La grandeza de ser sacerdote

Fuente: almudi.org

Agustín Bugeda Sanz
 



 

 

En el 150 aniversario muerte Santo Cura de Ars

Gentileza de Ecclesia, viernes, 20 de noviembre de 2009

Sumario

Introducción.- 1. Gozo y temblor del Cura de Ars ante la grandeza del sacerdocio.- 2. Una experiencia vivida por muchos santos.- 3. El ser sacramental del presbítero, fuente del ser sacerdote.- 4. El sacerdocio es grande porque nace del Corazón de Cristo.- 5. Grandeza del sacerdocio en la identificación con Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia.- 6. Unidad de ser y misión en el cura de Ars y en cada uno de nosotros.- 7. El regalo del carisma de la comunión.-8. "Infatigable fidelidad a Dios" desde la fidelidad de Cristo.- 9. Un nuevo estilo de vida.- Conclusión.

Introducción

Como bien sabemos todos, y estamos viviendo en nuestros presbiterios y con nuestras comunidades, durante este Año Santo sacerdotal, el objetivo fundamental que ha marcado el Papa para este tiempo de gracia es que la vida y misión del sacerdote se revalorice en todos los ámbitos.

Por un lado lograremos este objetivo "ad intra", podemos decir, favoreciendo nuestra tensión hacia la perfección espiritual, es decir, intentando acoger toda la gracia que Dios nos da al ser sacerdotes y dejando que produzca sus mejores frutos, viviendo con gozo nuestra vocación y misión.

Por otro lado, de cara a nuestras comunidades y a nuestra sociedad, hemos también de trabajar para que se valorice cada día más la grandeza del sacerdocio, no por nosotros mismos personalmente, sino por el tesoro que llevamos en vasijas de barro, por el gran bien que los sacerdotes han hecho y hacemos a nuestros mundo desde el poder salvador de la Cruz de Nuestro Señor.

Por ello, para ayudarme y ayudaros a cumplir estos objetivos u objetivo en este año de gracia, os ofrezco las siguientes reflexiones hechas a la luz del ejemplo y doctrina del Cura de Ars, que hoy nos convoca, pero también y sobre todo, desde la pasión y el amor al sacerdocio que es nuestra vida, la razón de nuestra existencia, el regalo inmerecido totalmente que Dios nos ha hecho al elegirnos y consagrarnos sacerdotes.

Desde el gozo de ser sacerdotes y sabiendo que nos quedaremos siempre en el umbral del misterio, profundicemos un poquito en lo que somos, en lo que queremos ser y vivir, para así poder salir esta mañana de aquí con más esperanza, con más ilusión, con mas humildad en nuestra pobreza humana, pero también con más confianza en el poder y amor de Dios.

1. Gozo y temblor del Cura de Ars ante la grandeza del sacerdocio

El santo cura de Ars deseó con todas sus fuerzas ser sacerdote, de ahí su insistencia acompañado de su párroco cuanto en un primer momento le negaron el ser sacerdote. Pero esa seguridad y ese deseo no era fruto de su propia voluntad, sino de la confianza plena en la llamada divina, por eso desde que sintió esta llamada se abrió a la gracia de Dios y venció tantas dificultades: revolución, incomprensiones, limitaciones.

El gustó la grandeza del sacerdocio desde el puro amor de Dios y a la vez la pequeñez de la persona que asume tan gran don, tan inmerecido don.

Palabras suyas recogidas por el Magisterio Eclesial es aquello de: "Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina" (San Juan María Vianney)[2].

"¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña ostia...". Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: "Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo" (San Juan María Vianney).

De tal manera sintió la fuerza y la grandeza del sacerdocio que en algún momento sintió la "tentación" podemos decir de retirarse a una Cartuja porque no era digno de tal misión, de tal consagración.

Del mismo Balley que lo presentó, lo cuidó, lo llevó a las Sagradas Ordenes, decía el santo cura de Ars: "Tiene una culpa, de la cual le será difícil justificarse delante de Dios: haberme admitido a las Órdenes Sagradas".

Y cuando sus compañeros lo criticaban e incluso hicieron un escrito en contra de él como sacerdote porque no era capaz del mismo, conocemos la anécdota de que él no sólo no les dijo nada, sino que estampó su firma en ese mismo escrito, queriendo ratificar humildemente lo que le decían, de esta forma les manifestaba que si algo era, era por Dios.

Todo un acto de humildad en la pobreza y de confianza en Dios. Cuanto bien nos hará siempre como él orar con aquello que el Obispo nos dice en la ordenación "Dios que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término".

"El sacerdocio católico es la dignidad más excelsa que existe sobre la tierra, el gran Don que Dios se digna conceder a pobres criaturas, saturadas de defectos y miserias. Ya sabía Él que éramos así, y a pesar de todo nos confío poderes sobrehumanos que no otorgaría ni a los mismos ángeles, llegando al colmo de amor hasta confiarnos poderes sobre la Persona de su divino Hijo, de suerte que donde existe un sacerdote aparece Cristo Sacramentado, como alimento y vida de nuestras almas, y compañero perenne de nuestras adoraciones"[3].

