Autor: José Miguel Cejas | Fuente:
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La "contradicción de los buenos"
Es una de las contradicciones más desconcertantes que pueden sufrir los hombres de Dios
¡Mala señal!
La llamada "contradicción de los buenos" es una de las contradicciones más
desconcertantes que pueden sufrir los hombres de Dios, porque proviene del
interior de la propia Iglesia y la llevan a cabo personas de fe, convencidas
habitualmente de la bondad de sus actuaciones.
Produce la confusión de personas bienintencionadas, con frecuencia miembros de
la Jerarquía eclesiástica. "Ellos no les parece que van contra Dios -escribía
Santa Teresa- porque tienen de su parte los prelados"´.
Pero no por desconcertante esta contradicción deja de ser habitual, sobre todo
en los comienzos de las instituciones eclesiásticas, del tipo que sean.
Milcent recuerda que cuando Juana Jugan tenía recogidas sólo doce ancianas,
"al lado de muchas simpatías, tuvieron ya entonces algunas críticas muy
acerbas".
Esas críticas procedían habitualmente de personas piadosas. "Contradicción de
buenos, hijas -comentaba san Enrique de Ossó-. ¡Una obra sin contradicción,
mala señal!" Apuntaba el Fundador de la Compañía de santa Teresa de Jesús que
la mayoría de las instituciones de la Iglesia han padecido, de un modo u otro,
esta contradicción. "Uno de los mayores trabajos era el que había padecido que
es contradicción de buenos", decía san Pedro de Alcántara de santa Teresa de
Jesús.
Un ejemplo de "contradicción de buenos" es el que protagonizó Manuel Santaella,
el buen sacerdote que tanto hizo sufrir a santa María Micaela, porque se creyó
durante algún tiempo las numerosas falsedades que se contaban de la Santa.
"Se creyó las calumnias que se dijeron de mí -escribía la Santa-, me trató muy
mal en una ocasión y le perdoné. Cuando se desengañó de que era falso lo que
se decía de mí, sentía no poder resarcirme los perjuicios y disgustos"
Santa Micaela alude en su Autobiografía a muchos de estos detractores, que con
frecuencia se arrepentían: "Fui a las arrepentidas a ver qué me quería
-escribe aludiendo a Sor Regis, una religiosa que la difamó duramente durante
una época-: pedirme perdón, en la plaza pública para reparar tantas calumnias
y perjuicios causados por ella; la dije que yo todo lo había sufrido por
Dios".
Pidiendo perdón por tener razón
No le fue fácil a santa Teresa, como recuerda en el Libro de la Vida y el
Libro de las Fundaciones, llevar a cabo la reforma carmelitana. Le llovieron
insultos, penalidades y contradicciones de todo tipo.
"Yo digo a vuestra reverencia -le escribía a la M. María de San José, de
Sevilla, el 22 de octubre de 1577- que pasa aquí en la Encarnación una cosa
que creo que no se ha visto otra de la manera. Por orden del Tostado vino aquí
el provincial de los calzados a hacer la elección, ha hoy quince días; y traía
grandes censuras y descomuniones para las que me diesen a mí voto.
Y con todo esto a ellas no se les dio nada, sino como si no las dijeran cosa
votaron por mí cincuenta y cinco monjas, y a cada voto que daban al
provincial, las descomulgaba y maldecía y con el puño machucaba los votos y
les daba golpes y los quemaba. Y déjolas descomulgadas ha hoy quince días y
sin oír misa ni entrar en el coro, aun cuando no se dice el oficio divino, y
que no las hable nadie, ni los confesores ni sus mismos padres.
"Y lo que más cae en gracia es que otro día después de esta elección machucada
volvió el provincial a llamarlas que viniesen a hacer elección, y ellas
respondieron que no tenían para qué hacer más elección, que ya la habían
hecho. Y de que esto vio, tornólas a descomulgar y llamó a las que habían
quedado, que eran cuarenta y cuatro, y sacó otra priora y envió al Tostado por
confirmación.
"Ya la tienen confirmada y las demás están fuertes y dicen que no la quieren
obedecer sino por vicaria. Los letrados dicen que no están descomulgadas y que
los frailes van contra el concilio en hacer la priora que han hecho con menos
votos. (...) No sé en que parará" .
Aquello "paró" en una contradicción que alborotó a toda Castilla. "Son tantas
las cosas -escribía la Santa- y las diligencias que ha habido para
desacreditamos, en especial al Padre Gracián y a mí (que es adonde dan los
golpes) -le escribía a D. Teutonio de Braganza, Arzobispo de Evora- y digo a
vuestra señoría que son tantos los testimonios quede este hombre se han dicho,
y los memoriales que han dado al rey y tan pesados (y de estos monasterios de
descalzas) que le espantaría a vuestra señoría, si lo supiese, de cómo se pudo
inventar tanta malicia" .
El nuncio Sega la calificó de "fémina inquieta y andariega, desobediente y
contumaz" y dijo “que los monasterios que he hecho -le comentaba la Santa al
P. Hernández- ha sido sin licencia del Papa ni del general, mire vuestra
merced qué mayor perdición ni mala cristiandad podía ser"´.
Era tal el clima de animadversión que cuando la Santa quiso fundar el convento
de San José, tanto el clero como otras órdenes religiosas comenzaron a
atacarla violentamente: "sacerdotes, monjas y frailes -escribe Marcelle
Auclair en su biografía de la Santa- se sentían amenazados por este tipo de
iniciativas, sobre todo en tiempos de necesidad y pobreza crecientes. ¿No
había ya en Ávila conventos más que suficientes para tener que repartir las
limosnas todavía con otros?
En la iglesia de Santo Tomás, un predicador la tomó con ella durante un sermón
y se puso a tronar contra ciertas monjas que `si salían de sus monasterios a
fundar nuevas órdenes era para sus libertades´, añadiendo otras palabras tan
pesadas que doña Juana (su hermana) estaba afrentada y haciendo propósitos de
irse".
Y esto no fue más que una anécdota en el conjunto de contradicciones
-"cuchilladas” las llamaba la Santa-, y trabajos que acompañaronla vida de
Teresa de Ávila.
"La Madre –escribe Auclair- observaba con sus calumniadores una línea de
conducta digna y prudente; juzgaba que no convenía dejarse atacar, salvo
cuando era posible ignorar los insultos. Ocultaba, pues, a sus adversarios,
siempre que podía, que conocía sus malas artes. Pero el Rector de la Compañía
había arremetido directamente contra ella y no quiso sacrificar su dignidad de
una hija de Nuestra Señora, aunque pidiendo perdón humildemente por tener
razón" .
"Jamás creeré -escribía la Santa- que por cosas muy graves permitirá Su
Majestad que su Compañía vaya contra la Orden de su Madre, pues la tomó por
medio para repararla y renovarla, cuanto más por cosa tan leve. (...) De este
Rey somos todos vasallos"
Nueve meses de prisión
A raíz de parecidas incomprensiones san Juan de la Cruz fue llevado, a
mediados de diciembre de 1576, con los ojos vendados, hasta un convento
toledano de los carmelitas calzados.
Allí fue juzgado, declarado rebelde y contumaz por defender la reforma
carmelitana y condenado primero a una cárcel conventual y más tarde a una que
se creó especialmente para él: un antiguo retrete de seis pies de ancho y diez
de largo, sin ventana, empotrado en la pared, que tenía, por todo mobiliario,
unas tablas y dos mantas viejas.
En ese lugar inhumano soportó los fríos invernales de Toledo y los calores del
verano. "Todos nueve meses -escribe santa Teresa- estuvo en una carcelilla que
no cabía bien, cuan chico es, y en todos ellos no se mudó la túnica, con haber
estado a la muerte." Y concluía la Santa: "tengo una envidia grandísima" .
Las penalidades que envidiaba santa Teresa -con esa lógica singular de las
almas santas- eran aquellos padecimientos que sufrió su "medio fraile" -como
le llamaba con humor, por su baja estatura-, durmiendo en el suelo, entre
insultos, amenazas y castigos, sin higiene alguna, con un cubo pestilente para
sus necesidades que le producía náuseas, enfermo, despreciado e insultado por
todos.
Como fruto de aquella estancia, san Juan de la Cruz nos dejó, aparte de su
perdón para los que le encarcelaron, su Cántico espiritual y las canciones de
su Noche obscura, dos hitos de la lírica universal.
Ninguna Cruz, ¡qué cruz!
Algunos santos manifestaron su desconcierto –junto con su aceptación rendida a
la Voluntad de Dios- ante estas pruebas, provocadas precisamente por hombres
de Iglesia. "¿Es posible que se trate así a un sacerdote en un seminario?", se
preguntaba san Luis María Grignion de Monfort al recordar el trato que recibió
en París por parte de algunos eclesiásticos.
Esa exclamación no era una queja, sino la sorpresa de un hombre de Dios, que
no entendía cómo un sacerdote como él podía, haberle tratado de aquella
manera.
Recordemos la historia. San Luís María había llegado a París, después de un.
fatigoso viaje a pie, pidiendo limosna, como era su costumbre, en el mes de
julio de 1702, después de que las calumnias lo hubieran expulsado, por segunda
vez consecutiva, de un Hospital de Poitiers.
Las murmuraciones fueron más veloces que el Santo en llegar a la capital,
donde "sus heroicidades -como comenta el biógrafo- estaban consideradas como
extravagancias". Apenas se presentó ante M. Brenier, Superior del Seminario,
éste, temeroso de que la presencia del Santo fuera a comprometer su
reputación, le despidió, delante de todos, con cajas destempladas.
Se quedó en el más completo desamparo, sin dinero, sin vivienda y con los pies
llagados. No sabía dónde ir. Fue a visitar a un viejo amigo suyo, Leschassier,
que se encontraba en compañía de otros eclesiásticos. La acogida no fue más
cordial. Leschassier le recibió -escribe Blain,condiscípulo del Santo- "con
gesto helado y desdeñoso, y le despidió altaneramente, sin querer hablarle ni
oírle. Yo, que me hallaba presente, me sentí cortado y sufrí no poco ante la
humillación que estaba viendo. En cuanto a él, la recibió con su dulzura y
modestia acostumbrada".
Su segundo viaje a París, en otoño de 1703, no fue más halagador, como se
deduce de una carta que escribió a María Luisa Trichet, el 24 de octubre de
1703, en la que le pedía oraciones: "Otra razón por la que insisto en que la
alcanzaré (la divina Sabiduría) -comentaba san Luis María- son las
persecuciones de que he sido ya objeto y las que de continuo me llegan día y
noche".
Las tribulaciones se sucedieron sin cesar a lo largo de su vida, y la mayoría
provinieron de eclesiásticos. Algunos sacerdotes jansenistas le denunciaron al
Obispo de Saint Maló, también de tendencia jansenista, que le prohibió que
predicara en toda la diócesis.
Tuvo que marcharse a la diócesis de Nantes, donde ni siquiera sus logros
apostólicos como misionero lograron detener la campaña de bulos y patrañas
contra su persona,. que el Santo juzgaba siempre desde una óptica
sobrenatural: "¡Que se me calumnie, que se me ridiculice, que se haga jirones
mi reputación, que se llegue a encarcelarme! ¡Qué preciosos dones!" .
Por esa razón, cuando en alguna misión apostólica, como en la de Vertou, le
faltaba la murmuración, llegaba a inquietarse: "¡Esto va demasiado bien! La
misión no será fructuosa. Ninguna cruz, ¡qué gran cruz!".
Durante la misión de Ponteacheau no tendría ocasión de inquietarse. Había
emprendido la construcción de un gran Calvario. Era una obra gigantesca, en la
que trabajaron quinientos obreros venidos de toda Europa: y ya se alzaba sobre
el monte un gran cono sobre el que se pondría una gran Cruz y las estatuas de
la Virgen, de San Juan y de la Magdalena. Al cabo de quince meses de duro
trabajo la construcción estaba casi acabada.
Pero el día anterior a su inauguración llegó un aviso del Obispado en el que
se negaba la bendición. Ante una actitud tan incomprensible fue a visitar al
Prelado, que le explicó que unos antiguos enemigos suyos le habían denunciado
ante el mariscal comandante de Bretaña, acusándole de que estaba levantando
una especie de fortaleza en la que podían atrincherarse los ingleses en caso
de desembarco.
El Obispo no le dijo lo más grave: que la acusación había llegado hasta el Rey
Luis XIV, y éste había dado la orden de demoler todo el conjunto. Además, el
Obispo le prohibióejercer su ministerio en toda la diócesis. Poco tiempo
después el Santo se enteró de la noticia- de la demolición.
Ante esta situación, el Santo se retiró a hacer unos Ejercicios espirituales
con el Padre Prefontaine. Éste recordaba, al cabo del tiempo, que su calma y
su serenidad "y aun la alegría que se reflejaba en su rostro, a pesar deun
golpe para él tan aplastante, me lo hicieron mirar entonces como a un santo".
Pero no era ésta la opinión general. Incluso personas como Leschassier, que
cambiaron de actitud, no llegaron a desterrar del todo sus prejuicios sobre el
Santo: "El Sr. Grignion es muy humilde, muy pobre, muy mortificado, muy
recogido -comentaba- y a pesar de todo, me cuesta creer que tenga buen
espíritu".
