MARIANO SEDANO SIERRA CMF

Y otros

Laicos con prisa

 

http://www.ciudadredonda.org/subsecc_ma_ls.php?scd=1&sscd=133

 

Temas básicos de formación sobre la vocación laical en la Iglesia,

para ser trabajados individualmente o en grupo.

 

INTRODUCCIÓN: NOS ACERCAMOS

 

"Hay que ver, hay que ver, las faldas que hace un siglo llevaba la mujer". Algo así cabría cantar al ver cómo los laicos han ido entrando en la esfera eclesial. No hace más de 140 años, el Nuncio de Bélgica, Monseñor Fornari, escribía alarmadísimo al Secretario de Estado en Roma: "Vivimos desgraciadamente en una época en la que todos se creen llamados al apostolado". Mientras tanto, el personal se escandalizaba al leer en la vida de una santa que el .amor conyugal puede ser un medio de elevación a Dios.

"Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad", y por eso, desde el Vaticano H para acá, la presencia de los laicos "comprometidos" en la Iglesia se ha dejado sentir con fuerza. Mientras los clérigos se esforzaban por acercarse a lo secular (no sólo dejando la sotana en- el trastero), los laicos iban ganando terreno dentro de la Iglesia. No sólo el apostolado, sino otras esferas que hasta hace veinte años parecían "intocables" o "cotos privados" del sacerdote, están hoy en manos de laicos.

Este fenómeno admite varias lecturas y quizás no siempre sean tan positivas como pudiera pensarse: No es demasiado difícil caer en la tentación de creer que estamos en línea con el Vaticano II porque hemos cambiado el '"look" de la Iglesia. Quizás hoy tenemos más laicos dentro de la Iglesia (léase, sacristía) que dentro de las escuelas, los sindicatos, los partidos políticos, la cultura...

No es infrecuente, además, que muchos laicos a la hora de buscar "su" puesto en la mesa eclesial, se dejen llevar por las prisas o por reacciones poco maduras, aunque comprensibles: "Hasta ahora el cura lo hacía todo en la Iglesia y arrinconaba a todos, ahora todo lo vamos a hacer nosotros", "Hasta ahora el laicado no ha pintado nada en la Iglesia...". Ante las dificultades que pequeñas comunidades laicales encuentran en la jerarquía, están llegando al convencimiento vital de que hay que "inventar" la Iglesia desde la fuerza de la base.

En estos planteamientos late el peligro de hacer "otra" Iglesia que se parezca demasiado a modelos democráticos.

Puede que en nombre de la participación de todos, en nombre de la Iglesia "pueblo de Dios", se estén sofocando o retardando perspectivas inauguradas por el Vaticano II.

Estas reacciones son explicables desde la conciencia de que la Iglesia era "cosa de curas", desde la imagen de la sociedad piramidal donde la gran base soporta el peso y las directrices del vértice. Desde luego que esta imagen es mucho más que una teoría y ha ejercido un influjo negativo y perdurable sobre la vida de la Iglesia. Ahora bien, ¿fueron así las cosas desde el principio o es el resultado de un proceso histórico? ¿Una Iglesia dividida en clérigos y laicos es la Iglesia de los primeros días, y, en definitiva, la Iglesia que quiso Jesús? ¿El laicado ha sido siempre la Cenicienta de la Historia de la Iglesia?

Estas preguntas han provocado estos materiales que ahora presentamos. Queremos comenzar juntos un proceso de reflexión, cuyo objetivo es clarificar lo más posible desde nuestra reflexión y, sobre todo, desde vuestra experiencia, lo que significa ser y vivir en la Iglesia y el mundo como laico.

Para ello contamos con unos MATERIALES de trabajo. Como veis constan de un Texto, acompañado, al mar-gen, de preguntas, citas y gráficos (lo que hemos llamado carril de profundización) para provocar la reflexión personal y de grupo.

Cada Tema concluye con un apartado: Para completar, donde se insinúan algunos libros básicos de consulta. Pocos, sencillos y de fácil adquisición.

Finalmente unas Operaciones, es decir pistas para reflexionar en común y orientadoras hacia el cambio y la acción.

Estos Materiales son para ser estudiados, reflexionados y asimilados en grupo. Normalmente se necesitará de un animador preparado que oriente, aclare y abra perspectivas, así como de una persona que vaya recogiendo las aportaciones más significativas, que luego servirán para enriquecer los Encuentros Intergrupales.

Cada tres temas, se debería tener un Encuentro con otros grupos que estén en el mismo proceso de reflexión y con los mismos materiales. Unas orientaciones para dicho Encuentro se hallan al final del III y VI temas con la indicación "Primero o Segundo Encuentro Intergrupos". Estos Encuentros servirán para poner en común y compartir las reflexiones, ideas y conclusiones de los diversos grupos.

La dinámica está pensada para tener un Encuentro a nivel general en el que la reflexión, la celebración y el intercambio serían las notas predominantes.

Estos materiales que ahora están en tus manos no son simplemente una reflexión teórica de lo que deberían ser las coordenadas vitales de la vocación y misión de un laico, sino que son un intento de encontrar caminos rea-les de realización de una vocación y una misión a la que todo laico ha sido llamado en la Iglesia: Por eso han sido revisados por un grupo de laicos de varias partes de España, en diálogo con los autores. Son, pues, una obra en colaboración, una obra en que el laico ha tenido su participación y que ahora vuelve a los diversos grupos para su profundización y puesta en práctica. De hecho es un Plan de un año que se realizará durante el Curso 88-89 en todos los grupos de laicos evangelizadores de la Provincias Claretianas de España y Portugal, y cuya culminación tendrá lugar en Vic en el Encuentro General a finales de Agosto de 1989.

Son materiales que ofrecemos a todos aquellos laicos que de algún modo quieran responder a su compromiso cristiano en la iglesia y lo quieran hacer en grupo. La iglesia os necesita. La respuesta depende de vosotros.

El esquema de los materiales de trabajo será el siguiente:

 

I. "EL LAICO EN LA HISTORIA: LO QUE EL CLERO SE LLEVÓ" (Planteamientos)

II. "LA VOCACIÓN LAICAL EN LA COMUNIDAD DE LA IGLESIA" (Fundamentos I)

III. "SÍRVASE SERVIRSE: CARISMAS Y MINISTERIOS" (Fundamentos II)

IV. "OPCIONES PERSONALES PARA LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO" (Recintos I)

V. "ALLÍ DONDE SE CRUZAN LOS CAMINOS" (Recintos II)

VI. "LA ALDEA MUNDIAL" (Recintos III)

 

 

 

 

 

 

I. EL LAICO EN LA HISTORIA: LO QUE EL CLERO SE LLEVÓ

1. ¿Había laicos al principio?

En el Nuevo Testamento no aparece nunca la palabra "Iaikós" para denominar a los que siguen a Jesús. Se habla de "creyentes"... y, sobre todo, de "hermanos". Aunque el término está ausente, el N.T. aplica a toda la comunidad las características que en el A.T. quedaban reservadas a lo más sagrado del Pueblo de Israel, (Templo, sacerdocio...). Por Cristo toda la comunidad (y no sólo un grupo) son pueblo, "laós", sacerdocio real, nación consagrada, propiedad querida de Dios. (Cfr. 1 Pe. 1.9).

La distinción no se establece entre ministros y no ministros dentro de la comunidad, sino entre pueblo y no pueblo. Esta unidad radical está sazonada por una rica variedad de dones y carismas suscitados por el Espíritu de Jesús. Este mismo Espíritu preside la mutua subordinación de los carismas en el amor y garantiza la existencia de una dirección dentro de la comunidad (1). La acentuación de la unidad frente a la distinción dentro del pueblo de Dios prevalece sustancialmente en los tres primeros siglos. La Iglesia se asoma al balcón de la historia presentándose como alternativa y fermento. La sociedad helenista y romana la rechaza y persigue. La comunidad experimenta en carne viva y martirial la novedad de su mensaje en tensión con el mundo circundante. (2). Aunque prevalezca en estos siglos el aspecto comunitario (radical unidad) sobre el jerárquico (diferencias internas), no significa que no exista una organización interna. El conjunto de los bautizados que no participan de un ministerio jerárquico se comienza a distinguir de la estructura jerárquica de la comunidad. A finales del siglo I, encontramos el término "laico" para designar al pueblo en cuanto distinto de los ministros del culto. (3).

Ya desde finales del siglo I, encontramos, y con creciente intensidad, cómo las comunidades cristianas se articulan jerárquicamente en torno a sus Obispos. A principios del tercer siglo cristiano, aparece el término "clero" para designar al grupo de los ministros de la comunidad. (4).

Este proceso de organización no significa que el clero acapare los carismas y ministerios. La tarea de la evangelización es obra de todos y abundan los profetas y evangelizadores laicos itinerantes. Laicos son los primeros teólogos y defensores del cristianismo. (Justino, Taciano, Tertuliano...).

Conocemos incluso, la existencia de ministerios femeninos dentro de las comunidades. En Siria, por ejemplo, existían diaconisas para bautizar a las mujeres ya desde el siglo II. Hipólito, en Roma, nos habla de un "orden de viudas" (siglo III) cuyo ministerio estaba ligado a las obras existenciales dentro y fuera de la comunidad. (5).

2. ¿Ha perdido sabor la sal?

La Época histórica que se abre con el Edicto de Milán (313) significa para la Iglesia una situación nueva. Decrece la tensión entre el mensaje cristiano y la cultura circundante. La sociedad comienza a inculturar los valores cristianos. Ciertamente la Iglesia se encarna mucho más en la sociedad como factor de progreso social y humano. Ya no vive en situación de "paroikía", de peregrinación por tierra extraña, y se convierte en "parroquia", comunidad asentada en un territorio y protegida por el Imperio.

La tensión, inexistente en lo exterior, se desplaza poco a poco al interior de la comunidad, afectando a las relaciones entre sus miembros. El clero se hace "orden" o categoría social. La liturgia se va haciendo cada vez más "cosa de curas" y el pueblo va perdiendo protagonismo.

Se multiplican los signos externos de separación entre e] clero y el pueblo (hábito especial, privilegios, espacios reservados en el templo, derecho en exclusiva a enseñar y catequizar...). Comienza a prevalecer la distinción sobre la unidad dentro de la comunidad, aun cuando no faltan voces discrepantes y acciones claras del laicado en la teología y otros aspectos de la vida de la Iglesia (espiritualidad, obras asistenciales, administración de los bienes de la comunidad, participación en la pastoral... (6).

3. Las luces y sombras del laicado en la Edad Media

Durante la Edad Media existe un denominador común como tendencia con respecto al laicado: su progresiva de-valuación. El Matrimonio se considera una concesión a la debilidad humana. Laico es lo mismo que ignorante. La separación entre clero y pueblo se institucionaliza en el Derecho. (7) El laicado queda excluido .del ámbito de lo sagrado y se refugia en una espiritualidad devocional separada de la liturgia.

A partir del siglo XII, Europa va a conocer cambios profundos en los que instituciones como las-Universidades y la nueva clase burguesa van a tener un papel de primer orden. En sintonía con el nuevo espíritu, el laicado adquiere en la Iglesia conciencia de su misión que se expresará en la búsqueda de una .Iglesia más cercana al Evangelio. Irán surgiendo movimientos que contestan a la Iglesia oficial, rica y poderosa, en nombre del evangelio leído en lengua vulgar. (8). Su influjo fue evidente y beneficioso para la Iglesia a través, sobre todo, de Francisco de Asís que con su obra y su familia religiosa va a "recuperar" los carismas laicales en la Iglesia.

Aunque ya en la Edad Media contamos con los primeros santos laicos, no existe aún una espiritualidad laical. Parece necesario distanciarse de las cosas, acercarse lo más posible a la vida monacal, para lograr la santidad. (9)

4. El laicado en la época de las Reformas

A partir de finales del siglo XIV, la sociedad Medieval se desintegra. Aparece la conciencia individual, el espíritu de nación, la autonomía de lo secular frente a la tutela de la Iglesia... Mucha gente empieza a experimentar que en la Iglesia no se dan las condiciones para alcanzar la salvación. Se prefiere la propia experiencia subjetiva o las pequeñas comunidades de vida cristiana a la Iglesia institucional. (10).

Lutero, desde su propia vivencia de la salvación, recogerá muchos de estos elementos y tratará de eliminar las distancias entre clérigos y laicos dentro de la Iglesia. El Concilio de Trento, respondiendo a Lutero, reafirmará la naturaleza jerárquica de la Iglesia, (diferencias) aunque afirma también el sacerdocio bautismal de todos los creyentes (unidad).

El laicado, bastantes años antes de Lutero estaba empezando a reformar la Iglesia desde abajo. A partir de su experiencia de encuentro con el Jesús presente en la Eucaristía y en los más necesitados, el laicado católico va a ir preparando la Reforma interna de la Iglesia que Trento tratará de aplicar en sus decretos conciliares. (11).

A pesar de este innegable y beneficioso influjo, los laicos siguen siendo tenidos como menores de edad, incapaces de asumir responsabilidades dentro .de la Iglesia.

5. Notas sobre el laicado en los siglos XIX y XX

Durante el siglo XIX, el laicado vive un despertar inaudito, que proseguirá a lo largo de nuestro siglo. La Iglesia está siendo asediada por la sociedad laica, que quiere fundar la nueva sociedad sobre valores distintos de los cristianos.. La tarea principal de los laicos va a ser la defensa de los valores cristianos a través de la cultura, la educación, la ciencia y la política.

