Marcelo A. Murúa

Jesús y los pecadores

 

Jesús y los pecadores. Respuestas a la exclusión social

Jesús y los pecadores. Tomar partido

La oración en la vida de Jesús.

La oración de Jesús: el Padrenuestro

 

 

 

Jesús y los pecadores.

Respuestas a la exclusión social

 

http://www.buenasnuevas.com/biblia/temas/temasb-1.htm

 

El seguimiento de Jesús es la nota característica de la fe cristiana. Desde los comienzos de la Iglesia la comunidad de seguidores de Jesús intenta conformar su vida, sus opciones y su tarea en el mundo, de acuerdo a los lineamientos que el mismo Jesús trazara, hace casi dos mil años, en la Palestina del siglo I de nuestra era cristiana.

Conocer la práctica de Jesús puede ayudarnos a recuperar sus grandes opciones de vida, de manera de poder vivir con mayor transparencia y fidelidad el mensaje que nos transmitió, y la tarea, que, como seguidores suyos, estamos empeñados en proseguir adelante.

En este primer artículo presentamos, a grandes rasgos, los principales grupos sociales que componían la sociedad de Palestina, y esbozamos la postura de Jesús frente a la situación de su tiempo.

La población de Palestina en el tiempo que vivió Jesús era una sociedad compleja, en la cual cohabitaban diferentes grupos sociales y religiosos.

+ Si utilizamos el criterio económico podemos reconocer que en los tiempos de Jesús en Palestina existían tres clases sociales:

+ La clase alta o rica. Estaba integrada por los grandes comerciantes, terratenientes y recaudadores de impuestos, las familias tradicionales del grupo de los Ancianos y las familias de los Sumos Sacerdotes (que eran los sacerdotes-jefes, que vivían en Jerusalén y se encargaban de las cosas del Templo). Numéricamente era una minoría, que gozaban de una vida acomodada y vivían lujosamente, en la ciudad de Jerusalén.

+ La clase media. Estaba conformada por pequeños comerciantes, artesanos propietarios de sus talleres, empleados y obreros al servicio del Templo de Jerusalén. También diversas ocupaciones relacionadas con la llegada de peregrinos a Jerusalén (dueños de hospedajes, comerciantes que vendían artículos para los sacrificios).

Los sacerdotes, que descendían de la tribu de Leví, formaban parte de la clase media. Se los encontraba por todo el territorio de Palestina. Sólo los que vivían en Jerusalén tenían mayor instrucción y gozaban de un mayor bienestar económico. Tenían asegurados sus ingresos por los impuestos al culto pero no todo el pueblo cumplía, por lo tanto no eran ricos.

+ Los pobres. Eran muy numerosos. Podemos distinguir dos grupos: (a) Los que ganaban lo necesario para vivir con su trabajo y (b) los que vivían (en parte o totalmente) de la ayuda de los demás.

(a) En este grupo encontramos a los Obreros y Jornaleros. Existían en gran número. Su jornal equivalía a un denario, incluyendo la comida. Como dependían del trabajo del día para vivir era terrible no conseguir trabajo.

También pertenecían a este grupo los artesanos que trabajaban para otros y no poseían su propio taller.

Los esclavos formaban parte de esta clase. Había más cantidad en las ciudades (principalmente para el servicio) que en los campos.

(b) Los escribas integraban esta parte de la población (en su mayoría, aunque había excepciones). Eran los conocedores de la Ley, muy respetados por todo el pueblo. Tenían prohibido cobrar por sus servicios .

Casi todos desempeñaban también un oficio pero sobre todo vivían de las ayudas recibidas.

Los escribas que eran sacerdotes tenían ingresos fijos y trabajaban en el Templo, pero no eran todos, la mayoría pertenecía al pueblo pobre.

Finalmente, pertenecían al grupo que vivían de las ayudas todos los mendigos, que en la época de Jesús eran también numerosos. Enfermos, tullidos, leprosos, ciegos, entre otros (en los evangelios encontramos muchas citas en las que aparecen).

+ Desde un criterio social, la población podía dividirse en dos grupos: el clero y el resto del pueblo.

El clero estaba formado por los descendientes de la tribu de Leví, y eñl resto del pueblo por los descendientes de las otras once tribus de Israel.

El clero estaba integrado por los Sumos sacerdotes, los sacerdotes y los levitas.

Los Sumos Sacerdotes pertenecían a unas pocas familias residentes en Jerusalén. Integraban el Sanedrín y tenían poder económico y político. La mayoría pertenecía al partido de los Saduceos. Controlaban todo el comercio originado alrededor del Templo con los artículos del culto y los sacrificios y aprovechaban sus beneficios.

Los sacerdotes vivían por toda Palestina. El sacerdocio era hereditario. Existían cerca de 7.000 y estaban organizados en clases. Dos veces al año, y durante las tres fiestas de peregrinación, todos los sacerdotes pertenecientes a una misma clase debían viajar a Jerusalén para prestar servicios en el Templo. Los sacerdotes formaban parte del pueblo sencillo y pobre. En sus aldeas se dedicaban a algún oficio para poder vivir. Algunos estudiaban y se hacían escribas.

Los levitas. Constituían el bajo clero. Vivían también por todo el país y se hallaban organizados en clases como los sacerdotes. Prestaban funciones en el Templo en tareas diversas como la música, el canto, la vigilancia y la limpieza..

El resto del pueblo, formado por los descendientes de las restantes once tribus de Israel, estaba constituido por grupos muy diferentes. Entre ellos:

+ Los ancianos. Eran la nobleza laica. Pertenecían a familias acomodadas de Jerusalén e integraban el Sanedrín.

+ Los escribas. También llamados maestros doctores de la Ley. Eran personas de diferente extracción social que se dedicaban al estudio de la Ley. Para ser escriba se necesitaban largos años de estudio. Ocupaban un lugar de mucho prestigio entre el pueblo, y se los solía consultar en asuntos referidos a la aplicación de la Ley a la vida cotidiana. Se constituyeron en los maestros del pueblo. Por sus conocimientos de la Ley fueron incluidos en el Sanedrín.

+ EL pueblo sencillo, o pueblo de la tierra. Era la mayoría del pueblo. Constituido principalmente por la mayoría pobre. Eran considerados ignorantes por fariseos, pues desconocían las prescripciones de la Ley.

+ Existían también diversos grupos político-religiosos. Mantenían diferencias en la interpretación de la Ley y la actitud hacia la dominación romana.

+ Los saduceos. Constituían un partido aristocrático, conservador y minoritario, constituido por la nobleza sacerdotal y laica que vivía en Jerusalén. No creían en la resurrección y sólo aceptaban el Pentateuco.

