NOÉ

Los anteriores Martirologios señalaban el sábado posterior a la Transfiguración la conmemoración de Noé, el único justo que Yahvé halló en la tierra. Aunque no aparece en el nuevo Martirologio, optamos por dejar aquí estas reflexiones sobre el protagonista del diluvio universal.

Seguramente Noé es uno de los «personajes» más conocidos de la Biblia. Su nombre va unido al del diluvio universal». Y, como se sabe, ni la literatura ni el cine han sido capaces de pasar indiferentes frente a la imagen mítica del «arca» de la salvación.

Sin embargo, a nadie se le oculta que Noé, más que un personaje real, históricamente datable en el tiempo, es una figura paradigmática que evoca experiencias comunes a toda la humanidad. Noé significa la fe en Dios, la esperanza en un futuro de salvación, el esfuerzo por recomenzar siempre de nuevo el itinerario de la existencia. Noé es, además, el testigo de una alianza divina que se extiende a todos los pueblos y aun a todo ser viviente.

Dos tradiciones antiguas fueron dejando constancia de su meditación sobre la justicia de Dios, hilvanada sobre la figura legendaria de Noé. Una de ellas, de tono «yahvista», es más colorista y espontánea. La otra, procedente de un círculo «sacerdotal», se nos presenta más pensada, aunque menos poética. Sin embargo, ambas coinciden en asignar a Noé un protagonismo en la capacidad humana de retomar con esperanza el proyecto inicial de Dios.

Se podría decir que la peripecia de Noé puede resumirse en tres actos de una representación.


EL DILUVIO

En el primer acto, Dios se muestra contrariado por la multiplicación del mal sobre la tierra. «La tierra estaba corrompida en la presencia de Dios: la tierra se llenó de violencias» (Gn 6, 11).

El plan originario de Dios parece haber sido frustrado por los vicios que afean a la creación entera. El mal moral es siempre en los relatos antiguos la causa de los desastres físicos. Recordando viejas tradiciones de inundaciones catastróficas, que se encontraban también en Mesopotamia, el texto bíblico pone en boca de Dios la decisión de enviar un diluvio que cubra por completo la tierra y sus habitantes.

Pero esa decisión no implica una condena a la muerte. El otro polo de la creación no es la aniquilación, sino una salvación impensable. Para llevarla a cabo, Dios elige a Noé, «el varón más justo y cabal de su tiempo. Noé andaba con Dios» (Gn 6, 9).

A él se le encomienda la difícil tarea de renovar el paisaje y sus moradores. Por orden de Dios había de construir un arca en la que lograría salvarse el patriarca, junto con sus tres hijos y las respectivas esposas. También había de recoger una muestra de los animales existentes para que la vida pudiera afianzarse sobre la devastación proyectada por Dios.

El diluvio es descrito como una gigantesca purificación de todo lo creado. Se nos dice que duró cuarenta días, que es número simbólico para indicar la importancia de las grandes mutaciones y conversiones.

Son importantes esos breves versículos en los que el texto va subrayando que «Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahvé» (Gn 7, 5), o bien, que Yahvé cerró la puerta del arca tras la entrada de Noé (Gn 7, 16). Evidentemente, este relato no es una disertación científica, sino una confesión religiosa de las relaciones ideales entre lo humano y lo divino.


LA ESPERA

Cuando terminaron las lluvias, Noé comenzó a preguntarse si la tierra sería ya habitable. El vuelo de las aves que envía como mensajeras le marca el tiempo de las decisiones. No es él, sino Dios, quien ha de llevar el ritmo de la sinfonía del nuevo mundo.

En la Epopeya de Guilgamesh se mencionan una paloma, una golondrina y un cuervo. En el relato bíblico, por tres veces suelta Noé una paloma para que reconozca el paisaje. Ese ritmo ternario está lleno de poesía y de profundidad. En la primera ocasión, la paloma vuelve al arca sin haber encontrado un lugar donde posarse. La segunda vez, regresa trayendo en el pico un ramo de olivo. Y la tercera vez ya no vuelve al arca. Ésa es la señal de que puede comenzar el nuevo camino de la vida sobre la tierra.

Mientras las aguas no hayan descendido hasta descubrir la tierra, Noé y su familia han de aprender que la esperanza se torna cotidianidad en la paciencia.

La imagen de los seres humanos viviendo junto a los animales en el seno de un arca navegante, ha impresionado siempre a los artistas, desde los bajorrelieves paleocristianos, las miniaturas de los códices del Beato de Liébana, o los mosaicos bizantinos en los que Noé aparece abriendo una ventana para recoger a la paloma.


EL NUEVO ORDEN

Sólo al término del diluvio, Noé, su familia y los animales salen del arca. El tercer acto de esta gran representación comienza por la construcción de un altar para ofrecer un sacrificio a Dios. Por primera vez aparece en el texto sagrado una fórmula escandalosamente antropomórfica, que habrá de hacer ritual: Dios aspiró el calmante aroma de la ofrenda y reconsidera en el fondo de su corazón los planes que se había trazado sobre el mundo.

Sabe Dios que el corazón humano es proclive a la maldad, pero los humanos no lograrán obligarle a maldecir la creación. El autor incluye, en este momento, una canción antigua que le sirve para recordar que la alternancia de los tiempos ha sido diseñada por Dios:

Mientras dure la tierra,
sementera y siega,
frío y calor,
verano e invierno,
día y noche
no cesarán»
(Gn 8, 22).

Dios restablece el orden cósmico. Encarga a los humanos que colaboren en la construcción del mundo y en la tarea de la generación de la vida. Resuenan las palabras iniciales que Dios había dirigido a Adán: «Sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella» (Gn 9, 7). Tanto la fecundidad como el dominio de la tierra habrán de ser llevados a cabo con la dignidad que corresponde al que ha sido de nuevo presentado como «imagen de Dios.

Ha aparecido un mundo nuevo. Y Dios quiere sellar una alianza con él. El arco iris es un fenómeno natural que intrigó a las culturas primitivas. Aquí es presentado como la señal de la alianza que Dios establece con la humanidad y aun con la creación entera. El Dios victorioso del mal ha colgado para siempre su arco en las nubes. El arco será un recordatorio para los humanos, pero lo será también para Dios (cf. Gn 9, 12-17). Dios se ha comprometido a no volver a destruir la tierra. Quiere él que también los seres humanos aprendan a respetarla y a conservar las semillas de la vida.

Noé es evocado por los profetas (Is 54, 9 y Ez 14, 40.20) y recordado con admiración en el libro del Eclesiástico (44, 17-18). También en boca de Jesús aparece una referencia a Noé para invitar a los discípulos a permanecer atentos a los «signos de los tiempos (Mt 24, 37). Para la Carta a los Hebreos, Noé es un ejemplo de fe. En otros lugares se recuerda la paciencia de Dios en los días de Noé (1P 3, 20) y también la Providencia divina que, aun en medio de la corrupción, puede salvar de las pruebas a los justos y piadosos (cf. 2P 2, 5).

JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS