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Jóvenes y Eucaristía


1. Introducción

De septiembre de 1992 hasta junio del 2000 trabajé como Responsable de Pastoral de la Universidad Autónoma de Barcelona. Una experiencia apasionante y difícil a la vez que llenó buena parte de esos 8 años de mi vida sacerdotal. El servicio pastoral de la UAB tenía unos objetivos concretos que se distribuían fundamentalmente en tres áreas: Cultura y Cristianismo, Acción Social y en tercer lugar, Celebraciones y Plegarias.

Recuerdo muchas vivencias de aquellos años jalonados por las más variadas dificultades y a la vez por iniciativas llenas de esperanza. Para situar esta conferencia me serviré de la realidad que allí encontré y de cómo intentábamos ser fermento vivo de evangelio en aquel ambiente. Un equipo de sacerdotes, varios grupos espléndidos de profesores y estudiantes laicos que colaboraban en las actividades, y más de 30.000 personas destinatarias de evangelización o de nueva evangelización.

Un momento muy importante y significativo fue comenzar a celebrar la Eucaristía cada miércoles por la mañana, en una universidad en la que jamás, en 25 años de existencia, había tenido lugar una celebración eucarística. Asimismo, comenzar las celebraciones de "la Eucaristía de inicio de curso", presididas por el Cardenal Arzobispo en la que se invitaba también a las autoridades académicas.

También quedó grabada en mi interior la pregunta que me hice en numerosas ocasiones después de encontrarme con nutridos grupos de estudiantes que salían de los transportes públicos y se dirigían a sus respectivas facultades: Cómo evangelizar a aquellos jóvenes, la mayoría agnósticos o alejados o indiferentes. Cómo llevarlos a la vivencia de la fe, a la conciencia de hijos de Dios, templos del Espíritu Santo, redimidos por Cristo y llamados a vivir en intimidad con El. Cómo conducirlos hasta el encuentro con el Señor en la Eucaristía.

Para ello, el planteamiento de un trabajo en diferentes niveles, consciente de que allí se daban como mínimo las cuatro actitudes de respuesta del corazón humano a la Palabra de Dios que recoge la parábola del sembrador: tierra dura e impenetrable, superficial, ahogada por la riqueza y tierra buena. Me quemaba ciertamente el celo de evangelizar aquellos miles de jóvenes o al menos de dejar la vida en el intento. A la vez constataba con realismo la propia fragilidad, la pobreza de nuestros medios y las dificultades ambientales.

Desde aquella experiencia y desde mi función actual como Obispo Responsable del Departamento de Pastoral de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, os ofrezco estas reflexiones sobre los Jóvenes y la Eucaristía.


2. Aproximación sociológica

En primer lugar, conviene que nos acerquemos a la realidad del mundo juvenil y de los jóvenes concretos que la conforman. Lo hemos de hacer con realismo, que es un valor previo y básico en cualquier estudio serio. El deseo de llegar a la verdad, propio del cristianismo, supone un gran respeto por los hechos reales, tal como son. El punto de partida real no es algo que podamos ignorar ni cambiar, sino conocer lo más a fondo posible para que el Señor nos dé luz y aliento en la situación que vivimos.

2.1. Características de la nueva cultura y de la sociedad actual

Comenzaremos analizando algunas características de la nueva cultura y de la sociedad que en parte produce.

En primer lugar, estamos inmersos en un proceso de secularización. La secularización es el proceso y la situación sociocultural en que la religión y las instituciones religiosas pierden capacidad de influencia sobre los individuos y la sociedad, disminuye la práctica religiosa y también el nivel de aceptación de los contenidos doctrinales y morales. En nuestro país, hemos pasado de un estado de casi cristiandad a un estado de misión en vastas zonas de su geografía En efecto, se ha producido una ostensible disminución del poder, del prestigio y de la influencia de la Iglesia, de manera similar al resto de Europa, de la cual formamos parte

La sociedad española, por otra parte, es cada vez más una sociedad pluralista, en la que coexisten religiones muy diferentes y cosmovisiones muy variadas tanto religiosas como no religiosas. Por lo demás, nos encontramos con unos gobiernos que pretenden privatizar la fe y la religión, y con el desgaste que suponen también los defectos y flaquezas de los miembros de la Institución, difundidas y manipuladas a menudo por algunos medios de comunicación.

El proceso de secularización provoca una separación entre la socialización cultural y la socialización religiosa. Antiguamente, la dimensión religiosa influía en la sociedad, impregnaba la cultura y orientaba la vida de las personas. La socialización sociocultural y la religiosa, iban unidas. Actualmente muchos niños y jóvenes llevan a cabo su proceso de socialización –incorporación a la sociedad y apropiación de la cultura– sin contacto o con un contacto insuficiente con la religión. Esto se agrava cuando se aplican políticas con la intención de hacer desaparecer la religión del ámbito social y público para reducirla al ámbito privado.

Aparece un nuevo tipo de mentalidad científica que circunscribe el ejercicio de la razón a la racionalidad científica. Otro fenómeno relativamente nuevo es la nueva sociedad tecnológica y competitiva. La especie humana se adapta a las nuevas situaciones que le ofrece cada época y trata de mejorarlas mediante la tecnología. Con la tecnología se intenta poseer el máximo de energía y el máximo de información. A la vez, la sociedad es cada vez más competitiva. Se trata de triunfar, al precio que sea, sin connotaciones morales a la hora de considerar los medios para lograr el objetivo.

El secularismo conduce al relativismo moral y desemboca en la indiferencia respecto al hecho religioso. Según el relativismo, no hay verdades absolutas. Todas las verdades son relativas. La verdad de una proposición dependerá de las circunstancias o de las condiciones en que es formulada. Lo mismo habría que afirmar respecto a la bondad o maldad. De aquí al subjetivismo salvaje sólo hay un paso. Asimismo, el secularismo se manifiesta en el pragmatismo, el utilitarismo, así como el hedonismo y el consumismo.

Por último, la constatación de que vivimos en una Europa en la que ha perdido terreno la cultura clásica frente a los saberes funcionales propios de la revolución tecnológica y frente a una "Nueva Era" indeterminada y cargada de ambigüedades. A la vez tienen carta de ciudadanía sobre todo en los medios de comunicación una serie de prácticas peligrosas como el espiritismo, el esoterismo, el ocultismo o la magia, que deforman el sentido religioso pero que hacen su negocio particular en medio del confusionismo reinante.

