Autor: + Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Fuente:  www.diocesisdesevilla.org

Experiencia de Dios y vida en Cristo
 

Carta pastoral del Cardenal Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla, con
motivo del día de la vida consagrada (Enero 2006)

En palabras del santo padre Benedicto XVI, el concilio Vaticano II es
como la brújula que debe ir señalando el itinerario en el que buscamos
sinceramente el rostro Dios y deseamos servir a nuestros hermanos,
siempre guiados por la mano providente de la Iglesia. Queremos, en
definitiva, contemplar y vivir esa increíble y gozosa experiencia del
misterio de la Encarnación, pues nuestra vida está escondida con Cristo
en Dios (Col 3, 3).

El Concilio ofreció a la vida consagrada un inapreciable documento sobre
la “adecuada renovación de la vida religiosa”, es el decreto Perfectae
caritatis. De ello hace cuarenta años, pero, como dice también Benedicto
XVI, “Con el pasar de los años, los documentos conciliares no han perdido
su actualidad; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente
pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la sociedad
actual globalizada” (Mensaje 20-4-05).

En el año 1994 se celeb raba la asamblea general del Sínodo de los
Obispos sobre la vida consagrada y, posteriormente, en marzo 1996, Juan
Pablo II nos dejaba el regalo de la exhortación Vita consecrata. Entre
esos documentos fundamentales se ha movido la vida consagrada en estos
años, contando también con la ayuda de no pocas e importantes
orientaciones que llegaban de las más altas instituciones de la Iglesia.

El documento Perfectae caritatis había señalado cinco principios
generales a tener en cuenta: el seguimiento de Cristo, la fidelidad al
carisma fundacional, la participación en la vida de la Iglesia, la
atención a los signos de los tiempos y la renovación espiritual (PC 2).
En tres amplios y significativos capítulos, la exhortación Vita
consecrata irá mostrando la presencia y razón de ser, el testimonio de
comunión con la Iglesia y la misión de la vida consagrada como
manifestación del amor de Dios.

A los cuarenta años del decreto conciliar Perfectae caritatis, y a los
diez de la exhortación Vita consecrata, será muy oportuno que
reflexionemos, no sólo acerca de la actualidad de esos principios de
renovación, sino para reafirmarse en la fidelidad a lo que debe ser,
vivir y hacer la vida consagrada en nuestra Iglesia.

Queremos hacer esta reflexión inspirados en el magisterio de Benedicto
XVI. Así, uniremos lo que hemos recibido con lo que hoy y ahora quiere la
Iglesia de la vida consagrada. Durante este período, entre el concilio
Vaticano II y Benedicto XVI, no ha sido poco el esfuerzo de la Iglesia, y
de la misma vida consagrada, para llevar adelante la adecuada renovación
que propiciaba el concilio, pero también, muchos institutos han tenido y
tienen que superar cada día los efectos de unos innegables momentos
críticos de cambios, adaptaciones, abandonos y estar a la espera de
nuevas vocaciones que no acaban de llegar.

Como apoyo y aliento para este itinerario de reflexión, tendremos a
nuestro lado una carta de Benedicto XVI sobre l a vida consagrada, en la
que el Papa dice que “las personas consagradas ofrecen a los fieles oasis
de contemplación y escuelas de oración, de educación en la fe y de
acompañamiento espiritual. Pero, sobre todo, continúan la gran obra de
evangelización y de testimonio en todos los continentes, hasta la
vanguardia de la fe, con generosidad y, a menudo, con el sacrificio de la
vida hasta el martirio. Muchos de ellos se dedican totalmente a la
catequesis, a la educación, a la enseñanza, a la promoción de la cultura
y al ministerio de la comunicación. Están junto a los jóvenes y sus
familias, a los pobres, a los ancianos, a los enfermos y a las personas
solas. No existe ámbito humano y eclesial donde no estén presentes de
modo a menudo silencioso, pero siempre activo y creativo, casi como una
continuación de la presencia de Jesús, que pasó haciendo el bien a todos
(cf. Hch 10, 38). La Iglesia da gracias por el testimonio de fidelidad y
de santidad dado por tantos miembros de los instituto s de vida
consagrada, por la oración incesante de alabanza y de intercesión que se
eleva de sus comunidades, y por su vida gastada al servicio del pueblo de
Dios” (27-9-05).