+ Los fariseos. Constituían un grupo muy importante y de notable influencia en el pueblo, a pesar de su escaso número.

Formaban un movimiento laico, organizado en comunidades cerradas, cuyo origen se remonta a la crisis de la rebelión macabea. Pertenecían a distintas clases de la sociedad. Su número, en la época de Jesús, se estima en 6.000, tomando como población judía de Palestina unos 500.00 a 600.000 habitantes.

Eran personas muy piadosas y observaban con mucho detalle las normas de la Ley referentes a la pureza y el pago del diezmo.

En todo lo relativo a la Ley los escribas eran los teólogos, los estudiosos y conocedores de la Ley oral y escrita; y los Fariseos los cumplidores y piadosos practicantes de la Ley. Esto explica su relación, y que a veces en los evangelios se los nombre juntos, aunque eran grupos distintos. Muchos escribas eran también fariseos.

+ Los zelotes. Lo constituían campesinos pobres de la región de Galilea. Tenían ideas nacionalistas y se oponían con firmeza a la ocupación romana, principalmente, por cuestiones religiosas.

+ Existían en Palestina otros grupos que no describimos por una cuestión de espacio, como los esenios, los herodianos, los movimientos bautistas, los samaritanos, y otros. Pero la presentación de la composición de la sociedad de Palestina no sería completa sin hablar del grupo de los pecadores.

Lo mencionamos como grupo aparte, por su expresión numérica y por no coincidir con ninguno de los criterios señalados hasta el momento para diferenciar los grupos sociales.

Los pecadores constituían un grupo de características definidas, que muchas veces, coincide con el pueblo sencillo o pueblo de la tierra. La mayor parte pertenece también al pueblo pobre. En los evangelios encontramos muchas referencias a este grupo, cuando nos señalan las multitudes, la gente, el pueblo que acudía, anónimo al encuentro con Jesús.

Al grupo pertenecían personas diversas que tenían en común el estigma de ser pecadores, es decir, haber transgredido alguna de las numerosas normas de pureza.

Por su ignorancia, falta de instrucción y desconocimiento de la Ley estaban permanentemente expuestos a transgredir alguna prescripción. En los tiempos de Jesús existían alrededor de 600 mandamientos, entre prohibiciones y prescripciones. Sólo los que accedían a la instrucción religiosa podían llegar a conocerlas. El pueblo común ni siquiera llegaba a conocerlas todas.

"En la práctica, no había solución para el pecador. Teóricamente, la prostitutas podía purificarse mediante un complicado proceso de arrepentimiento, purificación ritual y expiación. Pero esto costaba dinero, y sus mal adquiridas ganancias no podían emplearse para este fin. Su dinero era sucio e impuro. Con respecto al recaudador de impuestos, se suponía que debía abandonar su profesión y restituir todo lo que había defraudado, más una quinta parte. Los ignorantes debían someterse a un largo proceso de formación antes de que pudiera estarse seguro de que ya estaban 'limpios'. Ser pecador era, por consiguiente, cuestión de fatalidad. Uno había sido predestinado a ser inferior por el destino o por voluntad de Dios. En este sentido, los pecadores eran cautivos o prisioneros."

¿Quién es este hombre? , pág. 43. Albert Nolan, Ed. Sal Terrae."

Los cumplidores constituían una minoría que se mantenía al margen de los pecadores, las mayorías que no cumplían. La aversión hacia estos últimos llegaba a extremos de aconsejarse no entablar relaciones con ellos, ni comerciar ni aceptar nada de su parte. A veces ni siquiera se podía mantener contacto físico bajo riesgo de contaminarse con "su" pecado.

Pertenecían al grupo de los pecadores los que ejercía algunas profesiones u oficios considerados impuros: entre ellos, los pastores, los publicanos, los ladrones, las prostitutas, y otros.

También los enfermos pertenecían a este grupo. En la forma de pensar de la época se asociaba la enfermedad con el pecado, propio de la persona, o de sus antepasados. Los leprosos (que incluían a todas las enfermedades de la piel), los ciegos, los minusválidos, los paralíticos, los epilépticos, los sordomudos eran considerados pecadores.

Los pecadores podían tener diferencias en cuanto al origen de su pecado pero compartían la marginación del resto de la sociedad. Eran excluidos de la vida social al punto de no poder compartir la sinagoga. Para muchos era imposible escapar a su condición, pues si bien era factible la purificación mediante el arrepentimiento y sacrificios de expiación, todo significaba un desembolso de dinero. Y como su dinero era impuro no lo podían utilizar, ¿de qué manera podrían arrepentirse y purificarse? Estaban condenados a la exclusión social.

 

La práctica de Jesús

Jesús de Nazaret nació, vivió y murió en este complejo entramado social de Palestina del siglo I d.C.

En esta sociedad predicó y anunció que el Reino de Dios se había acercado, estaba cerca, había llegado.

Ante los conflictos y realidades de su tiempo Jesús no pasó de largo. En esa sociedad concreta y real presentó el Reino de Dios.

¿De qué manera?

¿Cuáles fueron sus opciones?

Dejemos que la propia vida de Jesús, su práctica real, nos vaya señalando el camino.

+ Entre los diversos grupos religiosos de su tiempo, Jesús inicia su vida pública reconociendo a Juan el Bautista, quien anunciaba un bautismo de conversión, a orillas del Jordán (Mc. 1, 4-5)La conversión que anunciaba Juan debía reflejarse en actos de solidaridad, justicia y honestidad (Lc. 3, 10-15)

Jesús se bautiza con Juan (Mc. 1, 9). Entre las diversas formas de entender a Dios que coexistían en su época, elige la que Juan representa.

+ Pero al tiempo se aparta de Juan, marcha a Galilea y comienza un camino original (Mc. 1, 14-15). Se instala en Cafarnaum y empieza a enseñar (Mc. 1, 21-22).

+ Acompaña su predicación con gestos liberadores: cura enfermos, se acerca a los pecadores, atiende a las multitudes (Mc.1, 23ss).

+ Los grupos religiosos "cumplidores" y entendidos de las cosas de Dios cuestionan su práctica (Mc. 2, 6. 16).

+ Juan, que se encuentra encarcelado por Herodes, le envía emisarios con la pregunta: "¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar o tro?" (Lc. 7, 18-20).

+ Las respuesta de Jesús es lo que los emisarios están viendo y oyendo (Lc. 7, 21-23). Se está haciendo realidad el anuncio liberador que Jesús en la sinagoga de Nazareth había realizado para comenzar su misión (Lc. 4, 16ss).

