LO SAGRADO Y LO DIVINO.
GRANDES POEMAS RELIGIOSOS DEL SIGLO XX.
ANTOLOGÍA
Selección de Leopoldo Cervantes-Ortiz
Nota introductoria de José Manuel Mateo
Grupo Planeta, México 2002, 128 pp.
Nota Introductoria
La religión es un asunto humano, algo que pasa en el ser humano y por lo tanto algo propio de su vida espiritual, independientemente de que profese o no determinada fe. Porque la experiencia y el sentimiento religioso ocurren al margen de los sistemas de creencias y mitos, que no con poca frecuencia van invirtiendo la verdadera experiencia humana de la religión hasta derivar en un trasunto político, racial o de cualquier otro signo ideológico. ¿Cuál es esa experiencia, cuál el sentimiento? La respuesta se encuentra en el arte y sobre todo en la poesía como actividades enteramente ligadas al espíritu y a la conciencia. pero se trata de una respuesta en acto, no de una simple enunciación tranquilizadora.
El arte y la poesía ponen sobre la mesa la calidad terrena del ser humano, su finitud, y la enfrentan sin falsos velos con su contraparte: el infinito. De ese choque surge una paradoja sencilla pero capaz de alterar nuestra forma de estar en el mundo y de conducirnos: somos la parte mortal del infinito. Esta condición no encaja cómodamente con nuestra percepción de la existencia: si participamos de lo infinito, ¿por qué la muerte? Si ésta es irremediable, ¿dónde queda lo infinito humano? Dios, en cualquiera de sus nombres, llena el espacio que abre esta paradoja básica; la religión, como sistema de creencias, constituye en gran medida el bálsamo "necesario" para aliviar la incómoda condición humana.
¿Y si en vez de recogernos bajo la sombra protectora de lo divino, asumimos que no hay más árbol que la vida? ¿Desaparece el sentimiento religioso, desaparece la existencia? No, porque si algo hay de religioso en nosotros es precisamente la conciencia de lo infinito que nos impele a comunicarnos con Dios o con alguien que se encuentra en quién sabe qué parte del tiempo y del espacio. De allí vienen la oración, la plegaria y el poema, de nuestra intensa búsqueda de una comunicación íntima y privada.
¿Se puede hablar, entonces, de poesía religiosa o toda la poesía lleva en sí la semilla de la religión? Ambas cosas. Dios, el bien, el mal, la revelación, el creyente, el ateo y el blasfemo... son asuntos y personajes propios de los poemas que asumen lo religioso en alguna de sus formas culturales: católica, protestante, animista, la que sea. En estos casos, sin embargo, casi siempre la poesía se torna confesional. Por eso no extraña que ni en México ni en América Latina puedan encontrarse antologías sobre el tema que circulen más allá del entorno de quienes comparten un mismo sistema de creencias. La otra poesía ˜de la que trata de dar testimonio esta breve selección˜ tiende las manos hacia la oscuridad de lo infinito con un intenso afán de comunicación, a pesar de que nada ni nadie asegure que habrá oídos para ella. Ésta es la poesía de los que han asumido su condición mortal para encarnar la conciencia de lo infinito, ya sea en consonancia con Dios o a pesar de él. Se trata de escribir, de no declararse perdido ante la certidumbre de la finitud, pues lo que importa, como afirmó Kafka, no es la salvación sino el hecho de mantenerse en todo momento dignos de ella.
1. Rabindranath Tagore (India, 1861-1941)
Tú estás aquí
Abandonaría estos cantos y salmodias y recitaciones de rosario. ¿A quién rindo culto en este oscuro rincón del templo con todas las puertas cerradas? Abro los ojos y veo que Tú, Dios mío, no estás delante de mí.
Tú estás allí donde el labrador labra la dura tierra y donde el peón caminero rompe las piedras. Tú estás con ellos bajo el sol y bajo la lluvia, y tu vestido está cubierto de polvo. Me quito el manto sagrado y, como Tú, bajo hasta la tierra polvorienta.
¿Liberación? ¿Dónde se encuentra la liberación? Tú mismo has cargado gozosamente con los lazos de la creación; estás atado a todos nosotros para siempre.
Salgo de la meditación y dejo a un lado flores e incienso. ¡Qué importa si mi vestido se rompe y ensucia! Es en el duro trabajo y en el sudor de mi frente donde te encuentro y puedo estar a tu lado.
2. Miguel de Unamuno (España 1864-1936)
La oración del ateo
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas;
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes,
cuando Tú de mi mente más te alejas;
mas recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma endulzome noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande,
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras,
existiría yo también de veras.
En la mano de Dios
Na mão de Deus, na sua mão direita.
A. DE QUENTAL
Cuando, Señor, nos besas con tu beso
que nos quita el aliento, el de la muerte,
el corazón bajo el aprieto fuerte
de tu mano derecha queda opreso.
Y en tu izquierda, rendida por su peso
quedando la cabeza, a que revierte
el sueño eterno, aún lucha por cogerte
al disiparse su angustiado seso.
Al corazón sobre tu pecho pones
y como en dulce cuna allí reposa
lejos del recio mar de las pasiones,
mientras la mente, libre de la losa
del pensamiento, fuente de ilusiones,
duerme al sol en tu mano poderosa.
3. William Butler Yeats (Irlanda, 1865-1939)
La madre de Dios
Amor tres veces terrible; llamarada caída
Por el hueco de su oído;
Alas que resuenan por la estancia;
De todos los terrores el mayor: que yo lleve
Los Cielos en mi vientre.
¿Por qué no había encontrado contento entre los asuntos
Que toda mujer conoce,
Rincón al fuego, senda en el jardín,
O cisterna de roca donde lavamos la ropa
Y nos reunimos a charlar?
¿Qué es esta carne que compré con mis penas,
La estrella caída que mi leche sustenta,
Este amor que detiene el latir de mi sangre
O con súbito escalofrío golpea mis huesos
Y hace erizarse mis cabellos?
Plegaria por la vejez
Guárdeme Dios del pensamiento
que el hombre piensa con la mente sola;
para cantar una canción perenne
hay que pensarla
en la más honda médula del hueso.
De todo aquello que asegura
loor a la prudencia de los viejos.
¡Ah, quién soy yo para temer el riesgo
de que me llamen loco, en aras
de una canción!
Rezo —pues la moda es efímera,
y vuelven a privar las oraciones—
porque los años, aunque muera viejo,
me conserven la cálida apariencia
de un insensato,
de un apasionado.
4. Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)
Canto de esperanza
Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno de Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombras la humanidad se encierra
con los rudos colosos del odio y de la guerra.
¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrella y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.
A Dios
Yo bien sé que tu fe me ayuda como un báculo,
y sé que la esperanza tiene un ancla de oro,
y que el amor-custodia brilla en tu tabernáculo
y por eso te ruego a veces, y oro, y lloro.
Mas el don que diste de comprender me abruma.
Es una lamparilla para la noche tan vasta
como es nuestra existencia de tiniebla y de bruma.
En veces he mordido dudas candentes, y hasta
he tenido, Señor, el pavor de tu ausencia.
La culpa ha sido del misterioso destino
que hizo gustar al hombre la fruta de la ciencia,
cuya pulpa estaba hecha de veneno divino.
5. Paul Claudel (Francia, 1868-1955)
Segunda oda (fragmento)
¡Dios mío, ten piedad de esas aguas deseantes!
¡Dios mío, tú ves que yo no soy solamente espíritu sino agua!
¡Ten piedad de esas aguas que mueren de sed dentro de mí!
Y el espíritu está deseante, mas el agua es la cosa deseada.
¡Oh, Dios mío, me has dado este minuto de luz para ver,
Como el hombre joven que piensa en su jardín en el mes de agosto y que ve a intervalos todo el cielo y la tierra de una sola mirada,
El mundo de una sola mirada atravesado por un rayo dorado!
¡Oh fuertes estrellas sublimes y qué fruto entrevisto en el negro abismo! ¡Oh flexión sagrada del largo ramaje de la Osa Menor!
No moriré.
¡No moriré, pues soy inmortal!
¡Y todo muere, mas yo crezco como una luz más pura!
Y así como ellos hacen muerte de la muerte, de su exterminio hago mi inmortalidad.
¡Que cese yo enteramente de ser oscuro! ¡Utilízame!
¡Exprímeme en tu mano paternal!
Saca al fin
Todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz, que yo te vea
¡No con los ojos solamente, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia y la suma de mi cantidad resplandeciente y sonora!
El agua divisible que da la medida del hombre
No pierde su naturaleza que es la de ser líquida
Y perfectamente pura por lo que todas las cosas se reflejan en ella.
Como esas aguas que sustentaron a Dios en el principio,
Así esas aguas hipostáticas en nosotros
No cesan de desearlo, ¡no hay más deseo que de él!
Pero lo que hay en mí de deseable no está maduro.
Que la noche esté pues a la espera de mi partición en la que lentamente se elabora desde mi alma
La gota pronta a caer por su mayor pesantez.
Déjame hacerte una libación en las tinieblas,
¡Como la fuente de la montaña que da de beber al Océano con su pequeña concha!
6. Antonio Machado (España, 1875-1936)
Profesión de fe
Dios no es el mar, está en el mar; riela
como luna en el agua o aparece
como una blanca vela;
en el mar se despierta o se adormece.
Creó la mar, y nace
en la mar cual la nube y la tormenta;
es el Criador y la criatura lo hace;
su aliento es alma, y por el alma alienta.
Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
y para darte el alma que me diste
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad que fluye eternamente,
fkuya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente!
7. Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-1926)
[Oración por los insomnes]
Acaso ignores, Dios mío,
cómo son las noches para los que no duermen.
El terror invade aun a los que guardan limpio su corazón,
los sobresalta, como falsos muertos cuando paños negros los rodean,
y crispan sus lívidas manos,
tejidas en una salvaje fiebre
cual perros azuzados.
El pasado les espera todavía
y su vida futura
está llena de yacientes muertos.
Un hombre embozado llama, y entonces
con ojos y oídos anhelantes
sueñan descubrir el canto de un gallo
que anuncie un alba deseada.
Pero la noche es una vasta casa…
Con las manos heridas por el miedo
arrancan las puertas de los muros
y se encuentran en corredores infinitos
sin un umbral que en la noche los libre.
Y así es cada noche, Dios mío,
siempre llena de insomnes que han huido del lecho
y caminan eternamente sin hallarte.
¿Los oyes golpear la oscuridad
con sus pasos de ciego?
En las escalinatas torcidas al vacío,
¿los oyes implorarte?,
¿los oyes caer sobre las negras piedras?
Debes oírlos llorar porque ellos lloran
y yo te busco porque frente a mi puerta pasan
y casi los veo. Pero,
¿a quién debo llamar si no a ti,
que eres oscuro y más nocturno que la noche,
al único que, sin lámpara, puede velar sin miedo,
a ti, el profundo, a quien la luz
no ha corrompido todavía y a quien conozco
porque horadas la tierra con árboles
y asciendes dulcemente
en aroma a mi abatido rostro?
8. Oscar W. de Lubicz Milosz (Lituania-Francia, 1877-1939)
El remordimiento
Si vuelvo a entrar en mí mismo y considero
Qué tan largo fue mi día y mezquino mi esfuerzo,
Una sombría desesperación más muda que la muerte
Visita la tumba de mi solitario corazón.
Mientras que de nuestros cantos de cólera o de amor
Un mundo de oprimidos espera consuelo
Musa, imitamos al avaro que se adormece
Junto a los fríos metales confiados a la tierra.
¿Cómo hemos podido sacrificar para siempre
Las tristes vanidades que no duran lo que un día,
Nuestro laurel más bello que un cetro hereditario,
Y qué derecho en este mundo hemos tenido de callar
Las palabras que nos murmura la sabiduría del amor
Desde la llave del Misterio y el amor del Dios viviente?
9. Carl Sandburg (Estados Unidos, 1878-1967)
Plegarias de acero
Tiéndeme sobre un yunque, ¡oh Dios!
Golpea y martila transformándome en palanca.
Déjame inspeccionar viejas y flojas paredes.
Déjame levantar y aflojar viejos cimientos.
Tiéndeme sobre un yunque, ¡oh Dios!
Golpea y martilla transformándome en clavo de acero.
Clávame en las vigas que mantienen unido a un rascacielo.
Toma remaches calientes al rojo y afírmame dentro de las vigas centrales.
Déjame ser el gran clavo que sostiene un rascacielo
Y penetra las blancas estrellas en la noches azules.
10. Tudor Arghezi (Rumania, 1880-1967)
Salmo
¡Qué solo estoy, mi Dios, y sin hogar!
Árbol errante olvidado en el llano,
con fruta amarga y con hojas
espinosas y ásperas en su viva exasperación.
Anhelo que el pájaro que gorjea
se detenga un rato,
que cante en mí y que vuele
en mi sombra de humo.
Espero pedacitos de ternura;
pequeños cantos de gorriones y andorina
quisiera acoger,
como los árboles frutales de buen sabor.
No tengo néctares y aromas dulces,
ni siquiera el sabor de uva verde,
y. clavado entre eternidad y niebla,
en mi corteza no se posan las blandas orugas.
Alto candelabro, guardias de confines,
las estrellas vienen y se encienden una tras otra
en las ramas tendidas en las aras—
y se te consagran; pero, Dios ¿hasta cuándo?
De florecer sólo con fuegos santos
y de frutar sólo metales, comepenetrado
de los pesados mandamientos y doctrinas,
acaso, mi Señor, harto estoy.
En mi tarea tú me dejaste olvidado,
y me atormento solo y me desangro.
Mándame, Dios, señal de lejanía,
de vez en cuando, algún pequeño ángel,
para que bata su ala en luz de luna,
y vuelva a entregarme tu buen consejo.
11. León Felipe (España, 1844-1968)
La ascensión
Y dexas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro…
FRAY LUIS DE LEÓN
Aquí vino
y se fue.
Vino…, nos marcó nuestra tarea
y se fue.
Tal vez detrás de aquella nube
hay alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,
y tal vez las estrellas
no son más que ventanas encendidas
de una fábrica
donde Dios tiene que repartir
una labor también.
Aquí vino
y se fue.
Vino…, llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos,
nos dejó unas herramientas…
y se fue.
Él, que lo sabe todo,
sabe que estando solos,
sin dioses que nos miren,
trabajamos mejor.
Detrás de ti no hay nadie. Nadie.
Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.
Pero tuyo es el tiempo.
El tiempo y esa gubia
con que Dios comenzó la creación.
Oración
No conozco este camino.
Y ya no alumbra mi estrella
y se ha apagado mi amor.
Así…, vacío y a oscuras,
¿adónde voy?
Sin una luz en el cielo
y roto mi corazón…,
¿cómo saber si es el tuyo
este camino, Señor?
12. Jules Supervielle (Francia-Uruguay, 1884-1960)
Plegaria al desconocido
He aquí que me sorprendo hablándote, Dios mío,
yo, que no sé todavía si existes
ni comprendo la lengua de tus iglesias susurrantes.
Miro los altares, la bóveda de tu casa
como quien dice simplemente: "Esto es madera, esto es piedra,
aquéllas son columnas románicas, le falta la nariz a ese santo,
y adentro como afuera hay un mismo desamparo entre los hombres".
Bajo los ojos sin poder arrodillarme durante la misa
como si dejara pasar una tormenta sobre mi cabeza
y no puedo evitar el pensar siempre en otra cosa.
Me pasaré la vida pensando en otra cosa,
y esa otra cosa soy yo, tal vez mi yo verdadero:
es allí donde me refugio, y tal vez sea allí donde tú estás,
creo que nunca podré vivir sino en esas lejanías que me seducen.
El momento presente es un regalo que no he sabido aprovechar,
no sé bien cómo se usa, lo volteo para un lado y para el otro
y no logro que funcione su difícil mecanismo.
No creo en ti, Dios mío, pero quisiera hablarte a pesar de todo;
he hablado con las estrellas aunque las sepa sin vida,
con los más humildes de los animales aunque los sepa sin respuesta,
con los árboles que, sin el viento, serían mudos como la tumba.
Y me he hablado a mí mismo aunque no estoy seguro del todo de que existo.
No sé si oyes nuestras plegarias, las plegarias de los hombres,
no sé si tienes ganas de escucharlas,
no sé si tienes como nosotros un corazón en alerta continua
y oídos siempre abiertos a las noticias más diversas.
No sé si te gusta mirar por aquí.
Pero querría recordarte a tu planeta la Tierra,
con sus flores, sus guijarros, sus jardines y sus casas.
Con todos sus seres; con nosotros que sufrimos y lo sabemos.
Querría dirigirte cuanto antes estas humildes palabras humanas
porque cada cual debe tentar ahora lo imposible
aun si no eres más que un soplo de hace millares de años,
una gran velocidad adquirida, una melancolía durable
que hace aún girar a las esferas en su melodía.
Querría, Dios sin rostro y tal vez sin esperanza,
que prestaras toda tu atención, entre tantos cielos vagabunda,
a los hombres que nunca pueden darse un respiro en el planeta.
Escúchame, corre prisa: todos van a desalentarse
y ya no podremos distinguir a los jóvenes de los viejos.
Cada mañana se preguntan si la matanza va a comenzar.
Por todas partes se preparan extraños distribuidores
de sangre, de quejidos y de lágrimas.
Se preguntan si los trigos no esconden ya fusiles.
¿Se acabó el tiempo en que podías ocuparte de los hombres?
¿Te llaman de otros mundos, médico de consulta
que sin saber por dónde empezar deja morir a su clientela?
Escúchame, no soy más que un hombre entre tantos otros:
el alma está a gusto en el cuerpo, el alma no quiere escapar
en un estallido de bomba;
el alma es para nosotros una caricia, un secreto halago.
Déjanos respirar sin pensar en nuevos venenos,
déjanos mirar a nuestros niños sin pensar todo el tiempo en la muerte.
No estamos para batallas, para generales.
Déjanos nuestro ir y venir de rebaño entre cencerros
y olor a leche que se mezcla al olor de la hierba espesa.
Ah, si existes, mi Dios, mira de nuestro lado,
ven y descansa un rato entre nosotros, la Tierra es hermosa con sus árboles,
sus ríos y sus estanques, tan hermosa que uno diría
que la añoras un poco.
No te vayas a hacer el sordo una vez más
ni a sentirte conmigo, Dios, si te tuteo,
si te hablo con tan abrupta simplicidad:
creería menos que en cualquier otro en un Dios que aterrorizara;
y tú, más que por el rayo, sabes expresarte por las briznas de hierba
y los ojos del agua y los juegos de los niños,
lo cual no impide que haya océanos y cadenas de montañas.
No puedes ofenderte porque te digo lo que pienso,
porque reflexiono como puedo sobre el hombre y su existencia
con la franqueza de la tierra y de las diversas estaciones
y tal vez con tu franqueza cuyas lecciones ignoro.
