La perspectiva política y social en el “Compendio del Catecismo de la Iglesia católica”

 


Eduardo A. González

www.san-pablo.com.ar

 


¿Qué compendia el Compendio del Catecismo en los temas de la doctrina social de la Iglesia católica? ¿Dónde aparecen los acentos? ¿Cuáles son sus referencias y antecedentes? ¿Qué aportan a la pastoral y a la praxis liberadora que lleva a cristianos y cristianas a transformar las estructuras políticas y sociales?

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontifico Consejo Justicia y Paz y el más reciente Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (en adelante CC) fueron presentado en su edición argentina en el año 2005. Una de las novedades de ese Catecismo y de su Compendio, es que dedica numerosas páginas al abordaje de los temas que pertenecen específicamente a la dimensión social y política de la fe, tal como son presentados por la Doctrina Social de la Iglesia.

Esta formulación tiene un antecedentes en la exhortación apostólica de Juan Pablo II Catechesi Tradendae, conclusión del Sínodo sobre la catequesis que había convocado Pablo VI poco antes de su muerte: “La catequesis tendrá el cuidado de no omitir, sino iluminar como es debido, en su esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna y las luchas por la justicia y la construcción de la paz” (Catechesi Tradendae, 29).

¿Qué compendia el Compendio?

Como lo indica su nombre, el Compendio, al igual que todas las obras que sintetizan doctrinas, como los manuales, los vademécum, e incluso las enciclopedias y diccionarios temáticos, se ven obligados a privilegiar los principales aspectos de los temas que han de resumir, y al mismo tiempo deberán prescindir de mencionar aquellos tratados más extensos y completos que los autores juzgan conveniente remitir. En la presentación dice Benito XVI: “El Compendio que ahora presento a la Iglesia Universal, es una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia Católica. Contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia, de manera tal que constituye una especie de vademécum...”.

En lo referido a la Doctrina social de la Iglesia, la presentación del Compendio puede agruparse en torno a tres núcleos temáticos: 1) los primeros fundamentos bíblicos de la Doctrina social de la Iglesia, 2) los aportes de la formulación del Decálogo a la catequesis social y a la situación actual y 3) la realización del reino de Dios en su dimensión histórico-trascendente.

Los fundamentos bíblicos de la doctrina social

Las primeras citas bíblicas del CC sirven también como antecedentes fundamentales de la enseñanza social de la Iglesia Católica ya que partiendo de la promesa formulada a Abraham (Gn 12, 3; 17, 5), “Dios forma a Israel como su pueblo elegido, salvándolo de la esclavitud de Egipto, establece con él la Alianza del Sinaí y le da su Ley por medio de Moisés” (CC 8). La experiencia de la salida de la tierra de la esclavitud egipcia, y el paso por el mar que protege a los liberados y hunde a los opresores, así como los vínculos sociales con los que las normas del Decálogo preparan el futuro religioso-político en la tierra conquistada es celebrado por los israelitas en la Pascua y en otras fiestas claramente establecidas.

El enunciado del Sinaí desplegará sus potencialidades según las proclamas de los profetas y llegan a su síntesis en la formulación que nos trasmiten los evangelios. “Jesús interpreta la Ley a la luz del doble y único mandamiento de la caridad que es su plenitud: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37. 40)” (CC 435).

Además, desde la perspectiva del relato del Génesis, “el hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador” (CC 55).

El origen que a partir de los estudios del genoma humano permite comprobar con mayor exactitud la procedencia de la especie humana de un tronco común, nos permite hablar de una “comunidad biológica”. Desde el punto de vista de la ética social se afirma una unidad de la familia humana que tiene también un fundamento bíblico-teológico según menciona Pablo de Tarso en el discurso en el Areópago de Atenas. “Todos los hombres forman la unidad del género humano por el origen común que les viene de Dios. Además Dios ha creado ‘de un sólo principio todo el linaje humano’ (Hech 17, 26). Finalmente, todos tiene un único Salvador y todos están llamados a compartir la eterna felicidad de Dios.” (CC 69). Por eso también “todos los hombres gozan de igual dignidad y derechos fundamentales...” (CC 412).

Una libertad divina, creadora de hijos e hijas libres

La catequesis tradicional ha mencionado las Dos Tablas del Decálogo, reservando a la primera tres mandamientos referidos a la relación con Dios, su adoración y culto. Pero al comenzar su enunciado por “Yo soy el Señor tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud” (Éx 20, 20), se abre la perspectiva del Dios de la libertad que quiere hijos libres de opresión personal y social, comenzando por la opresión religiosa que es la más alienante de todas. Así a partir del Concilio Vaticano II se afirma que “en materia religiosa, nadie sea forzado a obrar contra su conciencia, ni impedido a actuar de acuerdo con la propia conciencia...” (CC 444). De ahí que además del politeísmo, “con el mandamiento ‘No tendrás otro dios fuera de mí’ se prohíbe... la idolatría, que diviniza a una criatura, el poder, el dinero, incluso al demonio… ” (CC 445).

