Autor: Guadalupe
Magaña
Fuente: Escuela de la fe
La Conciencia.
¿Cómo le haremos ver a una persona cuando sus valores, ideas y comportamientos se han apartado de un esquema moral objetivo, si esta persona percibe su alrededor repleto de opiniones distintas a cuantas se le proponen?
Puesto que la
conciencia es centro de la persona y guía de su obrar natural, esfuércense
activamente por formarla recta y madura, temerosa de Dios, abierta siempre al
bien y a las inspiraciones del Espíritu Santo, capaz de discernir lo bueno de
lo malo y de la mentira, y eviten la insinceridad y la inautenticidad, tan
contrarias al espíritu de Cristo.
Pero, ¿Qué es la conciencia? ¿Cómo se forma? ¿Cómo
saber qué tipo de conciencia tiene la persona a quien dirijo y cómo influyen
ciertas corrientes de pensamiento del mundo actual en la formación de su
conciencia? Son temas tan esenciales para una orientadora espiritual que
requerirían todo un libro. Haremos un resumen ilustrativo y práctico a la vez.
1) ¿Qué es la conciencia?
Veamos algunas definiciones tratando de comprender su
contenido:
“Es un juicio de la razón mediante el cual la
persona examina la bondad o malicia de una acción en razón de la relación de
ésta con la norma moral universal, de suerte que todo hombre esté en situación
de realizar en el modo singular e irrepetible que le es propio, las exigencias
de la verdad objetiva de su ser personal como tal” (C. Caffarra en Vida en
Cristo. EUNSA. Pamplona. 1988 p. 114).
“Es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre,
en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo de aquélla” (Documentos del Vaticano II, Const. Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual, GS, n. 16).
“Es la capacidad de percibir el bien y el mal y de
inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y evitar el mal”.
“Es la “anamnesis” (memoria) del Creador (Card.
J. Ratzinger, Verdad, valores, poder. Rialp. 2ª ed. Madrid 1998. Págs
64-71).
“La conciencia es un juicio de la razón por el que
la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa
hacer, est á haciendo o ha hecho”) (Catecismo de la Iglesia Católica, Asc.
Editores del Catecismo, España, 1992, n. 1778, p. 404).
La conciencia formada rectamente garantizará la
realización personal. En cambio, una conciencia deformada donde se anidan la
doblez, la insinceridad y la hipocresía, se convertirá en fuente de división
interior, de tinieblas, de zozobra y de fracaso.
2) Funciones de la conciencia.
a. Percibir el bien y el mal como algo por hacerse o
evitarse. Por ejemplo, un joven invitado a ver una película pornográfica, si
tiene una conciencia formada se dará cuenta que “no está bien hacerlo”; pero
si no la tiene formada dirá “no hay nada de malo, todo el mundo las ve”.
b. Impeler a hacer el bien y evitar el mal (fuerza que
lleva a la acción). En el primer caso sentirá la fuerza para elegir «no voy»,
mientras que en el segundo dirá «voy»; y
c. Emitir juicios sobre la bondad o maldad de lo
hecho; en la conciencia bien fo rmada habrá aprobación y paz subsecuentes al
hecho de haber elegido objetivamente el bien, o sobrevendrá el remordimiento y
la desaprobación si no eligió conforme al juicio de su conciencia.
En la conciencia se dan dos tipos de juicios: el
juicio de discernimiento (juzgo la bondad o malicia del acto: «ver una
película pornográfica está mal porque no presenta la verdad sobre la
sexualidad humana rebajándola y fomentando en mí la impureza») y el juicio de
elección (puesto que está mal, opto: «no veré la película pornográfica aunque
mis amigos me ridiculicen»). En el juicio de discernimiento interviene y se
pone en juego la razón iluminada por principios de la ley natural o de la ley
positiva; en el juicio de elección, la voluntad movida por valores, ideales.
La razón queda iluminada por la virtud de la fe; la voluntad se mueve por la
virtud de la caridad: el amor.
3) ¿Cómo se forma?
Como hemos podido constatar, la conciencia no es una
facultad d iversa de la razón y la voluntad; por lo tanto, formando éstas como
indicábamos en el apartado correspondiente, formaremos la conciencia.
