Fe y cultura emergente


José L. Caravias sj

 
 

La nueva cultura que está cuajando en el mundo actual plantea serios desafíos a la fe tradicional en Dios. Con pasos inseguros intentaré auscultar la realidad y los posibles valores de esta nueva sociedad emergente, en cuyo humus ha de germinar de nuevo la Buena Noticia de Jesús. Son tanteos, medio a oscuras, en búsqueda de acompañamiento y claridad.

Agradezco de entrada a Carlos García de Andoin, por lo mucho que me ha inspirado su maravilloso libro “Laicos cristianos, Iglesia en el mundo”, de Ediciones HOAC, Madrid.

 

Divorcio entre fe y cultura

El Concilio Vaticano II logró superar suficientemente el divorcio existente entonces entre fe y cultura.  Pudo hablar con acierto de “la Iglesia en el mundo actual”. Pero hemos quedado de nuevo rezagados ante nuevos cambios, realmente profundos, difíciles de sintonizar y evaluar. Por ello es normal que se abra de nuevo una inmensa zanja entre fe cristiana y cultura emergente.

Los jóvenes que avanzan hacia la historia sufren serios cambios en su jerarquía de ideales. Los “viejos” los solemos mirar con desconfianza. Futurólogos obscurantistas hasta pontifican desastres irreparables…

La solución no está en querer volver a tiempos pasados, sencillamente porque ya no existen. Es imposible que funcione una memoria RAM de un Gigabyte en una computadora de hace treinta años… Empeñarse en ello lleva a frustraciones y fracasos. Las semillas eternas del Evangelio hay que saber sembrarlas en nuestro hoy.

Es, además, normal que el mundo cambie. Así lo ha querido Dios. Por eso lo importante es detectar esos cambios, y ahí, sobre ellos, dentro de ellos, sembrar la Buena Nueva de Jesús. La semilla es la misma, pero hay que saber adaptarla a las nuevas tierras y a los nuevos climas. Es un grave error culpar de nuestros fracasos a los cambios de época. El problema está en nuestra miopía para distinguir dónde y cómo hay que sembrar el Evangelio en este nuevo clima mundial. No menos difíciles eran los tiempos de Jesús y de Pablo.

La cultura moderna, entremezclados con sus malas hierbas, tiene también valores, que empiezan a despuntar. Descubrirlos es vital. Pero para ello hay que desprenderse de las viejas lentes, tan rayadas de prejuicios. Necesitamos profetas con ojos nuevos, inmersos en el mundo actual, que experimenten vitalmente la presencia de Dios y sepan hacerla disfrutar a los demás…

 

Posmodernidad y globalización

Dos fuerzas entrecruzadas de finales del siglo XX nos arrastran hacia un cambio profundo de valores: la posmodernidad, que emerge a partir de los 80; y la globalización, a partir de los 90.

La posmodernidad nace como rebeldía contra la cultura moderna basada en una razón utilitaria y posesiva, sumamente materialista, que pretende dominarlo todo, la economía, la política y la cultura.

Frente a la dictadura del consumismo masivo, va emergiendo una visión nueva más personalizada, que busca el disfrute de la vida, la belleza, la pluralidad. Estallan multitud de fragmentos de vida con sentido, más subjetiva, centrada en experiencias personales.

Sin resentimientos ni nostalgias mucha gente vive de espaldas a la fe en el Dios de sus catequesis infantiles. El sentido de la vida queda ahora remitido a sí misma. Viven como encantados en un difuso politeísmo, en el que toda experiencia placentera es válida.

 La globalización, la otra fuerza, facilita grandemente la comunicación mundial. Su motor es la ganancia y el poder que otorgan los grandes mercados. Ello aumenta la desigualdad entre países ricos y pobres, pues desplaza el poder de los estados a las corporaciones internacionales, y las decisiones de los espacios democráticos a los mercados financieros.

Los medios de comunicación predican a escala mundial, con pícara insistencia, un nuevo capitalismo de ficción, que vende engaños capaces de “satisfacer” las necesidades de felicidad de la gente. La cultura del entretenimiento es el mejor negocio de la actualidad. O el poder de ciertas propagandeadas marcas, que hipnotizan a la juventud como prioridad absoluta para poder ser alguien. La marca otorga felicidad, pues proporciona identidad personal.

Este enfoque escapista de la vida niega la realidad real. Se busca ignorar la existencia del dolor, del sufrimiento, de la muerte, de todo tipo de culpa o corrupción. Tampoco hay historia, ni futuro: sólo existe el presente. Se vive en nubes de ensueño, con lo que, de hecho, se está a merced del poder del dinero y de su propaganda, inconscientes de la pirámide sangrienta sobre la que se levanta ese bienestar nebuloso.