1. Cristo: identificación y seguimiento

Regla suprema y principio fundamental es el del seguimiento de Cristo tal
y como lo propone el evangelio (PC 2). Lo repetía San Benito (Regla 4) y
de ello se ha hecho eco Benedicto XVI en varios documentos de su
magisterio:
“no anteponer nada al amor de Cristo”. Él es la fuente inagotable de
nuestra vida, el secreto de la santidad.

Pero, ese encuentro y seguimiento de Cristo, es imposible sin una
profunda experiencia de fe, que reconoce y vive a Cristo como hijo Dios y
con el que uno desea sentirse plenamente identificado en ideas,
sentimientos y conducta y, sobre todo, gustando la presencia del Espíritu
Santo que habita en cada persona. En el seguimiento e imitación de
Cristo, siempre han de quedar profundamente asu midos y bien reflejados
los mismos sentimientos de Cristo, que no son otros que los de la
humildad y donación, del desprendimiento y de la generosidad (Audiencias
1-6-05).

En Cristo se ha revelado el mismo rostro de Dios y, por tanto, también se
ha manifestado la identidad y la grandeza del hombre.Cristo lo es todo
para nosotros, como decía san Ambrosio (La virginidad, 49). Vida y
ejemplo, aspiración y compañía, gracia y maestro. Por tanto, “caminar
desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador
con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El
seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si nosotros
amamos es porque Él nos ha amado primero (1Jn 4, 10.19). Eso significa
reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir
al apóstol Pablo: “Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí” (Ga 2,
20)”. La vida consagrada es, en definitiva, una vida “afianzada por
Cristo, tocada por la mano de Cri sto, conducida por su voz y sostenida
por su gracia” (Caminar desde Cristo 22).

Cuando Benedicto XVI tiene que hablar de Cristo, advierte que Jesús no
quita nada de lo que hay de grande y hermoso en cada uno, sino que ofrece
el verdadero significado de la vida y de la felicidad del mismo hombre.
Habrá, eso sí, que dejarse sorprender por Cristo y darle el derecho de
poder hablarnos, abriendo las puertas de la libertad a su amor
misericordioso, para gustar la alegría de una presencia llena de vida
(Colonia, Embarcadero 2). Tener los sentimientos de Cristo es abrir el
corazón, llevar a la vida una firmeza perseverante en la confianza y la
obediencia a Dios (Audiencia 1-6-05).

Quien contempla, quien tiene la experiencia de Dios en Cristo, se siente
fuertemente interpelado a llevarla a la propia vida, y tratar de
entusiasmar a otros con ese gozo de una existencia plenamente
identificada con el Señor. Es esa experiencia personal que hace
comprender la propia voca ción consagrada, sintiéndose arrebatado por el
amor del Verbo Dios hecho hombre.

En esa experiencia de Cristo, aparece siempre lo más amado del Señor: la
Iglesia. Y con la Iglesia todos aquellos que sufren más de cerca la cruz
del sufrimiento y la marginación en tantas formas distintas. El corazón
de Cristo es ese espacio santo en el que nos encontramos todos y sentimos
la fuerza que el amor de Dios ha puesto en el corazón de todos y cada uno
de los hombres y mujeres de este mundo.

Estos últimos pensamientos son de especial importancia para la
espiritualidad y el ministerio de la vida consagrada contemplativa y
claustral. En la identificación con el amor a Cristo se rompen todas las
fronteras del espacio, y se realiza un encuentro universal, íntimo y
misionero con el amor misericordioso de Cristo, que se entrega para la
salvación de todos.


2. Siguiendo el camino los fundadores

Con la propia identidad e incondicionalmente fieles al propósito de los
fundadores y a las sanas y legítimas tradiciones, los institutos de vida
consagrada serán un bien para toda la Iglesia (PC 2). Ha sido por gracia
del Espíritu que los fundadores y las fundadoras recibieron un carisma
personal, que ellos vivieron con fidelidad y dejaron como herencia
preciosa para que se desarrollara en la misma vida del instituto.
Solamente desde ese origen espiritual se puede comprender la identidad y
la misión de la vida consagrada. Es el Espíritu el que guía, orienta y se
hace criterio de discernimiento en ese itinerario de fidelidad al carisma
fundacional, del cual depende la misma razón de existencia de una
institución de vida consagrada.

