Autor: Germán Sánchez Griese
Fuente: Escuela de la fe
Formar la Voluntad
La persona debe aplicarse en la formación de una voluntad fuerte, dócil a la inteligencia, eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar con suavidad y firmeza todas las dimensiones de la persona.
Uds.,
igual que nosotros, conocen a gentes que llevan años y años comenzando dietas
para bajar de peso y dejándolas sin terminar el tiempo. Y otras personas que
dicen que quieren dejar de fumar a la vez que delante de nuestros ojos
encienden otro cigarrillo. O también conocemos a tantos chicos y chicas en los
colegios que no logran dedicarse a los estudios porque no pueden dejar de ver
la televisión o desconectar el Internet. Y proponen la misma excusa “no tengo
voluntad”. Sin embargo, los jóvenes son capaces de quedarse noche y día en
vela para asegurar el boleto de entrada a un final de fútbol, o a un concierto
de rock. Todos tenemos voluntad, es cuestión de usarla...
La voluntad es pieza clave del edificio de la personalidad. Desde el punto de
vista natural, el valor de un hombre depende, en gran parte, del grado en que
logra forjar su voluntad. Sólo en ésa podrá imprimir un rumbo determinado a su
vida, guiando y dominando todo su ser. Dicho de otro modo, será libre en la
medida en que sea señor de sí mismo, en la medida en que guíe, encauce y
domine sus pasiones, sentimientos e instintos, y actúe, por encima de las
circunstancias externas, de acuerdo con los criterios que le presenta la razón
iluminada por la fe.
Considerada así, la formación de la voluntad es de la máxima importancia. Los
beneficios de la gracia, las demás cualidades humanas... todo queda gravemente
comprometido si falta el sostén de la voluntad. Por tanto la persona debe
aplicarse en la formación de una voluntad fuerte, dócil a la inteligencia,
eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz
de gobernar y encauzar con suavidad y firmeza todas las dimensiones de la
persona.
Vivimos en una sociedad postmoderna en donde el “homo sapiens”, aquel que se
rige por la inteligencia y la voluntad, está siendo superado por el “homo
sentimentalis”. Este no es simplemente el hombre que siente, puesto que
cualquier hom bre siente, sino el hombre que valora el sentimiento por encima
de la razón, o los caprichos, los gustos, las sensaciones, los placeres, por
encima de la razón y la voluntad. Parafraseando a Descartes diremos que
“siento luego existo”. Esta forma de pensar ha llegado a la vida consagrada:
“En nuestra sociedad del bienestar no se entiende al ser humano sobre la base
de la ascesis. Esto no significa que ella no forme parte de la vida.
Simplemente se ha desplazado como medio para obtener determinados beneficios
en el ámbito del éxito en el trabajo (políticas de ascensos, ejecutivos, etc),
en la imagen (dietas, gimnasia, deporte...), la política (carreras políticas
sin descanso) y el dinero (esfuerzos y sacrificios). Pero a la ascesis se la
ha vaciado de su contenido religioso, sus fines trascendentes y su valor en sí
y por sí mismo - el bienestar, el placer, el predominio de las sensaciones y
los sentidos, la inmediatez de la experiencia, la autonomía y la libertad
parecen ocupar un lug ar importante en la antropología actual. Si los votos
chocan con este predominio, es claro que tenemos que hacemos muchas
preguntas”. Revista CONFRE y CIRM.
1. Definición: No es un valor físico. No por ser fuerte, se es un
hombre de voluntad. No es capricho al que se le sirve fiel y ardientemente o
la terquedad en una postura elegida, sin saber de antemano sus consecuencias.
Es más bien la facultad del alma que nos mueve a actuar para conseguir un bien
concreto, un ideal; con constancia y con todas la fuerzas. Voluntad es
determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos y ánimo
frente a los propósitos. Significa tener la intención de hacer algo, aunque
cueste.