Este movimiento laical no logrará romper la imagen clerical de la Iglesia. Los laicos son simplemente los instrumentos ejecutores de los planes elaborados por la jerarquía. La participación en el apostolado se entiende como una generosa concesión de los pastores a sus fieles.

Durante el siglo XIX hay que colocar a Antonio Claret. 'En sus trabajos apostólicos ve la necesidad de integrar a los laicos, no tanto en asociaciones piadosas o devocionales, cuanto en grupos de marcada acción apostólica en todos los campos: catequesis, cultura, promoción social, alejados... (12).

En el siglo XX, Acción Católica es quien tiene el papel de protagonista en la revitalización de la conciencia laical. Desde la experiencia de su labor apostólica, cambian las relaciones clérigo-laico. Este último ya no es un "intruso", sino un "colaborador". (13). La misma experiencia de AC suscitará reflexiones muy ricas y profundas en los teólogos acerca del puesto de los laicos en la Iglesia. Estas reflexiones contribuirán decisivamente a "reequilibrar" la imagen de Iglesia y Vaticano II.

6. Lo que ha supuesto el Vaticano II

Aunque hoy lo niegan o discuten gentes importantes, el hecho es que el Concilio Vaticano II supuso una gran novedad respecto a la conciencia eclesial. La exuberancia de vida, movimientos, reflexión... estaba pidiendo a gritos un nuevo planteamiento de la identidad de la Iglesia ("Iglesia, qué dices de tí misma").

Buceando en su propio misterio que brota del corazón de la Trinidad (Cap. I de la L.G.) la Iglesia se descubre así misma como Pueblo de Dios, (Cap. II) donde todos los bautizados, independientemente de su tarea o ministerio dentro de este pueblo, participan de las riquezas y las responsabilidades que comporta la identidad cristiana.

Al descubrirse a sí misma como "imagen de la Trinidad" (Cap. 2-6 de la Constitución sobre la Iglesia), la Iglesia subraya la fundamental unidad y la maravillosa variedad de carismas y ministerios que el Espíritu hace nacer en su seno. Con ello se supera el clásico sacerdotes religiosos-laicos en favor del binomio de raíz neotestamentaria: comunidad (radical unidad) ministerios (diversidad). Con ello hemos demolido la monstruosa pirámide que pesaba sobre las relaciones dentro de la Iglesia. Emerge de sus ruinas una Iglesia que es sobre todo comunión y "sinfonía" (14).

Además, el Vaticano II al redescubrir la dimensión "futura" (escatológica) de la Iglesia, hacer ver lo que falta todavía para ser la Iglesia "una, santa y católica". Se subraya la necesidad de vivir en constante "abierto por reformas", superando aquello de "sociedad perfecta" en relación permanente de cruzada con el mundo. Toda la Iglesia, según el carisma que el Espíritu da a cada creyente, está llamada a asumir el diálogo con la historia.

7. Algunas "cosillas" que quedan por hacer

Durante los trabajos previos al Concilio y durante su desarrollo, daba la impresión de que una de las tareas primordiales era hacer una buena teología del laicado, sin embargo, los años posteriores a la clausura del Vaticano II parecieron contradecir esa impresión. Pasado el entusiasmo por algunas reformas estructurales, los verdaderos problemas doctrinales, espirituales y prácticos respecto al laicado en la Iglesia se desdibujaron, perdiendo actualidad.

Había cosas más importantes de que ocuparse: la crisis de identidad del clero y el consiguiente malestar plagado de abandonos, la crisis de obediencia provocada por la "Humanae Vitae", el retroceso alarmante de las prácticas religiosas... Sin olvidar otros factores como la "reclericación" de algunas funciones de Iglesia que habían sido confiados a laicos, el estancamiento de las estructuras de participación, el desencanto... Todo ello ha motivado el arrinconamiento de la cuestión del laicado en la reflexión teológica.

En los últimos diez años, sin embargo, estamos asistiendo a un renovado interés por la cuestión del laicado. El auge de los movimientos eclesiales y su presencia casi omnipresente en amplias esferas eclesiales, la inserción de laicos en tareas pastorales permanente y el pasado Sínodo sobre los laicos, pueden ser las causas de este "renacimiento".

Sin embargo, quedan aún algunas cuestiones serias que resolver:

La primera de ellas es si de verdad existen los laicos o hay que hablar simplemente de bautizados con carismas o ministerios específicos dentro de la comunidad. Hacer una teología especifica del laicado ¿no es, en definitiva, agostar los brotes de comunión que apuntan ya en el Vaticano II? ¿No habría que hacer, más bien una buena teología de la Iglesia que dé razón de la unidad y la diversidad como factores necesarios de comunión. (Ver el folleto núm. 2).

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO

¿Cuál sería la función específica del laicado en la vida y misión de la Iglesia? (Cfr. Folleto 2 y 3) ¿Podemos contentarnos con decir que "el mundo", "lo secular" es lo específico y peculiar de los laicos? ¿Es que el resto del pueblo de Dios no tiene nada que hacer por aquí abajo? (Cfr. Folletos 3, 4, 5 y 6). La laicidad, entendida como reconocimiento del valor de la cultura, la historia y el mundo, ¿no sería en realidad una característica de toda la Iglesia y no sólo de un grupo de bautizados?.

Si la tradición nos ha presentado formas distintas de ministerios femeninos vividos por las Iglesias durante largos períodos ¿por qué no restaurar de nuevo el diaconado para las mujeres recuperando un ministerio que sea expresión renovada de la caridad de Dios?

Tertuliano (155?-222?), natural de Cartago, puso su talen-to de abogado al servicio de los cristianos cuyo cora/e motivó su conversión. Su obra, la más importante de la literatura cristiana latina después de la de San Agustín, es ante todo polémica. Para defender, fuerza las cosas y para él mismo al ataque.

Somos de ayer y ya hemos llenado la tierra y todo lo que es vuestro: las ciudades, las islas, las plazas fuertes, los municipios, las aldeas, los mismos campos, las decurias, los palacios, el senado, el foro; ¡tan sólo os hemos dejado los templos!

/.../ Ha llegado el momento de exponer yo mismo las ocupaciones de la "facción cristiana", para que, después de haber probado que no tienen nada de malo, os de-muestre que son buenas, re-velándose así toda la verdad. Somos un solo "cuerpo" por el sentimiento de una misma creencia, por la unidad de la disciplina, por el vínculo de una misma esperanza. Formamos una agrupación y un batallón para asediar a Dios con nuestras plegarias, como cerrando filas ante é1. Esta violencia le agrada a Dios. Rezamos también por los emperadores, por los ministros y por las autoridades, por la situación presente del siglo, por la paz del mundo, por el retraso del fin del mundo.

