La eficacia transformadora de la Eucaristía


jueves, 17 de diciembre de 2009
Ramiro Pellitero
 



 

 

Eucaristía, Iglesia y existencia cristiana

en la exhortación postsinodal "Sacramentum caritatis"

 

Ramiro Pellitero, es Porf. De la Facultad de Teología Universidad de Navarra, Pamplona (Texto sin notas)

Publicado en SCRIPTA THEOLOGICA 40 (2008/1) 107-124 ISSN 0036-9764

Resumen: El Concilio Vaticano II y el Sínodo de 2005 consideraron la Eucaristía como fuente y culmen de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia. Esta nota aborda la eficacia transformadora de la Eucaristía, según la exhortación postsinodal «Sacramentum caritatis» (22-II-2007). Los dos primeros apartados destacan la «novedad radical» del culto cristiano (que comienza transformando el corazón del cristiano y termina transformando el cosmos) y la Eucaristía como centro del «culto espiritual», que es la vida cristiana en Cristo y en la Iglesia. El tercer apartado se detiene en esa «forma eucarística» de la vida cristiana, para subrayar sus dimensiones eclesial y antropológica, socio-cultural, moral y política, testimonial, liberadora y cósmica.

La Exhortación Sacramentum caritatis, sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia (22-11-2007), se sitúa, como tantos documentos de la Iglesia, no en una perspectiva puramente doctrinal ni tampoco puramente «práctica». Consciente «del vasto patrimonio doctrinal y disciplinar acumulado a través de los siglos sobre este Sacramento» (n. 5), el texto adopta un enfoque teológico-pastoral, para afrontar la relación entre la fe en la Eucaristía, la celebración eucarística y el «culto espiritual», como dimensión esencial de la vida cristiana y del servicio (la caridad) que los cristianos prestan en el mundo.

En efecto, la finalidad declarada del texto es: «Recomendar... que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad» (n. 5). A esa finalidad corresponde su estructura tripartita: la Eucaristía como misterio que se ha de creer, como misterio que se ha de celebrar, como misterio que se ha de vivir. La trilogía fe-celebración-vida es un reflejo de otra trilogía que, según la encíclica Deus caritas est, articula esencialmente la misión de la Iglesia: anuncio de la Palabra de Dios -celebración de los sacramentos- servicio de la caridad (kerygma-martyria, leiturgia, diakonia) (cfr. los nn. 20-25 de la encíclica).

Una de las tesis de fondo de la Exhortación que nos ocupa es la novedad, radicalidad y carácter definitivo del culto cristiano, y cómo debe entenderse y vivirse ese culto, que, en cierto sentido, se identifica con la vida cristiana. Sobre el trasfondo del misterio y de la misión de la Iglesia, la vida cristiana está caracterizada, toda ella, como culto espiritual que se centra en la celebración eucarística.

La relación Eucaristía-vida se desarrolla como tal en la tercera parte: «la Eucaristía como misterio que hay que vivir». En ella se concentra la finalidad pastoral del texto, que desea espolear las conciencias de los cristianos para que vivan plenamente la Eucaristía también en lo que implica con respecto a la vida social.

Dos anotaciones más de la introducción nos interesan:

a) La temática de la relación entre el Misterio eucarístico (fe), el acto litúrgico (celebración) y el nuevo «culto espiritual» derivado de la Eucaristía (caridad) fue señalada por los Padres sinodales en la Proposición primera de las presentadas al Papa.

b) La conexión, expresamente señalada por Benedicto XVI, entre la perspectiva de esta Exhortación y su primera Encíclica «Deus caritas est», en la que subrayaba la relación entre la Eucaristía y el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo (cfr. n. 5).

El núcleo de la relación Eucaristía-vida es, en definitiva, la vida cristiana entendida como culto espiritual. Veamos a continuación cómo se plantea y qué significa esto en la Exhortación Sacramentum caritatis, a lo largo de sus tres partes.

1. Novedad y radicalidad del culto cristiano

Cristo instituye la Eucaristía en el contexto de una cena ritual donde se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, que anunciaba también una liberación futura de la esclavitud y el pecado, « una salvación más profunda, radical, universal y definitivo> (n. 10). La institución de la Eucaristía muestra cómo la muerte del Señor, de por sí violenta y absurda, «se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad» (ibid).