2. Elementos para educar la voluntad: Los principales elementos para
educar la voluntad son: la motivación, el orden, la constancia y una mezcla de
alegría e ilusión.
a. La motivación. De aquí surge toda la disposición para el esfuerzo. Una fu
erte y clara motivación es el mejor punto de partida para conseguir la
voluntad y aplicarla, aunque al principio, el camino sea siempre áspero y
costoso. Motiva la felicidad que da el deber cumplido, la satisfacción de ver
los esfuerzos recompensados, alcanzar el premio esperado. La motivación viene
de la claridad de ideales y para ello un excelente aliado es el “modelo de
identidad”, alguien que reúna los atributos que se desea alcanzar. Contar
con una persona ejemplar, completa, digna de ser imitada empuja a superar las
dificultades y obstáculos que diariamente se presentan en este proceso de
conquista. La gran motivación para nosotros consagradas no puede ser otra que
el amor a Cristo y a su Reino. Sólo él es quien puede sostener, alentar y
mantener la decisión de seguir por el camino de los grandes ideales.
b. El Orden. Los latinos decían: “serva ordinem et ordo servabit te”.
Cuatro son las dimensiones del orden: orden en la cabeza, en el tipo de v ida,
en la forma y orden en los objetivos.
Orden en la cabeza quiere decir saber a qué atenerse, tener unos criterios
coherentes y operar siguiéndolos de cerca… este orden conduce a tener una
jerarquía de valores. Consiste en aquello en lo que creemos nos sostiene,
actúa como tierra firme sobre la que pisamos. El que no tiene esquemas claros
en su mente, está desorientado y no sabe ni lo qué quiere ni hacia dónde va.
De aquí la necesidad de conocer claramente los criterios propios de la vida
consagrada, plasmados en los estatutos, normas, criterios, tradiciones
legítimas de sus congregaciones.
Orden en el tipo de vida: La organización y la planeación de nuestras
actividades tienen un carácter preventivo y, a la vez, multiplicador del
tiempo. Preventivo porque no dejamos que las circunstancias sean las que rijan
nuestra vida; multiplicador porque hace que el tiempo nos rinda más en todas
nuestras actividades. Aquel mito del “no hay tiempo para .... .” es eso
un simple mito. Contar con una plan de las actividades a realizar, utilizar
una agenda, realizar y cumplir un horario son elementos que posibilitan una
vida más ordenada. La regla fundamental es: sin orden, nunca saldrán
nuestros planes. De aquí la imperiosa necesidad del horario, de la agenda,
del programa, de la guía, del calendario.
Orden en la forma: Se trata del orden exterior de las cosas: ropa, libros,
cuadernos, cosas personales, dependencias comunes.... Se suele decir que
entrar en la habitación de alguien es como hacerle un test. Esa persona se
retrata dejando constancia de su personalidad. El desorden exterior no es más
que un reflejo del desorden interior. Si alguno desea iniciarse en el orden la
mejor motivación es ver la utilidad del mismo, vislumbrar la facilidad que
tendrá para encontrar lo que busque en cualquier momento, valorar el tiempo
perdido en búsquedas inútiles.
Orden en los objetivos: El orden en los objeti v os es el único modo de que
los propósitos salgan adelante. Pero para esto se necesita concretar; tener
pocos objetivos, bien delimitados, sin querer abarcar demasiados. Romper el
vicio de hacer cada año programas que se quedan en el papel y no bajan a la
vida concreta. Aquí habría que decir objetivo propuesto, objetivo buscado y
conquistado. De aquí la necesidad de realizar una buena planeación.