2. Una experiencia vivida por muchos santos

No nos extendemos en este punto, pero recordemos todos tantos santos que ante la grandeza del sacerdocio directa o indirectamente se han sentido anodados:

- S. Gregorio Magno y lo que nos dice en su Regla Pastoral, queriendo volver al monasterio.

- S. Francisco de Asís que se quedó como diacono al sentirse demasiado pequeño para ser sacerdote.

- Sta. Teresa de Jesús o Sta. Teresita de Lisieux y su veneración por los presbíteros.

- Esas palabras de Juan Pablo II: "En todos quiero venerar la imagen de Cristo que habéis recibido con la consagración, el carácter marca indeleblemente a cada uno de vosotros. Éste es signo del amor de predilección, dirigido a todo sacerdote y con el cual puede siempre contar, para continuar adelante con alegría o volver a empezar con renovado entusiasmo, con la perspectiva de una fidelidad cada vez mayor" (Carta Jueves Santo 2000, 3).

3. El ser sacramental del presbítero, fuente del ser sacerdote

En las primera líneas del Decreto Presbiterorum Ordinis se presenta la naturaleza esencial del presbítero. En ellas sitúa la sagrada ordenación como fuente de toda su vida. No podía ser de otra manera, pues el sacerdote es lo que es por el sacramento del Orden, base pues fundamental de la identidad y espiritualidad sacerdotal

¿Qué supuso la ordenación presbíteral para San Juan María Vianney? Él nos habla de un cambio de ser, de un cambio ontológico que da lugar a un nuevo estilo de vida.

Bien sabía que la ordenación imprime carácter y que desde allí nos viene todo lo que somos.

"La sacramentalidad del ministerio es el rasgo más específico de la identidad del sacerdote (...). La posición y las funciones del presbítero se distinguen de las de los otros por la sacramentalidad del ministerio"[4].

A la hora de preguntarse por la identidad sacerdotal, San Juan María de Vianney lo tenía claro, se preguntaba poco por la misma. Era, vivía y ya está, lo importante es el ser y lo demás vendrá por añadidura.

Por medio, pues, de un sacramento el presbítero entra a formar parte del sacerdocio de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Decía Juan Pablo II: "Comprended que la consagración que recibís os absorbe totalmente, os dedica radicalmente"[5].

"En la consagración se da una participación ontológica de los ministerios sagrados, como consta, sin duda alguna, por la Tradición, también la litúrgica"[6].

El que este sacramento solamente se pueda recibir una sola vez y el que el carácter sea indeleble para toda la vida[7], indica también esto mismo: transforma a la persona de una vez y para siempre. La celebración del Orden no se puede repetir ni anular porque injerta al sacerdote de una forma irrevocable en el ser de Dios y su proyecto salvador.

Este origen sacramental bien entendido y vivido en consonancia con todas las otras dimensiones confiere al presbítero la identidad propia, el ser específico. Realiza en él una personalidad bien estructurada que no se puede poner en discusión ni teórica, ni prácticamente.

No somos funcionarios, sino administradores de la gracia de Dios (Cf. 1 Cor 4,1). "Dios coloca al sacerdote como otro mediador entre el Señor y el pobre pecador" (S. Juan María Vianney).

Se dice en la liturgia que los signos han de ser reales, han de ser tales que manifiesten lo más claramente posible lo significado. Análogamente, pues, también el sacerdote ha de ser tal en su porte y en su hacer, en su expresarse y trabajar, en su forma de ser y vivir que manifieste lo sagrado, la realidad de comunión con Cristo en el amor[8]. En definitiva ha de ser sacerdote de cuerpo entero, convencido de sí mismo y de lo que es por gracia para el mundo, orgulloso en la sencillez de la vocación regalada. Ha de vivir con un gran sentido de realismo desde la fe en la realidad concreta. Tiene que hacerse todo a todos, acercarse a todos, pero siempre como sacerdote. Y para ello es necesaria una gran profundidad personal y coherencia de vida en todos los ámbitos de la persona, internos y externos.

4. El sacerdocio es grande porque nace del Corazón de Cristo

El sacerdocio nace del Amor de Cristo, exclamará tantas veces nuestro santo, nace desde su mismo Corazón. Nos movemos en la espiritualidad del Corazón de Jesús tan propia de la época y de la zona de vida del Cura de Ars[9]. Una espiritualidad que se sitúa en el centro de la vida cristiana nacida del mismo ser de la Encarnación.

"Os daré pastores según mi corazón", esta expresión del profeta Jeremías que se utiliza tantas veces en referencia al sacerdocio nos puede dar también la clave de nuestros ministerio nacido del mismo Corazón de Cristo, de ahí la grandeza del mismo.

