San Isaac de Siria (siglo VII) monje de
Ninive, actual Mossoul (Iraq)
Discursos espirituales, primera serie, Nº 20
Herodes quería ver a Jesús - ¿Cómo
pueden los seres creados contemplar a Dios? La visión de Dios es tan terrible
que el mismo Moisés dice que tiembla de temor. En efecto, cuando la gloria de
Dios aparece en la tierra, en el monte Sinaí (Ex 20) la montaña echa humo y
tiembla ante la inminente revelación. Los animales que se acercan a la falda de
la montaña morían. Los hijos de Israel se habían preparado: se habían purificado
durante tres días según la orden de Moisés, para ser dignos de oír la voz de
Dios y de ver su manifestación. Cuando llegó el tiempo no pudieron ni asumir la
visión de su luz ni soportar el trueno de su voz terrible.
Pero ahora, cuando Dios ha derramado su gracia en su venida, ya no es a
través de un terremoto, ni en el fuego, ni en la manifestación de una voz
terrible y fuerte que ha bajado, sino como el rocío sobre el orvalle. (Jue
6,37), como un gota que cae suavemente sobre la tierra. Ha venido a nosotros de
manera diferente. Ha cubierto su majestad con el velo de nuestra carne. Ha hecho
de ella un tesoro. Ha vivido entre nosotros en esta carne que su voluntad se
había formado en el seno de la Virgen María, Madre de Dios, para que, viéndolo
de nuestra raza y viviendo entre nosotros, no nos quedáramos turbados
contemplando su gloria. Por esto, los que se han revestido con el vestido con
que el Creador apareció entre nosotros, se han revestido de Cristo mismo. (Gal
3,27) Han deseado llevar en su persona interior (Ef 3,16) la misma humildad con
la que Cristo se manifestó a su creación y ha vivido en ella, como se manifiesta
ahora a sus servidores. En lugar del vestido de honor y de gloria exteriores,
éstos se han revestido de su humildad.