2007/11/12
El Mensaje de Fátima
Presentación. Tarcisio Bertone, SDB. Arzobispo emérito de Vercelli.
Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El “secreto” de
Fátima. I. Primera y Segunda parte del “secreto” en la redacción hecha por
Sor Lucía en la “tercera memoria” del 31 agosto 1941 destinada al Obispo de
Leiria-Fátima. II. Tercera parte del “secreto”. Tuy, 3 enero1944. III.
Interpretación del “secreto”. 1. Carta de Juan Pablo II a Sor Lucía. Ciudad
del Vaticano, 19 abril 2000. 2. Coloquio con Sor María Lucía de Jesús y del
Inmaculado Corazón. Coimbra, 27 abril 2000. 3. Comunicado de su Eminencia el
Cardenal Angelo Sodano. Secretario de Estado de Su Santidad. Fátima, 13 mayo
2000. 4. Comentario teológico. Joseph Card. Ratzinger. Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe. a) Revelación pública y revelaciones
privadas — su lugar teológico. b) La estructura antropológica de las
revelaciones privadas. c) Un intento de interpretación del secreto de
Fátima. Notas.
Presentación.
En el tránsito del segundo al tercer milenio, Juan Pablo II ha decidido
hacer público el texto de la tercera parte del «secreto de Fátima».
Tras los dramáticos y crueles acontecimientos del siglo XX, uno de los más
cruciales en la historia del hombre, culminado con el cruento atentado al
«dulce Cristo en la Tierra», se abre así un velo sobre una realidad, que
hace historia y la interpreta en profundidad, según una dimensión espiritual
a la que la mentalidad actual, frecuentemente impregnada de racionalismo, es
refractaria.
Apariciones y signos sobrenaturales salpican la historia, entran en el vivo
de los acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo,
sorprendiendo a creyentes y no creyentes. Estas manifestaciones, que no
pueden contradecir el contenido de la fe, deben confluir hacia el objeto
central del anuncio de Cristo: el amor del Padre que suscita en los hombres
la conversión y da la gracia para abandonarse a Él con devoción filial. Éste
es también el mensaje de Fátima que, con un angustioso llamamiento a la
conversión y a la penitencia, impulsa en realidad hacia el corazón del
Evangelio.
Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas. La primera
y la segunda parte del «secreto» — que se publican por este orden por
integridad de la documentación — se refieren sobre todo a la aterradora
visión del infierno, la devoción al Corazón Inmaculado de María, la segunda
guerra mundial y la previsión de los daños ingentes que Rusia, en su
defección de la fe cristiana y en la adhesión al totalitarismo comunista,
provocaría a la humanidad.
Nadie en 1917 podía haber imaginado todo esto: los tres pastorinhos de
Fátima ven, escuchan, memorizan, y Lucía, la testigo que ha sobrevivido, lo
pone por escrito en el momento en que recibe la orden del Obispo de Leiria y
el permiso de Nuestra Señora.
Por lo que se refiere la descripción de las dos primeras partes del
«secreto», por lo demás ya publicado y por tanto conocido, se ha elegido el
texto escrito por Sor Lucía en la tercera memoria del 31 de agosto de 1941;
después añade alguna anotación en la cuarta memoria del 8 de diciembre de
1941.
La tercera parte del «secreto» fue escrita «por orden de Su Excelencia el
Obispo de Leiria y de la Santísima Madre …» el 3 de enero de 1944.
Existe un único manuscrito, que aquí se reproduce en facsímile. El sobre
lacrado estuvo guardado primero por el Obispo de Leiria. Para tutelar mejor
el «secreto», el 4 de abril de 1957 el sobre fue entregado al Archivo
Secreto del Santo Oficio. Sor Lucía fue informada de ello por el Obispo de
Leiria.
Según los apuntes del Archivo, el 17 de agosto de 1959, el Comisario del
Santo Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, O.P., de acuerdo con el Emmo. Card.
Alfredo Ottaviani, llevó el sobre que contenía la tercera parte del «secreto
de Fátima» a Juan XXIII. Su Santidad, «después de algunos titubeos», dijo:
«Esperemos. Rezaré. Le haré saber lo que decida» (1).
En realidad, el Papa Juan XXIII decidió devolver el sobre lacrado al Santo
Oficio y no revelar la tercera parte del «secreto».
Pablo VI leyó el contenido con el Sustituto, S. E. Mons. Angelo Dell'Acqua,
el 27 de marzo de 1965 y devolvió el sobre al Archivo del Santo Oficio, con
la decisión de no publicar el texto.
Juan Pablo II, por su parte, pidió el sobre con la tercera parte del
«secreto» después del atentado del 13 de mayo de 1981.S. E. Card.Franjo
Seper, Prefecto de la Congregación, entregó el 18 de julio de 1981 a S. E.
Mons. Martínez Somalo, Sustituto de la Secretaría de Estado, dos sobres: uno
blanco, con el texto original de Sor Lucía en portugués, y otro de color
naranja con la traducción del «secreto» en italiano. El 11 de agosto
siguiente, Mons. Martínez devolvió los dos sobres al Archivo del Santo
Oficio (2).
Como es sabido, el Papa Juan Pablo II pensó inmediatamente en la
consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María y compuso él mismo una
oración para lo que definió «Acto de consagración», que se celebraría en la
Basílica de Santa María la Mayor el 7 de junio de 1981, solemnidad de
Pentecostés, día elegido para recordar el 1600° aniversario del primer
Concilio Constantinopolitano y el 1550° aniversario del Concilio de Éfeso.
Estando ausente el Papa por fuerza mayor, se transmitió su alocución
grabada. Citamos el texto que se refiere exactamente al acto de
consagración:
«Madre de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y
sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el
mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito
dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el amor
de la Madre y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y,
al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma
bajo tu protección materna a toda la familia humana a la que, con todo
afecto a ti, Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz
y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza»
(3).
Pero el Santo Padre, para responder más plenamente a las peticiones de
«Nuestra Señora», quiso explicitar durante el Año Santo de la Redención el
acto de consagración del 7 de junio de 1981, repetido en Fátima el 13 de
mayo de 1982. Al recordar el fiat pronunciado por María en el momento de la
Anunciación, en la plaza de San Pedro el 25 de marzo de 1984, en unión
espiritual con todos los Obispos del mundo, precedentemente «convocados», el
Papa consagra a todos los hombres y pueblos al Corazón Inmaculado de María,
en un tono que evoca las angustiadas palabras pronunciadas en 1981.
«Y por eso, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos
sus sufrimientos y esperanzas, tú que sientes maternalmente todas las luchas
entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo
contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo,
elevamos directamente a tu corazón: abraza con amor de Madre y de Sierva del
Señor a este mundo humano nuestro, que te confiamos y consagramos, llenos de
inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.
