Autor:
Jesús Martí Ballester
La Ley por Moisés y la Gracia por
Jesucristo.
Cristo nos da su vida por la comunión de su cuerpo, que nos robustece para cumplir sus mandamientos.
1. "Yo soy el Señor tu
Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses
rivales míos. Honra a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás
adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No
codiciarás los bienes de tu prójimo: ni la mujer, ni su esclavo, ni su buey,
ni su asno, ni nada que sea de él" Exodo 20,1.
2. Los mandamientos de Dios son revelación suya y
palabras de él, son don suyo y gracia suya. No son ataduras, sino horizonte
amplio de libertad. No obstáculos en el camino, sino autopistas con
guardavallas poderosas para no despeñarse, e impulsos hacia la velocidad en el
camino del ser, del bien, de la verdad y de la belleza. Tampoco son barreras
para frenar la marcha de la máquina del tren, sino rieles garantes de la
seguridad de los viajeros. Ni escalones que nos precipitan, sino ascensores
que nos elevan. Antes de ser grabados en las piedras por la mano de Dios: "Yo
te d aré unas tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito
con mi dedo" (Ex 24,12; Dt 9,10); antes de ser escritos en los papiros, en los
pergaminos y en las hojas de los catecismos, habían sido impresos en el
corazón de los hombres. "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su
corazón" (Jr 31,33), para que no os precipitéis en el desconcierto, ni
prevalezca la ley de la jungla.
"Mientras mi afán más y más
en el mundo se concentra,
hay algo en mí que no encuentra
nunca en el mundo su paz.
Y aunque yo mismo de grado
confesármelo no quiera,
vuelvo de cada quimera,
con el airón desplumado
y chafada la cimera.
Y cuando en las flores
del mundo, mi alma se engríe
y hecha risas, se deslíe
en un mar de pluma y seda…
qué es esto que siempre queda
en mí que nunca se ríe?"
dice Javier a San Ignacio, según Pemán en el Divino
Impaciente.
Nos acucia el hambre de la verdad, el ansia de la
bondad, la subyugación de la belleza, porque Dios nos ha creado para la verdad
y la bondad y la belleza absolutas, que son El, y a él tendemos, aunque el
lastre del mal nos atenace. Y cuando se realiza el mal, el mismo mal nos
arañara las entrañas, porque: "Nos has hecho, Señor para ti, y nuestro corazón
está inquieto, hasta que descanse en ti", dirá iluminado san Agustín que
también sabía lo suyo de la profundidad de su pozo insaciable.
3. Por eso todo el mundo, aun los pueblos no
civilizados, saben que hay que hacer el bien y hay que evitar el mal, y aunque
expresen estos sentimientos de modos muy rudimentarios, manifiestan la acción
del espíritu de Dios que ha hecho al hombre a imagen y semejanza suya.
4. El día 26 de febrero de 2000, en su última jornada
en Egipto, al pie del enorme monte rojizo donde Yahveh reveló su nombre y su
ley en el Sinaí, hace tres mil doscientos años, Juan Pablo II, con toda
sencillez y sin ninguna retórica, dijo que los mandamientos entregados allí a
Moisés por el Señor, siguen vigentes. En aquel solemne lugar el Papa se
sumergió en tan profunda y evidente oración, que el abad-obispo Damianos,
quedó impresionado. Se celebró una ceremonia litúrgica, en la que se leyeron
los Diez Mandamientos, y el Santo Padre se emocionó. Después tocó las piedras
rojizas características de aquel lugar esencial y agreste, formado por el
desierto y las montañas de granito. Como «peregrino tras las huellas de Dios»
se presentó a los pies de la montaña sagrada del Monte de Moisés, en el
monasterio greco-ortodoxo de Santa Catalina.
5. Fuera del monasterio, y debajo de un almendro en
flor celebró la Eucaristía, y dirigiéndose a unos quinientos católicos
egipcios, explicó el Papa el sentido de su peregrinación: «El obispo de Roma
viene como peregrino al Monte Sinaí atraído por esta montaña santa que se
yergue como un monumento majestuoso en honor de lo que Dios reveló aquí. ¡Aquí
reveló su nombre! ¡Aquí entr egó su Ley, los diez mandamientos de la Alianza".