/.../ Pero es sobre todo esta práctica de la caridad la que, a los ojos de muchos, nos imprime un carácter vergonzoso. "Mirad, se dicen, cómo se aman los unos a los otros", porque ellos se detestan entre sí; "mirad, dice, cómo están dispuestos a morir unos por otros", porque ellos están dispuestos más bien a matarse entre sí. En cuanto al nombre de "hermanos" con el que se nos designa, me parece a mí que no andan muy desacertados cuando nos lo aplican, a no ser porque entre ellos todos los nombres de parentesco sólo se dan por un afecto simulado. Pues bien, nosotros somos incluso hermanos vuestros, por el derecho de la naturaleza, nuestra madre común; la verdad es que vos-otros no tenéis nada de hombres, ya que sois malos hermanos. Pero, con cuánta más razón se llaman hermanos y se consideran hermanos los que reconocen como padre a un mismo Dios, los que se sacian en el mismo espíritu de santidad y los que, salidos del mismo seno de la ignorancia, han visto brillar asombrados la misma luz de la verdad.

/.../ Vivimos con vosotros, tenemos el mismo alimento, el mismo vestido, el mismo género de vida que vosotros; estamos sometidos a las mis-mas necesidades de la existencia. No somos brahmanes o fakires de la India que vivan en los bosques o anden desterrados de la vida /.../. Acudimos a vuestro ' foro, a vuestro mercado, a vuestros baños, a vuestras tiendas, a vuestros almacenes, a vuestras posadas, a vuestras ferias y demás lugares de comercio. Vivimos en este mundo con vosotros. Con vosotros nave-gamos, con vosotros servimos como soldados, trabajamos la tierra, negociamos. /.../.

Tertuliano, Apologética, 37, 39 y 42; escrita por el año 200.

B. PARA COMPLETAR

Bruno Forte: "Laicado y Laicidad". Ed. Sigueme. Pág. 26—42.

Antonio Vidales: `Breve historia del laicado". Secretariado General para los ' Seglares Claretianos.

C. OPERACIONES

Después de haber leído y reflexionado el tema, sería el momento de:

1. Describir tu historia personal como laico en la Iglesia.

2. Describir la historia de la participación de los laicos en tu parroquia, colegio, grupo, etc.

3. Buscar experiencias cercanas de incorporación del laicado a las tareas pastorales, y también experiencias de retroceso, analizando causas, consecuencias; etc.

4. ¿Conocéis alguna experiencia actual y cercana de participación "ministerial" de la mujer en la Iglesia?

 

NOTAS:

(1) Los dones (carismas) son variados, pero el Espíritu es el mismo; las funciones son varia das, aunque el Señor es el mismo; las actividades son variadas, aunque el Señor es el mismo; pero es el mismo Dios quien lo activa todo en todos. La manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común. A uno, por ejemplo, mediante el Espíritu, se le dan palabras acertadas, a otro palabras sabias... a un tercero fe, por obra del mismo Espíritu, a otro dones para… a otro realizar milagilagros; a otro mensaje inspirado... (1 Cor, 12,4-10). Ver también 1Cor, 12,27-31, 13,8-13.

(2) Ver final del tema página 17.

(3) "el laico es dirigido por las reglas fijadas para los laicos". (Carta de Clemente, Obispo de Roma, a los Corintios, 40,6).

(4) Seguid todos al Obispo, como Jesucristo al Padre y al colegio de ancianos como a los Apóstoles; en cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al manda-miento de Dios. Que nadie sin contar con el Obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. (Carta de Ignacio de Antioquía a los esmirniotas, VII; escrita a comienzos del siglo II (109 ?).

(5) Recogemos aquí una hermosa fórmula de ordenación de mujeres diaconisas de la Iglesia Oriental (Siglo VIII): "El Obispo, imponiendo de nuevo sus manos sobre aquella que es ordenada, ora así: "Maestro, Señor, Tú que no rechazas a las mujeres que se han consagrado a Tí para servir -a tus santas moradas con un santo de-seo como conviene, si-no que las acoges en un rango de ministros, concede la gracia de tu Espíritu también a tu sierva que está aquí y ha querido consagrarse a Tí y cumplir perfectamente la gracia de la diaconía, así como se la concediste a Febe, que Tú 'llamaste a la obra del ministerio. Concédele, Oh Dios, perseverar sin reproche en tus santos templos, aplicarse al gobierno de tu casa, ser temperante en todo, y haz que se convierta en tu perfec ta servidora, para que cuando se presente ante el tribunal de tu Cristo, reciba la digna recompensa de su buen gobierno. Por la misericordia y la filantropía de su único Hijo". (Eucologio del manuscrito griego Barberini, 336 de la Biblioteca Apostólica Vaticana. ff. 169)

(6) S. Juan Crisóstomo afirma que lo de ser santos es para todos. Los laicos deben participar en el apostolado activo: "Nada más frío que un cristiano que no salva a los demás (...) Todo el mundo puede ser útil a su prójimo si desea hacer bien todo lo que de-pende de él". (Homilia 20 sobre los Hechos de los Apóstoles).

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO

¿No habría que recuperar este carisma de la reflexión católica en nuestra Iglesia, hoy?

¿Qué pensamos que su-pondría la presencia de laicos en la teología?

(7) He aquí el famoso "duo genera christianorum" (dos clases de cristianos) del Decreto de Graciano: "Hay dos géneros de cristianos. Uno, ligado al servicio divino y entregado a la contemplación y a la oración, se abstiene de toda bulla de realidades temporales y está constituido por los clérigos. El otro es el género de los cristianos al que pertenecen los laicos. A es-tos se les permite tener bienes temporales (...) se les permite casarse, cultivar la tierra, hacer de árbitros en los juicios...".

(8) He aquí lo que de los Valdenses nos dice uno de los inquisidores que lucharon contra ellos: "usurparon la función de los apóstoles y se atrevieron a predicar el evangelio por las calles y plazas públicas. Cuando el Obispo de Lyón les prohibió esta presunción ellos le negaron la obediencia. (...) Despreciaban a los prelados y a los clérigos porque decían que éstos poseían abundantes riquezas y vivían en medio de delicias".

(9) PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO

¿Hemos superado ya esta espiritualidad de hecho en nuestra vida?

¿No vivimos todavía una cierta concepción dualista: natural-sobrenatural, sagrado-profano...

¿No existen movimientos actuales que subrayan quizás demasiado el elemento de separación del "mundo"?

