Víctor Manuel Fernández

 

La espiritualidad del discernimiento comunitario, social e histórico

 

La nota nos ofrece una aproximación a un clásico tema de la espiritualidad cristiana –el discernimiento–, tratando de trascender desde la perspectiva individual hacia la comunitaria.

 

 

Un modo práctico de integrar las tareas y la oración consiste en habituarse a pedir luz al Señor para discernir adecuadamente a la hora de programar o preparar las actividades. El discernimiento es un proceso sincero y dócil que nos permite reconocer el proyecto de Dios y así descubrir qué debemos hacer. Pero frecuentemente se lo ha entendido de un modo algo individualista y a-histórico, como si sólo el individuo, en su soledad más profunda, fuera el sujeto del discernimiento.

La voz y la luz de Dios en el mundo y para el mundo

Dios, que nos ha dado una misión, sabe mejor que nosotros lo que hace falta, y él sabe más que nadie lo que los demás necesitan de nosotros. Es él quien puede iluminarnos y guiarnos, pero no sólo para tomar decisiones que tienen que ver con nuestro camino espiritual individual, sino también para transformar la historia. Esa ayuda de Dios no nos exime de usar nuestra capacidad, nuestra creatividad y nuestra astucia. Al contrario. Se trata de abrirse al Señor para que él bendiga, ilumine y potencie esas capacidades que él nos dio para que podamos utilizarlas lo mejor posible.

Este discernimiento implica también una mirada espiritual sobre la realidad. Nos exige orar con la cultura de la sociedad donde vivimos y con los hechos que están sucediendo, para reconocer los signos de los tiempos, las semillas que está sembrando el Espíritu, los llamados de Dios y su designio en esta situación histórica concreta. Esto implica la disponibilidad para cambiar los propios planes y esquemas y para adaptarse a lo que los demás están necesitando, ya que siempre existe el riesgo de partir de uno mismo, exigiéndole a la realidad que se adapte a eso que a uno le parece más atractivo o conveniente.

En otros casos nos sucede que no sabemos qué hacer, porque la situación que debemos enfrentar es difícil y compleja. Entonces se vuelve necesario, en medio de la tarea, agudizar nuestro oído interior para escuchar lo que el Señor nos está pidiendo. Vemos así que ni siquiera el discernimiento es algo exclusivo de los momentos de oración solitaria, que no siempre es algo previo a la tarea. Muchas veces en la misma actividad el evangelizador vive un constante, sereno y sincero discernimiento de lo que debe hacer y también de sus actitudes, motivaciones o sentimientos. Esto no se puede negar si se reconoce que Jesús habla y ofrece su amor también en medio de la tarea a la cual él mismo nos envía.

Recordemos que en todo discernimiento evangélico se intenta reconocer –a la luz del Espíritu– un desafío "vinculado a una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada. En ella y por medio de ella Dios habla al creyente" (Pastores dabo vobis, 10). Así, tratando de buscar "cuidadosamente los signos de la voluntad de Dios y las mociones de la gracia en los varios acontecimientos de la vida" (Presbiterorum ordinis, 18) se llega a descubrir "lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia" (Evangelii Nuntiandi, 43). Hay una llamada de Dios en medio de la historia que requiere una "sensibilidad espiritual" (Evangelii Nuntiandi, 43) para oírla en el corazón de la actividad mundana.

Esto es lo que llamamos "poner un oído en el pueblo". El evangelizador ha recibido esa Palabra y ha dejado que toque su vida, pero la recibe para comunicarla a un grupo humano en una circunstancia determinada.

