Ex militante comunista y hoy sacerdote
Manuel Barberá, sacerdote: «No se trata de cambiar estructuras, sino el corazón»
Nos lo cuenta Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo en un artículo que, por su interés, traemos a nuestro Blog. Viene bien en estos tiempos de anticlericalismo rampante por parte de una izquierda llamada progre, y que está anclada en estereotipos rancios, pero que les sirve como coartada para tratar de neutralizar a la Iglesia católica, que es la que realmente defiende principios y valores que ellos no están dispuesto a aceptar. La nueva izquierda ya no predica la lucha de clases, sino un estilo de vida basado en la revolución sexual. Como dice Mayor Oreja en su prólogo al libro “Nueva izquierda y cristianismo”, la nueva izquierda ya no tiene un proyecto socio-económico, sino un proyecto cultural de ingeniería social, ante la cual Iglesia es percibida como el último baluarte de resistencia organizada frente a ese proyecto. De ahí, la creciente deriva cristófoba del llamado progresismo. Pero de esto ya hablaremos despacio.
Hoy nos congratulamos en presentar la conversión y ordenación sacerdotal de Manuel Barberá, ex comunista y desengañado de tanta mentira ideológica.
Así nos lo cuenta Juan Luis Vázquez, que entrevistó al personaje:
Manuel Barberá, sacerdote de 79 años, tiene
una vida de película. Militó en el Partido Comunista, se exilió en Méjico,
donde fundó una familia, y al regresar a España se convirtió; al morir su
esposa, entró en el Seminario. Hoy da testimonio de cómo cuando conoció a
Jesucristo cambió su vida. Ésta es su historia:
-Don Manuel, ¿cómo se hizo comunista?
-Yo procedo de una familia de izquierdas. Antes
de cumplir los 14 años, yo ya pertenecía al Partido Comunista. Como era muy
joven, me utilizaban para comunicar mensajes entre los distintos grupos
(todo en la cabeza, nada por escrito). Se servían de los más jóvenes para ir
dando las noticias, sobre todo de reuniones, porque nunca íbamos al mismo
sitio. Sólo hablábamos con una persona, con el fin de que, si nos cogían, no
pudiéramos dar mucha información. Un día, los camaradas del Partido
Comunista me avisaron de que me habían localizado. El problema no era sólo
que era marxista, sino que además yo me había negado a hacer el servicio
militar; me había convertido en un prófugo. Intenté salir de España por la
frontera de Portugal. Me dieron una fotografía rota a la que le faltaba la
otra mitad, y me mandaron a un pueblo de Salamanca cerca de la frontera, sin
maleta ni nada, para no levantar sospechas. Al cabo de los años, me di
cuenta de que ahí el Señor empezó a llamarme, porque mi sorpresa fue que la
casa a la que debía ir -y en la que me enseñaron la otra mitad de la
fotografía- era la del cura. Estuve con él ocho días, haciéndome pasar por
su sobrino. Fue el tiempo que él necesitó para ponerme en contacto con unos
contrabandistas; una noche, me prepararon una mochila con contrabando, con
el propósito de que, si me cogían, fuese por contrabando, no por cuestiones
políticas.
-Y así pasó a Portugal...
-Así es. Me acogió un comité de exiliados
políticos y me llevaron a un pueblo cerca de Lisboa, en el que estuve
retenido seis meses. Yo quería ir a Rusia, pero no me arreglaron los papeles
más que para Estados Unidos. Al llegar allí, me asusté. Me decía: Yo,
¿aquí?, ¿en el país del capitalismo? Yo aquí no puedo vivir. Entonces pude
irme de nuevo, esta vez a Méjico, donde estaba exiliado el Gobierno de la
República. Allí estuve, por fin, quince años. A los cinco, me casé por
poderes con mi novia, que se había quedado en España, y pude traerla para
Méjico. Luego nacieron mis dos hijos, Manuel y Teresa. En el año 60, Franco
dio la amnistía a todos los exiliados políticos que llevaran fuera de España
mínimo cinco años y que no tuvieran delitos de sangre. Yo ahora me doy
cuenta de que el Señor nunca levantó las manos de mi cabeza, porque no tuve
este tipo de delitos, aunque no porque no lo hubiese deseado.
- ¿Y cómo
entró en la Iglesia?
- Mi
esposa también era de izquierdas. A la muerte de su madre, ya aquí en
España, entró en una crisis espantosa. Un íntimo amigo de mi hijo le propuso
hacer las catequesis del Camino Neocatecumenal, y estuvo machacando con eso
a mi mujer y a mis hijos, pero a mí nunca me decía nada. Yo le decía a mi
mujer: «Que conmigo no se meta con eso de la Iglesia, porque se puede llevar
un buen susto». En fin, que mi mujer accedió a ir un par de veces para
agradecer a este amigo su interés, para luego dejarlo diciendo que no le
gustaban. Yo me asusté; pensaba: Me la van a coger cuatro o cinco curas y
monjas, y me la van a volver una beata. Así que decidí acompañarla, con la
excusa de que las charlas acababan tarde. Ése era el plan, pero al cabo de
tres días, cuando ella dijo: «Ya no venimos más», yo le contesté: «Yo sí voy
a seguir viniendo. Tengo que averiguar por qué este hatajo de idiotas se
cree lo que dice». Poco a poco, fuimos entrando en la Iglesia. Yo siempre
había concebido a Jesucristo como un líder de izquierdas para los pobres, no
como el Hijo de Dios, y siempre había pensado que Dios era un justiciero,
pero empecé a conocerle y a saber que Dios me quería tal como era. Si era
pecador, me quería; si era comunista, me quería. Comprendí que no se trataba
de cambiar las estructuras, como decía el marxismo, sino que la solución del
mundo es cambiar el corazón del hombre, cambiar nuestro corazón de piedra y
de egoísmo por un corazón de carne. Es lo que la Iglesia ha hecho conmigo.
Tuve mucha oposición; mi propio hijo me dijo que le había defraudado: «Todo
lo que me has enseñado en la vida, me lo has tirado por el suelo».
- Y al
cabo de un tiempo se hizo sacerdote...
- En el año 1984, mi mujer murió de un cáncer de páncreas. Habíamos estado a punto de irnos como familia en misión, pero al final no pudimos ir porque no había ningún cura que nos pudiese acompañar. Yo entré en una lucha tremenda con Dios: ¿Dónde está tu amor? Ahora que estábamos en la Iglesia y nos queríamos ir de misión, vas y te la llevas. Cuando murió, sentí que me arrancaban parte de mi ser. Después de mucho tiempo de sufrimiento, entendí: Se ha ido para que yo pueda ser presbítero, y pueda acompañar a alguna familia en misión, como nosotros no pudimos hacer. Y así fue, hasta hoy. Hoy mis hijos y mis nietos están en la Iglesia, ¡y hasta tengo tres biznietas!
Fuente: Revista "Alfa y Omega", Madrid, 25 de octubre de 2007