Sin grietas

 

Antonio Vázquez

 
 

Las vacaciones han sido un buen momento para estirar las cuerdas del alma, o para hacer vibrar alguna de ellas que teníamos olvidada. Es otro el paisaje, distinto el ritmo y diferentes los personajes de nuestra escena cotidiana. Con frecuencia nos hemos encontrado con gentes de las que nos alejamos hace más de un año y en los primeros encuentros, las conversaciones han surgido a borbotones. De pronto, saltó la chispa de una noticia sensacional, que a todos sorprendió: "¿Te acuerdas de aquel matrimonio tan majo? Pues ha descarrilado definitivamente..."

 

No cabe la menor duda de que el impacto nos hace mella. Podemos rebuscar en la memoria los menores indicios de que las aguas estaban revueltas pero, a pesar de ello, nos rebota la idea.

 

Tenemos entonces la sensación de que las balas nos silban alrededor, y surge la sensación de riesgo, ¿podrá alcanzarme alguna vez un disparo perdido?

 

Otra reacción, quizá muy frecuente, es considerarnos inmunes y situarnos como meros espectadores de un drama que no nos afecta.

 

Ni lo uno ni lo otro. Hay demasiada frivolidad en esta postura de niños buenos. Valdría recordar el célebre slogan de que cuando un bosque se quema algo suyo se quema. El matrimonio no lo van a destruir, pero ya está bien de echarle gasolina a las hogueras.

 

PODEMOS VENCER.-

 

Es necesario tener mucha calma y no dejarse atenazar por el desaliento. los comportamientos humanos son difícilmente extrapolables. Los resortes, las reacciones, los estímulos de cada uno son muy diferentes y tampoco se repiten en la misma persona a lo largo de los años. Cada ser humano tiene un caudal inagotable de respuesta. La primera condición para salir airoso de cualquier lance es la seguridad de que somos capaces de superarlo. A nosotros no nos ocurrirá si ponemos los medios para evitarlo, pero igualmente tenemos que pensar que no somos de piedra ni de goma espuma.

 

Pueden aparecer goteras y grietas. Con las primeras el tratamiento es sencillo y fácil la reparación. En el caso de las fisuras hay que tomárselas más en serio por la posibilidad de que esté cediendo el firme y los cimientos se tambaleen.

 

QUERERLE COMO ES.-

 

Una de las quiebras más profundas, puede producirse cuando nos empeñamos en no aceptar al otro, tal y como es. Cuando nos cansamos de soportar siempre sus mismas limitaciones, sus manías, y somos incapaces de ver los pequeños cambios que se han producido, o nos desalentamos pensando que tienen difícil arreglo.

 

Esta situación nos conduce inconscientemente a plantearnos el siguiente argumento, en el que a menudo somos la víctima y estamos en posesión de la coartada: es cierto que mi cariño se está enfriando, pero mientras el otro no cambie es difícil que yo pueda quererle más.

 

Es aquí donde está justamente el fallo del planteamiento. Para que alguien mejore, es necesario que surja un motor, desde su interior, que le haga ver que merece la pena el intento; y la llave para poner en marcha ese motor está en nuestra mano: tenemos que quererle más y mejor.

 

PROBAR A QUERERSE.-

 

Es un fenómeno que se repite del mismo modo con los hijos. Cuando un chiquillo, a fuerza de repetírselo, asume el papel de malo, resulta muy difícil la mejora, porque se atrinchera en el parapeto que entre todos le han ido haciendo, y se establece un mecanismo de acción y reacción, casi automático, que hay que romper por algún lado.

 

Es necesario querer al otro más que nunca. Convencerle de que le queremos así, y haga lo que haga le seguiremos queriendo. Como ni el otro, ni tú, sois tontos, y a nadie que se le quiere se le puede decir que el mal es bien, es lógico que se dé cuenta de que sus defectos -si son objetivos, y no están solo en tu imaginación- te duelan y te hagan sufrir; pero ha de empaparse que -en lugar de alejarlo de ti, eso te hace estar más cerca y quererle más.

 

AMOR Y HEROICIDAD.-

 

Se me podrá argumentar que este comportamiento es heroico, y tendré que contestar que esa es la única forma de entender el amor. Lo demás son falsos sustitutivos sentimentaloides.

 

Pero hay más. El amor entendido de esa manera produce una felicidad muy difícil de entender por quien nunca la ha saboreado. Es el bouquet del bien, que no tiene parangón con ningún otro licor.

 

Mientras nos esforzamos por vivir de esa forma, es nuestro propio entramado humano el que va adquiriendo mucha riqueza, y la fragua de nuestro amor adquirirá tal temperatura que podrá poner al rojo el metal más duro. Ese será el momento de poder moldear el hierro. De otra forma la maza rebota sobre el yunque y sólo llegará a herir nuestra propia mano. Nadie hay tan duro que no le derrita el cariño.

 

¿Y si, a pesar de todo, el otro no cambia? Tendremos la enorme satisfacción de haber cumplido con el deber y, de cualquier forma, ningún tiempo se ha perdido.

 

UN ACCIDENTE MORTAL.-

 

Hay otra grieta que es preciso vigilar en estas conversaciones de verano... y de invierno. No podemos encallecer la piel, darlo todo por bueno, confundir lo normal con lo frecuente. Podemos y debemos entenderlo todo, comprenderlo todo, y no asustarnos ante cualquier suceso por desgarrador y traumático que se presente. Lo importante está en ver con claridad que esa enfermedad no es salud, por muy epidémica que parezca.

 

Que un matrimonio se rompa es un accidente mortal que tiene sus causas: una distracción, un exceso de velocidad, ignorar una curva o incumplir una tras otra todas las reglas de tráfico. Pero no sería sensato, por muchos accidentes que se produzcan, aceptarlos como normales. La muestra más elemental de cordura es terminar el viaje que habíamos iniciado.

 

AL ALCANCE DE TODOS.-

 

Otro de los engaños es buscar las disculpas en la dureza de la ley que obliga a que el matrimonio sea de uno con una y para toda la vida. ¿Es la ley la que es dura o somos nosotros los blandos?. Llevamos miles y miles de años observando la convivencia de un hombre y una mujer. La lección es bien sabida. No es asunto fácil, pero es hacedero y está al alcance de todas las fortunas. Digo más, la felicidad en el matrimonio es un hecho del que pueden dar fe millones y millones de parejas de todas las latitudes.

 

Es muy importante tener clara esta idea y difundirla con todos los argumentos imaginables para que no se tambalee nuestra firmeza.

 

Hace poco me contaron una historieta con moraleja de fábula que resulta expresiva: un día cualquiera, apareció un profeta en una ciudad con el ánimo resuelto a que sus ciudadanos cambiaran de conducta. Para lograrlo recorrió todas las calles y plazas difundiendo su mensaje desde las perspectivas más diversas. Al principio la gente le escuchaba con agrado, pero pensaba que sus exigencias eran utópicas y que era imposible seguir sus ideas. Poco a poco su auditorio fue siendo menor a la par que ninguno de los ciudadanos de aquella urbe estaban dispuestos a cambiar mínimamente sus costumbres. A pesar de ello el hombre no se desalentaba y continuaba gritando por las calles. Alguien, impresionado por la alegre fortaleza de aquel personaje, se le acercó con cierto aire compasivo para darle conversación: "¿Pero no se da usted cuenta de que nadie le hace el menor caso? ¿por qué no deja de gritar?" " Porque si me callara serían ellos los que me cambiarían a mí”.