Santa María Micaela. Con casi todo el clero madrileño en contra
Hace dos siglos santa Micaela, la Fundadora de las Esclavas del Santísimo
Sacramento y de la Caridad, tuvo que enfrentarse con la hostilidad del clero
madrileño casi en su conjunto. Esto le producía un intenso desasosiego
espiritual.
"Como el Clero, en general -escribe-, desaprobaba mi obra, y éstos eran los de
más fama por su piedad y posición, no sólo me hacía daño con la gente de
fuera, sino yo no sabía qué pensar y me hería el corazón de un modo cruel a lo
sumo; y en verdad me hacía pasar las horas al pie del altar desecha en llanto:
-Señor, si no te sirvo a ti, ¿a quién sirvo en una vida tan amarga y llena de
continuos sacrificios? -¡A mí sí, a mí!, sirves -sentía yo en el fondo de mi
alma como un bálsamo que curaba mi dolor".
"La mayor parte del Clero de Madrid le era hostil -cuenta un testigo
presencial- y los que menos la ofendían la creían ilusa; otros, la calificaban
de beata hipócrita" .
Esa hostilidad contra la Santa se manifestó de muchos modos y llegó hasta la
agresión física: en una ocasión un sacerdote llegó a abofetearla.
Esto sucedió a primeros de agosto de 1849, como relata un testigo presencial,
Juan García Rodríguez. El biógrafo Barrios Moneo -siguiendo la costumbre
usual- no cita el nombre del ofensor, aunque en otras biografías ya aparece.
Santa Micaela le insistía para que confesara a una enferma, a lo que este
sacerdote se negó, diciéndole, como consigna un relato redactado antes de su
beatificación:
"-Todo esto sucede porque no hay quien la domine.
-Domíneme usted si quiere, le contestó la Venerable. Y entonces el sacerdote
le dio una bofetada, recibida la cual dijo la Venerable de un manera suave:
-¿Está Vd. contento?
-Sí, señora -contestó él.
-Pues yo, satisfecha; confiéseme usted la chica"
Durante años este mismo clérigo la insultó en público comparándola con otras
religiosas:
"-¿A quién queréis seguir -preguntó a las colegialas de la Institución que
regía la Santa-: a estas religiosas, unas santas que se desviven por vosotras
o a la Vizcondesa de Jorbalán, que es un miembro podrido de la sociedad?".
Tiempo más tarde, la Fundadora tuvo una actuación decisiva en la vida de este
sacerdote: impidió que huyese a Francia con una mujer y lo libró de los
tribunales eclesiásticos.
Una mujer audaz
¿De qué acusaron a santa Micaela? De las cuestiones más peregrinas: decían que
se iba por las noches a bailar de incógnito y que comulgaba ¡todos los días! Y
por si fuera poco, que rezaba arrodillada en la tarima del altar (!).
Otro sacerdote la difamaba -recuerda su primer biógrafo, Vicente de la Fuente-
"en lo relativo a su conducta y vida privada del modo más infame, suponiendo
-¡vergüenza da decirlo!- que traficaba con sus acogidas. Y no fue lo peor que
se inventara tan grosera calumnia sino que se creyera por personas que
debieran saber que se peca creyendo ligeramente tales calumnias".
Los pocos sacerdotes que la defendían recibían duras criticas: "culpaban al
párroco -comenta De la Fuente- de ser demasiado condescendiente con aquella
mujer de vida relajada".
Además esos sacerdotes, como se apunta en la biografía Mujer Audaz, "la
pondrán en gravísimos apuros de conciencia, que torturarán su corazón,
impedirán el desarrollo normal de su Obra apostólica, retraerán vocaciones,
ahuyentarán limosnas y avivarán el rescoldo de muchas aviesas intenciones y
calumnias. Todo, si no con malicia, sí con ligereza excesiva por seguir, a
veces, el aire de nobles y piadosas señoras, resquemadas en su orgullo y
vanidad" .
Las calumnias tardaron en olvidarse, y el ambiente de animadversión que se
creó contra la Santa la acompañó prácticamente a lo largo de toda su vida y se
hizo presente incluso durante su Proceso de Beatificación. Influyó hasta en el
Papa Benedicto XV, que estuvo a punto de retirar su Causa, que fue muy
controvertida, lo mismo que la del Padre Claret.
Revolucionario, loco, hereje
San Juan Bosco evoca en sus Memorias del Oratorio un elenco de contradicciones
contra el Oratorio y su propia persona. Algunas provenían de eclesiásticos.