Efectos del orden en la vida personal: Paz interior y exterior, alegría como
resultado de una vida coherente, realista y con un buen nivel de exigencia,
eficacia en todo lo que hacemos, el cuidado en los detalles pequeños dentro de
las ocupaciones que uno tiene entre manos, el orden si es vivido con sentido
profundo, basado en el servicio a los demás y en la lucha por mejorar, conduce
a que la persona sea más libre y responsable.
c. La constancia: Habiendo tomado una determinación concreta, la constancia
conduce a no interrumpir nada ni darse por vencido, a pesar de las
dificultades que surjan, ya sean internas, externas o por el descenso de las
motivaciones. La constancia es el seguir queriendo todos los días. No basta
con decir un quiero explosivo y lleno de emoción, sino hay que seguir
queriendo todos los días. Punto importante es ser un hombre de amplias miras,
saber mirar hacia adelante, con la ilusión de alcanzar la cima deseada y por
eso se mantiene firme, inalterable. Por otra parte uno de los signos de
madurez de la personalidad lo constituye la visión de futuro; quien la posee
ya ha ganado mucho terreno, porque sabe relativizar las contingencias
inmediatas.
Las principales características de la constancia son tres:
En primer lugar, una actitud positiva que predispone interiormente a no darse
por vencido a sabiendas de que siempre enfrentará obstáculos a sus planes. Su
actitud se rige por la premisa «de frente a la adversidad, saber esperar
tiempos mejores y en la prosperidad, continuar sin baja r la guardia».
“Vencerse en lo pequeño y dar batallas en objetivos en apariencia
insignificantes son los rasgos de cualquier valor que se aprecie”. Esta,
sin lugar a dudas, es la frase que la distingue. Gracias a la cual su relación
con el hábito va viento en popa. Él le enseña a mantenerse firme, pues le
entrena en el vencimiento a través de la repetición de actos, que implican
renuncias no muy grandes pero frecuentes.
Espíritu deportivo de lucha logrado mediante ejercicios de vencimiento,
superación de pequeñas derrotas, capacidad para reponerse y volver a empezar,
retomar las ilusiones del principio y crecerse ante los imprevistos que frenan
el avance. Hay que saber volver a empezar todos los días sin importar las
caídas.
d. Alegría e ilusión: Es un sentimiento de contento y satisfacción de algo
positivo que ha acontecido a una persona. La auténtica alegría es aquella que
resume optimismo, satisfacción, animación y reg ocijo, que invita a la
celebración y está propensa a abrirse a la comunicación. Dice Enrique Rojas:
la vida, a pesar de todo, merece la pena vivirla sólo por la alegría.
Es entonces cuando el pasado adquiere un relieve comprensivo, el futuro se ve
con confianza y se espera de él todo lo bueno que puede traernos. Alegrarse
significa saborear algo bueno que esperábamos, es un indicador de que vamos en
buena dirección, aunque sea sólo en aspectos parciales de nuestra vida. Para
nosotros consagrados la auténtica alegría viene de esa armonía interior que da
el cumplir la voluntad de Dios en cada momento y de una amistad cada vez más
delicada con Cristo.
3. Medios para formar la voluntad
La mujer, si le convence un proyecto, se entrega a él generosa e
incondicionalmente. Ella cuenta con grandes recursos de motivación, y por
tanto, es capaza de vivir de manera muy firme este entusiasmo por el ideal.
Este rasgo es indispensable para una persona que quiere alcanzar con éxito sus
objetivos. Si la mujer está polarizada en toda su persona por un objetivo,
toda su cabeza, corazón y voluntad, trabajarán al unísono para conseguirlo.
En ningún campo la formación consiste en una acción puramente negativa. Pero
tratándose de la formación de la voluntad esta regla se aplica de modo
privilegiado ya que hablamos de la facultad misma del querer. Aquí, como en
ningún otro lado, el querer "el bien", el desear alcanzar "un
ideal", resulta condición formativa indispensable. El mejor elemento de su
formación será, por tanto, que la voluntad esté polarizada por el amor. Querer
libremente cuando se ama resulta fácil, casi necesario. No se trata de un
medio negativo porque lo importante no es renunciar a un bien sino saber optar
por el bien mejor. Aquí entra, ya a nivel humano, lo que tradicionalmente se
denomina abnegación o renuncia de sí.