Las palabras de Jesús, «Haced esto en conmemoración mía», no pueden entenderse en el sentido de una mera repetición: «El memorial de total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino propiamente en la Eucaristía, es decir, en la novedad radical del culto cristiano» (n. 11). ¿Por qué novedad radical? Porque Jesús nos encomienda participar de su entrega, cosa que no sucedía en ningún culto anterior al culto cristiano; porque «la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús», «nos implicamos en la dinámica de su entrega». Es aquí donde recurre el Papa a la imagen de la fisión nuclear, que utilizó con los jóvenes en Colonia: en lo más íntimo de la creación se introduce un proceso de transformación de la realidad que, a través de los cristianos, termina por transfigurar el mundo entero, cuando Dios será todo en todos (cfr. ibid., en referencia a 1 Cor 15,28). Es la nueva y eterna alianza en la sangre del verdadero Cordero inmolado,-que comienza transformando el corazón del cristiano y termina transformando el cosmos.

En esa transformación tiene un papel central el Espíritu Santo. Como se manifiesta en la epídesis, gracias al Espíritu de Cristo el pan y el vino, elementos esenciales de ese culto nuevo, se convierten en el cuerpo y sangre del Señor.

La dinámica transformadora de la Eucaristía se introduce así en la historia y en el seno de las culturas (cfr. n. 12).

La Eucaristía es constitutiva del ser y actuar de la Iglesia, que es esencialmente comunión. Y esa comunión se expresa a su vez mediante los sacramentos. Si por medio de la Eucaristía «los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo» (PO 5), mediante los sacramentos «la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios». Se realiza así la dimensión ascendente y descendente de la liturgia cristiana: llevar todas las cosas a Dios, llevar la vida divina a todas las cosas.

Después de explicar la relación entre la Eucaristía y los sacramentos, y de recordar cómo la vida cristiana es un pregustar la felicidad escatológica definitiva, a modo de síntesis de la primera parte se subraya que «la vida cristiana [está] llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dio.» (n. 33). Y de ese culto espiritual, núcleo y quintaesencia del cristianismo, la Virgen María es ejemplo, realización perfecta y signo de esperanza (vid. también n. 96).

La primera parte nos dice, en conclusión, que el culto espiritual, radicalmente nuevo respecto a todos los cultos anteriores de las religiones (también el del Antiguo Testamento, que era el más perfecto), consiste en ofrecer la propia vida con todo lo que comporta, junto con Cristo, a Dios Padre. Qué tiene que ver esto con la celebración de la Eucaristía, es lo que se plantea a continuación.

2. La ofrenda de la propia vida a Dios, a través de Cristo y en comunión con la Iglesia

La clave se ofrece de inmediato: hay en la Eucaristía una Ofrenda y un Sacrificio: Jesús no da simplemente algo de sí mismo, sino que ofrece y entrega toda su vida por nosotros como verdadero Cordero pascual (cfr. nn. 7s). Gracias a la sacramentalidad de la Iglesia, centrada en la Eucaristía, «los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo» (n. 17).

En su segunda parte el documento expone la Eucaristía como «misterio que se ha de celebrar»: quién celebra (Cristo y la Iglesia: Christus totus, en palabras de San Agustín) y cómo debe celebrarse (ars celebrarsdi), la estructura de la celebración y las condiciones para una auténtica participación (actuosa participatio, dice el Concilio Vaticano II), desde el núcleo de la participación interior y en conexión con la adoración y la piedad eucarística.

Con palabras tomadas del Sínodo, se explica el sentido de la presentación de las ofrendas: «En el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre» (n. 47).

En el caso de los enfermos, se apunta que la comunión sacramental refuerza su relación con Cristo crucificado y resucitado, de modo que «podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufiimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor» (n. 58).

