa de inefable hermosura; rubí de precio inestimable; entrada para el corazón de Cristo, testimonio de su amor y prenda de la vida perdurable!
 
El descenso. Después de esto considera cómo aquel mismo día en la tarde llegaron aquellos dos santos varones José y Nicodemo y arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el cuerpo del Salvador. Cómo la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba el sagrado Cuerpo a tierra, ella se prepara para darle puerto seguro en sus pechos, y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos. Pide con gran humildad a aquella noble gente, ya que no se había despedido de su Hijo, ni recibido de Él los postreros abrazos en la Cruz al tiempo de su partida, que la dejen ahora llegar a Él y no le aumenten su desconsuelo. Si los enemigos se lo habían quitado cuando estaba vivo, ahora no quería que los amigos se lo quiten muerto.
 
Llanto. Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de paz, llorad con esta sagrada Virgen; llorad cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Se abraza la Madre con el cuerpo despedazado, lo aprieta fuertemente en sus pechos (para sólo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, junta rostro con rostro, se tiñe la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y se riega la del Hijo con las lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Acaso es ése vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirabais? Lloraron todos los que estaban presentes; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el cielo y la tierra y todas las criaturas, acompañaban las lágrimas de la Virgen.
 
Lloraba Juan, el santo evangelista, y, abrazado con el cuerpo de su Maestro decía: ¡Oh Maestro bueno y Señor mío! ¿A quién iré con mis dudas? ¿En qué pechos descansaré? ¿Quién me dará parte en los secretos del cielo? ¿Qué mudanza ha sido esta tan extraña? Anoche me tuviste en tus sagrados pechos dándome alegría de vida, y ahora te pago aquel grande beneficio teniéndote en los míos muerto? ¿Es éste el rostro que yo vi transfigurado en el monte Tabor? ¿Esta es aquella figura más clara que el sol de medio día?
 
Lloraba también aquella santa pecadora, y abrazada con los pies del Salvador decía. ¡Oh lumbre de mis ojos y remedio de mi alma!, si me viera cargada de los pecados, ¿quién me recibirá? ¿Quién curará mis llagas? ¿Quién responderá por mí? ¿Quién me defenderá de los fariseos? ¡Oh cuán de otra manera tuve yo estos pies y los lavé cuando en ellos me recibiste! ¡Oh amado de mis entrañas!, ¿Quién me diese ahora que yo muriese contigo? ¡Oh vida de mi alma!, ¿cómo puedo decir que te amo, pues estoy viva teniéndote delante de mis ojos muerto? De esta manera lloraban y lamentaban toda aquella compañía, regando y lavando con lágrimas el Cuerpo sagrado.
 
La sepultura. Llegaba, pues, ya la hora de la sepultura, envuelven el santo Cuerpo en una sábana limpia, atan a su rostro un sudario y, puesto encima de un lecho, caminan con Él al lugar del monumento. Allí depositan aquel precioso tesoro. El sepulcro se cubrió con una losa y el corazón de la Madre con una oscura niebla de tristeza. Allí se despidió otra vez de su Hijo. Allí comienza de nuevo a sentir su soledad. Allí se ve ya desposeída de todo su bien. Allí se le queda el corazón sepultado donde quedaba su tesoro.
 
(Recopilación hecha por el p. Dr. Marcelo Lattanzio, IVE, y publicada en Su Rostro Doliente , tomo I, San Rafael 2000, Ediciones del Verbo Encarnado)
 
SAN LUIS MARÍA
 
«Si alguno quiere venirse conmigo»
 
Si alguno quiere : y no algunos , se refiere al reducido número de los elegidos (+Mt 20,16), que quieren configurarse a Jesucristo crucificado, llevando su cruz. Es un número tan pequeño, tan reducido, que si lo conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor.
 
Es tan pequeño que apenas si hay uno por cada diez mil. Así fue revelado a varios santos, como a San Simeón Estilita, según refiere el santo abad Nilo, después de San Efrén, San Basilio y varios otros. Es tan reducido que, si Dios quisiera reunirlos, tendría que gritarles, como otra vez lo hizo un profeta: «¡congregaos uno a uno!» (Is 27,12), uno de esta provincia, otro de aquel reino.
 
Si alguno quiere : aquel que tenga una voluntad sincera, una voluntad firme y determinada, no ya por naturaleza, costumbre o amor propio, por interés o respeto humano, sino por una gracia victoriosa del Espíritu Santo, que no a todo el mundo se da: «no a todos ha sido dado a conocer el misterio» (Mt 13,11). De hecho, el conocimiento del misterio de la Cruz ha sido dado a unas pocas personas. Para que un hombre suba al Calvario y se deje crucificar con Jesús, en medio de su propia gente, es necesario que sea un valiente, un héroe, un decidido, un discípulo de Dios, que pisotee el mundo y el infierno, su cuerpo y su propia voluntad; un hombre resuelto a dejarlo todo, a emprender todo lo que sea y a sufrirlo todo por Jesucristo.
 
Sabedlo bien, queridos Amigos de la Cruz: aquellos de entre vosotros que no tengan esta determinación andan sólo con un pie, vuelan sólo con un ala, y no son dignos de estar entre vosotros, porque no merecen llamarse Amigos de la Cruz, a la que hay que amar, como Jesucristo, «con un corazón generoso y de buena gana» (2Mac 1,3). Basta una voluntad a medias para contagiar, como una oveja sarnosa, a todo el rebaño. Si una de éstas hubiera entrado en vuestro redil por la puerta falsa del mundo, en el nombre de Jesucristo crucificado, echadla fuera, pues es un lobo en medio de las ovejas (Mt 7,15).
 
Si alguno quiere venirse conmigo , que tanto me humillé (Flp. 2,6-8) y que me anonadé tanto que llegué a «parecer un gusano, y no un hombre» (Sal 21,7); conmigo, que no vine al mundo sino para abrazar la Cruz -«aquí estoy» (Sal 39,8; Heb 10,7-9)-; para alzarla en medio de mi corazón -«en las entrañas» (Sal 39,9)-; para amarla desde joven -«la quise desde muchacho» (Sab 8,2)-; para suspirar por ella toda mi vida -«¡cómo la ansío!» (Lc 12,50)-; para llevarla con alegría, prefiriéndola a todos los goces y delicias del cielo y de la tierra -«en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz» (Heb 12,2)-; conmigo, en fin, que no hallé la plena alegría hasta morir en sus divinos brazos.
 
«Que se niegue a sí mismo»
 
-El que quiera, pues, venirse conmigo, así anonadado y crucificado, debe, a imitación de mí, no gloriarse sino en la pobreza, en las humillaciones y en los sufrimientos de mi Cruz: «que se niegue a sí mismo».
 
¡Lejos de los Amigos de la Cruz esos que sufren con orgullo, esos sabios según el siglo, esos grandes genios y espíritus fuertes, que están rellenos e hinchados con sus propias luces y talentos! ¡Lejos de aquí esos grandes charlatanes, que hacen mucho ruido y que no dan más fruto que el de su vanidad! ¡Lejos de aquí los devotos soberbios, que hacen resonar en todas partes aquel «no soy como los demás» del orgulloso Lucifer (Lc 18,11); que no aguantan que les censuren, sin excusarse; que los ataquen, sin defenderse; que los humillen, sin ensalzarse!
 
Tened mucho cuidado para no admitir en vuestra compañía a estos hombres delicados y sensuales, que se duelen de la menor molestia, que gritan y se quejan por el menor dolor, que jamás han conocido la cadenilla, el cilicio y la disciplina, ni otro instrumento alguno de penitencia, y que unen a sus devociones -aquellas que están de moda- una sensualidad y una inmortificación sumamente encubiertas y refinadas.
 
«Que cargue con su cruz»
 
-«Que cargue con su cruz», con la suya propia. Que ese tal, que ese hombre, esa mujer excepcional -«toda la tierra, de un extremo al otro, no alcanzaría a pagarle» (Prov 31,10]-, tome con alegría, abrace con entusiasmo y lleve sobre sus hombros con valentía su cruz , y no la de otro; -su propia cruz, aquélla que con mi sabiduría le he hecho, en número, peso y medida exactos (+Sab 11,21]; -su cruz, cuyas cuatro dimensiones, espesor y longitud, anchura y profundidad, tracé yo por mi propia mano con toda exactitud; -su cruz, la que le he fabricado con un trozo de la que llevé sobre el Calvario, como expresión del amor infinito que le tengo; -su cruz, que es el mayor regalo que puedo yo hacer a mis elegidos en esta tierra; -su cruz, formada en su espesor por la pérdida de bienes, humillaciones y desprecios, dolores, enfermedades y penas espirituales, que, por mi providencia, habrán de sobrevenirle cada día hasta la muerte; -su cruz, formada en su longitud por una cierta duración de meses o días en los que habrá de verse abrumado por la calumnia, postrado en el lecho, reducido a la mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, abandonos y otras penas espirituales; -su cruz, constituída en su anchura por todas las circunstancias más duras y amargas, unas veces por parte de sus amigos, otras por los domésticos o los familiares; su cruz, en fin, compuesta en su profundidad por las aflicciones más ocultas que yo mismo le infligiré, sin que pueda hallar consuelo en las criaturas, pues éstas, por orden mía, le volverán la espalda y se unirán a mí para hacerle padecer.
 
-«Que la cargue», que la cargue: no que la arrastre, ni que la rechace o la recorte o la oculte. Es decir, que la lleve en lo alto de la mano, sin impaciencia ni tristeza, sin quejas ni murmuraciones voluntarias, sin componendas ni miramientos naturales, y sin sentir por ello vergüenza alguna o respetos humanos.
 
«Que la cargue», es decir, que la lleve marcada en su frente, diciendo aquello de San Pablo: «en cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14], mi Maestro.
 
Que la lleve sobre sus hombros, a ejemplo de Jesucristo, para que la cruz venga a ser el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio (Is 9,6-7].
 
En fin, que él la grabe en su corazón por el amor, para transformarla así en zarza ardiente, que día y noche se abrase en el puro amor de Dios, sin consumirse (+Ex 3,2].
 
- «La cruz» . Que cargue con la cruz, pues nada hay tan necesario, nada tan útil, tan dulce ni tan glorioso, como padecer algo por Jesucristo (+Hch 5,41].
 
