UN SACERDOTE DEBE SER…
(Manuscrito medieval encontrado en Salzburgo)

Muy grande
y, a la vez, muy pequeño,

de espíritu noble, como si llevara sangre real,
y sencillo como un labriego,

héroe, por haber triunfado de sí mismo,
y hombre que llegó a luchar contra Dios,

fuente inagotable de santidad
y pecador a quien Dios perdonó,

señor de sus propios deseos
y servidor de los débiles y vacilantes,

uno que jamás se doblegó ante los poderosos
y se inclina, no obstante, ante los más pequeños,

dócil discípulo de su maestro
y caudillo de valerosos combatientes,

pordiosero de manos suplicantes
y mensajero que distribuye oro a manos llenas,

animoso soldado en el campo de batalla
y madre tierna a la cabecera del enfermo,

anciano por la prudencia de sus consejos
y niño por su confianza en los demás,

alguien que aspira siempre a lo más alto
y amante de lo más humilde…

Hecho para la alegría,
acostumbrado al sufrimiento,
ajeno a la envidia,
transparente en sus pensamientos,
sincero en sus palabras,
amigo de la paz,
enemigo de la pereza,
seguro de sí mismo.

“Completamente distinto de mí”,
comenta humildemente el amanuense.