En lo íntimo de la vocación religiosa, siempre hay un gran deseo de
encontrarse con lo más genuino del carisma fundacional, casi visualizado,
aunque sea de una forma memorial, en la vida y acciones de los
fundadores, los cuales se convierten en el modelo a seguir y son
referente continuo de la pr opia vida consagrada. La razón no puede ser
más legítima, pues los fundadores acercan a Jesucristo. Ellos fueron
ejemplo de un fiel seguimiento al Señor, el único que tiene la fuerza del
amor necesario para hacer de toda la vida un constante deseo de
identificación con Él y de seguir sus palabras.

En esa referencia a los fundadores hay siempre un componente de
fascinación, de sentirse atraído por la vida y obra de esa persona que
vive en el espíritu del instituto. La fidelidad al carisma fundacional
será lo que garantice, no sólo la llegada de nuevas vocaciones
entusiasmadas por la vida y el ejemplo de quienes lo siguen, sino la
misma pervivencia del instituto. El testimonio de una vida entregada al
Señor, alegre, desprendida, servicial y llena de con15 fianza en Dios, ha
de ser el mejor ofrecimiento a quien pida razón de una existencia
plenamente consagrada.


3. En la vida de la Iglesia

No sólo ha de sentirse la vida consagrada como en la propia casa, sino
que debe ayudar a construir y enriquecer cada día, con su participación
activa, la misma vida de la Iglesia y, según el carácter propio de cada
instituto, hacer propias las mismas acciones eclesiales (PC 2).

La Iglesia está viva porque Cristo está vivo, ha dicho Benedicto XVI
(Homilía 24-4-05). Es el mismo Espíritu quien anima a esta comunidad que
es el nuevo pueblo de Dios. No es, por tanto, una simple realidad humana,
aunque sean mediaciones humanas de las que se sirve el Espíritu para
actuar en la historia (Regina coeli 15-5-05). Y que se pueda reconocer a
la Iglesia como “lugar de la misericordia y de la ternura de Dios para
con los hombres” (Colonia, Embarcadero). Ninguno puede sentirse
extranjero,pues Cristo ha querido formar un solo pueblo, esa gran familia
que es la Iglesia. Es la característica esencial de la catolicidad, de
esa universalidad tan diversa, pero que hace de todos los pueblos una
admirable unidad formada por esa comunidad uni versal que escucha y sigue
a Cristo.

Decía Benedicto XVI, que mucha gente tiene la impresión de que puede
vivir sin la Iglesia, a la cual presentan como algo del pasado (Aosta 25-
7-05). Sin embargo, Juan Pablo II nos ha dejado “una Iglesia más
valiente, más libre, más joven... Que mira con serenidad al pasado y no
tiene miedo del futuro” (Mensaje 20-4-05). Bien lo comprenden los jóvenes
que “no buscan una Iglesia juvenil, sino joven de espíritu; un Iglesia en
la que se transparenta Cristo, Hombre nuevo” (Colonia. A los obispos, 21-
8-05). Es decir, que “la Iglesia no está cerrada en sí misma, que no vive
para sí misma, sino que es un punto luminoso para los hombres” (A los
peregrinos alemanes 25-4-05), porque “la Iglesia debe llegar a ser
siempre nuevamente lo que es: debe abrir las fronteras entre los pueblos
y derribar las barreras entre las clases y la razas. En ella no puede
haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y
hermanas de Jesucrist o” (Homilía 15-5-05).


4. Hombres y mujeres de nuestro tiempo

Ha de ser necesario, decía el concilio, que los miembros de los
institutos de vida consagrada conozcan la situación en la que viven los
hombres y las mujeres de nuestro tiempo, así como las necesidades de la
Iglesia, a fin de que se pueda prestar a todos una ayuda más eficaz (PC
2). Se trata, en definitiva, de ser consecuentes con los signos de los
tiempos.

Benedicto XVI hablaba, en su primera homilía como papa, de la atención de
la Iglesia a los que vagan hoy por el “desierto”. “Y hay muchas formas de
desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed;
el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe
también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que
ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los
desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido
los desiertos interiores. Po r eso, los tesoros de la tierra ya no están
al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir,
sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción” (Homilía 24-
4-05).