(10) Muchas de estas cosas suenan a actuales. Conviene recordar que los verdaderos reformadores han sabido vez por encima de los defectos institucionales y han luchado para que su experiencia carismática fructificase desde dentro. El más elocuente es San Francisco, pero no es, ni mucho menos, el único.

(11) De esta época y de otras muchas se puede afirmar que ha sido la base eclesial la que ha salvado la Iglesia. El Papa y toda la Curia romana, amén de muchísimos Obispos, eran grandes príncipes que temblaban cuando oían hablar de reformas. La exuberancia del Espíritu, sin embargo, fue haciendo que lo que había nacido entre los laicos llegase al vértice. Sin espadas ni revueltas, con la fuerza machacona y misteriosa del amor heroico y la obediencia "a pesar de todo", laicos, sacerdotes, .y religiosos fueron revitalizando la Iglesia.

(12) "Claret descubrió que el pueblo no era evangelizado, y la Palabra no producía las maravillas de conversión de la sociedad como lo había hecho en otros tiempos porque faltaban evangelizado-res. San Antonio M. Claret fomentaba el apostolado asociado no sólo por la eficacia y las ventajas de la asociación, sino por el testimonio y fuerza de la caridad fraterna vivida en comunión de vida. Así suscitará asociaciones laicales para la evangelización como la Hermandad de la Doctrina Cristiana, y otras con carácter más moderno, como la Hermandad Espiritual de Libros Buenos, y, sobre todo, la Academia de San Miguel. Tenía por fin responsabilizar a los seglares en el apostolado especializa-do' (J.M. VIÑAS, La Misión de S. Antonio M. Claret. Roma, (sin fecha) 14-15).

(13) "Para conducir de nuevo a Cristo en su integridad a esas diversas clases de hombres que han renegado de él, hay que seleccionar y formar ante todo en su mismo seno a los auxiliares del apostolado de la Iglesia. Los primeros apóstoles, los apóstoles 'inmediatos de los obreros tienen que ser los mismos obreros". (Pío XI, Quadragesimo Anno. (1931) no. 141).

(14) En este sentido el Vaticano II ha recuperado la imagen de la Iglesia comunión .pro-pia del NT. Hemos vuelto, de este modo, a las fuentes mismas de la Iglesia reviviendo en nuestra vida y misión la experiencia de los primeros siglos. Contra todo lo que digan Lefebre y los integristas, no ha habido en la Historia un Concilio tan "tradicional" como el Vaticano II.

 

 

II. LA VALORACIÓN LAICAL EN LA COMUNIÓN DE LA IGLESIA

 

GONZALO FERNÁNDEZ SANZ

 

 

CONTENIDO

 

0. Introducción: tres tesis para abrir boca

0.1. La vocación laical sólo se ilumina desde la vocación de la Iglesia.

La búsqueda de la propia identidad señala el tránsito de la infancia a la madurez, no sólo en el proceso de configuración personal, sino también en el desarrollo de la fe. A medida que ésta madura, el creyente se interroga sobre su sentido y consecuencias: ¿En qué consiste creer? ¿Qué significa, en definitiva, ser cristiano? Y cuando descubre que la fe personal está indisolublemente ligada a la fe de la Iglesia, que no hay un "yo creo" al margen de un "nosotros creemos", entonces las .preguntas adquieren una mayor especificidad carismática: ¿Qué es ser cristiano desde mi condición de laico, de ministro ordenado o de religioso? ¿Cómo vivir el seguimiento del único Señor en situaciones personales diferentes? Ninguna de ellas puede ser respondida aisladamente, sino desde

una comprensión sinfónica de la Iglesia como comunidad carismática. (1).

Si durante siglos —como se analiza en el folleto primero— ha prevalecido, más bien, una concepción piramidal (2), parece lógico que la diversidad se entendiera en clave de subordinación y no de comunión. Esto explica la poca densidad eclesial concedida a los carismas laicales a lo largo de la historia. De ahí que para recuperar su significado sea preciso reinterpretar de nuevo la comprensión de la Iglesia. Este es el camino abierto por el vaticano II y desarrollado por las numerosas experiencias y reflexiones de los últimos veinte años (3). Sin una comprensión de la Iglesia más ajustada al NT se corre el peligro de plantear la vocación y misión de los laicos como un asunto de estrategia y no como algo esencial.

0.2. La Iglesia es antes una experiencia móvil que una estructura fija

A la pregunta ¿qué es la Iglesia? se le han dado respuestas muy diversas. Para algunos, su carácter multisecular y su permanencia a pesar de los numerosos conflictos vividos es motivo de admiración. Para otros, esto mismo constituye su punto débil, ya que tal permanencia sólo ha sido posible a costa de traicionar su origen y adaptarlo una y otra vez a las cambiantes situaciones.

En cualquier caso, quien quisiera comprender con profundidad lo que la Iglesia es no podría contentarse con estudiar sus estructuras organizativas —tal como las presenta, por ejemplo, el Código de Derecho Canónico—, ni sus actividades culturales o asistenciales, ni siquiera la lista completa de todos sus miembros.

La Iglesia puede aparecer, a los ojos del sociológo y del hombre de la calle, como una entidad multinacional, extraordinariamente numerosa y jerarquizada, que desarrolla unas actividades específicas y que, por su voluntad e incluso contra ella, ejerce una vasta influencia en la sociedad humana.

Pero esto no basta para dar razón suficiente de su naturaleza. La Iglesia se constituyen sobre todo, a partir de la fe de sus componentes. Y, aunque esta fe implica la aceptación de unos contenidos objetivos (dogmas, ritos, normas) y la inserción en una comunidad visible, es una experiencia inalienable) que no puede encerrarse en los estrechos límites de un esquema jurídico o sociológico.

La Iglesia, antes que una estructura fija destinada a repetir una y otra vez, a lo largo de la historia, un contenido invariable, es una experiencia que surge constantemente en el tiempo. Allí donde se proclama la fe en Jesucristo y encuentra acogida, no sólo como opción personal sino como actitud compartida, allí se está produciendo el nacimiento de la Iglesia. Y este es, cabalmente, el aspecto más original y, al mismo tiempo, el menos perceptible.

0.3 El modelo "comunión" explica en qué consiste la unidad y la diversidad

Si la Iglesia nació —y sigue naciendo— por la comunión que el Espíritu crea entre todos los que se adhieren libremente a Jesucristo, entonces no hay posible separación entre la fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia, tal y como algunos proponen en la actualidad.

El texto del NT que mejor resume esta concepción comunional es el prólogo de la primera carta de Juan (4). En él aparecen en síntesis todos los elementos que a continuación serán estudiados:

Hay un acontecimiento (el anuncio de la experiencia de Jesucristo)

Que produce la comunión entre el que anuncia y el que acoge el anuncio (dimensión horizontal de la Iglesia).

