Los anglicanos, preparados para “atravesar el Tíber”
 

Por Gianfranco Amato

ROMA, lunes 8 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- La Comunión anglicana está constituida por el conjunto de las Iglesias que se reconocen en esa forma de religión cristiana que se agrupa bajo el nombre de anglicanismo. La componen treinta y ocho provincias diseminadas por todo el mundo y dotadas de autonomía, bajo la guía espiritual de un primado, el Arzobispo de Canterbury de la Iglesia de Inglaterra, llamada también Iglesia madre. De las provincias forman parte también la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos y la Iglesia Episcopal Escocesa. La anglicana es en todo caso una Comunión que se resquebraja.

Las primeras disensiones surgieron cuando el ala liberal, movida por el espíritu politically correct y por el mito de la emancipación femenina, pidió y obtuvo la ordenación de sacerdotes y obispos mujeres. El del sacerdocio femenino ha sido uno de los principales motivos de división dentro de la Comunión y dado que varias parroquias no lo aceptaron, el Arzobispo de Canterbury decidió nombrar pastores a propósito, los Provincial Episcopal Visitors, popularmente llamados PEV o flying bishop (obispos volantes), confiándoles a los fieles tradicionalistas.

Nació incluso una asociación mundial denominada Forward in Faith (Adelante en la fe), constituida por religiosos y laicos anglicanos que se habían opuesto a la consagración sacerdotal de las mujeres, por tres razones sustanciales. La primera, que esta práctica se considera contraria a las Sagradas Escrituras, como enseña la tradición bimilenaria de la Iglesia cristiana occidental y oriental. Segundo, la ordenación femenina, decidida unilateralmente y sin previo acuerdo por parte de algunas Iglesias de la Comunión anglicana, se planteó como un grave acto cismático. Tercero, las mujeres-sacerdotes crean un ulterior e infranqueable obstáculo en el camino ecuménico de reconciliación con la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa.

A raíz de las cada vez más numerosas peticiones de conversión por parte de anglicanos, Benedicto XVI, dando una vez más prueba de inteligente sensibilidad, emanó, el 4 de noviembre de 2009 (memoria de san Carlos Borromeo), la Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus, con la cual se permitió la institución de Ordinariados personales, para permitir a grupos de ministros y de fieles anglicanos entrar en la plena comunión con la Iglesia católica, conservando al mismo tiempo elementos del específico patrimonio espiritual y litúrgico anglicano. Cada ordinariado – jurídicamente asimilado a una diócesis – tendrá, de hecho, la facultad de “celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, la Liturgia de las Horas y las demás acciones litúrgicas según los libros litúrgicos propios de la tradición anglicana aprobados por la Santa Sede, de modo que mantengan vivas dentro de la Iglesia católica las tradiciones espirituales, litúrgicas y pastorales de la Comunión anglicana, como don precioso para alimentar la fe de sus miembros y riqueza que compartir”.

Al mismo tiempo, la situación de la Comunión anglicana ha ido empeorando.

Como si no fuese suficiente, al problema del sacerdocio femenino se ha añadido el de los obispos homosexuales.

Tras las polémicas surgidas en mayo de 2003 a raíz del nombramiento de Jeffry John como obispo de Reading, y a su posterior revocación después de dos meses (John no era solo un homosexual declarado, sino que durante años había sido también un activista convencido del lobby gay), el Arzobispo de Canterbury pidió una moratoria sobre la consagración de prelados homosexuales y de mujeres lesbianas. La tregua se rompió el pasado 15 de mayo, cuando la Iglesia Episcopal Americana aprobó el nombramiento de la reverenda Mary Glasspool como obispo auxiliar de Los Angeles. Glasspool, de hecho, no sólo es lesbiana declarada, sino que convive oficialmente con su compañera. Fueron inútiles los llamamientos del Arzobispo de Canterbury, mientras que arreció furiosa la indignación entre los obispos y fieles de numerosas comunidades anglicanas.

Peter Jensen, arzobispo de Sydney, condenó la decisión de nombrar obispo a una homosexual conviviente (partened lesbian), considerando que esta decisión no sólo “avala un estilo de vida contrario a las Escrituras”, sino que creaba una seria brecha dentro de la Comunión Anglicana, hasta poner en riesgo su propia existencia. La Iglesia Episcopal Escocesa, en cambio, el pasado agosto, declaraba, por boca de su Primus, el reverendo David Chillingworth, que la cuestión del nombramiento de los obispos homosexuales debe ser serenamente afrontada “sin velos o fingimientos”. Es fácil imaginar cómo todo esto ha creado desconcierto y extravío entre el pueblo de los fieles anglicanos.

Este era el cuadro de la situación cuando Benedicto XVI puso pie en el Reino Unido el pasado 17 de septiembre, con ocasión de su visita de Estado. El Santo Padre, durante todo el tour británico, no dejó de dirigir su atención al malestar vivido por las comunidades anglicanas tradicionalistas, y a su deseo de volverse a unir a la Iglesia de Roma. No es casual, de hecho, que al término de la visita, antes de partir, el Pontífice, hablando a los obispos de Inglaterra, Gales y Escocia, reunidos en Birmingham, les renovara la invitación a “ser generosos a la hora de llevar a la práctica la Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus”.

Los frutos de la providencial visita del Papa, por otro lado, no se han hecho esperar.

El pasado 15 de octubre, hablando a la Asamblea Nacional de Forward in Faith, su presidente John Broadhurst anunció su intención de pedir antes de un año la plena comunión con el Papa, formalizando su propia conversión al catolicismo. John Broadhurst, en el mundo anglicano, no es un donnadie. Además de ser, de hecho, obispo de Fulham en la diócesis de Londres, ha sido siempre considerado la big beast, el líder carismático, del movimiento anglo-católico tradicionalista. Que se trate de una conversión sincera y convencida lo demuestra también el hecho de que el Ordinariado católico no podrá mantener el rango de obispo, pues está casado y es padre de cuatro hijos (uno de los cuales, por cierto, se llama Benedict). Será con todo un óptimo sacerdote.