"Unos calificaban a don Bosco -escribe el Santo en tercera personade
revolucionario, otros lo tomaban por loco o hereje".
Un capellán lo denunció al municipio y lo dejó literalmente en la calle "con
una turba de jóvenes que seguía mis pasos por donde quiera que fuese, y yo no
contaba con un palmo de terreno donde poderlos reunir". Y la marquesa de
Barolo, que tanto la había ayudado, y que había promovido un Refugio para
necesitados, le puso en un grave dilema, como recordaba en sus Memorias del
Oratorio:
"-En fin, o deja usted la obra de sus muchachos o la del Refugio. Piénselo y
ya me responderá.
-Mi respuesta está pensada. Usted tiene dinero y encontrará fácilmente cuantos
sacerdotes quiera para sus obras. No ocurre lo mismo con mis pobres chicos. Si
ahora yo me retiro todo se vendrá abajo; por lo tanto, seguiré haciendo lo que
pueda en el Refugio, aunque cese oficialmente en el cargo, pero me daré de
lleno al cuidado de mis muchachos abandonados.
-¿Y de qué va a vivir usted?
-Dios me ayudó siempre y me ayudará también en lo sucesivo.
-Pero usted no tiene salud, y su cabeza no le rige; se engolfará en deudas,
vendrá a mí, y yo le aseguro desde ahora que no le he de dar ni un céntimo
para sus chicos".
Ante el dilema "acepté el despido -escribiría el Santo- abandonándome a lo que
Dios quisiera de mí. Entretanto se imponía cada vez más el rumor de que don
Bosco se había vuelto loco. Mis amigos estaban pesarosos; otros reían, el
Arzobispo dejaba hacer, don Cafasso me aconsejaba contemporizar, el teólogo
Borel callaba. Así es que todos mis colaboradores me dejaron solo con mis
cuatrocientos muchachos".
La respuesta de san José Benito Cottolengo
Algo parecido le sucedió a san José Benito Cottolengo al que insultaban por la
calle, llamándolo iluso, imprudente, incapaz y sacacuartos. "La Cruz acompaña
y distingue a las obras de Dios", escribe el biógrafo. A Cottolengo, añade,
"no le faltaron las más amargas pruebas. Fueron, ante todo, las
desaprobaciones de sus superiores y de sus compañeros de la Colegiata,
impresionados por el desarrollo imprevisto de la Obra".
La autoridad eclesiástica le clausuró la labor apostólica que había
emprendido: y le obligaron a desalojar a los enfermos que cuidaba en el
pequeño Hospital de Turín, en el que trabajaban las religiosas de la
Congregación que había fundado.
San José Benito aceptó la decisión con la paz habitual en los hombres santos y
respondió también al modo de los santos. Cuando se cernió la amenaza del
cólera sobre Turín, más que protestar o recordarles a todos lo injustos que
habían sido con él en el pasado, se puso a su disposición, junto con sus
religiosas, para ayudar a los atacados en los lazaretos de la ciudad...
Un pleito doloroso
San Enrique de Ossó, Fundador de la Compañía de Santa Teresa, supo también de
pleitos dolorosos con otras instituciones de la Iglesia, con motivo de la
construcción en Tortosa de un noviciado de la Compañía, cuando ésta contaba
sólo con cinco años de existencia.
El 12 de octubre de 1879 -cuenta el Cardenal González Martín- tomaban
oficialmente posesión del noviciado la M. Saturnina Jassá y un grupo de
novicias venidas de Tarragona. El edificio estaba aún a medio construir. Pues
bien, al día siguiente, 13, unas religiosas presentaban en el provisorato de
Tortosa un recurso en el que pedían protección y justicia por los graves
perjuicios que, según decían, les acarreaba la construcción del
colegio-noviciado, muy próximo a su convento y en solares que pertenecían a
ellas, por lo cual los reclamaban.
Pronto se supo que junto a esas religiosas "aparecían, incomprensiblemente
hostiles a D. Enrique, tres sacerdotes (...) que habían sido hasta entonces
incondicionales amigos suyos y devotos del Fundador de la Compañía"".
El provisor y Vicario General de Tortosa contestó al recurso reconociendo la
buena fe del Santo, pero le mandó derribar a sus expensas el edificio antes de
que pasaran tres años y devolverle el terreno a las Religiosas, tal y como
estaba.
El Santo intentó llegar a un acuerdo amistoso, sin éxito, y se vio forzado a
comenzar un largo pleito que duró quince años.