No me faltan disculpas, consiente en aceptar mis pobres sutilezas,
tantas cosas se preparan solapadamente contra nosotros
que, por mucho que hagamos, tememos siempre que nos sorprendan desprevenidos,
tememos ser como el toro que no comprende qué sucede:
lo llevan al matadero, no sabe adónde va,
y justo antes de recibir el golpe mortal sobre la frente
se repite que tiene hambre, y pastaría de buena gana,
¿pero qué pasa con esa gente de delantales llenos de sangre
para que así se empeñen todos en atenderlo esta mañana?
13. D.H. Lawrence (Inglaterra, 1885-1930)
Sombras
Y si esta noche mi alma pudiera hallar su paz
en sueños y hundirse en bondadoso olvido
y en la mañana despertara como flor recién abierta,
entonces nuevamente me habré sumergido en Dios, y recreado.
Y si, al igual que pasan las semanas, en el lado oscuro de la luna
mi espíritu se oscurece y sale, y suave, extraña tristeza
cubre mis movimientos, pensamientos y palabras
sabré entonces que camino, que aún camino
con Dios, y estamos cerca, ahora que la luna está en la sombra.
Y si, igual que el otoño se ahonda y se oscurece
siento el dolor de las hojas al caer y tallos que se rompen en las tormentas
y turbulencias y disolución y la zozobra
y luego, suaves sombras profundas plegándose, plegándose
sobre mi alma y mi espíritu, sobre mis labios
dulcemente, como un letargo, o más bien el estupor de una grave, triste canción
cantada más opacamente que el ruiseñor, y así hacia el solsticio
y el silencio de los días cortos, el silencio del año, la sombra,
sabré entonces que mi vida aún se mueve
con la oscura tierra y se humedece
en un profundo olvido, en el lapso de la tierra y su renovación.
Y si en las fases cambiantes de la vida del hombre
cayera enfermo y miserable
y mis muñecas parecieran rotas, mi corazón muerto
ausente ya la fuerza y mi vida
fuera sólo los restos de una vida:
y aún, dentro de todo, jirones de amoroso olvido,
jirones de renovación,
escasas flores, al viento, sobre su lánguido tallo, pero todavía flores y nuevas y raras
que así como una vida, que no brotaba, son botones nuevos de mí—
entonces sabré de cierto que estoy,
que aún estoy en manos del Dios que desconozco
y es Él quien me anonada hasta su propio olvido,
hasta llevar, a una nueva mañana, un hombre nuevo.
14. T.S. Eliot (Estados Unidos-Inglaterra, 1888-1963)
Un canto para Simeón
Señor, los jacintos romanos florecen en los vasos y
El sol de invierno se arrastra en la colinas de nieve;
La remisa estación ha hecho un alto.
Mi vida es luz, en espera del viento de la muerte,
Como una pluma sobre el dorso de mi mano.
El polvo en la luz del sol y la memoria en los rincones
Esperan el viento escalofriante hacia la tierra muerta.
Concédenos tu paz.
he caminado muchos años en esta ciudad,
He tenido fe y he ayunado, y cuidado de los pobres,
He dado y recibido honores y comodidad.
Nunca fue arrojado nadie de mi puerta.
¿Quién recordará mi casa, dónde vivirán los hijos de mis hijos
Cuando llegue la hora del dolor?
Tomarán el camino de la cabra, y el cubículo de la zorra,
Huyendo de caras extrañas y palabras extrañas.
Antes del tiempo de la cuerda y del azote y de la lamentación
Concédenos tu paz.
Antes de las estaciones en la montaña de la desolación,
Antes de la hora cierta del dolor maternal,
Ahora en este paso del nacimiento y podredumbre,
Deja el Infante, la Palabra aún impronunciable e impronunciada
Concede la consolación de Israel
A éste que tiene ochenta años y ningún mañana.
De acuerdo con tu palabra
Te alabarán y sufrirán en cada generación
Con gloria e irrisión,
Luz sobre luz, trepando la escala de los santos.
No para mí el martirio, el éxtasis de pensamiento y oración,
No para mí la última visión.
Concédeme tu paz.
(Y una espada atravesará tu corazón,
Tuya también.)
Estoy cansado de mi propia vida y de las vidas de los que vienen después de mí.
Estoy muriendo en mi propia muerte, y las muertes de los que vienen después de mí.
Deja partir a tu siervo.
Habiendo visto ya tu salvación.
15. Alberto Caeiro [Fernando Pessoa] (Portugal, 1888-193 )
El guardador de rebaños (fragmento)
V
Hay bastante metafísica en no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!
Si enfermara pensaría en eso.
¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre causas y efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
Y sobre la creación del Mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos
Y no pensar. Es correr las cortinas
De mi ventana (que no tiene cortinas).
[…]
No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyera en él,
Vendría sin duda a hablar conmigo
Y entraría por mi puerta
Diciéndome,
¡Aquí estoy![…]
Pero si Dios es los árboles y las flores
Y los montes y el sol y el luar,
Entonces creo en él,
Entonces creo en él a toda hora,
Y mi vida es toda una oración y una misa,
Y una comunión con los ojos y por los oídos.
Pero si Dios es los árboles y las flores
Y los montes y el luar y el sol,
¿Para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y luar;
Porque, si él se hizo, para que yo lo viera,
En sol y luar y flores y árboles y montes,
Si él se me aparece como árboles y montes
Y luar y sol y flores,
Es porque él quiere que lo conozca
Como árboles y montes y flores y luar y sol.
Y por eso lo obedezco
(¿Qué más se yo de Dios que Dios de sí mismo?),
Le obedezco viviendo, espontáneamente,
Como quien abre los ojos y ve,
Y le llamo luar y sol y flores y árboles y montes,
Y lo amo sin pensar en él,
Y lo pienso al ver y oír,
Y ando con él a toda hora.
16. Giuseppe Ungaretti (Italia, 1888-1970)
La piedad (fragmentos)
1
Yo soy un hombre herido.
Y me quisiera ir
y llegar finalmente,
piedad, donde se oye
al hombre solo consigo.
Sólo soberbia y bondad tengo.
Y me siento exiliado entre los hombres.
Mas por ellos padezco.
¿No sería digno de volver en mí?
He poblado de nombres el silencio.
¿He hecho pedazos corazón y mente
para caer en servidumbre de palabras?
Reino sobre fantasmas.
Ay hojas secas,
alma llevada aquí y allá…
No, detesto el viento y su voz
de bestia inmemorial.
Oh Dios, aquellos que te imploran,
¿nada más que de nombre te conocen?
Me has desechado de la vida.
¿Me desecharás de la muerte?
Tal vez ni aun de esperar es digno el hombre.
¿Se agotó hasta la fuente del remordimiento?
El pecado qué importa
si ya no lleva a la pureza.
La carne apenas si se acuerda
de que era fuerte un día.
Está loca y gastada el alma.
Dios, mira la flaqueza nuestra.
Quisiéramos una certeza.
¿Ya ni te ríes de nosotros?
Y compadécenos pues, crueldad.
No puedo más de estar emparedado
en el deseo sin amor.
Un rastro de justicia muéstranos.
¿Tu ley cuál es?
Fulmíname mis pobres emociones,
libérame de la inquietud.
Estoy harto de aullar sin tener voz.
4
El hombre, universo monótono,
cree ensanchar sus bienes
y de sus manos afiebradas
no brotan más que límites sin fin.
Sobre el vacío, asido
a su hilo de araña,
no teme y no seduce
sino su propio grito.
Repara el desgaste alzando tumbas,
y no cuenta para pensarte, Eterno,
más que con las blasfemias.
17. Gabriela Mistral (Chile, 1889-1957)
Credo
Creo en mi corazón, ramo de aromas
que mi Señor como una fronda agita,
perfumando de amor toda la vida
y haciéndola bendita.
Creo en mi corazón, el que no pide
nada porque es capaz del sumo ensueño
y abraza en el ensueño lo creado,
¡inmenso dueño!
Creo en mi corazón que cuando canta
sumerge en el Dios hondo el flanco herido
para subir de la piscina viva
como recién nacido.
Creo en mi corazón, el que tremola,
porque lo hizo el que turbó los mares,
y en el que da la Vida orquestaciones
como de pleamares.
Creo en mi corazón, el que yo exprimo
para teñir el lienzo de la vida
de rojez o palor, y que le ha hecho
veste encendida.
Creo en mi corazón, el que en la siembra
por el surco sin fin fue acrecentado.
Creo en mi corazón siempre vertido,
pero nunca vaciado.
Creo en mi corazón en que el gusano
no ha de morder, pues mellará a la muerte;
creo en mi corazón, el reclinado
en el pecho del Dios terrible y fuerte.
18.Osip Mandelstam (Rusia, 1891-1938)
¡Qué sima en el remolino de cristal!
Por nosotros interceden los montes de Siena
y las espinosas catedrales de locas rocas
colgadas de un aire de lana y silencio.
De la escala de profetas y reyes
desciende el órgano, la fortaleza del Espíritu Santo,
el vivo ladrido y la mansa furia de los mastines,
las zamarras de los pastores y los báculos de los jueces.
Aquí está la tierra inmóvil. Con ella bebo
el aire fresco y montañoso del cristianismo,
el Credo abrupto, el hálito del salmista,
las llaves y los harapos de los templos de los apóstoles.
¿Qué línea podría propagar
el cristal de las altas notas en el éter fortificado
y hacer que desde los montes cristianos a un espacio asombrado,
como un canto de Palestrina, la gracia descienda?
19. Marina Tsvietáieva (Rusia, 1891-1941)
¡En uno de los dos crepúsculos moriré!
Pero en cuál —nadie lo puede saber.
¡Si mi antorcha dos veces se apagara,
con el de la tarde y el de la mañana!
