Autor: Monseñor José
Ignacio Munilla Aguirre
Fuente:
www.enticonfio.org
Guiados por el Espíritu Santo
Es el Espíritu Santo quien dirige la historia de la salvación hasta la plena
manifestación del Señor en la Parusía.
Nuestra fe católica afirma
que la tercera persona de la Santísima Trinidad procede del Padre y del Hijo.
Con profunda veneración, constatamos además que la presencia y la intercesión
de María en el Cenáculo fue providencial para que los Apóstoles recibiesen el
don del Espíritu en el primer Pentecostés de la era cristiana. Dios ha querido
que el mayor de sus dones, el Espíritu Santo, tenga a María por “madrina”, al
igual que el resto de las gracias del Cielo.
El Espíritu Santo, plenitud de la obra de Cristo
Para que nos demos cuenta de la importancia del
Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, nos puede ayudar el reflexionar sobre
las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan: “Os conviene que yo me
vaya, porque así vendrá a vosotros el Espíritu que viene de mi Padre” (Jn 16,
7). Dicho de otra manera: ¡hemos “salido ganando” con la Ascensión de Jesús a
los cielos, porque fue compensada con creces en la venida de l Espíritu Santo!
En efecto, sin la acción del Espíritu Santo no habríamos podido conocer en
profundidad a Jesucristo: “Pero el abogado, el Espíritu Santo, a quien el
Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os
lo explicará todo” (Jn 14, 26).
Dos errores distintos, pero confluyentes
Necesitamos renovar nuestra fe en el Espíritu Santo,
precisamente cuando se está extendiendo la absurda creencia de que el “acceso”
a la figura de Jesucristo haya podido permanecer vedado hasta el momento
presente. Parece que gracias a algunas recientes investigaciones ¡estaríamos
en disposición de conocer, por primera vez, el mensaje original de Jesucristo!
Esta falsa suposición se está difundiendo en ámbitos y niveles bien distintos:
En primer lugar, la encontramos muy desarrollada en la
abundante literatura y filmografía anticatólica de corte esotérico. Se intenta
intoxicar la opinión pública, presentando lo que es mera quimera e inven ción,
bajo un ambiguo formato que emula a la historia novelada. Los guiones de estas
producciones son muy similares: la Iglesia Católica habría “secuestrado” al
auténtico Jesucristo a lo largo de la historia, hasta que ha llegado este
momento en que somos liberados de la ignorancia, gracias al descubrimiento de
algún papiro secreto que habría sido ocultado y custodiado a lo largo de los
siglos por las órdenes oscurantistas medievales. ¡La cosa sería para tomarla a
risa, si no fuera por la desafección sembrada, que lleva incluso a confundir
la ficción con la realidad!
Pero no estamos hablando exclusivamente de un fenómeno
extraeclesial. Entre nosotros, también se desarrollan métodos exegéticos que
buscan el acceso al “Jesús histórico”, que bien parecen dar crédito a la
premisa de que la fe en Jesucristo predicada por la Iglesia Católica se haya
alejado de la figura originaria. En efecto, determinadas exégesis de los
textos evangélicos utilizan exclusivamente el método histó rico-crítico, y
desprecian o ignoran la exégesis canónica que la Iglesia ha realizado durante
veinte siglos bajo la asistencia del Espíritu Santo. Quienes así proceden,
parecen olvidarse de que el Magisterio de la Iglesia y los mismos santos, han
sido inspirados y sostenidos en todo momento por la acción del Espíritu, para
profundizar y predicar el misterio de Cristo.
Nosotros no dudamos de que la promesa de asistencia
del Espíritu se ha visto cumplida con creces, de forma que hoy estamos en
disposición de hacer una afirmación que posiblemente pueda sorprender y
escandalizar a quienes han asumido los errores de planteamiento a los que nos
hemos referido: los católicos del siglo XXI tenemos un conocimiento mucho más
profundo y exacto de la figura y del mensaje de Jesucristo que el que tuvieron
sus primeros discípulos. Más aún, no nos cabe duda de que los cristianos que
vivan dentro de cinco siglos se habrán acercado a Jesucristo y a su Evangelio,
todavía más que nosotros.
En pocas palabras: el paso del tiempo no nos ha
alejado de Jesucristo, sino todo lo contrario; ya que es el Espíritu Santo
quien dirige la historia de la salvación hasta la plena manifestación del
Señor en la Parusía. Mientras tanto, el Paráclito, el Espíritu de la Verdad,
continúa guiándonos hacia la plena comprensión del misterio de Cristo, nos
fortalece con sus dones y nos enriquece con sus carismas.
Nos preparamos para un nuevo Pentecostés, porque Dios
desea completar en nosotros la santidad que obró en María. Así lo decía el
“Papa bueno”, el beato Juan XXIII: “El Espíritu Santo, que formó el cuerpo de
Cristo en el seno de María, forma también, une, sana y fortifica a los
miembros de Cristo”. Por ello, por intercesión de Santa María suplicamos:
¡Ven, Espíritu Santo!