Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 6:
Cuarto:
Horrarás a
tu padre y a
tu madre
Comenzamos
ahora los
mandamientos
relacionados
con el
prójimo. Los
tres
primeros se
referían a
la relación
con Dios.
Los siete
restantes,
al prójimo.
¡Qué
desprendido
es nuestro
Dios que
sólo quiere
para sí tres
mandamientos!
Dios podía
habernos
dado sólo
los tres
primeros, y
así tenía
asegurados
sus propios
derechos, su
dignidad.
Pero no.
También
quería poner
las
obligaciones
de los
hombres
entre sí.
Estos siete
restantes
hacen
posible la
convivencia
humana, la
armonía, la
estabilidad,
la paz, la
fidelidad.
Y dado que
los más
cercanos y
próximos a
nosotros son
los padres y
hermanos,
por eso Dios
reservó el
cuarto
mandamiento
a la
relación con
nuestra
familia:
padres y
hermanos.
Dice Dios en
el libro del
Éxodo 20,
12: “Honra a
tu padre y a
tu madre,
para que se
prolonguen
tus días
sobre la
tierra que
el Señor, tu
Dios, te va
a dar”.
Este,
mandamiento
obliga no
sólo a los
hijos con
los padres,
sino también
a los padres
con los
hijos. Es
más, también
a los
alumnos con
respecto a
sus maestros
y
profesores,
y a éstos
respecto a
sus alumnos;
al obrero y
al patrono,
a los
súbditos y a
los
superiores.
I. VIENES
DE UNA
HERMOSA
FAMILIA
Quiero
valorar lo
que es la
familia, de
donde tú y
yo venimos.
La familia
debe ser el
rostro de
Dios, el
rostro
viviente de
Dios Padre,
Hijo y
Espíritu
Santo. La
familia es
una gran
maravilla
que Dios te
regaló. Por
eso, atacar
y destruir
la familia
es hacer
añicos la
imagen de
Dios en la
tierra. Cada
familia está
llamada a
reflejar el
rostro de
Dios.
Lo esencial
de cada
familia es
el amor. El
amor es el
rostro de
Dios. La
familia, en
la vivencia
de un
profundo
clima de
amor,
transparenta
el único y
verdadero
rostro de
Dios. En el
amor
familiar, te
repito, se
palpa o se
debería
palpar el
rostro de
Dios.
El rostro de
Dios,
contemplado
en una
familia,
motiva a que
otras, que
aún no viven
esta hermosa
realidad,
busquen
imitar.
Familias en
las que no
falta el pan
ni el
bienestar
familiar,
pero sí la
concordia,
alegría y
paz del
corazón;
familias
cargadas de
un
sufrimiento
escondido
por mil
razones;
familias
sumergidas
en la
pobreza
extrema de
muchos
campesinos,
indígenas y
emigrantes.
¡Que en
estas
familias
comience a
brillar el
rostro de
Dios!
¿En tu
familia se
transparenta
el rostro de
Dios? Cuando
tú formes tu
propia
familia, ¿se
palpará en
ella el
rostro de
Dios?
Dado que la
familia es
el marco
natural
donde se
realiza el
amor, la
auténtica
vida de la
familia debe
estar
presidida
por las
características
del amor: la
entrega o
donación
incondicional,
el diálogo,
la atención
al otro y a
sus
intereses
por encima
de los míos.
Sólo sobre
esta base se
podrá
construir un
matrimonio y
una familia.
Además, para
que el amor
familiar sea
auténtico,
debe ponerse
a Dios como
centro de
esa
relación,
porque Dios
es el Amor.
Si tú has
recibido esa
llamada de
Dios a
formar una
familia a
través de
los signos
que Él usa
para
manifestar
su voluntad,
puedes
considerarte
privilegiado,
pues Él ha
depositado
en ti todo
su amor y
confianza. A
ti te toca
entonces
respetar
responsablemente
la voluntad
de Dios
sobre el
matrimonio y
la familia,
tratar de
conocer en
profundidad
los planes
de Dios
sobre ella,
sus
designios de
amor, y
ponerlos en
práctica.
Un
matrimonio y
una familia
que viven
siempre
cerca de
Dios, porque
rezan y se
nutren de
los
sacramentos,
no sólo no
envejecen en
su amor,
sino que
renuevan
cada día la
frescura de
su amor
joven.
El
matrimonio
está de
acuerdo a la
naturaleza
humana, ha
sido
concebido
por Dios
para dar un
marco
apropiado y
noble a la
procreación
humana. Los
animales se
guían por
instintos y
no conocen
lo que es el
amor, pero
el hombre
necesita un
ambiente
estable de
cariño, una
institución
que asegure
y guíe su
desarrollo;
esto es el
matrimonio.
Por eso,
cuando en la
educación
del joven o
del niño
falta la
familia o
hay
problemas
dentro de
ella, se
producen
grandes
traumas
emocionales,
psicológicos,
afectivos,
educacionales,
que marcarán
para siempre
la vida de
ese hombre o
de esa
mujer.
Por todo
ello podemos
deducir que
la familia
es un
magnífico
camino de
santidad y
de formación
integral que
necesita del
esfuerzo
personal de
todos sus
miembros
para cumplir
su cometido,
pero que
cuenta
también con
una
privilegiada
asistencia
de Dios a
través de
gracias muy
especiales.
¿Qué no debe
faltar en la
relación
entre los
esposos para
que esa
familia
transparente
el rostro de
Dios?
El
matrimonio
es la unión
de un hombre
y una mujer,
en vistas a
la unión
mutua y a la
procreación
y educación
de los
hijos. Es la
institución
concebida
por Dios en
la que el
hombre y la
mujer viven
una íntima
unión
indisoluble,
se apoyan y
ayudan,
crecen en el
amor y
colaboran
con Dios
para hacer
crecer la
humanidad
con nuevos
hijos. Para
realizar
este
designio
maravilloso
de Dios para
estos
esposos es
necesario
que se den
estas
cualidades
entre ellos:
diálogo,
donación
incondicional
al otro,
ayuda mutua,
procreación
y educación
de los
hijos.
Primero,
diálogo. En
el diálogo
debe entrar
toda tu
personalidad:
voluntad,
afectividad,
los
sentidos, la
inteligencia,
la fuerza de
las
pasiones,
las
emociones,
etc. El
diálogo te
brinda la
ocasión de
ser
escuchado y
de escuchar,
de comunicar
lo que
piensas y
crees, y de
acoger al
otro como
es. El
diálogo se
construye
con la
humildad y
la caridad.
Por la
humildad,
escuchas al
otro,
aceptas sus
puntos de
vista,
cedes,
buscas un
punto de
acuerdo. Por
la caridad,
acoges al
otro tal y
como es, con
sus defectos
y virtudes,
le
consideras
como alguien
que merece
todo tu
respeto,
buscas
hacerle todo
lo que te
gustaría que
te hicieran
a ti.
No es fácil
el diálogo.
Es un arte.
¡Cuántos
problemas
matrimoniales
nacen de una
pequeña
grieta en el
diálogo! La
receta para
el diálogo,
¿cuál crees
que es?
Buscar la
verdad por
encima de
cualquier
interés
personal y
atender
siempre al
bien del
otro. En el
diálogo no
se trata de
buscar “mi”
verdad sino
“nuestra”
verdad; la
de los dos,
que es una
verdad
compuesta
por la
verdad de
uno y la
verdad del
otro.
En segundo
lugar,
donación
incondicional
al otro. La
donación es
la forma
auténtica de
expresar el
amor
siguiendo el
ejemplo de
Cristo que
nos
manifestó su
amor
entregándose
por
nosotros.