Bailando he pasado por la tierra, ¡hija del cielo!
¡con mi falda llena de rosas! — ¡Sin dañar un solo retoño!
¡En el crepúsculo moriré! No enviará Dios
una noche de águilas para mi alma de cisne.
Finamente apartaré, sin besarla, la cruz;
por último saludo me lanzaré al cielo generoso.
Una racha de ocaso —una sonrisa por respuesta…
¡En mi última agonía también seré poeta!
20. César Vallejo (Perú, 1892-1938)
Los dados eternos
Para Manuel González Prada esta emoción bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro
Dios mío estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado;
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado…
Talvez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.
Trilce, XXXI
Esperanza plañe entre algodones.
Aristas roncas uniformadas
de amenazas tejidas de esporas magníficas
y con porteros botones innatos.
¿Se luden seis de sol?
Natividad. Cállate, miedo.
Cristiano espero, espero siempre
de hinojos en la piedra circular que está
en las cien esquinas de esta suerte
tan vaga a donde asomo.
Y Dios sobresaltado nos oprime
el pulso, grave, mudo,
y como padre a su pequeña,
apenas,
pero apenas, entreabre los sangrientos algodones
y entre sus dedos toma a la esperanza.
Señor, lo quiero yo…
Y basta!
21. e.e. cummings (Estados Unidos, 1894-1962)
Jehová enterrado,Satán muerto,
los medrosos adoran lo Mucho y lo Rápido;
no sintiendo lo malo como malo,
la mansedumbre pasa por bondad;
obedece dice toc,sométete dice tic,
la Eternidad es un Plan Quinquenal:
si la Alegría y el Dolor están en la casa de empeños
¿quién se atreverá a llamarse hombre?
bribones sin sueños avanzan saciados de Sombras,
Fulano es Mengano y Mengano es Zutano;
mientras los Chismes asesinan gritan y suman,
el culto a lo Igual es lo más chic;
con instrumentos nuevos
se mide precisamente lo Nuevo:
si para besar el micro el judío se hace marrano
¿quién se atreverá a llamarse hombre?
los mentirosos invocan a gritos la Verdad,
los esclavos dan taconazos pidiendo Libertad;
donde los Necios son santos,locos los poetas,
chillan los ilustres ilusos del Progreso;
cuando se proscriben las Almas,enferman los Corazones,
con Corazones enfermos,las Mentes no pueden nada:
si el Odio es un juego y el Amor un coito
¿quién se atreverá a llamarse hombre?
Cristo Rey,este mundo hace agua por todas partes;
y salvavidas no hay:
sólo puede caminar sobre las olas Aquel
que se atreve a llamarSe hombre.
no hace nada
o toda una vida
caminando en la oscuridad
encontré a cristo
jesús)el corazón
me dio un brinco
y se me paró
mientras pasaba(tan
cerca como yo lo estoy de ti
sí más cerca
hecho de nada
excepto soledad
22. Lucian Blaga (Rumania, 1895-1961)
Las lágrimas
Cuando echado del nido de la eternidad,
el primer hombre
pasaba asombrado y pensativo por los bosques y campos,
le apenaban
la luz, las nubes, el horizonte —y de cualquier flor
le punzaba un recuerdo del paraíso.
Y el primer hombre, el errante, no sabía llorar.
Una vez, agotado por el azul tan claro
de la primavera,
con alma de niño el primer hombre
cayó de cara al polvo:
"Padre, arráncame los ojos
o si te es posible fabrica sobre ellos
una telaraña, una mortaja,
para que no vea más
ni flor, ni cielo, ni sonrisa de Eva, ni las nubes,
porque toda esa luz me duele".
Entonces, El Piadoso, en un instante de misericordia,
le dio las lágrimas.
23. Jorge de Lima (Brasil, 1895-1953)
Poema del cristiano
Porque la sangre de Cristo
ha caído en mis ojos
mi visión es universal
y tiene dimensiones que todos ignoran.
Los milenios pasados y los futuros
no me aturden, pues nazco y naceré,
pues soy uno con todas las criaturas,
con todos los seres, con todas las cosas
que descompongo y absorbo con los sentidos
y comprendo con la inteligencia
transfigurada en Cristo.
Tengo los movimientos ensanchados.
Soy ubicuo: estoy en Dios y en la materia;
soy viejísimo y apenas nací ayer,
estoy empapado en los limos primitivos
y, al mismo tiempo, resueno las trompetas finales,
comprendo todas las lenguas, todos los gestos, todos los signos,
tengo glóbulos de sangre de las razas más opuestas.
Puedo enjugar con una simple seña
el llanto de todos los hermanos distantes.
Puedo extender sobre todas las cabezas un cielo unánime y estrellado.
Llamo a comer conmigo a todos los mendigos,
y ando sobre las aguas igual que los profetas bíblicos.
Ya no hay oscuridad para mí.
Opero transfusiones de luz en los seres opacos,
puedo mutilarme y reproducir mis miembros, como las estrellas de mar,
porque creo en la resurrección de la carne y creo en Cristo,
y creo en la vida eterna, amén.
Y, poseyendo la vida eterna, pueso transgredir las leyes naturales;
vengo e iré como una profecía,
soy espontáneo como la intuición y la Fe.
Soy rápido como la respuesta del Maestro,
soy inconsútil como su túnica,
soy numeroso como su Iglesia,
tengo los brazos abiertos como su Cruz despedazada y rehecha
a cada instante, en todas direcciones, en los cuatro puntos cardinales;
y sobre los hombros La conduzco
a través de toda la oscuridad del mundo, porque tengo la luz eterna en los ojos.
Y teniendo la luz eterna en los ojos, soy el mago mayor;
resucito en la boca de los tigres, soy un payaso, soy el alfa y la omega, pez, cordero, comedor de saltamontes, soy ridículo, soy tentado y perdonado, soy derribado al suelo y glorificado, tengo mantos de púrpura y de estameña, soy burrísimo como San Cristóbal y sapientísimo como Santo Tomás. Y estoy loco, loco, completamente loco para siempre, por todos los siglos, loco de Dios, Amén.
Y, siendo la locura de Dios, soy la razón de las cosas, el orden y al medida;
soy la balanza, la creación, la obediencia;
soy el arrepentimiento, soy la humildad;
soy el autor de la pasión y muerte de Jesús;
soy la culpa de todo.
Nada soy.
Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam.
24. Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)
Cristo en la cruz
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?
Baruch Spinoza
Bruma de oro, el Occidente alumbra
La ventana. El asiduo manuscrito
Aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.
Un hombre engendra a Dios. Es un judío
De tristes ojos y de piel cetrina;
Lo lleva el tiempo como lleva el río
Una hoja en el agua que declina.
No importa. El hechicero insiste y labra
A Dios con geometría delicada;
Desde su enfermedad, desde su nada,
Sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
El amor que no espera ser amado.
25. José Gorostiza (México, 1901-1973)
Muerte sin fin (fragmento)
¡Más qué vaso —también—, más providente!
Tal vez esta oquedad que nos estrecha
en islas de monólogos sin eco,
aunque se llama Dios,
no sea sino un vaso
que nos amolda el alma perdidiza,
pero que acaso el alma sólo advierte
en una transparencia acumulada
que tiñe la noción de Él, de azul.
El mismo Dios,
en sus presencias tímidas,
ha de gastar la tez azul
y una clara inocencia imponderable,
oculta al ojo, pero fresca al tacto,
como este mar fantasma en que respiran
—peces del aire altísimo—
los hombres.
¡Sí, es azul! ¡Tiene que ser azul!
Un coagulado azul de lontananza,
un circundante amor de la criatura,
en donde el ojo de agua de su cuerpo
que mana en lentas ondas de estatura
entre fiebres y llagas;
en donde el río hostil de su conciencia,
¡agua fofa, mordiente, que se tira,
ay, incapaz de cohesión al suelo!,
en donde el brusco andar de la criatura
amortigua su enojo,
se redondea
como una cifra generosa;
se pone en pie, veraz, como una estatua.
¿Qué puede ser —si no— si un vaso no?
Un minuto quizá que se enardece
hasta la incandescencia,
que alarga el arrebato de su brasa,
¡ay!, tanto más hacia lo eterno mínimo
cuanto es más hondo el tiempo que lo colma.
Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
—en el terco repaso de la acera,
en el bar, entre dos amargas copas
o en las cumbres peladas del insomnio—,
ocurre; nada más, madura, cae
sencillamente,
como la edad, el fruto y la catástrofe.
¿También —mejor que un lecho— para el agua
no es un vaso el minuto incandescente
de su maduración?
Es el tiempo de Dios que aflora un día,
que cae; nada más, madura, ocurre,
para tornar mañana por sorpresa
en un estéril repetirse inédito,
como el de esas eléctricas palabras
—nunca aprehendidas,
siempre nuestras—
que eluden el amor de la memoria,
pero que a cada instante nos sonríen
desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas.
Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botares de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
¡ay!, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.
Pero en las zonas ínfimas del ojo,
en su nimio saber,
no ocurre nada, no; sólo esta luz,
esta febril diafanidad tirante,
hecha toda de pura exaltación,
que a través de su nítida substancia
nos permite mirar,
sin verlo a Él, a Dios,
lo que detrás de Él anda escondido:
el tintero, la silla, el calendario
—¡todo a voces azules, el secreto
de su infantil mecánica!—
en el instante mismo que se empeña
en el tortuoso afán del universo.
26. Murilo Mendes (Brasil, 1901-1975)
San Juan de la Cruz
Vivir organizando el diamante
(intuyendo su faz) y escondiéndolo.
Tratarlo con ternura castigada.