En este santuario al aire libre, consagrado a la fe en el único Dios, el Santo
Padre no renunció a replantear el diálogo entre las tres religiones
monoteístas, hablando del «viento que todavía sopla en el Sinaí», la fuerza
liberadora de los diez mandamientos. El «peregrino tras las huellas de Dios»
vino al Sinaí a contemplar el secreto mismo de la libertad del hombre. Dijo
que las tablas de la Ley entregadas a Moisés, «no son una imposición
arbitraria de un Dios tirano. Fueron escritas en piedra, pero antes, habían
sido escritas en el corazón de los hombres como la ley moral universal, válida
para todo tiempo y lugar. Y propuso el Decálogo como único futuro para toda la
humanidad. Hoy como siempre, las Diez Palabras de la Ley ofrecen la única base
auténtica para la vida de los hombres, de las sociedades y de las naciones.
Hoy, igual que siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al
hombre de su destructiva fuerza del eg oísmo, del odio y de la mentira. Ponen
de manifiesto todos esos falsos dioses que le esclavizan: el amor propio hasta
la exclusión de Dios y la avidez de poder y de placer, que trastoca el orden
de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo.
6. El Papa vivió el momento de mayor emoción cuando
visitó la Iglesia de la Transfiguración del monasterio cristiano más antiguo
del mundo, donde se conservan las raíces de la «zarza ardiente» desde la que
Dios habló a Moisés y le reveló su nombre: «Yo soy el que soy». El Papa
peregrino se quitó los zapatos, como Dios ordenó a su profeta, se arrodilló y
se postró para besar esta tierra santa.
7. Al promulgar el Decálogo, Dios manifiesta una
infinita perspicacia psicológica, partiendo del principio de que él es el
liberador de la esclavitud: "Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de la
esclavitud de Egipto". Su pueblo es suyo por derecho de reconquista, pero no
lo invoca para oprimirles, ya que les acaba de liberar de la opresión, sino
para inducirles a que, como pueblo suyo a él consagrado y ovejas de su rebaño,
le permitan poder continuar la relación con ellos, y su relación entre
salvador y salvados, entre liberador y liberados. Primero la liberación, los
mandamientos después, para seguir salvándolos y haciéndolos dichosos, en el
cumplimiento de unos Mandamientos convertidos en autopistas de felicidad, en
relación con él y en relación con los hombres. Y todo desde la raiz del amor,
resumen "y plenitud de la ley" (Rm 18,10),
8. La relación entre la primera y tercera lecturas,
que siempre procuro buscar y encontrar en estas homilías, se nos va a hacer un
poco difícil de descubrir, porque es muy profunda, pero también muy fecunda.
El Señor trata a su pueblo como un niño, como un aprendiz de teología. No le
puede abrir el programa de golpe. Va por etapas. Tiene en cuenta la ley del
crecimiento de la semilla. En el Exodo, Yahve, fundamenta su derecho a obtener
la obed iencia del pueblo en que es su libertador, que les ha sacado de la
esclavitud de Egipto liberándolos de un mal material insoportable.
9. Pero los mandamientos no les van a resultar fáciles
de guardar, porque hay enemigos apostados como terroristas en las curvas, y en
los instintos e inclinaciones al pecado, como quinta columna en el corazón.
Pesan mucho los hábitos, y las costumbres son una rémora inexpugnable, que
luchando con ella se apodera del hombre como la agonía de Getsemaní, que a
veces exige sudar sangre y angustia para dominarla.
10. Esto no les ocurría sólo a aquellos hombres,
recién salidos de Egipto, donde respiraban paganismo y carnalidad, ni en la
aridez y soledad de los cuarenta años del desierto, cuando todavía no existía
la ley de la lapidación, pero sí la ley del Talión, inspirada en el Código de
Hamurabi 1800 años antes de Cristo, sino que les sucederá todavía en tiempos
de Cristo, como manifestará San Pablo de sí mismo que "no hago el bien que
quiero… sino el mal que no quiero. Siento una ley en mis miembros que lucha
contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis
miembros"(Rm 7,19). Y seguirá ocurriendo siempre a todos los hombres, que van
a necesitar unas fuerzas nuevas para luchar y vencer la incesante tentación.
"¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Ib). Aunque
el pecado no es un virus que ataca sin que te des cuenta, es una bacteria
resistente, que los antibióticos de la voluntad son insuficientes para
inmunizarla. El mal es una flor sin semilla, un mineral sin arqueología, un
tenebroso veneno que se nos infiltra en los genes por generación espontánea y
nos repugna y sobrecoge, nos encoge el ánimo y nos ofusca con sórdida
fascinación. Habita dentro de nosotros, como una bestia enjaulada que clama
por su libertad y de cuando en cuando acierta a lanzar su zarpazo.
11. Todo ello no es obstáculo para que los frutos de
los mandamientos sean: "Lugar de descanso; produzcan alegría, que hace brillar
de luz los ojos felices; sean más preciosos que el oro y más dulces que la
miel recién destilada del panal. Todo eso es pura verdad en teoría, pero en la
práctica, ¡qué angustioso es abstenerse de fumar, por poner una adicción más
confesable! El fumador y cualquier adicto a la droga, sabe muy bien que se
está destruyendo, pero ¿cuántos son los que empezaron la dieta y perseveraron
sin claudicar? ¿Qué no darían por verse libres de su adicción? En el libro "El
niño que soñaba con la luna", del Padre Duval, famoso cantautor, con belleza
cautivadora, analiza el jesuita alcohólico, su dolor y su tragedia, su soledad
y su impotencia. ¡Quería salir y no podía!, y sus triunfos se convirtieron en
derrotas, y sus amistades todas se rompieron, como una rosa azotada por el
huracán. Dediqué la oración de ayer a meditar el salmo 18, lo encontré como
nuevo, y casi me dio la clave de sus afirmaciones.
12. He dicho que a aquel pueblo inmadu ro debió de
pesarle mucho el cumplimiento de los mandamientos proclamados por Moisés. Para
que los mandamientos resulten dulces como la miel y preciosos como el oro, va
a ser necesario que Jesús inaugure la época del Espíritu y sea devorado por la
angustia, cargue sobre sí todos los pecados consumido por el celo, que es la
consecuencia del amor, pues, según San Agustín, "qui non zelat non amat", y
ofrezca al Padre y al mundo de los hombres, la mayor prueba de amor, devorado
y consumido por el amor. Sólo después de la resurrección, recordarán los
discípulos que el salmo había dicho "que el celo de tu casa me devora".
13. La luminosidad y brillo de los ojos, la
preciosidad del oro fino y la dulzura de la miel que el panal destila, la
satisfacción y la alegría de los mandamientos, puede resplandecer en un cuerpo
agonizante, en un alma torturada, pero pacificada en medio de las luchas, y
aún después de las caídas que, aunque le humillan y le atormentan, no le
derrotan, por el consuelo de la misericordia y el rocío de la sangre de Jesús.
Los mandamientos pues, no prometen sólo una paz trascendente, sino una
satisfacción plena actual.
14. Está llegando el tiempo del cumplimiento de las
palabras que dijo Jesús antes sus dudas a la mujer samaritana: "Nuestros
padres adoraron a Dios en este monte y vosotros decís que el sitio donde se ha
de adorar es Jerusalén: -Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este
monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Esta es la hora en que los
verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,20). Sólo
con la efusión del Espíritu Santo, derramado por la Sangre de la Cruz, podrán
los hombres superar la ley del pecado, la agonía de la inmolación, el amor
limpio y puro que les haga dulce la negación de sí mismos y el camino de la
cruz. LA LEY QUE VINO POR MOISÉS.
15. Está pasando la ley y a punto de llegar la gracia.
Antes, quien quería encontrarse con Dios, tenía que ir al Templo. D esde ahora
el nuevo templo es ya Jesús, su cuerpo físico en quien reside personalmente la
divinidad (Col 2,9), su Eucaristía y su Cuerpo Místico, llamado a poblar toda
la tierra, como el árbol de mostaza que cobija todos los pájaros del aire (Mt
13,31). Adorar a Dios ahora, no será cuestión local, sino de interiorización,
"en espíritu y verdad" (Jn 4,23), porque "el reino de Dios está dentro de
vosotros" (Lc 17,21).