Esta
donación no
es fruto
sólo del
afecto
sensible.
Tampoco se
puede
reducir a la
dimensión
sexual. La
donación
incondicional
es la
entrega al
otro sin
buscar
compensaciones,
aunque
cueste.
“La
sexualidad
–dice el
Papa Juan
Pablo II-,
mediante la
cual el
hombre y la
mujer se dan
uno a otro
con los
actos
propios y
exclusivos
de los
esposos, no
es algo
puramente
biológico,
sino que
afecta al
núcleo
íntimo de la
persona
humana en
cuanto tal.
Ella se
realiza de
modo
verdaderamente
humano,
solamente
cuando es
parte
integral del
amor con el
que el
hombre y la
mujer se
comprometen
totalmente
entre sí
hasta la
muerte. La
donación
física total
sería un
engaño, si
no fuese
signo y
fruto de una
donación en
la que está
presente
toda la
persona,
incluso en
su dimensión
temporal; si
la persona
se reservase
algo o la
posibilidad
de decidir
de otra
manera en
orden al
futuro, ya
no se
donaría
totalmente...”
“Esta
totalidad,
exigida por
el amor
conyugal,
corresponde
también con
las
exigencias
de una
fecundidad
responsable,
la cual,
orientada a
engendrar
una persona
humana,
supera por
su
naturaleza
el orden
puramente
biológico y
toca una
serie de
valores
personales,
para cuyo
crecimiento
armonioso es
necesaria la
contribución
perdurable y
concorde de
los padres.
El único
lugar que
hace posible
esta
donación
total es el
matrimonio,
es decir, el
pacto de
amor
conyugal o
elección
consciente y
libre, con
la que el
hombre y la
mujer
aceptan la
comunidad
íntima de
vida y amor,
querida por
Dios mismo,
que sólo
bajo esta
luz
manifiesta
su verdadero
significado”
(Juan Pablo
II,
Exhortación
apostólica
“Familiaris
Consortio”,
n. 11)
Ayuda mutua,
en tercer
lugar. Ayuda
mutua en
todos los
campos: en
el campo
espiritual y
material, en
la educación
de los
hijos, en la
repartición
de papeles
dentro de
casa, en la
colaboración
en la unión
sexual donde
los dos
cónyuges
colaboran
entre sí y
colaboran
con Dios
para dar la
vida a
nuevos seres
humanos, sus
propios
hijos. Con
la ayuda
mutua se
sostienen el
uno al otro,
y siempre
estarán
fuertes y en
pie.
Finalmente,
procreación
y educación
de los
hijos. La
fecundidad
es una de
las
características
del amor
conyugal.
Esto no
significa
que no se
pueda dar el
amor en un
matrimonio
sin hijos.
El
matrimonio
es la
institución
humana donde
se acoge la
vida. Por
eso, el
matrimonio
que vive
guiado por
el amor a
Dios y el
respeto a su
voluntad,
siempre se
caracterizará
por la
apertura al
misterio de
la vida.
Será
necesariamente
generoso con
ese don de
Dios.
El hijo es
un don que
brota del
centro mismo
de ese amor,
de esa
donación
recíproca.
Es su fruto
o
cumplimiento.
Por eso la
Iglesia
enseña que
todo acto
conyugal
debe estar
abierto a la
vida. El
hombre no
puede romper
por propia
iniciativa
la unión
entre el
significado
procreativo
y el unitivo
del acto
sexual .
Cuando la
pareja
quiere
responsablemente
distanciar
el
nacimiento
de sus
hijos, puede
hacer uso
sólo de los
medios
naturales
que respetan
el plan de
Dios y la
dignidad del
matrimonio y
de la
sexualidad,
y siempre
esa pareja
estará
abierta a la
nueva vida,
si viniera.
Ya explicaré
más tarde
este punto,
cuando
analice el
sexto
mandamiento.
Y sobre la
educación de
los hijos,
hay que
decir que es
un deber de
ambos, no
sólo de la
mujer. Debe
ser
complemento
educativo:
padre y
madre.
Cuando los
padres
dialogan
sobre la
tarea
educativa,
esté quien
esté de los
dos frente
al hijo, es
como si
estuvieran
ambos.
Además se
suele
objetar el
tema de la
complementación
con el hecho
de que la
madre dedica
más tiempo
al hijo, y
esto no es
cierto.
Porque no
interesa
tanto la
cantidad de
tiempo que
cada uno
brinda a sus
hijos, sino
la
intensidad
educativa
con que se
aproveche
ese tiempo.
Gracias al
complemento
de los
padres, los
hijos pueden
lograr más
fácilmente
su
equilibrio
psicológico
y su
definición
sexual.
La educación
de los hijos
es uno de
los mejores
servicios
que se
pueden
prestar a la
Iglesia y
uno de los
apostolados
más
excelentes.
II.
REDESCUBRE
EL VALOR DE
LA AUTORIDAD
En este
cuarto
mandamiento,
Dios quiere
que honres a
tus padres.
El verbo
honrar es un
verbo
amplísimo
que implica
respetar,
obedecer,
admirar,
agradecer,
querer,
ayudar.
Tus padres
te han dado
todo, no
sólo la
herencia
genética o
tu ADN, sino
también
recibiste
los cuidados
maternos, la
alimentación,
el vestido,
la
educación,
la fe.
También este
mandamiento
te pide que
respetes la
autoridad de
tus padres y
de quienes
ejercen
algún mando
en tu vida.
Al confiar
Dios a los
padres la
vida y la
educación
del hijo los
ha dotado de
autoridad
para tal
fin.
Dicen en
inglés:
“Authority
is the worst
form of
argument”,
es decir, la
autoridad es
la peor
forma de
argumentar.
Yo diría:
según qué
entiendas tú
por
autoridad.
Por eso,
quiero
explicarte
lo que es
realmente la
autoridad.
Si entiendes
esto,
deducirás lo
que te pide
Dios en el
cuarto
mandamiento:
honrar a tus
padres.
Evidentemente
que los
hijos son
fuente de
innumerables
alegrías.
Pero también
son causa de
permanentes
preocupaciones.
A medida que
crecen los
hijos,
crecen los
problemas
que ellos
plantean.
Problemas de
desarrollo,
de carácter,
de
integración,
de
capacidad,
de salud,
problemas
económicos.
Cuando son
pequeños, en
general, los
problemas
son
pequeños…cuando
crecen, los
problemas
son más
graves.
Comienza el
natural tira
y afloja,
entre los
padres y los
hijos.
Éstos,
ansiosos por
ir
estrenando
el don de la
libertad;
aquellos,
colocando
límites,
porque aún
“son muy
chicos” y
pueden
seguir
caminos
equivocados.
Llegan
momentos
difíciles
para los
padres,
quienes
frente a
diversas
situaciones
o
circunstancias
del hijo, se
preguntan:
¿qué
hacemos?
¿Mandamos y
obligamos?
¿O les
tenemos
paciencia?
¿Castigamos
y “mano
dura”? ¿O
somos
comprensivos?
¿Qué
hacemos?
Se plantea
el problema
de la
autoridad.
Pero, ¿qué
es tener
autoridad?
Si buscamos
en el
diccionario,
encontraremos
que
autoridad es
tener poder
sobre una
persona.
Pero, ¿qué
tipo de
poder?
Si realizas
una encuesta
sobre qué es
autoridad, o
qué tipo de
poder da, la
mayoría
responderá
que es poder
para
“mandar”.
Esta
respuesta
surgirá de
la propia
experiencia
del hogar,
del trabajo,
de la
política,
del
gobierno,
etc. Es esta
misma
concepción
la que hace
que exista,
especialmente
en las
generaciones
jóvenes, un
rechazo a la
autoridad,
porque ella
aparece como
una
limitación y
amenaza para
la libertad.