Resumiendo, diríamos:
a) Buscar que la fe y la verdad objetiva guíen la
razón: verdad del ser, del pensar, del actuar.
b) Formar la voluntad en el amor al bien objetivo por
encima del bien egoísta; el bien moral por encima del bien útil o placentero
de las pasiones, de los sentimientos y de los afectos desordenados.
c) Hacer de Jesucristo el criterio, centro y motor de
la conciencia.
d) Atender a las inspiraciones del Espíritu Santo.
e) Y puesto que la vocación a la vida religiosa es un
llamado para una misión, aquí entra de lleno, como preocupación esencial en la
formación de la conciencia, el cumplimiento de la misión. "Es bueno cuanto me
ayuda a cumplir la misión y es malo cuanto me aparta de ella”.
Como algo más práctico, podemos enseñar a hacer bien
los exámenes de conciencia, preparar bien las direcci ones espirituales, hacer
buenas confesiones, seguir los programas de vida y ayudar siempre a tener
presente la invitación de Jesucristo: “vigilad y orad”.
4) ¿Por qué es importante formar la conciencia?
Porque Dios la ha dado al hombre como medio para
conocer y realizar su voluntad santísima, alcanzando así su último fin.
Porque, como decíamos en la definición, en la conciencia el hombre escucha la
voz de Dios y se abre a ella o se cierra. Por tanto, la conciencia diferencia
al hombre de los seres inferiores, y lo constituye en persona humana libre y
responsable de sus actos. En consecuencia, alcanza una importancia vital el
formarla recta, delicada e insobornable.
"Cuando un hombre forma una conciencia recta y
alcanza un buen grado de madurez, automáticamente tenemos al hombre justo,
responsable, trabajador, exigente consigo mismo. Podrá tener, como creatura
débil que es por naturaleza, caídas y momentos de debilidad, pero su misma
conciencia le ayudará a rectificar rápidamente y a seguir su camino con nuevos
bríos. No permite la corrupción del principio, señal inequívoca de la
corrupción de la conciencia, ni se hace su ascética y su moral personal. El
hombre recto sabe dar a Dios lo que es de Dios y al prójimo lo que es del
prójimo, ama la verdad y vive en ella; ama la justicia y detesta la iniquidad;
es fiel en sus compromisos con Dios y con los hombres; guarda y mantiene la
palabra dada; es auténtico y vive la propia identidad...
Ocupando las veces del divino Maestro, el orientador
moral nos escucha en un clima de fe: analiza junto con nosotros nuestra
situación personal, con sus logros y proyectos, con sus conflictos y
posibilidades; repasa con nosotros el plan de Dios, el Evangelio, colaborando
con el Espíritu Santo a modelar nuestra conciencia. Supone, por parte nuestra,
una actitud de fe sobrenatural, de madurez humana, de honestidad, de rectitud,
sin buscar paliativos o sofismas - de edad, sa ber o santidad propias- de
confianza, de claridad y de responsabilidad".
Pero para formar la conciencia en la dirección
espiritual se considera como algo imprescindible la apertura y la sinceridad
del dirigido. Ordinariamente existe una resistencia natural a manifestar la
propia conciencia y el propio estado de ánimo. Con quien asiste a la dirección
espiritual sólo por cumplir con un compromiso o buscando una compensación
afectiva o sentimental, tendremos necesidad de mucha paciencia; deberemos
tratarle con prudencia, sin presionarla, pero motivándola y haciéndole ver los
beneficios de la dirección espiritual en su vida, dando el tiempo necesario
para que logre formar su conciencia de acuerdo con las exigencias del
Evangelio.
También deberemos evitar el infantilismo. Este
consiste en actuar solamente bajo las indicaciones del orientador espiritual
sin ninguna convicción personal. La orientadora espiritual ha de propiciar la
madurez humana de su dirigida, de formar rectamente su conciencia y hacerle
interiorizar los principios cristianos y de concretizados en las
Constituciones y reglamentos; de que adquiera autonomía, seguridad personal e
independencia frente a los ambientes favorables o adversos, y así puedan sacar
de la propia interioridad el sentido, la motivación y la dirección de sus
acciones y comportamientos.
5) ¿Cómo conocer el tipo de conciencia que tiene mi
dirigida?
La conciencia debe formarse recta y cierta. Debe «amar
hacer el bien y hacerlo bien». De aquí podemos partir para ver cómo es la
conciencia de nuestros dirigidos y cómo ayudarles.
a) En relación a la razón. ¿Cómo son sus criterios?
