TEMA 38

LA ANIMACIÓN
 

3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

3.1. El significado de la animación

DIVERSOS USOS SOCIALES

El uso común y espontáneo de la palabra animación hace pensar en una actividad útil para ayudar a la gente a superar el aburrimiento y la angustia del tiempo libre. Así, por ejemplo, se anima una velada, una discusión, etc.

Otra concepción sitúa la animación entre las actividades a través de las cuales se estimula la capacidad creativa de las personas. Surgen, entonces, talleres de animación para enseñar pintura, cerámica, teatro, etc.

Otra variante es la aplicación de este concepto a la zona o territorio ambiental. Animar, en este caso, supone una intervención directa sobre la zona para garantizar las condiciones que favorezcan la realización de las personas. Este es el caso del animador de calle y de los monitores de diversas actividades.

Una visión más madura de animación proviene de los estudios psicosociales sobre los grupos humanos. Se trata aquí de adaptar a los diversos tipos de grupos, las técnicas y dinámicas que favorecen procesos de aprendizaje, relación y maduración de sus miembros. Según esto, la animación tiende a coincidir con la dinámica y terapia de grupo.

Esta variedad y amplitud de significados da a entender la complejidad de la palabra y los diversos niveles de comprensión que incluye. Pero podemos reconocer que la variedad de usos se apoya en un significado fundamental que se mantiene: se trata de despertar e implicar la parte más consciente y libre de la persona en los procesos que la afectan, ya sean personales, culturales o sociales.

LAS RAÍCES LINGÜÍSTICAS

El mismo término animación, en su significado originario, según el Diccionario de la Real Academia, indica <<la acción de infundir ánimo, valor o energía>>. La expresión se enriquece, si consultamos la palabra animar, verbo del que se deriva y al que hace referencia. El Diccionario presenta diversos significados, entre ellos <<vivificar el alma al cuerpo >>, <<infundir energía moral a uno>>, <<tratándose de cosas inanimadas, comunicarles mayor vigor, intensidad y movimiento>>. De esas acepciones se puede deducir que animar significa tanto dar vida a los vivientes como a las cosas inanimadas. Así, por ejemplo, un instrumento musical puede ser animado por quien lo usa, como también una persona puede transmitir a otra los propios sentimientos e ideas o estimularle a la acción .

Por las raíces lingüísticas, la palabra animación se enlaza con el significado de alma, o sea, de un principio interior de vida e indica la actividad mediante la cual la vida es infundida en el hombre y en las cosas. El denominador común es la vida y desde dentro, todo lo contrario al sentido de imposición desde fuera, de manipulación o represión.

EL USO EDUCATIVO DE LA ANIMACIÓN

Otro uso de la animación es el que hace referencia al ámbito formalmente educativo: la animación como estilo de educación.

La animación se entiende entonces como un original estilo educativo, que tiene la finalidad de ayudar a madurar a las personas y a los grupos, activando un proceso de crecimiento y promoción liberadora. Un concepto de animación, que recurre a los resortes interiores de la persona, implica su responsabilidad y la hace sujeto activo, crítico y creativo de los procesos culturales y sociales en los que vive y por los que se siente afectada.

Hay una serie de elementos, que ayudan a precisar mejor el significado y el sentido educativo de la animación:

× La animación no es un contenido o un proceso más de transmisión de la cultura, sino una cualidad, un modo de dar forma y de organizar los procesos de inculturación, socialización y educación. No es una acción concreta, sino un estilo de hacer, propio de toda actividad relacionada con el crecimiento o el desarrollo de cuanto posee gérmenes de vida.

× En un sentido más estricto, hablamos de animación como de una actividad intencional y metódica, que procede por pasos ordenados y lógicos, y pretende una finalidad muy concreta: capacitar a las personas y a los grupos como sujetos conscientes y activos de los procesos sociales y culturales en los que están implicados y que configuran su vida diaria.

× Lo específico del método de la animación consiste en dos particularidades: un tipo de relación, que se establece entre la personas, que se define como contactual, democrática, de intercambio, y no por autoridad e imposición; y un modo de concebir el proceso de animación, en el que se privilegia el protagonismo del sujeto, la personalización del ritmo, la globalidad, la participación y elaboración comunitaria, etc.