Sin embargo,
los
cristianos
gozamos de
un Dios que
tiene poder
infinito y
ese poder
puede
utilizarlo
para
ayudarnos y
salvarnos.
Cristo, que
tiene el
poder del
Padre, se
presenta
como el Buen
Pastor,
mostrando un
poder para
amar, dar
vida y
servir a los
suyos.
¿Dónde está
la clave?
Analicemos
el vocablo
AUTORIDAD.
Viene del
latín “auctoritas”,
que
significa
garantía,
prestigio,
influencia.
Deriva de “auctor”;
el que da
valor, el
responsable,
modelo,
maestro; que
a su vez se
relaciona
con el verbo
“augeo”,
acrecentar,
desarrollar,
robustecer,
dar vigor,
hacer
prosperar.
Entonces,
autoridad
viene de
auctor y
auctor es el
que tiene
poder para
hacer
crecer.
Por lo
tanto, los
padres son
verdadera
autoridad
para sus
hijos no en
la medida en
que los
“mandan”,
sino en la
medida en
que son sus
autores, por
haberles
dado la vida
y, luego,
porque los
ayudan a
crecer
física,
moral y
espiritualmente.
La autoridad
está en
ayudar a los
hijos a
desarrollarse
como
personas,
enseñándoles
a hacer uso
de la
libertad,
capacitándolos
para tomar
decisiones
por sí
mismos y
mostrándoles
por cuáles
valores hay
que optar en
la vida.
La autoridad
debe estar
al servicio
de la
libertad,
para
apoyarla,
estimularla
y protegerla
a lo largo
de su
proceso de
maduración.
Apoyar y
estimular
implica la
madurez de
los padres
que
descubren
que el hijo
es persona,
por lo tanto
distinto de
los padres y
que, en la
medida en
que ejerzan
su libertad,
irán
tejiendo su
propia
realización
personal.
Protegerla
en el
proceso de
maduración,
significa
que el hijo
aún no está
capacitado
para caminar
solo por la
vida.
Hoy, tal
vez, sea una
de las
mayores
fallas de
los padres.
No existe
una
verdadera
protección
de la
libertad del
hijo. Cada
vez se
desentienden
más de los
pasos y
opciones de
los hijos.
Los padres
están
claudicando
muy temprano
en la
protección
de la
libertad del
hijo.
¿Causas? No
saber cómo
hacer, el
desentenderse
porque es
más fácil,
el querer
ser padres
“modernos”.
No proteger
la libertad
del hijo es
arriesgar el
proceso de
maduración,
y tal vez,
conducir a
una vida en
la cual
queden muy
comprometidas
la felicidad
y la
realización
de aquel que
se dice
quererlo
mucho. ¿Se
lo querrá
tanto si no
se protege
el uso de su
libertad?
Estarás
conmigo al
decirte que
la autoridad
es
necesaria,
¿no crees?
¿Qué pasaría
si en el
mundo no
hubiese
autoridad?
Piensa un
poco
conmigo.
Sin
autoridad no
hay sociedad
ni
disciplina,
ni orden...
habría caos,
anarquía. Y
también diré
que no puede
haber
autoridad
sin Dios. En
un último
término, la
autoridad
legítima
viene de
Dios.
Sobre la
autoridad
legítimamente
constituida
brilla una
luz
sobrenatural.
¿Cuál? La
Voluntad, la
Ley de Dios.
Por tanto,
cuando tú
obedeces a
la
autoridad,
no obedeces
a un hombre
simplemente,
sino a Dios
que te manda
mediante ese
hombre, te
guste o no,
te cueste
más o menos.
Tú podrías
obedecer por
temor, por
adulación,
por cálculo,
por astucia,
por afán de
lucro...
pero estos
motivos son
indignos del
hombre. Eso
no sería
obediencia a
la
autoridad,
sino
servilismo
interesado y
bajo.
La
obediencia
consiste en
hacer lo que
se manda,
porque en la
persona del
superior
(papá, mamá,
jefe,
sacerdote,
obispo,
Papa,
maestro...)
se ve la
autoridad de
Dios y
porque eso
que se me
manda te
realiza y te
perfecciona.
El hijo
tiene que
ver esa
autoridad de
Dios en sus
padres, el
alumno en
sus
profesores,
el ciudadano
en el poder
estatal, el
dirigido en
su director
espiritual...
¡Qué
importante
es que los
que tienen
autoridad lo
hagan
movidos por
el espíritu
de servicio,
amor y
respeto,
como Dios
quiere!
Creo que
algunos de
los medios
para ejercer
la autoridad
educadora
son éstos:
El ejemplo:
antes que
nada, padres
que muestren
cómo se debe
ser. Los
hijos no son
solamente
educados por
consejos o
lindas
palabras.
Todo lo que
viven y ven
en el hogar
se
transforma
en fuerza
educadora.
Además,
cuando ellos
no
encuentran
coherencia
entre lo que
escuchan de
sus padres y
lo que ven
en éstos,
les es
imposible
realizar una
síntesis de
lo recibido.
Los ejemplos
arrastran,
las palabras
sólo mueven.
El diálogo:
es
fundamental
en la
creación de
un clima de
amor y
confianza en
la familia.
La actitud
de diálogo
con los
hijos, pasa
por sobre
todas las
cosas en
saber
escucharlos.
Dedicarles
tiempo a sus
inquietudes.
Es necesario
que los
padres
sintonicen
con sus
hijos, y no
decir
simplemente:
“está mi
hijo en la
edad del
pavo”. Así
no se
arregla
nada.
Acércate a
tu hijo y
pregúntale
por sus
problemas y
anhelos. Hay
que dialogar
con el hijo
y con la
hija.
El estímulo:
en todos los
órdenes de
la vida el
ser humano
necesita del
estímulo,
del
reconocimiento
de la buena
acción. Si
el papá y la
mamá sólo
retan y
ponen
penitencia
cuando el
hijo ha
hecho algo
malo, ¿qué
clase de
autoridad
tienen? Y
cuando hace
algo bien,
¿le
felicitan al
hijo? Es
verdad: el
estímulo no
debe ser
intercambios
o acuerdos
comerciales,
porque
estarán
creando un
hijo
interesado:
“si pasas de
año, te
regalamos…”.
¡No! Así
formamos
interesados
y egoístas.
Insinuar y
aconsejar:
No todo lo
deben
decidir los
padres. Si
fuera así,
el hijo
buscará su
distancia
por sí
mismo,
rompiendo la
dependencia.
En cambio,
cuando para
sus opciones
encuentra en
sus
progenitores
un punto de
referencia a
través del
consejo o de
la
insinuación,
esto le da
seguridades,
por lo tanto
afianzará la
relación de
filiación.
La
corrección:
Algunas
veces es
necesario
corregir,
porque
existe en el
hombre la
tendencia al
error, al
pecado. Pero
si se
utilizan los
demás
medios,
seguramente
que no habrá
que abusar
de éste. La
corrección
es necesaria
en la
protección
de la
libertad, en
el sentido
de ayudar a
crecer.
Nunca el
“reto” debe
surgir como
desahogo del
mal genio de
los padres,
actitud que
conduce,
casi
siempre, a
una
injusticia y
a una acción
negativa en
el trabajo
educativo.
Marcar
ideales de
vida: al
hijo hay que
ayudarlo a
mirar alto.
En la vida
es necesario
tratar de
alcanzar
grandes
ideales,
para evitar
el
conformismo
y la
mediocridad.