16. El Templo de Jerusalén, máximo exponente religioso
de los hebreos, iba a ser sustituido por el Cuerpo de Cristo. Y éste es un
paso y un cambio tan importante, que Jesús lo quiso manifestar con un gesto
inesperado en quien se ha proclamado como "manso y humilde de corazón".
Aprovechando el desbarajuste que reinaba en el patio de los gentiles del
Templo en las vísperas de la Pascua, donde todos tenían que ofrecer sus
sacrificios rituales: allí, entre los bueyes que mugen, los corderos y ovejas
que balan, entre el cambio de monedas por siclos, entre el estiér col de los
animales, y las disputas y regateos de mercaderes y compradores, en medio del
zureo de palomas y las ofertas de incienso, harina y aceite, con la anuencia
de los sacerdotes, que tenían en ese trapicheo de bazar o mercado, una buena
fuente de ingresos, Jesús va a realizar una operación profética, que anunciará
el cambio de culto, de ofrendas y de templo. El mismo va a sustituir el cuerpo
y la sangre de aquellos animales, que purificaban el cuerpo, pero no las
conciencias de las obras muertas (Heb 8,11), por su propio cuerpo y su propia
sangre "no hecho por mano de hombre, es decir, no de esta creación, entrando
de una vez para siempre en el santuario, no con sangre de machos cabríos y de
becerros, sino con su propia sangre, adquiriéndonos una redención eterna.
Jesús "hizo un azote de cordeles que había por el suelo y los echó a todos del
templo". San Ignacio enseña que “en las personas que van de pecado mortal en
pecado mortal”, mientras que el mal espíritu les propone plac eres aparentes
para facilitarles la caída, el buen espíritu “usa contrario modo, punzándoles
y remordiéndoles las conciencias...”
Dios a veces pega, y pega fuerte, para hacernos salir
del pecado –que tiene mucho de comercio en un lugar santo-. La dureza de Dios
sobre nosotros es para hacernos reaccionar, así como Jesús con los vendedores
del Templo. No es lícito profanar la Casa de Dios y nosotros mismos y nuestros
semejantes somos casa de Dios. Y en esa Casa, Jesús, actúa como dueño de casa
y a veces con el látigo en la mano, diciéndoles:
17. "Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado
la casa de mi Padre". Y a la cólera con que los sacerdotes le increpan: "¿Qué
signos nos muestras para hacer esto?", responde Jesús: Destruid este templo y
en tres días lo reedificaré" Juan 2,13. La destrucción de su cuerpo es su
muerte, que se corresponde con la conversión del agua en vino en las bodas de
Caná, donde el vino convertido es el símbolo de la sangre derramada , al ser
destruido su cuerpo, que nos ha narrado San Juan en el principio de este mismo
capítulo 2, inmediatamente antes de las palabras: "Destruid este templo".
18. El Señor, que motivó en el Sinaí el cumplimiento
de la Alianza por los Mandamientos en base a su liberación del cautiverio de
Egipto, como su Señor y su Dios, va a fundamentar el cumplimiento de los
mismos mandamientos perfeccionados, en el celo que le devora, hasta la pasión,
crucifixión y muerte, con los que destruye los pecados, como Cordero de Dios.
Y el amor supremo que su sangre nos proporciona es el cantado por el salmo que
nos dice que los mandamientos son, como fruto conquistado con la sangre del
sacrificio nuevo, de la Nueva Alianza, del amor supremo: "Descanso. Alegría.
Luz radiante para los ojos. Más preciosos que el oro. Más dulces que la miel
de un panal que destila: Con lo que se comprende que "Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por los amigos". Jesús vela singularmente por los
te mplos vivos: "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu mora en
vosotros?" (1 Cor 3,16).
19. Para seguir el camino de Cristo e imitar su
ofrecimiento por amor como hostia de holocausto, San Pablo nos exhorta a
"presentar nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es
vuestro culto razonable" (Rom 12,1). Y San Pablo mismo, que sentía aquella ley
del pecado en sus miembros, comprende que lo va a conseguir: "Gracias sean
dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 7,19). Es decir, "la ley
entregada por Moisés, fué perfeccionada y fortalecida por la gracia de Nuestro
Señor Jesucristo". San Juan de la Cruz, nueve meses en la cárcel sin poder
celebrar misa, nos hablará de la muerte de amor y Santa Teresita del Niño
Jesús, se ofrecerá como víctima de Amor.
