Thomas Merton, Reflexiones sobre Oriente. La filosofía oriental a la luz del misticismo occidental. Cap. El hinduísmo. (traducción de Joaquín Adsuar Ortega). Ed.Oniro, Barcelona, 1997.

 

"Si en Occidente Dios ya no puede ser experimentado como ‘muerto’, es debido a una ruptura y autoalienación internas que han caracterizado la mente occidental en su dedicación mentalmente simple a sólo la mitad de la vida: la exterior, objetiva y cuantitativa. La ‘muerte de Dios’ y la consecuente muerte del auténtico sentido moral, del respeto por la vida, por la humanidad, por los valores, expresa la muerte de una cualidad de vida interior subjetiva: una cualidad que en las religiones tradicionales era experimentada en términos de conciencia de Dios; no en la concentración en una idea o concepto de Dios, y menos aún, en una imagen de Dios, sino en una sensación de presencia, de un fundamento divino de realidad y significado partiendo de los cuales la vida y el amor pudieran florecer espontáneamente".

 

"El Gita ve que el problema básico del hombre es su endémica negativa a vivir por otra voluntad que no sea la suya (...) Es renunciando a una libertad falsa e ilusoria, a nivel superficial, como el hombre se une con el fundamento interno de la realidad y la libertad en sí mismo que es la voluntad de Dios, de Krishna, de la Providencia o del Tao. Estos conceptos no coinciden exactamente, pero tienen mucho en común. Es permaneciendo abierto a un número infinito de inesperadas posibilidades, que trascienden su propia imaginación y su capacidad de planificación, como el hombre en verdad realiza plenamente su propia necesidad de libertad. El Gita, como los Evangelios, nos enseña a vivir conscientes de una verdad interior que excede el alcance de nuestros pensamientos y no puede ser sometida a nuestro propio control. Si seguimos el simple afán de poder, seremos esclavos de ese afán. Si obedecemos esa verdad seremos, finalmente, libres".

 

"El azar de la busca espiritual es, precisamente, que la determinación de su autenticidad no puede ser dejada a nuestro propio juicio aislado y subjetivo. el hecho de que yo la acepte no prueba nada, como tampoco lo haría el que la rechazara. No nos limitemos a crear nuestras propias vidas en nuestros propios términos. Cualquier intento de hacerlo así es una afirmación de nuestro yo individual como algo definitivo y supremo".

 

"Los mayores actos de inhumanidad han sido perpetrados precisamente en nombre de la ‘humanidad’, la ‘civilización’, el ‘progreso’, la ‘libertad’, ‘mi patria’ y, desde luego, ‘Dios’. Esto nos recuerda que en el cultivo de una conciencia espiritual interna existe un peligro de autoengaño y narcisismo, una rigurosa evasión de la verdad fomentada por uno mismo. En otras palabras: la tentación para las gentes de mente religiosa y espiritual es cultivar un sentido interno de lo correcto o de la paz, y hacer de esta sensación subjetiva la prueba o test final de todo. Mientras este sentimiento de lo justo siga con ellos, serán capaces de hacer cualquier cosa. Pero esta sensación interna (como han demostrado Auschwitz y el caso de Eichmann) puede coexistir con lo más definitivo de la corrupción humana. El azar de la busca espiritual es, precisamente, que la determinación de su autenticidad no puede ser dejada a nuestro propio juicio aislado y subjetivo. El hecho de que yo la acepte no prueba nada, como tampoco lo haría el que la rechazara. No nos limitemos a crear nuestras propias vidas en nuestros propios términos. Cualquier intento de hacerlo así es una afirmación de nuestro yo individual como algo definitivo y supremo".