Después del Jueves Santo, el sacerdocio nacerá verdaderamente en el Corazón abierto con una lanza en la cruz.

El sacerdocio nace desde el amor de Cristo por la humanidad, por los hombres... no los quiere dejar solos y sin los medios necesarios para que lleguen a la santidad. "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20), y esa promesa la cumple el Señor por medio del sacerdote que hace posible los sacramentos, hace viva la Palabra, trae la misericordia de Dios. El sacerdote es el Corazón de Jesús para los demás. Hemos de ser profundamente conscientes de este hecho como lo fue San Juan María Vianney, nuestro santo patrón San Juan de Ávila, porque ello les llevo a estar continuamente pendientes, entregados a los demás como veremos más adelante.

5. Grandeza del sacerdocio en la identificación con Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia

Unido a todo lo anterior, si somos el Corazón de Cristo, necesariamente hemos de estar íntimamente unidos a Él, sacramental, ontológica, vitalmente…

Desde el comienzo, en la identidad y espiritualidad sacerdotal encontramos que la íntima configuración con Cristo articula el sacerdocio. La incorporación e identificación a Cristo se recibe a través de los sacramentos, sobre todo, del Bautismo y del Orden sacerdotal, y se mantiene y fundamenta en el permanecer con Cristo, particularmente en la celebración de cada día.

Esta configuración es real y ontológica. La cristificación específica es pues, lo propio del sacerdote a través del sacramento.

El ministro ordenado se une al Cristo total, pero a ese Cristo total con una peculiaridad muy especial, la de ser Cabeza. Peculiaridad que consiste en ir siempre delante, el entregase más, el amar más, en definitiva, el "más" sacerdotal que caracterizará su espiritualidad y que bien podemos ver en el Cura de Ars, siempre más.

Todos los santos, los grandes santos vivirán profundamente enamorados de Cristo, unidos a Él, siendo otros Cristos: S. Pablo, San Francisco de Asís, San Juan de Ávila y el Cura de Ars sólo vivirá para él.

Será en esa relación íntima de amistad con Él donde se irá fraguando la persona del ministro ordenado.

Desde el sacramento del Orden, por obra del Espíritu Santo, el presbítero se configura a Cristo Sacerdote, Pastor, Cabeza y Esposo de la Iglesia[10]. Por este don "la vida espiritual del presbítero quedará caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo" (PDV 21). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales"(PDV 12).

Lo esencial es que el origen de la vida sacerdotal, la fuente que la mantiene y el sentido de la misma es Cristo el Señor, el único Señor. Cristo ha instituido el sacerdocio en comunión con el Padre, cumpliendo su voluntad salvadora y desde su corazón derrama constantemente su Espíritu para que el presbítero pueda ofrecerse en el ejercicio de su ministerio con la entrega de toda su vida.

6. Unidad de ser y misión en el cura de Ars y en cada uno de nosotros

No se puede separar nunca ser y misión, así lo vivió Jesucristo, el cura de Ars, así nos lo presenta Benedicto XVI: "En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su "Yo filial", que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, "viviendo" incluso materialmente en su Iglesia parroquial: "En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa... Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Angelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar", se lee en su primera biografía" (Carta del Papa Benedicto XVI al comienzo del Año Santo sacerdotal).

El ministerio configura la manera de ser propia del Santo Cura, su caridad, su celo apostólico, las celebraciones, el sacramento de la reconciliación, la atención a las personas de la parroquia una por una.

El término actual sacerdocio apostólico que está presente en la liturgia de ordenación y en otros documentos manifiesta esta realidad íntima de la unión del ser y la misión sacerdotal.

Hay un texto bíblico, fundamento de nuestra vida y misión, de nuestra llamada, origen de todo ministerio que puede iluminar perfectamente esta situación:

El Señor llama a los Apóstoles a estar con Él, a permanecer en su amor, a compartir toda su existencia -ordenación- y de ahí se desprende el predicar y sanar enfermos -la misión-. Cristo llama ante todo a compartir su misma vida, su misma entrega, su misma pasión por Dios y por el Reino[11]. Les invita a vivir en esa intimidad profunda con su persona y hacer de esta intimidad la experiencia central y dinamizadora de la vida. El texto griego utiliza el pronombre reflexivo "autou" con la preposición "metà" para indicar "con él", cuya traducción más exacta sería "consigo mismo", indicando esa fuerza de la intimidad, de la relación. Es la comunión de existencia y sentimientos, recibida en la ordenación sacerdotal.

Y en esa relación nace la necesidad de anunciar el Reino y el poder que Cristo da para hacerlo. Por eso podemos decir que el vivir su misma vida configura la misión y por otro lado la realización de la misión es ya vivir con Cristo. Esto aparece en el texto emanando del primer término, pues en el griego, no así en muchas traducciones, no son dos oraciones copulativas, sino una subordinada final. La conjunción "kaí ína" lo pone de manifiesto, explicando que la segunda frase emana de la primera y a la vez la hace posible.