La práctica de Jesús nos revela las posturas y opciones que tomó ante las situaciones concretas de su tiempo.

En su sociedad, como en la nuestra hoy, dos mil años más tarde, existen grandes mayorías condenadas a la exclusión y la marginación social.

En el tiempo de Jesús la excusa que servía para separar era el "pecado". Los cumplidores tenían asegurada la vida, el honor, la subsistencia, el sentido de la vida. Los pecadores, se encontraban condenados a su suerte, pues era casi imposible escapar a su situación En el nombre de Dios se edificaba un armazón social de muerte para muchos. Muerte material y muerte espiritual, pues a los impuros habría que dejarlos a un lado. No importaban.

En nuestros días asistimos a un cuadro de situación que nos recuerda el tiempo de Jesús. La excusa que margina y excluye de la vida ya no se llama "pecado" sino "mercado". En todo el mundo, y en forma dramática, en nuestra patria, grandes grupos de personas, con sus familias, permanecen al margen de la vida. Sin trabajo. Habitantes de lugares riquísimos de nuestro país, como la cuenca petrolífera de Neuquén,o de lugares olvidados (por el "mercado") son puestos al filo de la vida. Para el mercado no importan, no existen.

¿Para Dios?

La respuesta está en la vida de Jesús. El tomó partido. Optó. Se jugó la vida, y se puso del lado de los injustamente excluidos en Palestina. Comió con ellos, conoció sus necesidades, compartió sus esperanzas. Y actúo.

¿Por donde pasa, entonces, la fidelidad al Evangelio, hoy?

 

 

 

 

 

Jesús y los pecadores. Tomar partido

La sociedad de los tiempos de Jesús presenta no pocas similitudes con la nuestra. Conocer las opciones de Jesús, sus prácticas y las motivaciones profundas que las generaban, nos pueden dar indicios certeros, para discernir por dónde pasa el camino de la fidelidad al Evangelio en nuestros días. Y recoger pistas para construir las alternativas por donde anunciar y realizar el Reino.

En el artículo anterior "Jesús y los pecadores. Respuestas a la exclusión social", comentamos una apretada síntesis de las características más sobresalientes de la sociedad judía de los tiempos de Jesús. Señalamos los diferentes grupos que podían reconocerse según los distintos criterios que tuviéramos en cuenta para observar las diferencias entre la población, a nivel económico, social o religioso.

La sociedad judía se nos presentaba como una sociedad fragmentada en diferentes grupos, algunos de los cuales sobrellevaban el estigma de ser considerados pecadores. Ya sea por su trabajo, condición social, ignorancia o enfermedad. Era el grupo de los marginados, y estaba constituido por numerosas personas.

Jesús, como integrante de la sociedad de aquel tiempo, conocía las razones de la marginación, principalmente motorizada por una interpretación legalista de la Ley y una concepción equivocada de Dios.

Ante esta situación, es importante observar la reacción de Jesús, su práctica y las motivaciones profundas que la sustentaban.

 

La práctica de Jesús.

Análisis de Mc. 1, 9-3, 6

Los primeros capítulos del evangelio de Marcos nos brindan señales claras de las opciones concretas de Jesús en su vida pública.

1, 9 Jesús hace su aparición en el evangelio de Marcos, quien pone de manifiesto su historicidad, "es de Nazaret", y al mismo tiempo, señala su inicial reconocimiento del movimiento bautista de Juan, a quien acude hasta el río Jordán, en Judea, para ser bautizado.

1, 10-11 Al bautizarse, el Espíritu Santo reposa sobre él, y Dios se dirige a él con las palabras: "Tú eres mi Hijo amado, el elegido". Estas tempranas palabras del Padre son un reconocimiento y un desafío para Jesús, ¿en qué medida su vida será coherente con esta declaración de Dios? ¿cómo vivir en la práctica el ser Hijo de Dios? El contenido del evangelio es la respuesta de Jesús a este desafío existencial, y, reconocida su práctica, por el Padre, a través de la Resurrección, se nos ofrece como el camino normativo a seguir. Veamos cuál es.

1, 12-13 Jesús se retira al desierto para discernir sobre su próxima vida pública.

1, 14-15 Su primera decisión queda de manifiesto. Deja el movimiento de Juan y vuelve a su región, Galilea, donde comienza a predicar la Buena Noticia del advenimiento del Reino de Dios, y a proclamar un cambio ético, de vida, para recibirlo y participar de él.

1, 16-20 Llama a los primeros discípulos. Hombres sencillos, trabajadores, de pueblo, como él. Seguramente tenidos como ignorantes en las cosas de la religión, por los conocedores de ella, recordemos, maestros de la Ley y fariseos.

1, 21-22 Comienza a enseñar. Primero en la sinagoga, el lugar de oración y aprendizaje, dentro de la sociedad judía de su tiempo. El pueblo se asombra. "Enseña con autoridad". ¿qué significa en este contexto "autoridad"? Seguramente nada relacionado con el poder que da el conocimiento, pues éste era exclusividad de los escribas. Tal vez, la coherencia de vida, o el reconocimiento de una autoridad diferente, que está emparentada con una forma de ser (resuena el "Tú eres mi Hijo amado") y de demostrarlo...

1, 23-28 La respuesta la dan los hechos. Y tiene mucho que ver con las dos razones antepuestas. Jesús enseña y cura, predica y libera. Su doctrina y su práctica está íntimamente unidas. Vive una transparencia absoluta, lo que es lo vive, lo muestra.

1, 29-31 Nuevamente. Para reafirmar su coherencia, aparece Jesús sanando a la suegra de Pedro. El Hijo libera del demonio y de la enfermedad.

1, 32-34 Cura, atiende, acoge multitudes. Es interesante recordar lo que decíamos en el artículo anterior sobre los enfermos, endemoniados y muchedumbres. Pertenecían, en su conjunto, al grupo de la población considerados "pecadores", ya sea por su enfermedad (consecuencia de algún pecado, para la cultura de la época), o por estar poseído por algún espíritu malo, o simplemente por pertenecer a la gran turba de ignorantes. Muchos de ellos también eran, socio económicamente, pobres. Con seguridad la mayoría de ellos.

1, 35-38 Otra vez observamos a Jesús que se retira a un lugar desolado. El monte, de madrugada, para discernir los pasos a seguir. ¿Cuál será la voluntad de Dios? ¿De qué manera "ser Hijo"?

1, 39 Siendo fiel a la primera opción, la madre de todas las demás. Enseñar y liberar. Predicar y expulsar demonios, en el lenguaje de aquellos días.