20. Lo que vivió San Juan de la Cruz, y más, lo han
vivido en este siglo cristianos, como el el arzobispo vietnamita François
Xavier Van Thuân, cuando dirigió los Ejercicios Espi rituales al Papa Jun
Pablo II y a sus colaboradores, comenzó con una c_onMovedora evocación de las
Misas que celebró en los trece años de cárcel que tuvo que soportar en su
país. «Cuando me encarcelaron en 1975 -recordó el prelado vietnamita-, me vino
una pregunta angustiosa: "¿Podré celebrar la Eucaristía?"». El prelado
explicaba que, como al ser detenido no le permitieron llevarse ninguno de sus
objetos personales, al día siguiente le permitieron escribir a su familia para
pedir objetos de primera necesidad: ropa, pasta dental, etc. «Por favor,
enviadme algo de vino, como medicina para el dolor de estómago». Los fieles
entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino
con una etiqueta en la que decía: «Medicina para el dolor de estómago». Entre
la ropa escondieron también algunas hostias. La policía le preguntó: «¿Le
duele el estómago?». «Sí», respondió monseñor Van Thuân, arzobispo de Saigón.
«Aquí tiene su medicina». «No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada
día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada
día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más
amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y
con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de
su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida».
21. Más tarde, cuando le internaron en un campo de
reeducación, al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos.
Dormían en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta centímetros.
«Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran cinco católicos -cuenta-. A
las 21,30 se apagaban las luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo
celebraba la Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano por
debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro para conservar el
santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo Eucaristía en el bolso de la
camisa».
22. Como todas las semanas teníamos una sesión de
adoctrinamiento en la que participaban todos los grupos de cincuenta personas
que componían el campo de reeducación, el arzobispo aprovechaba los momentos
de pausa para pasar con la ayuda de sus compañeros católicos, la Eucaristía a
los otros cuatro grupos de prisioneros. «Todos sabían que Jesús estaba entre
ellos, y él cura todos los sufrimientos físicos y mentales. De noche, los
prisioneros se turnaban en momentos de adoración; Jesús Eucaristía ayuda de
manera inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvieron a
creer con entusiasmo; su testimonio de servicio y de amor tuvo un impacto cada
vez mayor en los demás prisioneros; incluso algunos budistas y no cristianos
abrazaron la fe. La fuerza de Jesús es irresistible. La oscuridad de la cárcel
se convirtió en luz pascual. Jesús comenzó una revolución en la cruz. La
revolución de la civilización del amor tiene que comenzar en la Eucaristía y
desde aquí tiene que ser impulsada": Lo dice San Pablo en la 2ª lectura de
hoy: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos,
necedad para los griegos; pero para los llamados por Cristo, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios" 1 Corintios 1,22.
23. Concluyó monseñor Van Thuân con un sueño: en él la
Curia romana es como una gran hostia, en el seno de la Iglesia, que es como un
gran Cenáculo. Todos nosotros somos como granos de trigo que se dejan moler
por las exigencias de la comunión para formar un solo cuerpo, plenamente
solidarios y plenamente entregados, como pan de vida para el mundo, como signo
de esperanza para la humanidad. Un solo pan y un solo cuerpo». Destacar la
relación de los mandamientos proclamados en el Sinaí y culminados por la
muerte de amor supremo en el calvario, es lo que a mi entender intentan hoy
las lecturas.
24. Con nuestras fuerzas no podíamos llegar tan alto.
Era necesario que la gracia de la Cabeza acudiera en nuestro socorro y con
suelo, para obrar según el Espíritu y no según la carne, guardando sus
mandamientos, "más preciosos que el oro; más dulces que la miel de un panal
que destila" Salmo 18, con la gracia de los sacramentos de Cristo y
vivificados por la oración, representados en el templo purificado, que
sustituyen la ineficacia de la Ley Antigua. Así es como nos da su vida por la
comunión de su cuerpo, que nos robustece para cumplirlos. LA GRACIA VINO POR
JESUCRISTO. DESDE EL CUMPLIMIENTO DE LOS MINIMOS HASTA SER DEVORADO POR EL
AMOR.