De modo especial confiamos y consagramos a aquellos hombres y aquellas
naciones, que tienen necesidad particular de esta entrega y de esta
consagración.
¡“Nos acogemos a tu protección, Santa Madre de Dios”!.
¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades!».
Acto seguido, el Papa continúa con mayor fuerza y con referencias más
concretas, comentando casi el triste cumplimiento del Mensaje de Fátima:
«He aquí que, encontrándonos hoy ante ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón
Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración
que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí mismo al Padre cuando dijo: “Yo
por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn
17, 19). Queremos unirnos a nuestro Redentor en esta consagración por el
mundo y por los hombres, la cual, en su Corazón divino tiene el poder de
conseguir el perdón y de procurar la reparación.
El poder de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres,
pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es
capaz de sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho,
ha sembrado en nuestro tiempo.
¡Oh, cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la
humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con
Cristo mismo!. En efecto, la obra redentora de Cristo debe ser participada
por el mundo a través de la Iglesia.
Lo manifiesta el presente Año de la Redención, el Jubileo extraordinario de
toda la Iglesia.
En este Año Santo, bendita seas por encima de todas las creaturas, tú,
Sierva del Señor, que de la manera más plena obedeciste a la llamada divina.
Te saludamos a ti, que estás totalmente unida a la consagración redentora de
tu Hijo.
Madre de la Iglesia: ilumina al Pueblo de Dios en los caminos de la fe, de
la esperanza y de la caridad. Ilumina especialmente a los pueblos de los que
tú esperas nuestra consagración y nuestro ofrecimiento. Ayúdanos a vivir en
la verdad de la consagración de Cristo por toda la familia humana del mundo
actual.
Al encomendarte, oh Madre, el mundo, todos los hombres y pueblos, te
confiamos también la misma consagración del mundo, poniéndola en tu corazón
maternal.
¡Corazón Inmaculado!. Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan
fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus
efectos inconmensurables pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de
cerrar el camino hacia el futuro.
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!.
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de
guerra, líbranos!.
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante,
líbranos!.
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios,
líbranos!.
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional,
líbranos!.
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!.
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de
Dios, líbranos!.
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!.
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos!.
Acoge, oh Madre de Cristo, este grito lleno de sufrimiento de todos los
hombres. Lleno del sufrimiento de sociedades enteras.
Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado, el pecado del
hombre y el «pecado del mundo», el pecado en todas sus manifestaciones.
Aparezca, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder salvador
de la Redención: poder del Amor misericordioso. Que éste detenga el mal. Que
transforme las conciencias. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la
luz de la Esperanza» (4).
Sor Lucía confirmó personalmente que este acto solemne y universal de
consagración correspondía a los deseos de Nuestra Señora («Sim, està feita,
tal como Nossa Senhora a pediu, desde o dia 25 de Março de 1984»: «Sí, desde
el 25 de marzo de 1984, ha sido hecha tal como Nuestra Señora había pedido»:
carta del 8 de noviembre de 1989). Por tanto, toda discusión, así como
cualquier otra petición ulterior, carecen de fundamento.
En la documentación que se ofrece, a los manuscritos de Sor Lucía se añaden
otros cuatro textos: 1) la carta del Santo Padre a Sor Lucía, del 19 de
abril del 2000; 2) una descripción del coloquio tenido con Sor Lucía el 27
de abril del 2000; 3) la comunicación leída por encargo del Santo Padre en
Fátima el 13 de mayo actual por el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de
Estado; 4) el comentario teológico de Su Eminencia el Cardenal Joseph
Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Una indicación para la interpretación de la tercera parte del «secreto» la
había ya insinuado Sor Lucía en una carta al Santo Padre del 12 de mayo de
1982. En ella se dice:
« La tercera parte del secreto se refiere a las palabras de Nuestra Señora:
“Si no [Rusia] diseminará sus errores por el mundo, promoviendo guerras y
persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre
sufrirá mucho, varias naciones serán destruidas” (13-VII-1917).
La tercera parte es una revelación simbólica, que se refiere a esta parte
del Mensaje, condicionado al hecho de que aceptemos o no lo que el mismo
Mensaje pide: “si aceptaren mis peticiones, la Rusia se convertirá y tendrán
paz; si no, diseminará sus errores por el mundo, etc …”
Desde el momento en que no hemos tenido en cuenta este llamamiento del
Mensaje, constatamos que se ha cumplido, Rusia ha invadido el mundo con sus
errores. Y, aunque no constatamos aún la consumación completa del final de
esta profecía, vemos que nos encaminamos poco a poco hacia ella a grandes
pasos. Si no renunciamos al camino del pecado, del odio, de la venganza, de
la injusticia violando los derechos de la persona humana, de inmoralidad y
de violencia, etc …
Y no digamos que de este modo es Dios que nos castiga; al contrario, son los
hombres que por sí mismos se preparan el castigo. Dios nos advierte con
premura y nos llama al buen camino, respetando la libertad que nos ha dado;
por eso los hombres son responsables» (5).
La decisión del Santo Padre Juan Pablo II de hacer pública la tercera parte
del «secreto» de Fátima cierra una página de historia, marcada por la
trágica voluntad humana de poder y de iniquidad, pero impregnada del amor
misericordioso de Dios y de la atenta premura de la Madre de Jesús y de la
Iglesia.
La acción de Dios, Señor de la Historia, y la corresponsabilidad del hombre
en su dramática y fecunda libertad, son los dos goznes sobre los que se
construye la historia de la humanidad.
La Virgen que se apareció en Fátima nos llama la atención sobre estos dos
valores olvidados, sobre este porvenir del hombre en Dios, del que somos
parte activa y responsable.
Tarcisio Bertone, SDB. Arzobispo emérito de Vercelli. Secretario de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
El “secreto” de Fátima.
Primera y segunda parte del “secreto” en la redacción hecha por Sor Lucía
en la “tercera memoria” del 31 agosto 1941 destinada al Obispo de Leiria-Fátima
(6).
Tendré que hablar algo del secreto, y responder al primer punto
interrogativo.
¿Qué es el secreto?. Me parece que lo puedo decir, pues ya tengo licencia
del Cielo. Los representantes de Dios en la tierra me han autorizado a ello
varias veces y en varias cartas; juzgo que V. Excia. Rvma. conserva una de
ellas, del R. P. José Bernardo Gonçalves, aquella en que me manda escribir
al Santo Padre. Uno de los puntos que me indica es la revelación del
secreto. Sí, ya dije algo; pero, para no alargar más ese escrito que debía
ser breve, me limité a lo indispensable, dejando a Dios la oportunidad de un
momento más favorable.
Pues bien; ya expuse en el segundo escrito, la duda que, desde el 13 de
junio al 13 de julio, me atormentó; y cómo en esta aparición todo se
desvaneció.
Ahora bien, el secreto consta de tres partes distintas, de las cuales voy a
revelar dos.
La primera fue, pues, la visión del infierno.
Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de
la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen
brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban
en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían,
juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al
caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre
gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía
estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y
asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y
negros.
Esta visión fue durante un momento, y ¡gracias a nuestra Buena Madre del
Cielo, que antes nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo!
(en la primera aparición). De no haber sido así, creo que hubiésemos muerto
de susto y pavor.
Inmediatamente levantamos los ojos hacia Nuestra Señora que nos dijo con
bondad y tristeza:
— Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para
salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y
tendrán paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a
Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una
noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios
os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la
guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre.
Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado
Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis
deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el
mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán
martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán
aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me
consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún
tiempo de paz (7).
Tercera parte del “secreto” (8).
«J.M.J. Tercera parte del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la
Cueva de Iria-Fátima.
Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su
Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre
vuestra y mía.
Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo
de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego
en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a
incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que
Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel
señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia,
Penitencia, Penitencia!. Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: «algo
semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él» a un
Obispo vestido de Blanco «hemos tenido el presentimiento de que fuera el
Santo Padre». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas
subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos
toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de
llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso
con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de
los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte,
postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de
soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del
mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y
religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas
clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada
uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la
sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.
Tuy-3-1-1944».
Interpretación del “secreto”.
Carta de Juan Pablo II a Sor Lucía.
Reverenda Sor María Lucía. Convento de Coimbra.
En el júbilo de las fiestas pascuales, le presento el augurio de Cristo
Resucitado a sus discípulos: « ¡la paz esté contigo!.
Tendré el gusto de poder encontrarme con Usted en el tan esperado día de la
beatificación de Francisco y Jacinta que, si Dios quiere, beatificaré el
próximo 13 de mayo.
Sin embargo, teniendo en cuenta que ese día no habrá tiempo para un
coloquio, sino sólo para un breve saludo, he encargado ex profeso a Su
Excelencia Monseñor Tarcisio Bertone, Secretario de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, que vaya a hablar con Usted. Se trata de la Congregación
que colabora más estrechamente con el Papa para la defensa de la fe católica
y que ha conservado desde 1957, como Usted sabe, su carta manuscrita que
contiene la tercera parte del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la
Cueva de Iria, Fátima.
Monseñor Bertone, acompañado del Obispo de Leiria, su Excelencia Monseñor
Serafim de Sousa Ferreira e Silva, va en mi nombre para hacerle algunas
preguntas sobre la interpretación de la «tercera parte del secreto».
Reverenda Sor Lucía, puede hablar abierta y sinceramente a Monseñor Bertone,
que me referirá sus respuestas directamente a mí.
Ruego ardientemente a la Madre del Resucitado por Usted, por la Comunidad de
Coimbra y por toda la Iglesia.
María, Madre de la humanidad peregrina, nos mantenga siempre estrechamente
unidos a Jesús, su amado Hijo y Hermano nuestro, Señor de la vida y de la
gloria.
Con una especial Bendición Apostólica.
JUAN PABLO II. Vaticano, 19 de abril de 2000.
Coloquio con Sor María Lucía de Jesús y del Inmaculado Corazón.
La cita de Sor Lucía con Su Excia. Mons. Tarcisio Bertone, Secretario de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, encargado por el Santo Padre, y de
Su Excia. Mons. Serafim de Sousa Ferreira e Silva, Obispo de Leiria-Fátima,
tuvo lugar el pasado jueves 27 de abril en el Carmelo de Santa Teresa de
Coimbra.
Sor Lucía estaba lúcida y serena; estaba muy contenta del viaje del Papa a
Fátima para la beatificación, que ella tanto esperaba, de Francisco y
Jacinta.
El Obispo de Leiria-Fátima leyó la carta autógrafa del Santo Padre que
explicaba los motivos de la visita. Sor Lucía se sintió honrada y la releyó
personalmente, teniéndola en sus propias manos. Dijo estar dispuesta a
responder francamente a todas las preguntas.
Llegados a este punto, Su Excia. Mons. Tarcisio Bertone le presentó dos
sobres, uno externo y otro dentro con la carta que contenía la tercera parte
del «secreto» de Fátima, y ella dijo inmediatamente, tocándola con los
dedos: «es mi carta»; y después, leyéndola: «es mi letra».
Con la ayuda del Obispo de Leiria-Fátima, se leyó e interpretó el texto
original, que está en portugués. Sor Lucía estuvo de acuerdo en la
interpretación según la cual la tercera parte del secreto consiste en una
visión profética comparable a las de la historia sagrada. Reiteró su
convicción de que la visión de Fátima se refiere sobre todo a la lucha del
comunismo ateo contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso
sufrimiento de las víctimas de la fe en el siglo XX.
A la pregunta: «El personaje principal de la visión, ¿es el Papa?», Sor
Lucía respondió de inmediato que sí y recuerda que los tres pastorcitos
estaban muy apenados por el sufrimiento del Papa y Jacinta repetía: «Coitandinho
do Santo Padre, tenho muita pena dos peccadores!» («¡Pobrecito el Santo
Padre, me da mucha pena de los pecadores!»). Sor Lucía continúa: «Nosotros
no sabíamos el nombre del Papa, la Señora no nos ha dicho el nombre del
Papa, no sabíamos si era Benedicto XV o Pío XII o Pablo VI o Juan Pablo II,
pero era el Papa que sufría y nos hacía sufrir también a nosotros».
Por lo que se refiere al pasaje sobre el obispo vestido de blanco, esto es,
el Santo Padre — como se dieron cuenta inmediatamente los pastorcitos
durante la “visión” —, que es herido de muerte y cae por tierra, Sor Lucía
está completamente de acuerdo con la afirmación del Papa: «una mano materna
guió la trayectoria de la bala, y el Papa agonizante se detuvo en el umbral
de la muerte» (Juan Pablo II, Meditación desde el Policlínico Gemelli a los
Obispos italianos, 13 de mayo de 1994).
Puesto que Sor Lucía, antes de entregar al entonces Obispo de Leiria-Fátima
el sobre lacrado que contenía la tercera parte del «secreto», había escrito
en el sobre exterior que sólo podía ser abierto después de 1960, por el
Patriarca de Lisboa o por el Obispo de Leiria, Su Excia. Mons. Bertone le
preguntó: «¿por qué la fecha tope de 1960?. ¿Ha sido la Virgen quien ha
indicado esa fecha?. Sor Lucía respondió: «no ha sido la Señora, sino yo la
que ha puesto la fecha de 1960, porque según mi intuición, antes de 1960 no
se hubiera entendido, se habría comprendido sólo después. Ahora se puede
entender mejor. Yo he escrito lo que he visto, no me corresponde a mí la
interpretación, sino al Papa».
