Los Maestros del Desierto ¿Podríamos imitarlos en el Siglo XXI?

Ernesto O´Farrill Santoscoy OCDS   


Desde que existe la civilización, el hombre ha demostrado tener un apetito insaciable por comunicarse con la divinidad o con el Ser Supremo; un deseo inherente a la conciencia de penetrar en la intimidad con Dios, mas allá del rito, o del deseo de adorar o reverenciar a lo divino. En distintas culturas la práctica de retirarse a vivir en la naturaleza para acercarse mas a Dios es algo común. En la antigua India la vida de cualquier individuo se dividía en distintas etapas, que comenzaban con la de estudiante o Brahmachari y terminaban con el retiro a la selva, o Sanyasin, en donde el individuo se retiraba de la ciudad, de la sociedad y de la familia para dedicarse de lleno a la meditación hasta su muerte. Hoy en día todavía es posible ver en las selvas y en las ciudades de la India a anacoretas Jainístas o de otras sectas, viviendo al estilo de la edad antigua en completa dedicación a la vida contemplativa.


En la civilización occidental, resulta curioso que el deseo de algunos santos místicos de vivir totalmente aislado, y lejos de la civilización, fue la semilla que generó las comunidades monásticas. En la civilización cristiana, los primeros monjes cristianos vivieron en Egipto en el siglo IV.  Eran personas muy comunes, aunque de vidas virtuosas.  No eran preparados, ni cultos, ni famosos. Muchos de ellos no podían ni leer las Escrituras, aunque las conocían de memoria.  No eran clérigos ni estaban interesados en las cuestiones eclesiales.

 

La cercanía creciente de la jerarquía eclesial con el Imperio se iba alejando del espíritu original evangélico. Incluso las liturgias eran vistas como un tanto mundanas debido a la pompa que se iba imponiendo en ellas. Para estos individuos, una auténtica persona de oración debe observar el mandato de Jesús, orad siempre, y debe tener presente constantemente a su Maestro en el corazón.


Durante casi trescientos años las comunidades cristianas habían vivido con la amenaza constante de la persecución.  Todo cristiano sabía que algún día podía ser llevado ante los tribunales y afrontar la alternativa de apostatar del Señor Jesús. ¿Cómo podía uno seguir siendo cristiano cuando la Iglesia ahora se unía a los poderes mundanos, y el lujo y la ostentación se adueñaban de altares y asambleas?  


Antes de Constantino ya hubo cristianos que se sentían llamados a un estilo de vida diferente. En las Cartas de Pablo aparecen las “viudas y vírgenes” que, como célibes, dedicaban todo su tiempo y recursos a la Iglesia.  El gran teólogo alejandrino Orígenes organizó su vida en forma muy semejante, y lo mismo hizo san Agustín. El futuro monaquismo se nutrió de las palabras paulinas en el sentido de que los célibes se podían dedicar mejor al Señor y a su Reino.


Los relatos de las vidas de estos Maestros, son una corriente muy influyente de la literatura cristiana de siempre. La mayoría de esos escritos consiste en una serie de consejos para recordar y vivir, e historias relacionadas con determinados monjes (Apotemas).  En los textos se los llama “amma” o “apa” (madre o padre espiritual) como señal de respeto, aunque el título no indicaba ninguna posición oficial. Los “staretz” (guías espirituales) nunca juzgaban o sermoneaban, ni enseñaban desde una posición de poder.  Ante todo aprendían a amar no desde sus necesidades o deseos, sino desde el amor de Cristo. Quienes los conocieron dicen que por ellos el mundo era conservado, que tal como el árbol fabrica oxígeno para purificar la atmósfera, así estos orantes eran árboles del espíritu.


 

Anacoretismo, Cenobitismo, Monacato


El fenómeno monástico del anacoretismo y del cenobitismo fue adquiriendo formas cada vez más institucionalizadas, convirtiéndose en una de las estructuras fundamentales de la comunidad cristiana, y en las Órdenes formales.