Nada tan necesario
 
[Para los pecadores]
 
-En realidad, queridos Amigos de la Cruz, todos sois pecadores. Entre vosotros no hay ninguno que no merezca el infierno (+Prov 24,16; 1Jn 1,10] -y yo más que ninguno-. Pues bien, es necesario que nuestros pecados sean castigados en este mundo o en el otro.
 
Si Dios, de acuerdo con nosotros, los castiga en éste, el castigo será amoroso: la misericordia, que reina en este mundo, será quien castigue, y no la rigurosa justicia; será, pues, un castigo suave y pasajero, acompañado de consolaciones y méritos, y seguido de recompensas en el tiempo y la eternidad.
 
Pero si el castigo necesario a los pecados que hemos cometido queda reservado para el otro mundo, será entonces la justicia implacable de Dios, que todo lo lleva a sangre y fuego, la que ejecute la condena. Castigo espantoso (+Heb 10,31], indecible, incomprensible: «¿quién conoce la vehemencia de tu ira?» (Sal 89,11]; castigo sin misericordia (Sant 2,13], sin mitigación, sin méritos, sin límite y sin fin. Sí, no tendrá fin: ese pecado mortal de un momento que cometisteis; ese mal pensamiento voluntario que escapó a vuestro cuidado; esa palabra que se llevó el viento; esa acción diminuta que violentó la ley de Dios, tan breve, serán castigados eternamente, mientra Dios sea Dios, con los demonios en el infierno, sin que ese Dios de las venganzas se apiade de vuestros espantosos tormentos, de vuestros sollozos y lágrimas, capaces de hendir las rocas. ¡Padecer eternamente, sin mérito alguno, sin misericordia y sin fin!
 
Queridos hermanos y hermanas míos, ¿pensamos en esto cuando padecemos alguna pena en este mundo? ¡Qué felices somos de hacer un cambio tan dichoso, una pena eterna e infructuosa por otra pasajera y meritoria, llevando esta cruz con paciencia! ¡Cuántas deudas nos quedan por pagar! ¡Cuántos pecados cometidos! Para expiar por ellos, aun después de una contrición amarga y de una confesión sincera, será necesario que suframos en el purgatorio durante siglos enteros, por habernos contentado en este mundo con algunas penitencias tan ligeras! ¡Ah! Cancelemos, pues, nuestras deudas por las buenas en este mundo, llevando bien nuestra cruz. En el otro, todo habrá de ser pagado por las malas, hasta el último céntimo (Mt 5,26], hasta una palabra ociosa (12,36). Si lográramos arrancar de las manos del demonio el libro de la muerte (+Col 2,14), donde ha señalado todos nuestros pecados y la pena que les es debida, ¡qué debe tan enorme encontraríamos! ¡Y qué felices nos veríamos de sufrir años enteros aquí abajo, con tal de no sufrir un solo día en la otra vida!
 
[Para los amigos de Dios]
 
¿No os preciáis, mis amigos de la Cruz, de ser amigos de Dios o de querer llegar a serlo? Decidíos, pues, a beber el cáliz que hay que apurar necesariamente para ser hecho amigo de Dios: «bebieron el cáliz del Señor y llegaron a ser amigos de Dios» [ Breviario antiguo ]. Benjamín, el preferido, halló la copa, mientras que sus hermanos sólo hallaron trigo (Gén 44,1-12). El predilecto de Jesucristo poseyó su corazón, subió al Calvario y bebió en su cáliz: «¿podéis beber el cáliz?» (Mt 20,22). Excelente cosa es anhelar la gloria de Dios; pero desearla y pedirla sin resolverse a padecerlo todo es una locura y una petición insensata: «no sabéis lo que pedís» ( ib. )... «Es necesario pasar por muchas tribulaciones» (Hch 14,22)... Sí, es una necesidad, es algo indispensable: hemos de entrar en el reino de los cielos a través de muchas tribulaciones y cruces.
 
[Para los hijos de Dios]
 
Os gloriáis con toda razón de ser hijos de Dios. Gloriáos, pues, también de los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y os dará más adelante, pues el castiga a todos sus hijos (Prov 3,11-12; Heb 12,5-8; Ap 3,19). Si no fuérais del número de sus hijos amados -¡qué desgracia, qué maldición!-, seríais del número de los condenados, como dice San Agustín: «quien no llora en este mundo, como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo». Si Dios Padre no os envía de vez en cuando alguna cruz señalada, es que ya no se cuida de vosotros: está enfadado con vosotros, y os considera como extraños y ajenos a su casa y su protección; os mira como hijos bastardos, que no merecen tener parte en la herencia de su padre, ni son dignos tampoco de sus cuidados y correcciones (+Heb 12,7-8).
 
[Para los discípulos de un Dios crucificado]
 
Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la Cruz es un misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos (1Cor 1,23), y despreciado por los herejes y los malos católicos; pero es el gran misterio que habéis de aprender en la práctica de la escuela de Jesucristo, y que sólamente en su escuela lo podéis aprender. En vano buscaréis en todas las escuelas de la antigüedad algún filósofo que lo haya enseñado. En vano consultaréis la luz de los sentidos y de la razón: sólamente Jesucristo puede enseñaros y haceros gustar este misterio por su gracia victoriosa.
 
Adiestráos, pues, en este ciencia sublime bajo la guía de un Maestro tan excelente, y poseeréis todas las demás ciencias, pues ésta las contiene a todas en grado eminente. Ella es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal que, por medio de la paciencia, cambia los metales más groseros en preciosos, los dolores más agudos en delicias, la pobreza en riqueza, las humillaciones más graves en gloria. Aquel de vosotros que sabe llevar mejor su cruz, aun cuando fuere un analfabeto, es el más sabio de todos.
 
Escuchad al gran San Pablo, que vuelto del tercer cielo, donde aprendió misterios ocultos a los mismos ángeles, asegura que no sabe ni quiere saber otra cosa que a Jesús crucificado (1Cor 2,2). Alégrate, pues, tú, pobre idiota, y tú, humilde mujer sin talento ni ciencia: si sabéis sufrir con alegría, sabéis más que cualquier doctor de la Sorbona, que no sepa sufrir tan bien como vosotros (+Mt 11,25).
 
[Para los miembros de Jesucristo]
 
[ 27 ] Sois miembros de Jesucristo (1Cor 6,15; 12,27; Ef 5,30). ¡Qué honor! Pero ¡qué necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas (Mt 27,29) ¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de barro en el camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos de perfumes sobre un trono? Si la Cabeza no tiene dónde reposar (8,20), ¿descansarán los miembros entre plumas y edredones? Sería una mostruosidad inaudita. No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz, no os engañéis: esos cristianos que veis por todas partes, vestidos a la moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y si pensárais de otro modo, ofenderíais a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Ay, Dios mío, cuántas caricaturas de cristianos, que pretenden ser miembros del Salvador, son sus más alevosos perseguidores, pues mientras con la mano hacen el signo de la Cruz, son en realidad sus enemigos!
 
Si de verdad os guía el espíritu de Jesucristo, y si vivís la misma vida que esta Cabeza coronada de espinas, no esperéis otra cosa que espinas, azotes, clavos, en una palabra, cruz; pues es necesario que el discípulo sea tratado como el maestro y el miembro como la Cabeza (Jn 15,20). Y si el cielo os ofrece, como a Santa Catalina de Siena, una corona de espinas y otra de rosas, elegid como ella la corona de espinas, sin vacilar, y hundidla en vuestra cabeza, para asemejaros a Jesucristo [ Leyenda maior 158].
 
[Para los templos del Espíritu Santo]
 
[ 28 ] Ya sabéis que sois templos vivos del Espíritu Santo (1Cor 6,19), y que como piedras vivas (1Pe 2,5), habéis de ser construídos por el Dios del amor en el templo de la Jerusalén celestial (Ap 21,2.10). Pues bien, disponéos para ser tallados, cortados y cincelados por el martillo de la cruz. De otro modo, permaneceríais como piedras toscas, que no sirven para nada, que se desprecian y se arrojan fuera. ¡Guardáos de resistir al martillo que os golpea! ¡Cuidado con oponeros al cincel que os talla y a la mano que os pule! Es posible que ese hábil y amoroso arquitecto quiera hacer de vosotros una de las piedras principales de su edificio eterno, y una de las figuras más hermosas de su reino celestial. Dejadle actuar en vosotros: él os ama, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes son acertados y amorosos, nunca los da en falso, a no ser que vuestra falta de paciencia los haga inútiles.
 
El Espíritu Santo compara la cruz: -unas veces a una criba que separa el buen grano de la paja y hojarasca (Is 41,16; Jer 15,7; Mt 3,12): dejáos, pues, sacudir y zarandear como el grano en la criba, sin oponer resistencia: estáis en la criba del Padre de familia, y pronto estaréis en su granero; -otras veces la compara a un fuego, que elimina el orín del hierro con la viveza de sus llamas (1Pe 1,7): en efecto, nuestro Dios es un fuego devorador (Heb 12,29), que por la cruz permanece en el alma para purificarla, sin consumirla, como aquella antigua zarza ardiente (Ex 3,2-3); -y otras veces, en fin, la compara al crisol de una fragua, donde el oro bueno se refina (Prov 17,3; Sir 2,5), y donde el falso se disipa en humo: el bueno, sufre con paciencia la prueba del fuego, mientras que el malo se eleva hecho humo contra sus llamas. Es en el crisol de la tribulación y de la tentación donde los veraderos amigos de la Cruz se purifican por su paciencia, mientras que los que son sus enemigos se desvanecen en humo (+Sal 36,20; 67,3) por su impaciencia y sus protestas.
 
[Hay que sufrir como los santos...]
 
Mirad, Amigos de la Cruz, mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos (Heb 12,1), que demuestran sin palabras lo que os estoy diciendo. Ved al paso un Abel justo, asesinado por su hermano (Gén 4,4.8); un Abraham justo, extranjero sobre la tierra (12,1-9); un Lot justo, expulsado de su país (19,1.17); un Jacob justo, perseguido por su hermano (25,27; 27,41); un Tobías justo, afligido por la ceguera (Tob 2,9-11); un Job justo, arruinado, humillado y hecho una llaga de los pies a la cabeza (Job 1,1 ss ).
 
Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, expulsados, despreciados, clamando a una con San Pablo: mirad a nuestro buen «Jesús, el autor y consumador de la fe» (Heb 12,2), que en él y en su cruz profesamos. Tuvo que padecer para entrar por su cruz en la gloria (Lc 24,26).
 