Finalmente, se mencionó el manuscrito no publicado que Sor Lucía ha
preparado como respuesta a tantas cartas de devotos de la Virgen y de
peregrinos. La obra lleva el título «Os apelos da Mensagen da Fatima» y
recoge pensamientos y reflexiones que expresan sus sentimientos y su límpida
y simple espiritualidad, en clave catequética y parenética. Se le preguntó
si le gustaría que la publicaran, y ha respondido: «Si el Santo Padre está
de acuerdo, me encantaría, si no, obedezco a lo que decida el Santo Padre».
Sor Lucía desea someter el texto a la aprobación de la Autoridad
eclesiástica, y tiene la esperanza de poder contribuir con su escrito a
guiar a los hombres y mujeres de buena voluntad por el camino que conduce a
Dios, última meta de toda esperanza humana.
El coloquio se concluyó con un intercambio de rosarios: a Sor Lucía se le
dió el que le había regalado el Santo Padre y ella, a su vez, entrega
algunos rosarios confeccionados por ella personalmente.
La bendición impartida en nombre del Santo Padre concluyó el encuentro.
Comunicado de su Eminencia el cardenal Angelo Sodano. Secretario de
Estado de Su Santidad.
Al final de la solemne Concelebración Eucarística presidida por Juan Pablo
II en Fátima, el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, ha
pronunciado en portugués las palabras que aquí reproducimos en traducción
española.
Hermanos y hermanas en el Señor:
Al concluir esta solemne celebración, siento el deber de presentar a nuestro
amado Santo Padre Juan Pablo II la felicitación más cordial, en nombre de
todos los presentes, por su próximo 80° cumpleaños, agradeciéndole su
valioso ministerio pastoral en favor de toda la Santa Iglesia de Dios.
En la solemne circunstancia de su venida a Fátima, el Sumo Pontífice me ha
encargado daros un anuncio. Como es sabido, el objetivo de su venida a
Fátima ha sido la beatificación de los dos “pastorinhos”. Sin embargo,
quiere atribuir también a esta peregrinación suya el valor de un renovado
gesto de gratitud hacia la Virgen por la protección que le ha dispensado
durante estos años de pontificado. Es una protección que parece que guarde
relación también con la llamada “tercera parte” del secreto de Fátima.
Este texto es una visión profética comparable a la de la Sagrada Escritura,
que no describe con sentido fotográfico los detalles de los acontecimientos
futuros, sino que sintetiza y condensa sobre un mismo fondo hechos que se
prolongan en el tiempo en una sucesión y con una duración no precisadas. Por
tanto, la clave del lectura del texto ha de ser de carácter simbólico.
La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas
ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento
de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un
interminable Via Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX.
Según la interpretación de los pastorinhos, interpretación confirmada
recientemente por Sor Lucia, el «Obispo vestido de blanco» que ora por todos
los fieles es el Papa. También él, caminando con fatiga hacia la Cruz entre
los cadáveres de los martirizados (obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas y numerosos laicos), cae a tierra como muerto, bajo los disparos
de arma de fuego.
Después del atentado del 13 de mayo de 1981, a Su Santidad le pareció claro
que había sido «una mano materna quien guió la trayectoria de la bala»,
permitiendo al «Papa agonizante» que se detuviera «en el umbral de la
muerte» (Juan Pablo II, Meditación desde el Policlínico Gemelli a los
Obispos italianos, en: Insegnamenti, vol. XVII1, 1994, p. 1061). Con ocasión
de una visita a Roma del entonces Obispo de Leiria-Fátima, el Papa decidió
entregarle la bala, que quedó en el jeep después del atentado, para que se
custodiase en el Santuario. Por iniciativa del Obispo, la misma fue después
engarzada en la corona de la imagen de la Virgen de Fátima.
Los sucesivos acontecimientos del año 1989 han llevado, tanto en la Unión
Soviética como en numerosos Países del Este, a la caída del régimen
comunista que propugnaba el ateísmo. También por esto el Sumo Pontífice le
está agradecido a la Virgen desde lo profundo del corazón. Sin embargo, en
otras partes del mundo los ataques contra la Iglesia y los cristianos, con
la carga de sufrimiento que conllevan, desgraciadamente no han cesado.
Aunque las vicisitudes a las que se refiere la tercera parte del secreto de
Fátima parecen ya pertenecer al pasado, la llamada de la Virgen a la
conversión y a la penitencia, pronunciada al inicio del siglo XX, conserva
todavía hoy una estimulante actualidad. «La Señora del mensaje parecía leer
con una perspicacia especial los signos de los tiempos, los signos de
nuestro tiempo ... La invitación insistente de María santísima a la
penitencia es la manifestación de su solicitud materna por el destino de la
familia humana, necesitada de conversión y perdón» (Juan Pablo II, Mensaje
para la Jornada Mundial del Enfermo 1997, n. 1, en: Insegnamenti, vol. XIX2,
1996, p. 561).
Para permitir que los fieles reciban mejor el mensaje de la Virgen de
Fátima, el Papa ha confiado a la Congregación para la Doctrina de la Fe la
tarea de hacer pública la tercera parte del «secreto», después de haber
preparado un oportuno comentario.
Hermanos y hermanas, agradecemos a la Virgen de Fátima su protección. A su
materna intercesión confiamos la Iglesia del Tercer Milenio.
Sub tuum praesidium confugimus, Santa Dei Genetrix!. Intercede pro Ecclesia.
Intercede pro Papa nostro Ioanne Paulo II. Amen.
Fátima, 13 de mayo de 2000.
Comentario teológico.
Quien lee con atención el texto del llamado tercer “secreto” de Fátima, que
tras largo tiempo, por voluntad del Santo Padre, viene publicado aquí en su
integridad, tal vez quedará desilusionado o asombrado después de todas las
especulaciones que se han hecho. No se revela ningún gran misterio; no se ha
corrido el velo del futuro. Vemos a la Iglesia de los mártires del siglo
apenas transcurrido representada mediante una escena descrita con un
lenguaje simbólico difícil de descifrar.
¿Es esto lo que quería comunicar la Madre del Señor a la cristiandad, a la
humanidad en un tiempo de grandes problemas y angustias?. ¿Nos es de ayuda
al inicio del nuevo milenio?. O más bien, ¿son solamente proyecciones del
mundo interior de unos niños crecidos en un ambiente de profunda piedad,
pero que a la vez estaban turbados por las tragedias que amenazaban su
tiempo?. ¿Cómo debemos entender la visión, qué hay que pensar de la misma?.
Revelación pública y revelaciones privadas — su lugar teológico.