La consagración y la misión de Cristo son una sola cosa, como una sola cosa es la consagración y misión de la Iglesia, en la que el sacerdote participa desde la ordenación sacerdotal como cabeza.

El ejercicio ministerial abarca toda la vida. Los presbíteros lo harán como Jesucristo al que son configurados, es decir, con la entrega total y hasta la muerte de sí mismos. Una entrega que se hace de una vez para siempre, donde cada día van muriendo poco a poco, de modo que "mortifican a sí mismos las obras de la carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres" (PO 12).

La coordenada está clara: la consagración y misión del sacerdote es la misma que la consagración y misión de Cristo. Cristo fue consagrado para una misión bien concreta, cumplir la voluntad del Padre, "he aquí que me has dado un cuerpo para hacer tu voluntad" (Heb 10, 7). El Padre "lo santificó y envió al mundo" (Jn 10, 36).La consagración lleva en sí misma la misión. Jesús cumplió la voluntad del Padre, encarnándose y siendo ungido por el Espíritu. Así mismo debe ocurrir en el caso del sacerdocio[12], ya que como Cristo, es ungido para la misión y así cumplirá la voluntad del Padre movido por el Espíritu. ¡Qué bien entendió y vivió todo esto el Santo Cura de Ars!

7. El regalo del carisma de la comunión

En la ordenación el Espíritu Santo confiere su dones y carismas, entre los cuales destaca el don propio, carismático y jerárquico a la vez, de la comunión. Interesa insistir aquí que la comunión viene dada por el Espíritu. Es un carisma suyo específico para obispos y presbíteros a través del sacramento del Orden. En el silencio de la imposición de manos episcopal se encuentran tres personas, el obispo, el presbítero y el Espíritu Santo, íntimamente unidas las tres para siempre.

"No se es apóstol sino co-apóstol; no obispo, sino co-obispo; no presbítero, sino co-presbítero. Y ello como algo que brota del mismo sacramento de su naturaleza íntima. Esta co-ordenación es signo de la preeminencia e irrepetibilidad de la misión del Hijo (...). Un ministerio sacramental que pretendiera vivirse como poder no colegiado, estaría suplantando a Jesús y traicionaría la índole de la propia sacramentalidad"[13].

El santo cura de Ars interior y exteriormente vivió el gran don de la comunión, siempre fue instrumento de la misma, en su parroquia, entre los compañeros, y sobre todo, en la relación con Dios, siempre unido a Él y desde Él con los demás. No hay otra forma de ser sacerdote, se es desde el don de la comunión o no se es.

Se unen estas tres realidades: sacramento, carisma de la comunión y santidad. Se convierten en esenciales en la persona del presbítero. Desde el sacramento del Orden y en el ejercicio de la comunión, llegará a la santidad propia de su estado.

El argumento en esta reflexión también es claro: si el ministerio ordenado pertenece a la estructura esencial del cuerpo eclesial, y la comunión es el carisma propio de este ministerio, inherente a él desde el sacramento recibido, necesariamente la comunión pertenece también a la estructura esencial de la Iglesia. O dicho de otra manera: la comunión es algo estrictamente necesario en la eclesiología, por lo que alguien deberá ser el ministro, promotor, educador y signo de la misma. Ese alguien es el ministerio ordenado que precisamente nació en el momento de mayor comunión[14] y para ella.

De la Eucaristía mana el carisma específico sacerdotal: el carisma de la comunión. El presbítero lo vivirá "ad intra" en la propia unidad interior de vida, y "ad extra" en la comunión con Dios, con la Iglesia, con todo el mundo.

"Ad intra": especialista de la unidad de vida:

—La unidad de vida es la unión al mismo Cristo, a sus mismos sentimientos, de manera que todo se haga "por Él, con Él y en Él" y esto realizará a la persona en plenitud, le hará ser eficaz, vivir feliz y en definitiva ser santo.

—La unidad de vida es muy necesaria siempre, pero, sobre todo, actualmente, donde hay tanta dispersión de tareas y tanta aglomeración de actividades en la vida del sacerdote, por lo que el riesgo de perderse y partirse sin sentido es grande[15].

—La unidad de vida es la capacidad de estar en cada momento entregados por completo a lo que se está viviendo y realizando, en plena fidelidad a Cristo y a la Iglesia, cumpliendo así la voluntad del Padre.