Aquí se ponen en juego las actitudes fraternas de la espiritualidad, que despiertan nuestra sensibilidad para reconocer lo que los demás necesitan oír, para descubrir las situaciones humanas donde esa Palabra puede derramarse como luz y como respuesta. La espiritualidad cristiana, centrada en el amor, se manifiesta también en esta sensibilidad espiritual ante el otro, no sólo para descubrir lo que necesita, sino también lo que no conviene hacer. Así lo expresaba Pablo VI: "La obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia los que evangeliza… Un signo de amor será el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de amor será igualmente dedicarse sin reservas y sin mirar atrás al anuncio del Evangelio. Pero añadamos dos signos de ese amor: El respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su ritmo que no se puede forzar demasiado, respeto a su consciencia y a sus convicciones que no hay que atropellar. El cuidado de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en la fe (Rom 14-15), con afirmaciones que pueden ser claras para los iniciados, pero que pueden ser causa de perturbación o escándalo, provocando una herida en las almas" (Evangelii Nuntiandi, 79).

Bajo la luz de Dios y suplicando su ayuda, utilizando todos los recursos que tengamos (y después de consultar a personas que puedan orientarnos) finalmente podemos tomar una decisión pastoral. A partir de la súplica confiada, se trata de pensar, leer, mirar, escuchar, consultar, imaginar, dialogar y discutir para descubrir qué es lo que conviene. Pero también oramos para que el Señor bendiga nuestras capacidades y nos guíe, de manera que usemos bien los dones que nos dio y nos orientemos adecuadamente en el trabajo de preparación y de organización.

En esta oración la Palabra de Dios ocupa un lugar relevante. Es verdad que la Biblia no nos da "recetas" para tomar las decisiones más prácticas, pero también es verdad que la Palabra de Dios no debe quedar lejos de nuestra vida concreta y de nuestro trabajo. Cuando leemos la Palabra de Dios en oración y le permitimos que nos hable, siempre encontramos sugerencias para discernir mejor. A veces nos permite recordar qué es lo que Dios espera de nuestra tarea, qué es lo que él quiere para su pueblo; otras veces nos ayuda a rectificar alguna intención torcida y a recuperar las motivaciones adecuadas, pero siempre nos ilumina de alguna manera para vivir mejor nuestra misión y tomar las decisiones adecuadas. Luego, cuando llega el momento de ejecutar una tarea, nos detenemos nuevamente en la presencia del Señor para ofrecerle nuestro trabajo y para pedir luz, fuerza, fervor, de modo que podamos vivir la tarea con las mejores disposiciones y hacer lo que los demás necesitan.

Hombres y mujeres de Dios

La oración antes de elaborar cada proyecto y antes de cada tarea no es una mera formalidad religiosa. Es determinante para darle un profundo sentido de fe a esa tarea y para recordar que es ante todo un proyecto del Padre que realiza Jesús resucitado con el poder del Espíritu. Nosotros somos los instrumentos. Esta suele ser una frase repetida y algo gastada: "yo soy simplemente un instrumento de Dios". Pero suele suceder que la decimos sólo con los labios, porque de hecho nos molesta que no nos agradezcan, nos duele que nos ignoren, o nos angustia cuando no se cumplen nuestros propios planes. Seamos sinceros. Es mejor reconocer nuestras intenciones egocéntricas para tratar de alimentar un verdadero espíritu de "instrumentos". Se trata de lograr que el hecho de ser instrumentos nos apasione, nos haga felices, se vuelva una mística de nuestra acción. Cuando hemos logrado despertar ese espíritu, entonces sí se vuelve espontáneo planificar y preparar las tareas invocando la luz del Espíritu. No vaya a ser que estemos planificando un proyecto meramente humano que termine en la nada. También se vuelve espontáneo pedir ayuda en la oración para poder llevarlo a cabo como Dios lo quiere. No vaya a ser que nos desviemos y nos alejemos del camino, y desgastemos nuestras pobres fuerzas en algo muy interesante, pero inútil. Veamos como ejemplo una oración que podríamos hacer antes de comenzar una tarea:

"Aquí estoy Jesús, dispuesto a trabajar contigo en esta misión que me has encomendado. Gracias Señor por darme la alegría de ser instrumento tuyo, instrumento de tu amor, de tu luz, de tu poder, para el bien y la felicidad de los demás. Gracias porque ese llamado tuyo le da sentido a mis esfuerzos y le da una orientación a mi vida. Quiero darte gloria con mi trabajo, deseo ofrecerte lo mejor de mí para construir el Reino contigo. Juntos los dos, Vos con mi humilde cooperación y yo con tu luz y tu poder. Los dos juntos podemos levantar un poco este mundo caído. Iluminame Señor, para descubrir mejor qué tendré que decir y qué tendré que hacer. Enseñame a buscar con la mente inquieta y creativa. Penetrá en mí con tu poder para que pueda realizar lo que me pidas y perseverar en el empeño. Derramá en mi corazón la alegría de servir a tu Reino, para que cumpla mi tarea con un gozo que contagie, con esperanza en los ojos. Dame un profundo espíritu comunitario para no trabajar en soledad, porque me has llamado junto con ellos para que luche codo a codo y corazón con corazón, porque tu Reino no es de solitarios sino de hermanos. Amén".

Pero puede suceder que ahora mismo nos esté esperando una persona con muchos problemas, que posiblemente está muy triste o amargada. Si no tenemos muchos deseos de encontrarnos con esa persona, podemos prepararnos en la oración, de manera que ese momento pueda ser vivido sin tensión interior, con calma y con hondura:

"Señor Jesús, nos dejaste tu mandamiento de amor y nos diste ejemplo ocupándote de los problemas de la gente y entregando la vida por el pueblo. Te pido que me ilumines para poder ayudar a esta persona que pondrás ante mí. Vos conocés íntimamente su corazón, sabés cuáles son sus angustias, sus deseos y sus necesidades más profundas. Entrá en su corazón, libéralo de todo mal. Restaurá todo lo que está dañado dentro de él, curá las raíces de sus enfermedades y perturbaciones, devolvele la paz y el gusto de vivir. Colocá tu amor en ese corazón, para que pueda amar a los demás con generosidad. Protegé y liberá a esa persona de los que puedan hacerle daño. Ayudale a sentirse útil, y a reconocer su dignidad, porque es alguien infinitamente amado por vos. Dame una gran sensibilidad para escucharlo y comprender profundamente lo que le pasa. Regalame paciencia para tolerar sus palabras duras y sus incomprensiones. Colocá en mi boca las palabras justas, para que encuentre el alivio y el estímulo que necesita en este momento. Enseñame los gestos y la presencia fraterna que le ayuden a sentirse recibido, acompañado y amado. Te lo entrego, Jesús, para que seas el único Señor y Salvador de su vida. Amén".

Discernimiento comunitario e histórico

Hay un discernimiento muy personal, muchas veces solitario, que se realiza en medio de las urgencias de la actividad. Pero en realidad, cualquier proceso de discernimiento serio, responsable y fiel al Evangelio debería integrarse en el marco más amplio de un discernimiento comunitario, y situarse al servicio de proyectos comunitarios.

Hoy proponemos una espiritualidad más encarnada comunitariamente y más inserta en los procesos históricos y sociales, partiendo de la convicción de que la identidad personal sólo puede ser adecuadamente entendida si se la concibe como una misión en el mundo y para los demás. Veamos entonces una suerte de proceso de conversión de la mentalidad que nos permita acceder a una comprensión más integradora del discernimiento cristiano:

a) Posiblemente yo mismo conserve el lastre de una idea limitada del discernimiento individual que cada uno realiza –con el acompañamiento de un director espiritual– para descubrir el proyecto que Dios tiene sobre mi vida. Si doy un paso más, puedo realizar un discernimiento para reconocer lo que Dios me dice a través de los demás, a través de la comunidad y del pueblo de Dios en general. Esto implica ya una cierta apertura social y comunitaria, pero insuficiente.