Mirad, junto a Jesús, una espada afilada que penetra hasta el fonde del corazón tierno e inocente de María (+Lc 2,35), que nunca tuvo pecado alguno, ni original ni actual. ¡Lástima que no pueda extenderme aquí sobre la Pasión de uno y de otra, para hacer ver que lo que nosotros sufrimos no es nada en comparación de lo que ellos sufrieron!
 
Después de todo esto ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz? ¿Quién de nosotros no volará apresurado hacia los sitios donde sabe que la cruz le espera? ¿Quién no exclamará con San Ignacio mártir: «¡que el fuego, la horca, las bestias y los tormentos todos del demonio vengan sobre mí para que yo goce de Jesucristo!» [ Romanos 5]?
 
[... y no como los reprobados]
 
Pero, en fin, si no queréis sufrir con paciencia y llevar vuestra cruz con resignación, como los predestinados, tendréis que llevarla con protesta e impaciencia, como los reprobados. Así os pareceréis a aquellos dos animales que arrastraban el Arca de la Alianza mugiendo (1Re 6,12). Os asemejaréis a Simón de Cirene, quien echó mano a la Cruz misma de Jesucristo, a pesar suyo (Mt 27,32), y que no dejaba de protestar mientras la llevaba. Vendrá a sucederos, en fin, lo que al mal ladrón, que de lo alto de la cruz se precipitó al fondo de los abismos (+27,38).
 
No, no, esta tierra maldecida en que habitamos no cría hombres felices. No se ve claro en este país de tinieblas. No es en absoluto perfecta la tranquilidad en este mar tormentoso. Nunca faltan los combates en este lugar de tentación, que es un campo de batalla. Nadie se libra de pinchazos en esta tierra llena de espinas (Gén 3,18). Es preciso que los predestinados y los reprobados lleven su cruz, de grado o por fuerza. Tened presentes estos cuatro versos:
 
Elígete una cruz de las tres del Calvario;
 
elige con cuidado, ya que es necesario
 
padecer como santo y como penitente
 
o como réprobo que sufre eternamente.
 
Eso significa que si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir a pesar vuestro como el mal ladrón; habréis de apurar entonces hasta las heces el cáliz más amargo (Is 51,17), sin consolación alguna de la gracia, y llevando todo el peso de la cruz sin la poderosa ayuda de Jesucristo. Más aún, tendréis que llevar el peso fatal que añadirá el demonio a vuestra cruz, por la impaciencia a la que os arrastrará; y así, tras haber sido unos desgraciados sobre la tierra, como el mal ladrón, iréis a reuniros con él en las llamas.
 
(San Luis María Grignion de Montfort, “Carta a los Amigos de la Cruz”, Ed. Gratis Date, Pamplona)

 

 
DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ
 
 
 
ULTIMOS DIAS: EL SINEDRIO
 
DECRETA LA MUERTE DE JESUS TRAICION DE JUDAS
 
Todos los episodios anteriores, desde la maldición de la higuera, ocurrieron el martes de la gran semana de la pasión y muerte del Señor, día tercero de la semana judía, que empezaba en nuestro domingo. San Lucas nos ha dejado en un trazo sintético la manera de vivir de Jesús estos cuatro últimos días de su vida. Helo aquí.
 
LOS ULTIMOS DÍAS - Aprovechando Jesús la gran concurrencia de judíos en Jerusalén con motivo de la Pascua, ejercía con diligencia su magisterio, que pronto iba a terminar, en el Templo, lugar ordinario de las enseñanzas de los maestros de Israel: Y estaba enseñando de día en el Templo . Por las noches dejaba la ciudad y se dirigía al Monte de los Olivos; ya sea para esperar el día siguiente en Betania, situada detrás de este monte, en compañía de la familia de Lázaro, como lo indican los otros Evangelistas a lo menos para el primer día (MT. 21, 17.18; Mc. 11, 11); ya para pasarlo en oración en la soledad, como lo hizo el jueves en Getsemaní; Y de noche salía, y la pasaba en el monte llamado de los Olivos .
 
El pueblo, que por la proximidad de la Pascua llenaba ya la gran ciudad, no obstante el odio de los sinedritas que habían ya decretado la muerte de Jesús (Ioh. 11, 47-53), correspondía a las enseñanzas de Cristo, madrugando mucho y asistiendo asiduamente a sus lecciones en el Templo: Y todo el pueblo madrugaba por venir a oírle en el Templo .
 
JESÚS PREDICE SU MUERTE. EL SINEDRIO LA DECRETA POR SEGUNDA VEZ (Mt. 26, 1-5). Ha terminado Jesús su magisterio público dos días antes de la celebración de la gran fiesta nacional: Y dos días después era la fiesta de los Acimos , que se llama la Pascua. Descansará probablemente el miércoles, en que concierta el mal discípulo con sus enemigos para entregárselo, y entrará el jueves en el mar amargo de su pasión. Cerrado el ciclo de sus enseñanzas con las interesantísimas de aquellos dos días, va a darles a sus discípulos una doble prueba de su divinidad: Y aconteció que cuando Jesús hubo acabado todos estos discursos, dijo a sus discípulos ... anuncia ante todo proféticamente su muerte: Sabéis que de aquí dos días será la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado . Como se verá (v. 5), sus enemigos no querían muriese Jesús el día de la gran fiesta; a pesar de ello, el Cordero inmaculado ha elegido la Pascua para su inmolación: El, como Dios que es, prevé los hechos y los dispone como quiere. Demuestra, además, su libertad absoluta en el morir. Sus discípulos no podrán llamarse a engaño.
 
Y en verdad que sus enemigos maquinaban su muerte. Ya la habían decretado por boca de Caifás con ocasión de la resurrección de Lázaro. Pero estos últimos días se ha exacerbado el odio de los poderosos de Israel contra Jesús: su entrada triunfal del domingo; la vergonzosa derrota que a todos ellos ha infligido en el terreno doctrinal; el entusiasmo de las multitudes por el Maestro de Galilea, les hace presentir su definitivo descrédito. Es en este momento cuando se congrega el Sinedrio, no en el lugar ordinario de las sesiones, sino en una aula del palacio de Caifás, presidente de los magistrados de Israel: Entonces se juntaron los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y los magistrados del pueblo en el atrio del príncipe de los sacerdotes, que se llamaba Caifás, nombrado Sumo Sacerdote por el Procurador romano Valerio Grato, predecesor de Pilato. Caifás, hombre cruel y ambicioso, era el que había dado el consejo que convenía muriera un solo hombre, y no que pereciera la nación entera (Ioh. 11, 50). Ostentó durante diecisiete años la dignidad de Sumo Sacerdote. Acérrimo enemigo de Jesús, lo fue también de sus discípulos (Act. 4, 3-7; 5, 17-40).
 
Dos resoluciones tomaron los sinedritas en esta sesión: la de prender a Jesús furtivamente y con engaño y matarle: Y tuvieron consejo para prender a Jesús con engaño, y hacerlo morir : ya habían intentado varias veces hallar un motivo legal para prenderle y matarle, mas Jesús les había burlado; ahora se valdrán de la insidia. La otra resolución es la de matarle pasados aquellos días de fiesta: Mas decían: No en el día de la fiesta , que duraba toda la semana. La razón de ello es el miedo que tenían al pueblo; había en la ciudad aquellos días muchos galileos, y otros muchos que, sin serlo, se habían demostrado partidarios de Jesús aquellos días, especialmente el domingo: No sea caso que ocurriese alboroto en el pueblo . Pero la traición de Judas, que demostró que contaba con enemigos hasta entre sus íntimos, les hizo más audaces, haciéndoles cambiar de resolución y prendiendo a Jesús dentro de las fiestas pascuales.
 
TRAICIÓN DE JUDAS (Lc. 3-6). - Buscaban los príncipes de los sacerdotes y los escribas el modo de matar a Jesús, cuando se les brinda la ocasión por donde menos pensaban. Satanás, el gran enemigo de Dios, es el gran enemigo de Cristo, a quien ve íntimamente unido a Dios; para dejarle, o matarle si puede, entra en Judas, a quien utilizará como instrumento: Y Satanás entró en Judas : entra en aquel hombre infeliz, no personalmente, haciendo de Judas un energúmeno, sino por sugestión; un año hacía que Jesús había ya llamado diablo a Judas (Ioh. 6, 71). El Evangelista especifica el apodo de Judas, que tenía por sobrenombre Iscariote, «el hombre de Keriot», para no confundirle con el otro discípulo Judas, y le llama uno de los doce, para indicar su dignidad e ingratitud.
 
La sugestión diabólica tiene en Judas espantosa eficacia: deja la compañía del Maestro y demás apóstoles: Y fue ; y trata personalmente con los enemigos encarnizados de su Señor, los príncipes de los sacerdotes y magistrados que presidían las funciones del Templo, la manera de entregarles a Jesús: Y trató con los príncipes de los sacerdotes, y con los magistrados, de cómo se lo entregaría . El trato es infame: Judas pacta la venta del Maestro, y, colmo de la villanía, deja a la estimación de sus enemigos el precio de venta del Señor: Y les dijo: ¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré? La propuesta de Judas es del agrado de los sinedritas: Y al oírlo se holgaron . Han conocido la avaricia del discípulo, y quieren satisfacerla prometiéndole dinero: Y concertaron de darle dinero. ¿Cuánto? Treinta siclos, unas cien pesetas: Y le señalaron treinta monedas de plata , convinieron, se las prometieron para cuando cumpliese por su parte. La avaricia y la venganza habían coincidido: Y quedó con ellos de acuerdo . El mercader infame, acuciado por la futura ganancia, púsose en acecho buscando la oportunidad de entregarle con dolo a sus enemigos: Y desde este momento buscaba sazón para entregarlo sin concurso de gentes .
 
CONDENACIÓN DE JESÚS: TRAICIÓN DE JUDAS
 
Lecciones morales. - A) (Mt. v. 2). El Hijo del hombre será entregado para ser crucificado . - De muchas maneras es entregado Jesús, dice Orígenes; por ello dice en impersonal «será entregado». Porque Dios le entregó por su misericordia para con el género humano; Judas, por su avaricia; los sacerdotes, por la envidia; el diablo, por el temor de que se le escapara de las manos el género humano por la predicación de Jesús, no advirtiendo que más debía serle arrebatado por su muerte que por su predicación y milagros.
 