El hecho de la unidad de vida se ha expresado mucho tiempo con la fórmula tradicional: "Hic et nunc". O también se define con esas otras de S. Pablo: "El que se dedique a enseñar, que enseñe; el que se dedique a exhortar, que exhorte" (Rm 12, 7). E incluso queda enmarcada con otra expresión de la espiritualidad oriental: "Haz lo que haces". Pero serán sobre todo los santos los que insistirán en ella, dándole una u otra formulación. Así se atribuye a S. Ignacio de Loyola, aquello de "trabajar como si todo dependiera de nosotros, y orar como si todo dependiera de Dios". San Francisco de Asís hacía suyas en Dios todas las cosas y exclamaba: "Dios mío y mi todo"[16]. Y el "Nada te turbe... solo Dios basta"[17] de Santa Teresa de Jesús es también un canto a la unidad de vida en Él, con toda confianza, que elimina temores y falsos protagonismos.

Jesús es el modelo pleno del vivir unificado y lo manifiesta siempre y cómo culmen en la hora suprema: "Para esta hora he venido al mundo" (Jn 12,27; cf. 13, 1). Hora precisamente que fue la de la culminación de su entrega suprema, con la institución de la Eucaristía y el sacerdocio. Pero Jesús siempre estaba atento, pendiente de cada persona y situación, sin pararse en la anterior o preocuparse en demasía por la que vendrá.

La unidad de vida es una realidad importante, que se expresa de muchas maneras, siendo vivida de un mismo modo en oriente y en occidente, en el siglo primero y en el siglo veintiuno.

El desarrollo psicológico, afectivo, moral y apostólico permanecen unidos en la persona. La comunión interna es la garantía segura de un adecuado progreso en todos los ámbitos, haciendo que uno y otro se influyan mutuamente y se logré así un sano equilibrio[18].

Un signo de madurez personal es tener una visión unificadora de la vida, y llevarla a la práctica[19]. Esto se manifiesta tanto en el autocontrol como en la capacidad de discernimiento, de descentramiento y de adaptación, y en la percepción justa de la realidad tanto de sí mismo, como de lo que le rodea[20].

La unidad interna será siempre fuente de libertad, disponibilidad y creatividad frente a los desafíos de consumismo, de dependencia, de inmediatez y relativismo que ofrece la sociedad. La liturgia que es misterio y gratuidad situará a la persona que celebra, y por su puesto, al sacerdote que la preside en estas coordenadas.

Para el presbítero la unidad de vida tendrá una importancia mayor. Por un lado, al estar más solo por su vida célibe, tendrá que integrar y fortalecer mucho más todos los aspectos de su personalidad en la comunión desde dentro para así vivir el equilibrio necesario. Y por otro lado, dado las actividades a las que es requerido, muchas y variadas, será necesario que viva este aspecto de la unidad en profundidad para poder discernir con paz en cada momento y entregarse de lleno dentro de sus propios dones y limitaciones.

También será esencial en la unidad interna, tener una visión sintética del creer, del obrar, del orar, es decir, lograr una capacidad sincrónica de los diversos saberes y ciencias humanas y eclesiales, de las diversas formas y capacidades de vida. Estas actitudes las proporcionará la espiritualidad litúrgica en la que nada se olvida, todo se tiene en cuenta y cada aspecto de la vida y del saber es colocado en su justo puesto.

¿Cómo conseguir esta unidad de vida? Esta pregunta es la que todos nos hacemos y a la que el Concilio da respuesta. El número catorce de PO es todo un "encaje de bolillos" conciliar[21]. Nos dice cómo lograr el sacerdote esa unidad de vida: "Los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don de sí mismo por el rebaño que les ha sido confiado… Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción. Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero" (PO 14).

La caridad pastoral concede la unidad. Esta caridad nace de un corazón, el Corazón de Cristo, que cada día, cada momento, se sigue entregando en la celebración eucarística. Así, si la Eucaristía es la fuente de la caridad, la caridad lo es de la unidad de vida, y la unidad de vida produce la santidad sacerdotal.

También el texto conciliar dice lo que ayuda, pero no da la unidad de vida: la mera ordenación exterior de las obras del ministerio, el solo ejercicio de buenas obras o de ejercicios de piedad. Por lo que reafirma más que Cristo da la unidad en la celebración total de su misterio a través de la liturgia orada y vivida.

"Ad extra": La comunión con Dios y los demás, estrechamente interrelacionadas

El carisma propio sacerdotal es no tener ningún carisma, sino sólo la comunión. Personalmente y espiritualmente la vida del presbítero sólo tendrá sentido en la medida en que permanezca unido a Cristo y desde Él en comunión con la Santísima Trinidad, trasmitiendo a todos los hombres este misterio de amor. Nace a partir de la comunión en la Trinidad, como bien ponen de manifiesto las Plegarias de ordenación, siendo la comunión trinitaria la referencia constante y el ámbito donde debe vivir.

Sólo una es la misión eclesial, recibida del Padre en el Hijo por el Espíritu, y en esa sola misión tendrá que introducirse el sacerdote e introducir con él a toda la comunidad. Todo aquello que viva o haga fuera de esta oleada única de misión no tendrá valor, ni eficacia alguna.