¿Están iluminados con doctrina buena: Evangelio, Magisterio, mandamientos, ley
natural? Tendrá conciencia recta. Por el contrario, ¿su razón ha sido
oscurecida por la ignorancia, el relativismo moral, el utilitarismo, el
hedonismo, los malos ejemplos, el permisivismo? Si es así, sus juicios le ll
evarán al error y sus elecciones equívocas no le conducirán a su realización
humana y cristiana. Su conciencia será falsa, laxa o escrupulosa, legalista,
liberal. Puede existir también la conciencia dudosa por no tener claros los
principios, para actuar hay que salir de la duda.
b) En relación a la voluntad. Puede tener claros los
principios y hacer juicios rectos, pero... ¿Los sigue? ¿Por qué no? ¿Dónde
radica su falta de voluntad? ¿Orgullo y rebeldía? ¿Falta de abnegación y de
amor? ¿Afectividad no formada? ¿Miedo al qué dirán o a ir contracorriente? De
aquí brotan las conciencias deformadas, adormecidas, domesticadas, farisaicas.
Si por el contrario permanece fiel a su conciencia, tendremos una conciencia
madura, auténtica y delicada.
c) A nivel de «opción fundamental». ¿Qué ama con todo
su corazón? ¿Ha optado por amar a Dios por encima de todo? ¿Está anclado y
decidido a cumplir la voluntad de Dios en su vida? ¿Qué tipo de persona busca
ser? Su amor constitu irá el peso de la balanza que guíe sus decisiones.
La manifestación de la conciencia es la materia propia
de la dirección espiritual: exponer el modo de proceder, los criterios, los
deseos surgidos en el interior, las opciones hechas con la intención de
ordenarlos a la luz de Dios. No a todas las personas les resulta fácil hablar
de cuanto llevan dentro. A unos les da vergüenza y esquivan hablar de aspectos
personales; otros se quedan en vaguedades; y no faltan quienes se sienten
insatisfechos si no cuentan hasta los más mínimos detalles y circunstancias.
Tarea propia de la orientadora espiritual será ayudar a unos y otros a abrirse
con sencillez, claridad y equilibrio.
¿Cómo se puede ayudar a alguien en la manifestación de
conciencia? En realidad, aunque parezca fácil decirlo, no hay recetas mágicas.
Una técnica para ayudar a los tímidos, consiste en crearles, sobretodo en las
primeras citas, un ambiente de amistad y de interés por sus personas, familia,
ocupa ciones, vida pasada. El dirigido, al hablar de tales cosas, dejará salir
cuanto lleva en su corazón. A los que son prolijos, detallistas y quieren
contar hasta el mínimo detalle, les dejaremos explayarse en la primera cita,
pero luego, poco a poco, se les ayudará a discernir lo importante y a ser
breves.
También hay que considerar el caso de quienes eluden
sus verdaderos problemas por vergüenza. Necesitan sentir confianza en la
orientadora espiritual, pues de lo contrario nunca se abrirán; incluso a veces
esperarán la intuición de la orientadora espiritual sobre su situación y
querrán que ella dé el primer paso, deberá hacerlo con delicadeza,
indirectamente, hasta provocar en la dirigida el valor necesario para decir lo
que tanto le cuesta.
En ocasiones las cosas no se dicen directamente,
debemos aprender a captar esto. Implica advertir entre la narración de los
hechos, algunos referidos sin ningún énfasis pero que manifiestan aspectos
relevantes de la situaci ón. ¿Qué hacer en esos casos? La orientadora tiene
necesidad de dar un nuevo enfoque al análisis de la situación; debe proceder
suavemente hacia ese nuevo enfoque con alguna pregunta oportuna que esclarezca
tales aspectos.
En este punto surge una duda: ¿Conviene hacer
preguntas o basta atenerse a lo manifestado? Cuando la orientadora espiritual
no le consta la certeza de obtener una buena interpretación de su pregunta, o
cuando exista el riesgo de escandalizar con la misma, debe abstenerse en ese
momento. Pero, por el contrario, si ya se tiene confianza, puede preguntar con
tranquilidad, pero siempre con delicadeza y respeto.