El ídolo de oro que Aarón presentó a los israelitas cansados de aguardar el regreso de Moisés, y el oro idolatrizado por el “imperialismo internacional del dinero” (Pío XI, en Quadraggesimo Anno) que promete felicidad, éxito y eterna juventud nunca estuvieron tan cercanos en su simbología. ¿Acaso las violentas guerras llamadas “mundiales” y las que aparecen más restringidas a zonas de Asia y África no han sido producidas por líderes cruelmente idealizados en sus omnipotentes decisiones con el fin de apoderarse con la fuerza de las armas de regiones de abundantes riquezas necesarias actualmente para las grandes producciones industriales?

El descanso semanal de un pueblo libre y solidario

En lo referente al culto, la relación entre la Creación, el camino de la libertad iniciado en el Éxodo y la Alianza del Sinaí tiene una expresión litúrgica que en la Biblia no se refiere tanto al cumplimiento de determinados ritos semanales, sino al “descanso sabático”, es decir a un día en que todos imiten la alegría del Dios que es capaz de “dejar de trabajar” y de cuidar hasta en los más mínimos detalles la ausencia de la explotación en el trabajo cotidiano. Es una memoria que “recuerda” pero que al mismo tiempo “actualiza” el pasado para que sus valores sigan presentes. “Dios ha bendecido el sábado y lo ha declarado sagrado (Éx 20, 11) porque en este día se hace memoria del ‘descanso de Dios’, el séptimo día de la creación, así como de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y de la Alianza que Dios hizo con su pueblo” (CC 450).

La celebración de la Eucaristía –memorial de la pascua del Señor muerto y resucitado– el domingo llevó a dar relevancia a ese día en las regiones de mayor influencia del cristianismo. Su resonancia social, sobre todo a partir de la revolución industrial, como “descanso semanal” constituye una conquista que se incorpora a los derechos de los trabajadores y a una de las exigencias de la justicia social. “Es importante que el domingo sea reconocido civilmente como día festivo, a fin de que todos tengan la posibilidad real de disfrutar del suficiente descanso y del tiempo libre que les permitan cuidar la vida religiosa, familiar, cultural y social; de disponer de tiempo propicio para la meditación, la reflexión, el silencio y el estudio, y de dedicarse a hacer el bien, en particular en favor de los enfermos y de los ancianos” (CC 454).

La “segunda” tabla del decálogo y la práctica de la justicia

La “segunda” tabla del Decálogo es presentada bajo la síntesis con la que Jesús de Nazaret presentó el mandamiento del amor a Dios y el del “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

En el Cuarto Mandamiento (“Honrarás a tu padre y a tu madre”) los temas de la doctrina social se encuentran mencionados sobre todo al final ya que por una tradicional extensión se refieren a las autoridades políticas, “el amor y servicio de la patria, el derecho y el deber del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el derecho a una crítica constructiva. El ciudadano no debe en conciencia obedecer cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del orden moral” (CC 463 y 464).

En el Quinto Mandamiento (“No matarás”) se afirma que “la vida humana ha de ser respetada porque es sagrada. Desde el comienzo supone la acción creadora de Dios” (CC 466) y a partir de allí se explica “la legítima defensa de la persona y de la sociedad” (CC 467), el valor de la pena para defender el orden público y contribuir a la corrección del culpable (ver CC 468 y 469). Se menciona la “guerra y su acción defensiva” (CC 483) pero se advierte que para evitar los enfrentamiento bélicos “para la paz del mundo se requiere la justa distribución y la tutela de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto a la dignidad de las personas humanas y de los pueblos y la constante práctica de la justicia y de la fraternidad.” (CC 482) Surge el desafío educativo, catequístico y pastoral de proponer una educación “como práctica de la justicia y de la fraternidad” de tan amplia difusión como la que tuvo en el período setentista la obra de Pablo Freire: “La educación como práctica de la libertad”.