El concepto educativo de animación, por tanto, quiere expresar la movilización de todas las energías de un ambiente, de un grupo o de una persona.

3.2. La animación como modelo educativo

La animación representa la modalidad más típica de la educación. La animación es el estilo con que se educa y abarca todos sus contenidos, proceso y metodología. Educar desde la animación supone entender que el verdadero cambio brota del interior de la persona, según ella se oriente en libertad hacia un proyecto de vida. El educador puede incidir en el ambiente, proponer un modelo de vida y un cuadro de valores, pero es el joven, sujeto y protagonista de su desarrollo quien ha de interiorizarlo. El estilo y el método de la animación lo hacen posible.

3.2.1. La opción por la animación

La animación, pues, no se reduce a una técnica, a una metodología, a una actividad o a un momento determinado, sino que es una mentalidad con la que actúa el educador. Esa mentalidad se fundamenta en:

× Una antropología, una manera de entender a la persona, sus dinamismos y procesos, en los que entra en juego su maduración. Gracias a sus recursos interiores, la persona es capaz de hacerse cargo de los procesos que la afectan.

× Un método, que sabe escoger los recursos y los momentos educativos y que los organiza de modo que tiendan a liberar y promocionar, y no a restringir y controlar.

× Un estilo de caminar con los jóvenes, de sugerir, de ayudar a crecer y de saber captar los estímulos que de ellos proceden y descubrir sus posibilidades reales y sus aspiraciones.

× Un objetivo y finalidad última de devolver a cada persona la alegría de vivir plenamente y el valor de esperar y proyectar con ilusión y creatividad.

× Una función, que asume el rostro concreto de una persona, el animador, que acompaña y discierne la validez del proceso formativo.

× Una estrategia educativa unitaria, que prefiere la calidad de las actuaciones educativas a la cantidad, y ordena, por tanto, los tiempos, lugares y agentes diversos en torno a procesos convergentes y unificados.

3.2.2. Algunas intuiciones profundas

La animación parte del convencimiento de que las personas se mueven desde dentro, en base a sus propias fuerzas de superación, y no por imposiciones externas que, aunque puedan parecer eficaces, lo son siempre a corto plazo. El camino de la maduración de las personas pasa por la aceptación, la confianza y la motivación. La animación es un método de acción, que brota de dentro y se dirige al interior de la persona. Por eso, es necesario que el educador sepa situarse desde una actitud y mentalidad educativa adecuada, asumiendo algunas convicciones de fondo:

× La confianza en la persona, en sus fuerzas de bien, sea cual sea la situación en la que se encuentra. Todo camino educativo parte de la valoración de aquello que la persona lleva dentro de sí y que el educador ha de saber descubrir con inteligencia, paciencia y bondad.

× El valor liberador de la relación personal, hecha de confianza y amistad. La confianza genera la respuesta de la persona, que se siente acogida y valorada tal como ella es.

× La vida diaria, como lugar de diálogo educativo. La credibilidad de cualquier propuesta se juega en el terreno propio de la persona, su vida de cada día, en la que descubrir un sentido y dar una respuesta personal.

× El crecimiento desde lo positivo, promoviendo experiencias que orientan hacia el bien. Eso previene comportamientos deformantes y desarrolla en las personas actitudes, que les permiten superar otras situaciones difíciles.

× Los recursos sobre los que apoyarse. La persona crece desde dentro; y, en la relación educativa, es necesario apoyarse en las fuerzas interiores más profundas, que la persona lleva dentro de sí misma: la razón, el afecto y el deseo de Dios.

× La fuerza educativa de un ambiente, como atmósfera que se respira. El ambiente que se crea es el resultado de un conjunto de factores en juego, y ha de ser cuidado y enriquecido positivamente, pues se convierte en condición, vehículo y propuesta de valores.

3.3. La animación en la educación en la fe

¿Es posible pensar el proceso de educación en la fe en clave de animación? O, con otras palabras, ¿cuando nos preocupamos de hacer crecer la fe, la esperanza, la caridad, sirve el modelo educativo de la animación? No basta con responder que sí, en teoría; es necesario comprender bien lo que ello significa en la práctica.