Antes de iniciar un intento de interpretación, cuyas líneas esenciales se
pueden encontrar en la comunicación que el Cardenal Sodano pronunció el 13
de mayo de este año al final de la celebración eucarística presidida por el
Santo Padre en Fátima, es necesario hacer algunas aclaraciones de fondo
sobre el modo en que, según la doctrina de la Iglesia, deben ser
comprendidos dentro de la vida de fe fenómenos como el de Fátima. La
doctrina de la Iglesia distingue entre la «revelación pública» y las
«revelaciones privadas». Entre estas dos realidades hay una diferencia, no
sólo de grado, sino de esencia. El término «revelación pública» designa la
acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad, que ha encontrado
su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Se llama «revelación» porque en ella Dios se ha dado a conocer
progresivamente a los hombres, hasta el punto de hacerse él mismo hombre,
para atraer a sí y para reunir en sí a todo el mundo por medio del Hijo
encarnado, Jesucristo. No se trata, pues, de comunicaciones intelectuales,
sino de un proceso vital, en el cual Dios se acerca al hombre; naturalmente
en este proceso se manifiestan también contenidos que tienen que ver con la
inteligencia y con la comprensión del misterio de Dios. El proceso atañe al
hombre total y, por tanto, también a la razón, aunque no sólo a ella. Puesto
que Dios es uno solo, también es única la historia que él comparte con la
humanidad; vale para todos los tiempos y encuentra su cumplimiento con la
vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. En Cristo Dios ha dicho
todo, es decir, se ha manifestado así mismo y, por lo tanto, la revelación
ha concluido con la realización del misterio de Cristo que ha encontrado su
expresión en el Nuevo Testamento. El Catecismo de la Iglesia Católica, para
explicar este carácter definitivo y completo de la revelación, cita un texto
de San Juan de la Cruz: «Porque en darnos, como nos dió a su Hijo, que es
una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en
esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas
ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual,
el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación,
no sólo haría una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los
ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o novedad» (n. 65,
Subida al Monte Carmelo, 2, 22).
El hecho de que la única revelación de Dios dirigida a todos los pueblos se
haya concluido con Cristo y en el testimonio sobre Él recogido en los libros
del Nuevo Testamento, vincula a la Iglesia con el acontecimiento único de la
historia sagrada y de la palabra de la Biblia, que garantiza e interpreta
este acontecimiento, pero no significa que la Iglesia ahora sólo pueda mirar
al pasado y esté así condenada a una estéril repetición. El Catecismo de la
Iglesia Católica dice a este respecto: «Sin embargo, aunque la Revelación
esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe
cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los
siglos» (n. 66). Estos dos aspectos, el vínculo con el carácter único del
acontecimiento y el progreso en su comprensión, están muy bien ilustrados en
los discursos de despedida del Señor, cuando antes de partir les dice a los
discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello.
Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad
completa; pues no hablará por su cuenta ... Él me dará gloria, porque
recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16, 12-14). Por una
parte el Espíritu, que hace de guía y abre así las puertas a un
conocimiento, del cual antes faltaba el presupuesto que permitiera acogerlo;
es ésta la amplitud y la profundidad nunca alcanzada de la fe cristiana. Por
otra parte, este guiar es un «tomar» del tesoro de Jesucristo mismo, cuya
profundidad inagotable se manifiesta en esta conducción por parte del
Espíritu. A este respecto el Catecismo cita una palabra densa del Papa
Gregorio Magno: «la comprensión de las palabras divinas crece con su
reiterada lectura» (Catecismo de la Iglesia Católica, 94; Gregorio, In Ez 1,
7, 8). El Concilio Vaticano II señala tres maneras esenciales en que se
realiza la guía del Espíritu Santo en la Iglesia y, en consecuencia, el
«crecimiento de la Palabra»: éste se lleva a cabo a través de la meditación
y del estudio por parte de los fieles, por medio del conocimiento profundo,
que deriva de la experiencia espiritual y por medio de la predicación de
«los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (Dei
Verbum, 8).
En este contexto es posible entender correctamente el concepto de
«revelación privada», que se refiere a todas las visiones y revelaciones que
tienen lugar una vez terminado el Nuevo Testamento; es ésta la categoría
dentro de la cual debemos colocar el mensaje de Fátima. Escuchemos aún a
este respecto antes de nada el Catecismo de la Iglesia Católica: «A lo largo
de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las
cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia ... Su función no
es la de ... “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de
ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia» (n. 67).
Se deben aclarar dos cosas:
1. La autoridad de las revelaciones privadas es esencialmente diversa de la
única revelación pública: ésta exige nuestra fe; en efecto, en ella, a
través de palabras humanas y de la mediación de la comunidad viviente de la
Iglesia, Dios mismo nos habla. La fe en Dios y en su Palabra se distingue de
cualquier otra fe, confianza u opinión humana. La certeza de que Dios habla
me da la seguridad de que encuentro la verdad misma y, de ese modo, una
certeza que no puede darse en ninguna otra forma humana de conocimiento. Es
la certeza sobre la cual edifico mi vida y a la cual me confío al morir.
2. La revelación privada es una ayuda para la fe, y se manifiesta como
creíble precisamente porque remite a la única revelación pública. El
Cardenal Próspero Lambertini, futuro Papa Benedicto XIV, dice al respecto en
su clásico tratado, que después llegó a ser normativo para las
beatificaciones y canonizaciones: «No se debe un asentimiento de fe católica
a revelaciones aprobadas en tal modo; no es ni tan siquiera posible. Estas
revelaciones exigen más bien un asentimiento de fe humana, según las reglas
de la prudencia, que nos las presenta como probables y piadosamente
creíbles». El teólogo flamenco E. Dhanis, eminente conocedor de esta
materia, afirma sintéticamente que la aprobación eclesiástica de una
revelación privada contiene tres elementos: el mensaje en cuestión no
contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; es lícito
hacerlo publico, y los fieles están autorizados a darle en forma prudente su
adhesión (E. Dhanis, Sguardo su Fatima e bilancio di una discussione, en: La
Civiltà Cattolica 104, 1953, II. 392-406, en particular 397). Un mensaje así
puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el
momento presente; por eso no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece,
pero no es obligatorio hacer uso de la misma.
El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es, pues, su
orientación a Cristo mismo. Cuando ella nos aleja de Él, cuando se hace
autónoma o, más aún, cuando se hace pasar como otro y mejor designio de
salvación, más importante que el Evangelio, entonces no viene ciertamente
del Espíritu Santo, que nos guía hacia el interior del Evangelio y no fuera
del mismo. Esto no excluye que dicha revelación privada acentúe nuevos
aspectos, suscite nuevas formas de piedad o profundice y extienda las
antiguas. Pero, en cualquier caso, en todo esto debe tratarse de un apoyo
para la fe, la esperanza y la caridad, que son el camino permanente de
salvación para todos. Podemos añadir que a menudo las revelaciones privadas
provienen sobre todo de la piedad popular y se apoyan en ella, le dan nuevos
impulsos y abren para ella nuevas formas. Eso no excluye que tengan efectos
incluso sobre la liturgia, como por ejemplo muestran las fiestas del Corpus
Domini y del Sagrado Corazón de Jesús. Desde un cierto punto de vista, en la
relación entre liturgia y piedad popular se refleja la relación entre
Revelación y revelaciones privadas: la liturgia es el criterio, la forma
vital de la Iglesia en su conjunto, alimentada directamente por el
Evangelio. La religiosidad popular significa que la fe está arraigada en el
corazón de todos los pueblos, de modo que se introduce en la esfera de lo
cotidiano. La religiosidad popular es la primera y fundamental forma de «inculturación»
de la fe, que debe dejarse orientar y guiar continuamente por las
indicaciones de la liturgia, pero que a su vez fecunda la fe a partir del
corazón.