La palabra “monje” viene del griego “monachós”, que quiere decir “solitario”.  El término “anacoreta” quiere decir “retirado” o “fugitivo”, es decir, los monjes eran cristianos que se marchaban a lugares despoblados para vivir alejados de una Iglesia que se confundía con el imperio. No sabemos a ciencia cierta quién fue el primero de ellos, pero los dos más famosos que se disputan este título fueron Pablo (cuya vida escribe san Jerónimo) y Antonio (cuya vida escribe san Atanasio).  De hecho, el monaquismo no fue invención de un individuo concreto, sino más bien un éxodo en masa, un contagio inaudito que afectó al mismo tiempo a millares de personas.


Cronológicamente, la experiencia anacorética de aislamiento (pensemos en san Antonio) precedió a la cenobítica (koinos bios - - vida común). Pero esta última logró imponerse como consecuencia del hecho de que a un anacoreta célebre se fueron asociando varios discípulos, deseosos de compartir su vida.


Los monjes eran los nuevos mártires, los verdaderos testigos de Jesús de Nazaret.  Eran los máximos exponentes de la nostalgia original de Dios que hay en toda persona.  De hecho, aquellos Padres del Desierto fueron como los psicólogos de su tiempo.  En la soledad, observaban y analizaban sus pensamientos y sentimientos, de los que el domingo, al reunirse para celebrar la liturgia, trataban con el abad para no dejarse engañar en sus luchas.  Dialogaban sobre sus experiencias, su estilo concreto de vida y su ruta hacia Dios.  Entre ellos hubo verdaderos guías que realizaban una anticipación del coloquio que luego desarrolló la psicoterapia freudiana.  


De hecho, incluso de las más alejadas ciudades, innumerables fieles acudían a aquellos prófugos a pedir consejo.  Algo parecido a como tantos buscadores occidentales que peregrinan hoy al Oriente buscando un gurú, o a un Yogui famoso.  Las comunidades cristianas sabían que en el desierto vivían cristianos que no se doblegaban ante los favores imperiales y que hablaban de Dios con autenticidad.  Para entonces algunos viajeros cuentan que había más gente en el desierto que en las ciudades del imperio.  


Teniendo en cuenta los peligros inherentes a la vida solitaria y las ventajas que se derivan de una vida asociada, Pacomio (por el 292-347), después de una experiencia personal de vida eremítica, dio forma al cenobitismo, asentado en la convivencia, en la disposición a compartir los bienes, en la oración en común, en la observancia de la misma regla, en el trabajo manual y en la obediencia absoluta al abad. Fundó entonces su primera comunidad en Tabennisi, en el alto Egipto, el año 323, y su hermana María fundó las primeras comunidades de mujeres o Conventos.


Así surgieron grandes monasterios de hasta más de mil monjes rígidamente organizados.  La nostalgia por la primitiva Iglesia, donde “todos eran de un solo corazón y una sola alma, y lo tenían todo en común” (Hechos 4,32ss), los inspiraba.  Algunos cultivaban pequeños huertos, la mayoría se sustentaba tejiendo cestas y esteras que luego vendían a cambio de un poco de pan y aceite. Mientras tejían un cesto con juncos y paja, recitaban un salmo, elevaban una plegaria o memorizaban una porción del Evangelio. Su dieta era frugal, un poco de pan, queso, aceite, legumbres y fruta.  Sus posesiones no eran más que el rasón necesario, los instrumentos de oración y lectura y una estera para dormir. Unos a otros se enseñaban de memoria libros enteros de la Biblia y dichos de los Padres antiguos, que llamaban “joyas de sabiduría”. A pesar de que todos participaban del trabajo manual, nadie se consideraba superior a nadie. La norma fundamental era el servicio mutuo, de tal modo que aun los superiores, a pesar de la obediencia que debían recibir, estaban obligados a servir a los demás.


En poco más de veinte años las fundaciones pacomianas, dirigidas por una Regla de 194 artículos, comprendían 9 conventos de varones y 2 de mujeres. La experiencia innovadora de Pacomio, aunque animada de moderación y prudencia, no se veía libre de los peligros inherentes a unas comunidades numéricamente cada vez más elevadas.