Los papás
deben
transmitir a
los hijos y
contagiarles
elevados
ideales. El
ideal más
grande para
un hijo es
Jesucristo.
Para
terminar
este
apartado
sobre la
autoridad,
debo decirte
cuáles son
las
actitudes
concretas
sobre las
que debe
descansar la
autoridad.
Respeto: los
hijos no son
propiedad de
los padres,
sino de
Dios. Más
aún son
personas
diferentes
de los
propios
progenitores;
por lo
tanto, se
exige un
gran respeto
por ellos,
por su vida,
por sus
caminos.
Desinterés:
¿Qué amor
debe ser más
desinteresado
que el de
los padres
por sus
hijos? Los
padres son
para los
hijos y no a
la inversa.
Por lo
tanto, hay
que amarlos
sin esperar
nada de
ellos.
Además, este
desinterés
lleva a la
madurez de
los padres a
la hora de
la partida
del hijo,
que
encontrará
generosidad
y apoyo en
los padres,
y no
obstáculos
en aquellos,
sea por el
estudio,
para la
formación de
un noviazgo,
para casarse
o para la
consagración
y la entrega
a Dios, como
sacerdotes o
religiosas.
Humildad: un
servicio tan
grande, como
es el de los
padres a los
hijos, exige
una gran
cuota de
humildad.
Esta
humildad
implica
asumir las
propias
limitaciones
como padres
para la
tarea
educativa, y
fundamentalmente
tener la
capacidad de
adaptación
de los
propios
errores ante
los hijos.
Actitud que
llevará a
pedir perdón
a los hijos
cuando las
circunstancias
lo motiven.
Esto les
enseñará a
pedir ellos
perdón
cuando sea
necesario a
los propios
padres.
¡Padres, no
olvidéis
nunca que
vuestra
autoridad
viene de
Dios! ¡Sed
dignos de
vuestra
autoridad!
No os podéis
dejar llevar
por la
tiranía, el
despecho, la
impaciencia.
No podéis
mandar con
autoritarismo,
pues el
autoritarismo
impone,
humilla,
hiere. La
autoridad
hace crecer,
ilumina y
motiva al
súbdito.
¡Padres de
familia,
meditad lo
que
significa
ser padre y
ser madre!
Ser padre no
es sólo
trabajar y
llevar
dinero a
casa. La
esposa
necesita un
marido que
ame su
hogar, y los
niños
necesitan un
padre que
sienta
preocupación
por ellos,
que los
cuide, que
se interese
por sus
cosas. Así
sería
llevadera la
obediencia.
¿De qué
sirve un
papá que
compra una
mejor casa,
un mejor
auto, si su
esposa, de
quien no se
preocupa, se
va alejando
de él?
¿De qué
sirve que te
vaya bien en
tus
negocios,
padre de
familia, si
no sabes qué
hace tu
hijo, cómo
le va en la
escuela, qué
amigos
tiene, a
dónde va?
Ser madre no
es sólo
cocinar,
lavar,
planchar...
sino dar
cariño,
amor,
ternura; es
ser luz y
piedad y
aliento, y
solicitud y
paciencia;
ser calor y
delicadeza,
intuición y
detalle. Así
sería
llevadera la
obediencia a
mamá.
Ser padre es
tener una
relación de
amistad con
el hijo,
preocuparse
por el hijo,
ayudar al
hijo, dar
ejemplo al
hijo, dar
buenos
consejos al
hijo,
atenderlos
material y
espiritualmente,
vigilar
discretamente
las
compañías de
su hijo,
alentarlos
en sus
fracasos y
compartir
sus
alegrías.
¿Qué dirías
de ese papá
que no
asiste a ese
campeonato
final de su
hijo... o
que no
asiste a su
fiesta de
egresado
donde su
hijo recibe
su premio o
su
diploma…porque
está en sus
negocios?
¿Qué mejor
“negocio”
que su
propio hijo,
verle
crecer,
progresar,
alegrarse
con sus
triunfos?
¿Qué dirían
de ese papá
o mamá a
quienes no
les interesa
la primera
comunión de
su hija, que
no la
acompañan en
la
catequesis,
ni en la
participación
en las
misas, que
no les da
ejemplo
confesándose
y
comulgando,
a quien no
le interesa
rezar en
casa?
¡Qué difícil
se hace la
obediencia
cuando no
hay por
delante un
ejemplo de
vida! ¿Cómo
va a
respetar a
su padre de
la tierra,
cuando su
mismo padre
no respeta a
Dios Padre?
Los papás
deberían
sentir que
Dios les ha
encomendado
la suerte
terrena y
eterna de
sus hijos,
¡Qué
responsabilidad!
III.
¿CÓMO HAS DE
HONRAR A TUS
PADRES Y
CÓMO DEBEN
AMARTE?
Sigo
pensando en
ti, amigo.
Quiero que
vivas a
fondo este
cuarto
mandamiento
que te dice:
Honra a tus
padres.
Mediante el
amor, el
respeto, la
obediencia y
la ayuda en
sus
necesidades,
tú cumples
el cuarto
mandamiento
de la Ley de
Dios.
Esto te
implica:
Alegrarles
con tu
conducta,
con tus
buenas
notas, con
tus detalles
de cariño.
Apreciarles
siempre,
felicitarles.
Sentirte
contento al
poderles
ayudar,
cuando están
enfermos.
Enseñarles
con bondad,
cuando sean
menos
instruidos.
Dedicarles
tiempo
cuando sean
ancianos.
Valorar las
cualidades y
callar sus
defectos.
Ayudarles
económicamente.
Proporcionarles
los últimos
sacramentos,
buscando un
sacerdote
cuando están
muy enfermos
o son
ancianos y
así puedan
recibir la
santa
unción, y la
comunión
como
viático.
Si han
muerto,
rezar por
ellos,
ofreciendo
misas en
sufragio de
sus almas.
Si
viviéramos a
fondo este
cuarto
mandamiento:
Veríamos a
nuestros
papás
ancianos más
alegres,
felices.
Habría más
concordia y
armonía en
los hogares.
Habría menos
niños
abandonados,
delincuentes,
drogadictos,
encarcelados...
Habría
familias más
unidas,
felices,
rebosantes
de gozo y
simpatía.
¡Gratitud
para con
nuestros
papás! Sé
agradecido
con tus
padres. Una
buena manera
de demostrar
agradecimiento
a tus padres
es
aprovechando
verdaderamente
los
esfuerzos
que ellos
hacen por
ti. Nada más
frustrante
para un
padre de
familia que
ver que sus
sacrificios
por da a sus
hijos una
buena
educación,
una buena
alimentación,
el vestido
necesario,
unas
vacaciones,
un club
deportivo…¡de
nada
sirvieron!
¿Por qué?
Porque su
hijo no
quiere
estudiar, no
le gusta la
comida que
hay en casa,
se enfurece
porque la
camisa nueva
no es de la
marca de
moda, se
aburre y se
queja en las
vacaciones y
no le gusta
hacer
deporte…¡qué
frustración!
Si
quisiéramos
agradecer a
nuestros
padres todos
los días que
pasan en el
trabajo,
todos los
cuidados y
solicitud
que les
hemos
costado; si
quisiéramos
corresponder
a nuestra
madre por
todas las
congojas,
afanes,
noches de
insomnio...
necesitaríamos
una
eternidad
para
pagárselo.
Yo no puedo
concebir
cómo a un
hijo que
adquirió
fortuna
puede
sentarle
bien una
comida
opípara, si
sabe que su
madre,
anciana y
viuda, pasa
sus días con
una
miserable
pensión.