b) Hay un paso más, que implica ampliar mis intereses y no preguntarme tanto por el proyecto de Dios para mí, sino por el proyecto que Dios tiene en esta circunstancia histórica para nosotros, para la comunidad de la cual formo parte, o más todavía, para el pueblo que integro. Es tratar de percibir el paso de Dios, sin dualismos, en "nuestra" historia común: en la vida de nuestra ciudad, nuestra diócesis, nuestra patria y la humanidad entera.

c) Pero faltaría todavía un último paso, el más decisivo, el más transformador: que el sujeto que discierne ese proyecto de Dios no sea yo, sino nosotros. Es decir, que juntos tratemos de reconocer la voluntad de Dios para este momento histórico prestando atención a lo que está sucediendo en el mundo y dejándonos interpelar sin pretender que los demás se adapten a esquemas prefijados por nosotros. Ahora sí podemos hablar de un discernimiento y de un proyecto plenamente comunitario.

A la larga, esto siempre es más eficaz que los planes individuales o que los logros inmediatos y llamativos. Sólo han producido cambios significativos en este mundo las personas que han renunciado a luchar solas y se han unido a otros con un sueño compartido. Es verdad que para conseguir avances importantes hay que buscar las mediaciones adecuadas de la ciencia, la organización, la planificación, pero nada de ello es eficaz de un modo profundo y estable si no se crea una red comunitaria marcada por una convicción y por una pasión común.

Gustar juntos la esperanza

Si no hay una fuerte esperanza no puede haber identidad pastoral, sentido comunitario ni proyectos apasionados. Por eso el discernimiento implica no sólo "ver" caminos, sino gustar y alimentar una esperanza. Uno sólo se entrega en cuerpo y alma a cumplir una misión si cree realmente que esa misión puede mejorar algo en el mundo. Por eso, una oración que aliente la esperanza es una oración que fortalece la propia identidad pastoral alimentando el gusto y el entusiasmo en la propia misión.

El problema es que esa misión siempre está inserta en una institución de la cual formamos parte, y a veces esa institución parece estar en crisis. En realidad hoy todas las instituciones tienen cierta crisis de identidad. No se atreven a abandonar algunas convicciones moribundas, porque no saben bien qué nuevas convicciones firmes podrían ocupar su lugar. En el fondo, temen desaparecer en medio de la confusión. Es como si todos estuviéramos en transición esperando algo que nos otorgue la posibilidad de identificarnos apasionadamente con ello. Mientras tanto, postergamos nuestra generosidad y nuestra donación.

Esta situación de inseguridad, duda, insatisfacción o debilidad, no favorece la decisión de abandonar el individualismo cómodo para provocar juntos un dinamismo de cambio. Por lo tanto es necesaria una decisión: optar por algunos valores encarnados en pequeños proyectos comunitarios que más adelante podrían ampliarse, pero que por ahora son lo que realmente podemos lograr.

Se trata de empeñarse en proyectos factibles en un contexto comunitario, que podrá ser imperfecto, y en algún sentido provisorio, pero que contiene una verdadera riqueza y auténticas posibilidades. Esta opción tiene mucho de esperanza. En cambio, por buscar la pureza total, la claridad plena o la perfección absoluta, muchas veces nos volvemos estériles y tristes. La esperanza implica aceptar que no siempre veremos los resultados y que muchas veces sembramos en el mundo un dinamismo nuevo que solamente mostrará sus frutos mucho después. Pensemos que frecuentemente los que provocaron algo nuevo en el mundo han sido visiblemente fecundos sólo después de muchos años de lucha y de entrega, o quizás después de su muerte.