Haciendo un paréntesis, vale la pena anotar a este propósito que el cristianismo no es, como algunos dicen, la religión del sufrimiento, sino, en todo caso, la religión del amor y de la vida. No hay en ninguna otra religión, ni en ningún sistema de pensamiento, respuesta definitiva al misterio del dolor y la muerte, que el cristianismo transforma en Vida plena sin quitarle su misterio. San Agustín explicaba que el núcleo del sacrificio (sacrum facere = hacer algo sagrado), del que habla el culto cristiano, no es el dolor, sino el amor como participación de la vida divina. El amor más fuerte que la muerte, afirma ya el Cantar de los cantares, y no sólo para el más allá. El cristianismo da un sentido al dolor y a la muerte porque, ante todo, da un sentido a la vida.

Para una participación fructuosa en la celebración eucarística, además de la confesión -de la que se trata en la primera parte (nn. 20-22)-, se insiste aquí en que «es necesario esforzarse en corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero» (n. 64). Para ello se requiere una educación sobre el sentido de la Eucaristía, es decir, una «catequesis mistagógica». Con ese fin, además de la Eucaristía bien celebrada, se aconsejan tres cosas: interpretar los ritos a la luz de los acontecimientos de la salvación; introducir a los fieles en el lenguaje de los signos y gestos, que, unidos a la palabra, constituyen el rito; «enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo y los compromisos, el pensamiento y el afecto, la actividad y el descanso», sin olvidar la responsabilidad misionera. Se trata de «tomar conciencia de que la propia vida es transformada progresivamente por los santos misterios que se celebran», educar al cristiano como «hombre nuevo» y prepararle para el testimonio que debe dar en el mundo (¡bid.).

En resumen, la segunda parte explica que la Eucaristía es un «misterio que se ha de celebrar» y que para hacerlo adecuada y fructuosamente, es necesaria la ofrenda de la propia vida en unión con el sacrificio de Cristo. De la celebración eucarística nace el culto espiritual que caracteriza, que da «forma» a la vida cristiana.

3. La «forma eucarística» de la vida cristiana y el dinamismo de la caridad

El «culto espiritual» en que consiste la existencia cristiana, se tematiza en la parte tercera. Esta parte viene introducida por el pasaje de Jn 6,57: «El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí». El misterio de la Eucaristía es un misterio que se ha de vivir en el sentido de la Vida íntima de la Trinidad. La Eucaristía viene a comunicar al cristiano esa Vida, para hacerla, reduplicativamente «vida» o «alma», núcleo de la vida cristiana, que se traduce necesariamente en el servicio de la caridad y de la justicia. Veamos cómo lo explica el documento.

3.1 La vida cristiana tiene «forma eucarística» en cuanto «culto espiritual».-. La parte tercera tiene tres secciones, que siguiendo la «lógica» del cristianismo, que es la del Logos-amor, se articulan en tres pasos: a) la vida cristiana, toda ella, tiene «forma eucarística», lo que significa ante todo que es «culto espiritual»; 2) la vida cristiana, anuncia y testimonia lo que en la Eucaristía se contiene: el don de Cristo y la verdad del Amor; 3) la entera existencia cristiana así «eucaristizada», se ofrece no sólo como culto al Padre, sino también al mundo como alimento y germen de solidaridad y liberación definitiva. Nuestro análisis recorrerá sucesivamente estos pasos, no sin antes detenernos en dos conceptos claves: el de «forma eucarística» y el de «culto espiritual».

A. ¿Qué tipo de «forma» y de «culto»?.- En primer lugar cabe preguntarse por el significado de la expresión que encabeza los puntos 70 al 83: «Forma eucarística de la vida cristiana» (Eucharistica vitae christianae forma), y que aparece nueve veces en el texto. La expresión es frecuente en la Relatio ante disceptationem (3-X-2005) del Cardenal Scola: aparece ya al principio y es referida a la Carta que Juan Pablo II dirigió a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, desde el hospital, «enfermo entre los enfermos». Allí decía nada más comenzar:

«Puesto que toda la Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, "forma eucarística'». Dos observaciones saltan a la vista en la frase. Primera, que la expresión «forma eucarística» se refiere ahí in recto a la Eucaristía como «vida» de la existencia sacerdotal (de los presbíteros); in obliquo remite a la Eucaristía como «vida» de la Iglesia.