A partir de la eclesiología conciliar, el sacerdocio ministerial no será ya explicado solamente desde la trasmisión de unos poderes específicos a una persona determinada, sino desde la colegialidad de la llamada de Cristo y desde la misión en comunión con los Apóstoles[22]. Se deja así de lado una formulación solamente ritual de la institución sacerdotal, y se conjugan la formulación eucarística -Trento- y misional -Vaticano II- de la misma[23].

Surge así la concepción renovada del sacerdote. Su vida no se polariza en torno al hombre del culto, de la palabra, o del gobierno. Es el hombre de la comunión y desde ahí realiza y vive personal y comunitariamente todas las demás realidades. El presbítero está "separado" por la consagración y misión, pero esta "separación" no será para alejarse, sino que le hará ser todavía más "hermano entre los hermanos" (PO 2) de modo que su presencia haga posible la comunión con Dios y la comunión entre sí, poniendo así un renovado empeño "en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 3).

La celebración del sacramento del Orden, renovado desde la nueva concepción eclesiológica, es todo un canto a la comunión en sus diversos aspectos y facetas.

Este nuevo modelo de presbítero como hombre de comunión le hará vivir cada día también más abierto a todas las realidades eclesiales, a todas las iglesias particulares y desde ahí al mundo entero[24] sin resquebrajar por ello su vinculación profunda a su obispo, presbiterio y diócesis. Encontramos así en los comienzos del tercer milenio un presbítero profundamente enraizado en su Iglesia particular y a la vez con los brazos y el corazón abiertos de par en par para acoger y servir en la comunión las diversas realidades eclesiales y seculares que el Señor le vaya mostrando en su camino[25].

Para exponer todo esto he dejado un poco de lado a nuestro Cura de Ars, pero ha sido conscientemente, pues él no fue teórico de todo esto como he podido ser yo ahora, sino que él lo vivía profundamente unido a su obispo, obediente, a sus compañeros a los que sirvió y amó a pesar de sus calumnias y envidias, al pueblo al que siempre sirvió y sobre todo, unido profundamente a la Stma. Trinidad, siempre en presencia de Dios.

8. "Infatigable fidelidad a Dios" desde la fidelidad de Cristo

"Infatigable fidelidad a Dios" se dice del Santo Cura de Ars. Y así podemos resumir su vida, y ojalá la nuestra. La renovación y actualización de la fidelidad será uno de los núcleos esenciales que han llevado al Papa a proclamar este año santo.

"Tú eres mi Señor, fuera de Ti no hay para mi felicidad" (Salmo 15, 2). Este es el precioso texto que está muy presente en la ordenación sacerdotal después de la última reforma. No sabemos si San Juan María Vianney lo escucharía y oraría en el momento de la ordenación, pero estamos seguros que muchas veces durante su vida expondría esto mismo al Señor. No hay otro Señor en nuestra vida, es nuestra única felicidad. Si el corazón anda dividido, roto, no somos fieles, no somos felices.

El único que da a la vida sacerdotal su ser, plenitud, desarrollo, en definitiva, santidad es Jesucristo, fuera de él no hay felicidad. De ahí que la oración de este salmo que aparece en el trasfondo de esta eucología[26] ilumina y fundamenta la vida sacerdotal.

Somos fieles en la fidelidad de Cristo. Fidelidad de Cristo, fidelidad sacerdotal repetimos en este año santo, y ciertamente sólo desde esa exquisita fidelidad nos construiremos cada día y construiremos la civilización del amor desde Él.

9. Un nuevo estilo de vida

Algo muy propio del Santo Cura de Ars es la humildad, tantas anécdotas... anécdotas muy reales... Cuando le entregan aquella medalla de honor de Francia, o aquellos títulos, y pregunta si van a servir algo para los pobres; ante la respuesta de que no, le comenta al que se lo entrega que tenga el mismo gusto en devolverlo a su dueño como el gusto que ha tenido en entregárselo.

En la ordenación se pide para el candidato una actitud total de entrega incondicional, sirviendo día y noche al Señor y a su grey como sacrificio de suave olor[27] con un estilo de vida evangélica[28]. Y eso es lo que hizo constantemente San Juan María Vianney con ese estilo de vida propio que tanto llamó la atención a su coetáneos y nos lo sigue llamando a nosotros[29].

La nueva forma de vida nace de la incorporación al único sacerdocio de Jesucristo. Así se deberá vivir como vivió Él, perseverando firmes y constantes con Él en su conformación e imitación. El hecho de la consagración produce en el sujeto necesariamente un cambio cualitativo en el ejercicio de la misión que debe estar en continuo ejercicio[30].

La santidad ontológica que se posee desde la consagración bautismal enriquecida y orientada de una forma peculiar para los que reciben el sacramento del Orden, y por otro lado, la santidad moral que se va desarrollando y viviendo cotidianamente, sobre todo, en el caso del sacerdote, con el ministerio.