El propio Pacomio, que era el abad o archimandrita, daba ejemplo ocupándose de las labores más humildes.  Aquella vida del desierto no se acoplaba bien con la nueva jerarquía eclesiástica, cuyos obispos residían en palacios y gozaban del favor del gobierno.  Muchos pensaron que lo peor que le podía pasar a un monje era ser ordenado obispo, pero siempre había comunidades cristianas que pedían se les enviara algún monje para dirigirlas, por eso a veces un obispo iba al desierto y se llevaba a algún monje para ordenarlo.  Hubo incluso monjes a los que hubo que atar a la silla para ordenarlos.  Desgraciadamente, también hubo monjes orgullosos que pensaron que sus vidas mostraban un nivel de santidad más elevado que el de los eclesiásticos, y que eran ellos y no los obispos, quienes habían de decidir en qué consistía la ortodoxia.  Como muchos de estos monjes eran rudos e iletrados,  fácilmente se convirtieron en peones fáciles de manipular por otros.  


Fue Basilio (por el 330-379) el que, basándose en las experiencias monásticas precedentes, aportó varias correcciones a las formas cenobíticas ya en acto. Impuso la convivencia comunitaria según un tipo de relaciones amistosas, convencido de que sólo la vida cenobítica garantizaba el ejercicio de la caridad. “... La vida en común está en conformidad con la que llevaban los santos que nos recuerdan los Hechos de los Apóstoles: “los fieles se mantenían unidos y lo tenían todo en común”.


Los Padres del Desierto realizaron en el alma del mundo pagano una especie de exorcismo global, válido de una vez por todas. El movimiento en adelante, fue menos de rechazo que de transfiguración.  El monacato cerró su ciclo histórico, pero la espiritualidad del desierto avanza entre las formas cambiantes de la sociedad mediante nuevos testigos.  Hoy encuentra su acogida en el sacerdocio universal, llamado “monacato interiorizado” y a partir del Concilio Vaticano II encuentra una nueva y poderosa expresión en los grupos de Laicos que en todo el mundo acostumbran realizar el ejercicio de la meditación y la oración cristiana ya sea como comunidades formales en las órdenes Seglares o como grupos informales que solo se reúnen en el ejercicio de la oración.  

 

SINTESIS DE LA VIDA Y OBRA DE LOS FUNDADORES DEL MONAQUISMO CRISTIANO

 

SAN ANTONIO (251-356): El mas célebre de todos, conocido como San Antonio Abad, nació en Quenam, al sur de Menfis el año 251. Es el fundador de la vida monástica. Tras la muerte de sus padres vendió sus bienes y renunció al mundo, el dinero lo distribuyo entre los pobres y comenzó a practicar la vida ascética no lejos de su casa. Formó la primera agrupación de hombres que habían decidido renunciar al mundo y seguir a cristo en la soledad. Con Antonio se inició lo que se podría llamar la "edad de oro" de la vida eremítica, que va desde el año 330 al 440. Es la época de los llamados "padres del desierto".


SAN PACOMIO (292 - 346):
Es el primer maestro de la vida común o cenobítica. Pacomio sintió el llamado de poner al alcance de todos la vida monástica, para lo cual tenia grandes dotes de organizador. Llegó a tener cientos de adeptos, los cuales pertenecían principalmente al campo y a pequeñas ciudades. Pacomio elaboró una regla en la que dando por supuesta la castidad y la pobreza, añadió la obediencia como forma específica para la vida común.


AMMONAS: Después de la muerte de Antonio, la colonia de ermitaños de Pispir se hallaba bajo la dirección de Ammonas, uno de sus más antiguos discípulos, el cual era alabado por su inmensa bondad de corazón. A Ammonas se le conoce por sus cartas, las cuales demuestran un misticismo genuino en el que no se observan indicios de un sistema o una teoría por la cual se guiase. En él destaca la antigua idea del largo viaje del alma al cielo, pero no después de la muerte, sino aplicada a una ascensión mística ya en este mundo.


SAN BASILIO ( 329 - 379): Basilio estudio en Atenas y luego viajó visitando a los monjes de Egipto, Siria y Palestina. Fue el hombre que llevó la vida monástica a las tierras griegas.


