Estructuras injustas

Clodovis Boff

Pecado social sería por tanto un mal humano que adquiera una existencia exterior a la conciencia de los individuos, imponiéndose a la misma. A esto aludíamos precisamente cuando hablamos de «estructura de pecado». Las estructuras no son cosas, sino un modo de relación entre cosas. Tales modos de relación se aprecian principalmente:

- en los hábitos sociales, como, por ejemplo, los prejuicios raciales, religiosos, políticos, ideológicos, etc.;

- en las leyes que legitiman practicas sociales perversas, como, por ejemplo, la esclavitud, el poder arbitrario, etc.

Es una banalidad afirmar que las estructuras no pecan, como tampoco oprimen, roban ni matan. Las estructuras como tales son inocentes. Son los agentes de las estructuras los que son capaces de todo eso, como, por ejemplo, un grupo de asaltantes, un aparato para-policial, una organización de tráfico de drogas o de mujeres, etc. Tales agentes se valen de las estructuras para su fines. Lo que hacen, sólo lo pueden hacer gracias a las estructuras, apoyados en ellas. Entonces surge la pregunta: ¿En qué sentido se puede seguir hablando aquí de «pecado», de «conciencia» o de «responsabilidad»?

Digamos ante todo que, independientemente de cualquier conciencia, las estructuras injustas u opresoras son objetivamente un mal. Por eso son «pecado» en un sentido material, estructural. Esas estructuras injustas son para la sociedad lo que la concupiscencia es para el individuo: conducen e incluso arrastran al mal. Por eso podemos decir de ellas lo que decimos de la concupiscencia: que son «pecaminosas». Pensemos, por ejemplo, en una estructura económica en la que el patrón tiene que pagar a los obreros un salario de hambre a fin de poder afrontar la concurrencia; o en un régimen político que se ve abocado a servirse de la violencia contra grupos rebeldes para imponer el orden social, etc. Es evidente que aquí también se perfila la terrible figura de «lo trágico».

Pero tales estructuras pueden ser también un mal en el sentido subjetivo. Ocurre esto cuando nos adherimos personalmente a las mismas, cuando nos aprovechamos de ellas, las apoyamos y, así, las reforzamos. En la mayoría de los casos lo hacemos ingenuamente, sin darnos cuenta de su iniquidad sin conciencia, sin crítica. Ocurrió así, por ejemplo, cuando el 90 por 100 de los alemanes votó masivamente el 19-8-1934 en favor de Hitler como Führer y Canciller del Reich.

Pero ocurre también que se haga esto con plena advertencia, como esos grupos que torturan o matan so capa de legalidad, o, volviendo al caso de Hitler, como los agentes responsables de los campos de concentración que se convirtieron en monstruosas máquinas de «liquidación humana (eran el término: Auflósung); o, poniendo un ejemplo más cercano a nosotros, el caso de esos mercenarios que en nuestros días y en nuestra patria invaden las tierras de los indios y pequeños propietarios y los expulsan de ellas apoyados en la fuerza y a despecho de la ley.

Ya la Biblia sabía distinguir entre pecados sin advertencia plena -los bishegágáh- y pecados voluntarios, practicados con predeterminación, con brutalidad, insolencia y hasta cinismo; pecados que la Biblia llama con frase evocadora, pecados «con la mano levantada» (Nm 15, 22-31; Lv 4s).

En el caso de la praxis social la conciencia ética es muy relativa. Es precisamente relativa a las estructuras. Dijimos que nuestra conciencia no tiene acceso directo a las estructuras, sino únicamente mediante un examen teórico, conceptual de las mismas.

No es que las estructuras sociales no sean un fruto del hombre. Un gran sociólogo francés actual, P. Bourdieu, ha mostrado claramente que las estructuras sociales funcionan en la medida en que son interiorizadas por y en los miembros de la sociedad a través de lo que él llama «habitus» -definidos como un sistema de disposiciones permanentes-, siendo exteriorizadas en seguida en la multiforme praxis social. La sociedad y el hombre se engendran mutuamente.

Revista Eclesiástica Brasileira, n. 148, 1977, (pp. 693-694).