Son muchas las incertidumbres, temores, e interrogantes de cara al
futuro. Sobre todo, esa amenaza de destrucción de la misma persona
humana, despojándola de valores humanos y de creencias religiosas,
privándole de su mismo derecho a poder vivir y de hacerlo en paz. Ante
esta situación, “signos de los tiempos”, hay que tomar el evangelio, su
luz y sus criterios, y salir a los caminos de este mundo para encontrar
en todo la huella del amor de Dios.

El Señor es fiel más allá de las circunstancias del tiempo, del lugar, de
la historia que vivimos los hombres. Si al desierto acudió con el maná, a
nosotros llegará con su misericordia, con su justicia, con su paz, con la
fuerza y la gracia del Espíritu. Dios está más allá de cualquier
vicisitud humana y permanecerá siempre fiel a sí mismo. Y Él es la
Bondad.

Por tanto, dice el papa, en estos momentos los miembros de la vida
consagrada tienen que mostrar no sólo “una atención constante a los
problemas locales, sino también una valiente fidelidad al carisma
peculiar. En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha
caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum.

Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es
necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y
con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Este
primado de Dios es de suma importancia precisamente en nuestro tiempo, en
el que hay una gran ausencia de Dios. No tengáis miedo de presentaros,
incluso de forma visible, como personas consagradas, y tratad de
manifestar siempre vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por
el que lo habéis dejado todo” (A la vida consagrada 10-12-05).

También ha recordado el papa una tentación que se presenta ante la
ausencia de nuevas vocaciones, y de las muchas dificultades para
manifestar la propia misión: se piensa que las gentes ya no tienen
necesidad de nosotros, que parece inútil todo lo que hacemos (Aosta 25-7-
05). Pero la respuesta no puede ser más clara y más contundente, como
dijo en sus primeros mensajes: “hay que adentrarse en el mal de la
historia y echar las redes, llevando el evangelio y aplicándolo al mundo
actual”.


5. Renovación espiritual

Siempre, y en primer lugar, la renovación espiritual, como lo más propio
de aquellos que dedican su vida al seguimiento de Cristo y se unen a Dios
por la profesión de los consejos evangélicos (PC 2). Una renovación
espiritual que no puede tener como principio sino la misma fidelidad a la
palabra que el Señor ha revelado. Ésta es la primera y la más
imprescindible fuente para saciar cualquier sed espiritual. Pero habrá
que beber con gran deseo de alimentar una vida en fidelidad al Espíritu y
a los compromisos contraídos, y poder realizar la misión a la que se nos
llama como personas consagradas. Si falta esta agua, aparece el señuelo
de las falsas seguridades, del seguimiento de extrañas teorías sin
fundamento, de dejarse arrastrar más por lo novedoso que por la firmeza
de la palabra eterna de Dios.

Si las comunidades cristianas deben ser auténticas escuelas de oración,
cuanto más aquellas que hacen de su vida una dedicación al misterio de
Dios manifestado en Jesucristo. “Esta fidelidad, como sabéis, es posible
a quienes se mantienen firmes en las fidelidades diarias, pequeñas pero
insustituibles: ante todo, fidelidad a la oración y a la escucha de la
palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres y de las mujeres de
nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma; fidelidad a la
enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de la vida
consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la
Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida,
día tras día” (A la vida consagrada 10-12-05).

Espacio por demás adecuado para esta imprescindible renovación espiritual
es el de la vida fraterna. Decía Benedicto XVI, en el mismo discurso:
“Parte constitutiva de vuestra misión es, además, la vida comunitaria. Al
esforzaros por formar comunidades fraternas, mostráis que gracias al
Evangelio pueden cambiar también las relaciones humanas, que el amor no
es una utopía, sino más bien el secreto para construir un mundo más
fraterno”. Esa fe evangélica redime de la soledad, conduce al encuentro
con la vida comunitaria. Pero, cada uno de los consagrados debe ser,
también, portador de vida fraterna en la que se haga sentir la
disponibilidad al amor y la entrega recíproca.