Todo lo dicho no excluye la soledad con el Señor, sino que la integra, porque puede alimentar esta esperanza, haciéndonos sentir que vale la pena haber recibido una misión en la tierra y estar identificados con esa misión. Podría realizarse de las siguientes maneras: orar con algunos textos esperanzadores y promesas de la Palabra de Dios (Is 40, 28-31; 41, 13-14; Lam 3, 21-26; Sal 3; 20; 23; Mt 28, 20; Rm 9, 35-39; Ap 21, 1-7); contemplar al Señor poderoso y resucitado, que puede derramar vida nueva en la sociedad; habituarnos a llevar a la presencia del Señor nuestros planes y proyectos, para que él los haga fecundos; hacer frecuentemente una oración de entrega de sí, ofreciéndonos como instrumentos del poder de Dios que puede cambiar las cosas, particularmente incorporando en la oración personal y comunitaria los proyectos comunitarios.

Signos del Espíritu que podemos leer juntos en esta época

No hay camino evangelizador si no se parte de lo que vive la gente. Nunca se pueden imponer los valores desde fuera. Sólo es posible proponerlos encontrando algún punto de partida, una base que permita que sean apreciados, acogidos y deseados. El discernimiento comunitario necesita encontrar esos puntos de partida en la historia y en la cultura. Cuando nos convertimos en jueces implacables, expertos en diagnósticos negativos, los demás nos miran como seres extraños, enemigos de la vida, mutiladores de la felicidad y de las legítimas inclinaciones de la gente.

Ciertamente nuestro pueblo argentino vive una serie de valores que pueden ser rescatados. Pero no hablamos simplemente de valores tradicionales que se conservan, sino también de algunas características propias de esta época posmoderna que nuestra gente ha asumido a su modo y que tienen también un lado positivo. Veamos como ejemplo algunas nuevas formas de desarrollo moral y espiritual que brinda el momento en que vivimos:

a) Un valor importante de esta época es una mayor y más generalizada conciencia de los derechos humanos y de la propia dignidad, lo cual no es decir poca cosa. Durante siglos muchas personas han soportado y tolerado que arrasaran con su dignidad y han vivido como esclavos sometidos al capricho de sus patrones y sometiéndose servilmente a sus criterios. Los que tenían poder imponían todo y podían hacer lo que quisieran sólo por el hecho de tener poder. Es bueno que hoy no sea tan fácil mantener ese autoritarismo sin límites. Nuestro país es uno de los lugares donde este cambio se ha visto más acentuado como reacción ante los horrores de la dictadura militar. Los autoritarismos son firmemente rechazados y hay mayor capacidad de defender los propios derechos, las propias ideas y las prioridades personales.

b) Por consiguiente, hoy nadie puede imponer ideas; tiene que ser coherente y mostrar la razonabilidad, la conveniencia o la belleza de sus propuestas. Esto plantea mayores exigencias a todos y exige que todos sin excepción se abran al diálogo constructivo si quieren ser escuchados y respetados.

c) El progreso en las comunicaciones ha hecho que la gente esté mucho más informada. Ya no se la engaña tan fácilmente, y hoy generalmente es posible conocer distintas versiones de los hechos. Además, se ha desarrollado una cultura de la sospecha que en parte es positiva, porque impide, por ejemplo, el crecimiento desmedido de la figura de los caudillos cuando no ayuda a su caída. El acceso al conocimiento se ve facilitado por impresionantes avances técnicos que con el paso del tiempo se vuelven accesibles a sectores más amplios de la población.

d) Al mismo tiempo se valora mucho la igualdad y se rechaza la pretensión de mantener privilegios y pretensiones de nobleza o de clase. Por eso mismo se reacciona con mayor fuerza ante las injusticias. Se constata una mayor igualdad entre varón y mujer; las mujeres van conquistando espacios que antes no tenían y su lugar es más respetado. Se percibe mayor tolerancia con el diferente y menos expresiones de discriminación, que generalmente es mal vista.

e) También hay mayor espacio para poder manifestarse como uno es, libertad que se expresa aun en detalles, como el modo de vestir, la música que se escucha, etcétera.