Ni en el desierto suspenderlo.
Pero
Vivir consumido de su gracia.
Obedecer a ese fuego frío
Que se resuelve en punto rarefacto.
Vivir: de su silencio aprendiéndose.
No temer su pérdida en lo oscuro.
*
Y, del propio diamante ya olvidado,
Morir, de su esqueleto vaciado:
Para poder ser todo, es preciso ser nada.
27. Salvatore Quasimodo (Italia, 1901-1968)
Declina el día
Me hallas desierto, Señor,
en tu día,
cerrado a toda luz.
Sin ti me da miedo,
perdida senda de amor,
y no me es gracia
tampoco el trémulo cantarme
que seca mis deseos.
Te amé, te golpeé;
declina el día
y tomo sombras de los cielos:
¡Qué tristeza mi corazón
de carne!
28. Lanza del Vasto (Francia, 1901-1981)
Oración de la noche
Señor, extravíanos en la espesura del aprisco
Donde se cruzan los caminos y la enramada del sueño.
Mas al despuntar el alba conduce nuestra barca
A la ribera del lago en donde nos varamos;
Condúcenos hacia nosotros y cuando recojas este saco
Lleno de conocidas pesadumbres que un mismo hombre se levante.
Dios solitario y bueno, Rey del silencio,
Que en tu mano sostienes a Orión y a las Osas,
No sueltes el espacio y su balanza;
Haz brotar la hierba y espejear las fuentes,
Haz que palpite nuestro corazón y nuestros ojos olviden.
Recorre con tu mirada todas las armonías.
No te duermas, Padre bueno, vela todavía,
Pues mañana como ayer dos y dos siguen siendo cuatro.
Endereza lo recto y dale peso al cuerpo.
Calienta en todo tiempo el fuego, sopla el aire, dígnate
Fijar la mirada en el sol para que no se apague.
Dios sangrante
Cual fruto en la tinaja triturado
Mantenednos alegres, Dios sangrante,
Embriáganos con vino de alegría
Ataviados de blanco en tu banquete.
O como al árbol vestido de gloria,
Ceñidos de verdor y centelleantes
De brisa y gritos de ave, danos de beber
En tu cáliz, Dios sangrante.
En los torrentes del corazón como un pez,
En los torrentes de la sangre, irradia, Dios de alegría,
Y para que más claro brote nuestro son
Golpéanos con tu mano que fulmina.
Ni pan ni paz, sólo tus tres clavos,
Oh sangrante Cristo que danzas en la cruz
Como el fuego que incendiará todo,
Excepto tu palabra en la que creo.
29. Rafael Alberti (España, 1902-2000)
Entro, Señor, en tus iglesias…
Entro, Señor, en tus iglesias… Dime
si tienes voz, ¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto por si no sabías
que ya a muy pocos tu pasión redime.
Respóndeme, Señor, si te deprime
decirme lo que a nadie le dirías:
si entre las sombras de esas naves frías
tu corazón anonadado gime.
Confiésalo, Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos anónimos tropeles
que en todo ven una lección de arte.
Miran acá, miran allá, asombrados,
ángeles, puertas, cúpulas, dorados…
y no te encuentran por ninguna parte.
30. Dulce María Loynaz (Cuba, 1902-1997)
La oración de la rosa
Padre nuestro que estás en la tierra; en la fuerte
y hermosa tierra;
en la tierra buena:
Santificado sea el nombre tuyo
que nadie sabe; que en ninguna forma
se atrevió a pronunciar este silencio
pequeño y delicado…, este
silencio que en el mundo
somos nosotras
las rosas…
Venga también a nos, las pequeñitas
y dulces flores de la tierra,
el tu Reino prometido…
Hágase en nos tu voluntad, aunque ella
sea que nuestra vida sólo dure
lo que dura una tarde…
El sol nuestro de cada día, dánoslo
para el único día nuestro…
Perdona nuestras deudas
—la de la espina,
la del perfume cada vez más débil,
la de la miel que no alcanzó
para la sed de dos abejas…—,
así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores los hombres,
que nos cortan, nos venden y nos llevan
a sus mentiras fúnebres,
a sus torpes o insulsas fiestas…
No nos dejes caer
nunca en la tentación de desear
la palabra vacía —¡el cascabel
de las palabras!…,
ni el moverse de pies
apresurados,
ni el corazón oscuro de
los animales que se pudre…
Mas líbranos de todo mal.
Amén.
31.Vladimir Holan (Praga, 1905-1980)
Resurrección
Tras esta vida aquí ¿seremos despertados algún día
por los gritos terribles de las trompetas y los clarines?
Perdóname, Señor, pero no creo
que el principio y la resurrección de nosotros los muertos
sean anunciados por el canto de un gallo.
Seguiremos acostados un rato más…
La primera en levantarse
será mi madre… La escucharemos
encender quietamente el fuego,
quietamente poner en él la tetera;
sacar de la alacena el molino de café…
Y una vez más estaremos en casa.
Hacia la poesía
No sabes de dónde viene este camino
que a ningún sitio te conduce.
Pero te importa poco, ya que estuvo lleno de echizos,
mujeres, milagros y ansias de libertad.
Viste como si hubieran dado muerte a un caballo bajo un ángel
y el ángel continuara a pie; éste es el camino del olvido de sí mismo;
sólo después conociste el sufrimiento humano
y el de Dios que también va en busca de la felicidad,
Dios, ese amante no correspondido…
32. Dietrich Bonhoeffer (Alemania, 1906-1945)
Cristianos y paganos
1
Los hombres se dirigen a Dios cuando se sienten necesitados,
imploran ayuda, piden felicidad y pan,
salvación de la enfermedad, de la culpa y de la muerte.
Todos lo hacen así, todos, cristianos y paganos.
2
Los hombres se dirigen a Dios cuando le sienten necesitado,
lo encuentran pobre y despreciado, sin abrigo y sin pan,
lo ven devorado por el pecado, la debilidad y la muerte.
Los cristianos están con Dios en su pasión.
3
Dios se dirige a todos los hombres cuando se sienten necesitados,
sacia cuerpo y alma con su pan,
muere crucificado para cristianos y paganos
y perdona a unos y otros.
33. W.H. Auden (Inglaterra, 1907-1973)
Herman Melville
Al final casi, navegando, entró a una calma singular
y ancló en su casa y alcanzó a su esposa
y bogó en la ensenada de sus manos
y cada mañana cruzaba a la oficina
como si fuera otra isla su trabajo.
Existía el Bien: esto era su nueva ciencia
su terror tuvo que alejarse totalmente
para que se diera cuenta; mas fue lanzado por el viento
allende el Cabo de Hornos del éxito razonable
que aúlla: "Esta roca es el edén. Aquí naufraga".
Pero que lo ensordeció con truenos y lo aturdió con relámpagos:
—el héroe lunático cazando, como a una joya,
al raro monstruo ambiguo que mutiló su sexo,
odio por odio hasta vaciarse en grito,
sobreviviente imposible arrebatado al delirio—
todo eso era falso y complicado; la verdad era simple.
Nada espectacular el Mal, y siempre humano,
comparte nuestra cama y come en nuestra mesa,
y nos presenta al Bien todos los días,
hasta en las estancias rodeadas de yerros;
tiene un nombre (como "Billy") y es casi perfecto
aunque porta como un adorno su tartamudez:
y cada vez que se topan tiene que pasar lo mismo;
es el Mal el que es desvalido como un amante
y busca pleito hasta encontrarlo
y ambos son destruidos abiertamente ante nosotros.
Pues ahora se había despertado y ya sabía
que nadie se salva mientras no sea en sueños;
pero había algo más que había sido trastocado por la pesadilla—
incluso el castigo era humano y era una forma de amor:
la quejosa tormenta había sido la presencia de su padre
y había sido llevado siempre en el pecho de su padre.
Que con delicadeza lo había descendido ahora para abandonarlo.
Se puso de pie sobre el balcón angosto y escuchó
y todas las estrellas arriba cantaron como en su infancia
"Todo, todo es vanidad", pero ya no era lo mismo;
porque ahora las palabras cayeron como el sosiego de las montañas
—Natanael fue tímido por ser su amor egoísta—
pero ahora gritó, transportado y vencido,
"La divinidad se ha roto como un pan. Nosotros somos los pedazos".
Y se sentó en su escritorio y escribió una historia.
34. José Lezama Lima (Cuba, 1910-1976)
Sonetos a la Virgen
i
Deípara, paridora de Dios. Suave
la giba del engaño para ser
tuvo que aislar el trigo del ave,
el ave de la flor, no ser del querer.
El molino, Deípara, sea el que acabe
la malacrianza del ser que es el romper.
Retuércese la sombra, nadie alabe
la fealdad, giba o millón de su poder.
Oye: tú no quieres crear sin ser medida.
Inmóvil, dormida y despertada, oíste
espiga y sistro, el ángel que sonaba.
La nieve en el bosque extendida.
Eternidad en el costado sentiste
pues dormías la estrella que gritaba.
ii
Mais tes mains (dit l'ange à Marie) sont merveilleusement bénies. Je suis le jour, je suis la rosée; mais toi,
tu est l'Arbre.
R.M. RILKE,
Vie de MarieSin romper el sello de la semejanza,
como en el hueco de la torre nube
se cruza con la bienaventuranza.
Oh fiel y sueño del cristal que pule
su rocío o el árbol de confianza,
reverso del Descreído pues si sube
su escala es caracol o malandanza,
pira gimiendo, palabra que huye.
Para caer de tu corona alzada
los ángeles permanecen o se esconden,
ya que tú oíste a la luz causada
por el cordero que la luz descorre
para ofrecer lo blanco a la nevada,
para extender la nieve que recorre.
iii
Cautivo enredo ronda tu costado,
pluma nevada hiriendo la garganta.