No disponemos de espacio para mencionar todos los extremos de ese pleito, en
el que cada parte litigante creía contar con poderosas razones. Lo que
interesa en nuestro caso, más que analizar posturas y dictaminar
responsabilidades, es resaltar que durante ese período el Fundador utilizó
todos los medios jurídicos a su alcance, sin perder la serenidad, sin culpar
ni desprestigiar a nadie.
Cuando marchó a Roma, estaba preocupado de que durante esa estancia pudiesen
despertarse entre sus hijas espirituales alguna aversión contra los que les
causaban aquellas dificultades, y les escribió diciendo: "Hijas, no queráis
ofender a Dios, nuestro Padre. Todos son unos santos. Todos queremos luchar
sobre la verdad. La buena fe no se ha de perder".
A esas contradicciones se sumó el Entredicho en el que se puso el edificio en
1884, por el que se prohibía celebrar la Santa Misa y tener a Jesús
Sacramentado en la capilla. "Para un instituto religioso que apenas ha
empezado a vivir -comenta el biógrafo- el golpe era equivalente a la explosión
de una mina en sus cimientos".
El entredicho
Aquel entredicho dañó la imagen de toda la fundación y la del propio Fundador.
"La fama del Fundador -escribe el biógrafo-, su dignidad sacerdotal, su propio
honor humano, quedaban expuestos a los más peligrosos comentarios. ¿Era un
hombre de Dios o era sencillamente un ambicioso? Si lo primero, ¿por qué la
autoridad eclesiástica lanzaba contra él tan duro castigo? Si lo segundo, ¿a
qué pensar en futuros proyectos de extensión y arraigo de la tan ponderada
Compañía? (...) ¿Y qué pensarían de todo aquello las familias que habían
entregado sus hijas a D. Enrique para aquella obra que él llamaba santa?".
Sin embargo, el Santo no se desalentó. Durante aquel período las vocaciones
vinieron, más numerosas todavía, y poco a poco las relaciones y los equívocos
se fueron aclarando. Al fin, el 22 de abril de 1885, el Tribunal metropolitano
de Tarragona dictó sentencia favorable y declaró nulo y sin efecto el Decreto
de Entredicho.
Olvidamos demasiado pronto...
Un jesuita, José Antonio Ezcurdia, al comparar las tribulaciones de san
Josemaría Escrivá y san Ignacio, escribía en el Diario Vasco de San Sebastián,
en mayo de 1992, que ni el uno ni el otro vivieron en tiempos fáciles y "de
ahí que las contradicciones, contestaciones y persecuciones jalonaran sus
vidas y sus respectivas fundaciones, novedosas ambas para sus coetáneos.
Olvidamos demasiado pronto, porque se difuminan en la lejanía de la Historia,
los procesos sufridos por Ignacio en Alcalá, en Salamanca, en París, en
Venecia, en Roma... y el impacto que, sin duda, produjeron en sus
desconcertados seguidores. Quien lo recuerde comprenderá que el fenómeno se
haya repetido con don Josemaría y su quehacer" .
La lección de Guadix
Un amigo de san Josemaría, san Pedro Poveda, padeció graves contradicciones.
En la Cuaresma de 1902, cuando tenía 28 años, había predicado una misión en
las cuevas que rodeaban la ciudad de Guadix, en la provincia de Granada,
habitadas en su gran mayoría por gitanos indigentes. Esas cuevas eran un lugar
de abandono y miseria casi secular, donde los niños crecían sin instrucción ni
enseñanza de ningún tipo.
Ante esa situación, el Santo, sin abandonar otras actividades sacerdotales,
comenzó a desarrollar allí una gran labor apostólica y pastoral. En muy poco
tiempo puso en marcha las Escuelas del Sagrado Corazón, a las que asistían
cuatrocientos niños, y a pesar de los escasos medios con los que contaba, se
preocupó de que tuvieran los métodos pedagógicos más renovados; y fundó la
Hermandad de Santa Teresa de Jesús.
Logró además interesar de tal modo en aquel proyecto a las autoridades
públicas y a los centros culturales, que, dos años más tarde, en 1904, fue
nombrado hijo predilecto de la ciudad. El sentimiento general era de
agradecimiento, de gratitud... y de envidia.