Yo no puedo
imaginarme
cómo puede
una hija
ponerse un
rico abrigo
de pieles y
sus alhajas
brillantes e
irse
tranquilamente
de turismo,
si en el
quinto piso
de una casa
de alquiler,
en la
estrecha
buhardilla
que sólo
tiene un
cuarto y la
cocina, van
pasando los
días sus
ancianos
padres. No,
no puedo
imaginarlo.
Tú, ten
corazón con
tus papás,
ya ancianos
y enfermos.
Ayúdalos,
por amor de
Dios.
Te contaré
una
anécdota.
Una vez un
joven
muchacho,
que estaba a
punto de
graduarse,
contemplaba
todos los
días el
hermoso auto
deportivo en
una tienda
de autos.
Sabiendo que
su padre
podía
comprárselo,
le dijo que
ese auto era
todo lo que
quería. Como
se acercaba
el día de
graduación,
su padre lo
llamó para
que fuera a
su despacho
privado. Le
dijo lo
orgulloso
que se
sentía de
tener un
hijo tan
bueno y lo
mucho que lo
amaba. El
padre tenía
en sus manos
una hermosa
caja de
regalo.
Curioso y
algo
decepcionado,
el joven
abrió la
caja y
encontró una
hermosa
Biblia, con
cubierta de
piel y con
su nombre
finamente
escrito en
letras de
oro. Enojado
le gritó a
su padre
diciendo:
"¿Con todo
el dinero
que tienes y
lo que me
das es esta
Biblia?”.
Salió de su
casa y no
regresó más.
Pasaron
muchos años
y el joven
se convirtió
en un
exitoso
hombre de
negocios.
Tenía una
gran casa y
una bonita
familia,
pero cuando
supo que su
padre, que
ya era
anciano,
estaba muy
enfermo,
pensó
visitarlo.
No lo había
vuelto a ver
desde el día
de su
graduación.
Antes de que
pudiera
partir a
verlo,
recibió un
telegrama
donde decía
que su padre
había muerto
y le había
heredado
todas sus
posesiones.
Su corazón
se llenó
pronto de
tristeza y
arrepentimiento.
Empezó a ver
todos los
documentos
importantes
que su padre
tenía y
encontró la
Biblia que
en aquella
ocasión su
padre le
quiso
obsequiar.
Con lágrimas
en los ojos,
la abrió y
empezó a
hojear sus
páginas. Su
padre
cuidadosamente
había
subrayado un
verso en
Mateo 7,11
que decía
textualmente:
"Y si
vosotros
siendo
malos,
sabéis dar
cosas buenas
a vuestros
hijos,
cuanto más
nuestro
Padre
Celestial
dará a sus
hijos
aquello que
le pidan".
Mientras
leía esas
palabras,
unas llaves
de auto
cayeron de
la Biblia.
Tenía una
tarjeta de
la agencia
de autos
donde había
visto ese
auto
deportivo
que había
deseado
tanto. En la
tarjeta
estaba la
fecha de su
graduación y
las
palabras:
"TOTALMENTE
PAGADO".
Cuantas
veces hemos
rechazado o
hemos sido
ciegos ante
las
bendiciones
que Dios o
nuestros
papás nos
mandan, ya
sea por
engreimiento,
nuestro
apego a lo
perecedero o
a nuestros
propios
planes de
vida. Sin
embargo,
Dios nos
ofrece no
sólo
colmarnos de
los bienes
materiales,
los cuales
vendrán "por
añadidura",
sino también
nos ofrece
colmarnos de
los bienes
espirituales
que sólo Él
nos puede
dar para
lograr
nuestra
verdadera
felicidad.
Que no te
suceda a ti
algo
parecido.
Déjame
decirte una
palabra
sobre tu
madre. Si a
alguien no
debemos
nunca
entristecer
es a nuestra
madre, a tu
madre.
Monseñor
Jara
escribió:
«Hay una
mujer que
tiene algo
de Dios por
la
inmensidad
de su amor y
mucho de
ángel por la
incansable
solicitud de
sus
cuidados.
Una mujer
que, siendo
joven, tiene
la reflexión
de una
anciana y,
en la vejez,
trabaja con
el vigor de
la juventud.
Una mujer
que, si es
ignorante,
descubre los
secretos de
la vida con
más acierto
que un sabio
y, si es
instruida,
se acomoda a
la
simplicidad
de los
niños. Una
mujer que,
mientras
vive, no la
sabemos
estimar
porque a su
lado todos
los dolores
se olvidan,
pero,
después de
muerta,
daríamos
todo lo que
somos y todo
lo que
tenemos por
recibir de
ella un solo
abrazo. De
esa mujer no
me exijáis
el nombre.
Es la
madre».
A una madre
se la ama,
se la
aprecia, se
la obedece,
se la alegra
siempre.
¡Cuánto
debemos a
nuestra
madre!
Ya conoces
tú lo que es
el
“instinto”
materno. Ahí
te van
algunos
ejemplos.
Cruzando la
selva, un
misionero y
su
catequista
encontraron
tres
cachorros de
leopardo. No
resistieron
la
tentación:
se los
llevaron a
la misión,
con la
esperanza de
criarlos en
su choza.
“´Pero,
-cuenta el
misionero-
guiada por
su instinto
materno, a
los dos días
llega a la
misión la
madre de los
cachorros.
Hecha una
furia, se
acerca sin
titubear a
la choza
donde
estamos
nosotros con
los
cachorros.
¿Qué hacer
para
defendernos?
Le arrojamos
uno de los
cachorros.
La fiera se
calma, acude
a recogerlo,
lo lame y lo
acaricia. Lo
deja seguro
al otro lado
de la cerca,
y regresa
furiosa por
los otros
dos. Le
arrojamos el
segundo
cachorro. Lo
recoge con
cariño, y
también lo
lleva al
lugar
seguro,
junto al
primero. Por
tercera vez
la bestia
vuelve hecha
una furia.
Le arrojamos
el último
cachorro.
Solamente
entonces la
madre-leopardo
regresa a la
selva,
vigilando la
gloriosa
retirada de
sus tres
crías.
Nos quedamos
pensando:
-¿Habrá Dios
hecho algo
más poderoso
y
maravilloso
que el
instinto
materno?”.
¡Valora a tu
madre! No
sacrifiques
nada al amor
por tu
madre.
Aunque
alguna vez
seas cruel
con tu
madre, ella
te
contestará
con aquello
que cuenta
una antigua
leyenda
bretona.
Se dice que
un joven se
enamoró
rápidamente
de una mujer
caprichosa
despiadada,
la cual
exigió al
amante, como
prueba de un
amor
rendido,
nada menos
que el
corazón de
su propia
madre.
El joven
mató a la
madre y le
arrancó el
corazón.
Yendo de
camino con
el corazón
de su madre
en la mano
tropezó con
una piedra y
cayó. El
corazón rodó
por el
suelo. Al
agacharse
para
cogerlo, el
hijo oyó una
pregunta
solícita que
provenía de
aquel
corazón
chorreando
sangre:
- Hijo, ¿te
has hecho
daño?
Así es el
amor de tu
madre.
Ámala. Es
capaz de
todo por ti,
incluso está
dispuesta a
morir, como
hizo esa
gallinita
con sus
polluelos,
contado por
la revista "National
Geographic"
después de
un incendio
en el Parque
Nacional
Yellowstone
de los
Estados
Unidos.
Después de
sofocado el
fuego empezó
la labor de
evaluación
de daños, y
fue entonces
que al ir
caminando
por el
parque, un
guardabosques
encontró un
ave
calcinada
junto al pie
de un árbol,
en una
posición
bastante
extraña,
pues no
parecía que
hubiese
muerto
escapando o
atrapada,
simplemente
estaba con
sus alas
cerradas
alrededor de
su cuerpo.
