Autor: Llucià Pou Sabaté

La fuerza interior ¿Qué estacas tenemos atadas que nos quitan libertad?  

Lei hace poco de un niño al que le encantaban los circos, y lo que más le gustaba eran los elefantes. En una función había uno que deslumbraba por su poderío, su tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación el enorme animal quedaba atado por una de las patas con una sencilla cadena sujeta a una pequeña estaca clavada en el suelo: no era más que un pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra; se preguntaba cómo un animal con fuerza capaz de arrancar árboles no arrancaba la estaca. ¿Qué le impedía liberarse? El niño preguntó por ese misterio a su padre, quien le explicó que no se escapaba porque “estaba amaestrado”. Pero el misterio seguía: si estaba amaestrado, ¿para qué la cadena?... Con el tiempo descubrió que el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.

Podemos imaginarnos al pequeño elefante intentando liberarse de la estaca, demasiado fuerte para su edad. Pr obaría un día y otro, hasta que el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede. El recuerdo de la impotencia que siente desde pequeño, le acompaña toda la vida. Y lo peor es que jamás se ha planteado de nuevo la posibilidad de vencer. Una bonita imagen de los límites que tantas veces nos aprisionan en la vida, sin conocer que podemos mucho más de lo que encierran esas limitaciones.

Lance Armstrong, lider del Tour de Francia, ha sido antes ganador en su lucha contra el cáncer que se había extendido a sus pulmones y cerebro en 1996, pero junto con varias operaciones y el tratamiento con quimioterapia, fue su fuerza de voluntad la que le hizo ganar la dura batalla. Antes que ganador del Tour, es ganador en su lucha contra el cáncer, que le podía haber desmoronado pues le vino cuando era un ciclista importante, sobre todo tras en el Campeonato del Mundo de 1993: cuando tenía el éxito un cáncer lo apa rtó de su deporte. Durante un año estuvo inactivo. Luego, varias competiciones hasta que en 1999 consiguió su primer Tour de Francia: "ha sido más fácil de lo que esperaba", fueron sus palabras. Su único futuro es el presente: «Cada día que pasa es una victoria sobre la muerte». Por eso no hace planes...

Así recordaba su anterior lucha contra el cáncer: "Soy sincero. Lo he pasado muy mal. No quiero hablar de mi enfermedad anterior, que muchos periodistas han utilizado para justificar mi triunfo en el Tour. Lo importante es que mi sueño de ciclista ya es una realidad". Dijo que era un honor para él, para su país, y "para la comunidad que ha sido víctima de cáncer"... Fue galardonado en el 2000 con el premio "Príncipe de Asturias", por su fuerza de coraje. "Creo que debo hacer todo lo posible por ser una buena persona. Es para mí una obligación. Hay que hacer algo en este mundo”, dice este hombre de una gran fuerza interior. No sólo fue sobreviviente de la enfermedad sino q ue su coraje se extiende a lo que tiene por delante: "No quiero hablar del pasado, de mi infancia que no fue nada sencilla y de la mencionada enfermedad". Ha sido algo más que un ciclista: un ejemplo de lucha para quienes necesitan una esperanza, decía otro comentarista. De alguna manera, su fortaleza mental ha resultado ser el mejor antídoto contra la tendencia a la sospecha enfermiza que rodeaba al ciclismo. "Milagro deportivo y médico", dicen algunos.

La superación, el esfuerzo, nos libera de muchas “estacas” que nos aprisonan: cuando corrió su primer Tour, Armstrong llegó tan tarde en una etapa que ya no había nadie en la meta para esperarle, hasta los de su equipo (técnicos, etc.) habían marchado al hotel. Pero luchó por encima de las dificultades... ¿Qué estacas tenemos que atadas que nos quitan libertad? Quizá probamos una y otra vez algo y ya pensamos que no podemos conseguirlo, grabamos en nuestra memoria un "no puedo... no puedo y nunca podré", perdiendo la conf ianza. “Sabemos” que no podemos pero no consideramos que la única manera de “saber”, es “intentar de nuevo” poniendo todo el corazón, todo nuestro esfuerzo.

Y si tenemos una apertura a la trascendencia, entonces todo tiene un sentido, pues la confianza se convierte en fe, en que todo es bueno si viene de Dios. Y esto nos anima a luchar con más fuerza, como decía san Josemaría Escrivá: poniendo todos los medios humanos como si todo dependiera de nosotros, pero al mismo tiempo, todos los medios sobrenaturales, confiando totalmente en Dios como si todo dependiera de él, “nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas... En una ocasión vi un águila encerrada en una jaula de hierro. Estaba sucia, medio desplumada; tenía entre sus garras un trozo de carroña... Me dio pena aquel animal solitario, aherrojado, que había nacido para subir muy alto y mirar de frente al sol”.