B) v. 4. - Tuvieron consejo para prender a Jesús con engaño, y hacerlo morir . - Los que no pudieron hallar motivo legal para prender a Jesús, acuden a la astucia y engaño. Es ello argumento terrible de la obcecación y malicia de aquellos hombres soberbios. La rectitud de procedimientos quizá les hubiese llevado a la verdad; prefieren, llevados de sus prejuicios, adoptar procedimientos desleales, aunque ello haya de llevarles a la reprobación. La historia del cristianismo está llena de procedimientos análogos a los de los sinedritas. Ningún enemigo de Cristo, se entiende de los directores de la opinión en el orden doctrinal o de los hechos, ha procedido con lealtad contra el Señor. Se ha falsificado su doctrina, se han tergiversado los hechos, se han buscado inconfesables alianzas con el poder, con el dinero, con las pasiones de los grandes y del pueblo para combatir la persona y la obra de Jesús. La mentira triunfa un momento; pero la victoria definitiva es siempre de Jesús: porque tal es la providencia de Dios en el régimen del mundo y de la Iglesia, que las mentiras sucumben una tras otra, y la verdad hace impávida su camino.
 
c) Lc. v. 3 - Y Satanás entró en Judas... - Entró en él, dice un comentarista, no empujando la puerta, sino pasando fácilmente por la que halló abierta, que era la avaricia. Por aquí suele Satanás entrar en las almas: por el boquete de la pasión dominante, por el punto débil de nuestras inclinaciones perversas. “Cada uno de nosotros es tentado según su concupiscencia” (Iac. 1, 14). ¡Ay del vencido una, dos, tres, cien veces, por el mismo enemigo, en el mismo punto de pecado! Satanás entrará en él sin esfuerzo, como en casa propia. Señor despótico como es, sojuzgará toda la vida del vencido y la mantendrá en ominosa servidumbre. ¿Qué es ser esclavo de Satanás, sino ser esclavo de la pasión, cualquiera que ella sea?
 
d) v. 5 - Y concertaron de darle dinero... - El dinero es el gran factor en la vida moral de los hombres, así para el bien como para el mal. Judas vende por dinero al que era la misma inocencia y santidad esencial. Dentro de dos días los guardias del sepulcro de Jesús venderán por dinero la verdad histórica. Por dinero vendió Renán la ciencia y la verdad a los judíos enemigos de Cristo, escribiendo su «Vida de Jesús». Por dinero se violan los pactos, se vende la honra, se quiebra la vara de la justicia, se traiciona la patria. Pero el mismo dinero es el gran aliado de la causa del bien: él cubre la miseria de los prójimos, dilata los dominios de la verdad con la buena prensa y el buen libro, embellece la casa le Dios y su culto, sostiene las grandes instituciones cristianas. Pactemos dar o recibir dinero para el bien, y no vendamos jamás, ni por montañas de oro, un ápice de la verdad o de la justicia.
 
e) v. 6. - Y quedó con ellos de acuerdo... - se ponen de acuerdo los malos cuando persiguen un fin común. En esto tal vez nos aventajan a los que militamos en las filas de los buenos. Ya lo había dicho Jesús (Lc. 16, 8). Es que hay mayor facilidad para hacer el mal que para el bien; y suele haber más ímpetu y acritud en las obras malas que en las buenas. En el caso de Judas, concurren él y los príncipes para perder a Jesús: él no lo quiere como un fin; sólo quiere enriquecerse; los príncipes quieren el fin, y nada les importará la avaricia de Judas; la resultancia de las dos pasiones, la avaricia de uno y la sed de venganza de los otros, es espantosa: la muerte del Justo. Para que aprendamos a no andar en consejos de impíos ni por caminos de malvados (Ps. 1, 1).
 
PREPARATIVOS DE LA ÚLTIMA CENA
 
Jesús, a tenor de su predicción, iba a ser inmolado en uno de los días de la gran Pascua judía. Celebrábase la Pascua en memoria de la liberación del pueblo de Dios de la servidumbre de Egipto; Jesús debía libertar a todo el género humano de la servidumbre más ominosa del pecado. La sangre del cordero pascual libró del ángel exterminador al pueblo de Israel; la de Jesús debía ser la señal de la salvación de los verdaderos hijos de Dios. El cordero pascual es el tipo del Cordero inmaculado que borra los pecados del mundo (vide I, 218). Por todo ello era conveniente que Jesús, Cordero de Dios, fuese inmolado el mismo día de la inmolación legal del cordero de Pascua. Va, pues, a realizarse el sacrificio del verdadero Cordero; pero antes quiere el mismo Cordero Jesús, comer el cordero de la cena legal. Así, en el hecho histórico de la última cena de Jesús se juntarán el símbolo y la realidad, el tipo y el antitipo; quedará abolido el primero para que quede definitivamente, hasta la consumación de los siglos, el sacrificio de la verdadera Pascua, que es Cristo Jesús, «nuestra Pascua», como le llama la Iglesia.
 
EL DÍA DE LA ÚLTIMA CENA (v. 12).- Y el primer día de los Ácimos, cuando sacrificaban la Pascua, cuando era necesario sacrificar el Cordero pascual... En este día tuvo lugar la última cena: era el día en que empezaba la solemnidad pascual, con el uso del pan sin levadura o ácimo, que debía durar siete días, y en que se inmolaba el cordero. Pero ¿en qué día de la semana y del mes coincidió la última cena? Los cuatro Evangelistas están conformes en fijar la cena de Jesús el jueves por la noche (Mt. 26, 20; Mc. 14, 17; Lc. 22, 14; Ioh. 13, 1); la muerte el viernes (Mt. 27, 62; Mc. 15, 42; Lc. 23, 54; Ioh. 19, 42), y la resurrección el día siguiente al sábado (Mt. 28, 1; Mc. 16, 2; Lc. 24, 1; Ioh. 20, 1). La dificultad está en fijar el día del mes. Los tres sinópticos sitúan la última cena el 14 de Nisán y la muerte el 15, día solemne de la Pascua; pero San Juan parece suponer que la cena se celebró el 13 de Nisán, y la muerte el 14, ya que los judíos no quieren entrar en el Pretorio de Pilato, habiendo todavía de comer la Pascua (Ioh. 18, 28). He aquí las opiniones de los diversos intérpretes para conciliar las diversas narraciones evangélicas, sin duda objetiva mente acordes, no sólo por la inspiración divina bajo la que fueron redactados los Evangelios, sino porque no es creíble que testigos contemporáneos y fidedignos discreparan en un asunto tan capital.
 
PRIMERA OPINIÓN: Los cuatro Evangelistas coinciden en señalar el mismo día de la semana y del mes, la noche del jueves 14 de Nisán, sólo que los sinópticos cuentan al estilo hebreo, anticipan do los días, como sucede en el cómputo litúrgico, y Juan contaba al estilo de griegos y romanos, por días astronómicos. El hecho de que no quisieran los judíos entrar en el Pretorio para poder comer los ácimos, debe entenderse no del cordero pascual, sino de los sacrificios de todos aquellos días pascuales.
 
SEGUNDA: Coloca la última cena la noche del 13 al 14 de Nisán. En esta hipótesis, Jesús hubiese anticipado la cena legal veinticuatro horas en relación con la de los demás judíos; podía hacerlo, porque todo el 14 era considerado como primer día de los Ácimos, y por lo mismo el 13 por la noche. En este caso, Jesús, aunque cumplió todas las ceremonias de la cena legal, no hubiese comido el cordero, en vez del cual dio su Cuerpo a comer a sus discípulos, instituyendo así la verdadera Pascua cristiana. Su muerte hubiese coincidido con el sacrificio de los corderos el día siguiente.
 
TERCERA: La cena pudo celebrarse el 13 o el 14 de Nisán. No siendo materialmente posible que se inmolaran en tres horas doscientos cincuenta mil corderos, se facultaría a Los forasteros para anticipar un día la inmolación. Así Jesús hubiese comido la Pascua el 13 y los demás judíos el 14 de Nisán. No parece pueda esta opinión concordarse con la frase de Marcos: «El primer día de los ácimos.»
 
CUARTA: La cena pascual podía celebrarse indistintamente el 14 o el 15 de Nisán. Una de las ceremonias que debía celebrarse el día de la Pascua al atardecer, y por lo mismo el 15 de Nisán, era salir al campo a recoger algunas espigas para ofrecerlas al Señor como primicias de la cosecha futura. Si el 15 de Nisán caía en viernes, como ocurrió el año de la muerte del Señor, esta ceremonia hubiese tenido que celebrarse la tarde del viernes, en que se observaba ya el reposo sabático, que prohibía toda suerte de trabajo. En este caso, y así prevaleció la costumbre, debía trasladarse la Pascua del 15 al 16 de Nisán. Jesús hubiese celebrado la cena del día legal, 14 de Nisán, y a esta fecha se refieren los sinópticos. Los demás judíos la celebrarían el día siguiente, siguiendo a los fariseos, y a ellos se referiría San Juan.
 
Análoga a esta solución es la que propone Knabenbauer, según el cual, el cordero pascual debía ser sacrificado, ofrecido, asado y comido entre la noche que terminaba el 14 y la que empezaba el 15 de Nisán. Si el 14 de Nisán caía en viernes, era imposible a lo menos asar el cordero sin entrar en la hora del reposo sabático. En este caso solíase trasladar la inmolación del cordero al jueves precedente, originándose de aquí una doble costumbre: pues mientras unos comían el cordero el mismo día de su inmolación, otros esperaban la noche del viernes. Jesús fue de los primeros. Estas dos últimas opiniones parecen las más probables y satisfactorias.
 
PREPARACIÓN DE LA CENA (13-16). - Hallábase probablemente Jesús en Betania el día primero de los Ácimos, 14 de Nisán, cuando le dicen sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a disponerte, para que comas la Pascua? Solían los habitantes de Jerusalén alquilar habitaciones o dependencias de sus casas a los forasteros, en las que celebraban éstos la Pascua, y que se preparaban debidamente con antelación a la ceremonia. Y envía dos de sus discípulos, a Pedro y a Juan, y les dice: Id a la ciudad, y he aquí que así que entréis en ella, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua, seguidle hasta la casa en que entre . Con ello de muestra Jesús ser conocedor de los hechos futuros y lejanos. Y en dondequiera que entrare, decid al padre de familias, dueño de la casa: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca. ¿Dónde está mi aposento, cenáculo o refectorio, en donde he de comer la Pascua con mis discípulos?
 