Cuando el
impactado
guardabosques
la golpeó
suavemente
con una
vara, tres
pequeños
polluelos
vivos
emergieron
de debajo de
las alas de
su madre,
quien
sabiendo que
sus hijos no
podrían
escapar del
fuego, no
los
abandonó.
Tampoco se
quedó con
ellos en el
nido sobre
el árbol,
donde el
humo sube y
el calor se
acumula,
sino que los
llevó,
quizás uno a
uno, a la
base del
árbol y ahí
dio su vida
por salvar
la de ellos.
¿Pueden
imaginar la
escena? El
fuego
rodeándolos,
los
polluelos
asustados y
la madre muy
decidida,
infundiendo
paz a sus
hijos, como
diciéndoles:
"no teman,
vengan bajo
mis alas,
nada les
pasará".
Tan seguros
estaban al
estar ahí
tocando sus
plumas,
aislados del
fuego, que
ni siquiera
habían
salido de
ahí horas
después de
apagado el
incendio.
Estaban
totalmente
confiados en
la
protección
de su madre,
y sólo al
sentir el
golpeteo
pensaron que
debían de
salir.
Así hace una
madre. Por
eso, ámala y
respétala.
Ámala y
respétala
como lo hizo
Jesucristo
en su vida
oculta. Hay
una frase en
el evangelio
de san Lucas
que resume
cómo era
Cristo con
sus padres
terrenos:
“Jesús fue
con ellos a
Nazaret y
les estaba
sumiso”
(Lucas 2,
51).
Ahora me
dirijo a
vosotros,
padres, pues
el cuarto
mandamiento
también es
para
vosotros,
como os he
explicado
anteriormente.
Estimad a
vuestros
hijos,
facilitad a
vuestros
hijos el
cumplimiento
de este
cuarto
mandamiento
de la Ley de
Dios, como
lo hizo
María y José
con su hijo
Jesús.
Padres, Dios
os pedirá
cuenta de
los hijos
algún día:
si los han
amado,
educado,
formado,
dado buen
ejemplo... o
les han dado
todo, mimado
demasiado...
¡Padres,
vuestros
hijos,
además de
cuerpo
tienen alma!
Y Dios os ha
confiado
también el
alma de
vuestros
hijos. Y de
vosotros
depende de
que esa alma
de sus hijos
llegue a
Dios. ¡Qué
responsabilidad
tenéis!
Dad a
vuestros
hijos buenos
consejos.
Como hizo
este padre
de familia a
su hijo. Así
lo cuenta el
propio hijo.
“Un día,
acudí a mi
padre con
uno de mis
muchos
problemas de
aquel
entonces. Me
contestó
como Cristo
a sus
discípulos,
con una
parábola:
"Hijo, ya no
eres más una
simple y
endeble
rama; has
crecido y te
has
transformado,
eres ahora
un árbol en
cuyo tronco
un tierno
follaje
empieza a
florecer.
Tienes que
darle vida a
esas ramas.
Tienes que
ser fuerte,
para que ni
el agua, ni
el día, ni
los vientos
te embatan.
Debes crecer
como los de
tu especie,
hacia
arriba.
Algún día,
vendrá
alguien a
arrancar
parte de ti,
parte de tu
follaje.
Quizá
sientes tu
tronco
desnudo, mas
piensa que
esas podas
siempre
serán
benéficas,
tal vez
necesarias,
para darte
forma, para
fortalecer
tu tronco y
afirmar sus
raíces.
Jamás
lamentes las
adversidades,
sigue
creciendo, y
cuando te
sientas más
indefenso,
cuando
sientas que
el invierno
ha sido
crudo,
recuerda que
siempre
llegará una
primavera
que te hará
florecer...
Trata de ser
como el
roble, no
como un
bonsai”.
Ahora
quisiera
tener a mi
padre
conmigo, y
darle las
gracias por
haber
nacido, por
haber sido,
por haber
triunfado, y
por haber
fracasado.
Si acaso
tuviera a mi
padre a mi
lado, podría
agradecerle
su
preocupación
por mí,
podría
agradecerle
sus tiernas
caricias,
que no por
escasas, las
sentí
sinceras. Si
acaso
tuviera a mi
padre
conmigo, le
daría las
gracias por
estar aquí,
le
agradecería
mis grandes
tristezas,
sus sabios
regaños, sus
muchos
consejos, y
los grandes
valores que
sembró en
mí. Si acaso
mi padre
estuviera
conmigo,
podríamos
charlar como
antaño, de
cuando me
hablaba de
aquello del
árbol, que
debe ser
fuerte y
saber
resistir,
prodigar sus
frutos,
ofrecer su
sombra,
cubrir sus
heridas,
forjar sus
firmezas ...
y siempre
seguir.
Seguir
luchando,
seguir
perdonando,
seguir
olvidando, y
siempre ...
seguir. Si
acaso
tuviera a mi
padre a mi
lado, le
daría las
gracias ...
porque de él
nací”.
¿Podrá decir
tu hijo esto
de ti, padre
de familia?
Por eso,
¡qué gran
falta la de
esos padres
cristianos
que no
llevan a
bautizar a
sus hijos,
que les da
igual que
sus hijos
tomen o no
la comunión,
reciban o no
instrucción
religiosa!
Ojalá,
padres de
familia,
pudieran
decir a sus
hijos lo que
dijo la
madre de San
Luis, rey de
Francia,
Blanca de
Castilla:
“Hijo mío,
te amo con
todo el
alma, pero
preferiría
verte muerto
a mis pies a
saber que
has cometido
un pecado
mortal”.
Estas
palabras de
la madre le
salvaron
muchas veces
al rey Luis
del pecado.
Es más, le
ayudaron a
ser lo que
ahora es:
san Luis,
rey de
Francia.
Padres,
deber del
cuarto
mandamiento
es respetar
el estado de
vida que
vuestros
hijos
elijan. No
les impidáis
elegir una
carrera, la
que ellos
quieran,
siempre y
cuando sea
digna:
abogado,
médico,
electricista,
ingeniero,
sacerdote,
misionero,
consagrada a
Dios. ¿Quién
eres tú,
padre o
madre de
familia,
para impedir
la vocación
de tu hijo o
de tu hija?
Padres,
estimad el
alma de
vuestros
hijos.
Padres,
cuidad de
vuestros
hijos.
Padres, amad
a vuestros
hijos.
Preocupaos
más por el
alma, que
por el
cuerpo, como
esa madre
mexicana con
su hijo de
18 años,
cuando le
estaban
obligando a
decir:
“¡Abajo
Cristo,
muera
Cristo!”. La
madre se
inclinó
sobre su
hijo, ya
casi muerto
por las
palizas que
le
propinaron,
y le dijo:
“¡Aunque te
maten, no
reniegues de
tu fe! ¡La
fe vale más
que la vida,
hijo mío!
¡Di: Viva
Cristo
Rey!”.
El joven
hijo recoge
sus
postreras
fuerzas y
repite con
su madre:
“¡Viva
Cristo Rey,
Viva la
Virgen de
Guadalupe!”.
Y muere...
allí en la
calle, a la
vista de su
madre. Era
el año 1927,
durante la
famosa
guerra
cristera en
México.
Resumen
del
Catecismo de
la Iglesia
católica
2247 “Honra
a tu padre y
a tu madre”
(Deuteronomio
5, 16;
Marcos 7,
10).
2248 De
conformidad
con el
cuarto
mandamiento,
Dios quiere
que, después
que a Él,
honremos a
nuestros
padres y a
los que Él
reviste de
autoridad
para nuestro
bien.
