Víctor Manuel Fernández

 

La oración pastoral.
Otros ejemplos

 

Continuando con el camino iniciado en su última nota, el autor nos sigue mostrando, a través de ejemplos concretos, la importancia y el profundo significado de la "oración pastoral".

 

En el anuncio

Cuando asumimos la misión que Jesús nos da de anunciar el Evangelio, ese anuncio se dirige a seres humanos. Por eso, por una parte hablamos de una mística del anuncio, ya que al anunciar el Evangelio que hemos contemplado lo estamos disfrutando, lo estamos gozando, lo estamos contemplando de otra manera. En el momento del anuncio hay que vivir la convicción de la riqueza del Evangelio que uno está ofreciendo, que en definitiva es lo que los demás necesitan escuchar, lo que sus fibras más íntimas están esperando, aunque ellos mismos no lo reconozcan. Y aquí es bueno recordar que en la comunicación de la hermosura que hemos contemplado hay un secreto de la misma experiencia espiritual, porque esa experiencia no se arraiga, no se completa, no se perfecciona, hasta que no se comunica a otro. No es excusa para no transmitirlo que uno no haya llegado a vivir del todo el Evangelio, precisamente porque nunca llegará a vivirlo en toda su profundidad y riqueza hasta que no lo comunique a otro en un trato personal.

Pero, por otra parte, hay que vivir allí una mística del encuentro, ya que se lo estamos anunciando a un ser humano, y eso nos exige vivir ese encuentro con profundo sentido espiritual.

Cuando un misionero va a visitar un hogar, está en oración antes de la visita, pidiendo el auxilio del Espíritu Santo; también después de la visita, intercediendo por las necesidades que hemos encontrado en esa persona y agradeciendo lo que Dios hace en su vida. Pero también hay una oración en la misma visita, en el encuentro personal con ese hermano, reconociendo en él la presencia del Señor y advirtiendo cómo Jesús se hace presente entre los dos, como en una especie de "templo fraterno". Esta espiritualidad del encuentro vivida en el anuncio puede asumir diversas formas: puede ser un ejercicio de la paternidad espiritual, cuando uno deja de mirar a la otra persona con intereses personales, y ni siquiera espera un reconocimiento o una gratitud, sino que ha llegado a necesitar su bien, como un padre es capaz de renunciar a todo por un hijo, y así reproduce la paternidad de Dios. También puede vivirse al modo de un "éxtasis compartido" como el que vivieron juntos san Agustín y santa Mónica antes de la muerte de ella. A veces de maneras más gozosas, otras veces de maneras más áridas que nos unen a la cruz del Señor, el anuncio del Evangelio, cuando nos entregamos con confianza y fe, es siempre una altísima experiencia de oración.

En medio de una tarea que me entusiasma, las demás personas pueden convertirse en objetos, en meros instrumentos para que yo pueda lograr mis objetivos. Esos objetivos pueden ser muy altos, pero pierden su valor cuando se colocan por encima de las personas, cuando los logros que queremos conseguir se vuelven absolutos. Por eso siempre es necesario recuperar la mirada adecuada, ya que la actividad no tendrá verdadera calidad ni profundidad si los demás no son el centro y el fin de esa actividad.

Cuando decimos que Dios debe ser el fin de nuestras acciones y proyectos, a veces olvidamos que también los seres humanos son fines, ya que ninguna persona humana puede ser un medio para otra cosa.

Efectivamente, cuando la Palabra de Dios dice que si uno no ama al prójimo que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (ver 1Jn 4, 20) establece una ley fundamental del discernimiento cristiano. Es el profundo realismo de la Revelación, que nos dice que Dios se "inmediatiza" en el hermano. Él se torna especialmente cercano, visible como objeto de cariño, de compasión y de ayuda, en el hermano que vemos con nuestros ojos. Por eso, "la apertura trascendental a Dios se actúa, de hecho y necesariamente, en la mediación categorial de la imagen de Dios. El diálogo con el tú divino se realiza ineludiblemente en el diálogo con el tú humano ... La única garantía, la sola prueba apodíctica de que yo respondo a Dios y me comunico con él en el amor, es la relación interpersonal creada ... Quien venera y respeta la imagen de Dios, respeta a Dios aunque no lo reconozca explícitamente ... Porque allí donde se afirma a ese tú como valor absoluto, como fin y no como medio, se está haciendo algo no cubierto por ninguna garantía empírica" (J. L. Ruiz De La Peña, Imagen de Dios, Santander, 1988, 180).