f) La convivencia social es más sincera, porque las personas en general se han vuelto más espontáneas. Hay menos estructuras rígidas y mayor confianza entre la gente para expresar las cosas; no sólo las propias ideas, sino también los sentimientos, estados de ánimo, dificultades interiores. Hay más sencillez en el trato, menos respeto de las distancias, menos formulismos, y más capacidad para preguntar, cuestionar, interpelar. El estilo desenfadado, que tradicionalmente era más propio de los habitantes de Buenos Aires, a través de la televisión se ha ido contagiando a todo el país. Si bien esto puede degenerar en faltas de respeto y de delicadeza, siempre es mejor que unas relaciones humanas distantes y un sometimiento servil.

g) El fútbol, los grandes festivales y otras manifestaciones masivas no se han debilitado en una posmodernidad que tiende a privatizar todo, y estas experiencias populares ponen en contacto a las personas entre sí, unidas por pasiones comunes, y así son también un cierto contrapeso al individualismo.

h) La solidaridad, aunque no siempre se la ejercite, es vista como un gran valor. Si en otra época un sacerdote se dedicaba a los pobres o hablaba de derechos humanos, era mirado con cierta sospecha o desconfianza. Hoy es más bien respetado o valorado por ello. La Madre Teresa de Calcuta se ha convertido en un símbolo valorado por su cuidado de los pobres. Es más, hasta los sectores políticos de derecha hoy descubren la necesidad de hablar de la situación de los pobres en sus discursos, porque temen ser identificados como defensores de los derechos de los ricos. Además, surgen permanentemente nuevas organizaciones o asociaciones para defender algún derecho relegado o para promover y rescatar algún valor injustamente descuidado. Esto, más allá de los problemas que pueda ocasionar, es innegablemente un importante progreso humano.

i) Se ha generalizado más el aprecio por la paz, el rechazo de la guerra y de la violencia, reconociendo también que hay diversas formas de violencia (la de los fundamentalistas y la de los que pretenden dominar el mundo detrás de una máscara de democracia). Fenómenos como la violencia familiar, el abuso de menores, el maltrato de la mujer, que siempre han existido, hoy salen mucho más a la luz y son públicamente denunciados y reprobados.

j) Lo que a veces llamamos frivolidad puede ser en el fondo ganas de vivir, deseos de disfrutar y experimentar lo que este mundo ofrece, gratitud por la existencia, y un poco de ilusión que ayuda a seguir adelante y a no caer en las garras de la tristeza y el desánimo. Es verdad que suele degenerar en un consumismo insatisfecho, pero bien orientada, esta tendencia puede ser un valor. No podemos olvidar que los valores no se dan de forma pura, sino encarnados en un contexto, una circunstancia, un temperamento, una historia personal y una serie de inclinaciones que no siempre dejan manifestar su belleza y que dan lugar a la sospecha, pero eso no significa que esos valores no estén allí, como una semilla positiva.

k) Junto con el avance de las drogas y adicciones, cabe reconocer que hay un mayor respeto hacia la propia vida, un mejor cuidado de la salud y un trato más delicado consigo mismo. Así se ha debilitado un cierto desprecio hacia el propio cuerpo y un descuido de la salud que caracterizaban sobre todo a gente del campo o de menores condiciones económicas. Mucha gente hoy selecciona mejor lo que come, trata de hacer gimnasia o de caminar, etcétera.

l) El arte se cotiza mucho más. Se valora más la tarea de los artesanos, pintores y poetas, que antes eran vistos como seres ociosos o extraños.

m) Hay más deseos de desarrollar los propios talentos, más preocupación por trabajar en lo que a uno le gusta y donde uno puede aportar algo original. También, en el mundo en que vivimos, aunque muchas veces es cruel, hay mayores exigencias para buscar la excelencia y mantenerse al día, lo cual no deja de ser un estímulo para el desarrollo personal.