1, 40 El acercamiento de un leproso lo enfrentará a una opción decisiva. Como buen judío sabía que era el prototipo del "impuro", y que el contacto con él producía impureza. Por eso se los excluía de la comunidad. El ruego no implica, solamente, una cuestión de salud. La curación trae aparejado la posibilidad de reintegro a la sociedad. Jesús se conmueve. Se revela (es) como Hijo de un Padre que también es compasivo, lento a la ira y rico en misericordia. Nos muestra el rostro de un Dios sensible a la miseria humana, a la enfermedad, a la marginación. Y, consciente de que el paso que va a realizar no tiene vuelta, lo toca diciendo "Quiero, queda limpio". Para la mentalidad legalista de los escribas y fariseos, que concebían las leyes de pureza ritual como un absoluto, Jesús quedaba manchado e impuro. El "milagro" nos revela la lógica de Dios, y en qué consiste ser Hijo, si uno toma partido por el proyecto de Dios. La lepra desapareció al instante, quedó sano y por eso nace la vida nueva. Puede reintegrarse a la sociedad, que, equivocadamente, lo había marginado.

1, 43-44 La instrucción de Jesús no persigue un interés ritualista sino lo dicho anteriormente. Cumplir con el requisito que legalizaría su reintegro a la comunidad.

1, 45 La gente lo busca. Lo reconoce. "Enseña con autoridad"..."El Reino se ha acercado"..."Tú eres mi Hijo"...Jesús toma partido para ser fiel a Dios.

2, 1-2 La gente vuelve. Acude a Jesús.

2, 3 Jesús enseñaba la Palabra. Palabra creadora de vida, liberadora de todo lo bueno que hay en el hombre. (Recordar el episodio anterior "Quiero"...la Palabra que libera. Doctrina y Praxis, unidas).

2, 4-5 Jesús vuelve a conmoverse. La fe de la gente es capaz de abrir brechas para que estalle la vida, donde menos se lo espera...¡entrar una camilla por el techo!) La respuesta de Jesús reafirma las opciones anteriores. "Hijo, se te perdonan tus pecados". La Palabra que crea vida nueva. Cura la enfermedad y re-descubre el sentido de la vida. Pero la frase de Jesús esconde algo más. Para nosotros, personas del siglo XX, puede pasar desapercibido, pero no para un judío del siglo I d.C. A Dios no se lo podía nombrar, por lo tanto para referirse a su accionar muchas veces se empleaba el "pasivo divino". Decir "se te perdonan tus pecados" equivalía a decir "tus pecados te son perdonados por Dios".

El accionar de Jesús, ¿se confunde, irrespetuosamente, con el de Dios?, como pretendían los fariseos, o revela ¿cómo es verdaderamente Dios y cómo actúa, y cuáles son sus preferencias?

La práctica de Jesús genera un grave conflicto en torno a ¿quién es Dios? ¿Es como dice este carpintero o como enseñamos, nosotros, conocedores y estudiosos de la Ley del Señor?, se preguntan los fariseos, seguros de su respuesta.

2, 8-11 La respuesta de Jesús es su práctica. Una vez más, la Palabra irrumpe en la historia para generar vida, esperanza y sentido. El paralítico toma su camilla y se va caminando. Jesús desafía la doctrina que oprime al hombre y esconde el rostro del verdadero Dios.

2, 12 El pueblo reconoce a Dios que libera. "El tiempo se ha cumplido".

2, 13 La escena se traslada a orillas del lago. Un lugar extraño para enseñar. La costumbre era aprender en la sinagoga. Era el lugar. Tal vez ya no lo sea más. Y el mensaje del Reino se anuncie desde la periferia, desde las afueras de la ciudad. Indicando la intención de Dios de integrar y acercar a los que quedaban fuera del círculo de puros y conocedores de la Ley.

2, 14-15 La práctica de Jesús confirma lo expuesto. En el camino convoca al seguimiento. Y el convocado era un cobrador de impuestos. Prototipo (en forma similar al leproso) de la persona pecadora. Pero Jesús no solamente convoca, también comparte la mesa. Con-fraterniza con los pecadores. Se a-proxima, se hace prójimo, cercano, de igual condición.

2, 16 El conflicto con la interpretación doctrinal que sostiene el mecanismo de marginación estalla otra vez. "¿Qué es esto?".

2, 17 Jesús justifica su práctica, explicitando las preferencias de Dios.

2, 23-28 Saciar el hambre está por encima de la Ley. Con un ejemplo de la vida de David, Jesús intenta convencer a sus interlocutores del sentido común de sus acciones y sus palabras. "La Ley está hecha para el Hombre", y no al revés.

3, 1 Nuevamente en la sinagoga, un hombre enfermo.

3, 2 Sus enemigos lo observan con atención para encontrar el motivo para acusarlo.

3, 3 Jesús llama al enfermo, a la vista de todos, para que no queden dudas o malos entendidos.

3, 4 El desafío a la doctrina equivocada, generadora de exclusión y muerte, está enunciado.

3, 5 La Palabra liberadora pone al hombre de pie. Resuena el imperativo divino del Génesis: "Hágase... se hizo... y vio Dios que era bueno". La palabra de Jesús "Extiende tu mano" revela la misma autoridad y vocación de hacer el bien. El hombre recobra el movimiento de su mano. Se reintegra a la vida plena. Hay motivo para la fiesta.

3, 6 ¿Lo hay? La interpretación ciega de los conocedores de la Ley les impide ver la irrupción del Reino. La reacción homícida de los fieles practicantes de la doctrina desnuda su incapacidad de re-conocer a Dios. Se confabulan con sus adversarios, los herodianos, para dar muerte a Jesús. La suerte está echada. Tomar partido tiene sus riesgos.

 

Jesús toma partido.

Ejes para reflexionar su práctica.

+ Jesús enseña y libera. Su doctrina y su práctica están firmemente unidas. Se alimentan mutuamente. En la fidelidad a ambas va realizando su vocación de Hijo de Dios.

+ El Reino comienza por incluir y re -integrar a la vida a quienes, injustamente, se había excluido.

+ Jesús tiene una postura clara. Contra-dictoria con la interpretación doctrinal de un sistema que condenaba a la mayoría. Jesús está contra el discurso que fundamenta la exclusión y la marginación.

+ Va al encuentro de las multitudes, de los enfermos, de los pecadores. Los busca, lo ve. No permanece indiferente, no permanece en omisión.

+ Desenmascara una forma de entender a Dios que esconde su verdadero rostro. El es compasivo y generador de Vida. Quiere Justicia para todos.

+ Contra una lógica del sistema excluyente de las mayorías, la lógica del Reino se revela inclusora y receptiva. En su mesa hay lugar para todos lo que no estaban invitados.