2.2. Algunas características del joven posmoderno

Los jóvenes forman parte de esta sociedad algunas de cuyas características hemos descrito. La influencia que el ambiente ejerce sobre ellos se concreta en un conjunto de rasgos que podemos describir.

Buena parte de los jóvenes ha crecido con déficit de referencias. Familias desestructuradas en porcentajes cada vez más elevados. Escuelas en las que, entre maestros y monitores, el alumno se relaciona con multitud de personas pero sin encontrar unos referentes definidos. Actividades extraescolares que llevan a muchos niños y jóvenes al cansancio y al estrés. Síndrome del zapping, que tiene como consecuencia la falta de concentración, de poder seguir un discurso o una historia hasta el final. Actualmente se da una especie de orfandad por la falta de referencias ya sean familiares o de maestros que influyan en las personas y en la sociedad.

Absolutización del presente. Una tendencia a vivir el presente, olvidando el pasado y sin pensar en el futuro. A través de un ritmo de vida acelerado, cambiante, en el que predomina la innovación y la instantaneidad,1 que impiden la referencia a una ascendencia y a una memoria, los cuales son elementos básicos en los sistemas religiosos. Todo ello va generando una especie de incapacidad para mantener una memoria portadora de sentido para el presente y de orientación para el futuro.

Un planteamiento vital de diversión e inmediatez. Ganas de tenerlo todo y enseguida. A la vez, cansancio de todo enseguida. Entrega entusiasmada a "la noche" como momento de ocio y de fiesta, de encuentro con los amigos entre la música y el alcohol. Falta de capacidad de sufrimiento, capacidad de sacrificio y esfuerzo. En parte por culpa de sus progenitores, que han procurado "que no les falte nada de lo que ellos no tuvieron". Les han dado todo, a menudo en exceso, sin una pedagogía adecuada que les hiciera valorar las cosas y ubicarse más en la realidad. La consecuencia es un proceso de maduración un tanto retardado.

Otra causa se encuentra en la pérdida de los signos de identidad, pérdida de las tradiciones y pérdida de la autoridad de lo tradicional, que afecta enormemente al ámbito religioso. Ello unido a una excesiva afirmación de las libertades individuales, desemboca en el subjetivismo, en una autonomía desproporcionada del individuo frente a las pretensiones de las instituciones de regular sus comportamientos. Es esta una característica de la posmodernidad que afecta considerablemente al ámbito religioso.

Individualismo subjetivista que les lleva a considerarlo y mediarlo todo desde la propia percepción o conveniencia. Las cosas son importantes en la medida que lo son para el propio sujeto. Las generaciones jóvenes viven el individualismo generalizado de la sociedad y a la vez tienen un instinto innato de estar juntos. Una sociedad que se mueve entre dos tentaciones serias y tercas: la del individualismo y la del conformismo gregario.

También se observa una gran fragmentación interior y una pluralidad de pertenencias. De ahí la dispersión, la desintegración, la "destotalización" de la experiencia humana que socava el fundamento de los sistemas religiosos porque descalifica su pretensión de constituir códigos globales de sentido y de conducta capaces de dar coherencia humana individual y colectiva. Una consecuencia es que estén más preocupados de la estética que de la ética, así como el quedar atrapados por el consumismo y por un cierto culto a la imagen, al cuerpo.

Cada vez más comunicados, y a menudo con problemas de relación personal. Grandeza y miseria de las nuevas tecnologías, sobre todo de Internet. Ni siquiera la TV congrega a la familia –antes lo hacía la lectura sagrada–, puesto que cada miembro ve su propio televisor en su habitación. Merced a Internet, no pocas personas con problemas de relación se sienten hipercomunicados, ya que intercambian correos electrónicos con internautas de todo el mundo, pero no afrontan sus carencias y sus dificultades de relación.

2.3. Aspectos positivos

Nuestra aproximación sociológica sería incompleta si no reseñáramos también aspectos positivos y logros de nuestra sociedad que a su vez se reflejan en el mundo juvenil. Por ejemplo una mayor sensibilidad por la justicia y la promoción de los derechos humanos. A la vez, un rechazo de la violencia y un mayor compromiso en la lucha por la paz.

Se ha desarrollado asimismo un sentido solidario individual y colectivo, que se manifiesta en múltiples campañas de ayuda al Tercer y Cuarto Mundo y en la proliferación de iniciativas, voluntariados de todo tipo y de Organizaciones No Gubernamentales.

Se va generalizando igualmente la conciencia de que la conservación del planeta es importante y que la sostenibilidad es responsabilidad de todos. La sana ecología va ganando adeptos. En este sentido, los jóvenes son muy sensibles a las iniciativas de defensa de la naturaleza y el medio ambiente.

Podemos afirmar de igual forma que han crecido los índices de diálogo y de tolerancia, de respeto a las personas y a las ideas, de aceptación del pluralismo y la diversidad. Una pedagogía que se orienta más a la propuesta que a la imposición. Esto es de capital importancia de cara a la convivencia en la nueva situación que se produce debido a los flujos migratorios.

Otro elemento de la sociedad occidental es el intento de dar sentido y contenido al tiempo libre, del que se dispone cada vez más gracias a los avances tecnológicos. Un tiempo libre que puede ser ocasión de maduración personal a cualquier edad.

No podemos olvidar los avances que se van dando en diferentes campos como por ejemplo la igualdad del hombre y la mujer o la superación de variadas discriminaciones. También se ha progresado en los niveles de libertad tanto a nivel individual como colectivo.

Por último, reseñar que los jóvenes actuales siguen siendo inconformistas, y desean cambiar el mundo, y valoran en gran medida la autenticidad, la sinceridad. Rechazan la hipocresía y la falsedad. Para ellos es muy importante la coherencia, el testimonio de vida, mucho más que las palabras.