Pero no meramente una comunión jurídica o exterior. Es tan profunda que relaciona al creyente con el Padre y con Jesucristo (dimensión vertical de la Iglesia).

Sólo después de profundizar en 'este fundamento —que garantiza la esencial igualdad/unidad de todos los creyentes— es posible iluminar el sentido. de la diversidad, de las peculiaridades carismáticas y, más concretamente, el de los carismas laicales (5).

1. La Iglesia es un acontecimiento

Si no queremos anclamos en una comprensión estática y meramente societaria de lo que la Iglesia es, tenemos que afirmar que, antes de nada, es un acontecimiento; es decir, algo que sucede en el decurso de la historia. No como el resultado del sentimiento de algunos o fruto de generación espontánea, sino como una creación del Espíritu en continuidad con un acontecimiento originario: la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Para que la Iglesia acontezca no basta sólo el deseo comunional de un grupo de admiradores de Jesús, sino su vinculación expresa a través de la acción del Espíritu, con el acontecimiento de Jesucristo. Donde hay Espíritu está Cristo.

La Iglesia nace siempre a partir de este anuncio (dimensión cristológica), se constituye como signo e instrumento del Reino (dimensión teológica) y crea una comunión esencial de los creyentes entre sí y de estos con Dios por la fuerza del Espíritu (dimensión pneumatológica). La Iglesia es, en definitiva, por extraño que resulte afirmarlo, un icono de la Trinidad (6), en medio del mundo. Y esta es su originalidad, el rasgo que la distingue netamente de cualquier otra asociación humana.

1.1. Qué arranca del anuncio de Jesucristo

La palabra de la que nace la fe —y, por lo tanto, la Iglesia— es la narración de una historia a primera vista normal: "Os hablo de Jesús de Nazareno", aunque marcada por algunos signos extraordinarios en su desarrollo: "El hombre que Dios acreditó entre vosotros, realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis", y absolutamente desconcertante en su final: "Vosotros lo matasteis clavándolo en una cruz", pero "Dios lo resucitó" (Hch 2,24) y "todos nosotros somos testigos" (Hch 2,32)..

Este esquema narrativo del nacimiento de la Iglesia, propio de Lucas, aparece expuesto por Pablo dentro de un marco más teológico: "Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que. os prediqué, ese que aceptastéis, ese en que os mantenéis, ese que os está salvando ... Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido: que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras". (1 Cor 15,1-5). Este es el centro: "Si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco" (1 Cor 15,14-15) (7).

La Iglesia es, pues, la comunidad que se forma en tomo al anuncio desconcertante de que Jesús el Nazareno (sujeto histórico) ha resucitado y ha llegado a ser Señor (predicado teológico). En cuanto comunidad que se remite a una persona y a un mensaje se parece a cualquier otro grupo humano: todos tienen un fundador y unos fines. En cuanto comunidad que se constituye por la fe en un Dios bueno que interviene en la historia para salvar a los hombres, se asimila a todos los grupos religiosos que existen. Sin embargo, en cuanto comunidad que afirma que la persona fundadora vive, la Iglesia se constituye en algo insólito y original. Esto significa que existe:

 

La Iglesia existe en tomo a un Viviente que, por la fuerza del Espíritu, llega a ser "contemporáneo de todos los hombres" (K. Barth). Se trata de una comunidad que no tiene en sí misma la raíz de su existencia. Nace de un acontecimiento que la precede. Por eso la Iglesia debe hacer memoria. Pero no se trata de un acontecimiento recluido en el pasado sino abierto al presente y al futuro. El Resucitado es origen, es camino y es meta. Por eso la Iglesia debe vivir en la espera. Y, en cualquier caso, no como si se tratase de una propuesta más, sino como el único camino para la salvación del hombre (8).

1.2. Se inserta en el proyecto salvífico del Padre

Afirmar que la Iglesia nace de la experiencia del Resucitado por la fuerza del Espíritu (esto es Pentecostés) tiene el peligro de convertirla en algo puramente espiritual al margen de la historia. De ahí la importancia de interpretar la resurrección de Jesús en conexión con su vida histórica y con el núcleo de su mensaje: el Reino de Dios (9). Este es el rasgo más destacado por los evangelios sinópticos (10), y, sin duda, suficientemente estudiado en otras ocasiones.

Sin entrar ahora en detalles, se puede presentar el Reino de Dios como el provecto en el que Dios es todo en todos, la reconciliación de la realidad entera con su origen y su destino (11). Su novedad está sintetizada en las bienaventuranzas.

Ahora bien, ¿qué relación _ existe entre el Reino de Dios y la Iglesia? ¿Se identifican sin más, como parece indicar cierta eclesiología triunfalista? ¿Se excluyen mutuamente, como sugieren todos los que contraponen el proyecto de Jesús y los fines de la Iglesia? La respuesta, siguiendo el mensaje del NT y especialmente el transmitido por las "parábolas del Reino" (12), requiere algunas matizaciones:

Si el Reino fuera algo que Dios va a conceder gratuitamente al final de la historia sin tener en cuenta las realizaciones humanas, entonces la Iglesia —que es, al fin y al cabo, una comunidad que vive en la historia y realiza acciones concretas— no tendría nada que ver con el Reino. Se moverían en dos planos diversos: uno esencialmente histórico (la Iglesia); otro esencialmente metahistórico (el Reino).

Si el Reino fuera, por el contrario, una realidad que ya se ha instaurado en la tierra mediante la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y en la que el creyente se inserta a través de una decisión personal, sin necesidad alguna de mediaciones objetivas, entonces tampoco tendría razón de ser la iglesia, que es una comunidad visible y no sólo un conjunto de conciencias personales. De nuevo se darían dos planos irreconciliables: uno esencialmente invisible (el Reino);.otro esencialmente visible (la Iglesia).

Las cosas suceden de otro modo. La comunidad de la Iglesia surge del anuncio público de un reino que se hace visible en la historia de Jesús y en la proclamación de su resurrección hecha por los apóstoles. Si todo esto fuera acogido en el ámbito de la conciencia individual —aparte del riesgo de subjetivismo que comportaría— el reino no sería visible e históricamente relevante.

La Iglesia es un símbolo y un instrumento del Reino de Dios, pero no se confunde con él. Cualquier identificación fácil: "Aquí está" o "Allá está" (Lc 17,23) supondría identificar el don de Dios con las parciales realizaciones históricas que el hombre puede llevar a cabo.

1.3. Y crea la comunión por la fuerza del Espíritu

Con frecuencia, para asegurar la unidad de los creyentes en torno a la Iglesia, se utilizan los medios usados por cualquier grupo humano: fuerte jerarquización, predominio de lo general sobre lo particular, vigilancia de las doctrinas y las costumbres. Todos estos medios, aun siendo alguna vez necesarios, no garantizan por sí solos la unidad. La cohesión lograda no sería de ninguna manera la comunión cristiana.