Creen algunos que Jesús dio en esta forma las señas del lugar donde pensaba comer la Pascua para evitar que lo conociese Judas a tiempo e interrumpiese con los satélites de los sinedritas la mística ceremonia. Ni faltan racionalistas que quieran haberse ya entendido previamente Jesús con el dueño de la casa donde debía celebrarse la cena. Aun así, cosa que no se deduce del texto, la predicción del Señor es absolutamente profética, porque debió saber el tiempo preciso de la entrada de los discípulos en la ciudad y de que les saldría al encuentro un hombre con un cántaro de agua, cuando tantos podían circular por las calles de la gran ciudad en la misma forma.
 
Y él os mostrará un cenáculo grande, aderezado , una habitación de respeto, en la parte superior de la casa, adornada y dispuesta ya con los divanos o triclinios en que acostumbraban re costarse para comer: disponed allí para nosotros lo necesario para la cena, el cordero ya aderezado, los panes ácimos, las lechugas amargas, los cálices con vino, etc.
 
Aconteció como Jesús predijo: Y partieron los discípulos, y fue ron a la ciudad: y lo hallaron, como les había dicho, hicieron lo que les mandó, y prepararon la Pascua . Bien pudo San Pedro, uno de los enviados, contárselo detalladamente a su discípulo San Marcos, autor de esta narración.
 
Lecciones morales. - A) v. 12. - ¿Dónde quieres que vayamos a disponerte...? - Nos enseñan estos discípulos a entregarnos en manos de Dios para que nos enseñe los caminos que debemos seguir; es lo que le pedía el profeta: «Muéstrame tu camino, y enséñame tus senderos» (Ps 24, 4). Cristo es nuestra Pascua: con El hemos de convivir y ser comensales en el convite de la gracia en esta vida y sobre -todo en el banquete de la eterna Pascua de la bienaventuranza. No podremos lograrlo, sino siguiendo los caminos del Señor. Toda la filosofía de la vida cristiana está en acoplar nuestra voluntad a la de Dios, no presumiendo traer la voluntad de Dios a la nuestra, sino dejando absorber la nuestra por la suya. Entonces es cuando Dios se comunica con nosotros. «Enséñame, Señor, a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios», le decía el Salmista (Ps. 142, 10).
 
B) v. 14. - ¿. . .En dónde he de comer la Pascua con mis discípulos? - Comió Jesús la Pascua, no la nuestra, sino la de los judíos, dice el Crisóstomo; aunque después de comer la suya no sólo instituyó la nuestra, sino que él se hizo personalmente nuestra Pascua. Entonces, ¿por qué comió aquélla? Porque quiso sujetarse a la ley, a fin de redimir a los que estaban bajo la ley (Gal. 4, 5), y para dar fin definitivamente a la ley. Y para que nadie dijera que por hallar la ley pesada no pudo cumplirla, quiso sujetarse primero a sus preceptos, para luego abrogarla. Ejemplo admirable le obediencia, mortificación. y respeto a lo que Dios había instituido.
 
C) v. 15. - Y él os mostrará un cenáculo grande, aderezado... - El señor de la casa, que guía a la parte alta de la misma, donde está el refectorio de Jesús, es Pedro, dice San Jerónimo: a él confió el Señor su casa, para que sea una misma la fe bajo un solo pastor. El cenáculo grande es la dilatadísima Iglesia, en que se predica y alaba el nombre del Señor. Y está aderezada con toda suerte de virtudes y carismas. Sólo en esta casa se halla el cenáculo donde el Señor da las grandes cenas de su palabra y de su Cuerpo santísimo. Sólo de esta casa se va a disfrutar el banquete eterno de la gloria en el celestial cenáculo.
 
D) v. 16. - Y prepararon la Pascua. - Nuestra Pascua es Cristo; es, de una manera especial, la cena eucarística. Ella está dispuesta ya. Objetivamente, no puede ser más óptima. Contiene el Cuerpo del Señor, y con él, su sangre, alma y divinidad. Pero cada uno de nosotros debemos aderezar esta Pascua según nuestra manera de ser personal. Debemos adaptarla, adaptándonos nosotros a ella. Como el maná tenía todo sabor, así la Eucaristía. Mas para hallar el sabor que podríamos llamar «nuestro», porque el gusto, en el orden fisiológico como en el moral y sobrenatural, es cosa personalísima, debemos aderezar la Pascua del Señor, poniendo todos aquellos anejos que son necesarios en cada una de las circunstancias en que la comamos: las lechugas de la mortificación, si somos sensuales, el vino generoso de la caridad, si somos egoístas, el pan sin levadura de la humildad, si padecemos de hinchazón de soberbia, etc.
 
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 465-474)
 

 

MONS. TIHAMER TOTH
 
CRISTO CARGA CON LA CRUZ
 
Acompaño en espíritu al Señor por el camino regado de sangre: por el camino de la cruz. Los Evangelios no nos brindan muchos pormenores respecto de este camino. No leemos más que lo siguiente: “Y llevando Él mismo a cuestas su cruz, fue caminando hacia el sitio llamado el Cal vario, y en hebreo Gólgota, donde le crucificaron” (Jn. 19; 17-18).
 
La piedad cristiana, siguiendo la tradición, señala en este camino catorce “estaciones”, desde la casa de Pilato hasta la sepultura: catorce estaciones sangrientas del Cristo que va buscando la muerte.
 
Una de nuestras devociones más hermosas es la devoción del “Vía Crucis”. Nos colocamos junto a Cristo que anda su postrer camino, y procuramos con alma compungida aprender de Él en este trance doloroso.
 
Cristo carga con la cruz; con la cruz cuya imagen flotaba siempre ante sus ojos, durante toda su vida. ¡Qué sentimientos se debían agolpar en su mente en aquellos instantes!
 
Cristo es también hombre, como nosotros: lo que nos duele a nosotros le dolía también a Él; y lo que nos da escalofríos también a Él le causaba terror. También en Él protestaba el instinto de la vida cuando vio la cruz con sus brazos espantosos.
 
Detengo mi pensamiento ante este cuadro: Cristo lleva la cruz sobre sus hombros. La cruz pesada. ¿Qué es lo que pesa? ¿La madera? No. El cúmulo de pecados por los cuales cargó con la cruz. Los pecados de todos los hombres. El tuyo como el mío. ¿No te da lástima Cristo que sufre?
 
Si hay quien mira con despreocupación el pecado y el cumplimiento del deber, quien descuida su alma sin luchar contra sus malas inclinaciones, a éste le dirijo esta suplica: mira un momento los ojos de Cristo. Y veremos si puedes resistir la triste mirada del que te muestra su cuerpo herido y sangrante.
 
Cuando casi toda España gemía bajo el yugo de los musulmanes, éstos levantaron en Córdoba una mezquita de una magnificencia fabulosa; y para que la festividad resultase aún mayor, encadenaron en una de las columnas a un esclavo cristiano, un noble. Éste se mantuvo firme en la fe hasta la muerte. En su abandono y en sus luchas espirituales, ¿de dónde sacaba fuerzas? Con gran trabajo iba grabando con sus uñas una cruz en la columna de piedra a que estaba encadenado.
 
El poder de la Media Luna hace tiempo que fue abatido en España, la mezquita ya es iglesia católica; pero los hombres miran aún hoy con respeto una cruz grabada en una columna, de la que manó tanta fuerza, tanto aliento, tanto consuelo para los sufrimientos de un héroe.
 
¡Oh, Señor! Cuando yo tenga que enfrentarme con la cruz de la vida, cuando vea fracasados mis planes por obstáculos que me cierran el paso, enséñame a recibir el sufrimiento con alma fuerte, sin palabras de queja, y a sentir que Tú eres el que trazas mis caminos.
 
¡Cruz bendita de Cristo marcada con cinco rosas de sangre! ¡Santa Cruz! Extiende tus dos brazos ensangrentados. ¡Cruz santa de mi Cristo adorado, quiero mirarte cuando me tiente la culpa: sé entonces mi fortaleza!
 
¡Oh, cruz santa! Quiero mirarte cuando me abrume mi propia cruz, la cruz de la vida; ¡sé entonces fuerza para mí! ¡Oh, cruz santa, quiero mirarte cuando mis ojos vidriosos vean acercarse la muerte; sé entonces mi esperanza, mi consuelo, mi galardón !
 
EN EL CAMINO DEL CALVARIO
 
Cristo cae bajo el peso de la cruz . Las desgracias de la vida arranca a muchos esta queja: “No puedo..., no puedo más…” Ojalá mirasen todos en todas ocasiones a Cristo caído bajo el peso de la cruz.
 
Hijo mío: si en la vida todos te abandonan, si no encuentras una mano amiga que te levante, el ejemplo, la paciencia, la mansedumbre del Señor ha de ahuyentar de tu espíritu la desesperación.
 
Cristo encuentra por el camino a su Madre, la Virgen Santísima. Sienten las madres con aguda viveza el dolor del hijo. La tristeza, la más leve indisposición del hijo las sienten ellas más que nadie. ¿Qué debió de sentir entonces el alma inmaculada de la Virgen Santísima?
 
Tu madre vive todavía. Viven tus padres, tus hermanos. Da gracias, por ello, a Dios. Vendrá el día en que alguno de los seres más queridos guarde cama por una enfermedad mortal..., y llegará el momento terrible de la despedida.
 
Recuerda entonces que también el Señor sintió y vivió este momento terrible; y en el punto culminante de tus tristezas busca consuelo junto a Cristo que se abraza con la muerte, junto a Jesús que también tuvo que despedirse de su madre afligida.
 
Y piensa también otra cosa cuando repases esta escena El alma de Jesús debía de ser un mar de pesares. Tenía que despedirse de la madre, ¡de aquella madre sin par! ¿No había otra solución? ¿No podía Jesús permanecer junto a su madre…? ¡Con sólo ceder un poco de sus principios…! ¡Con qué no tomara tan seriamente su misión!
 
No. En el Señor no pudo encontrar cabida tal pensamiento, ni siquiera por un momento fugaz. Él siguió siempre con pasos firmes el camino santo del deber, aquel camino ensangrentado y sembrado de espinas...; ¡adelante, hacía el Gólgota!
 