Renuncias de la vida ordinaria. La vida ordinaria proporcio na ya incontables
ocasiones para ejercitarse en ella: renunciar al propio capricho optando
responsablemente por el cumplimiento del deber; renunciar a los propios planes
individuales optando libremente por seguir una vida comunitaria o por abrazar
la obediencia; renunciar al dejarse llevar por el cansancio, el pesimismo, o
los sentimientos y optar libremente por un camino de serenidad y control de
sí; renunciar al deseo de una vida llena de comodidades y optar por la
austeridad...
Constancia en los detalles. A esta ejercitación en la facilidad del querer se
añade otra, necesaria para que llegue a ser eficaz y constante. Hay mil modos
de entrenar diariamente la propia voluntad: no retractarse con demasiada
facilidad de las resoluciones tomadas; exigirse completar lo iniciado; poner
especial atención a los detalles; proceder siempre con método y previsión sin
dejarse llevar por la inspiración del momento; hacer las cosas con
determinación, sin dejar todo para mañana, e xigirse a sí mismo pequeños
detalles que exigen esfuerzo, como cuidar el orden y la puntualidad;
esforzarse también en el aprovechamiento del tiempo; la dedicación al estudio,
al trabajo y a la oración... En realidad toda actividad humana representa una
ocasión en la que la voluntad puede salir fortificada, o, al contrario, si se
realiza con pereza y dejadez, debilitada.
El medio por excelencia: “Voluntad de Dios”. Decía Santa Margarita
María de Alacoque: “Por encima de todo, conservad la paz del corazón, que
es el mayor tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la
propia voluntad y poner la voluntad del corazón divino en lugar de la nuestra”.
Aunque lo sabemos, también sabemos cuánto cuesta. Hemos experimentado la paz
que nos trae la seguridad de que estamos haciendo la Santísima Voluntad de
Dios, pero es una paz que es realmente premio. Porque se trata de una
orientación fundamental de toda la vida. San Alfonso de Ligorio dice:
“Nuestra conformidad con la voluntad divina debe ser entera, sin reserva y
constante. Esta es la cima de la perfección, y a ella, repito, deben tender
todas nuestras acciones, todos nuestros deseos, todas nuestras oraciones”.
Si hemos dicho que la constancia es clave para formar la voluntad, no tenemos
que buscar entonces muy lejos para echar mano de un medio eficacísimo –
asegurar que esté siempre (ahí está el meollo de la cuestión) haciendo la
voluntad de Dios, cueste lo que cueste. A veces queremos sinceramente hacer
grandes cosas por Dios, y como que no encontramos la oportunidad. Y sin
embargo la perseverancia en lo que parecen pequeños detalles (puntualidad,
silencio...) exige de nuestra voluntad una verdadera abnegación y es inmenso
el gozo que proporciona a Dios un alma que con esta objetividad y generosidad
se entrega a Dios, buscando en la Voluntad de Divina, sea cual fuere, la única
prueba de amor.
Reciedumbre de espíritu: Ésta es una virtud que hay que adquirir. Mujeres que
no se quiebren ante las primeras dificultades. Ser mujeres recias, que no
significa duras, recias. Hechas al sacrificio, hechas con calidad de mártires.
Hechas al frío, al calor, a las incomodidades. Hechas a las difamaciones, a
las críticas. ¡Qué difícil es para nuestra vanidad! ¡Qué difícil es para
nuestro deseo de ser apreciadas, queridas, tomadas en cuenta! Hasta poder
llegar a sentir gusto, alegría, gozo ante algo que nos cause dolor. Ahí estoy
amando a Jesucristo, ahí me estoy asemejando más a Él, ahí puedo unirme a su
cruz y redimir a los hombres. Ser mujeres que ante todo son consagradas y que
por ello dan testimonio de su ser consagrado ante los hombres.