Nombrado obispo, continuó siendo monje y fundo un monasterio en los terrenos de su familia. El monasterio Basiliano era de forma cenobítica, logrando equilibrar el ascetismo individual con el amor fraterno. En sus reglas exige a los monjes que vivan en una verdadera comunidad; animándolos en el trabajo intelectual y en el cuidado hacia los pobres. La obediencia hacia el abad es la principal virtud monástica. El superior no debe hacer más que interpretar y aplicar en la vida de cada día la regla suprema que es el evangelio. Todos los monasterios del Imperio Romano de Oriente (Bizantino), lo consideraron su patriarca y adoptaron la forma de vida del monasterio que fundó en sus tierras.


ORSIESO:
Antes de morir Pacomio nombro como su sucesor a Petronio. Pero este le sobrevivió solo dos meses, por lo tanto la dirección la asumió Orsieso. El continuo con la obra sin mayores dificultades, pero en el año 350 aproximadamente surgieron problemas dentro de la Koinonia, Orsieso nombró como su ayudante en la dirección a Teodoro.


A Orsieso se le atribuyen los escritos denominados Doctrina de institutione monachorum en la que se demuestran los elevados ideales religiosos y monásticos que lo inspiraban.


TEODORO: Como asistente de Orsieso fue una persona de notables empresas, a la vez que logró poner fin a la rebelión que amenazaba con destruir en parte a la organización pacomiana. Fundó varios monasterios nuevos y murió luego de haber cogobernado durante dieciocho años.


MACARIO: Macario el Egipcio , también conocido como el Viejo o el Grande, ocupo un gran lugar dentro de la historia del monaquismo Egipcio. Nació en el año 300 aproximadamente en una aldea de Egipto superior, a los treinta años se retiro al desierto donde vivió sesenta años como ermitaño. Pronto se vio rodeado de discípulos y estos lo llamaban "el joven viejo" debido a su forma de pensar y actuar. Con su ejemplo se gano la confianza de mucha gente. Fue invitado muchas veces a hablar a los anacoretas de las montañas de Nitria.


MACARIO EL ALEJANDRINO: Fue contemporáneo de Macario el egipcio, y era conocido también con el nombre del hombre de la ciudad, por el lugar de su nacimiento. Nació el egipto superior y posteriormente se estableció en el desierto de celia y destaco por su heroico ascetismo.


EVAGRIO PONTICO: Fue discípulo de los dos Macarios, y se le llama Pontico porque nació en Ibora, en el Ponto. Se destaco por ser hábil en las discusiones contra las herejías y al marcharse al desierto de Celia entró en contacto con los dos Macarios y ahí decidió imitar el modo de vida de estos. Fue el primer monje en escribir extensas obras que ejercieron notable influencia en la historia de la piedad cristiana. De hecho es el fundador del misticismo monástico y el autor espiritual más interesante del desierto Egipcio. Los monjes de Oriente y Occidente estudiaron sus escritos como documentos clásicos y como manuales de valor incalculable.


PALADIO (363 - (?): Nace probablemente en Galacia y se dirigió siendo mayor a Alejandría con el deseo de conocer a los virtuosos ascetas. A los treinta y seis años fue elegido obispo en Bitinia, pero extraño demasiado la vida en soledad y decidió partir nuevamente.


Permaneció tres años en el monte de los Olivos y luego cuatro años con los monjes Antinoe en la Tebaida. Entre los años 419 - 420 escribió sus recuerdos es una serie de relatos dedicados a Lauso, chambelán de Teodosio II : la Historia Lausiaca. En ella describe el movimiento monástico de Egipto, Palestina, Siria y Asia Menor. Aquí combina sus recuerdos con la información que recibiera de otros en una serie de biografías. No pretende escribir una defensa del monaquismo ni vacila en dar a conocer las debilidades de los monjes. Fue el historiador más eminente del monaquismo Egipcio y discípulo de Evagrio Póntico.

 
CRONOLOGIA DEL MONACATO PRIMITIVO