En nosotros puede influir semejante pensamiento. Las tentaciones más difíciles de la vida son aquellas en que la cabeza y el corazón el deber y los sentimientos luchan entre sí a brazo partido.
 
El domingo por la mañana toda la familia irá de paseo. ¡Será estupendo! Sí, pero ¿y la Misa? -pregunta la razón. Pues bien: sea la razón la que oriente tus actos y no el sentimiento.
 
Tienes tu título, has logrado un buen empleo, eres hombre ya maduro; tu joven corazón salta de amor por una chica; es una joven agradable, hermosa; pero hay un inconveniente: no tiene la misma religión que tú. ¿Qué debes hacer? Bien sabes que no será feliz vuestra vida si en la cuestión más importante y más santa no tenéis la misma convicción. Cuidado: sigue la razón y no el sentimiento.
 
Sientes en tu alma el llamamiento del Señor: has de ser sacerdote. Ha llegado el momento. Te llama el seminario o noviciado. Pero ¡es tan amarga la despedida! ¡Abandonar el hogar doméstico tan cálido, tan íntimo! Todo te detiene y te cautiva... Cuidado: sigue al deber y no al sentimiento. Mira a Jesucristo: cómo hubo de despedirse de su Madre por cumplir su misión.
 
Simón Cireneo ayuda a llevar la cruz. - ha caído el Señor otra vez en tierra bajo el peso de la cruz; y corno sus verdugos temen que muera por el camino, obligan a un hombre que viene del campo para que le ayude a llevar la cruz (Mt. 21, 32).
 
Le obligan. Simón lo hace de mala gana. ¡Si supiera que durante millares de años millones y millones de hombres le tendrán envidia por aquella fatiga de unos momentos! Le tendrán envidia, porque pensarán: ¡Ojalá hubiéramos podido nosotros ayudar a Cristo ensangrentado!
 
“¡Oh Cristo abandonado! ¡Por qué no pude yo estar allí con mis francos! -así exclamó Clodoveo, el rey de los francos, empuñando su espada al oír hablar por vez primera de la crucifixión del Señor. Su exclamación significa que si él hubiera estado allí no habría permitido que Jesús padeciera.
 
Considera que todo pecado es la repetición del suplicio del Señor,
 
¡Qué quisquilloso soy yo! Basta que alguno me mire de reojo, que se le escape una palabra impensada... y ya estalla la ira. Me han llamado la atención con la mejor voluntad del mundo, y yo no veo en ello más que ofensa. ¡Cuántas amarguras me causo a mí mismo y cuántas amarguras causo a los demás!
 
De hoy en adelante quiero ayudar al Señor a llevar la Cruz. ¿Cómo? Muy fácilmente. Siempre que venzo las tentaciones contribuyo a la perfección de otro, aligero en mayor o menor grado el peso de la cruz de mi Jesús.
 
CRUCIFIXUS
 
Un escritor tuvo un pensamiento extraño, que le atormentaba continuamente y. no le dejaba descansar: quería escribir un libro que no tuviera más que una sola página, la página una sola frase, la frase una sola palabra, y esta palabra había de contener todo lo que el autor quería expresar... Caviló mucho sobre este problema, hasta que por fin vio, que la lengua humana no era capaz de colmar sus deseos.
 
Lo que fue imposible para el escritor lo realizó el Credo cristiano. Hay en él una palabra que contiene revelación, dogmas, pan de Dios, destino del hombre, alegría, fuerza, filosofía, fe..., y esta sola palabra es: Crucifixus , crucificado .
 
El misterio de la crucifixión de Cristo impresionó tanto a Napoleón I que vio en ella la prueba más espléndida de la divinidad de Jesús...
 
“Ahora estoy en la isla de Santa Elena -escribe-. ¿Dónde están en mi desgracia, mis aduladores? ¿Quién piensa en mí? ¿Dónde están mis amigos? Sí, vosotros, dos o tres, vosotros sois fieles hasta la muerte, y compartís conmigo el destierro
 
“Un poco más de tiempo y volverá mi cuerpo a la tierra para servir de pasto a los gusanos... ¡Qué gigantesca distancia entre mi profunda miseria y el reino eterno de aquel Cristo de quien se predica hoy todavía, a quien aman, a quien adoran, quien vive por toda la redondez de la tierra! ¿Es esto muerte? ¿No es más bien la vida? Tal muerte no puede ser sino la muerte de un Dios”.
 
Arrodíllate con frecuencia delante del crucifijo, levanta tus ojos a Jesucristo, que te mira con amor entrañable, y medita en silencio, con adoración muda, esta palabra: “Crucifixus”, Jesucristo fue crucificado por mí..., por mí... ¿Dónde está la fantasía más fogosa, ¿Dónde late un corazón materno, capaces de imaginar siquiera el amor que clavó a Cristo en la Cruz... por nosotros?
 
Cuando izaron su cruz en el Calvario, Él, como estatua marmórea de la oración, se levantó entre cielos y tierra, para cubrir con su cuerpo ensangrentado y lleno de heridas, la tierra, los hombres; para cubrir mi alma pecadora y esconderme de la ira de Dios, para desviar de nosotros con sus dos brazos extendidos en lo alto los rayos de la venganza, para ser como una señal de expiación trazada en el cielo, e implorando así perdón para nosotros.
 
Desde que el lábaro de la santa cruz se izó entre cielos y tierra, no es posible olvidarlo. Todos han de tomar posiciones de uno u otro modo ante la cruz.
 
Mira al Padre celestial: recibe el sacrificio de su Hijo. Mira a los ángeles: conmovidos adoran a Nuestro Señor crucificado.
 
Mira a sus enemigos: ¡cómo blasfeman de Él, cómo le maldicen! Mira... ¿A quién? A ti mismo, a ti mismo, hijo mío. ¿En qué bando estás? Dímelo: ¿Entre los enemigos de Cristo? ¿Entre aquellos que le odian, que le maldicen? No lo creo.
 
Quizás estés entre los soldados que se sentaron al pie de la cruz y, mientras a su lado se desarrollaba la tragedia más abrumadora de toda la historia del mundo, ellos -como si nada ocurriera- estaban jugando a los dados.
 
“Cristo murió por mí. Pues ha muerto. ¿Qué me importa?” Quizás no hables aún así; pero piensas, obras, vives como si Cristo te fuera completamente ajeno; como si Cristo no te importara.
 
No te importa que le hayan azotado durante la noche; pero sí te importaría tener que minar un poco menos tu cuerpo y no poderle conceder todo cuanto pide, aunque sea algo malo.
 
No te importa que por hacerle blanco de burla del mundo entero hayan presentado a Cristo ante la turba blasfema como un loco; pero te importaría mucho si se burlaran algunos de ti por tu compromiso cristiano.
 
No te importa que a Cristo le hayan clavado en la frente agudas espinas; pero sentirás vivamente tener sujetos tus antojos en un cerro espinoso de severa disciplina.
 
No te importa que haya Cristo derramado su última gota de sangre por ti; pero te pesa dedicar media hora cada domingo para oír la santa misa.
 
No te importa que Cristo haya tenido que subir casi a rastras, chorreando sangre, por el camino pedregoso del Calvario; pero sería una lástima que tuvieses que pisar tú el árido camino de la virtud.
 
No te importa que su Cuerpo sacratísimo, hecho una sola haga, haya sido clavado al árbol de la cruz y su corazón traspasado por la lanza; pero sería muy duro padecer por Él y cumplir sus preceptos.
 
¿Hay algún joven que piense así? ¿No hay entrañas de misericordia para con este pobre Cristo doliente?
 
Nos da lástima el caballo que cae por la calle, nos conmueve un pichón que se cae del nido... ¿Y Cristo?
 
Si; también Él nos da lástima.
 
Señor: Tu pobreza será mi pobreza. Será tu dolor la fuente de mi enmienda. Tu corona de espinas unirá dos corazones: el Tuyo y el mío. Tus lágrimas y tu sangre preciosísima trocarán en tierra feraz el duro camino de mi vida. Tu amor abrasado derretirá el hielo de mi corazón.
 
¡Oh, Señor! Cuando Tú sufriste mi alma quedó limpia. Cuando Tú te sumergías en los mares del sufrimiento, yo me salvé de ira eterna ruina. Tú moriste, y entonces empecé a. vivir yo.
 
Me importa tu Pasión; me importan los golpes y latigazos que recibiste; me importa la cruz en que fuiste clavado.
 
Y no me importa si tengo que luchar para vivir sin pecado. Aunque la lucha tuviera que ser de todos los momentos, no cejaría, Señor, y esperaría el triunfo de tu indiscutible soberanía, de Ti, ¡mi Rey crucificado!
 
Porque es de Ti de quien rezo diariamente la palabra conmovedora: . . .crucifixus...”, fue crucificados… ¡por mí!
 
¿QUÉ FUERZA TIENE LA CRUZ?
 
En el Coliseo romano existen todavía las ruinas de la “ meta sudans “. Cuando en la época de las persecuciones, las garras de las fieras destrozaban a nuestros hermanos condenados a muerte ‘-así lo leemos en las actas de los mártires- sentían ellos cierto alivio si el viento salpicaba su rostro con el agua pulverizada y libre de polvo de la m eta sudans ...
 
Hoy día ya no son arrojados los cristianos a las garras de las fieras; pero a medida que vayas creciendo verás cada vez mejor que quien trata de vivir constantemente según las prescripciones de Jesucristo tiene una vida de continuo martirio. Sé que tú lo aceptas.
 
Tu entusiasmo no titubea un solo momento; no temas las dentelladas de león que puede darte la ferocidad del mundo presente, o la ironía de los hombres, o la fiera de tus mismos instintos; y está dispuesto a padecer por amor a Cristo, y por la belleza ideal de una vida según Jesús.
 
¿Sabes cuál es la fuente de que brotan fuerzas para la perseverancia, y que nos ayuda para lograr el triunfo propio de los mártires? La preciosísima sangre de nuestro Salvador.
 
La cruz es nuestra meta sudans ; las gotas de sangre que la empapan rocían nuestro rostro y nos hacen invulnerables en las luchas de la vida.
 
¡Oh, qué fuerza es para nosotros la cruz del Señor!
 
Cuando el médico desahucia al enfermo, echa éste todavía una mirada de esperanza a la cruz. Si la conciencia del pecado casi aplasta al alma pecadora, ésta se abraza a las astas de la cruz que se extienden con gesto de perdón.
 