El examen de las relationes permite decir que, al hablar de «forma eucarística» de la vida cristiana, se quiere significar que la vida cristiana tiene una «estructura sacramental», en el sentido de que surge, vive y se orienta en relación con los sacramentos, teniendo como centro la Eucaristía. También la Iglesia es durante la historia, según el Concilio Vaticano II, «sacramento universal de salvación» (Lumen gentium, n. 48; cfr. n. 1). Dicho de otra manera, la vida cristiana, tanto personalmente como in Ecclesia, es, en Cristo, «signo e instrumento» de salvación para el mundo. En este sentido es fundamental en el documento que nos ocupa el n. 16, titulado la sacramentalidad de la Iglesia.

La expresión «forma eucarística» se refiere, pues, a la vida cristiana como vida en Cristo y en la Iglesia. El iter teológico implícito para esta transposición podría trazarse así: la Iglesia vive de la Eucaristía -la Iglesia es comunidad sacerdotal orgánicamente estructurada (Lumen gentium, 11)- el sacerdocio cristiano (en sus dos formas relacionadas y esencialmente diversas: el sacerdocio ministerial como representación de Cristo-Cabeza, el sacerdocio común de los fieles, como sacerdocio de la propia existencias) vive igualmente de la Eucaristía.

La terminología «forma» no se usa aquí simplemente en el sentido puramente fenomenológico o empírico de «configuración externa de algo», sino más bien como aquello que, apareciendo visiblemente, procede del ser, está impregnado de él, lo muestra y lo comunica según cierta dinámica. Según esto, se puede interpretar que la Eucaristía, como núcleo del culto espiritual, es lo que da forma a la vida cristiana, con toda su belleza y dimensiones.

Sobre ese trasfondo cabe entender la explicación que sugiere el documento al tema del Sínodo, asignado por Juan Pablo II, con palabras del Concilio Vaticano II: «La Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia». En efecto, sólo lo que se sitúa en el orden del ser dispone o capacita para vivir y obrar según ese ser, y se manifiesta en todas las circunstancias y en todos los detalles de la vida, como fuente o raíz y a la vez como meta y culmen al que esa misma vida tiende para realizar ese ser existencialmente. Las realizaciones vitales del ser siempre giran en torno a ese centro del que todos los puntos equidistan en una tensión mantenida y, por más que se extiendan en el espacio y en el tiempo, siguen participando íntimamente de la energía originaria.

Dicho brevemente: porque la Eucaristía a través del culto espiritual es forma de la vida cristiana, tanto el cristiano personalmente como la Iglesia en su conjunto pueden configurarse existencial y socialmente con las características de la celebración eucarística: culto al Padre, anuncio de la fe, servicio al mundo, etc.

Vengamos al culto espiritual que puede entenderse como el verdadero corazón de esa «forma eucarística» de la vida cristiana. El concepto y la realidad del culto espiritual, presente en la teología de los Padres de la Iglesia, está tomado de la Carta a los Romanos, 12,1: «Os exhorto, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: este es vuestro culto espiritual (logiké latreía)» (en otras traducciones: culto razonable).

Siguiendo la Tradición católica, y tal como se ha expuesto en los párrafos anteriores, el Sínodo interpretó que esta ofrenda de sí mismos, los cristianos sólo pueden hacerla desde la Eucaristía. Para superar la frecuente dicotomía entre la celebración eucarística y la vida, es necesaria una plena participación en la Eucaristía que vaya convirtiendo la existencia en comunión y sacrificio, petición y expiación, don gratuito de sí mismo, en Dios, a los hermanos (cfr. Relatio post disceptationem, 6 y 47).

B. Valor eclesial y antropológico del culto espiritual. «Vivir según el domingo».- El documento inscribe la dinámica propia de la comunión eucarística («no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente») en el movimiento de la tractio de Cristo (cfr. Jn 12,32): «Cristo nos alimenta uniéndonos a él; "nos atrae hacia sí"».