3. Punto de encuentro

En el marco de esta sociedad y de estos jóvenes concretos, no es fácil hablar de Dios, de la gracia, de los sacramentos, de la Eucaristía. En general, los jóvenes son indiferentes respecto a la religión, están instalados en una posición de lejanía y adolecen de una ignorancia llamativa no sólo en temas de religión, sino también de cultura religiosa. Por otra parte, los medios de comunicación social presentan una imagen distorsionada de la Iglesia, intentando minar su credibilidad y presentándola como una institución obsoleta.

Será precisa una cura constante de realismo y de humildad. Será necesario no permanecer a la defensiva, sino tomar la iniciativa con un acercamiento directo, sencillo y propositivo, apuntando al corazón, es decir, a sus centros más profundos de interés.

Volvemos a hacernos la pregunta inicial: ¿Cómo hacerles creíble el relato del amor de Dios?, ¿Cómo presentarles a Cristo Salvador?, ¿Cómo introducirlos en la vida sacramental?, ¿Cómo acercarlos a la mesa de la Eucaristía?

Las aspiraciones de los jóvenes como punto de encuentro

Las inquietudes sociales y personales que viven los jóvenes de hoy no difieren mucho en sus niveles profundos de las que han vivido los jóvenes de otras épocas. Podríamos encontrar muchas semejanzas entre los anhelos profundos de su corazón y los anhelos del nuestro, entre su búsqueda de la felicidad y la nuestra. En cualquier etapa de la vida, pero sobre todo en la juventud se viven la incertidumbre y el riesgo, la utopía y la aventura. No faltan consejos que nos animen a seguir el buen camino. Tampoco faltan cantos de sirena que nos llamen al consumismo, al materialismo, a triunfar humanamente a cualquier precio.

Hay algunas constantes en las que confluyen las expectativas humanas sin distinguir épocas ni lugares. La búsqueda de la felicidad, el sentido de la vida, los niveles mínimos de autoestima y de autosatisfacción, la realización personal, la relación personal profunda con los demás, etc., son elementos esenciales a todo ser humano que nos sirven como punto de partida en el camino de encuentro con Dios. Analicemos algunos de estos elementos.

3.1. Encontrar la felicidad

El joven, por encima de todo, busca ser feliz. La felicidad es un estado de plenitud, de satisfacción íntima y personal, de alegría, de paz, que se proyecta a través de nuestro obrar y que tiene un efecto benéfico en todos los órdenes de la vida.

El corazón humano tiende a una felicidad plena e ilimitada. Cualquier persona tiene en su vida programas y proyectos concretos que le ilusionan y le motivan para entregarse con interés pensando que saciarán su sed de felicidad. Pero experimenta una y otra vez que cuando consigue llegar a las metas propuestas, no encuentra la plenitud y la felicidad que esperaba, y ha de empezar de nuevo. Experimenta así la finitud de todo cuanto consigue y sufre por ello como una especie de continua insatisfacción.

Eso es debido a que el ser humano se plantea el problema de su felicidad en términos de infinito, en términos de trascendencia. Cuando tiene satisfechas con holgura sus necesidades primarias, se le despierta su ansia de felicidad en tonos más profundos que pueden llegar a hacerse dramáticos, ya que precisamente después de conseguir un nivel elevado de bienestar material, brota del interior la sensación de vacío, de falta de sentido de la vida.

El ser humano necesita razones para vivir, razones para sufrir, razones para entregarse, para dar lo mejor de sí mismo, para morir si llega el caso. En definitiva, la felicidad plena y profunda no brota como consecuencia de satisfacciones materiales, sino sobre todo como consecuencia de haber entregado generosamente lo mejor de uno mismo por una causa noble. Esta experiencia no es nueva, es antigua como la vida misma.

Este ser humano que busca la felicidad, en el fondo, busca a Dios. La búsqueda de la felicidad desemboca en el deseo de encontrar a Dios. ¿Pero cómo?

El deseo natural de Dios está inscrito en el corazón del hombre por la sencilla razón de que éste ha sido creado por Dios y para Dios. Por eso, sólo en Dios puede apagar su sed de trascendencia, sólo en Dios puede encontrar plenamente la verdad, el bien, la felicidad y el sosiego que anhela su corazón. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador".2

Esta referencia, este deseo, está en lo profundo del corazón humano. Dios nos crea por amor y nos crea para vivir el amor, y el sentido de nuestra vida consiste en ser amados por Dios y por los demás, y en corresponder a ese amor amando a su vez a Dios y a los demás. De ahí que sólo en el Señor se encuentren el descanso y la paz, el amor y la felicidad. San Agustín así lo expresa: "Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti".3

3.2. Encontrar identidad y sentido a sus vidas

Toda persona humana, dotada de inteligencia y voluntad, es impulsada por su propia naturaleza a buscar la verdad.4 La humanidad, a lo largo de la historia, ha buscado la verdad, ha buscado el sentido de las cosas y sobre todo de su propia existencia. La exhortación "conócete a ti mismo" es un buen reflejo de esa búsqueda y de la importancia que en la Grecia clásica se daba al conocimiento de uno mismo. Las preguntas fundamentales sobre la propia identidad, sobre la procedencia y el final de la vida, sobre el mal y la muerte, sobre el más allá, están presentes en todas las culturas.5

La filosofía ayuda al ser humano para avanzar en el conocimiento de la verdad porque ayuda a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a encontrar la respuesta. La filosofía nace cuando el hombre empieza a preguntarse el por qué y el para qué de las cosas, y muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre.6 Pero actualmente, tanto la pregunta por la verdad como la búsqueda de la verdad se ven un tanto oscurecidas y ha surgido diferentes formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a desembocar en una especie de escepticismo general.7

Edith Stein fue una gran buscadora de la verdad. Para ella, Dios es la verdad, y quien busca la verdad, busca a Dios. Esta búsqueda de la verdad se convierte para ella en una oración. Su inquietud por la verdad le lleva a buscar y también a encontrar. Y en esa búsqueda y encuentro va entregando su vida. En una primera fase, abandona su religión judía y se sumerge en la filosofía para tratar de comprender el sentido de la existencia humana. Posteriormente, del ateismo pasará a la fe católica y, en su seguimiento de Jesús, irá adquiriendo desde la experiencia la "ciencia de la cruz".