En suma: el hombre que lucha y está ya a punto de anonadarse bajo el peso de la vida, para implorar la postrer ayuda alza sus ojos al Crucificado.
 
El día 23 de mayo de 1927, la China fue devastada por un terremoto tan terrible como la humanidad no conocía otro igual. Aldeas enteras fueron arrasadas, y millares de hombres perecieron bajo los escombros.
 
Las monjas de Sisiang, según lo consiguió el semanario intitulado América (13-08-1928), precisamente se preparaban para la santa misa cuando empezó el terremoto y se desplomó la capilla.
 
Al sacar después, de los escombros, el cadáver de la superiora, fueron encontrados debajo del mismo dos niños aún vivos, a quienes defendió con el muro de su cuerpo la monja heroica en el momento de su derrumbamiento. La muerte de la superiora salvó la vida de los pequeñuelos.
 
Así te salvó Cristo a costa de su vida propia. Aprende, pues a honrar de un modo consciente la santa cruz.
 
Siempre que te santiguas, todas las veces que veas la cruz en las torres de las iglesias, en las tumbas de los cementerios, a la cabecera de tu cama, en tu escritorio... enciéndase tu corazón en amor y gratitud hacia ella.
 
¡Oh, santa cruz, solio real de Cristo! ¡Oh santa cruz, esperanza de los cristianos! Santa Cruz, consuelo del afligido, fortaleza contra las tentaciones. Santa Cruz, auxilio de los pobres, aviso para los ricos.
 
¡Santa Cruz, tú que levantas a los humildes y hundes a los engreídos! ¡Santa cruz, pan de los hambrientos, fuente refrigerante de los que mueren de sed! ¡Santa cruz, educadora de los jóvenes, corona de los hombres maduros, anhelada esperanza de los ancianos!
 
ELCRUCIFIJO EN LA MESA DEL ESTUDIANTE
 
Uno de los trece mártires de Arad, el general Schweidel, cuando le leyeron la condenación a muerte, se dirigió al sacerdote castrense con estas palabras:
 
-Padre, he ahí este crucifijo, heredado de mi madre, que santa gloria haya. Siempre lo be llevado conmigo, aun en medio del fragor de las batallas. Le ruego a usted que lo entregue a mi hijo.
 
Y como si le ocurriera entonces otro pensamiento, lo tomó de nuevo:
 
-Quiero tenerle en mis manos y morir con él. Cuando haya muerto, no le pese a usted quitarlo de mis manos y entregarlo después en casa.
 
Procura tú también tener un crucifijo. Colócalo sobre tu mesa No por mera exterioridad, sino con plena conciencia de su significado.
 
Es necesario educar tu alma y adquirir madurez al pie del crucifijo. Que Cristo crucificado te mira justamente allí donde haces lo pesado de tu trabajo donde haces tus estudios.
 
El crucifijo nos enseña gratitud y sacrificio.
 
Gratitud . - Un joven contempló con el alma conmovida al Cristo agonizante en la cruz el Viernes Santo. “Mi horrendo pecado le forzó a tal exceso” -pensó-. “Antes morir que cometer otra vez falta grave”
 
-pensó acto seguido.
 
Sacó un pergamino y escribió en él, con sangre de sus propias venas, esta súplica: “¡Dios mío! Si con tu sabiduría prevés que voy a ser tan desgraciado que cometa pecados graves en mi vida, concédeme que primero se me descuartice”.
 
El joven llegó a ser sacerdote: En la guerra francoprusiana tuvo que alistarse como sacerdote castrense. En la batalla del Pelfo le hirió una bala de cañón y le descuartizó.
 
En el pequeño relicario colgado de su cuello encontraron la mentada súplica. Dios fue misericordioso con él y escuchó su petición.
 
¡Cuánto merece de mí este Cristo crucificado! Todo, te lo debo a Ti, Rey crucificado.
 
Te debo a Ti tener que ir a tientas en la oscuridad, porque veo claro el ideal de la vida. Te debo a Ti el ver con toda claridad la dignidad humana.
 
Te debo a Ti el poder sacar fuerzas de tu cabeza coronada de espinas, cuando las tentaciones me asaltan.
 
Te debo a Ti el poder alcanzar un día la felicidad eterna en casa del Padre, porque tengo la esperanza de conseguirla.
 
El crucifijo enseña sacrificio . - Jesús escogió para sí el suplicio más ignominioso: la cruz. Y desde entonces damos el nombre de “cruz” a toda prueba, lucha, sacrificio.
 
Puede ser que ya en los años de la juventud sientas la “cruz” pesada de la vida; puede ser que la incomprensión y el olvido de tus méritos te agobien, que tus planes más hermosos fracasen y tus esfuerzos por el ideal sufran bancarrota, que teniendo que luchar con un cuerpo enfermizo, notes con tristeza cómo adelantan los otros, cómo te dejan atrás los que gozan de salud robusta.
 
Puede ser que “te persiga la mala suerte”, y que no salga bien nada de lo que tú emprendes “, echa una mirada al Cristo crucificado, y sentirás cómo inunda tu alma la fuerza del aliento, del consuelo, de la perseverancia, un nuevo empuje de vida
 
Cuando veas que algunos andan a caza de placeres y sienten hambre de dinero, y se mofan altaneros del espíritu de sacrificio, de disciplina y de firmeza que ven en la nueva generación, entonces alza tus ojos al Cristo crucificado y no te parecerá excesivo cualquier sacrificio que por Él hubieras de hacer.
 
Durante las persecuciones de los primeros tiempos cristianos apresaron a un niño de siete años. “¿Quién eres?” -1e pregunta el tirano-. “Soy cristiano” -responde con firmeza el pequeño, y se pone a recitar en voz alta “Creo en Dios Padre todopoderoso…”.
 
Le azotan cruelmente delante de su madre, pero él no ceja. Su carne cuelga ya en pedazos, todos los circunstantes lloran y el niño, después de haber perdido mucha sangre, dice a su madre “¡Madre! ¡Tengo sed!”.
 
La madre heroica le contesta “Hijo mío, sufre un poco más y llegarás a Aquel que apaga la sed para siempre” El tirano se enfurece, salta de cólera y no tarda mucho en rociar por el suelo la cabeza del niño de siete primaveras.
 
El Señor no exige tanto de ti. Pero en los momentos difíciles de la vida nunca olvides la fuerza que brota de la cruz de Cristo
 
Si el estudio se te hace cuesta arriba, si te resulta duro cumplir tus deberes, dirige a la cruz una mirada y tendrás fuerza para el sacrificio.
 
Si algunas veces te resulta muy difícil obedecer, si no puedes con ciertas lecciones, si alguna que otra disposición de tus padres te parece “incomprensible” y “pueril”, mira el crucifijo.
 
La sangre de Cristo es el rocío santo que hace brotar blancos lirios de nuestras almas si las plantamos junto a la sagrada fuente Esta sangre es el aceite bendito que apacigua el mar alborotado de los rebeldes incentivos.
 
“ Nie obne Opfer “ “Ni un día sin sacrificio” No ha de pasar un solo día sin haberte colocado con un poco de sacrificio y disciplina debajo de la cruz de Cristo que se sacrifica por ti.
 
“ Nie obne Opfer “ “Ni un día sin sacrificio” y con ello no sólo te muestras digno del Cristo sacrificado, sino que además trabajas del modo más eficaz en la educación de tu propia voluntad.
 
El Señor, desde la cima del Gólgota, grita al mundo entero:
 
¡Hombres! Sed como Dios os quiere. Perdonad así como Dios os perdona.
 
Hay una diferencia como del cielo a la tierra entre la manera de pensar de Jesús y la mía. “Padre, perdónalos”...; “ya lo verás, me lo pagarás caro”. “Padre, perdónalos”.. “hemos acabado para siempre no volveré a dirigirte la palabra”.
 
Señor, mi comodidad quiso eximirme del trabajo y del deber, y Tú fuiste obligado a llevar la cruz. Señor, yo fui orgulloso, y a Ti te coronaron de espinas. Señor, fui cobarde, y se burlaron de Ti, vistiéndote con traje de loco.
 
Señor, yo mentí, y a Ti te abofetearon. Fui malo con mis compañeros, envidioso, me alegré de sus disgustos, y a Ti te escupieron. Señor, ensucié mi alma con pensamientos deshonestos, contaminé mi cuerpo con actos pecaminosos, y a Ti te azotaron con látigo de plomo.
 
Mis ojos bebieron el pecado y tus ojos se llenaron de sangre. Mis pies pisaron la senda del mal, y los tuyos fueron taladrados con clavos. Pero en adelante, Señor, mi oración será la de San Francisco de Sales. “Si supiera que entre mis venas hay una sola que no pertenece a Dios, la arrancaría y la echaría al fuego”.
 
(Mons. Tihamér Toth, El Joven y Cristo , Ed. Gladius, Buenos Aires, 1989, Pág. 140-149)
 

 

R.P. MIGUEL A. FUENTES
 
LA PASIÓN PREANUNCIADA
 
Todo cuanto sucedió a Jesús en el transcurso del día de Pasión había sido anunciado muchos siglos antes, particularmente por el Salmista y por el profeta Isaías en sus cánticos del Siervo Sufriente.
 
Camino a Emaús, oculto tras los velos de su cuerpo glorioso y resucitado, Jesús hecho acompañante de sus desconsolados discípulos les explicó los misterios de la Pasión apelando a las Escrituras que ellos conocían: El les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?'. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras (Lc 24,25-27). Ya durante la Cena había hecho semejantes referencias: El Hijo del hombre se va como está escrito de Él (Mt 26,24); Todos vosotros os escandalizaréis por mi causa esta noche. Pues está escrito : Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26,30).
 
El mismo tenor tendrán las primeras predicaciones de sus discípulos, como Pedro al decir: ... Jesús... de quien Dios habló por boca de sus santos profetas. Moisés efectivamente dijo: El Señor Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos; escuchadle todo cuanto os diga. Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo. Y todos los profetas que desde Samuel y sus sucesores han hablado, anunciaron también estos días (Act 3,20-24).
 
Esta misma convicción, aplicada en general al Antiguo Testamento como prefiguración del Nuevo y en particular a Cristo, es expresada en muchos otros lugares, como, por ejemplo: Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos (1 Cor 10,11); Todo ello es una figura del tiempo presente (Hb 9,9).
 