Es de admirar la profunda pobreza del Santo Cura de Ars, su sotana, su casa, su vida... y todo ello para gloria del Señor, para compartir con los más pobres. Digno discípulo de San Francisco de Asís a cuya orden tercera pertenecía.

"Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada". Cuando se encontraba con las manos vacías, decía contento a los pobres que le pedían: "Hoy soy pobre como vosotros, soy uno de vosotros". Así, al final de su vida, pudo decir con absoluta serenidad: "No tengo nada... Ahora el buen Dios me puede llamar cuando quiera".

Las diversos elementos cotidianos y sencillos de la vida: pan, vino, agua, aceite... que Dios ha escogido para celebrar y hacer eficaces sus sacramentos, indican la sencillez que ha de acompañar también la vida cristiana y máxime la vida sacerdotal que la preside.

Por otro lado la dignidad del culto, y el uso de bienes especiales para él, ha de ayudar también al presbítero a saber y vivir que lo bueno y noble es sólo para Dios. El sacerdote es mero administrador de esos bienes, los cuales por ningún motivo ha de utilizar para su propio provecho, ya que tienen un fin bien determinado que es el culto divino. Así en su vida deberá vivir con sencillez, sabiendo diferenciar lo que se usa para el misterio litúrgico de lo que utiliza para sí mismo.

¿Y su pureza de vida a pesar de esas tentaciones del demonio? Esa limpieza de corazón con la que siempre quiere mirar y vivir.

"Cuando el corazón es puro, no puede menos que amar, porque ha encontrado de nuevo la fuente del amor, que es Dios".

"No hay dos maneras buenas de servir a Dios. Hay una sola: servirlo como Él quiere ser servido". Consideraba que la regla de oro para una vida obediente era: "Hacer sólo aquello que puede ser ofrecido al buen Dios".

Conclusión

Para llegar a este estilo de vida, a esta forma de vida se necesita como San Juan María Vianney el ardor, la gratitud por el inmenso don recibido del sacerdocio y desde ahí poner todos los medios necesarios para alcanzar esa santidad, que sencillamente después veremos.

Termino esta primera parte con las palabras con las que Juan Pablo II finalizaba la preciosa carta del Jueves Santo de 1986[31] en torno al Cura de Ars, nos decía así, y os digo yo de corazón humildemente:

" Queridos hermanos, que estas reflexiones reaviven vuestro gozo de ser sacerdotes, vuestro deseo de serlo todavía más profundamente. El testimonio del Cura de Ars contiene aún muchas otras riquezas que profundizar", hagámoslo con paz –continuo yo- en este año santo sacerdotal que el Señor nos concede como regalo desde su Corazón de padre, hermano y amigo.

 

Notas

[1] Cfr. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación del Clero, 16 de marzo de 2009.

[2] Muchos de los textos que citaremos del Santo Cura de Ars son tomados de documentos del Magisterio Eclesial, por lo que podemos decir que de alguna forma han entrado a formar parte del patrimonio de la Iglesia.

[3] P. Damian Yanez, Santo Cura de Ars. Una bondad contagiosa, Editorial Monte Carmelo, Burgos 2009, 7.

[4] A. VANHOYE, "Sacramentalidad del ministerio y su repercusión en la persona ordenada" en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO de la CEE (ed.), Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio, o.c., 71. Toda esta ponencia como las reflexiones posteriores a la misma (pp. 71-100) son muy iluminadoras, al igual que lo es la de S. del CURA, "La sacramentalidad del sacerdote y su espiritualidad" en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO de la CEE (ed.), Espiritualidad sacerdotal. Congreso, o.c., 75-119.

[5] JUAN PABLO II, "Homilía durante la Misa para conferir la Ordenación Presbiteral en Valencia" 4 en CEE (ed.), Juan Pablo II en España, Madrid 1983, 204.

[6] Nota explicativa previa a LG 2.

[7] Cf. CIC, cn. 290, 1008.

[8] Cf. J. ESQUERDA, "Signos externos de identidad sacerdotal" en Seminarium 1 (1978) 148-166.

[9] Las promesas del Sagrado Corazón de Jesús a Sta. Margarita María Alacoque en Parelemonial y su difusión en el siglo XIX por la escuela jesuítica.

[10] Cf. PDV 20, 21, 22, 25, 45, 61.

[11] Cf. P. ARRUPE, "Estar y trabajar con Jesús. Sacerdotes hoy" en Sal Terrae 66 (1978) 3-13; C.M. MARTINI, Lìitinerario spirituale dei Dodici, Roma 1981, 48-50.

[12] Cf. Praenotanda 4.

[13] L. TRUJILLO, "El presbítero en el presbiterio" en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO de la CEE (ed.), Espiritualidad del presbítero diocesano secular. Simposio, Madrid 1987, 485.

[14] Cf. PG 5.

[15] Cf. Comienzo de PO 14.

