'Operación Rabat': el complot para secuestrar a Pío XII

 

EL MUNDO

 

Hitler ideó un plan para secuestrar al Papa, a quién consideraba un obstáculo para abolir el cristianismo y sustituirlo por una nueva religión nazi

 

¿Santo o simpatizante nazi? Para numerosos historiadores, Pío XII fue un personaje siniestro que hizo la vista gorda ante las atrocidades cometidas por el régimen de Adolf Hitler. Para el Vaticano, que apoya sin reservas que el ascenso a los altares de ese controvertido pontífice, Pío XII fue sin embargo un hombre santo que si no se pronunció con mayor dureza las monstruosidades nazis fue por miedo a que tomaran represalias contra los católicos.
 

Pero ¿qué representaba ese Papa para Hitler? Para el Führer, Pío XII era «un anti-nacionalsocialista amigo de los hebreos» que entorpecía su sueño de sustituir el cristianismo con la «nueva religión nazi». Así que para quitarse de en medio a ese incómodo obstáculo, Hitler ideó un arriesgado plan: nada menos que el secuestro del pontífice.

El dictador alemán en persona estuvo durante años dando vueltas a una trama diseñada para poner fuera circulación a Pío XII.Y, durante la II Guerra Mundial, tomó finalmente la decisión de ponerla en práctica: dio a uno de sus generales la orden directa y precisa de secuestrar al pontífice y de trasladarlo al castillo de Liechtenstein, en Wuerttemberg. Sin embargo su propósito no llegaría a hacerse nunca realidad, pues el general en cuestión osó desobedecer al Führer y se negó a acatar el mandato de raptar a Pío XII.

El maléfico plan

Lo contaba el pasado sábado Avvenire, el rotativo de la Confederación Episcopal italiana, citando en ese sentido las declaraciones que poco antes de morir el general de la división militar en Italia de las SS, Karl Friedrich Otto Wolff, realizó allá por 1974 en Mónaco a miembros de la Iglesia católica que reunían pruebas para solicitar la beatificación de Pío XII, un proceso que, por cierto, está previsto que arranque el próximo mes de marzo.

El plan para secuestrar a Pío XII llevaba el nombre en clave de operación Rabat y, según aseguró Wolff a los enviados vaticanos, fue concebido en 1943, aunque no llegó a activarse hasta el año siguiente. Fue en 1944, poco antes de la retirada de los nazis de Italia, cuando el general de las SS recibió «de Hitler en persona la orden de secuestrar al Papa Pío XII», con la precisión en forma de ultimátum de que el pontífice debía de estar en mayo de ese mismo año fuera de circulación.

Después de aquel encuentro mantenido en Alemania con el Führer, el general Wolff regresó a Roma y solicitó una audiencia secreta con el Papa. Tan secreta que el encuentro tuvo lugar el 10 de mayo de 1944 al amparo de la oscuridad de la noche. Además, y a fin de mantener en secreto su identidad, el jerifalte de las SS decidió prescindir de su uniforme nazi y acudió a la reunión con el Papa vestido de civil y en compañía de un sacerdote.

Pero, lejos de servirse de aquella audiencia para tratar de raptar a Pío XII, el general nazi aprovechó el encuentro con el pontífice para poner a éste al corriente de los planes de Hitler para secuestrarle.

Prueba de sinceridad

Karl Friedrich Otto Wolf exhortó al Papa a mantenerse alerta, indicándole que a pesar de que él no tenía ninguna intención de poner en práctica las órdenes dadas por el Führer, la situación en Roma en aquel momento era «confusa y estaba plagada de riesgos».

¿Se tomó en serio el Papa las advertencias del dirigente de las SS? Pío XII no sabía hasta dónde podía fiarse del general Wolff, así que le solicitó una prueba de sinceridad: pidió al oficial nazi la liberación de dos condenados a muerte. El 3 de junio de ese mismo año de 1944, Wolff cumplía su palabra y los dos prisioneros eran puestos en libertad.

El Vaticano, siempre según la información publicada por el rotativo Avvenire, temía ya desde 1941 la posibilidad de que el Papa fuera víctima de un ataque nazi. De hecho, y para cubrirse las espaldas, toda la documentación referente a las relaciones entre la Santa Sede y el Tercer Reich era microfilmada y enviada al nuncio apostólico en Washington, monseñor Amleto Cicognani.

Pío XII, por su parte, ocultaba su correspondencia personal en el doble fondo del suelo de una estancia cercana a su apartamento privado. Y algunos documentos de la Secretaría de Estado vaticana considerados especialmente delicados se escondían en una cavidad oculta de los archivos secretos porque, como aseguró el cardinal Egidio Vagnozzi, «nos temíamos lo peor».