Cuando ella analiza su itinerario de búsqueda de la verdad, llega a la conclusión de que Dios es la verdad y de que quien busca la verdad está buscando a Dios, sea o no consciente de ello. También llegará a la conclusión de que el buscador de la verdad vive sobre todo en el centro de la actividad de su razón. Si la persona que busca la verdad lo que busca es la verdad profunda de la vida y de la realidad, y no una pura acumulación de datos, esa persona está muy cercana a Dios, que es la Verdad.

A través de esta búsqueda de la Verdad llegó a la conclusión de que ser totalmente de Dios, darse por completo a Él y a su servicio por la gracia del amor, es la vocación, no sólo de algunos elegidos, sino de todo el género humano, y más aún, de todo cristiano, estando o no consagrado, sea hombre o mujer. Pues quien ama la Verdad sin medida, crece sin cesar como persona. Descubre, esta santa filósofa, que en cuanto el hombre y la mujer se afanen por descubrir en plenitud el sentido de eso que se esconde en su interior, eso que le hace ser no tan sólo persona humana, sino feliz, será lo que les permitirá alcanzar la plenitud de su esencia: ser imagen y semejanza de su creador que es Dios.

3.3. Encontrar valoración, reconocimiento y estima

Todo ser humano necesita ser valorado, reconocido, necesita autoestima y la estima de los demás. Esta necesidad se hace presente sobre todo en la adolescencia y en la juventud. A este respecto es muy ilustrativo un pasaje de la obra de Bernard Shaw "Pigmalion", en que Eliza Doolittle se desahoga con el sr. Pickering quejándose del trato que le dispensa el profesor Higgins en su proceso de educación y señalando que la única diferencia que hay entre una señora y una florista, aparte de las cosas que cualquiera puede ver como el vestido o la forma de hablar, no está tanto en la manera de comportarse, sino que está sobre todo en la forma de ser tratada. Para el profesor Higgins, ella será siempre una florista, porque la trata siempre como una florista y siempre lo hará así; pero para el sr. Pickering puede ser una señora, porque siempre la ha tratado y la seguirá tratando como a una señora.8

Este es un principio muy importante en el crecimiento y maduración de las personas. Sumamente importante en la etapa juvenil. La forma como se trata al joven que tenemos a nuestro lado está influida de forma sutil por las expectativas que nos forjamos sobre él. Y a la vez, parece como si hubiera un mecanismo oculto que provoca que su rendimiento o su progreso en el crecimiento y maduración personal se ajuste a las expectativas que se depositan sobre él.

Por eso, creo firmemente que no nos debemos quejar de los jóvenes. Al contrario, hemos de ayudarles a desarrollar todo el potencial que llevan dentro. Acompañar procesos de maduración y crecimiento es muy difícil, y se requiere mucho amor y mucha paciencia. Pero no cabe ninguna duda de que el crecimiento personal de nuestros jóvenes depende en gran medida de la forma como les tratemos y de las expectativas que depositemos sobre ellos. A veces parecen díscolos, rebeldes, desobedientes, o son malos estudiantes. Actúan así seguramente por muchas razones, pero entre esas razones una es su percepción de que eso es justamente lo que se espera de ellos, el rol que tienen adjudicado, y ellos actúan en consecuencia.

Por eso creo que no debemos pronunciar jamás expresiones como: "¡Eres un desastre!". Si tanto lo repetimos, el joven acabará siéndolo. Al niño o al joven cuando se equivoca habrá que decirle: "Oye, con un fondo tan bueno como tú tienes, con tantas cualidades como tienes, ¿cómo es posible que actúes así?" La diferencia entre la primera y la segunda manera de mirar y de tratar a la persona es que con el primer modo la hundimos cada vez más en el fondo, sin captar que su rebeldía y su desobediencia a menudo no son más que una forma de reclamar atención y ayuda. Con la segunda manera le estamos haciendo una llamada al cambio, a la autoexigencia y a la superación.

Hay que ayudar a desarrollar todo el potencial que las personas llevan dentro. Todo ser humano lleva dentro un diamante en bruto, un tesoro de posibilidades a desplegar, porque no en vano estamos creados a imagen y semejanza de Dios. En esta pedagogía de encuentro con los jóvenes que hemos de desarrollar, nos ayuda el considerar también cómo nos mira Dios, cómo nos trata Dios, qué espera de cada persona, qué expectativas deposita en cada uno de sus hijos. A la vez podríamos examinar cómo nos lo transmite Cristo, cómo es la pedagogía del Señor.

Digamos en seguida que sólo cabe una respuesta: Dios nos mira con un amor entrañable e infinito, con un amor incondicional. Con un amor, que respetando la libertad de sus hijos e hijas, nos llama a la perfección y nos ayuda eficazmente a llegar a ella. San Pablo lo expresa en su carta a los Efesios: "Ya que en El nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor".9 Jesús nos lo dirá en el Sermón de la montaña, que culmina con el ideal máximo de perfección. "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial".10 Así lo hace Jesús en su vida pública saliendo al encuentro de las personas, respondiendo a sus inquietudes, a sus expectativas, propiciando un cambio interior, una conversión profunda.

3.4. Encontrar ámbitos donde convivir y compartir

El ser humano es un ser esencialmente referencial que necesita incluso de los demás para descubrir su propia identidad. Un rasgo fundamental que caracteriza a la persona psicológicamente adulta es la capacidad de convivir y colaborar con otras personas, con el grupo y con la comunidad. El ser humano constitutivamente, es un ser relacional, comunicativo, dialogal. Esto es así, en definitiva, porque está creado a imagen de Dios, que es Trinidad, relación eterna y permanente, comunicación y comunión absolutas.

El ser humano crece y se realiza como persona conviviendo con los demás. Y no sólo en proximidad física, sino también en proximidad psicológica, de la mano de otras presencias amigas y benevolentes. La familia es la estructura básica y primaria de convivencia, pero llega un momento que es insuficiente. Los jóvenes necesitan y buscan otros círculos de convivencia, será el grupo de amigos, "la peña".

Pero a menudo el joven descubre también que el grupo, la peña de colegas, no es suficiente, no acaba de llenar sus inquietudes internas porque la relación es superficial e insuficiente. Necesitan experimentar, vivir lo que es un grupo en que las relaciones no sean de simple coincidencia en la diversión, ni sean meramente funcionales. Necesita un grupo en que las relaciones sean de comunicación profunda y también de acogida, de afecto, de compartir. Eso significa que la experiencia de una comunidad cristiana puede responder a esas inquietudes y realizar esos deseos profundos.