Hay en este punto una llamada de atención: «La celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la logiké latreía» (n. 70). En la exhortación de Rom 12,1 el documento ve « la imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia» (n. 70). Se trata de ofrecer la persona incluyendo «el cuerpo»; por tanto, es un culto nada desencarnado. A la vez, es una ofrenda en comunión, pues precisamente por medio de la Eucaristía llegamos a ser «muchos en un solo cuerpo» (San Agustín). La Eucaristía, como sacrificio de Cristo, es también sacrificio de la Iglesia.

De ahí que pueda afirmar la Exhortación: sin duda la forma eucarística de la vida cristiana presenta también una forma (la versión oficial latina dice aquí speciem) comunitaria. En otros términos, «la comunión tiene siempre una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunicación con los hermanos y hermanas» (n. 76). Donde se destruye una de esas dimensiones, se destruye la otra.

Asimismo el documento pone de relieve que la Eucaristía tiene una eficacia integradora: es el sacrificio de Cristo y de la Iglesia, y es también la ofrenda de cada cristiano a Dios y la raíz de su servicio a todas las personas y al mundo. Abarca todos los aspectos y actos de la existencia: pensamientos y afectos, palabras y obras. Ahí queda implicada la inteligencia -es un culto «razonable», ¡con la razonabilidad de Cristo!- y por tanto el espíritu humano, por eso se habla de espiritualidad queda asumido el pensar y el querer, el vivir y el sentir; queda involucrada la conducta y el lenguaje mismo. Todas las dimensiones de la persona en relación consigo misma, con la sociedad y con el mundo.

Con palabras equivalentes se afirma que la Eucaristía posee un valor antropológico pleno. Por tanto «el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado». En el trasfondo del texto están las pretensiones del laicismo combativo en Occidente. «El culto agradable a Dios -continúa- se convierte en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia» (n. 71), pues cada detalle de la vida humana queda transfigurado por la vida divina. Cabe concluir: es precisamente la Eucaristía el culto espiritual que en torno a ella se configura (esa «eucharistica vitae christianae forma»), lo que da unidad a la existencia del cristiano in Ecclesia y hace que sea vida ofrecida al Padre por Cristo en el Espíritu.

A todo esto le llama el documento «vivir según el domingo», con frase tomada de San Ignacio de Antioquía. El domingo no está simplemente para dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días, sino para hacer memoria de la radical novedad traída por Cristo: «El domingo es el día en que el cristiano encuentra esa forma eucarística de su existencia a la que está llamado a vivir constantemente. « Vivir según el domingo quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente» (n. 72). En consecuencia, sin la misa del domingo, peligra la fe y el sentido de la libertad y de la entera existencia cristiana como «nuevo modo de vivir el tiempo, las relaciones, el trabajo, la vida y la muerte» (n. 73). Sin el domingo, es fácil caer en la trampa del individualismo, al que tiende marcadamente el fenómeno de la secularización.

C. Vertiente pública y socio-cultural de la vida cristiana en un tiempo de secularización. Misión de los fieles laicos.- El hecho de que la vida cristiana, entendida desde la Eucaristía, «abarca la vida entera» (n. 77), insiste el texto, tiene hoy un importante significado: «Se ha de reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización, mencionada antes, consiste en haber relegado la fe cristiana al margen de la existencia, como si fuera algo inútil respecto al desarrollo concreto de la vida de los hombres. El fracaso de este modo de vivir "como si Dios no existiera" está ahora a la vista de todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos» (ibid.).

Es interesante el énfasis del Papa en que la vida cristiana, considerada aquí como el nuevo culto espiritual, implica un cambio en el propio modo de vivir, ypensar, tal como pide San Pablo a renglón seguido en el pasaje citado de su Carta a los Romanos (12,2). El verdadero culto espiritual, insiste el Papa, lleva a entender y vivir la vida de un modo nuevo (cfr. n. 77). Se diría, en síntesis, que la Eucaristía es pan para vivir y para cambiar. Por otra parte, sigue diciendo el documento, la Eucaristía instaura un culto que tiene también un carácter intercultural en cuanto que desde ese modo de pensar y de vivir se puede discernir lo que vale más o menos en las culturas.