Hemos pasado así de las precisiones más bien negativas, que eran necesarias
antes de nada, a la determinación positiva de las revelaciones privadas:
¿cómo se pueden clasificar de modo correcto a partir de la Sagrada
Escritura?. ¿Cuál es su categoría teológica?. La carta más antigua de San
Pablo que nos ha sido conservada, tal vez el escrito más antiguo del Nuevo
Testamento, la Primera Carta a los Tesalonicenses, me parece que ofrece una
indicación. El Apóstol dice en ella: «No apaguéis el Espíritu, no
despreciéis las profecías; examinad cada cosa y quedaos con lo que es bueno»
(5, 19-21). En todas las épocas se le ha dado a la Iglesia el carisma de la
profecía, que debe ser examinado, pero que tampoco puede ser despreciado. A
este respecto, es necesario tener presente que la profecía en el sentido de
la Biblia no quiere decir predecir el futuro, sino explicar la voluntad de
Dios para el presente, lo cual muestra el recto camino hacia el futuro. El
que predice el futuro se encuentra con la curiosidad de la razón, que desea
apartar el velo del porvenir; el profeta ayuda a la ceguera de la voluntad y
del pensamiento y aclara la voluntad de Dios como exigencia e indicación
para el presente. La importancia de la predicción del futuro en este caso es
secundaria. Lo esencial es la actualización de la única revelación, que me
afecta profundamente: la palabra profética es advertencia o también consuelo
o las dos cosas a la vez. En este sentido, se puede relacionar el carisma de
la profecía con la categoría de los «signos de los tiempos», que ha sido
subrayada por el Vaticano II: «... sabéis explorar el aspecto de la tierra y
del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12, 56). En esta
parábola de Jesús por «signos de los tiempos» debe entenderse su propio
camino, el mismo Jesús. Interpretar los signos de los tiempos a la luz de la
fe significa reconocer la presencia de Cristo en todos los tiempos. En las
revelaciones privadas reconocidas por la Iglesia — y por tanto también en
Fátima — se trata de esto: ayudarnos a comprender los signos de los tiempos
y a encontrar la justa respuesta desde la fe ante ellos.
La estructura antropológica de las revelaciones privadas.
Una vez que con las precedentes reflexiones hemos tratado de determinar el
lugar teológico de las revelaciones privadas, antes de ocuparnos de una
interpretación del mensaje de Fátima, debemos aún intentar aclarar
brevemente un poco su carácter antropológico (psicológico). La antropología
teológica distingue en este ámbito tres formas de percepción o «visión»: la
visión con los sentidos, es decir la percepción externa corpórea, la
percepción interior y la visión espiritual (visio sensibilis – imaginativa –
intellectualis). Está claro que en las visiones de Lourdes, Fátima, etc … no
se trata de la normal percepción externa de los sentidos: las imágenes y las
figuras, que se ven, no se hallan exteriormente en el espacio, como se
encuentran un árbol o una casa. Esto es absolutamente evidente, por ejemplo,
por lo que se refiere a la visión del infierno (descrita en la primera parte
del «secreto» de Fátima) o también la visión descrita en la tercera parte
del «secreto», pero puede demostrarse con mucha facilidad también en las
otras visiones, sobre todo porque no todos los presentes las veían, sino de
hecho sólo los «videntes». Del mismo modo es obvio que no se trata de una
«visión» intelectual, sin imágenes, como se da en otros grados de la
mística. Aquí se trata de la categoría intermedia, la percepción interior,
que ciertamente tiene en el vidente la fuerza de una presencia que, para él,
equivale a la manifestación externa sensible.
Ver interiormente no significa que se trate de fantasía, como si fuera sólo
una expresión de la imaginación subjetiva. Más bien significa que el alma
viene acariciada por algo real, aunque suprasensible, y es capaz de ver lo
no sensible, lo no visible por los sentidos, una especie de visión con los
«sentidos internos». Se trata de verdaderos «objetos», que tocan el alma,
aunque no pertenezcan a nuestro habitual mundo sensible. Para esto se exige
una vigilancia interior del corazón que generalmente no se tiene a causa de
la fuerte presión de las realidades externas y de las imágenes y
pensamientos que llenan el alma. La persona es transportada más allá de la
pura exterioridad y otras dimensiones más profundas de la realidad la tocan,
se le hacen visibles. Tal vez por eso se puede comprender por qué los niños
son los destinatarios preferidos de tales apariciones: el alma está aún poco
alterada y su capacidad interior de percepción está aún poco deteriorada.
«De la boca de los niños y de los lactantes has recibido la alabanza»,
responde Jesús con una frase del Salmo 8 (v.3) a la crítica de los Sumos
Sacerdotes y de los ancianos, que encuentran inoportuno el grito de
«hosanna» de los niños (Mt 21, 16).
La «visión interior» no es una fantasía, sino una propia y verdadera manera
de verificar, como hemos dicho. Pero conlleva también limitaciones. Ya en la
visión exterior está siempre involucrado el factor subjetivo; no vemos el
objeto puro, sino que llega a nosotros a través del filtro de nuestros
sentidos, que deben llevar a cabo un proceso de traducción. Esto es aún más
evidente en la visión interior, sobre todo cuando se trata de realidades que
sobrepasan en sí mismas nuestro horizonte. El sujeto, el vidente, está
involucrado de un modo aún más íntimo. Él ve con sus concretas
posibilidades, con las modalidades de representación y de conocimiento que
le son accesibles. En la visión interior se trata, de manera más amplia que
en la exterior, de un proceso de traducción, de modo que el sujeto es
esencialmente copartícipe en la formación como imagen de lo que aparece. La
imagen puede llegar solamente según sus medidas y sus posibilidades. Tales
visiones nunca son simples «fotografías» del más allá, sino que llevan en sí
también las posibilidades y los límites del sujeto perceptor.