Se repitió la historia. "Terminadas las obras y cuando más prometía aquella
fundación del Sagrado Corazón de Jesús, surgieron los disgustos que pudieron
poner fin a mi vida. Jamás pensé en salir de Guadix -contaba san Pedro Poveda
en sus Notas autobiográficas-. Soñé siempre que se me enterraba bajo el altar
de las Cuevas; pero no sucedió así. El nombramiento de hijo adoptivo
predilecto, y el poner mi nombre a la calle de Zapaterías, fueron la explosión
de un estado latente, que hacía tiempo venía dominando... La serie completa de
circunstancias que se dieron la mano para favorecer el plan de frailes,
sacerdotes y seglares que, so pretexto de bien, obraron desprovistos de
caridad, es imposible de referir. Hubo momentos en que todo se concertó contra
mí.
”Mi salud se quebrantó para siempre; y el amargor de aquella vida rodeada de
asechanzas, lo tengo aún en el paladar. Padecí por espacio de unos cuatro años
horribles escrúpulos. Sobre todo dos de ellos fueron para perder la cabeza. No
obstante, yo miro con amor los años aquellos de desolación... Sobre todo desde
el 16 de julio de 1904, ya fue un perpetuo sufrimiento. No pasó día sin tener
que lamentar algo.
”Mi decisión de partir fue tomada, después de pensarlo mucho, y poniendo la
mira en el bien de los demás y en el mío propio. Propuse todo cuanto creí ser
lo mejor para librar al prójimo de inculpaciones, pero no se me hizo caso.
Había quizá empeño en destrozarme, y cuando vieron que marché y no podían
saciar su odio, si era odio lo que tenían, sonó la explosión sin caridad
ninguna.
”La lección de Guadix debió servirme más de lo que me sirvió; pero no me
enseñaron poco aquellos días de incomparables amarguras”.
Con el apoyo de la Santa Sede
No puede concluirse de los ejemplos anteriores que, por el hecho de que muchos
santos hayan sido criticados dentro del seno de la propia Iglesia, sus figuras
hayan sido como unos islotes de pureza dentro de una marea corrompida. Nada
más falso. Hemos citado unos ejemplos concretos, espigados entre muchos, no
para mostrar la falibilidad de determinados miembros de la Iglesia -que
actuaron por lo general con buena voluntad, pensando que agradaban a Dios-,
sino para resaltar la actitud de los santos frente a las incomprensiones de
los propios miembros de la Iglesia.
Por otra parte, no hay que olvidar que también los propios santos, movidos por
su buena voluntad y por su celo apostólico, se equivocaron en ocasiones y
conocieron las limitaciones propias de la condición humana.
Dios se sirvió de todas esas debilidades humanas de unos y otros -confusiones,
faltas de entendimiento fruto de una mala información de los hechos, etc.-
para mostrar más claramente el carácter sobrenatural de sus empeños
apostólicos.
Un breve repaso a la historia de la Iglesia nos muestra que los miembros de la
Jerarquía han apoyado habitualmente las propuestas innovadoras de muchos
santos que chocaban fuertemente con la mentalidad de la época, y que lo
hicieron en muchos casos con una sorprendente decisión y fortaleza.
Se podrían citar numerosos ejemplos, como el aliento de Pablo V a san José de
Calasanz en la Fundación de las Escuelas Pías 51, o las palabras acogedoras de
Pío IX a san Juan Bosco en los comienzos de la Sociedad Salesiana. Pero
bastará a nuestro propósito recordar el decidido impulso que dio la Jerarquía
al nacimiento de dos grandes instituciones de la Iglesia: los dominicos y los
franciscanos.
Santo Domingo
La primera fundación dominicana, como comunidad de derecho diocesana
totalmente consagrada a la predicación en los términos de la diócesis de
Toulouse, data del año 1215. En ese mismo año santo Domingo acompañó a su
Obispo, Fulco, al IV Concilio de Letrán, celebrado a fines de ese mismo año.
Allí presentó su obra incipiente al Papa Inocencio III, que lo estimuló, desde
el primer momento, a esa tarea. "De vuelta a Toulouse -escribe Garganta-
recibió la iglesia de San Román, y su comunidad quedó constituida en casa de
canónigos regulares con la misión peculiar de predicadores diocesanos".
Al año siguiente, el 22 de diciembre de 1216, Honorio III confirmó la
fundación de San Román. "Un rápido proceso institucional -prosigue Garganta-,
jalonado por una copiosa serie de Bulas papales, transformó la obra tolosana
de San Román, tan limitada, en una Orden religiosa de carácter universal, de
Derecho pontificio (...). Muy pronto esta nueva familia religiosa comenzó a
llamarse oficialmente Orden de los frailes predicadores."