Es el Séptimo Mandamiento (“No robarás”) el que aparece de máxima importancia para la Doctrina social de la Iglesia ya que “la Iglesia encuentra también en este mandamiento el fundamento de su doctrina social, que comprende la recta gestión en la actividad económica y en la vida social y política, el derecho y el deber del trabajo humano, la justicia y la solidaridad entre las naciones y el amor a los pobres” (CC 503). Por eso, después de mencionar el destino y distribución universal de los bienes, a los que se subordina el derecho de propiedad, se extiende exhaustivamente sobre el contenido de la Doctrina social de la Iglesia, la intervención de la Iglesia en materia social, las ideologías opuestas, como el comunismo y el capitalismo, el trabajo, la función del Estado en la protección de los derechos, el respeto ecológico, el legítimo recurso a la huelga, la justicia y la solidaridad entre las naciones y participación de los cristianos en la vida política y social, inspirados en el amor preferencial por los pobres, que caracteriza a los discípulos de Jesús (ver CC 503-520) y que, es conveniente agregar, en América latina esos discípulos son, en su mayoría, también pobres.

La realización histórica del reino de Dios

El tema del reino de Dios, tan claro en la predicación de Jesús de Nazaret ha sido revitalizado por la teología posconciliar, por los teólogos de la liberación y a nivel del Magisterio sobretodo por Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: “Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios, tan importante que en relación a él, todo se convierte en ‘lo demás’, que es dado por añadidura. Solamente el reino es absoluto y el resto es relativo” (Evangelii Nuntiandi, 8). Su anuncio es también la tarea misionera de la comunidad de los creyentes en el Resucitado. “La Iglesia tiene viva conciencia que las palabras del Salvador ‘es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades’ se aplica con toda verdad a ella misma” (Evangelii Nuntiandi, 14).

Ligado durante mucho tiempo sólo a la presencia de la gracia en cada creyente con un acento demasiado individualista y reservado para “la otra vida”, ha adquirido últimamente también una resonancia social y una dimensión de presencia en el hoy de la historia humana. El CC lo trata sucintamente al explicar la petición de la oración del Padre Nuestro, introducida por la pregunta “¿Qué pide la Iglesia cuando suplica ‘Venga a nosotros tu Reino’?”. La respuesta abarca el destino escatológico trascendente de toda la humanidad y el crecimiento del Reino en la tierra; la santificación humana y la tarea cotidiana de construir arduamente la paz, la justicia y la solidaridad con en el espíritu del mensaje del Sermón de la Montaña: “La Iglesia invoca la venida final del Reino de Dios, mediante el retorno de Cristo en la gloria. Pero la Iglesia ora también para que el Reino de Dios crezca aquí ya desde ahora, gracias a la santificación de los hombres en el Espíritu y al compromiso de éstos al servicio de la justicia y de la paz, según las Bienaventuranzas. Esta petición es el grito del Espíritu y de la Esposa: ‘Ven, Señor Jesús’”. (CC 590).

Es también en el contexto de las peticiones del Padre Nuestro que puede precisarse el sentido de la búsqueda de la justicia y de la paz con las expresiones de la solidaridad cotidiana. Al interrogantes sobre el sentido de la petición Danos hoy nuestro pan de cada día se responde con la dimensión teologal del pedido y su concreción en el obrar humano que puede resumirse en el refrán popular “A Dios rogando y con el mazo dando”: “Al pedir a Dios, con el confiado abandono de los hijos, el alimento cotidiano necesario a cada cual para su subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es bueno, más allá de toda bondad. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros” (CC 592).

El reino de Dios, los cielos nuevos y la tierra de la justicia

El reino incluye una dimensión de transformación de la materia expandiéndose en vida y en galaxias y, expresada con la categoría simbólica de “estremecimiento cósmico” para planificarse en su consumación. “Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios” (CC 134, que remite al Catecismo de la Iglesia Católica 677).

Esta culminación de las realidades del universo que según las actuales teorías científicas comenzaron con el estallido del “big bang”, irrumpe en las leyes de la naturaleza que conocemos. “No se ve ninguna razón para que los cristianos que profesan en el credo la resurrección de la carne, se tuvieran que quedar por detrás de pensadores marxistas como Bloch y Marcuse, que con toda energía aguardan que de un mundo nuevo resulte también un estado nuevo de la materia” (J. Ratzinger).

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el lugar mencionado, cita los versículos de la Segunda Carta de Pedro, dónde con densas imágenes apocalípticas se invita a una conducta que muestre que se está “esperando y acelerando la venida del Señor”, porque de acuerdo con su promesa, “esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia” (ver 3, 11-14). Con su comportamiento, los cristianos y cristianas “impregnan el mundo con el espíritu del Evangelio y apresuran la venida del Reino de Dios” (CC 433). Cuando ello ocurra será posible modificar la clásica expresión que refleja la tensión histórico-escatológica “ya, pero todavía no” con la exclamación definitiva: “¡ahora ya está!”.