La Pasión, siendo el misterio central de nuestra redención, fue profetizada hasta los últimos detalles al punto que podemos reconstruirla con textos del Antiguo Testamento.
 
1. Los dolores de Cristo
 
Tales y tantos fueron los tormentos de Cristo vistos por los Profetas que se le aplican las palabras del Exodo: Ciertamente esposo de sangre eres para mí (Ex 4,25); y lo que dice Isaías: ¿Quién es ése que avanza de Edom, rojos sus vestidos, de Bosra?... ¿Cómo está, pues, rojo tu vestido, y tus ropas como las del que pisa en el lagar? He pisado el lagar yo solo, y no había nadie conmigo... (Is 63,1-3).
 
a) Los dolores físicos
 
No tiene apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni esplendor para que nos podamos complacer en él (Is 53,2).
 
Soy un gusano y no un hombre, infamia de los hombres, rechazado por mi pueblo (Sal 22,7).
 
Despreciado y rechazado de los hombres, hombre de dolores, familiarizado con el dolor (Is 53,3).
 
Él fue traspasado por nuestros delitos y molido por nuestros pecados. Por sus llagas hemos sido curados (Is 53,5).
 
Con opresión e injusta sentencia fue quitado del medio; ¿quién se aflige por su suerte? Sí, fue eliminado de la tierra de los vivientes, por las iniquidades de mi pueblo fue herido de muerte (Is 53,8).
 
He presentado mis espaldas a los flageladores, el rostro a los que arrancaban mi barba; no he quitado la cara a los insultos y salivazos (Is 50,6).
 
He sido derramado como agua, han sido descoyuntados todos mis huesos. Mi corazón es como cera, se funde en medio de mis entrañas (Sal 22,15).
 
Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte (Sal 22,16).
 
Han perforado mis manos y mis pies (Sal 22,17).
 
Se asombraron de él muchos pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana (Is 52,14).
 
b) Los sufrimientos morales
 
Estoy en angustia (Sal 69,18).
 
El oprobio me destroza el corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie; alguien que me consolase, y no lo hallé (Sal 69,21).
 
En verdad que estoy afligido y dolorido (Sal 69,30).
 
2. El odio de sus enemigos
 
Me odiaron sin motivo (Sal 69,5). Esta expresión Jesús se la aplicó a sí mismo durante la Última Cena: Es para que se cumpla la palabra que está escrita en la Ley de ellos: ‘Me aborrecieron sin motivo' (Jn 15,25).
 
Una jauría de mastines me circunda, me asedia una banda de malvados (Sal 22,17).
 
Se burlan los que me ven, tuercen los labios y mueven la cabeza (Sal 22,8).
 
Con opresión e injusta sentencia fue quitado del medio (Is 53,8).
 
3. El abandono y la traición de sus amigos
 
Si todavía un enemigo me ultrajara, podría soportarlo; si el que me odia se alzara contra mí, me escondería de él. ¡Pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía una dulce intimidad, en la Casa de Dios! (Sal 55,13-15).
 
Aun el que tenía paz conmigo, aquel en quien me confiaba y comía mi pan, alzó contra mí su calcañal (Sal 41,10). Jesús dice que esta palabra se cumple en la traición de Judas: lo digo para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su calcañal (Jn 13,18).
 
4. Los motivos de su Pasión: liberarnos de nuestros pecados y sufrimientos
 
Tengo que pagar lo que nunca robé (Sal 69,5).
 
Cargó sobre Sí nuestros sufrimientos (Is 53,4).
 
Por la iniquidad de mi pueblo fue herido de muerte (Is 53,8).
 
Quiso el Señor quebrantarle con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado... (Is 53,10).
 
Ha sido traspasado por nuestras iniquidades (Is 53,5).
 
El Señor hizo caer sobre él las iniquidades de todos nosotros (Is 53,6).
 
Se entregó a sí mismo a la muerte y ha sido contado entre los impíos, mientras él lleva el pecado de muchos e intercedía por los pecadores (Is 53,12).
 
5. Las disposiciones del alma de Jesús
 
a) Su ofrecimiento voluntario
 
Maltratado, se dejó humillar (Is 53,7).
 
Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos (Is 50,5-6).
 
b) Su confianza en Dios Padre y su celo por Él
 
Por ti sufro afrentas... Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí (Sal 69,10).
 
Yahvéh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado. Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo?... He aquí que el Señor Yahvéh me ayuda: ¿quién me condenará? (Is 50,7-9).
 
Dios mío, Dios mío, te llamo de día y no respondes, grito de noche y no encuentro reposo... Con todo tú eres santo... En ti esperaron nuestros padres; confiaron y tú los libraste. A ti clamaron, y fueron liberados; en ti confiaron y no fueron confundidos (Sal 22,3-6).
 
Por eso a ti oro, oh Yahvéh... mírame según la muchedumbre de tus misericordias (Sal 69,14.17).
 
c) No hacía resistencia a sus verdugos
 
No abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador (Is 53,7).
 
Cada año, el Viernes de Pasión, la Iglesia entona uno de sus cantos más tristes, poniendo en boca de Cristo las quejas amargas de un amor que no ha encontrado correspondencia entre los hombres; y llama a este canto, los “improperios”, es decir, las injurias que Cristo recibió de su Pueblo:
 
-¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? O ¿en qué te he entristecido? ¡Respóndeme!
 
-Yo te saqué de la tierra de Egipto: y tú, a cambio, preparaste una Cruz a tu Salvador.
 
-¿Qué más debí yo hacer por ti que no haya hecho? Yo te planté como viña mía predilecta; pero tú te hiciste para mí amarga por demás, pues en mi sed me diste vinagre, y con una lanzada perforaste el costado de tu Salvador.
 
-Yo por ti azoté el Egipto en sus primogénitos; pero tú, después de azotado me entregaste.
 
-Yo te saqué de Egipto sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo; pero tú me entregaste a los príncipes de los sacerdotes.
 
-Yo ante ti abrí el Mar; y tú, a cambio, me abriste el costado con una lanza.
 
-Yo, con el maná, te alimenté en el desierto; y tú descargaste sobre mí azotes y bofetadas.
 
-Yo te di a beber agua de salvación, sacándola de la roca; tú calmaste mi sed con hiel y vinagre.
 
-Yo por ti herí a los reyes cananeos; pero tú golpeaste mi cabeza con una caña.
 
-Yo te di un cetro real; tú, en cambio, pusiste en mi cabeza una corona de espinas.
 
-Yo te exalté con gran poder; y tú me colgaste en el patíbulo de la cruz.
 
-¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? O ¿en qué te he entristecido? ¡Respóndeme!.
 
Israel Zolli era un judío polaco, culto, nacido en Brodj, de familia de rabinos, el 17 de septiembre de 1881. Fue Rabino de Trieste y apreciado como gran exégeta, catedrático de lengua y literatura hebraicas en la Universidad estatal de Pavía. Hombre fiel a sus tradiciones culturales y religiosas. Sin embargo, había una convergencia que insistentemente turbaba su conciencia: la figura del Siervo de Yahvéh en Isaías y la figura de aquel Cristo crucificado que tanto le había impresionado durante sus visitas a la casa de un compañero cristiano, un tal Estanislao. “¿Quién es este hombre crucificado como un criminal?”, había preguntado un día. “Jesucristo”, le contestó el compañero. Desde entonces -como escribiría mucho más tarde el mismo Zolli- la hipótesis de que Jesús pudiera ser el Siervo de Yahvéh, hombre inocente y puro, pero humillado y golpeado hasta la muerte por nuestros pecados, no le había abandonado nunca, ni siquiera cuando, durante la segunda Guerra Mundial fue llamado a desempeñar la función de Gran Rabino de Roma, es decir, cuando pasó a ser uno de los hombres más importantes del judaísmo occidental. Por eso no se sorprendió aquel setiembre de 1944, cuando durante la ceremonia litúrgica del Yom Kippur, la Fiesta de la Expiación, le pareció ver (al igual que su esposa y su hija) la figura de Jesús que le decía: “Tú estás aquí por última vez”. El 13 de febrero de 1945 recibió el bautismo en una pequeña capilla de la iglesia de Santa María degli Angeli, tomando el nombre cristiano de Eugenio, en honor del Papa Eugenio Pacelli, Pío XII, a quien amaba entrañablemente. El Antiguo Testamento lo había llevado gradualmente al Nuevo. Por eso, resumiendo su itinerario espiritual, se atrevía decir: “Yo no soy un converso, ¡soy alguien que ha llegado!”.
 

 

 
EJEMPLOS PREDICABLES
 
 
 
Mirar a Cristo
 
El escultor Thorwaldsen tiene una magnifica estatua de Cristo en una de las iglesias de Copenhague. Un turista la miró con cierto desencanto: no acertaba descubrir la hermosura tan encomiada de la obra.
 
Unos de los circunstantes le dijo: “Ha de arrodillarse usted, y así desde abajo mirar la cara de Cristo”. El turista se arrodilló y pudo apreciar toda la belleza de aquella obra sin par.
 
Arrodìllate tú también ante Jesucristo, mira su rostro muchas veces, ámale y síguele, quedarás cautivado de su belleza. Verás cómo el contacto íntimo con Jesucristo vibra en tu alma pujante vida, así como la savia de la vid trabaja y obra en el sarmiento, según el símil propuesto por el Salvador.
 
Dichoso el joven que sabe vivir en amistad cálida, íntima con el Señor; en cuyo corazón vive la imagen de Cristo como un mar de resplandores que irradian las fuerzas; cuyo entendimiento se siente subyugado irresistiblemente por el amor de Jesús.
 
(Mons. Tihamér Toth, El Joven y Cristo , Ed. Gladius, Buenos Aires, 1989, Pág. 154)
 
La Cruz Abrazada...
 
Un joven sentía que no podía más con sus problemas. Cayó entonces de rodillas rezando: "Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada"
 
El Señor le contestó: “Hijo mío, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación. Después escoge la cruz que tu quieras".
 
El joven suspiró aliviado: "Gracias Señor". Luego dio muchas vueltas por la habitación observando las cruces, había de todos los tamaños. Finalmente fijó sus ojos en una pequeña cruz apoyada junto a la puerta y susurró: "Señor, quisiera esa cruz". El Señor le contestó: “Hijo mío, esa es la cruz que acabas de dejar".
 
( www.corazones.org)