Debemos ver el valor real de lo que se dice. A veces
la orientadora deberá recordar que muchas veces las palabras usadas por la
dirigida no son un reflejo exacto de la situación real. Por ejemplo, en los
casos de mucho dolor y emotividad, en los casos donde hay pasión, rencor, ira,
las expresiones usadas por la dirigida pueden ser extremas , expresión más del
estado anímico que de la situación real. De ahí la necesidad de la orientadora
espiritual de saber interpretar el lenguaje, mejor dicho, de interpretar el
género del lenguaje, el estilo del lenguaje. La orientadora tratará de
entender el contexto del estado de ánimo actual de su dirigida, porque
seguramente a medio día ya habrán cambiado las cosas. La orientadora
espiritual debe exigirse a sí misma este esfuerzo de interpretación.
6) Influencia de ciertas corrientes del pensamiento
actual sobre la formación de la conciencia.
La contradicción entre lo que se cree y lo que se vive
resulta cada vez más frecuente en la vida de numerosos personas. Pero, además
de esta incoherencia arrastrada por las personas a través de los siglos, hoy
se dan fenómenos muy preocupantes, como el relativismo moral y doctrinal
causadas por el utilitarismo, el hedonismo o por determinadas corrientes de
pensamiento liberal y de esto tampoco están exentas las muj eres consagradas.
Penetremos un poco en el relativismo moral dada su
actualidad en la vida de muchas personas, y su presencia destructora, aún en
ambientes y grupos que se denominan «católicos». Un cristiano auténtico y
coherente con su fe, debe tener una actitud de comprensión ante los hechos
negativos de la vida de quienes le rodean, pero nunca debe justificar el mal.
No debe condenar al pecador, pero sí el pecado y las estructuras de pecado.
Para un buen número de personas la verdad moral es
relativa. No creen en la existencia de normas morales universales, cada uno se
forma su propia opinión o se guía por el pensar de la mayoría. Se ve la
conciencia como «creadora» de la verdad y no como «servidora» de la verdad
inscrita en lo más íntimo del ser del hombre por haber sido creado a imagen y
semejanza de Dios. Esta ruptura entre libertad y verdad, entre el juicio moral
subjetivo y la bondad o maldad objetiva de las cosas, hace al hombre esclavo
de sus pasiones, de sus opiniones y crea una sociedad caótica. Por eso se ha
llegado a justificar o a legalizar lo que es intrínsecamente malo, por ejemplo
el aborto, la eutanasia, las relaciones sexuales prematrimoniales, los
matrimonios entre homosexuales, etc. “Se hace un derecho lo que es un
delito” ha dicho Juan Pablo II en relación al aborto. (Se recomienda leer
los documentos “Evangelium vitae” y “Veritatis Splendor” de S.S. Juan
Pablo).
El lenguaje se pervierte y se manipula, se le vacía de
significado real. Por ejemplo, si preguntamos a una pareja si se aman, aparece
la duda sobre la interpretación que darán al «amor». ¿Qué significado se da a
esta palabra? Desgraciadamente las respuestas pueden ser totalmente
contradictorias.
Nos encontramos envueltos en una gran confusión de
valores sobre la educación, la vida conyugal y familiar y en la vida religiosa
estos gérmenes tratan de introducirse y contaminar a las almas consagradas en
una exaltación de la lib ertad como ausencia de normas y de referencia al
absoluto y trascendente. Se llega a proclamar el derecho de cada quien a
construir su vida en conformidad con su propia verdad, llegando hasta matar al
inocente o ir en contra de las leyes naturales. El Papa Juan Pablo II, gran
defensor de la dignidad y de la verdad del hombre, denuncia al siglo XX como
una nueva época de la Torre de Babel; una época en la cual la sociedad no se
entiende, precisamente porque cada hombre tiene el lenguaje que le interesa.
¿Cómo le haremos ver a una persona cuando sus valores,
ideas y comportamientos se han apartado de un esquema moral objetivo, si esta
persona percibe su alrededor repleto de opiniones distintas a cuantas se le
proponen? Recurriendo a las fuentes de la verdad ya mencionadas. En este
sentido, debemos agradecer a Dios por la Iglesia y su Magisterio auténtico.
Defensora y servidora de la verdad, la Iglesia no «impone», más bien defiende
la dignidad de la persona humana y el bien de la sociedad.