Breve trono y su instante destronado
tiemblan al silbo si suave se levanta.
Más que sombra, que infante desvelado,
la armadura del cielo que nos canta
su aria sin sonido, su son deslavazado
maraña ilusa contra el viento anda.
Lento se cae el paredón del sueño;
dulce costumbre de este incierto paso;
grita y se destruyen sus escalas.
Ya el viento navega a nuevo vaso
y sombras buscan deseado dueño.
¿Y si al morir no nos acuden alas?
iv
Pero sí acudirás; allí te veo,
ola tras ola, manto dominado,
que viene a invitarme a lo que creo:
mi Paraíso y tu Verbo, el encarnado.
En ramas de cerezo buen recreo,
o en cestillos de mimbre gobernado;
en tan despierto tránsito lo feo
se irá tornando en rostro del Amado.
El alfiler se bañará en la rosa,
sueño será el aroma y su sentido,
hastío el aire que al jinete mueve.
El árbol bajará dicción hermosa,
la muerte dejará de ser sonido.
Tu sombra hará la eternidad más breve.
35. Odiseas Elitis (Grecia, 1911-1996)
Dignum Est
(fragmento)XV
Dios mío, así tú me quisiste y ahora yo te correspondo.
El perdón no he otorgado,
a rogar no he consentido,
el yermo he soportado como el guijarro.
¿Qué, qué, qué más me aguarda?
Los rebaños de estrellas a tus brazos dirijo
y el Alba, antes que yo pueda impedirlo,
lejos, en sus redes se los ha llevado,
¡y así tú la quisiste!
Colinas con castillos y mares con frutales
afianzo en el aire.
La campana del crepúsculo, lentamente, se los bebe,
¡y así tú la quisiste!
Elevo hierba como si tratara con todas mis fuerzas
y miradlas caen de nuevo
bajo la daga de Julio,
¡y así tú la quisiste!
Así pues, ¿qué más, que nueva prueba me aguarda?
He aquí que tú hablas y yo me hago realidad.
Arrojo la piedra y a mí me alcanza.
Ahondo en las minas y trabajo en los cielos.
Persigo a los pájaros y en su peso me pierdo.
Dios mío así tú me quisiste y ahora yo te correspondo.
Los elementos que eres,
días y noches,
soles y estrellas, tormentas y calma,
subvierto en orden y en contra las pongo
de mi propia muerte,
¡que así tú la quisiste!
36. Czeslaw Milosz (Lituania-Polonia, 1911- )
Sobre la plegaria
Me preguntas, cómo rezar a alguien que no existe.
Sólo sé que la plegaria levanta un puente de seda
Por el cual avanzamos como en un trampolín
Hasta alzar el vuelo por encima de los paisajes de oro profundo
Cambiados por el mágico síncope del sol.
Este puente va hacia la orilla del Reverso
Donde el otro lado de las cosas revela un sentido
Apenas sospechado de las palabras "esto es".
Mira, estoy diciendo: nosotros. Y cada uno en su singularidad
Siente allí la compasión por los que siguen presos en el cuerpo,
Y sabe que, si incluso no existiese la otra orilla,
Igual tendrían que entrar en el puente tendido sobre la tierra.
Veni Creator
Ven, Espíritu Santo,
pisando (o sin pisar) la hierba,
dejándote ver (o no) en una lengua de fuego en torno a la cabeza,
cuando recogen el heno, o cuando el tractor se va a la arada
en el valle de las arboledas de avellanos, o cuando la nieve
pesa sobre los pinos lisiados en Sierra Nevada.
Sólo soy un hombre, necesito los signos visibles.
Pronto me fatiga construir la escalera de lo abstracto.
Rogaba a veces, y tú lo sabes, que la figura en la iglesia
levantara para mí su mano, una sola, única vez.
Pero comprendo que los signos no pueden ser sino humanos.
Despierta entonces al hombre, por donde quiera que esté en la tierra
(no a mí, pues yo sé guardar la medida)
y concédeme que, al contemplarlo, pueda alabarte a Ti.
37. Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua, 1912-2001)
Salmo de la noche oscura
La noche es antigua y reservada.
Ángeles oscuros la custodian apagando la comunión de las palabras.
¿Dónde encontraré respuesta —¡Oh soledad!— para el grito del abandonado?
Herido voy, Señor, entre tus viñas invisibles.
Como un ciego percibo el oscuro murmullo de tus trigales.
La noche es el velo de tu Gloria y voy cruzando su cautiverio.
¿Quién es ese ángel que ahora tañe mi sangre con su mano lenta?
Yo caminaba por una tierra casi dichosa
Tú me habías dicho que valía más que un gran número de pájaros.
Y había amado la Tierra y adquirido el nombre de sus cosas.
Pero has derribado mi carne sobre la roca
¡Ese potro que huye siente el espanto todavía
Y aquellos que me acompañaban me miraron con tristeza y ya partieron!
Este es el final de los que han seguido tu camino
¡Ay! ¿Por qué se engañan los amantes y aún perduran?
Me has arrojado de mi deleite para sumergirme en una sed que nada sacia.
Creí poder confiar en la mano que me tendías
¡Y colocaste mi mano donde ha sido para siempre traspasada!
Si permanecieras conmigo yo me alimentaría de tu presencia
Pero me has abandonado en el lugar de tu suplicio
Y sólo quieres que perciba la oscuridad de mi pecado.
¡Difícil es amar según tus condiciones!
¡Dura es la tierra cuando tú colocas esta espada implacable en sus portales!
¡Mira cómo regreso —¡solo entre tanto olvido!— de conocer al hombre,
Con el costado abierto, manando crepúsculos que enrojecen mi vestidura.
En vano recorro los muros de tu silencio como un mendigo invernal!
¡He arrojado mis gritos contra los ángeles nocturnos!
¡Como un ciego he golpeado con los puños la oscuridad de tu santuario!
No pido que cese este camino cuya distancia he perdido con mi sangre.
¡Pido una noche menos honda para estos ojos sin apoyo!
38. Edmond Jabes (Francia, 1912-1991)
El más alto desafío (fragmento)
Y el hombre dijo a ese Dios:
"No oigo sino a Ti; pero no Te oigo.
No veo sino a Ti; pero no Te veo.
No busco sino a Ti; pero no Te busco.
No espero sino a Ti; pero no Te espero.
No concibo sino a Ti, pero no Te concibo.
No golpeo sino a Ti, pero no Te golpeo.
No me interrogo sino en Ti.
No me valoro sino en relación a Ti.
No soy sino palabra en el seno de Tu palabra.
No soy vocablo sino donde Tú estás escrito".
Y Dios dijo al hombre:
"Soy la despótica, al obsesiva, la más enigmática
de tus creaciones, después del verbo".
Y el hombre dijo:
"¿Soy el verbo?"
Y Dios dijo:
"Soy la interrogación del verbo".
Y el hombre dijo:
"¿Soy el verbo en consideración?"
Y Dios dijo:
"Que tu hálito, oh blancura, sea grafía previa
en el mármol negro de Mi palabra. De lo que se
escribe febrilmente de día, las tablillas de la noche
nos permitan la lectura".
Y el hombre dijo:
"Mi lengua es polvo locuaz. Dame otra lengua".
Y Dios dijo:
"El polvo es mármol y el vacío, universo".
Y el hombre dijo:
"¿Dónde estoy?"
Y Dios dijo:
"¿Qué importa dónde estás? Donde estás, ya no te veo".
Y el hombre dijo:
"¿Te di acaso ojos demasiado débiles?"
Y Dios dijo:
"Me has dado ojos de infinito".
Y el hombre dijo:
"Hunde Tu mirada en mí. Llevo en mi seno el infinito".
Y Dios dijo:
"Que nuestra ausencia sea alianza".
Y el hombre dijo:
"¿Dónde estás tú?
¿Dónde estoy yo?"
39. Nicanor Parra (Chile, 1914)
Padre nuestro
Padre nuestro que estás en el cielo
Lleno de toda clase de problemas
Con el ceño fruncido
Como si fueras un hombre vulgar y corriente
No pienses más en nosotros.
Comprendemos que sufres
Porque no puedes arreglar las cosas.
Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo
Desconstruyendo lo que tú construyes.
Él se ríe de ti
Pero nosotros lloramos contigo:
No te preocupes de sus risas diabólicas.
Padre nuestro que estás donde estás
Rodeado de ángeles desleales
Sinceramente: no sufras más por nosotros
Tienes que darte cuenta
De que los dioses no son infalibles
Y que nosotros perdonamos todo.
40. Octavio Paz (México, 1914-1998)
El desconocido
La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a obscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma,
ensimismado en su árida pelea.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un fantasma que buscara su cuerpo.
41. Dylan Thomas (Inglaterra, 1914-1953)
Visión y plegaria (fragmento)
Paso la hoja de la plegaria y ardo
en una bendición súbita de sol.
En el nombre de los condenados
volver atrás quisiera y correr
a la tierra escondida
pero el sol clamoroso
ha bautizado
el cielo.
Y
el encontrado,
Oh sí, dejadle
que me abrase y me ahogue
en su herida del mundo.
Su relámpago contesta a mi
llanto. Mi voz arde en sus manos.
Ahora estoy perdido en el seno de Aquel que
ciega. Y el sol ruge cuando se acaba la oración.
42. Thomas Merton (Estados Unidos, 1915-1968)
El monasterio trapense: de madrugada
Cuando los extensos campos huelen a amanecer
Y los valles cantan en su sueño
La luna peregrina derrama sobre la solemne oscuridad
Sus cataratas de silencio
Y luego se aleja, por sobre la extensa avenida de árboles.