[16] Cf. S. FRANCISCO de ASIS, Escritos. Biografías. Documentos de la época (=BAC normal 399), Madrid 1978, 49-50.

[17] STA. TERESA DE JESÚS, Obras completas (= BAC normal 212), Madrid 1962, 492.

[18] La deficiencia en la adquisición de este equilibrio interior tendrá consecuencias dolorosas en el ministerio sacerdotal, pues "la historia de los sacerdotes frustrados es, con frecuencia, la historia de hombres frustrados: historias de personalidades no unificadas, no integradas, en las que se busca en vano el hombre maduro y equilibrado" (SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones para la formación en el celibato sacerdotal 25 en FS, 440).

[19] Varios psicólogos, sobre todo de la escuela personalista, han identificado madurez con identidad y unidad de vida (cf. C. GÓMEZ IGLESIAS, La madurez psicológica de los candidatos al sacerdocio, Santiago de Compostela 2005, 55-85, especialmente 75-77).

[20] "El hombre adulto acepta la provisionalidad de la vida y en la búsqueda de una unificación interior (la armonía) tiene que vivir con dignidad y responsabilidad, libertad, insertado en la sociedad y en el diálogo con la gente de su época, etc" (F. SUSAETA, "La espiritualidad como búsqueda activa de la armonía" en Surge 56 (1998) 244). Este autor en todo el artículo identifica la categoría de unidad de vida con la de armonía, injertando así un elemento antropológico y cósmico interesante en esta reflexión. Si bien no tiene en cuenta en todo él la dimensión litúrgica del presbítero (cf. Ibid., 233-249).

[21] Muchos comentaristas del Concilio consideran este número como uno de los más logrados y a la vez, centrales de todo el Decreto sobre los sacerdotes. Cf. M. CAPRIOLI, "Unità e armonia della vita spirituale – In margine al n. 14 del Presbyterorum Ordinis en Ephemerides Carmeliticae 32 (1981) 91-123; J. FRISQUE, "Unité et harmonie de la vie des prêtes" en AA. VV., Les prêtes – Décrets "Presbyterorum Ordinis" et "Optatam Totius", París 1968, 168-170.

[22] Esto se refleja en la concepción del mismo sacramento. Durante mucho tiempo la teología medieval no tuvo inconveniente en concluir que la entrega de los instrumentos -poderes personales- era lo que confería el sacramento tal como se recoge en el concilio de Florencia (cf. DZ 1326), después del Vaticano II ha quedado claro que la materia y forma, es la Plegaria de ordenación y la imposición de manos -don de Dios en comunión-.

[23] Una exposición sintética de esta doble perspectiva, bien conjugada y no contrapuestas o excluyentes, la ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica cuando habla de la razón del ministerio eclesial (cf. CCE 874-879); cf. R. ARNAU, Orden y ministerios, Madrid 1995, 170-178).

[24] Esta tarea la deberá todavía hoy hacer más suya el presbítero en la medida en que actualmente el individualismo, los fundamentalismos, el nacionalismo exarcebado, el subjetivismo como norma van tomando carta de ciudadanía en el entramado social. Por lo que la reconciliación, el diálogo, la sana tolerancia, el encuentro enriquecedor como medios necesarios para la comunión se hacen cada vez más difíciles. Así el sacerdote ha de mantener en alto la actitud y espíritu de sana colaboración y comunión entre todos los factores eclesiales y extraeclesiales como paladín de esta misión, que no es sólo una táctica social para la paz, sino que es un don del mismo Espíritu Santo.

[25] La visión ortodoxa de la comunión presbiteral también se sitúa en este contexto. Establece una profunda relación entre el presbitero/obispo y la comunidad local, de forma que algunos teólogos casi llegarán a afirmar que tal comunidad es totalmente necesaria para la ordenación, es decir, concretan localmente el carácter comunional (cf. J.-D., ZIZIOULAS, "Ordination et Communion" en Istina 16 (1971) 5-12).

[26] Cf. MR, "Missa pro sacerdotibus", Collecta bis, 1088; "Missa pro seipso sacerdote", Collecta, 1091.

[27] Cf. PR 47.

[28] Cf. PR 207.

[29] El Santo Cura de Ars me hace recordar tantas veces el estilo de vida del P. Rivera de Toledo, cuyo proceso de canonización está abierto, y que ciertamente era algo especial, un estilo muy propio, muy pobre, muy alegre desde el mismo ser de Dios.

[30] Cf. Ibid. La existencia presbiteral sería como la de las bujías que cuanto más energía producen a la vez más se cargan y reavivan su potencial para estar dispuestas a seguir dando. Mientras que si están mucho tiempo paradas se estropean y quedan prácticamente anuladas. Pues así el sacerdote que en la ordenación ha recibido una gran semilla. Cuando la cuida y produce frutos, ésta da lugar incluso a otras muchas semillas.

[31] 200 años del nacimiento de S. Juan María Vianney.