La comunidad cristiana no es una realidad externa que recoge y ampara a las personas, sino que es relación profunda, comunicación de espíritus. Ser comunidad es "tener un solo corazón y una sola alma". Para ello es preciso que haya conocimiento y amor mutuos. No sólo un conocimiento externo y biográfico, sino íntimo y profundo. Significa vivir en amistad, en clima de familia, con la solidaridad de los que forman una única realidad. Significa compartir los bienes materiales y las situaciones interiores. Significa responsabilizarse mutuamente unos de otros, y significa compartir un mismo proyecto de vida que es el Evangelio.

En una comunidad cristiana se han de vivir tres actitudes: el sentimiento del "nosotros", el sentimiento de interdependencia y el sentimiento de participación activa. Comunidad significa hacer el paso del yo y el tú hacia el nosotros, significa compartir, hacer propias las situaciones de los otros miembros del grupo. La comunidad nace cuando los individuos se sienten mutuamente acogidos y aceptados.

Para que un grupo de personas lleguen a ser comunidad es imprescindible que se sientan interdependientes. Ser comunidad es identificarse todos los miembros del grupo con un proyecto común que establezca relaciones de interdependencia. Ni la dependencia que supone sometimiento de una persona a otra, ni la antidependencia, que es una relación de dependencia por contraposición, ni la independencia, que es una relación sin compromiso. Una relación de interdependencia, en que cada miembro del grupo tiene el mismo derecho de individualidad y autodeterminación y da lo mejor de sí mismo para el proyecto común. La interdependencia permite la comunión. Ser comunidad es ser interdependientes, y eso significa responsabilizarse unos de otros. Por último, hay que vivir el sentimiento de participación activa. Cada miembro ha de tener conciencia de desempeñar un papel en el grupo, ha de sentirse útil, aportar su colaboración en la obra común.


4. El encuentro con Cristo Eucaristía

A. Estilo

En el punto anterior analizábamos algunas constantes en las que confluyen las expectativas humanas: La búsqueda de la felicidad, el sentido de la vida, los niveles mínimos de autoestima y de autosatisfacción, la realización personal, la relación personal profunda con los demás. Estos elementos humanos y naturales, veíamos cómo tienen una respuesta, un "complemento" sobrenatural, una realización, como una elevación a otro nivel que nos sitúa en el encuentro con Dios, en el encuentro con Cristo.

Propiciar el encuentro con Cristo que transforme la vida

Los jóvenes se hacen preguntas, son sensibles a las causas nobles, son generosos cuando se requiere su solidaridad y también son receptivos cuando hacen un poco de silencio en sus vidas.

Para describir el proceso de encuentro con Cristo podemos inspirarnos en Evangelii Nuntiandi, porque propone11 un esquema del proceso evangelizador. Evangelizar implica un proceso de acercamiento a los destinatarios, hasta el punto de inculturarse en su ambiente, para desde ahí testimoniar y proponer claramente el anuncio explícito de Jesús, con la conversión y la adhesión del corazón del joven, que entra en contacto con la comunidad cristiana, se integra en ella, recibe con gozo los sacramentos y, por la fe viva que actúa por el amor, se convierte de evangelizado en evangelizador.

Esta propuesta, esta proclamación, es ante todo:

Un anuncio, una Buena Nueva que se centra en la Persona de Jesucristo, y desde Cristo en el Padre y el Espíritu Santo, en la Iglesia y los Sacramentos.

Un anuncio que interpela, que suscita una respuesta, que provoca, con la gracia de Dios, la conversión.

Un anuncio proclamado por testigos. El apóstol es un testigo enviado. Testigo es el que ha visto, ha experimentado. No es lo mismo comunicar la experiencia, comunicar lo que se ha visto, que hablar de memoria, explicar algo que he estudiado y aprendido.

Un anuncio que se realiza con un estilo alegre y esperanzado, que vehicula la transmisión del Evangelio, que es Buena Nueva, Buena noticia. Un estilo convencido y convincente.


B. Contenido

Líneas de fuerza en el proceso evangelizador

1. Dios

Una presentación kerigmática de Dios, que ha creado todas las cosas y las mantiene en la existencia. Que se revela en la creación, obra de sus manos. Dios, que ha salido al encuentro del ser humano y se ha manifestado a lo largo de la historia, convirtiendo la historia en Historia de Salvación. Dios, que envía a su Hijo para redimir al género humano.

Un Dios que es Padre, que es amor, que llama a todos los hombres a vivir como hijos y como hermanos en una gran familia. Esta es la gran revelación de Jesús, que Dios es Padre, rico en misericordia, con una misericordia infinita. "La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelve a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de este fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad especialmente frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo".12

Dios también se hace presente en la vida de cada hijo suyo, Dios sale al encuentro del joven, y le ofrece vivir en plenitud la filiación. Como nos ha creado libres, respeta la libertad de cada uno, y el joven tendrá que dar una respuesta desde su libertad. Hay que ayudar al joven a descubrir a Dios. El Dios eterno, infinito, omnipotente, trascendente, que es Amor, que es Padre, que por amor paternal nos ha creado y nos llama a vivir su amor.

2. Cristo

El Hijo eterno del Padre que se ha encarnado, se ha hecho uno de nosotros, que ha asumido la naturaleza humana, que se ha hecho en todo igual a nosotros, excepto en el pecado. El Hijo eterno de Dios que "con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» ¡Él, el Redentor del hombre!".13

Dios se ha revelado plenamente a la humanidad en Cristo y por Cristo. Por El y en El el ser humano es elevado a la dignidad de hijo de Dios. Redentor de todo el género humano y de cada persona. Con san Pablo podemos decir "me amó y se entregó por mí". El hombre es elevado, alcanza su dignidad, encuentra el sentido de su existencia. El nos comunica también la misión que el Padre le encomienda y de la que nos hace partícipes.14

Cristo sale al encuentro de todo hombre, de todo joven, para presentarse como Camino, Verdad y Vida, para saciar su sed de felicidad, para llenar de sentido sus vidas. Por eso hemos de propiciar el encuentro profundo del joven con Cristo. Ese encuentro que revolucionará su vida y la comprometerá hasta el fondo. Ese encuentro que ha de iniciar una relación de intimidad con El y una vida radicalmente nueva.