6. Icono de la Santísima Trinidad

Junto a los principios fundamentales de renovación propuestos en el
decreto conciliar Perfectae caritatis, debemos acercarnos a esos tres
capítulos del docume nto Vita consecrata, que son la mejor síntesis sobre
la vida y misión de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo: icono
de la Santísima Trinidad, signo de fraternidad y servicio a la caridad.

El misterio trinitario es, en expresión de Benedicto XVI, la
manifestación del amor eterno e infinito de Dios. “Toda la revelación se
resume en estas palabras: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16); y el amor es
siempre un misterio, una realidad que supera la razón, sin contradecirla,
sino más bien exaltando sus potencialidades. Jesús nos ha revelado el
misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en
los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del
Hijo. La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta
expresión: una única sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino
comunión perfecta. Por eso la persona humana, imagen de Dios, se realiza
en el amor, que es don sincero de sí” (Angelus 22-5-05).

La vocación a la vida consagrada es una iniciativa del Padre, que exige
de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva.
En la práctica de los consejos evangélicos hay una forma peculiar de
participar en la misión del Hijo y en la obra del Espíritu Santo. El
Espíritu suscita el deseo de una respuesta total. Guía el crecimiento de
tal deseo y lo sostiene hasta su fiel realización. A los llamados los
configura con Cristo y los mueve a acoger como propia la misión de su
Señor, prolongando una especial presencia del Señor. “Los consejos
evangélicos son, pues, ante todo un donde la Santísima Trinidad. La vida
consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el
Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza” (VC 17, 18, 19,
20).

El Espíritu Santo no separa la vida consagrada de las necesidades de la
Iglesia y del mundo. Aunque el “primer objetivo de la vida consagrada es
el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humani
dad de las personas llamadas. Más que con palabras, testimonian estas
maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada,
capaz de sorprender al mundo. Al asombro de los hombres responden con el
anuncio de los prodigios de gracia que el Señor realiza en los que ama.
En la medida en que la persona consagrada se deja conducir por el
Espíritu hastala cumbre de la perfección” (VC 20).


7. Signo de comunión en la Iglesia

Benedicto XVI ha exhortado a la vida consagrada a vivir y cultivar una
sincera comunión “no sólo dentro de cada una de las fraternidades, sino
también con toda la Iglesia, porque los carismas deben custodiarse,
profundizarse y desarrollarse constantemente en sintonía con el Cuerpo de
Cristo en crecimiento perenne” (A la vida consagrada 10-12-05). Las
personas consagradas tienen que ser “verdaderamente expertas en comunión,
y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de
aquel proyecto de comuni ón que constituye la cima de la historia del
hombre según Dios” (VC 46).

Si la Iglesia es esencialmente misterio de comunión, la vida fraterna
quiere reflejar la hondura y la riqueza del misterio trinitario, pues se
configura como “espacio humano habitado por la Trinidad”, en una
constante vivencia del amor fraterno, poniendo de manifiesto que la
participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones
humanas, creando un nuevo tipo de solidaridad” (VC 41). Pues la vida de
comunidad es espacio teologal en el que se puede experimentar la
presencia mística del Señor resucitado (VC 42).

Aunque la disminución de vocaciones provoca serias dificultades, en forma
alguna se puede perder la confianza en “la fuerza evangélica de la vida
consagrada”, que continuará alimentando la respuesta de amor a Dios y a
los hermanos. Una cosa es la situación histórica de un determinado
Instituto o de una forma de vida consagrada, y otra la misión eclesial de
la vi da consagrada como tal. La primera puede cambiar, la segunda no
puede faltar. “Las nuevas situaciones de penuria han de ser afrontadas
por tanto con la serenidad de quien sabe que a cada uno se le pide no
tanto el éxito, cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe
evitar absolutamente es la debilitación de la vida consagrada, que no
consiste tanto en la disminución numérica, sino en la pérdida de la
adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión”. Los
dolorosos momentos de crisis representan un apremio a las personas
consagradas para que proclamen con fortaleza la fe en la muerte y
resurrección de Cristo, haciéndose así signo visible del paso de la
muerte a la vida (VC 63).