En la Iglesia la comunión es un fruto del Espíritu de Dios. Es —por decirlo brevemente— el efecto producido por la fe en Jesucristo. Cuando los creyentes reconocen a Jesús como Señor se establece entre ellos una vinculación de fe —que el bautismo rubrica— más radical que cualquier otro nexo jurídico o sociológico. Esta vinculación/ comunión, aunque se expresa a través de cauces humanos, tiene su origen en el Espíritu que la suscita y la mantiene. En cuanto obra de Dios, participa de su propia comunión. Por eso se puede hablar de la Iglesia como ya se ha mostrado— "icono de la Trinidad",

La comunión es, en definitiva, el fruto del anuncio: "Lo que hemos visto y oído ... os lo anunciamos para que entréis en comunión con nosotros". El anuncio es la comunicación de una experiencia que determina absolutamente la vida del creyente hasta el punto de convertirlo en una nueva criatura (Jn 1,12) y considerar todo lo demás como secundario (Filip 3,7-12). Quien acoge este anuncio no es alguien que "aprende" algo (como si se tratase de un contenido teórico) sino alguien que revive la misma experiencia que le es comunicada. Entre "emisor" y "receptor" se produce una especie de ósmosis espiritual. La comunicación se hace comunión. Esta, pues, no tiene un carácter abstracto. Es un encuentro entre personas concretas. No se puede pensar una comunión por medio de valores objetivos, sino a través de la relación interpersonal. Y sólo cuando ésta se da se puede hablar de la "necesidad" de la Iglesia en el proceso de la fe. Cuando se advierten solamente rasgos institucionales, ¿cómo fundamentar tal necesidad? (13).

La comunión entre los creyentes, nacida del anuncio, es también comunión con Dios y con Jesucristo, no sólo en el plano histórico-sociológico (como se relaciona una asociación con su fundador), sino en el plano mistérico (Jesucristo no es un fundador difunto sino el Señor viviente). Por eso, no tiene sentido fundar la comunión sobre puros contenidos, teniendo en cuenta, además, que el "contenido" central es precisamente que el Señor ha resucitado y sigue vivo.

2. A través de instrumentos históricos

Como ya se ha indicado repetidamente, la Iglesia es antes un acontecimiento que una estructura. Una vez examinado lo más original (la comunión que brota del anuncio) es lícito preguntarse: ¿Qué instrumentos garantizan un fundamento objetivo? ¿Qué instrumentos garantizan la comunión? ¿Qué instrumentos garantizan el aspecto interpersonal? Los apartados siguientes pretenden responder a estas preguntas.

2.1. Un instrumento objetivo: la Escritura

La comunión en la Iglesia nace de la comunicación de la experiencia de Cristo. Pero, ¿de qué Cristo se trata? No del que aparece en las experiencias singulares, siempre expuestas a muchas deformaciones, sino del Cristo que el apóstol "ha oído, visto con sus propios ojos, contemplado y tocado con sus manos", del Cristo anunciado por los apóstoles testigos.

La experiencia apostólica se ha condensado, aunque no de manera exhaustiva, en el Nuevo Testamento. Este, que se convierte en norma para la Iglesia, es, en cierto sentido, un fruto de ella misma. Y, unido al Antiguo, constituye la referencia objetiva de la Iglesia de todos los tiempos. Donde hay Iglesia verdadera, la Escritura es el principio discernidor de toda experiencia personal o comunitaria. La comunión nace y vive de la Palabra.

2.2. Un instrumento comunional: los sacramentos

La comunión de los creyentes entre sí y de todos con Dios se expresa necesariamente a través de símbolos. En el orden más visible, donde hay comunión se da comunicación de bienes. Así se atestigua en los sumarios de los Hechos de los Apóstoles (14). Por eso, donde la Iglesia se reduce a relaciones externas y burocráticas y no vive el compartir —si bien en niveles diversos— no hay propiamente Iglesia.

En el conjunto de símbolos, los sacramentos se presentan como explicitaciones de lo que la Iglesia es: "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen Gentium, 1). En este sentido, expresan y celebran la comunión que se da entre todos los creyentes, y la construyen históricamente. No son, pues, ritos separados de hechos, sino símbolos de realidades que se verifican (15) —se deben verificar— en la vida ordinaria. Donde hay comunión, examinado lo más original (la comunión que brota del anuncio) es lícito preguntarse: ¿Qué instrumentos garantizan un fundamento objetivo? ¿Qué instrumentos garantizan la comunión? ¿Qué instrumentos garantizan el aspecto interpersonal? Los apartados siguientes pretenden responder a estas preguntas.

2.1. Un instrumento objetivo: la Escritura

La comunión en la Iglesia nace de la comunicación de la experiencia de Cristo. Pero, ¿de qué Cristo se trata? No del que aparece en las experiencias singulares, siempre expuestas a muchas deformaciones, sino del Cristo que el apóstol "ha oído, visto con sus propios ojos, contemplado y tocado con sus manos", del Cristo anunciado por los apóstoles testigos.

La experiencia apostólica se ha condensado, aunque no de manera exhaustiva, en el Nuevo Testamento. Este, que se convierte en norma para la Iglesia, es, en cierto sentido, un fruto de ella misma. Y, unido al Antiguo, constituye la referencia objetiva de la Iglesia de todos los tiempos. Donde hay Iglesia verdadera, la Escritura es el principio discernidor de toda experiencia personal o comunitaria. La comunión nace y vive de la Palabra.

2.2. Un instrumento comunional: los sacramentos

La comunión de los creyentes entre sí y de todos con Dios se expresa necesariamente a través de símbolos. En el orden más visible, donde hay comunión se da comunicación de bienes. Así se atestigua en los sumarios de los Hechos de los Apóstoles (14). Por eso, donde la Iglesia se reduce a relaciones externas y burocráticas y no vive el compartir —si bien en niveles diversos— no hay propiamente Iglesia.

En el conjunto de símbolos, los sacramentos se presentan como explicitaciones de lo que la Iglesia es: "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen Gentium, 1). En este sentido, expresan y celebran la comunión que se da entre todos los creyentes, y la construyen históricamente. No son, pues, ritos separados de hechos, sino símbolos de realidades que se verifican (15) —se deben verificar— en la vida ordinaria. Donde hay comunión, hay experiencias celebrativas de esa comunión. Donde hay expresiones (sacramentos), la comunión se refuerza y se pone de manifiesto su verdadero origen (el Espíritu de Jesucristo), y no sólo el esfuerzo humano por constuirla.