Esto se puede comprender en todas las grandes visiones de los santos;
naturalmente, vale también para las visiones de los niños de Fátima. Las
imágenes que ellos describen no son en absoluto simples expresiones de su
fantasía, sino fruto de una real percepción de origen superior e interior,
pero no son imaginaciones como si por un momento se quitara el velo del más
allá y el cielo apareciese en su esencia pura, tal como nosotros esperamos
verlo un día en la definitiva unión con Dios. Más bien las imágenes son, por
decirlo así, una síntesis del impulso proveniente de lo Alto y de las
posibilidades de que dispone para ello el sujeto que percibe, esto es, los
niños. Por este motivo, el lenguaje imaginativo de estas visiones es un
lenguaje simbólico. El Cardenal Sodano dice al respecto:
«... no se describen en sentido fotográfico los detalles de los
acontecimientos futuros, sino que sintetizan y condensan sobre un mismo
fondo, hechos que se extienden en el tiempo según una sucesión y con una
duración no precisadas». Esta concentración de tiempos y espacios en una
única imagen es típica de tales visiones que, por lo demás, pueden ser
descifradas sólo a posteriori. A este respecto, no todo elemento visivo debe
tener un concreto sentido histórico. Lo que cuenta es la visión como
conjunto, y a partir del conjunto de imágenes deben ser comprendidos los
aspectos particulares. Lo que es central en una imagen se desvela en último
término a partir del centro de la «profecía» cristiana en absoluto: el
centro está allí donde la visión se convierte en llamada y guía hacia la
voluntad de Dios.
Un intento de interpretación del secreto de Fátima.
La primera y segunda parte del secreto de Fátima han sido ya discutidas tan
ampliamente por la literatura especializada que ya no hay que ilustrarlas
más. Quisiera sólo llamar la atención brevemente sobre el punto más
significativo. Los niños han experimentado durante un instante terrible una
visión del infierno. Han visto la caída de las «almas de los pobres
pecadores». Y se les dice por qué se les ha hecho pasar por ese momento:
para «salvarlas», para mostrar un camino de salvación. Viene así a la mente
la frase de la Primera Carta de Pedro: «meta de vuestra fe es la salvación
de las almas» (1,9). Para este objetivo se indica como camino - de un modo
sorprendente para personas provenientes del ámbito cultural anglosajón y
alemán - la devoción al Corazón Inmaculado de María. Para entender esto
puede ser suficiente aquí una breve indicación. «Corazón» significa en el
lenguaje de la Biblia el centro de la existencia humana, la confluencia de
razón, voluntad, temperamento y sensibilidad, en la cual la persona
encuentra su unidad y su orientación interior. El «corazón inmaculado» es,
según Mt 5,8, un corazón que a partir de Dios ha alcanzado una perfecta
unidad interior y, por lo tanto, «ve a Dios». La «devoción» al Corazón
Inmaculado de María es, pues, un acercarse a esta actitud del corazón, en la
cual el «fiat » — hágase tu voluntad — se convierte en el centro animador de
toda la existencia. Si alguno objetara que no debemos interponer un ser
humano entre nosotros y Cristo, se le debería recordar que Pablo no tiene
reparo en decir a sus comunidades: imitadme (1 Co 4, 16; Flp 3,17; 1 Ts 1,6;
2 Ts 3,7.9). En el Apóstol pueden constatar concretamente lo que significa
seguir a Cristo. ¿De quién podremos nosotros aprender mejor en cualquier
tiempo si no de la Madre del Señor?.
Llegamos así, finalmente, a la tercera parte del «secreto» de Fátima
publicado íntegramente aquí por primera vez. Como se desprende de la
documentación precedente, la interpretación que el Cardenal Sodano ha dado
en su texto del 13 de mayo, había sido presentada anteriormente a Sor Lucia
en persona. A este respecto, Sor Lucia ha observado en primer lugar que a
ella misma se le dió la visión, no su interpretación. La interpretación,
decía, no es competencia del vidente, sino de la Iglesia. Ella, sin embargo,
después de la lectura del texto, ha dicho que esta interpretación
correspondía a lo que ella había experimentado y que, por su parte,
reconocía dicha interpretación como correcta. En lo que sigue, pues, se
podrá sólo intentar dar un fundamento más profundo a dicha interpretación a
partir de los criterios hasta ahora desarrollados.
Como palabra clave de la primera y de la segunda parte del «secreto» hemos
descubierto la de «salvar las almas», así como la palabra clave de este
«secreto» es el triple grito: «¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!». Viene
a la mente el comienzo del Evangelio: «paenitemini et credite evangelio» (Mc
1,15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia
de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada
al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros y que serán
descritos en las imágenes sucesivas. Me permito insertar aquí un recuerdo
personal: en una conversación conmigo Sor Lucia me dijo que le resultaba
cada vez más claro que el objetivo de todas las apariciones era el de hacer
crecer siempre más en la fe, en la esperanza y en la caridad. Todo el resto
era sólo para conducir a esto.
Examinemos ahora más de cerca cada imagen. El ángel con la espada de fuego a
la derecha de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis.
Representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva
de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es
considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con
sus inventos la espada de fuego. La visión muestra después la fuerza que se
opone al poder de destrucción: el esplendor de la Madre de Dios, y
proveniente siempre de él, la llamada a la penitencia. De ese modo se
subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está
determinado de un modo inmutable, y la imagen que los niños vieron, no es
una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse. Toda
la visión tiene lugar en realidad sólo para llamar la atención sobre la
libertad y para dirigirla en una dirección positiva. El sentido de la visión
no es el de mostrar una película sobre el futuro ya fijado de forma
irremediable. Su sentido es exactamente el contrario, el de movilizar las
fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera de lugar
las explicaciones fatalísticas del «secreto» que, por ejemplo, dicen que el
atentador del 13 de mayo de 1981 habría sido en definitiva un instrumento
del plan divino guiado por la Providencia y que, por tanto, no habría
actuado libremente, así como otras ideas semejantes que circulan. La visión
habla más bien de los peligros y del camino para salvarse de los mismos.
Las siguientes frases del texto muestran una vez más muy claramente el
carácter simbólico de la visión: Dios permanece el inconmensurable y la luz
que supera todas nuestras visiones. Las personas humanas aparecen como en un
espejo. Debemos tener siempre presente esta limitación interna de la visión,
cuyos confines están aquí indicados visivamente. El futuro se muestra sólo
«como en un espejo de manera confusa» (cf. 1 Co 13,12). Tomemos ahora en
consideración cada una de las imágenes que siguen en el texto del «secreto».
El lugar de la acción aparece descrito con tres símbolos: una montaña
escarpada, una grande ciudad medio en ruinas y, finalmente, una gran cruz de
troncos rústicos. Montaña y ciudad simbolizan el lugar de la historia
humana: la historia como costosa subida hacia lo alto, la historia como
lugar de la humana creatividad y de la convivencia, pero al mismo tiempo
como lugar de las destrucciones, en las cuales el hombre destruye la obra de
su propio trabajo. La ciudad puede ser el lugar de comunión y de progreso,
pero también el lugar del peligro y de la amenaza más extrema. Sobre la
montaña está la cruz, meta y punto de orientación de la historia. En la cruz
la destrucción se transforma en salvación; se levanta como signo de la
miseria de la historia y como promesa para la misma.