3. El Espíritu Santo

Jesús anuncia a los apóstoles que les enviará otro "paráclito", otro defensor que estará con ellos, que los guiará hacia la verdad, que les enseñará y recordará sus palabras, el Espíritu de Verdad. El Espíritu Santo, que iluminará las mentes de los apóstoles para entender la Palabra de Jesús, el sentido de las Escrituras, el sentido de su propia vida y su misión en la Iglesia y en el mundo. El Espíritu Santo que les dará fortaleza para llevar a cabo su misión sin miedo a nada ni a nadie.

El Espíritu Santo es el primero que nos despierta en la fe y nos inicia el la vida nueva, aunque es el último en la revelación de las Personas de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el inicio del plan salvador hasta su consumación. Pero es en los últimos tiempos cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Es fundamental que el creyente establezca una relación personal con El, como con el Padre y el Hijo.

4. La Iglesia

La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero.15 La Iglesia de Dios existe y se realiza en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo en la celebración de la Eucaristía. Su origen no está en la voluntad humana, sino en un designio nacido en el corazón del Padre. Es preparada en la Antigua Alianza e instituida por Cristo Jesús y manifestada por el Espíritu Santo. Al Hijo es a quien corresponde realizar el plan de Salvación del Padre, en la plenitud de los tiempos. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño rebaño" que Jesús convoca en torno suyo que El mismo pastorea. El Señor la dotará de una estructura que permanecerá hasta la consumación plena del Reino con la elección de los Doce y de Pedro como su Primado. Ellos y los demás discípulos participan en la misión de Cristo.

La Iglesia ha nacido principalmente de la entrega total de Cristo por la salvación de todos. Esta entrega, este sacrificio redentor, está anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz. Después de la resurrección y la Ascensión a los cielos, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia. En Pentecostés la Iglesia se manifiesta públicamente ante la multitud allí congregada y se inicia la difusión del evangelio entre los pueblos.

5. Los sacramentos

Para poder entender los sacramentos hemos de situarnos en una perspectiva de Historia de la Salvación. Son los signos que comunican el misterio de la salvación realizado en Cristo y por Cristo. Ser cristiano significa creer en Cristo, seguir su mensaje, recibir su vida y tratar de vivir el amor que nos comunica. La historia de este amor es sencilla y grande: el Hijo eterno entra en la historia humana y a través de su humanidad revela el rostro del Padre y concede a quien lo recibe la vida nueva del Espíritu. Cristo es el Sacramento de Dios, el signo vivo con el que Dios se comunica a los hombres. Y el Señor Jesús se hace presente en la Iglesia, sacramento de Cristo para poder llegar a cada uno de los seres humanos en todos los tiempos y lugares. La Iglesia es, pues, lugar predilecto del encuentro con Cristo en el Espíritu. La Iglesia celebra y vive el encuentro entre el Resucitado y los hombres con algunos acontecimientos, en los que la gracia llega al corazón de la persona y a la historia por medio de palabras y gestos realizados según dispuso el Señor: los sacramentos.

Cristo es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo. Los sacramentos son las realizaciones más intensas del encuentro con Dios en la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Por eso los sacramentos son fundamentales tanto para quien busca a Dios como para quien, habiéndolo encontrado, desea conocerle y amarle más. Los sacramentos dan ritmo a la existencia de fe en sus diferentes etapas, pues a través de ellos Cristo Salvador se acerca de manera eficaz, en la comunión de su Iglesia, a todos los momentos y a todas las situaciones de nuestra vida.16 Los sacramentos fortalecen la fe, la esperanza y el amor, están ordenados a la santificación de las personas y a la edificación de la Iglesia.17

La celebración de cada sacramento es un momento de gracia, un acontecimiento de salvación, una experiencia del amor de Dios, un encuentro con Dios y con los hermanos. Los siete sacramentos acompañan la vida humana desde el inicio hasta el traspaso.

6. El sacramento de la Eucaristía

La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial18

La Eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana y de toda la vida de la Iglesia. Los demás sacramentos están unidos a la Eucaristía y se ordenan a ella. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual y salvífico de la Iglesia, que es Cristo mismo. En la celebración eucarística se actualiza el sacrificio redentor de Cristo, el Señor se hace presente en la historia con toda su fuerza salvadora y reúne a su pueblo, y edifica a la Iglesia. A la vez, la Iglesia, en la celebración, hace a la Eucaristía. La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios, y en ella nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos.

La institución de la Eucaristía

Jesús instituye la Eucaristía en el marco de la celebración de la Pascua Judía. El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la última cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor.19 Instituye la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordena a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno. Con esta acción, anticipa el misterio de la cruz del día siguiente. La fracción del pan y el reparto de la copa son anticipación de su muerte explicada con las palabras que acompañan el gesto: "Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros… Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros".20

El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga"21 significa por un lado mantener el recuerdo, la memoria, pero también perpetuar este gesto hasta el final de los tiempos. Así la Iglesia perpetúa la presencia eficaz del sacrificio de Cristo por la salvación de todos y provee del alimento necesario a sus hijos en su camino de peregrinos.

El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial y presencia

La Eucaristía es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia ofrece el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad. Toda la comunidad que celebra renueva su acción de gracias y alabanza a Dios por la maravilla del amor de Dios que es la creación y especialmente por la nueva creación, es decir, por la salvación llevada a cabo a través del sacrificio redentor del Señor.

La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se actualiza, ya que el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual. 22 Y por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros".23

Nuestro Señor Jesucristo está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre",24 en los pobres, los necesitados, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, especialmente y sobre todo, en las especies eucarísticas. El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero".25 Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente.

Banquete pascual y comunión

La celebración eucarística es memorial del sacrificio de la cruz, y banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Ahora bien, la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. El Señor nos dirige una invitación a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros"26. Comulgar significa dejarse llenar de vida por Cristo, significa entrar en una dinámica de unión vital con El y por El con el Padre y el Espíritu Santo. El fruto principal de cada celebración eucarística ha de ser un crecimiento en la comunión con Dios y con los hermanos.