En el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para nosotros: "Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí" (Mt 25, 40). Es muy sugestivo que en Mt 25, 31-46 el único criterio que se presenta para saber si se está o no en el camino de la salvación, son las actitudes concretas ante el hermano necesitado; es esto lo que decide si somos "benditos" o "malditos" del Padre. En el texto revelado resuenan también estas preguntas y respuestas: ¿quién es el que está en la luz?: "el que ama a su hermano"; ¿quién no tropieza?: "el que ama a su hermano"(1Jn 2, 10); ¿quién ha pasado de la muerte a la vida?: "el que ama a su hermano" (1Jn 3,14).

Benedicto XVI, recogiendo el mensaje de estos textos bíblicos, ha dicho que "cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios" (Deus caritas est, 16), y que el amor es en el fondo la única luz que "ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza necesaria para vivir y actuar" (Deus caritas est, 39). Por eso, el amor al prójimo como respuesta al amor primero de Dios ("el amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás") integra para el cristiano la verdadera "opción fundamental de su vida" (Deus caritas est, 1) y es "el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana" (Deus caritas est, 15).

Por eso ya nadie puede decir que un evangelizador es profundamente espiritual sólo si está verdaderamente centrado en Dios; es indispensable que también esté intensamente centrado en los demás. La experiencia de anunciarles el Evangelio puede unir maravillosamente el amor a Dios y el amor al hermano en un único acto contemplativo.

Orar ante otros

Un modo concreto de orar en medio del encuentro con los demás, tomándolos muy en serio, es orar por ellos, pero no en una oración privada de intercesión, sino delante de ellos, en la presencia de ellos. Eso puede suceder cuando alguien nos pide que oremos por una necesidad suya, y en lugar de prometerle nuestra oración, respondemos haciendo inmediatamente una oración. Podemos responder así: "Bueno, ya que me lo estás pidiendo, ahora mismo voy a orar por tus necesidades". Con un gesto fraterno, como colocar una mano en el hombro de la persona, expresamos en voz alta nuestra oración. Puede hacerlo un sacerdote o cualquier laico. El bautismo nos ha consagrado para interceder por los demás y ser instrumentos de bendición.

Esta es una experiencia preciosa, que otorga al encuentro entre dos personas una hondura sobrenatural. Estar junto a otro orando por él, es acoger su historia concreta, responder a sus necesidades más profundas con un acto de amor, y entrar los dos juntos en la presencia de Dios. Pero para hacerlo hace falta asumir a fondo que somos creyentes y que somos hermanos. Si preferimos recluir nuestra fe en lo privado, o si nuestras relaciones humanas son mera diplomacia, seremos incapaces de atrevernos a realizar un acto de tal profundidad.

Veamos ahora algunos ejemplos:

Oración por una familia

Si tengo que visitar un hogar amigo, o si una tarea determinada me lleva a entrar en una familia creyente, procuro ante todo que sea un verdadero encuentro fraterno. Me concentro sólo en ellos, mostrándoles así que ellos son importantes para mí, para que mi presencia sea un signo del Dios que los tiene realmente en cuenta. Escucho con cariño sus historias, les abro mi corazón y me presento a ellos, y trato de descubrir a Jesús presente entre nosotros. Luego les propongo hacer una oración por ellos, procurando que mis palabras realmente se dirijan al Señor, reconociendo que él está escuchando mi plegaria. Esta oración podría realizarse con palabras como estas:

"Querido Señor Jesús, que vives en comunión perfecta con el Padre y el Espíritu Santo, y creciste en familia con María y José.

Hoy quiero pedirte por esta familia, para que te hagas presente en ella y seas su Señor y Salvador.

Bendice a todos sus miembros con tu poder infinito.

Protégelos de todo mal y de todo peligro.

No permitas que nada ni nadie les haga daño, y dales salud en el cuerpo y en el alma.

Te necesitamos, Jesús.

Llena este hogar de tu paz, de tu alegría, de tu ternura.

Que en esta casa te conozcan y te amen

cada día más.

Derrama tu amor para que sepan dialogar, entenderse, ayudarse, para que puedan acompañarse y sostenerse en el duro camino de la vida.

Dales pan y trabajo; ayúdales a cuidar lo que tienen y a compartirlo con los demás.

También quiero darte gracias, Jesús, por los momentos lindos que han pasado en familia, y por las cosas buenas que tienen.

Bendito seas, Señor Jesús, con tu sagrada familia de Nazaret.

Amén".

Pero siempre será necesario incorporar en esta súplica las necesidades concretas y precisas que ellos han manifestado.

Oración en un velatorio

También puedo orar en un velatorio, de manera que mi visita, además de ser una preciosa obra de misericordia, procure también hacer presente a Jesús, sin avergonzarme de mi fe. Evidentemente, esto supone que los presentes sean creyentes y que el ambiente del lugar lo permita. No debe parecer una ostentación de la propia fe sino un acto de cariño y cercanía. Pero al mismo tiempo debería ser una verdadera oración, es decir, palabras dirigidas realmente a Dios, hablando con él, reconociendo su presencia.