+ La práctica de Jesús nos revela quién y cómo es Dios.

 

Para pensar en nuestros días...

Ante un panorama de exclusión de la sociedad y marginación de la vida de una importante fracción de la población, Jesús no se queda al margen. Interviene colocándose decididamente del lado de los más débiles y despojados. Toma partido, y decide intentar un cambio de la situación a partir de una práctica liberadora que desafía las raíces de la exclusión.

Lo importante para nosotros es reconocer que la motivación profunda que movía a Jesús a actuar de esta manera no es una razón cultural, o política, o social. En la práctica de Jesús existe un imperativo ético y una fundamentación religiosa.

Jesús vive como lo hace porque en el corazón de la realidad humana no hay manera de ser más humano que solidarizándose con el que sufre y compartiendo la vida con él.

Pero además, la vida de Jesús nos revela, en la historia, la manera de ser del propio Dios.

Jesús muere por atentar contra las raíces de un dios que da razón a un sistema que doblega y humilla la vida. Desenmascara al ídolo de muerte que había ocupado el lugar del Dios de la Vida.

Jesús toma partido. Se pone del lado de los excluidos, injustamente, para generar condiciones nuevas que permitan su integración a la sociedad. Derriba los prejuicios y fundamentos que originan la marginación. Nos muestra el camino a seguir para que venga el Reino de Vida en abundancia.

Su práctica quedó truncada. Lo mataron por proclamar, con su vida y sus palabras, que era el verdadero Hijo de Dios. Lo mataron por proclamar, con su vida y sus palabras, el verdadero reinado de Dios, en la justicia y la inclusión de todos a la Vida.

Murió. Pero su vida no terminó con la cruz. El Padre levantó su Nombre sobre todo nombre y nos propuso su camino como el camino a seguir. Su vida es normativa para sus seguidores. Traza la dirección a pro-seguir.

La Resurrección nos señala que la Palabra, creadora y liberadora, es siempre más poderosa que las fuerzas del mal y de la muerte. Optar como Jesús. Tomar partido. Practicar el discernimiento y comprometerse en la lógica del Reino.

¿Serán, tal vez, el agua viva donde abrevar para vivir fieles y coherentes al Evangelio?

 

 

 

La oración en la vida de Jesús.

 

Todos reconocemos en Jesús a un verdadero modelo de hombre de oración. Desde niños la catequesis nos ha presentado este aspecto central en la vida de Jesús. Sin embargo, ¿cuánto sabemos, en realidad, de la oración en la vida de Jesús? y, ¿cuánto de lo que sabemos tiene una sólida base bíblica? Los evangelistas, en especial, Lucas, nos presentan varios rasgos de la oración de Jesús. Conocer estas características puede animar nuestra propia vida de oración y renovar nuestra fe.

Para comenzar, amigo lector, te quiero pedir dos cosas:

- Primero. Hacer el esfuerzo intelectual de dejar de lado (por el momento) todas las opiniones, juicios de valor, detalles, etcétera, que recuerdes sobre la oración de Jesús. Aunque pueda ser difícil, te pido que te acerques al tema como si fuera la primera vez que escuchas de él. La intención de esto: dejarse sorprender por la Palabra de Dios. Intentar escuchar su voz. Encontrarse con el Jesús que nos transmiten los evangelios. No buscar justificaciones a nuestras creencias, sino dejar que sea Dios quien nos hable, a través de su palabra escrita.

- Segundo. Con la Biblia en la mano te invito a realizar un ejercicio muy instructivo. Recorrer los cuatro evangelios anotando las citas de todos los momentos en que Jesús aparece orando o se hace referencia a la actitud de oración de Jesús. A continuación vas a encontrar una lista ya hecha. Puedes seguir adelante, si te interesa leer de corrido el artículo. Pero lo que realmente vale la pena, es recorrer lentamente cada página del evangelio, para encontrarte con Jesús orando. Sólo así, podrás tener una visión más integral del sentido de la oración en su vida, y, de las características de su estilo de oración. Las citas que señalamos a continuación están dentro de un contexto que es bueno leerlo para situarlas en el momento y circunstancias en que sucedió lo que se narra en la cita.

 

La oración en la vida de Jesús.

Recorrida por los cuatro evangelios

Primer acercamiento. Listado de las citas que hacen referencia a la vida de oración de Jesús.

a) Evangelio de Marcos:

1, 21 participaba de la oración del día sábado en la sinagoga.

1, 35 Ora de madrugada, en lugares tranquilos, en soledad.

1, 39 frecuentaba las sinagogas (que eran casas de oración)

6, 41 bendice los panes y pescados en la multiplicación de los panes.

6, 46 luego de la multiplicación de los panes (y de esa jornada de enseñanza al pueblo), se va al cerro a orar.

7, 34 antes de curar al sordomudo mira al cielo y suspira conmovido.

8, 8 en la segunda multiplicación de los panes da gracias y bendice los alimentos.

9, 29 la oración le da fuerzas para superar el poder del mal.

11, 24-25 enseñanzas sobre la oración.

14, 22-24 bendice y da gracias en la Ultima Cena.

14, 32 ss ante la adversidad y el conflicto se retira a orar en Getsemaní para buscar la voluntad del Padre.

15, 34 en la cruz, próximo a la muerte, ora con las palabras del salmo 22.

b) Evangelio de Mateo

6, 5-8 Enseñanzas sobre la oración: no aparentar, en secreto, con pocas palabras.

6, 9-13 Enseña el padrenuestro

11, 25 Oración de alabanza de Jesús al Padre

14, 19 Bendice y da gracias por los alimentos en la multiplicación delos panes.

14, 23 Sube al cerro a orar solo.

15, 36 Da gracias en la segunda multiplicación de los panes.

26, 26 Bendice y da gracias en la Ultima Cena.

26, 30 Canta los Salmos en la Ultima Cena.

26, 11 ss Ante la proximidad de la muerte se retira a orar para buscar la voluntad del Padre.

26, 46 Al morir, se dirige al Padre con un lamento del Salmo 22.

c) Evangelio de Lucas

2, 46 En el Templo, la casa de su Padre, a los doce años de edad.

3, 21 En el momento de su bautismo, se encuentra orando

4, 1-2 Antes de iniciar su predicación se retira al desierto y ora durante 40 días.

4, 3- 12 Al ser tentado responde con la fuerza de la Palabra.

4, 16 ss Tenía la costumbre de ir a la sinagoga (la casa de oración) los días sábado.

5, 16 Buscaba lugares tranquilos para orar.

