Fe, razón y santidad.
Un caso emblemático: santa Edith Stein


jueves, 03 de septiembre de 2009
Javier Sesé
 


 

Presentación: el reto de la Cruz

Esta breve reflexión pretende ser sólo un esbozo de algunas ideas que piden una mayor profundización y desarrollo, que confiamos poder realizar con el tiempo. Ideas suscitadas por la lectura de la encíclica Fides et Ratio en su conjunto, pero afianzadas sobre todo por lo que afirma el Papa en tres números concretos de la misma: el 232, 32 y 74; por estos tres puntos, y por un dato que puede parecer sólo circunstancial, pero que no suele serIo en documentos de este tipo: la fecha oficial de su publicación.

En efecto, la última encíclica del Papa aparece fechada el14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1998. Una conmemoración importante en el calendario litúrgico de la Iglesia, íntimamente unida a los misterios centrales de nuestra fe, y que cobra particular relieve si leemos con atención el primero de los números mencionados, que me pennito reproducir a continuación: "La relación del cristiano con la filosofia, pues, requiere un discernimiento radical. En el Nuevo Testamento, especialmente en las Cartas de San Pablo, hay un dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición entre 'la sabiduría de este mundo' y la de Dios revelada en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestros esquemas habituales de reflexión, que no son capaces de expresarIa de manera adecuada.

El comienzo de la Primera Carta a los Corintios presenta este dilema con radicalidad. El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la mente de construir sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia. El verdadero punto central, que desafia toda filosofia, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto, todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. '¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo?' (1 Co 1, 20) se pregunta con énfasis el Apóstol. Para lo que Dios quiere llevar a cabo ya no es posible la mera sabiduría del hombre sabio, sino que se requiere dar un paso decisivo para acoger una novedad radical: 'Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios [...]; lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es' (1 Co 1, 27-28). La sabiduría del hombre rehúsa ver en la propia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero San Pablo no duda en afirmar: 'pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte' (2 Co 12, 10). El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera 'locura' y 'escándalo'. Hablando el lenguaje de los filósofos contemporáneos suyos, Pablo alcanza el culmen de su enseñanza y de la paradoja que quiere expresar: 'Dios ha elegido en el mundo lo que es nada para convertir en nada las cosas que son' (1 Co 1, 28). Para poner de relieve la naturaleza de la gratuidad del amor revelado en la Cruz de Cristo, el Apóstol no tiene miedo de usar el lenguaje más radical que los filósofos empleaban en sus reflexiones sobre Dios. La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.

La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡Qué desafío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde! La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante transcenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la 'locura' de la Cruz la auténtica crítica de los qué creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entre fe y filosofa encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse".

Toda la encíclica plantea retos importantes al pensamiento humano, al filosófico y al teológico, y a esas dos ciencias en armonía, sobre todo. Pero en el pasaje reproducido, el reto se hace concreto y preciso, además de ser expresado con fuerza particular; quizá precisamente porque el mismo tema abordado lo pide: la locura de la Cruz. Encontramos así una especie de piedra de toque para comprobar si los filósofos y los teólogos revitalizamos de verdad nuestras ciencias respectivas, en la línea marcada por el documento. Si aceptamos el desafio de profundizar desde la fe y la razón en el misterio de Cristo crucificado y resucitado, si nos esforzamos por superar ese "escollo", y sumergimos en "el océano sin límites de la verdad" que esconde, estaremos capacitados para afrontar todos los demás retos que la fe propone a la razón, y que la razón plantea a la fe.

La sabiduría de los santos

Por otra parte, desde el área particular de la Teología espiritual, que es mi campo científico propio, cada vez se nos hace más presente y necesaria la contribución de los grandes santos, sobre todo de aquellos que nos han dejado una reflexión profunda sobre su propia experiencia interior y la vida cristiana en sí misma, al conjunto de la Teología; en particular, por las luces complementarias que proporcionan para la comprensión teológica de muchas verdades de fe, ya iluminadas habitualmente por otras ramas de la teología y de la filosofia, pero también con demasiada frecuencia con ciertos "atascos" importantes ante no menos importantes "escollos". Todo ello, sin olvidar nunca que todo verdadero misterio se mantiene siempre en la penumbra propia de la fe, rindiendo humildemente la inteligencia, a la vez que iluminándola y retándola continuamente.