La referencia al acontecimiento de la Encarnación nos recuerda dos cosas importantes a tener en cuenta: la Palabra de Dios está siempre encarnada, asume una visibilidad humana, histórica, para hacerse próxima y accesible al hombre, en función de la fe; la respuesta del hombre es siempre una respuesta concreta, histórica, encarnada en su vida y condición humana.

Cuando hablamos de educación en la fe, lógicamente no se ha de entender como una intervención directa sobre la fe, pues sería olvidar que la fe es a un tiempo un don de Dios y respuesta libre del hombre que lo acoge. Se habla de educar en la fe en el sentido de ayudar al joven a orientar su vida como una respuesta plena a la oferta de salvación del mensaje cristiano. La educación en la fe no se coloca en el plano inmediato y misterioso del diálogo Dios-hombre, sino en el de las mediaciones históricas en las que concretamente se realiza este diálogo de salvación. Significa actuar sobre las mediaciones que permiten que la Palabra de Dios se torne palabra de salvación para esta persona concreta: hacer cercana y comprensible la Palabra de Dios al hombre y, a su vez, capacitar educativamente al hombre para comprender y acoger en su vida esa Palabra de Dios.

Ciertamente que no podemos minusvalorar la dimensión de gratuidad, de don de Dios, que caracteriza a la fe, pero hay que tener en cuenta también que en cuanto acto humano está sujeto a los condicionamientos de toda opción libre y responsable. Y en referencia a los jóvenes, la educación en la fe se inserta dentro de un proceso de maduración humana y cristiana. Esta educación progresiva en la fe, que ayuda al joven a descubrir su respuesta personal al llamamiento de Dios, ha de realizarse teniendo en cuenta el propio dinamismo de su evolución personal.

El estilo de la animación responde de forma adecuada a las características que fluyen de la dimensión educable de la fe. La opción de fe se hace tanto más libre cuanto más se realiza en sí misma la persona, según un proceso de educación liberadora y humanizante: liberando las capacidades del hombre, se libera su capacidad de respuesta responsable y madura a Dios. Y a esto contribuye la animación como modelo de relación educativa.

3.4. La persona del animador

Todo lo que venimos diciendo sobre la animación adquiere un rostro concreto que lo hace posible: el animador.

Cuando se descubre la importancia y responsabilidad de la función educativa-suscitar personas-, se entiende mejor que no puede quedar reducida a una tarea técnica, y que ha de ser vivida como una vocación que envuelve a toda la persona y da sentido a una vida.

Por eso, el educador necesita cultivar algunas áreas de su personalidad, que destacamos a continuación:

× La conciencia gozosa del valor e importancia de la misión que tiene encomendada en la sociedad: suscitar personas. El educador ha de ser el primero en tomar conciencia y valorar el trabajo que tiene entre manos: antes que una profesión supone una vocación, que afecta a su ser y no sólo a su quehacer. Guiado por una vocación -opción de valores y pasión por el hombre-, el educador es aquél que dedica su existencia al perfeccionamiento de las personas, tanto en su aspecto intelectual, como en las otras dimensiones del desarrollo individual y social, según un proceso de evolución, al que el sujeto está potencialmente abierto. El educador es un experto en el desarrollo de la persona y un apasionado por el florecer de su humanidad. Sirve al educando como guía, como punto pasajero de identificación, como ayuda en la toma de conciencia de sí, como instancia crítica.

× El testimonio personal. El educador influye más con el ejemplo de su vida, que con sus palabras. El ser testigo de lo que propone significa que está personalmente convencido de los valores que propone y deseoso de difundirlos. No es, por tanto, una persona diferente, fría, alejada del sentido y de la calidad de vida para la que anima. El educador-animador no es una persona neutra en el proceso educativo, sino que es un militante, alguien que siente y vive profundamente lo que propone y lo que quiere comunicar. Lo importante es que el animador llegue a ser un testigo auténtico, sin doblez, capaz de transparentar la alegría y la libertad de quien vive con sentido su vida; su testimonio será un signo que suscite interrogantes en aquéllos con quienes convive.