7. La vida cristiana o integración fe-vida.27

El proceso que va desde el anuncio del kerigma hasta la vivencia profunda de la Eucaristía tiene como consecuencia que el joven integre fe y vida. Esto es posible cuando la gracia de Dios va renovando su personalidad porque se va transformando en una criatura nueva. La gracia a su vez le ayuda a configurar su proyecto de vida y a iluminar todas las áreas de su existencia.

Se trata de un proceso progresivo que dura toda la vida y en el que está llamado a madurar incesantemente, a dar cada vez un fruto más abundante. Es un proceso personal de maduración en la fe, de configuración con Cristo siguiendo la voluntad del Padre y la acción del Espíritu Santo. Un proceso de crecimiento en la vida cristiana consciente, creciente y compartido.

Esta vida cristiana se caracteriza por la unidad, por la coherencia, por la síntesis e integración de diferentes aspectos y perspectivas. En primer lugar, la vivencia de la unidad desde la pertenencia a la Iglesia y a la sociedad humana. En segundo lugar, la unidad indisoluble de la vida espiritual personal con sus valores y prácticas de piedad, y la vida secular, es decir, la vida de familia, de trabajo, de compromiso social, cultural y político.

Esta vida cristiana tiene tres dimensiones que hay que profundizar para poderlas armonizar debidamente. En primer lugar la vida "espiritual" o vida de fe. El joven ha vivir intensamente su fe-esperanza-amor. Para ello ha de vivir la unión con Cristo, que se alimenta fundamentalmente de la Eucaristía; unión con Cristo que se repara y acrecienta con el sacramento de la reconciliación, en que recibimos el abrazo amoroso del Padre que perdona, que siempre espera, que nos ayuda a superar los obstáculos de la vida de fe. Unión con Cristo a través de la oración, el encuentro personal con Él, la conciencia de la presencia personal amorosa y activa de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en nosotros. Unión con Cristo a la luz de la escucha de la Palabra de Dios, que ilumina, que interpela, que transforma.

En segundo lugar la formación. Para conocer a Dios, para conocerse a sí mismo, para conocer el ambiente que le rodea. Formación para profundizar en la fe, formación para dar razón de la fe y de la esperanza y formación en la profesión que se elija, en la que el joven cristiano ha de buscar la excelencia. Esta formación ha de estar en conexión con el joven y con su compromiso apostólico.

Por último, la acción. Una acción apostólica que deriva de la misma naturaleza del ser cristiano, consecuencia del bautismo y la confirmación, consecuencia del envío misionero de Jesús. Colaboración en la construcción del Reino de Dios, fermentación evangélica de los ambientes a través del testimonio de palabra y de una vida coherente.


5. Conclusión

Los jóvenes son esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Pero ¿qué jóvenes? El joven cristiano que vive su fe profundamente arraigada y que se cimienta en la Eucaristía. Los elementos profundos de la Eucaristía han de poder ser sintonizados por el joven porque se corresponden con sus inquietudes más profundas y con lo mejor de la condición juvenil. Por un lado está la gracia de Dios, que nunca falta. Por otra parte está nuestra colaboración a la hora de saber despertar, motivar, salir al encuentro y ponernos en la onda de estos jóvenes. Se trata de inculturizar la fe en su vida y de inculturizar la Eucaristía con toda la potencia que contiene. Elementos como la celebración, el encuentro, la comunión, la caridad, la solidaridad, no son difíciles de conectar con el joven. Como el Señor hacía en su tiempo, tendremos que encontrar la pedagogía adecuada.

En la aproximación sociológica hemos destacado la secularización, el pluralismo, la fragmentación y la instantaneidad como algunas de las características de nuestra sociedad y de los jóvenes que habitan en ella. Estas y otras características no facilitan precisamente el acceso a la fe o el encuentro con Dios. Pero a la vez, no hemos de olvidar que la voluntad de Dios es no sólo que todos los hombres se salven, sino que todos los hombres lleguen a la perfección, a la santidad, al desarrollo pleno de su vida de hijos. Por eso nos hemos de aplicar desde la confianza en Dios y la confianza en las personas a la tarea pastoral que se encamina a una vivencia eucarística de los jóvenes. Nos referimos a los jóvenes en general, y abarcamos desde el joven que va a misa a diario y al que hay que ayudar a que profundice en su vivencia eucarística, hasta el joven ateo o agnóstico. Por tanto, se podrían distinguir una infinidad de círculos concéntricos. Por eso, las conclusiones son generales en algunos casos, y otras se pueden aplicar a segmentos más concretos.

  1. En primer lugar, conviene una pedagogía realista e inteligible, que tenga en cuenta los signos y los símbolos. Esto es muy propio de la naturaleza humana y la juventud es una etapa de la vida sensible y receptiva a estas realidades. Una pedagogía propositiva y no impositiva.

  2. Una pedagogía que parta o que tenga en cuenta las experiencias humanas. Analizar el fenómeno juvenil, optimizar los puntos de acceso y encuentro. Tener en cuenta los gozos y esperanzas, las inseguridades y dificultades de los jóvenes y ofrecerles una respuesta creíble. Nada humano nos ha de ser ajeno porque nada humano es ajeno a Dios.

  3. Un planteamiento evangelizador, con talante y proclamación kerigmáticos, con contenidos genuinamente evangélicos. Anunciar el evangelio es proclamar la salvación de Dios, que penetra en la vida de tal manera que acaba transformando la historia personal y la historia de la humanidad. Cuando quien proclama esa Buena Nueva la experimenta en su vida, su palabra tiene un estilo concreto de fuerza, de alegría, de seguridad, de sinceridad, de esperanza. Una palabra convencida y convincente. Palabra completada por el testimonio. El apóstol es un llamado por Jesús, testigo de su vida y misterio pascual y enviado a dar testimonio.

  1. Cristocentrismo en la presentación. Una centralidad de Cristo tanto en el mensaje como en la vida. Una centralidad que hemos percibido en Juan Pablo II y ahora percibimos en Benedicto XVI. Lo esencial en nuestra pastoral con los jóvenes es propiciar en ellos un encuentro con Cristo que les cambie el corazón, que revolucione su existencia. Sólo desde esa nueva vida podrán asimilar la doctrina cristiana y sólo desde esta nueva vida podrán cumplir los preceptos morales.