6, 12-13 Antes de elegir a sus discípulos sube al cerro y pasa la noche en oración.

9, 16 Bendice los alimentos en la multiplicación de los panes.

9, 18 Se retira a lugares apartados para orar

9, 28 Sube a un cerro a orar y mientras estaba orando se transfigura.

10, 17 A la vuelta de la misión de los setenta y dos, bendice y da gracias al Padre.

11, 1 ss Al ver cómo él oraba sus discípulos le piden que les enseñe a orar.

11, 2 ss Les enseña el Padrenuestro.

18, 1 ss Enseña a sus discípulos la necesidad de perseverar en la oración (ser constantes).

18, 9 ss Les enseña la humildad en la oración.

22, 17-19 Da gracias en la Ultima Cena.

22, 39 Como era su costumbre, fue a orar al monte de los Olivos.

22, 40 Les enseña a sus discípulos a orar para no caer en la tentación.

22, 41 ss Ante la proximidad de la muerte ora para buscar la voluntad del Padre.

23, 46 Al morir, sus últimas palabras se dirigen al Padre con un Salmo (31).

24, 30 Los discípulos de Emaús lo reconocen al bendecir y partir el pan.

d) Evangelio de Juan

2, 13 Participa de las Fiestas de su pueblo.

5, 1 Participa de las Fiestas de su pueblo.

6, 11 Da gracias por los alimentos en la multiplicación de los panes.

11, 41-42 Se dirige al Padre para darle gracias porque siempre lo escucha, antes de resucitar a su amigo Lázaro.

17, 1 ss Jesús ora, antes de morir, por el nuevo pueblo santo.

 

Características de la vida de oración de Jesús:

Segundo acercamiento. Buscando las constantes que se repiten en la vida de Jesús.

En listado precedente puedes encontrar varios textos que se repiten, especialmente en los sinópticos. También puedes descubrir citas que pertenecen a un solo evangelista. Comparando y agrupando las referencias señaladas podemos extraer algunas conclusiones.

- Jesús es una persona acostumbrada a orar. La lectura de cualquiera de los evangelios sinópticos nos entrega la imagen de un Jesús que reza con asiduidad y dedicación.

- Jesús participa de la religiosidad de su pueblo. Va a las sinagogas (casas de oración) y a las Fiestas de Procesión a Jerusalén.

- La oración de Jesús está integrada a su vida y a su misión.

- Jesús le da importancia a la oración. Busca lugares y momentos para estar solo y poder orar con libertad y entrega. Supera los legalismos de los tiempos determinados para rezar. Jesús ora en la vida y prolonga muchas veces los momentos de oración que, como buen judío, debía dedicar diariamente.

- La oración de Jesús es un encuentro de intimidad con el Padre. Cuando Jesús ora (salvo la oración con el salmo 22 en la cruz) se dirige a Dios llamándolo Padre. La palabra Abbá, que encontramos en los evangelios como característica de Jesús significa Papi, Papaíto, y era una manera sencilla que utilizaban los niños para dirigirse a su padre." Este término arameo, nacido en el lenguaje familiar y que era en su origen una palabra infantil, no se encuentra en ningún lugar en las oraciones judías. Constituye seguramente una forma de hablar propia de Jesús ..." (Abbá, el mensaje central del Nuevo Testamento, pág. 86. Jeremías, Ed. Sígueme).

- Jesús conoce la Escritura y reza con ella. Tanto en el relato de la tentación en el desierto como en la cruz encontramos a Jesús haciendo referencia a textos de la Escritura.

- Jesús ora en los momentos difíciles. Cuando se enfrenta a decisiones, cuando debe discernir cuál es la voluntad de Dios. Qué es lo que Dios quiere de él. La oración es su lugar de encuentro con la voluntad de Dios.

- Jesús da gracias al Padre. Reconoce la gratuidad del amor de Dios y lo alaba.

- La oración de Jesús contagia, despierta interés, anima a los demás. Los discípulos quieren aprender a rezar como él. "Es lógico suponer que los discípulos de Jesús le pedían que les enseñara una oración que fuera el signo característico de su grupo, esto es, un formulario que completase las oraciones tradicionales o las sustituyera pura y llanamente...Se le pide a Jesús una fórmula de oración en correspondencia con el contenido de su mensaje: 'Enséñanos a orar dela forma como deben hacerlo los hombres que desde ahora formen parte del reino que va a venir' ". (Abbá, el mensaje central del Nuevo Testamento, pág. 86. Jeremías, Ed. Sígueme).

- Jesús supera los formulismos de la oración judía, que consistía principalmente, como vimos, en recitar oraciones de memoria, y se dirige a Dios con palabras sencillas, con el lenguaje de todos los días. Incluye la oración en la vida cotidiana.

¿Cómo rezaba el pueblo judío en tiempos de Jesús?

El pueblo judío era un pueblo piadoso que sabía rezar y tenía una larga tradición de vida de oración. La oración tiene un lugar bien determinado en la vida del pueblo y en su religiosidad. Desde pequeños se enseña en la familia, y también en la instrucción religiosa en las sinagogas, los preceptos relacionados con la oración.

Los judíos dos veces al día, al amanecer y al atardecer, recitaban la confesión de fe en el Dios que los había liberado de Egipto. Desde niños se transmitía esta recitación, conocida como Shemá, que se acompañaba de bendiciones.

Además tenían otros tres momentos de oración: a la mañana, ala tarde y a la noche. En estas horas se rezaba con una larga oración llamada Thephillah y se sumaba las peticiones de cada uno.

 

Pensando en nuestra oración:

¿Cómo nos dirigimos a Dios? ¿Confiamos en El como nos muestra Jesús?

¿Rezamos solamente por nuestras necesidades, o ante problemas?

¿Acudimos a Dios cuando debemos tomar decisiones?

¿Buscamos un momento y un lugar para rezar en nuestra vida diaria?

¿Fundamentamos nuestra oración en la Palabra de Dios? ¿Rezamos con los Salmos?

 

 

 

 

 

La oración de Jesús: el Padrenuestro

 

En la Iglesia de los orígenes, y durante mucho tiempo, la oración de Jesús fue el camino para aprender a orar, y también la mejor síntesis de la causa por la cual Jesús vivió y dio la vida.

Llamar a Dios Papá Bueno, rogar que llegue ya su Reino, pedir por el pan y el perdón y comprometerse a realizar su proyecto fue, y debiera ser, la señal de los cristianos.

 

Los evangelios nos presentan la oración del Padrenuestro a través de dos versiones.