2249 La
comunidad
conyugal
está
establecida
sobre la
alianza y el
consentimiento
de los
esposos. El
matrimonio y
la familia
están
ordenados al
bien de los
cónyuges, al
a
procreación
y a la
educación de
los hijos.
2250 “La
salvación de
la persona y
de la
sociedad
humana y
cristiana
está
estrechamente
ligada a la
prosperidad
de la
comunidad
conyugal y
familiar”.
2251 Los
hijos deben
a sus padres
respeto,
gratitud,
justa
obediencia y
ayuda. El
respeto
filial
favorece la
armonía de
toda la vida
familiar.
2252 Los
padres son
los primeros
responsables
de la
educación de
sus hijos en
la fe, en la
oración y en
todas las
virtudes.
Tienen el
deber de
atender, en
la medida de
lo posible,
las
necesidades
materiales y
espirituales
de sus
hijos.
2253 Los
padres deben
respetar y
favorecer la
vocación de
sus hijos.
Han de
recordar y
enseñar que
la vocación
primera del
cristiano es
la de seguir
a Jesús.
2254 La
autoridad
pública está
obligada a
respetar los
derechos
fundamentales
de la
persona
humana y las
condiciones
del
ejercicio de
la libertad.
2255 El
deber de los
ciudadanos
es cooperar
con las
autoridades
civiles en
la
construcción
de la
sociedad en
un espíritu
de verdad,
justicia,
solidaridad
y libertad.
2256 El
ciudadano
está
obligado en
conciencia a
no seguir
las
prescripciones
de las
autoridades
civiles
cuando son
contrarias a
las
exigencias
del orden
moral. “Hay
que obedecer
a Dios antes
que a los
hombres”
(Hechos 5,
29).
2257 Toda
sociedad
refiere sus
juicios y su
conducta a
una visión
del hombre y
de su
destino. Si
se prescinde
de la luz
del
Evangelio
sobre Dios y
sobre el
hombre, las
sociedades
se hacen
fácilmente
“totalitarias”.
Para la
reflexión
personal o
en grupo
1. ¿Cómo se
puede hoy
ayudar a la
familia, que
por muchas
partes es
atacada?
2. ¿El
matrimonio
es una
vocación, es
decir, un
llamado de
Dios? ¿Es un
medio de
santificación
personal?
3. ¿Se puede
decir que
para formar
un
matrimonio o
una familia
basta con
guiarse por
el instinto,
el afecto o
la
intuición?
4. ¿Por qué
crees que
fallan hoy
algunos
matrimonios?
5. ¿Qué
cualidades
debería
tener la
autoridad de
tu padre y
de tu madre?
6. ¿Por qué
tienes que
obedecer a
tus padres?
7. ¿Cómo se
debería hoy
educar a los
hijos?
8. ¿Puede
oponerse un
padre de
familia a la
vocación de
su hijo que
quiere ser
sacerdote o
consagrado a
Dios?
9. Pon las
siete
características
de una buena
familia.
10. Analiza
el texto de
la Biblia
que
encontrarás
en el libro
de Tobías 4,
3-19. Son
los consejos
que dio un
padre a su
hijo. Lee
con atención
Colosenses
3, 18-25. Es
una carta de
san Pablo
apóstol a
los
cristianos
de Colosas.
LECTURA
De la
exhortación
de Juan
Pablo II,
“Familiaris
Consortio”
(22
noviembre
1981)
La
educación
36. El
derecho-deber
educativo de
los padres
La tarea
educativa
tiene sus
raíces en la
vocación
primordial
de los
esposos a
participar
en la obra
creadora de
Dios; ellos,
engendrando
en el amor y
por amor una
nueva
persona, que
tiene en sí
la vocación
al
crecimiento
y al
desarrollo,
asumen por
eso mismo la
obligación
de ayudarla
eficazmente
a vivir una
vida
plenamente
humana. Como
ha recordado
el Concilio
Vaticano II:
"Puesto que
los padres
han dado la
vida a los
hijos,
tienen la
gravísima
obligación
de educar a
la prole, y
por tanto
hay que
reconocerlos
como los
primeros y
principales
educadores
de sus
hijos. Este
deber de la
educación
familiar es
de tanta
trascendencia
que, cuando
falta,
difícilmente
puede
suplirse.
Es, pues,
deber de los
padres crear
un ambiente
de familia
animado pro
el amor, por
la piedad
hacia Dios y
hacia los
hombres, que
favorezca la
educación
íntegra
personal y
social de
los hijos.
La familia
es, por
tanto, la
primera
escuela de
las virtudes
sociales,
que todas
las
sociedades
necesitan.
El
derecho-deber
educativo de
los padres
se califica
como
esencial,
relacionado
como está
con la
transmisión
de la vida
humana; como
original y
primario,
respecto al
deber
educativo de
los demás,
por la
unicidad de
la relación
de amor que
subsiste
entre padres
e hijos;
como
insustituible
e
inalienable
y que, por
consiguiente,
no puede ser
totalmente
delegado o
usurpado por
otros.
Por encima
de estas
características,
no puede
olvidarse
que el
elemento más
radical, que
determina el
deber
educativo de
los padres,
es el amor
paterno y
materno que
encuentra en
la acción
educativa su
realización,
al hacer
pleno y
perfecto el
servicio a
la vida. El
amor de los
padres se
transforma
de fuente en
alma, y por
consiguiente,
en norma,
que inspira
y guía toda
la acción
educativa
concreta,
enriqueciéndola
con los
valores de
dulzura,
constancia,
bondad,
servicio,
desinterés,
espíritu de
sacrificio,
que son el
fruto más
precioso del
amor.
37. Educar
en los
valores
esenciales
de la vida
humana
Aun en medio
de las
dificultades,
hoy a menudo
agravadas,
de la acción
educativa,
los padres
deben formar
a los hijos
con
confianza y
valentía en
los valores
esenciales
de la vida
humana. Los
hijos deben
crecer en
una justa
libertad
ante los
bienes
materiales,
adoptando un
estilo de
vida
sencillo y
austero,
convencidos
de que "el
hombre vale
más por lo
que es que
por lo que
tiene".
En una
sociedad
sacudida y
disgregada
pro
tensiones y
conflictos a
causa del
choque entre
los diversos
individualismo
y egoísmos,
los hijos
deben
enriquecerse
no sólo con
el sentido
de la
verdadera
justicia,
que lleva al
respeto de
la dignidad
personal de
cada uno,
sino también
y más aún
del sentido
del
verdadero
amor, como
solicitud
sincera y
servicio
desinteresado
hacia los
demás,
especialmente
a los más
pobres y
necesitados.
La familia
es la
primera y
fundamental
escuela de
socialidad;
como
comunidad de
amor,
encuentra en
el don de sí
misma la ley
que la rige
y hace
crecer. El
don de sí,
que inspira
el amor
mutuo de los
esposos, se
pone como
modelo y
norma del
don de sí
que debe
haber en las
relaciones
entre
hermanos y
hermanas, y
entre las
diversas
generaciones
que conviven
en la
familia. La
comunión y
la
participación
vivida
cotidianamente
en la casa,
en los
momentos de
alegría y de
dificultad,
representa
la pedagogía
más concreta
y eficaz
para la
inserción
activa,
responsable
y fecunda de
los hijos en
el horizonte
más amplio
de la
sociedad.
La educación
para el amor
como don de
sí mismo
constituye
también la
premisa
indispensable
para los
padres,
llamados a
ofrecer a
los hijos
una
educación
sexual clara
y delicada.