  2. La conciencia de que forman parte de la Iglesia. Gran familia de los hijos de Dios de la que forman parte, a la que han de amar y defender como cosa propia. Profundizar en el misterio de la Iglesia. Conciencia de que han de ser miembros vivos y activos. Descubrir en la Iglesia la riqueza de la vida sacramental, de los sacramentos como signos del amor de Dios, encuentros con Cristo, fuentes de gracia.

  3. Presentar el sacramento de la Eucaristía con toda su fuerza, con toda su grandeza, con toda su radicalidad. El joven difícilmente conectará con una presentación "ligth" del cristianismo y menos aún de la Eucaristía. No hemos de tener miedo a presentar el misterio de Dios, el misterio de la Eucaristía. No hemos de infravalorar al joven que tenemos delante ni la acción del Espíritu Santo en su interior. Por eso no debemos "maquillar" o querer hacer inteligible lo que es misterio de fe. Otra cosa es que usemos los máximos recursos pedagógicos.

  4. Después de la consagración el celebrante dice: "Este es el sacramento de nuestra fe". Que por las palabras de la consagración el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es algo tan inmenso, tan profundo, tan grandioso, que si de verdad creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía no hemos de necesitar milagros ni signos especiales para caer en actitud de adoración ante Dios. Hay que despertar en el joven la actitud de asombro ante el misterio, la actitud de contemplación, de adoración, de "descalzarse" ante la presencia de Dios. No es difícil la vivencia de esas actitudes en el joven creyente.

  5. Sacrificio, entrega, donación hasta el extremo. La Eucaristía, actualización del sacrificio redentor de Cristo, expresa y realiza el amor inmenso de Dios a todos los hombres y mujeres de todas las épocas. Un amor infinito que alcanza en la cruz su máxima realización: "Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos".28 Ahí se encierra el misterio último de la cruz: Dios dando la vida por sus amigos. Lo que da valor redentor a la crucifixión de Cristo no es el sufrimiento sino el amor de Dios. Lo que salva a la humanidad es el amor infinito de Dios encarnado en esa muerte. El joven se sentirá atraído por la radicalidad y totalidad de este amor si lo presentamos tal como es, y se sentirá llamado a ofrecer también su vida.

  6. Caridad, solidaridad, justicia, construcción de un mundo mejor. Desde el encuentro con Dios en el misterio eucarístico, desde el alimento y transformación que supone en la vida personal y en el cuerpo eclesial se proyecta la caridad, se lucha por la justicia, se vive el compromiso de luchar por un mundo mejor. Todos estos aspectos los vivirá el joven con naturalidad y como consecuencia de la dimensión eucarística de su vida.

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10. Comunión, encuentro, fiesta. La participación en la Eucaristía es encuentro con Dios y con los hermanos y su fruto principal ha de ser un crecimiento en la comunión con Dios y con el hermano. Este encuentro tiene también una dimensión de banquete, de fiesta. La fiesta de la unidad, porque todos nos alimentamos de un mismo pan, Cristo.

Comenzaba esta conferencia explicando algunas vivencias de mis años de Responsable de Pastoral de la Universidad Autónoma de Barcelona. En muchas celebraciones de la Eucaristía recordé a los universitarios allí presentes que no importaba la proporción de los asistentes, siempre pequeña respecto al número de estudiantes de la universidad, que ahora se acercan a 50.000. Lo importante, les decía, es que Cristo se hace presente, que se enseñorea del campus, que su fuerza y su eficacia van más allá de las paredes de la sala en que nos encontrábamos y de nuestras mismas expectativas, que su fuerza salvadora es incalculable, y que nosotros debíamos ensanchar nuestra esperanza y nuestra confianza en la fuerza transformadora de Cristo presente en la Eucaristía. El Papa Benedicto XVI en Colonia lo explicó cuando hablaba de la transformación que obraba el amor del Señor a través de su entrega total, una transformación que generaría una cadena de transformaciones hasta que Dios sea todo en todos: "Ésta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí mismo".29

Esta es nuestra esperanza, este es nuestro deseo, este es nuestro empeño: que Cristo sea el Camino, que Cristo sea la Verdad, que Cristo sea la Vida que da sentido a la vida de cada joven. Y que la Eucaristía sea fuente, culmen y alimento de su existencia. Muchas gracias.

Murcia, 10 de noviembre de 2005

† Josep Ángel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Responsable del Departamento de Juventud
de la Conferencia Episcopal Española

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1 Cf. D. HERVIEU-LÉGER, Pour une sociologie de la transmission religieuse en (L. Voyé (éd) Figures des Dieux, De Boeck Université, Paris 1996, p. 138

2 Gaudium et Spes 19,1

3 Confesiones I, 1

4 Cf. Dignitatis Humanae n. 2

5 Cf. Fides et Ratio n. 1

6 Ibidem n. 3

7 Ibidem n. 5

8 Cf. BERNARD SHAW, Pigmalion

9 Ef 1, 4

10 Mt. 5, 48

11 Cf. Evangelii Nuntiandi nn. 17-24

12 Dives in misericordia n. 13

13 Redemptor Hominis n. 7

14 Cf. Ibidem n. 11

15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 752-769

16 Cf. B. FORTE, Introducción a los Sacramentos, Milán 1994; J. M. ROVIRA, Los Sacramentos, símbolos del Espíritu, Barcelona 2001; H. VORGRIMLER, Teología de los Sacramentos, Barcelona 1989; T. SCHNEIDER, Signos de la cercanía de Dios, Salamanca 1986.

17 Cf. Sacrosanctum Concilium n. 59

18 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1324-1385

19 Cf. Jn 13, 1-20

20 Lc 22, 19-20

21 ICor 11, 26

22 Cf. Hb 7,25-27

23 Lc 22,19-20

24 Mt 18,20

25 Concilio de Trento: DS 1651

26 Jn 6, 53

27 Cf. Proyecto Marco de Pastoral Juvenil, CEAS; Christifideles Laici nn. 57-60

28 Jn 15, 13

29 BENEDICTO XVI, homilía de la Misa de clausura de la JMJ de Colonia 2005