Puesto que la novedad cristiana es para la vida cotidiana, son los fieles laicos los que en primera línea, están llamados a este culto espiritual, agradable a Dios, «precisamente en las condiciones comunes de la vida», como ya señalaba la Exhortación sobre los fieles laicos de 1988. Por eso, se dice ahora, «han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad», con una particular llamada al matrimonio y a la familia (n. 79). Por lo demás, es coherente que la forma eucarística de la vida cristiana afecte también de un modo propio a la vida sacerdotal y su espiritualidad, y de otro modo también propio a la vida consagrada.

Asentado el principio de la «forma eucarística», se entiende que el culto espiritual se sitúe asimismo en el núcleo de la transformación moran en el sentido de que la participación en la Eucaristía supone que «el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida». Por eso, subraya el Papa con el argumento de la correspondencia al amor, «una eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma». Y pone el ejemplo de Zaqueo (Lc 10,1-10), que tras el encuentro con el Señor decidió restituir cuatro veces más a quienes había robado y dar la mitad de sus bienes a los pobres (cfr. n. 82).

Obviamente, a los laicos afecta de modo particular lo que más adelante denomina coherencia eucarística: «el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe», sobre todo para los que ocupan puestos importantes en la sociedad o en la política, y que deben defender los valores «no negociables» del matrimonio, la familia y el bien común.

3.2. Eucaristía, misión y testimonio cristiano.- Porque la celebración de la Eucaristía es, para el documento, ante todo misterio de fe vivida, es también un misterio que se ha de anunciar. Este apartado (nn. 84 ss) podría haberse puesto en la primera parte, a continuación y como consecuencia de la fe en la Eucaristía. Pero se ha querido subrayar que tanto la misión como el testimonio cristiano proceden de haber participado plenamente en la celebración eucarística: «La exigencia de educar constantemente a todos para el trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado» (n. 86). Y se añade algo muy importante, sobre lo que habremos de volver más adelante: «Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización».

Es, por tanto, la fe vivida, y no sólo conocida más o menos teóricamente, la que se hace misionera: «Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás». Además, «no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios -que envía a su Hijo para la redención del mundo-, tiende a llegar a los hombres». En síntesis, «el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana» (n. 84). No podía ser de otra manera, si cristiano significa ungido por el Espíritu (para continuar la misión de Cristo) y la Iglesia durante la historia se identifica con su misión.

A partir de la comunión eucarística, la primera forma de la misión es el testimonio de la propia vida. En la perspectiva cristiana, y de modo característico para Benedicto XVI, el testimonio se sitúa en el núcleo mismo de la relación entre verdad y amor: «El testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical» (n. 89). La Eucaristía es la fuerza del testimonio cristiano, que viene a ser, por eso, expresión esencial del culto cristiano: «El testimonio hasta el don de sí mismos, hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto espiritua6> (cfr. Rom 12,1).

Paradigmático es el caso de San Policarpo, cuyo martirio es descrito como una liturgia, y el de San Ignacio de Antioquía que, camino del martirio, se consideraba «trigo de Dios» y deseaba llegar a ser «pan puro de Cristo». Esto no se pide a todos los cristianos. Sin embargo -advierte el Papa-, «aun cuando no se requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta disponibilidad» (cfr. Lumen gentium, 42).

3.3. Eucaristía: vida del hombre y del mundo.- La Eucaristía, en cuanto configuradora del culto espiritual, se ofrece no sólo a Dios, sino también al hombre y al mundo, como alimento de verdad, amor y vida. Es «pan partido para la vida del mundo». Esto tiene, según el documento, inmediatas implicaciones sociales y cósmicas. La evangelización, se ha dicho más arriba, comporta necesariamente el esfuerzo por la promoción - humana. Y ese esfuerzo no puede interpretarse sólo en clave sociológica, sino como exigencia del anuncio de la salvación obrada por Cristo (cfr. n. 86).

A. Dinamismo social y liberador de la Eucaristía.- Como actualización sacramental de la entrega misma de Jesús, la Eucaristía abre a la compasión, la misericordia y el amor. Con palabras de la encíclica Deus caritas est, «también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco», pues, «a partir del encuentro íntimo con Dios, que se convierte en comunión de voluntad y alcanza el sentimiento, «aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo», es decir: «hasta el extremo» Jn 13,1). Cada comunidad cristiana, por tanto, ha de abrirse a todos para darles ese «pan partido», que implica «trabajar por un mundo más justo y fraterno». Es, dice el Papa, en el n. 88, como si Cristo nos dijera: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14,16).