Las estrellas esconden, en lo claro, su luz, como lágrimas,
Se estremecen donde algún tren corre, perdido,
Pitando en distancias de misterio hacia el Este,
Donde el fuego resplandece, en algún lugar, sobre un naufragio de ciudades.
Ahora, encendida en las ventanas de esta Casa, mi Alma,
Tu frivolidad, despierta clara:
Quema en la noche campesina
Tu sabia y desvelada lámpara.
Porque, de la fosca torre, aireado campanario,
De pronto, llegan las campanas, pajes de novia,
Y llenan el oscuro eco de amor y respeto.
Vela en las ventanas de Gethsemaní, mi alma, mi hermana,
Porque los pasados años, con humosas antorchas, vuelven,
Trayendo perfidia del mundo en llamas
Ensangrentando lo claro con el fuego arrojado.
Vela en el claustro de la noche solitaria, mi alma, mi Hermana,
Donde se reunieron los apóstoles, que fueron, una vez, dispersados,
Y llora la sangre de Dios en el lugar de Su traición,
Y deplora con Pedro el triple canto del gallo.
43. Alberto Girri (Argentina, 1919-1991)
Pascal
Casi ninguna verdad,
el vacío
para sentirte seguro
contra la historia,
apóstata
por aconsejar la inconstancia,
la fatiga extrema,
la tempestad,
aunque los hombres no las amen,
por juzgarnos míseros
y tener tan alta idea de ti
que no quieres
compartir nuestras debilidades,
por ser tú mismo endeble
y admirar las moscas,
extrañas potencias
que ganan todas las batallas,
perturban el alma,
y devoran el resto,
por sustraerte al destino común
asomándote al abismo,
tu abismo, a tu izquierda,
y orar con un largo grito de terror,
por cerrarte a la caridad
mientras velas, implacable,
y exiges
que en esa agonía
que durará hasta el fin del mundo
nadie se duerma,
por haberte ofrecido a Dios
tras anunciar que en todas partes
la naturaleza señala a un Dios perdido.
Casi ninguna verdad,
el vacío
y el morir solos
debajo de un poco de tierra.
Tuviste razón,
qué necios son estos discursos.
44. Mario Benedetti (Uruguay, 1920)
Ausencia de Dios
Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo del olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, ésa que no sabía.
Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.
Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviviéndote.
45. Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1920)
Salmo 5
Escucha mis palabras oh Señor
Oye mis gemidos
Escucha mi protesta
Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores
ni partidario de su política
ni te influencia la propaganda
ni estás en sociedad con el gangster
No existe sinceridad en sus discursos
ni en sus declaraciones de prensa
Hablan de paz en sus discursos
mientras aumentan su producción de guerra
Hablan de paz en las Conferencias de Paz
y en secreto se preparan para la guerra
Sus radios mentirosos rugen toda la noche
Sus escritorios están llenos de planes criminales y expedientes siniestros
Pero tú me salvarás de sus planes
Hablan con la boca de las ametralladoras
Sus lenguas relucientes
son las bayonetas...
Castígalos oh Dios
malogra su política
confunde sus memorandums
impide sus programas
A la hora de la Sirena de Alarma
tú estarás conmigo
tú serás mi refugio el día de la Bomba
Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales
ni en sus campañas publicitarias ni en sus campañas políticas
tú lo bendices
Lo rodeas con tu amor
como con tanques blindados
Telescopio en la noche oscura (fragmentos)
Yo que he tenido la mala suerte
de que Dios se enamorara de mí.
He quedado fuera del juego erótico.
Otros en esos juegos se reirán de mí.
Cuando mi amor en Granada
ilimitado ¿estabas celoso?
Mis deseos sexuales han sido y son
tan sólo analogías de mi amor a vos.
Creo que te agradan mis deseos sexuales.
*
No siento escrúpulo por no poder orar.
Juntos el infinito y yo, yo
sin sentir lo más mínimo.
Igualito que si Dios no existiera.
Simplemente nada. ¿Cabe con respecto al infinito
intimidad mayor?
46. Paul Celan (Alemania-Rusia, 1920-1970)
Tenebrae
Estamos cerca, Señor,
cerca y a la mano.
Maniatados ya, Señor,
agarrados los unos a los otros, como si
el cuerpo de cada uno de nosotros fuera
tu cuerpo, Señor.
Reza, Señor,
rézanos,
estamos cerca.
Encorvados íbamos,
íbamos para inclinarnos
hacia la hondonada y el lago volcánico.
Al abrevadero fuimos, Señor.
Era sangre, sangre
lo que derramaste, Señor.
Brillaba.
Nos arrojó tu imagen a los ojos, Señor.
Ojos y boca están tan abiertos y vacíos, Señor.
Hemos bebido, Señor.
La sangre y la imagen que estaba en la sangre, Señor.
Reza, Señor.
Estamos cerca.
Las jarras
A Klaus Demus
En las largas mesas del tiempo
beben las jarras de Dios.
Bebiendo agotan los ojos de los videntes y los ojos de los ciegos,
los corazones de las sombras que gobiernan,
la mejilla hueca de la tarde.
Ellas son las bebedoras más poderosas:
se llevan lo vacío o lo pleno a la boca
y no derraman la espuma como tú o yo.
47. Yehuda Amijái (Israel, 1924-2000)
Dios está lleno de piedad*
Dios está lleno de piedad,
si lleno no estuviera Dios todo de piedad
habría piedad en el mundo y no sólo en Él.
Yo, que junté flores en la montaña
y reparé en todos los valles,
yo, que traje de las colinas cadáveres,
sé contar que el mundo está vacío de piedad.
Yo, que fui rey de la sal junto al mar,
que estuve parado indeciso junto a mi ventana,
que conté los pasos de los ángeles,
que mi corazón levantó pesas de dolor
en las terribles competencias.
Yo, que sólo uso una pequeña parte
de las palabras que hay en el diccionario.
Yo, que debo descifrar enigmas a pesar mío
sé que si lleno no estuviera Dios todo de piedad
habría piedad en el mundo
y no sólo en Él.
*Nombre de la oración en memoria de los difuntos que se dice en la religión judía.
La mano de Dios en el mundo
La mano de Dios está en el mundo
como la mano de mi madre en las entrañas del pollo sacrificado
en vísperas de shabat.
¿Qué ve Dios a través de la ventana
mientras sus manos se hallan sumergidas en el mundo?
¿Qué ve mi madre?
Mi pena ya ha envejecido
y ha dado a luz dos generaciones
de penas similares.
Mis esperanzas han levantado mansiones blancas
alejadas del apremio que pugna en mí.
Mi novia ha olvidado su amor en la calle
como si fuese una bicicleta. Toda la noche
a la intemperie bajo el rocío.
Los niños escriben la historia de mi vida
y la historia de Jerusalem
con tiza de luna sobre el camino.
La mano de Dios está en el mundo.
48. Ramón Xirau (España-México, 1924)
Gradas (fragmentos)
2
Las frutas y los cortos mirajes de la noche
son cachorros blancos. Cielo encendidamente arco,
Martín del Arco —¿y dónde, dónde Dios?
Bien lo saben las yerbas verdes, verdes,
bien lo saben las gradas del naciente mar,
bien lo saben los pájaros madrugadores,
bien lo sabe la oruga de las yerbas
que Dios es Dios en cada
trozo del mundo, trozo de hielo y heladura
más allá de las cosas Dios de cosas,
barcas nacen y vuelven, hijas claras
de barcas-luz, de barcas cuerpo a barlovento.
En las playas serenas de la tarde, cantan
descendientes de Giotto, muro a muro,
hijos del mundo, hijos
del Hijo. Basta, el silencio habla. Basta.
Silencio, habla. Basta el silencio calla
calladico, calladamente Te dice.
Una plegaria —naves del mar navegan—,
una plegaria —las rosas mar navegan—,
una plegaria; las ruinas
vuelven hacia la forma exacta del origen.
Orar (no, no hablar, orar),
verte en las hojas doradas,
gregoriosamente el canto nace de la barca,
el canto brota en la madera viva de la barca.
5
Sin saberlo han entrado en tu Templo,
las músicas antiguas y tocadas son presentes,
pero, duro, el oído no oye nada. El templo es bello
y es viejo el Templo de los muros vivos,
la flor de la humedad es la flor de la humildad.
¡En la ojiva, en los órganos, cuántas
voces, cuántas en el silencio transparente
cuántas y cuántas voces, oh barcas!
He entrado en tu Templo
de tierra-oro, tierra-brasa encendida.
En los muros las velas de Aquellos
hombres viven aún, limpias y blancas. ¿Dónde estás?
No hay lugar ni espacio ni tiempo donde estés
Tú; no hay círculos ni claras esferas.
Escuchemos, ojos mortales, en el silencio,
concentrados, vivos, atentos en el
Silencio.
Hacia Tu mar penetran lentas barcas,
penetran lentamente nuestras barcas.
49. Roberto Juarroz (Argentina, 1925-1995)
Octava poesía vertical, 69
Me está sobrando dios.
Debo recortar sus extremos
y recuperar el habla,
antes que se borren mis límites.
Debo reconocer una vez más el campo
y decirme tres o cuatro palabras,
antes que todo se unifique.
Debo trasplantar lo que amo
y asegurarle por lo menos una fuente,
antes de volverme de espaldas.
Debo salvar algunas cosas,
aunque ya no me salve,
antes que todo se pierda.
Y para eso es preciso
que dios me esté faltando.