En el evangelio de Mateo, encontramos el Padrenuestro en el capítulo 6, formando parte del Sermón de la Montaña (capítulos 5 al 7), y más específicamente, dentro de una serie de enseñanzas sobre la oración. En el capítulo 6, Mateo reúne varias enseñanzas de Jesús sobre los tres pilares de la piedad de los judíos: la limosna, la oración y el ayuno. En las palabras dedicadas a la oración se encuentra el Padrenuestro. Jesús comienza exhortando a no aparentar en la oración. Convoca a orar en secreto, lejos de la vista de los demás, pero cerca de los ojos de Dios. Los fariseos acostumbraban a orar en público para que la gente los viera y reconociera su fervor. Jesús critica esta disposición a exhibir la oración (Mt. 6, 5-6). Es una práctica vacía de sentido. También enseña a no excederse en palabras. Lo importante es confiarse en las manos de Dios (Mt. 6, 7-8). A continuación enseña el Padrenuestro, como modelo de oración (Mt. 6, 9-13), y termina alentando a vivir el perdón sincero a los demás. "El perdón -la disposición propia para perdonar y la súplica de perdón cuando es uno mismo quien ha cometido una ofensa- es la condición previa por excelencia para la oración por parte de los discípulos de Jesús." (Teología del Nuevo Testamento, J. Jeremías, pág. 227, Ed. Sígueme).

En el evangelio de Lucas, el Padrenuestro también se encuentra enmarcado en una catequesis sobre la oración. Las enseñanzas se agrupan en tres temas: el Padrenuestro (Lc. 11, 1-4), la confianza y seguridad de que Dios escucha siempre (Lc. 11, 5-8) y la eficacia de la oración al Padre (Lc. 11, 9-13).

En Lucas, los discípulos reconocen en la práctica de Jesús una nueva forma de orar, que les impresiona y quieren imitar. Un día, al finalizar su oración, uno de ellos le pide que les enseñe a orar. La comparación con Juan el Bautista y sus discípulos es importante. Era común que cada maestro transmitiese a su grupo de seguidores una oración que los uniera, una especie de credo que los identificase. Los discípulos le reclaman al Señor que él también les enseñe una oración que los reúna, que los congregue como comunidad que intenta vivir como él. El Padrenuestro es una síntesis del mensaje de Jesús, un resumen de sus motivaciones más profundas. Es importante descubrir que Jesús, cuando quiere transmitir lo medular de su predicación y su vida, no utiliza un discurso doctrinal, sino una breve oración que reúne lo más importante del sentido de su vida. Jesús reza y enseña el Padrenuestro porque primero lo vive y lo practica.

Ambos evangelistas sitúan el Padrenuestro en un contexto de enseñanzas sobre la oración, pero sus destinatarios son diferentes. Conocemos que Mateo escribió para una comunidad cristiana de origen judío. Son personas que han aprendido a orar, dentro de la tradición judía, pero deben estar atentos para que su oración no se desvirtúe. De ahí el contexto de duro ataque a la forma de orar de los fariseos. No olvidemos también que por la época que Mateo escribe existe ya una franca separación entre los cristianos y los judíos. Lucas escribe para una comunidad de cristianos helenistas o de origen griego. Son paganos, provenientes de un mundo donde la oración se hallaba en crisis y declinación. Había que enseñarles a orar.

Es importante observar que en ambas comunidades de los orígenes cristianos, el Padrenuestro formaba parte esencial de la enseñanza de la oración. Este lugar privilegiado también lo encontramos en la Didajé (Catequesis de enseñanza cristiana destinada a los catecúmenos, del siglo I d.C.), en donde, tras enseñar la doctrina de los dos caminos y el bautismo, seguía una instrucción sobre el ayuno y el padrenuestro.

Los textos evangélicos, que reflejan la vida de las comunidades que les dieron origen, nos transmiten que se enseña a orar con el Padrenuestro.

Los evangelistas recogen algunas diferencias en el texto de la oración. Lucas incluye cinco peticiones, y Mateo, en una versión más larga, siete. La pregunta de rigor ¿Cuál de las dos versiones es más antigua (o refleja mejor el pensamiento de Jesús) es compleja de contestar? Teniendo en cuenta la extensión de ambos textos, la versión de Lucas, más breve, se halla contenida totalmente en el texto de Mateo.

Esto hace pensar que el texto de Lucas es el más primitivo. Mateo, más extenso, incluye peticiones colocadas en lugares determinados (al final de la invocación inicial, al final de las peticiones en singular y al final de las peticiones en plural) que ayudan a obtener un estilo literario más cuidado.

LUCAS

Padre,

santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino,


danos cada día nuestro pan cotidiano
y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe,

y no nos dejes caer en la tentación.

MATEO

Padre nuestro que estás en los cielos

santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino;
hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.

Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros hemos perdonado
a nuestros deudores;

y no nos dejes caer en la tentación,
más líbranos del mal.

 

Sin embargo al considerar los elementos comunes de ambos textos (en el esquema están escritos en itálica), es el texto de Mateo el que parece ser más antiguo. Mateo incluye la expresión aramea "deuda", al referirse a los pecados, en la petición de perdón; mientras que Lucas utiliza un término griego, más adaptado a sus interlocutores. El uso de los tiempos verbales también fortalece al texto de Mateo.

La estructura más primitiva del Padrenuestro sería, entonces, la siguiente:

- Una invocación.

- Dos peticiones (o deseos) en singular, en paralelo.

- Dos peticiones en plural, en paralelo.

- El pedido final.

 

Abba, Padre bueno.

La invocación de la divinidad como Padre se puede rastrear en varias culturas y civilizaciones del Antiguo Oriente, y en el mismo pueblo judío. Sin constituir la forma más común de referirse a Dios podemos encontrar varios ejemplos en el Antiguo Testamento . Sin embargo las palabras de Jesús encierran una novedad radical, que desconcierta a sus contemporáneos. Para hablar con Dios Jesús utiliza el término arameo Abba, que usaban los niños pequeños para llamar a su Padre. Con esta forma de comunicarse Jesús revela un rostro desconocido de Dios. El Dios lejano, que está en los cielos, se hace cercano y compañero, en la figura del Padre bondadoso que espera, acompaña, protege y busca el bienestar de sus hijo (Lc. 15, 11 ss)

Jesús recurre al lenguaje común del pueblo, para hablar de Dios. El hebreo estaba reservado para el culto y el arameo lo hablaba el pueblo. De esta manera nos enseña que no lo encontramos al margen de la vida, sino en medio de ella, a nuestro lado, como un Padre que sufre y se desvela por sus hijos.