Todo esto se presenta como una religión. El nuevo capitalismo ya no habla de explotación; ya no se presenta como materialista; ahora se levanta como productor y proveedor de espiritualidad. Ofrece ilusiones, crea sentido, provee medios de felicidad sin fin. Es la “nueva era”, revoloteando entre nubes rosadas, y evitando cuidadosamente todo contacto con la realidad…

Pero a Dios no se le puede amaestrar. Si intentamos domesticarlo, ya no está, se fue. Aunque le demos nombres divinos a las obras de nuestras mentes, esos engendros chiquitos y feos no son Dios. No podemos utilizar a Dios para sentirnos cómodamente instalados en nuestras vulgaridades o nuestras injusticias; si lo hacemos, el fantoche que se nos queda entre las manos ya no es Dios.

 

Crisis fecundas

En el clima de esta nueva idolatría del capitalismo global y posmoderno hemos de sembrar el Evangelio. Creemos que el Espíritu de Dios sigue flotando sobre las aguas, aunque éstas corran por corrientes oceánicas nuevas… En ellas empiezan a asomar puntas de icebergs que arrastran inmensas fuerzas subterráneas.

La primera fuerza que asoma está compuesta de rebeldía. Tanto materialismo nos ahoga ya. Experimentamos que el “tener” no lo es todo. Mucha gente está cansada de la prepotencia propagandística del consumismo, que nos obliga a endeudarnos por lo que no necesitamos. Nos hastía ya la invasión en nuestros hogares de tantas imágenes de sexo sin amor. Asquea tanto machismo y tantas propagandas con imágenes femeninas cosificadas. Nos molesta tanta información sobre muertes y desgracias acaecidas a miles de Kilómetros, mientras ni nos enteramos de nuestros propios problemas. Vivimos muy tensionados, sin ánimo muchas veces ni para pasar un rato lindo en familia.

Nos escuecen tantas mentiras como nos quieren hacer tragar, tantas injusticias que quieren blanquear, tantas crueldades que quieren justificar, tanto fundamentalismo con el que nos quieren manipular. Nos empalaga el pietismo dulzón rancio de la mayoría de las imágenes y prédicas religiosas. Nos asusta tremendamente que bastantes jóvenes no vean más futuro que el suicidio. Crece un enojo profundo contra este sistema mundial en el que los ricos cada vez son más ostentosos y los pobres caminan cada vez más hacia la miseria...

Inmersos en este torbellino arrollador, los excluidos toman cada vez más conciencia de su dignidad humana. Su fuerza crece hacia un futuro inexplorado, peligroso o esperanzador, según se encauce o no su inmensa energía. Ellos no son objetos despreciables, sino sujetos activos, con fecundas riquezas propias.

Para analizar la realidad mundial no se usan ya sólo las ciencias sociales o económicas, sino también las antropológicas, culturales, religiosas, de género, ecológicas… Se investigan las utopías y los sueños de los pueblos… Se revaloran nuevos aspectos: amor auténtico, justicia eficaz, belleza integral, identidad cultural. Emerge el interés por lo otro, por lo indígena, lo afro, la mujer, la tierra… Se impone lo holístico: lo integral.

Una sensibilidad más femenina va diluyendo el machismo ambiental. Crecen investigaciones y escritos de mujeres, así como mujeres exitosas en diversas profesiones y cargos públicos.

Reseco de tanto materialismo, nuestro mundo tiene sed de experiencias espirituales. Se revaloriza la dimensión del Espíritu, como demuestra el éxito de corrientes pentecostales y carismáticas o de la Nueva Era.  La intensidad y fuerza de estos brotes señalan la existencia de una necesidad imperiosa, nacida muy de lo hondo, que muchos no sabemos detectar, ni menos aun encauzar.

Cada vez más gente siente ansias de justicia, de realización personal, de felicidad más allá de la sonrisa Colgate. Queremos poder enamorarnos de veras. Queremos poder jugar tranquilos con nuestros hijos. Queremos vivir unidos los vecinos, mejorando entre todos nuestro hábitat. Buscamos componer grupos de amigos que nos ayuden a ser más gente.  Exigimos gobernantes honrados y programas políticos saneados, sin corrupción. Buscamos poder abrir los brazos a todos, sin tantos prejuicios paralizantes.

Todo esto, y mucho más, despunta ya en nuestro ambiente. Lástima que muchos desesperados no tengan dónde recurrir, o sólo encuentren grupos fundamentalistas, espiritualistas o fetichistas. Es grande la culpabilidad de las Iglesias Cristianas por no saber responder al grito de espiritualidad de nuestro mundo. En la mayoría de los casos, no acertamos a trasmitir una experiencia actual, viva, del Dios de Jesús. Su “Buena Nueva” parece una “Mala Vieja”…

 

Volver al Dios de la vida

Hemos de volver a experimentar vitalmente a Dios. Sentir al Dios vivo. Dejando a un lado, como basura inservible, las imágenes obscurantistas de Dios, caídas ya por tierra. En nombre de Dios se ha despreciado, dividido, matado a demasiada gente. “Dios” ha sido la palabra más vilipendiada de la Historia.