Si la luz de la santidad vivida por tantos cristianos, en identificación con Cristo, es clave en toda cuestión teológica importante, en el caso del misterio de la Cruz, participado también por el verdadero discípulo de Jesús, me parece imprescindible; justamente por esos elementos de "locura", "escándalo", "escollo" a los que el Papa hace referencia. Pienso —y de ahí la primera parte del título de mi comunicación— que el componente "santidad" puede ser decisivo en todo el amplio campo de la colaboración fe-razón que el Papa desarrolla en la encíclica; y un primer terreno donde demostrarlo y llevarlo a la práctica es precisamente el reto planteado en este número 23: cómo la "sabiduría de la Cruz", vivida y enseñada por tantos santos de todos los tiempos, puede ayudar a la sabiduría filosófica y teológica -porque en el fondo la Verdad es una- a saltar el escollo y sumergirse en elocéano inagotable de la Verdad y el Amor divinos.

En este contexto, hay un caso particular de santidad cristiana que el Papa menciona explícitamente en la encíclica, y que tiene mucho que ver con esa sabiduría de la cruz vivida y enseñada: el martirio. Es el momento de reproducir, pues, el segundo de los puntos de la Fides et Ratio enumerados al principio como inspiradores de estas líneas, el 32:

"Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por otras personas. En ello se puede percibir una tensión significativa: por una parte el conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia lograda personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una relación interpersonal y pone en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas, sino también la capacidad más radical de confiar en otras personas, entrando así en una relación más estable e íntima con ellas.

Se ha de destacar que las verdades buscadas en esta relación interpersonal no pertenecen primariamente al orden fáctico o filosófico. Lo que se pretende, más que nada, es la verdad misma de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su propio interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre encuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confia en la verdad que el otro le manifiesta.

¡Cuántos ejemplos se podrían poner para ilustrar este dato! Pienso ante todo en el testimonio de los mártires. El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad sobre la existencia. Él sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta lo harán apartar de la adhesión a la verdad que ha descubierto en su encuentro con Cristo. Por eso el testimonio de los mártires atrae, es aceptado, escuchado y seguido hasta en nuestros días. Ésta es la razón por la cual nos fiamos de su palabra: se percibe en ellos la evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentaciones para convencer, desde el momento en que habla a cada uno de lo que él ya percibe en su interior como verdadero y buscado desde tanto tiempo. En definitiva, el mártir suscita en nosotros una gran confianza, porque dice lo que nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también quisiéramos tener la fuerza de expresar".

De esta forma, una persona que una en su ser y en su vida la condición de santidad, sellada por el martirio, y la de reflexión filosófico-teológica profunda, a la luz de esa misma experiencia personal de fe, merece una particularísima atención a la hora de afrontar los retos que plantea el misterio de la Cruz de Cristo, y en general todas las relaciones fe-razón.

Con esto llegamos al tercer número de la encíclica que quiero destacar, y que motiva la segunda parte del título de la presente comunicación, el 74. Hablando, en efecto, de la fecunda relación entre fe y razón, entre filosofía y teología, el Papa desciende a ejemplos de carne y hueso:

"La fecundidad de semejante relación se confirma con las vicisitudes personales de grandes teólogos cristianos que destacaron también como grandes. filósofos, dejando escritos de tan alto valor especulativo que justifica ponerlo s junto a los maestros de la filosofía antigua. Esto vale tanto para los Padres de la Iglesia, entre los que es preciso citar al menos los nombres de San Gregorio Nacianceno y San Agustín, como para los Doctores medievales, entre los cuales destaca la gran tríada de san Anselmo, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino. La fecunda relación entre filosofía y palabra de Dios se manifiesta también en la decidida búsqueda realizada por pensadores más recientes, entre los cuales deseo mencionar, por lo que se refiere al ámbito occidental, a personalidades como John Henry Newrnan, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Edith Stein y, por lo que atañe al oriental, a estudiosos de la categoría de Vladimir S. Soloviov, Pavel A. Florenskij, Petr J. Caadaev, Vladimir N. Losskij. Obviamente, al referimos a estos autores, junto a los cuales podrían citarse otros nombres, no trato de avalar ningún aspecto de su pensamiento, sino sólo proponer ejemplos significativos de un camino de búsqueda filosófica que ha obtenido considerables beneficios de la confrontación con los datos de la fe. Una cosa es cierta: prestar atención al itinerario espiritual de estos maestros ayudará, sin duda alguna, al progreso en la búsqueda de la verdad y en la aplicación de los resultados alcanzados al servicio del hombre. Es de esperar que esta gran tradición filosófico-teológica encuentre, hoy y en el futuro, continuadores y cultivadores para el bien de la Iglesia y de la humanidad".