Aparecen después aquí personas humanas: el Obispo vestido de blanco («hemos
tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre»), otros Obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas y, finalmente, hombres y mujeres de
todas las clases y estratos sociales. El Papa parece que precede a los
otros, temblando y sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo
las casas de la ciudad están medio en ruinas, sino que su camino pasa en
medio de los cuerpos de los muertos. El camino de la Iglesia se describe así
como un viacrucis, como camino en un tiempo de violencia, de destrucciones y
de persecuciones. Se puede ver representada en esta imagen la historia de
todo un siglo. Del mismo modo que los lugares de la tierra están
sintéticamente representados en las dos imágenes de la montaña y de la
ciudad y están orientados hacia la cruz, también los tiempos son presentados
de forma compacta. En la visión podemos reconocer el siglo pasado como siglo
de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las persecuciones
contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de muchas
guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho
experimentar nuevas formas de crueldad. En el «espejo» de esta visión vemos
pasar a los testigos de la fe de decenios. A este respecto, parece oportuno
mencionar una frase de la carta que Sor Lucia escribió al Santo Padre el 12
de mayo de 1982: «la tercera parte del “secreto” se refiere a las palabras
de Nuestra Señora: “Si no (Rusia) diseminará sus errores por el mundo,
promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán
martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán
destruidas”».
En el viacrucis de este siglo, la figura del Papa tiene un papel especial.
En su fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados con seguridad
juntos diversos Papas, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han
compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar
entre ellas por el camino que lleva a la cruz. En la visión también el Papa
es matado en el camino de los mártires. ¿No podía el Santo Padre, cuando
después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la
tercera parte del «secreto», reconocer en él su propio destino?. Había
estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse
salvado, con las siguientes palabras: «... fue una mano materna a guiar la
trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la
muerte» (13 de mayo de 1994). Que una «mano materna» haya desviado la bala
mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la
fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al
final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las
divisiones.
La conclusión del «secreto» recuerda imágenes que Lucía puede haber visto en
libros de piedad y cuyo contenido deriva de antiguas intuiciones de fe. Es
una visión consoladora, que quiere hacer maleable por el poder salvador de
Dios una historia de sangre y lágrimas. Los ángeles recogen bajo los brazos
de la cruz la sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se
acercan a Dios. La sangre de Cristo y la sangre de los mártires están aquí
consideradas juntas: la sangre de los mártires fluye de los brazos de la
cruz. Su martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la pasión de
Cristo y se convierte en una sola cosa con ella. Ellos completan en favor
del Cuerpo de Cristo lo que aún falta a sus sufrimientos (cf. Col 1,24). Su
vida se ha convertido en Eucaristía, inserta en el misterio del grano de
trigo que muere y se hace fecundo. La sangre de los mártires es semilla de
cristianos, ha dicho Tertuliano. Así como de la muerte de Cristo, de su
costado abierto, ha nacido la Iglesia, así la muerte de los testigos es
fecunda para la vida futura de la Iglesia. La visión de la tercera parte del
«secreto», tan angustiosa en su comienzo, se concluye pues con una imagen de
esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia
sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para
la búsqueda de Dios por parte del hombre. En las manos amorosas de Dios no
han sido acogidos únicamente los que sufren como Lázaro, que encontró el
gran consuelo y representa misteriosamente a Cristo que quiso ser para
nosotros el pobre Lázaro; hay algo más, del sufrimiento de los testigos
deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque es actualización
del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el presente su eficacia
salvífica.
Hemos llegado así a una última pregunta: ¿Qué significa en su conjunto (en
sus tres partes) el «secreto» de Fátima?. ¿Qué nos dice a nosotros?. Ante
todo, debemos afirmar con el Cardenal Sodano:
« ...los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte del «secreto»
de Fátima, parecen pertenecer ya al pasado». En la medida en que se refiere
a acontecimientos concretos, ya pertenecen al pasado. Quien había esperado
en impresionantes revelaciones apocalípticas sobre el fin del mundo o sobre
el curso futuro de la historia debe quedar desilusionado. Fátima no nos
ofrece este tipo de satisfacción de nuestra curiosidad, del mismo modo que
la fe cristiana por lo demás no quiere y no puede ser un mero alimento para
nuestra curiosidad. Lo que queda de válido lo hemos visto de inmediato al
inicio de nuestras reflexiones sobre el texto del «secreto»: la exhortación
a la oración como camino para la «salvación de las almas» y, en el mismo
sentido, la llamada a la penitencia y a la conversión.
Quisiera al final volver aún sobre otra palabra clave del «secreto», que con
razón se ha hecho famosa: «mi Corazón Inmaculado triunfará». ¿Qué quiere
decir esto?. Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación
de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El fiat
de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo,
porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este
«sí» Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para
siempre. El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos
continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar
continuamente de Dios. Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y
de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la
libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra. Desde aquel momento
cobran todo su valor las palabras de Jesús: «padeceréis tribulaciones en el
mundo, pero tened confianza; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El mensaje
de Fátima nos invita a confiar en esta promesa.
Joseph Card. Ratzinger. Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe.
Notas.
(1) Del diario de Juan XXIII, 17 agosto 1959: «Audiencias: P. Philippe,
Comisario del S.O. que me trae la carta que contiene la tercera parte de los
secretos de Fátima. Me reservo leerla con mi Confesor».
(2) Se puede recordar el comentario que hizo el Santo Padre en la Audiencia
General del 14 de octubre de 1981 sobre «evento del 13 de mayo»: «la gran
prueba divina», en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV, 2, Città del
Vaticano 1981, 409-412.
(3) Radiomensaje durante el Rito en la Basílica de Santa María la Mayor.
Veneración, acción de gracias, consagración a la Virgen María Theotokos, en
Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV, 1, Città del Vaticano 1981, 1246.
(4) En la Jornada Jubilar de las Familias, el Papa consagra a los hombres y
las naciones a la Virgen, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1,
Città del Vaticano 1984, 775-777.
(5) Carta al Santo Padre del 12 de mayo de 1982.
(6) En la «cuarta memoria», del 8 de diciembre de 1941, Sor Lucía escribe:
«Comienzo, pues, mi nuevo trabajo y cumpliré las órdenes de V. E. Rvma. y
los deseos del sr. Dr. Galamba. Exceptuando la parte del secreto que, por
ahora, no me es permitido revelar, diré todo. Advertidamente no dejaré nada.
Supongo que se me podrán quedar en el tintero sólo unos pocos detalles de
mínima importancia».
(7) En la citada «cuarta memoria», Sor Lucía añade: «En Portugal se
conservará siempre el dogma de la fe, etc ...».
(8) En la traducción se ha respetado el texto original incluso en las
imprecisiones de puntuación que, por otra parte, no impiden la comprensión
de lo que la vidente ha querido decir.