Veamos cómo podría ser esta oración:

"Dios mío, estoy ante ti para presentarte a esta querida persona.

Porque con tu amor infinito le diste la vida, le hiciste conocer este mundo, y Jesús derramó su sangre para salvarlo.

En el Bautismo le diste el precioso don de ser hijo tuyo, y derramaste tu vida en su interior.

Estuviste a su lado en cada momento de su vida para fortalecerlo y alentarlo.

Hoy te pido Señor, que lo purifiques con tu luz divina para que pueda entrar en tu Reino celestial, allí donde tú secas todas las lágrimas de nuestros ojos y ya no hay pena, ni muerte, ni dolor.

Recíbelo Señor en la Jerusalén celestial,

en ese lugar donde reina una paz sin confines, una alegría sin límites, un amor inmenso.

Concédele entrar a tu banquete feliz en compañía de todos los santos, allí donde ya no hay nada que temer, allí donde por fin encontramos la verdadera felicidad.

Mira Señor, todas sus obras buenas, sus mejores deseos, sus acciones generosas, tú que nos regalas mucho más de lo que nosotros podemos esperar.

Y ya que comprendes nuestras debilidades y eres infinita misericordia, no tengas en cuenta sus imperfecciones.

También te ruego por todos sus familiares y amigos que están sufriendo.

Regálales tu consuelo.

Gracias Señor, porque escuchas con bondad nuestra plegaria.

Amén".

Oración por un niño

La relación con los propios hijos, sobrinos o ahijados, por ejemplo, debería alcanzar en algunos momentos una profundidad religiosa. Cuando tomamos un niño en nuestros brazos o mientras lo contemplamos en brazos de su madre, podemos hacer presente a Jesús y orar por él, lo cual seguramente agradará profundamente a su madre y al mismo tiempo nos otorgará una experiencia de preciosa ternura espiritual:

"Señor amado, mira este niño, obra de tus manos de Padre.

Tú lo formaste en el seno de su madre, y su vida es un regalo de tu amor sin límites.

Te doy gracias por él y te pido que lo bendigas en abundancia.

Entra en su interior y libéralo de toda perturbación, para que conozca tu paz maravillosa.

Derrama en él tu amor, que sana todas las heridas.

Penetra en su cuerpo con tu fuerza, y libéralo de toda enfermedad.

Enséñale a querer a los demás y a desarrollar todos los dones que le diste.

Protégelo de todo mal y acompáñalo siempre con tu ternura de Padre.

Amén".

Oración por una embarazada

Algo semejante puede ocurrir ante una amiga que espera un hijo:

"Señor, pongo en tus manos a esta hija tuya, que has elegido para dar la vida a una nueva criatura.

Bendice su vientre Señor, y protege a este niño que se está formando en su seno.

Concédele que crezca sano, fuerte y feliz.

Mira a esta mujer que tú amas y libérala de cualquier ansiedad y nerviosismo.

Regálale mucha paz interior, fortaleza y alegría, para que su hijo encuentre en ella todo lo que necesita.

Acompáñala con tu amor en este tiempo de santa espera.

Amén".

Oración por un anciano

Cuando visitamos un anciano, es posible que no nos sintamos muy cómodos. Los ancianos, sobre todo si están enfermos o tristes, nos ponen en contacto directo con los límites de esta vida pasajera. Hoy se rinde un culto a los cuerpos jóvenes y sanos, y escapamos de todo lo que nos haga sentir la debilidad humana. Por eso, la visita a un anciano nos exige particularmente desarrollar una capacidad de mirar más allá y reconocer el valor sagrado de todo ser humano. Además de intentar vivir con cariño y respeto ese encuentro con el anciano, al final de nuestra visita podemos regalarle el gesto de orar por él, pidiendo sinceramente a Jesús que se haga presente en su vida:

"Señor amado, que regalaste muchos años de vida a este hijo tuyo, te pido que lo bendigas en abundancia para que viva en calma y alegría.

Dale fortaleza y paciencia para soportar las dificultades de su edad y los cansancios y dolores del cuerpo.

Ayúdale a encontrarse contigo y a crecer cada día más en tu amistad, para que descubra en tu amor la verdadera juventud interior.

Concédele vivir lo mejor posible esta vida que le estás regalando.

Libera su corazón de todo mal recuerdo, serena toda angustia, sana toda perturbación interior, y llena su corazón con tu presencia.

Bendice también a sus seres queridos y ayúdalos en sus dificultades.

Amén".