Agudo hombre de espíritu, con la ironía siempre a punto, culto, inteligente y combativo, John Broadhurst ha declarado también que seguirá siendo presidente de Forward in Faith, pues la asociación no depende directamente de la Iglesia anglicana. Para Broadhurst se trata de una verdadera vuelta a casa, pues él procede de una familia católica, y fue bautizado según el rito de la Santa Iglesia Romana. Que no se trate, además, de un golpe repentino sino de un recorrido preparado y meditado, lo demuestra el encuentro reservado que mantuvo a finales de julio de 2009 con el cardenal de Viena Christoph Schönborn, expresamente querido por Benedicto XVI.

En la última Asamblea de Forward in Faith, además del anuncio de Broadhurst, se pudo escuchar también el refinado y lúcido discurso del padre James Patrick, en el siglo el Honorable Juez James Patrick. El ex magistrado, ahora sacerdote católico, explicó que la idea del Ordinariado estuvo siempre “en el centro de la misión del Papa”, y exhortó a todos aquellos que mostraron interés por esta estructura, a formar una “primera gran oleada”. Dado que el padre Patrick habló de un “recorrido cuaresmal”, alguno ha querido entrever en esa expresión una confirmación de los rumours que resuenan sobre una transmigración en masa a la Iglesia católica en Pascua. Ya se sabe de otros prelados.

No solo John Broadhurst, sino también el presidente de la Church Union, Edwin Barnes, obispo emérito de Richborough, está en proceso de cross the Tiber (atravesar el Tíber), como se suele decir en esos lugares.

Y así serían en total cuatro los obispos de la Iglesia de Inglaterra que pretenden unirse a la Comunión católica: John Broadhurst, obispo de Fulham; Andrew Burnham, obispo de Ebbsfleet; Keith Newton, obispo de Richborough; y su predecesor Edwin Barnes. Mientras corren voces oficiosas sobre otros religiosos dispuestos a convertirse en católicos, sigue siendo un hecho con todo clamoroso y significativo que tres de los cuatro obispos nombrados por el Sínodo anglicano para atender a los fieles tradicionalistas estén a punto de adherirse a la propuesta de la Anglicanorum Coetibus.

Algunos planteaban legítimas perplejidades sobre el hecho de que la Constitución Apostólica dirigida a los anglicanos pudiese determinar un fenómeno popular e inducir a comunidades individuales a pedir formar parte de los Ordinariados personales. Se pensaba más en un proceso “guiado por el clero”, más que a un movimiento desde abajo.

El caso de la parroquia de San Pedro en Folkestone, ciudad de la Inglaterra sudoriental situada en el condado de Kent y asomada al estrecho de Dover, ha desmentido a los escépticos. El Consejo parroquial de la comunidad decidió a finales de setiembre, con voto unánime, contactar e informar al arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, sobre su voluntad de adherirse al Ordinariado. Este es el texto de la declaración oficial: “En la reunión del 28 de septiembre, el Consejo parroquial de la Iglesia de San Pedro en Folkestone por unanimidad dio mandato a los Churchwardens de escribir al Arzobispo de Canterbury, nuestro obispo diocesano, pidiéndole un encuentro para manifestar la voluntad del Consejo parroquial y de muchos de los parroquianos de adherirse al Ordinariado inglés de la Iglesia católica cuando éste sea erigido. Deseamos que este paso pueda hacerse de la forma más sencilla posible, no sólo por nosotros sino también por la familia diocesana de Canterbury, a la que con pena debemos dejar”. Es necesario precisar que en la Iglesia de Inglaterra el Consejo parroquial, a diferencia de lo que sucede en la Iglesia católica, actúa como verdadero órgano ejecutivo de una parroquia, y está constituido por el párroco, por los Churchwardens (principales colaboradores del párroco), y por representantes elegidos de los laicos.

No hay duda de que el éxito de la visita de Benedicto XVI a Gran Bretaña ha contribuido decididamente a acelerar los procesos de acercamiento de religiosos y fieles a la Iglesia católica, a través de la genial intuición del Ordinariado personal. Y no hay duda de que el espíritu de la Anglicanorum Coetibus ha estado en el centro de los pensamientos del Santo Padre durante toda su visita. Fuentes autorizadas refieren, por ejemplo, que el Papa en persona había expresado al ceremoniero pontificio, monseñor Guido Marini, su personal preocupación por que la ceremonia religiosa en la Catedral de Westminster se desarrollase de modo apropiado y solemne, para demostrar a los anglicanos tradicionalista la atención y el respeto que la Iglesia católica atribuye a la liturgia. No fueron pocos los cambios impuestos por monseñor Marini por disposición expresa del Papa.

El indudable éxito de la visita de Benedicto XVI a Gran Bretaña ciertamente ha contribuido a acabar con las dudas de muchos que en el mundo anglicano veían con un interés cada vez la hipótesis de un acercamiento católico. El golpe magistral de la Anglicanorum Coetibus – ciertamente no casual – ha acabado la obra.

Todo esto está provocando un movimiento histórico en el panorama eclesiástico británico, hasta el punto de que alguno habla de un verdadero earthquake, un terremoto espiritual. Muchos entrevén en este fenómeno – con alguna razón – la realización natural del espíritu y de los objetivos que caracterizaron el Movimiento de Oxford, y la respuesta a numerosas oraciones. Empezando, obviamente, por las del beato John Henry Newman.