× La profesionalidad, es el cuidadoso desarrollo de la propia función, no sólo como un hecho añadido, externo, sino como actitud interna de seriedad en el servicio que se presta. El animador, para realizar con un mínimo de eficacia su función, ha de ser competente y profesional en el mejor sentido de la palabra, evitando caer en la improvisación y en el espontaneísmo. Esto quiere decir que ha de poseer aquel bagaje de conocimientos técnico-científicos, de aptitudes y de experiencia práctica, que le capaciten para realizar su misión. todo lo que el animador hace, su persona y su manera de relacionarse, influye positiva o negativamente, bien sea favoreciendo el crecimiento y maduración de los destinatarios o, por el contrario, originando regresiones y deformación. Se necesita, por tanto, en el animador una cierta conciencia de profesionalidad en su tarea que, además, le sirva de estímulo para una formación permanente.

× El ser un educador. El animador, en su relación con los jóvenes, es en todo momento un educador, que asume sus responsabilidades. Las necesidades y aspiraciones juveniles exigen ser educadas, es decir, ayudadas a configurarse, desde una lectura crítica, capaz de corregirlas y purificarlas. Educar los interrogantes juveniles significa partir de sus exigencias espontáneas, ayudándoles, sin embargo, a formular interrogantes y deseos cada vez más serios y comprometidos. El ser un animador exige del educador estar en medio de los jóvenes como quien comparte, ayuda, anima y orienta, pero sin renunciar a su papel de educador. Existe el peligro de que, al querer ser uno más entre los jóvenes, abandone su tarea, pensando que así será mejor aceptado. Sin embargo, el animador ha de asumir su responsabilidad, consciente de que tiene algo que decir y que aportar a una juventud que, contra toda apariencia, busca en quien apoyarse para caminar.

× La relación dialogal. Es esencial a la función animadora la actitud dialogal. El animador ha de ser capaz de entablar un diálogo educativo con los jóvenes, aceptando una fecundación recíproca, en un dar y recibir. No se ha de considerar a la juventud como algo negativo, que no tiene nada que decir. Los jóvenes no son sólo los destinatarios del proceso educativo, sino que son, al mismo tiempo, los sujetos activos de su realización. Esa capacidad de comunicación personal es en pocos casos una cualidad natural; en la mayoría de los animadores supondrá una actitud cultivada, y requerirá ejercicio, esfuerzo de clarificación, de saber acercarse a los jóvenes con transparencia. La comunicación tiene siempre un doble sentido: quien no es capaz de recibir tampoco es capaz de llegar al interlocutor, aunque emita señales. El ejercicio comprende también saber escuchar y entender a las personas, aun cuando sus expresiones sean imperfectas.

× El sentido de equipo. La acción educativa es tarea que envuelve a toda la comunidad. El animador ha de sentirse integrado y participando de los mismos objetivos y opciones de la comunidad educativa. El testimonio individual es hoy insuficiente, y la coherencia personal se ha de encontrar reforzada por un trabajo asociado y de equipo. El animador ha de tener conciencia de que es un colaborar en una empresa que lo desborda y en la que no es él el único protagonista. El animador no es una persona llamada a realizar sus propios planes, sino que está invitado a ser mediador entre los diversos miembros de la comunidad, entre los diversos proyectos, entre las instancias ideales y las situaciones concretas.

× La capacidad de siembra y de espera. En educación, al tratar con personas es importante tener el sentido del tiempo, que no funciona por plazos fijos, pues está supeditado al ritmo de evolución de cada persona. El animador ha de tener presente que la difusión de una idea, desde el momento en que es concebida hasta el momento en que se hace patrimonio común de una comunidad, exige tiempos largos. Si además se trata de actuarla con resultados reales y visibles, se ha de prolongar la espera. En educación, el modelo de referencia es el grano que se siembra; tiene su tiempo de germinación, que no se puede reducir artificialmente. Podemos sentir la tentación del modelo de la producción en serie, en la que a un tiempo determinado debe corresponder una determinada cantidad de producto. El animador ha de tener claro que, en el testimonio y propuesta de valores, de ordinario, está echando semillas cuyos frutos no recogerá él, y que sólo el tiempo hará madurar.