A este respecto, no pueden ser más actuales y oportunas las palabras de
Benedicto XVI: “una auténtica renovación de la vida religiosa sólo puede
darse tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin
anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra
la esencia más profunda de todo carisma del fundador o de la fundadora.
(...) Sin ceder jamás a la tentación de encerrarse en sí mismos, sin
conformarse jamás con lo conseguido y sin abandonarse al pesimismo y al
cansancio” (A la Asamblea plenaria de la Congregación de los Institutos
de vida consagrada, 27-9-05).


8. Epifanía del amor de Dios en el mundo

En una meditación a la asamblea del Sínodo de los Obispos, Benedicto XVI
hablaba de unos mandamientos paulinos, entre los que estaban los de
ayudarse mutuamente y gustar la unidad en el mismo Espíritu. Es la
comunión en la Iglesia, algo esencial e imprescindible para llevar a cabo
la propia misión y evangelizar con la Iglesia. “La persona consagrada
está en misión en virtud de su misma consagración, manifestada según el
proyecto del propio Instituto (VC 72).

No se puede realizar, tan admirable y necesario cometido, sin una
profunda experiencia de Dios y teniendo en cuenta los desafíos de nuestro
tiempo. Pero “la vida consagrada no se limitará a leer los signos de los
tiempos, sino que contribuirá también a elaborar y llevar a cabo nuevos
proyectos de evangelización para las situaciones actuales. Todo esto con
la certeza, basada en la fe, de que el Espíritu sabe dar las respuestas
más apropiadas incluso a las más espinosas cuestiones. Será bueno a este
respecto recordar algo que han enseñado siempre los grandes protagonistas
del apostolado:
hay que confiar en Dios como si todo dependiese de Él y, al mismo tiempo,
empeñarse con toda generosidad como si todo dependiera de nosotros” (VC
73).

La vida consagrada vive y manifiesta preferentemente el amor de Dios que
se ha dado en el anuncio apasionado de Jesucristo y el servicio a los
pobres, testimoniando, ante todo, la primacía de Dios y de los bienes
futuros (VC 85).

* * * * *

“Queridos hermanos y hermanas –nos dice Benedicto XVI–, la Iglesia
necesita vuestro testimonio; necesita una vida consagrada que afronte con
valentía y creatividad los desafíos de nuestro tiempo. Ante el avance del
hedonismo se os pide el testimonio valiente de la castidad, como
expresión de un corazón que conoce la belleza y el precio del amor de
Dios. Ante la sed de dinero, que hoy domina casi por doquier, vuestra
vida sobria y consagrada al servicio de los más necesitados recuerda que
Dios es la riqueza verdadera que no perece. Ante el individualismo y el
relativismo, que inducen a las personas a ser norma única para sí mismas,
vuestra vida fraterna, capaz de dejarse coordinar y por tanto capaz de
obediencia, confirma que ponéis en Dios vuestra realización. No se puede
por menos de desear que la cultura de los consejos evangélicos, que es la
cultura de las Bienaventuranzas, crezca en la Iglesia, para sostener la
vida y el testimonio del pueblo cristiano. (...) Os agradezco el servicio
que prestáis al Evangelio, vuestro amor a los pobres y a los que sufren,
vuestro esfu erzo en el campo de la educación y la cultura, la incesante
oración que se eleva desde los monasterios y la multiforme actividad que
lleváis a cabo” (A la vida consagrada 10-12-05).

Esta circunstancia de los cuarenta años del decreto conciliar Perfectae
caritatis, de los diez de la exhortación postsinodal Vita consecrata, y
de la llagada a la Iglesia, como sucesor de Pedro, de Benedicto XVI, no
son sino “signo providencial que invita a recuperar la propia tarea
esencial de levadura, de fermento, de signo y de profecía. Cuanto más
grande es la masa que hay que fermentar, tanto más rico de calidad deberá
ser el fermento evangélico, y tanto más excelente el testimonio de vida y
el servicio carismático de las personas consagradas”(Caminar desde Cristo
13).

No olvidemos que “cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más
cerca está de los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está
totalmente en Dios es la razón por la que está también tan cerca de los
hombr es. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda ayuda,
una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden osar dirigirse
en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo y es para
todos la fuerza abierta de la bondad creativa” (Benedicto XVI. Homilía 8-
12-05).

+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo Arzobispo de Sevilla

Sevilla, enero 2006