Ciudad del Vaticano, 11 feb 2008 (VIS).- A las 16,00 de hoy, memoria de Nuestra
Señora de Lourdes, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Salud, presidió la Santa Misa en la basílica
vaticana para los enfermos y peregrinos de la UNITALSI (asociación italiana para
el transporte de los enfermos a Lourdes y a los santuarios internacionales) y de
la Opera Romana Pellegrinaggi, con motivo de la XVI Jornada Mundial del Enfermo.
El purpurado recordó al inicio de la homilía que hoy se conmemora precisamente
el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous en la
gruta de Massabielle.
Comentando algunos puntos del mensaje de Benedicto XVI para esta Jornada, donde
subraya la íntima relación que existe entre el misterio eucarístico, el papel de
María en el proyecto de salvación, y la realidad del dolor humano, el cardenal
Lozano se preguntó "si es posible experimentar el dolor de Cristo en nuestros
dolores para hallar en ellos felicidad y alegría. La respuesta -afirmó- solo la
puede dar el Espíritu Santo, fundiendo nuestro dolor con el de Cristo mediante
su infinito Amor".
Tras subrayar que la Eucaristía es el memorial de la muerte de Cristo, el
presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud explicó que "la
realidad del misterio del dolor, que en Cristo se convierte en positivo,
creador, redentor, felicidad y alegría, sin dejar de ser el máximo dolor, es la
Eucaristía. La participación en la Eucaristía es el camino concreto para hacer
entrar en el padecimiento de Cristo nuestros propios padecimientos. Esta es la
comunión eucarística. La Eucaristía es así nuestra cruz y nuestra resurrección.
Es el único y verdadero remedio al dolor. Es la medicina de la inmortalidad".
El cardenal Lozano puso de relieve que "para responder al amor pleno de la Cruz
se exige un "sí" total al plan misterioso redentor, un "sí" que signifique la
plenitud del Amor. Este "sí" total de Amor es la Inmaculada Concepción de
nuestra Madre María", que "se asoció en el Calvario como corredentora del
Salvador.. (...) Cristo sufrió en la Cruz todos los dolores que sufrió su Madre
Santísima. Y Ella sufre en Cristo todos nuestros dolores, los asume y sabe cómo
compadecerlos con nosotros. Nuestros dolores son también sus dolores".
"El sufrimiento -continuó- tiene un valor en cuanto que la muerte de Cristo
conlleva inseparablemente su resurrección. Con otras palabras, el sufrimiento
vale en cuanto que se dirige a derrotarlo. Entonces, el mismo sufrimiento,
entendido en clave cristiana, nos impulsa a combatirlo en esta vida, como un
anticipo de la resurrección".
"Por eso -dijo el purpurado-, la Eucaristía, como participación en el
sufrimiento de Cristo, nos mueve a curar a nuestros hermanos enfermos. (...) Se
trata de compartir la alegría de la resurrección -concluyó-, venciendo la muerte
en su cotidiana presentación en la enfermedad. Aquí encontramos el motor que nos
empuja a luchar contra toda enfermedad para procurar la salud a todos. De aquí
nace la obligación de progresar siempre en el campo del arte y de la ciencia
médica y de continuar con sus extraordinarios adelantos actuales".