Me permito anotar que el Papa no sólo destaca la categoría tanto filosófica como teológica, armonizadas, de todos estos grandes intelectuales de la Iglesia, sino que habla también de "prestar atención al itinerario espiritual de estos maestros".

Sin minusvalorar -más bien al contrario- el resto de nombres citados por el Papa, y tantos otros que él mismo admite que se podrían añadir a la lista, me ha parecido particularmente sugerente entresacar la figura de Santa Edith Stein, canonizada precisamente muy pocos días después de la fecha en que se firmó la encíclica. No niego que influye en ello el interés particular -científico y personal- que tengo por esta gran santa y pensadora del siglo XX; sin embargo, me mueve sobre todo, en el contexto que nos ocupa, el carácter particularmente emblemático de su itinerario intelectual y espiritual, de su pensamiento y su vida, en torno a las relaciones fe-razón-santidad, precisamente con la "ciencia de la Cruz" como punto neurálgico, confirmada vivencialmente con la gracia del martirio. Basta recordar, para empezar, que Ciencia de la Cruz es precisamente el título de su libro póstumo y más conocido, magnífico ejemplo de una reflexión teológico-filosófica apoyada en la experiencia de santidad: la santidad y la enseñanza de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y también de la propia Edith, que caminaba, en las semanas en que escribía esas páginas, hacia la culminación de su propia identificación con la Cruz de Cristo en el martirio.

El testimonio de Edith Stein

La aportación personal y científica de esta santa carmelita alemana, judía conversa, filósofa, teóloga y mística, parece pues sumamente apropiada para afrontar ese reto a que invita el Papa; sin descartar muchas otras aportaciones del mismo corte, abundantes gracias a Dios en la historia de la Iglesia, y que se iluminan mutuamente orientándonos hacia el objeto principal: la Cruz de Jesucristo. Además, el conocimiento que esta santa tuvo de las problemáticas del pensamiento moderno, y su trayectoria intelectual y humana en ese entorno intelectual, la hacen todavía más interesante, no sólo para un estudio del misterio de la cruz en sí mismo, sino en el contexto del mundo y la cultura contemporánea.

Deseamos dar algunas pinceladas de su figura y su reflexión, en el límite de esta sencilla comunicación, como simple muestra de lo que pueden aportar estudios más profundos en el futuro.

Partamos, ante todo, de la experiencia personal. Santa Edith Stein es habitualmente parca al hablar de sí misma, pero no faltan referencias que nos ayudan a calar en la hondura de su identificación personal con Jesús en la Cruz: "Estoy contenta con todo. Una scientia crucis sólo se puede adquirir si se llega a experimentar a fondo la cruz. De esto estuve convencida desde el primer momento, y de corazón he dicho: ¡Ave Crux, spes unica!" [1].

No es el momento de repasar con detalle su vida, pero fueron abundantes los sufrimientos de todo tipo que la jalonaron, hasta culminar en el martirio: graves obstáculos en su carrera profesional, discriminada por ser mujer, judía de raza, y también por su conversión; tensiones familiares a raíz de esta última y de su entrada en el Carmelo; las duras consecuencias de dos guerras mundiales vividas muy de cerca; la terrible e injusta persecución a su pueblo; etc. El talante de paz y serenidad que humanamente mostró siempre, afianzado por una progresiva e intensa identificación con Cristo, dejan un testimonio de primera línea en el que se puede bucear, como en la vida de tantos santos, para ahondar en esos misterios de la vida de Cristo y de cualquier cristiano identificado con Él.