Vomitar esas necias y terribles imágenes de Dios es el primer paso para una sanidad interior. A la luz de la creciente incredulidad nos vamos dando cuenta de que nuestro lenguaje sobre Dios muchas veces ha sido torpe, parcial y sucio.

Hemos de aprender a caminar hacia Dios con corazón abierto, conscientes de que es un Misterio que nos abarca y nos sobrepasa, pero siempre nos quiere y nos respeta. Vive en lo más íntimo de nosotros, pero está muy por encima nuestro. Lo podemos conocer, cada vez más a fondo, pero nunca del todo.

Es Dios de vida, siempre a favor de la vida. Dios que goza con la dignificación y el progreso de todos sus hijos… Dios que acompaña los adelantos humanizantes de la ciencia… Dios que no es propiedad de nadie…

Ninguna religión tiene la verdad absoluta sobre Dios. Pero todas las religiones tienen algo auténtico de Dios. Por eso empieza a brotar un nuevo ecumenismo a escala interreligiosa.

Dios y Ciencia no pueden oponerse. Él mismo nos ha dado inteligencia para avanzar en el conocimiento, dominio y desarrollo de un mundo maravilloso, lleno de posibilidades. Todo crecimiento auténtico hacia la dignificación y bienestar de la humanidad, viene de Dios y camina hacia Dios. Átomos, genes, ADN, cromosomas, maravillas aun ni soñadas, son creaciones de la sabiduría, el poder y la belleza de Dios. Todo lo que los humanos podamos descubrir o realizar viene de Dios. Pero podemos usarlos para bien o mal de la humanidad… Todo puede ser desarrollado a favor o en contra de la Vida…

No es según el proyecto de Dios que gastemos millones de dólares en estaciones espaciales, mientras millones de personas pasan hambre. No es según Dios lo muchísimo que se gasta en armamentos bélicos. Hoy hay suficiente plata y técnica como para que nadie sufra hambre, desatención médica o falta de estudios… Mientras las necesidades básicas de la Humanidad no sean prioritarias, no podremos afirmar que “conocemos” mínimamente a Dios.

 

Dios provocativo

El mundo actual intenta anestesiar todo lo que sea dolor, muerte o culpa. Maquilla u oculta la miseria de millones de personas. Pero el Dios del que nos habla la tradición bíblica parte de la memoria del sufrimiento de un pueblo esclavo y de su ayuda solidaria para que se liberaran de su opresión y fueran capaces de construir entre todos un pueblo de hermanos.

Dios nos creó capaces de crecer sin medida, en el amor, en la justicia, en la verdad, como personas y como sociedad... Él ha puesto la Historia en manos de la Humanidad, con metas muy altas. Nos ofrece los medios. Pero nos deja libres. Y respeta los muchos disparates que somos capaces de realizar. Aun el de desfigurar sus hermosos proyectos. Pero no por eso deja de estar constantemente dispuesto a ayudarnos a crecer en humanidad.

En medio de este respeto, no cesa de provocarnos constantemente. No nos obliga, pero nos aguijonea por todos lados. En el dolor propio, en el dolor ajeno… En esas miradas frustradas, en esos ojos rebeldes, en esas bocas crispadas, en esos gritos angustiosos… En las llagas, en el hambre, en los despreciados y abandonados…

Encontraremos las exigencias de Dios si es que de veras lo buscamos. Él está presente en todo dolor humano, en las alegrías y triunfos, en las solidaridades, a lo largo de toda la historia, siempre pidiendo más, más amor, más justicia, mejor hecho todo. Él es insaciable, pues sabe, lo mucho de lo que somos capaces.

La vuelta a Dios tiene que ser en términos de provocación, siempre en busca de más. Dios es siempre mayor, mayor que nuestros sueños, mayor que el universo. Siempre estará pidiéndonos ser más personas, más unidos, más prósperos; respetarnos más, complementarnos a fondo… Mejor reparto de sus bienes… Más calidad de vida, formación más integral, trabajos mejor realizados… Más respeto a nuestros cuerpos y a nuestras mentes… Globalización para todos, a todos los niveles… Más equidad, más sanidad, más formación, más espíritu, más oración… Que lo conozcamos mejor y que nos relacionemos más vitalmente con él y, por consiguiente, con todos sus hijos.

Dios encarnado. Dios exigente. Dios provocativo. Porque nos conoce y nos ama…