Dos años más tarde, santo Domingo obtuvo del Papa nuevas Bulas que alentaron
la naciente institución apostólica, con el apoyo de ilustres eclesiásticos de
la Curia Romana, como el Cardenal Hugolino, el futuro Papa Gregorio IX. Y
durante la expansión de la Orden el Papa Honorio III le dio un apoyo fervoroso
y constante.
Una muestra de ello es que en 1220 escribió a diversos monjes, pertenecientes
a distintas instituciones de la Iglesia, indicándoles que se pusieran a las
órdenes del Santo para llevar a cabo una gran campaña de predicación en la
Italia Septentrional. Otro ejemplo plástico de ese aprecio papal fue la
entrega de la iglesia de San Sixto en Roma a los dominicos y posteriormente de
la de Santa Sabina, en el Aventino, que sigue siendo la sede del Maestro
General de la Orden de Predicadores.
Santo Domingo falleció el 6 de agosto de 1221, y fue canonizado por el Papa
Gregorio IX trece años, más tarde, el 3 de julio de 1234.
El Cardenal Hugolino apoyó decididamente también a otra Orden naciente, la
franciscana, que tuvo en sus comienzos un desarrollo rapidísimo. El mismo
Papa, que tanto alentaría a santo Domingo en su tarea predicadora, aprobó
verbalmente en 1209 la "forma evangélica de vida" franciscana, o Regla
primera, cuando se la expuso el propio san Francisco, acompañado de los
primeros doce discípulos. Así nació la Orden de los Frailes o Hermanos
menores.
Catorce años más tarde, el 29 de noviembre de 1223, el Papa aprobaría la
segunda Regla elaborada por san Francisco, en la que tanto intervino el propio
Cardenal Hugolino, aunque sin violentar nunca la originalidad de la
institución. San Francisco falleció el 3 de Octubre de 1226 y fue canonizado
dos años más tarde, el 16 de julio de 1228.
Estos dos ejemplos, entre los numerosísirnos que podríamos citar, muestran el
decidido y pronto apoyo de la Jerarquía, que supo descubrir desde los inicios
el soplo del Espíritu que se manifestaba en esas nuevas iniciativas
apostólicas.
La pronta canonización de los Fundadores de esos nuevos caminos de
espiritualidad -en algunos casos llevadas a cabo en fechas muy cercanas a su
muerte, como la de san Francisco- muestra, además del reconocimiento de la
santidad de esos hombres y mujeres por parte de toda la comunidad cristiana,
el respaldo hacia sus apostolados por parte de la Jerarquía. El ejemplo
reciente de la beatificación de la Madre Teresa no hace sino confirmarlo.
"Sus respectivas canonizaciones -escribe Illanes, refiriéndose a san Francisco
y santo Tomás- no implicaron ciertamente, ni una sanción a la totalidad de sus
acciones ni la atribución de un carácter absolutamente normativo a sus figuras
-se puede ser cristiano sin inspirarse en San Francisco de Asís o sin
comprometerse con la teología de Tomás de Aquino-, pero sí mostraron que el
temple del alma que manifestaron y el camino que trazaron eran un temple y un
camino que un cristiano podía, con segura conciencia, hacer suyos, y, de ese
modo, potenciaron la fuerza que de ellos emanaba o, al menos, facilitaron su
irradiación, como documenta ampliamente la historia, en los casos antes
citados, y en otros muchos más".
Esta actitud de comprensión y aliento de la Jerarquía y de los miembros de la
Iglesia define el marco en el que hay que encuadrar los sucesos de
incomprensión a los que nos hemos referido con anterioridad -que son
excepciones dentro de una conducta general-, y definen también el contexto en
el que hay que situar las contradicciones a las que nos referiremos en
capítulos sucesivos.
Muchos detractores rectificaron
Muchos de sus detractores rectificaron en su actitud frente a los santos, con
el paso del tiempo, ya mejor informados.
Vicente de la Fuente, que tanto hizo sufrir a santa Micaela, quiso escribir
tras su muerte la vida de la Fundadora "en reparación de las ofensas
propaladas contra la misma". "Yo mismo que esto escribo -confesaba en su
biografía- oí estas difamaciones y lo que es peor, les di crédito, siendo
Secretario de la Congregación de la Doctrina cristiana en
Otros detractores fueron reconociendo la santidad de los que criticaban
anteriormente de un modo gradual, como el Padre Leschassier, que tan duramente
había tratado a san Luis María Grignion de Montfort. Empezó admitiendo sus
dudas sobre su "buen espíritu" y, tras su muerte, se atrevió a decir: "Ya ven
ustedes que yo no entiendo de Santos".
José Miguel Cejas,
"Piedras de escándalo"