2.3. Un instrumento interpersonal: carismas y ministerios

El texto de 1 Jn, que guía nuestra reflexión sobre la Iglesia, insiste mucho en el hecho objetivó sobre el que ésta se funda: "lo visto y lo oído", pero subraya también el carácter personal: "lo que nosotros hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión (es decir, seáis Iglesia) con nosotros".

La Iglesia no nace de un anuncio anónimo del evangelio. Jesús no ha escrito un libro de contenidos doctrinales y organizativos sino que ha puesto en marcha una comunidad de personas. Los evangelios son fruto de esta comunidad. Antes que la palabra escrita existen las personas. Ellas son la verdadera palabra viviente. Lo escrito no es sino la expresión de una experiencia personal.

Desde la esencial igualdad de todos los creyentes —nacida de una misma fe y un mismo bautismo— (16), se entiende la diversidad carismática y ministerial. Este aspecto será tratado detenidamente en el folleto tercero.

Los carismas y ministerios, lejos de atentar contra la comunión, son los instrumentos privilegiados del aspecto interpersonal de esta comunión. Este es el camino para recuperar eclesiológicamente la vocación laical.

3. La Iglesia existe para anunciar el evangelio al mundo

3.1. La comunión es misión

La Iglesia, en cuanto sacramento de Cristo, vive en la historia su misma suerte, reactualiza su muerte y su resurrección. Así como la existencia de Cristo fue proexistencia (es decir, vida al servicio de los demás), también la comunión de la Iglesia está necesariamente al servicio de la misión. Es una fuerza centrífuga que, saliendo de sí (muerte) se descubre a sí misma (resurrección).

Este dinamismo es el que debe presidir las relaciones de la Iglesia con el mundo y el que puede iluminar el sentido más profundo de los carismas laicales, a los que corresponde "tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales.. (Lumen Gentium, 31). Sabiendo, no obstante, que la mundanidad (es decir, el hecho de vivir la fe en el mundo) afecta a toda la Iglesia y no sólo a alguno de sus miembros.

3.2. La misión va más allá del mundo

Pablo subraya mucho en sus cartas la discontinuidad de los cristianos con este mundo. En el nuevo orden de cosas, la condición mundana ha pasado. Nosotros hemos muerto con Cristo y estamos sepultados con El (cf Rm 6,4-11). Y lo mismo se anuncia en el cuarto evangelio: "Si el mundo os odia, sabed que primero me ha odiado a mí. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que le pertenece, pero no sois del mundo: yo os he elegido del mundo y por eso el mundo os odia" (Jn 1,18).

Ser Iglesia significa situarse en contraposición al mundo, entendido éste, no como realidad creada, sino como sistema de vida basado en el pecado (17). La Iglesia debe renunciar a los falsos valores que se oponen a las bienaventuranzas: La cruz sigue siendo el principio crítico .que desenmascara cualquier dios falso, cualquier ideología que no busque la libertad del hombre. La cruz es para la Iglesia, no un dispositivo formal que recuerda un hecho del pasado, sino una actitud permanente, una forma de ser y de situarse ante la realidad.

El encuentro de Jesús con Pilato es la imagen más dramática del contraste entre evangelio y mundo (18). Lo que ' Jesús vivió es norma para sus seguidores. Participar de la suerte de Cristo significa renunciar a cualquier poder humano, aun cuando las situaciones concretas sean sumamente complejas. Y con frecuencia lo son. Cuando la Iglesia se convierte en un fenómeno sociológico imponente constituye, de hecho, lo quiera o no, un poder. De ahí la tendencia de los poderes mundanos a combatirla o a instrumentalizarla. Ambas situaciones representan una tentación para la Iglesia. Por eso, dado que no puede ignorar el poder que tiene, sólo le queda una salida airosa y evangélica: emplearlo al servicio de los más pobres (19). Y, en la forma suprema, el martirio. Una Iglesia sin mártires es una Iglesia mundanizada.

3.3. Pero se realiza en este mundo

La resurrección de Jesús ha inaugurado ya el Reino de Dios y es una primicia de lo que toda la realidad está llamada a ser, incluido el mundo (20). La resurrección no es patrimonio exclusivo de la Iglesia. La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30) describe perfectamente esta situación. Por eso la Iglesia, en relación con el mundo, tiene una doble actitud: de oposición, rechazo y crítica y, al mismo tiempo, de búsqueda, aprecio y comunión. En cualquier caso, el criterio discernidor no deben ser sus intereses, sino el bien del hombre.

El recuerdo de la historia es suficientemente elocuente. Las relaciones Iglesia-mundo han sido casi siempre difíciles y ambiguas (21) y esta es una de las razones por las que muchos creyentes experimentan una gran desafección. Cuando ésta se produce es bueno recordar que:

"Existe una verdad de Dios que no tiene sombras: es la verdad del Padre que nos llama, del Espíritu que nos impulsa y del Cristo que nos liga a sí. Y existe luego la verdad del hombre, llena de sombras. Entonces nuestra Iglesia nos parece una cosa pobre, el entusiasmo del mensaje gozoso demasiado debilucho, la misma comunión es a veces formal y enrarecida, y la fuerza de choque con el mundo a todas luces insignificantes. Y, sin embargo, donde dos o tres se encuentran en torno a Cristo, aunque estén un poco fuera de juego y sean pecadores, el hecho de la comunión se cumple. Parece algo modesto y frágil, a veces da la impresión incluso de que se asienta en la nada y que está destinada a la esterilidad. La Iglesia, por el contrario, siempre puede sorprender, porque su Señor no es un cadáver, es el Viviente. Existe una virtualidad secreta en toda comunidad cristiana y un dinamismo sutil y escondido: de un momento a otro puede aparecer el Resucitado y su Espíritu puede suscitar el coraje suficiente para realizar un anuncio vigoroso" (S. Dianich).

PARA COMPLETAR

 

 

OPERACIONES

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

 

  1. ¿Pueden existir carismas sin referencia a la PALABRA y a los sacramentos?

  2. ¿Cómo se relacionan entre si los diversos "instrumentos" que construyen la comunión? ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando se quiere potenciar la vocación laical (carisma) al margen de la Escritura y de los sacramentos?

  3. ¿Qué signos muestran la pervivencia actual del modelo piramidal de la Iglesia? ¿Qué signos muestran, por el contrario, una concepción comunional?

  4. ¿Es lo mismo la "comunión' (en el sentido expuesto en el folleto) que la "democracia" (en el sentido en el que habitualmente se entiende)?

  5. ¿Cómo comprender el sentido de la jerarquía desde el modelo "comunión"?

  6. Si ser Iglesia "más allá del mundo" significa, sobre todo, opción por los pobres y martirio, ¿como juzgar las actitudes de repulsa hacia lo mundano (política, arte, juego...) que, con tanta frecuencia, se dan entre los cristianos?

 

 

NOTAS