A partir de la encíclica se expone el dinamismo social de la Eucaristía, que implica continuamente el ser Iglesia de los cristianos: «No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán». A este respecto, advierte la Exhortación, «hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social». Porque la Eucaristía es el sacramento de la comunión y del amor, hay que derribar los muros de la enemistad y de los enfrentamientos, buscar la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. Y de esta toma de conciencia «nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios» (n. 89). En síntesis, el «sacrificio de Cristo es misterio de liberación que nos interpela y provoca continuamente», para buscar la paz y la justicia, en un mundo marcado por las violencias y las guerras, el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual. Y esto hay que hacerlo no superficialmente, sino precisamente en virtud de este Misterio que celebramos. Recordemos que más arriba se evocaba la liberación cristiana a propósito del domingo (n. 72).

Por tanto, exhorta el texto, no permanezcamos pasivos ante las desigualdades injustas que acrecientan ciertos procesos de globalización. Salgamos del silencio ante tantos prófugos y refugiados que carecen de lo mínimo. Reaccionemos frente al dato de que «menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento seria más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres». Una pobreza que, advierte el Papa, depende mucho más de las relaciones internacionales, políticas, comerciales y culturales, que de circunstancias incontroladas.

De esta manera, «el alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor» (n. 90). Como expresión concreta de ese esfuerzo, vivida desde los primeros cristianos (cfr. Hch 4,32) e institucionalizada con frecuencia en la Iglesia, se señala la disposición a compartir los bienes y ayudar a los pobres, por medio de la «colecta» de la Misa y las obras de beneficencia -en la primera parte se había aludido a la visita a los presos en el contexto de las obras de misericordia-, que son también manifestación del compromiso solidario en el mundo.

También al rezar «danos hoy nuestro pan de cada día», hemos de comprometernos para hacer todo lo posible con el fin de que cese, o al menos disminuya en el mundo, el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas. Y en este punto hay un subrayado: «El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente la propia responsabilidad política y social» (n. 91), para lo que necesita la oportuna educación en la Doctrina social de la Iglesia.

B. Responsabilidad por la creación.- Como estamos viendo, el culto espiritual tiene consecuencias inmediatas en la responsabilidad de los cristianos por el mundo, tanto en el sentido de las realidades temporales (trabajo, familia, cultura, política, etc.), como en el sentido de mundo creado.

«El pueblo cristiano -señalaba el Sínodo-, al dar gracias por medio de la Eucaristía, lo hace en nombre de toda la creación, aspirando así a la santificación del mundo y trabajando intensamente para tal fin». Por eso, dice el documento, «la Eucaristía misma proyecta una luz intensa sobre la historia humana y sobre todo el cosmos», de manera que la forma eucarística de la vida «puede favorecer un auténtico cambio de mentalidad en el modo de ver la historia y el mundo» (n. 92). De este cambio se nos ha hablado continuamente en el texto. Baste ahora traer a colación un pasaje bien explícito: «Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual [12,2], menciona al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar» (n. 77). Ese cambio, según el apóstol, debe llevarnos a discernir en todo momento la voluntad de Dios para cada uno. Ahora el Papa pide una nueva toma de conciencia sobre la tierra como creación de Dios, y por tanto una «fundada preocupación por las condiciones ecológicas» del mundo (n. 92), con la responsabilidad que comporta.

C. Hacia una síntesis.- La tercera parte, que ha ocupado la mayor parte de nuestro análisis, presenta la vida cristiana con una esencial «forma eucarística» y «como culto espiritual» (ofrenda a Dios Padre), subrayando sus dimensiones principales: eclesial y antropológica, socio-cultural, moral y política, testimonial, liberadora y cósmica. Es así como la Eucaristía es, en efecto, sacramentum caritatis.