Jesús, que llama a Dios, Papá, nos invita a repetir con él sus palabras. También nosotros estamos llamados a ser sus hijos, y a demostrarlo con nuestras vidas y obras, como lo hizo Jesús.

Ser hijo (y poder llamar a Dios "Papá") es un gran honor y una serísima responsabilidad. La Iglesia desde sus orígenes entendió así esta enseñanza de Jesús y se cuidó mucho de no "vanalizar" el sentido del Padrenuestro. Esta era la oración de los cristianos, de los hijos, de los que seguían a Jesús, participando y construyendo el Reino. La oración de quienes se habían convertido mediante el Bautismo y habían optado por la vida de Dios. Este trato reverencial, que, lejos de ser solemne, garantizaba que se tomase "en serio" la proclamación y oración del Padrenuestro, dejó sus huellas en las fórmulas de introducción al mismo, que todavía hoy, utilizamos en nuestras celebraciones de la Eucaristía. El sacerdote introduce el Padrenuestro con las palabras "...y siguiendo sus divinas enseñanzas, nos atrevemos a decir...". Al enseñar el Padrenuestro, Jesús nos invita a participar de su filiación y nos muestra que Dios es un Padre Bueno, y que para seguirlo hay que hacerse como un niño y aprender a decir Abba.

 

Santificado sea tu nombre.

Venga tu Reino.

Las dos peticiones en singular se dirigen al Padre Bueno para pedirle con confianza que su Voluntad y su Proyecto se cumplan en la historia.

Ambas peticiones, en paralelo, apuntan a lo mismo. Pedimos que el nombre de Dios sea santificado, que llegue a nosotros su Reino de justicia. Nos confiamos en sus manos para que este mundo, de pecado, injusticia y opresión, donde muchos conocen la muerte temprana de la enfermedad, la desnutrición, la desocupación, la falta de vivienda y educación, la ausencia de oportunidades para vivir, cambie y brille "un cielo y una tierra nuevas". Pedimos que su nombre sea santo, que se realice su voluntad, que Dios, que es un Dios de Vida y Justicia, sea reconocido, tenga su lugar acá en la tierra. Pedimos para que su nombre no se tome en vano, para que no se justifique en el nombre de Dios una sociedad y un sistema que genera exclusión y desigualdad. Pedimos que su Reinado se haga efectivo. Que llegue a nosotros. Que irrumpa en la historia y la haga nueva. Pedimos porque confiamos, contra todo desaliento y angustia existencial, que el buen Dios va a reinar, e instaurar su Justicia, "así en la tierra como en el cielo". En todas partes, en toda la creación.

 

Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros hemos perdonado
a nuestros deudores;

Luego de invocar a Dios, Padre nuestro, y de suplicar al cielo "que venga tu Reino", volvemos los ojos a la vida cotidiana. Nos encontramos que, en este mundo, para construir el Reino, todos debemos alcanzar lo necesario para vivir, el pan nuestro, compartido, de hoy y de mañana. El pan que simboliza todo lo que es imprescindible para la vida: el pan material y el pan espiritual. El pan de la Vida, representado por Jesús, que supo dar de comer a las multitudes hambrientas, compartir su mesa con pecadores y marginados, y permanecer entre nosotros bajo la Eucaristía, como pan compartido, alimento de nuestra fe y nuestra esperanza en el Reino del Padre.

La segunda de las peticiones en plural nos recuerda la importancia de las relaciones humanas. La fragilidad de las mismas y la necesidad de la reconciliación para reestablecerlas. Pedimos perdón al Padre por nuestras faltas, por las ofensas que cometemos, por las deudas que contraemos al no comprometernos eficazmente en la justicia y la construcción del Reino. Pedimos perdón por nuestras omisiones, por nuestro cristianismo cómodo que evita el conflicto y las opciones. Pedimos perdón, y nos comprometemos también a perdonar a los demás. Manifestamos con claridad nuestra intención de promover relaciones nuevas entre las personas, a partir de nuestro gesto concreto. Nos presentamos ante Dios para decirle que estamos dispuestos a perdonar, que nos animamos a ser transmisores de su perdón, porque reconocemos el perdón que Dios nos concede y la nueva oportunidad que nos brinda.

Las cuatro peticiones se entrelazan, pedimos que venga el Reino y que se manifieste concreto en el pan compartido para todos (la igualdad de oportunidades y la dignidad para todos) y una nueva manera de relacionarse, basado en el perdón y la justicia de Dios.

 

Y no nos dejes caer en la tentación.

La última petición sorprende. Es la única que se realiza en negativo. Implica un corte abrupto y un final tajante. Después de elevar nuestra voz al Padre, sentimos el peso de nuestras propias limitaciones. Con los pies bien puestos sobre la tierra reconocemos que es duro y difícil ser consecuente con lo que hemos pedido. Seguir a Jesús, pidiendo por el Reino, y buscando su concreción en este mundo, puede ser muchas veces un trago amargo. Sentimos la tentación de bajar los brazos, de escatimar esfuerzos, de convencernos con justificaciones, de crearnos un dios menos exigente, o simplemente, de cerrar los ojos y los oídos, y seguir nuestro propio camino. La tentación existe, Jesús es testigo de su permanente actualidad. A lo largo de su vida conoció la tentación, de decir no la voluntad del Padre. De dar vuelta la cara a su proyecto. A fuerza de oración, entrega y fe, salió adelante y marcó el camino. No pedimos no tener tentaciones. Son parte de la vida. Pedimos fuerza, coraje y perseverancia, para no dejarnos arrastrar por ellas y olvidar la causa del Padre: el Reino.

 

Rezar el Padrenuestro puede ser una costumbre, arraigada desde pequeños, casi un acto reflejo, que esquive la decisión de la voluntad y el compromiso. En ese caso, no estaremos orando al mismo Dios que nos mostró Jesús.

En los tiempos que vivimos, en medio de una historia colectiva atravesada por la injusticia del antiReino, que se hace visible en la exclusión creciente de la mayor parte de nuestro pueblo al acceso a una vida digna; en estos días, rezar el Padrenuestro se torna una imperiosa militancia, un desafío cotidiano, un oasis donde abrevar para la lucha por la Vida.

Rezar el Padrenuestro, como nos enseño Jesús, puede hasta ser una acto subversivo, una memoria utópica. Porque subvierte y arrasa con los cimientos de una sociedad egoísta e injusta.

Eso sí, rezarlo como Jesús: con la vida compartida, con la entrega hasta la cruz, con la pasión por el Reino, con la opción por los más débiles, con los gestos liberadores de vida nueva, y también, y por todo eso, con los labios, como hijos y hermanos, repitiendo sus palabras: "Padre nuestro..."