50. Allen Ginsberg (Estados Unidos, 1926-1997)
Dios
El marinero de 18 años "se había congraciado con Dios".
Una palabra. Una D mayúscula. ¿Quién es Dios? Yo creí verlo una vez y oír su voz, que ahoar suena como la mía,
y si no soy Dios, entonces, ¿quién es Dios? ¿Jesús Dios de la Biblia?
¿La Biblia de quién? ¿Antiguo JHVH? ¿La palabra de 4 letras sin vocales o la palabra Dios de 4 letras? ¿D-I-O-S?
¿Alá? Algunos dicen que Alá es grande, aunque si te burlas de su nombre ¡muerto estás!
El Único Sabio de Zoroastro solía ser grande y la versión de los mormones obtuvo pedigríes y genealogías absolutos.
El Dios del Papa, ¿es el mismo que el de los tele-evangelistas de la Infalible Iglesia Bautista del Sur?
¿Cómo es la plaza aquella con el Alá del Ayatolá, Billy Graham con Nixon en sus rodillas, la deidad Armagedón de Ronald Reagan?
¿Y el Dios del rabino Lubovicher negando tierra a cambio de paz?
¿El Dios de Yaser Arafat es el mismo de Shamir? ¿Y Magna Mater?
Que pasó con Afrodita, Hécate, Diana de muchos senos en Éfeso, ¡la Venus gordita culona de Willendorf más vieja que Yavé y Alá y el sueño de Zoroastro!
más vieja que Confucio, Lao Tsé, Buda y los 39 patriarcas.
¿Es real un Dios? ¿Hay un solo Dios? ¿Cómo es que hay tantos Dioses—
peleándose entre ellos, pobres mayas, aztecas, peruanos adoradores del sol? Soñadores hopi peyote en torno al fuego en media luna.
¿Soy yo Dios, hice el universo, lo soñamos juntos
o me caí por el tobogán sobre el planeta, en busca de progenitores?
Yo sé que no soy Dios, ¿y tú? No seas tonto.
¿Dios? ¿Dios? ¿El Dios de todos? No seas tonto.
25/2/94
51. Pedro Casaldáliga (España-Brasil, 1928)
Versión de Dios
En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.
Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.
El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;
Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!
52. Juan Gelman (Argentina, 1930)
Se dice
así como hombres y mujeres/ en su infinita bondad/
creen en Dios/ es posible que Dios/
en su infinita bondad/ crea en hombres y mujeres/
crea en mí/ ahora mismo/ que tengo el corazón violeta de tristeza/
siempre me pareció que Dios bailaba el tango como los dioses/
(en el club atlanta de mi querida ciudad)/
en el salón argentina encantaba a las viejitas
que iban allí las noches de semana
a ver si conseguían un poquito de amor/
aunque fuera de segunda mano
y no tuviera caricias flamantes/
era de ver a Dios alucinándolas con su cariño/
esas mujeres flotaban en el aire/
daban vueltas alrededor del mundo como pajaritos al sol/
se les caían sábanas blanquísimas
como Dios mesmo/ pobrecito/
recuerdo cuando lo echaron de europa por la cuestión del pasaporte/
o porque Dios era argentino y disgustaba a la junta militar/
le revisaron el doble fondo del candor/
querían ver si estaba haciendo un transporte de amores de izquierda
o sueños clandestinos/ porque Dios es así/
su belleza parece una conspiración/
se parece a cualquier hombre o mujer/
la belleza de cualquier hombre o mujer es una conspiración/
decime una cosa/ Dios/
vos que pasaste las aduanas de orly/
¿cómo son las aduanas del cielo?/
¿nos van a dejar pasar a todos
para que podamos reunirnos de una vez?/
¿tus aduaneros nos dejarán pasar?/
se dice que sos bueno/
como nosotros somos buenos con vos/
yo sé que te pasás la vida
hablando de la negra/
era bellísima y los dos la quisimos/
le tocabas los pechos para sentir el mundo/
tal vez esto no tenga remedio/
pero vos/ que sos Dios/ aguantame la almita/
esta noche que nos duelen los daños/
debajo de tu infinita bondad/
Dios
Gastado, errante, sortea
fracasos como charcos
hoy que llueve. No quiere
leer lo que escribió. Le dieron
un papel que nadie
puede interpretar.
Sólo un loco.
Mira la tarde que se extingue
y espera sin esperanzas
que la noche sea eterna.
53. Evgueni Evtushenko (Rusia, 1933)
El milagro superfluo
Cuán sencillo todo sería, por Dios,
cuán bueno, seguramente, y más sensato,
de no escapárseme una súplica—
una irreflexiva súplica mía.
En la oscuridad sensible y vigilante,
de caídas vestiduras nació
este milagro superfluo, blanco,
en pecaminosa nube de oscura cabellera.
Y cuando salí a la calle,
ocurrió lo inesperado:
sólo oí nieve sobre mí,
sólo vi nieve bajo los pies.
En la urbe, severidad, equís.
Fango escondido en montones de nieve.
Volando entre ella, inmóviles
y abatidas grúas dando bandazos.
¿Por qué, para qué, de qué,
y a causa de qué insensato amor,
este nuevo milagro superfluo,
cae así sobre las espaldas mías?
Más valiera, vida, que me golpearas,
que descargaras sobre mí tus iras,
antes que regalarme absurdamente
el más pesado de tus dones.
Eres buena, no hay que darle vueltas,
pero tu blando corazón anida maldad.
Si no fueras tan hermosa,
tampoco tan terrible fueras.
Y este Dios que grita oculto
aquí en mis profundidades,
¿no será otro milagro superfluo?
¿No estaría más tranquilo sin él?
Y así, por blancas y desiertas aceras,
atormentándome y atormentado,
vagué sin fin, aplastado por el don
de la belleza, que me destruye…
54. Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975)
La cruz
¿De quién es ese extraño Dios?
¿Ése que ahora véndennos
rigurosamente medido?
¿Por qué desde su dura cruz
dicen que exige nuestro odio?
¿Por qué a su cielo único y solitario
no pueden subir nuestras bellas serpientes de colores
nuestros jóvenes hijos embriagados
en la celebración de sus bodas secretas?
Ya con el látigo bastaba
ya con el hambre el nudo que nos rompe
la furia del mosquete
ya con la vehemencia de la espada
buscándonos la raíz del aliento.
Pero tenían que llegar hasta el altar de piedra
pisar el rostro de la fe que juramos
al bosque en la primera lluvia de nuestra juventud.
Pero tenían que vencer a nuestros dulces dioses
escupirlos vejarlos
hundirlos en el lodo de la vergüenza
abrir la desnudez de hierba y agua
de su infancia inmortal
a nuestros ojos torpes ya iniciados
por las brillantes baratijas
en la codicia ingenua del asombro.
Rezo venial
Rómpete, grave espejo,
quiebra tu mar delgado,
tu honda extensión de luz.
Cúrame la figura, Grande,
dale a mis ojos ciegos
salvación.
En el nombre del humo, Padre actual,
de sus jugos que el viento
disemina.
55. Adélia Prado (Brasil, 1935)
El hombre humano
Si no fuera por la esperanza de que me esperas con la mesa puesta,
no sé qué sería de mí.
Sin Tu Nombre
la claridad del mundo no me acoge,
es cruda luz quemante sobre los lamentos.
Yo necesito por detrás del sol
del calor que no se pone y ha engendrado mis sueños,
en la noche más cerrada, lámparas fulgurantes.
Porque permaneces encima y abajo y alrededor de lo que existe,
yo descanso mi rostro en esta arena
contemplando las hormigas, envejeciendo en paz
como envejece lo que tiene un amoroso dueño.
El mar sería tan pequeñito ante lo que lloraría
si no fueras mi Padre.
Oh Dios, aun así no es sin temor que te amo,
ni sin miedo.
Derechos humanos
Sé que Dios mora en mí
como en su mejor casa.
Soy su paisaje,
su retorta alquímica
y los dos ojos
de su alegría.
Pero esta letra es mía.
56. Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972)
El despertar
A León Ostrov
Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
el aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada
Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue
¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde
Señor
Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
57. Seamus Heaney (Irlanda del Norte, 1939)
In illo tempore
El gran misal desplegado
y, colgando, las cintas sedosas
esmeralda, púrpura y blanco acuoso.
Distraídos, hacíamos acto de presencia,
recibíamos, nos confesábamos. Nos asumían
los verbos. Rendíamos adoración.
Alzamos entonces la vista hacia los sustantivos.
La piedra del altar era el crepúsculo, la custodia era la tarde,
la palabra alianza, una puesta de sol ensangrentada.
Ahora vivo en una bahía de gran renombre,
donde las aves marinas chillan a tempranas horas
como almas increíbles
y aun la curva costera del paseo
que busco en pos de convicción
apenas si me tienta a creer en ella.
58. Joseph Brodsky (Rusia, 1940-1996)
La estrella de Navidad
En la estación fría, en una localidad acostumbrada al calor más que
al frío, a la horizontalidad más que a una montaña,
un niño nació en un pesebre para salvar el mundo;
el viento soplaba como en los desiertos en invierno, transversalmente.
A Él todo le parecía enorme: el pecho de su madre, el vaho
que salía de las narices del buey, Gaspar, Baltasar, Melchor, los reyes
magos con sus regalos amontonados junto a la puerta entreabierta.
Él no era más que un punto, y un punto era la estrella.
Con entusiasmo, sin parpadear, a través de nubes pálidas,
dispersas, por encima del niño del pesebre, venida de muy lejos
—desde la profundidad del universo, desde el extremo opuesto—,
la estrella estaba mirando el pesebre. Y ésa era la mirada del Padre.