Ante una
cultura que
"banaliza"
en parte la
sexualidad
humana,
porque la
interpreta y
la vive de
manera
reductiva y
empobrecida,
relacionándola
únicamente
con el
cuerpo y el
placer
egoísta, el
servicio
educativo de
los padres
debe basarse
sobre una
cultura
sexual que
sea
verdadera y
plenamente
personal. En
efecto, la
sexualidad
es una
riqueza de
toda la
persona
-cuerpo,
sentimiento
y espíritu-
y manifiesta
su
significado
íntimo al
llevar a la
persona
hacia el don
de sí mismo
en el amor.
La educación
sexual,
derecho y
deber
fundamental
de los
padres, debe
realizarse
siempre b
ajo su
dirección
solícita,
tanto en
casa como en
los centros
educativos
elegidos y
controlados
por ellos.
En este
sentido la
Iglesia
reafirma la
ley de la
subsidiaridad,
que la
escuela
tiene que
observar
cuando
coopera en
la educación
sexual,
situándose
en el
espíritu
mismo que
anima a los
padres.
En este
contexto es
del todo
irrenunciable
la educación
para la
castidad,
como virtud
que
desarrolla
la auténtica
madurez de
la persona y
la hace
capaz de
respetar y
promover el
"significado
esponsal"
del cuerpo.
Más aún, los
padres
cristianos
reserven una
atención y
cuidado
especial
-discerniendo
los signos
de la
llamada de
Dios- a la
educación
para la
virginidad,
como la
forma
suprema del
don de uno
mismo que
constituye
el sentido
mismo de la
sexualidad
humana.
Por los
vínculos
estrecho que
hay entre la
dimensión
sexual de la
persona y
sus valores
éticos, esta
educación
debe llevar
a los hijos
a conocer y
estimar las
normas
morales como
garantía
necesaria y
preciosa
para un
crecimiento
personal y
responsable
en la
sexualidad
humana.
Por esto la
Iglesia se
opone
firmemente a
un sistema
de
información
sexual
separado de
los
principios
morales y
tan
frecuentemente
difundido,
el cual no
sería más
que una
introducción
a la
experiencia
del placer y
un estímulo
que lleva a
perder la
serenidad,
abriendo el
camino al
vicio desde
los años de
la
inocencia.
38.
Misión
educativa y
sacramento
del
matrimonio
Para los
padres
cristianos
la misión
educativa,
basada como
se ha dicho
en su
participación
en la obra
creadora de
Dios, tiene
una fuente
nueva y
específica
en el
sacramento
del
matrimonio,
que los
consagra a
la educación
propiamente
cristiana de
los hijos,
es decir,
los llama a
participar
de la misma
autoridad y
del mismo
amor de Dios
Padre y de
Cristo
Pastor, así
como del
amor materno
de la
Iglesia, y
los
enriquece en
sabiduría,
consejo,
fortaleza y
en los otros
dones del
Espíritu
Santo, para
ayudar a los
hijos en su
crecimiento
humano y
cristiano.
El deber
educativo
recibe del
sacramento
del
matrimonio
la dignidad
y la llamada
a ser un
verdadero y
propio
"ministerio"
de la
Iglesia al
servicio de
la
edificación
de sus
miembros.
Tal es la
grandeza y
el esplendor
del
ministerio
educativo de
los padres
cristianos,
que santo
Tomás no
duda en
compararlo
con el
ministerio
de los
sacerdotes:
"Algunos
propagan y
conservan la
vida
espiritual
con un
ministerio
únicamente
espiritual:
es la tarea
del
sacramento
del orden;
otros hacen
esto
respecto de
la vida a la
vez corporal
y
espiritual,
y esto se
realiza con
el
sacramento
del
matrimonio,
en el que el
hombre y la
mujer se
unen para
engendrar la
prole y
educarla en
el culto a
Dios".
La
conciencia
viva y
vigilante de
la misión
recibida con
el
sacramento
del
matrimonio
ayudará a
los padres
cristianos a
ponerse con
gran
serenidad y
confianza al
servicio
educativo de
los hijos y,
al mismo
tiempo, a
sentirse
responsables
ante Dios
que los
llama y los
envía a
edificar la
Iglesia en
los hijos.
Así la
familia de
los
bautizados,
convocada
como iglesia
doméstica
por la
Palabra y
por el
Sacramento,
llega a ser
a la vez,
como la gran
Iglesia,
maestra y
madre.
39. La
primera
experiencia
de Iglesia
La misión de
la educación
exige que
los padres
cristianos
propongan a
los hijos
todos los
contenidos
que son
necesarios
para la
maduración
gradual de
su
personalidad,
desde un
punto de
vista
cristiano y
eclesial.
Seguirán
pues las
líneas
educativas
recordadas
anteriormente,
procurando
mostrar a
los hijos a
cuán
profundos
significados
conducen la
fe y la
caridad de
Jesucristo.
Además, la
conciencia
de que el
Señor confía
en ellos el
crecimiento
de un hijo
de Dios, de
un hermano
de Cristo,
de un templo
del Espíritu
Santo, de un
miembro de
la Iglesia,
alentará a
los padres
cristianos
en su tarea
de afianzar
en el alma
de los hijos
el don de la
gracia
divina.
El Concilio
Vaticano II
precisa así
el contenido
de la
educación
cristiana:
"La cual no
persigue
solamente la
madurez
propia de la
persona
humana...,
sino que
busca, sobre
todo, que
los
bautizados
se hagan más
conscientes
cada día del
don recibido
de la fe,
mientras se
inician
gradualmente
en el
conocimiento
del misterio
de la
salvación;
aprendan a
adorar a
Dios Padre
en espíritu
y en verdad,
ante todo en
la acción
litúrgica,
formándose
para vivir
según el
hombre nuevo
en justicia
y santidad
de verdad, y
así lleguen
al hombre
perfecto, en
la edad de
la plenitud
de Cristo y
contribuyan
al
crecimiento
del Cuerpo
místico.
Conscientes,
además de su
vocación,
acostúmbrense
a dar
testimonio
de la
esperanza
que hay en
ellos y a
ayudar a la
configuración
cristiana
del mundo".
También el
Sínodo,
siguiendo y
desarrollando
la línea
conciliar ha
presentado
la misión
educativa de
la familia
cristiana
como un
verdadero
ministerio,
por medio
del cual se
transmite e
irradia el
Evangelio,
hasta el
punto de que
la misma
vida de
familia se
hace
itinerario
de fe y, en
cierto modo,
iniciación
cristiana y
escuela de
los
seguidores
de Cristo.
En la
familia
consciente
de tal don,
como
escribió
Pablo VI,
"todos los
miembros
evangelizan
y son
evangelizados".
En virtud
del
ministerio
de la
educación
los padres,
mediante el
testimonio
de su vida,
son los
primeros
mensajeros
del
Evangelio
ante los
hijos. Es
más, rezando
con los
hijos,
dedicándose
con ellos a
la lectura
de la
Palabra de
Dios e
introduciéndolos
en la
intimidad
del Cuerpo
-eucarístico
y eclesial-
de Cristo
mediante la
iniciación
cristiana,
llegan a ser
plenamente
padres, es
decir,
engendradores
no sólo de
vida
corporal,
sino también
de aquella
que,
mediante la
renovación
del Espíritu
brota de la
Cruz y
Resurrección
de Cristo.
A fin de que
los padres
cristianos
puedan
cumplir
dignamente
su
ministerio
educativo,
los Padres
Sinodales
han
manifestado
su deseo de
que se
prepare un
texto
adecuado de
catecismo
para las
familias
claro, breve
y que pueda
ser
fácilmente
asimilado
pro todos.
Las
conferencias
episcopales
han sido
invitadas
encarecidamente
a
comprometerse
en la
realización
de este
catecismo.
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