Pero a la experiencia viva se une siempre una mente acostumbrada a pensar, y a pensar con hondura, desde un profundo conocimiento del ser humano y desde una humilde y decidida apertura a la fe, a partir del momento en que la descubre de la mano de Santa Teresa de Jesús. Un buen resumen de su comprensión teológica del misterio de la Cruz de Cristo y del cristiano se encuentra, por ejemplo, en estas palabras suyas:

«La naturaleza humana que Él asumió le dio la posibilidad de padecer y morir; la naturaleza divina que Él poseía desde toda la eternidad le dio a su pasión y muerte un valor infinito y una fuerza redentora. La pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo se continúan en su cuerpo místico y en cada uno de sus miembros. Todo hombre tiene que padecer y morir, pero si él es un miembro vivo del cuerpo místico de Cristo, entonces su sufrimiento y su muerte reciben una fuerza redentora en virtud de la divinidad de la Cabeza. Esa es la razón objetiva de por qué los santos anhelaban el sufrimiento. No se trata de un gusto patológico por el sufrimiento. A los ojos de la razón natural puede parecer esto una perversión, pero a la luz del misterio de la salvación es lo más razonable» [2].

La sintonía entre este texto y la ideas expresadas por el Papa en el número 23 de la encíclica son grandes. La santa teóloga se esfuerza justamente por tender ese puente tan importante entre fe y razón, ante el desconcierto que a esta última le provoca el escollo de la Cruz. Por otra parte, la experiencia mencionada y la doctrina aquí simplemente esbozada, van claramente de la mano, y ella no se olvida de expresarlo con claridad:

"Cuando hablamos aquí de ciencia de la Cruz no tomamos el nombre de ciencia en su sentido corriente: no se trata de pura teoría, es decir, de una suma de sentencias verdaderas o reputadas como tales, ni de un edificio ideal construido con pensamientos coherentes. Se trata de una verdad bien conocida —la teología de la Cruz— pero una verdad real y operante: como semilla que depositada en el centro del alma crece imprimiendo en ella un sello característico y determinando de tal manera sus actos y omisiones que por ellos se manifiesta y hace cognoscible. En este sentido es como puede hablarse de ciencia de los santos y a él nos referimos cuando hablamos de .ciencia de la Cruz» [3].

Encontramos así tres aspectos importantes a desarrollar: la riqueza de una experiencia, la de una reflexión racional desde la fe, y la armonía entre ambas, con un acento particular en este último aspecto. Pero el itinerario personal y la reflexión de esta gran mujer nos llevan aún más allá. En efecto, su evolución intelectual estuvo marcada por etapas muy significativas: una búsqueda inicial apasionada de la verdad con el recurso a la fenomenología de Husserl; una posterior decepción ante las tendencias idealistas del maestro; el decisivo encuentro con la Verdad personal y viva del Hijo de Dios hecho hombre, a través de Santa Teresa de Jesús; la comprensión de cómo armonizar esa Verdad viva con la verdad filosófica —ambas tan queridas para ella, pero un tanto abandonada la segunda a raíz de su conversión—, de la mano de Santo Tomás de Aquino; y finalmente, el descubrimiento del papel nuclear de la experiencia y la ciencia mística de la Cruz como culminación tanto de la vida como del pensamiento, gracias a San Juan de la Cruz.

Por eso, también en su reflexión intelectual, Santa Edith Stein muestra una particular fecundidad no sólo en el mismo tema de la Cruz, ,sino a la hora de iluminar bastantes cuestiones filósoficas de primera fila desde la luz que proporciona la profundización en el misterio de la Cruz; y también a la inversa: cómo utilizar una sana filosofia para apoyar la reflexión teológica de cuestiones tan decisivas y delicadas. Veamos un ejemplo significativo, extraído de su reflexión sobre las conocidas "noches" sanjuanistas:

"La fe es el camino a través de la Noche hacia la meta de la unión con Dios y en ella se gesta el nuevo nacimiento doloroso del espíritu, su transformación de ser natural en sobrenatural. Las explicaciones acerca del espíritu y de la fe se iluminan recíprocamente. La fe consigue la negación de la actividad natural del espíritu. En esta negación consiste la Noche Activa de la fe, el seguimiento activo y personal de la Cruz. Para explicar esta negación y por su medio entender también en qué consiste la fe, hay que examinar la natural actividad del espíritu. Por otra parte, la fe, por su misma naturaleza, nos prueba la posibilidad de la existencia de un ser y una actividad espirituales por encima del ser y actividad naturales y, por ello, el aclarar en qué consiste la fe, nos lleva a una nueva visión del espíritu. Esto es lo que hace comprensible que en distintos lugares se hable del espíritu de diversa manera. Ante una mirada superficial, esta diversidad de formas de expresión puede parecer contradictoria, pero, en realidad, obedece a una necesidad objetiva. Porque el ser espiritual, en cuanto es vida y movimiento, no se deja encerrar en definiciones rígidas, sino que tiene un movimiento progresivo y hay que buscar expresiones fluidas para su captación. Esto vale asimismo para la fe, que al ser espiritual, supone movimiento: un subir a alturas cada vez más incomprensibles y un bajar a abismos cada vez más profundos. Por tanto, para tratar de hacerlas comprensibles, en cuanto esto es posible, habrá que echar mano de expresiones varias» [4].

Ella misma afronta la tarea anunciada con rigor y hondura, aunque ahora no tengamos oportunidad de mostrarlo con detalle; así como afronta, con la misma perspectiva y estilo científico, otras cuestiones de gran interés filosófico y teológico, como la naturaleza de la libertad humana, la "esencia" del alma, las distintas esferas del conocimiento y el amor, etc.

En definitiva, a nuestro juicio, Santa Edith Stein, alcanza como pocos pensadores, no sólo modernos sino de todas las épocas, el núcleo de esa ciencia de la Cruz cristiana, aceptando personal e intelectualmente el gran reto con decisión y saliendo bien librada de él. Reproduzcamos, para concluir, unas palabras suyas más, en las que nos muestra cómo la Cruz es el verdadero camino para alcanzar las alturas de la santidad a las que Dios llama a cada cristiano:

"Desde la eternidad está el alma destinada a participar, en calidad de esposa del Hijo de Dios, de la vida trinitaria divina. A fin de desposarse con ella, el Verbo Eterno se reviste de la naturaleza humana. Dios y el alma serán dos en una carne. Mas como la carne del hombre pecador está en rebeldía contra el espíritu, de ahí que toda vida en la carne sea lucha y dolor: lucha y dolor para el Hijo del hombre aún más que para los demás hombres; y para éstos, tanto más cuanto más estrechamente estén unidos con Aquél. Cristo Jesús inicia su obra de conquista de las almas, exponiendo su propia vida por la vida de ellas, en lucha contra sus propios enemigos y los de las almas (...)

La noche será tanto más oscura y la muerte tanto más atroz cuanto el asedio del amor divino se haga más apretado e insistente sobre el alma, y cuanto más sin reserva el alma se entregue a él. El aniquilamiento progresivo de la naturaleza da cada vez más y mayor cabida a la luz de arriba y a la vida divina. Ésta se apodera de las fuerzas naturales y las transforma, espiritualizándolas y divinizándolas. De esta manera, viene a verificarse una nueva encarnación de Cristo en los cristianos, equivalente a una resurrección después de la muerte en Cruz. El nuevo hombre ostentará las señales de las llagas de Cristo sobre su cuerpo, como un recuerdo del estado miserable de pecado, del que ha sido resucitado a una nueva vida de santidad, y del precio que por su rescate fue necesario pagar. Y aún después le quedará la cruz, el martirio de sus ansias por gozar de la vida plena, hasta el día en que, franqueada la puerta de la muerte corporal, pueda entrar en la luz sin sombras de la gloria.

Así es como la unión matrimonial del alma con Dios será el fin, para el que ella fue creada, mediante la Cruz redimida y en la Cruz consumada y santificada, para quedar marcada con el sello de la Cruz para toda la eternidad"s

Notas

1 SANTA EDlTH STEIN, Autom:trato epistolar (1916-1942), Editorial de Espiritualidad, Madrid 1996, carta II. 320, diciembre de 1941, a la Madre Ambrosia Antonia Engelmann.

2 SANTA EDlTH STEIN, El misterio de la Nochebuena, conferencia pronunciada en 1930, recogida en Los caminos del silencio interior, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1988, pp. 54-55.

3 SANTA EDITH STEIN, Ciencia de la Cruz, Monte Cannelo, Burgos 1989, p. 4,

4 Ibidem, pp. 136-137,

5 Ibidem, pp. 336-337.