Cercano al final, el documento insiste de nuevo en su objetivo, bajo sus dos vertientes fundamentales. En primer lugar, la indicada por el tema del Sínodo: «que el memorial de la Pascua del Señor se convierta cada vez más en fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia». En segundo lugar, la subrayada por este documento, como continuación y sobre el trasfondo de la anterior: que cada fiel haga «de su propia vida un verdadero culto espiritual» (n. 93).

Una vez más se enuncia la estructura tripartita que ha servido de marco al texto: «Es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio». Con el don de Jesús en la Eucaristía, la vida cristiana consiste en participar de la vida trinitaria. Pues bien: «El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios» (cfr. Rom 12, l), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria» (n. 94).

La Eucaristía aparece en suma como el centro de ese «vivir el amor» (Deus caritas est, n. 39), que Benedicto XVI viene promoviendo.

4. Implicaciones teológico-pastorales y educativas

Para concluir estas páginas, se ofrecen algunos puntos para la reflexión el trabajo teológico-pastoral.

4.1. Eucaristía, Iglesia y existencia cristiana.-

1. La vida cristiana tiene la novedad y radicalidad del culto espiritual porque, en la medida de la correspondencia a la gracia de Dios, es participación de la vida de Cristo que es, toda ella, culto de amor al Padre en el Espíritu Santo.

2. La vida de Cristo es culto porque es ejercicio de su sacerdocio, desde Belén al Calvario, de modo particularmente intenso en su pasión y resurrección, y también después de su ascensión a «la derecha del Padre». De su sacerdocio participa la Iglesia y en ella cada cristiano, sobre todo en los sacramentos, en torno a la Eucaristía.

3. Lo propio de todo sacerdote, y por tanto del cristiano, es ser mediador entre Dios y los hombres, y ofrecer sacrificios. En la Eucaristía, sacrificio de Cristo y de la Iglesia, Él se ofrece por amor, como sacerdote, víctima y altar (prefacio V de Pascua). Participadamente, el cristiano realiza, en la Eucaristía, la ofrenda de la propia vida en unión con Cristo y en comunión con la Iglesia, para la salvación del mundo.

4. Toda la vida del cristiano -su trabajo, las relaciones familiares y sociales- está llamada a ser un signo e instrumento («sacramento») de la obra redentora de Cristo. Y esto, no por lo que valgan las realizaciones humanas, sino por la presencia de Cristo y la acción del Espíritu Santo en la misión de la Iglesia.

5. De esa fuerza del amor de la Trinidad al hombre, brota siempre la energía que vivifica la existencia ordinaria del cristiano. La Eucaristía celebrada tiene una eficacia transformadora de los hombres y del mundo, puesto que renueva el sacrificio de la Cruz; a la vez, esa eficacia depende, aquí y ahora, de la respuesta del cristiano: de su testimonio y su misión, de su caridad y su promoción de la justicia.

4.2 Implicaciones operativas.-

1. La vida de la gracia aparece como una prioridad en la catequesis y en la educación de la «fe vivida». Esa vida reclama en primer lugar el rechazo del pecado, y, por tanto, el recurso frecuente a la confesión sacramental, a la oración y a los demás medios de santificación.

2. En la educación para la madurez cristiana, hay que prestar particular atención a los sacramentos, explicándolos en conexión vital con la fe, en torno a su propio centro (la Eucaristía) y como fuentes de vida para las personas y el mundo.

3. De una auténtica participación en la celebración eucarística dominical se alimenta la vida cristiana. Ésta se apoya y manifiesta en la oración cotidiana, se entiende y se vive como culto a Dios y servicio a la sociedad, con sus implicaciones morales, socio-culturales, públicas y políticas.

4. De esta manera la Eucaristía se constituye existencialmente, a través de los cristianos, en lo que es de por sí: sacramento del amor. Su energía transformadora depende de la unión de cada cristiano con Cristo, de la comunión con la Iglesia y de la solidaridad con los hombres. Es decir, de la coherencia y valentía para «vivir el amor» con todas sus consecuencias, para anunciarlo y extenderlo en todos los momentos y circunstancias de la vida, y especialmente con los pobres y los más necesitados. Por eso la Eucaristía es pan para vivir y para cambiar.