n) Al mismo tiempo, hay un mayor reconocimiento de los límites del ser humano y de lo relativo de las propias ideas y elecciones. Se toma conciencia de que la realidad nos supera por todas partes, se reconoce la propia fragilidad y –en la población en general– hay mucha menos ilusión de omnipotencia.

o) Crece la conciencia de que el mundo es un lugar que hay que cuidar con responsabilidad. Parecía que todos estaban encerrados con sus computadoras, pero en realidad la gente sale mucho a buscar contacto con la naturaleza. También hay más sensibilidad ante las demás creaturas que se refleja en el gusto por los programas de TV dedicados a los animales, las plantas o la geografía, permitiendo así muchas veces que el sexo no sea lo único que llame la atención.

p) Hay menos prejuicios racionalistas y más apertura hacia lo religioso, una mayor búsqueda de experiencias espirituales o una particular nostalgia de la oración. Aunque esto implique notas de individualismo y desprecio hacia las instituciones, la religión es más vivida como una búsqueda personal que como la aceptación de normas y ritos impuestos desde afuera.

q) La globalización ha permitido que ningún lugar del mundo nos resulte extraño o lejano, que tengamos mayor conciencia del mundo en que vivimos, mucho más amplio y variado que el lugar donde estamos.

r) Sin embargo, esto no ha provocado la temida disolución de las riquezas locales. Al contrario, quizás por la posibilidad de una mayor comparación, se está desarrollando una nueva valoración de las culturas locales y de las tradiciones populares, que poco tiempo atrás eran vistas por muchos como algo antiguo, atrasado o caduco. Cito extensamente un texto que lo expresa muy bien: "Hace décadas se difundió en la humanidad un progresismo que programaba enterrar el pasado apostando a la aparición revolucionaria de lo nuevo como solución integral de males humanos. Pero ocurre que hoy el pasado del mundo vuelve en casi todas sus formas, fecunda el presente con su variedad y presenta un paisaje prodigioso: la simultaneidad de lo diverso. Se abren archivos clausurados, ceden prohibiciones bochornosas; minorías regionales despiertan dentro de un contexto nacional dominante; por todas partes brotan ruinas que hacen del pasado prehistórico nuestro contemporáneo. Toman la palabra textos que durante siglos estuvieron mudos, e ideas que antaño brillaron como estrellas. El mismo arte de curar entremezcla terapias modernas y arcaicas nacidas, éstas, de culturas remotas. ¿Cómo hablar de ‘choque de civilizaciones’? Más bien habría que hablar de ‘integración de civilizaciones’, de simultaneidad de lo diverso, de lo propio y de lo ajeno. Pasa algo en el extremo del mundo y tomamos partido como si ocurriera a nuestro lado. Se tiende a entrecruzar los géneros: la lógica silvestre de los mitos primitivos se confunde con la razón discursiva; el mundo clásico enlaza con la modernidad; la lección del filósofo occidental, tan autosuficiente, busca nutrirse de la sabiduría de Oriente tanto como de un relato bantú de la África recóndita. Hoy el lector y el contemplador de cultura empiezan a ensayar, por primera vez, la experiencia de ser contemporáneos de todo-tiempo." (V. Massuh, "Sobre la cultura": CEA, Aportes para la evangelización de la cultura en la Argentina, Buenos Aires 2005, 44-45).

s) Las inmensas posibilidades de conocimiento y de experiencias variadas, junto con la impresionante apertura al mundo entero que se ofrecen hoy al sujeto hipercomunicado, invitan a ir creando poco a poco una nueva síntesis cargada de riqueza. Felizmente, Argentina tiene una larga tradición de apertura al mundo y de esfuerzo por integrar aportes diversos sin renunciar a su identidad: "Me pregunto con estupor: ¿no estuvimos acaso, nosotros los argentinos, viviendo esta experiencia en carne propia a lo largo de nuestra historia? ¿No hemos tratado acaso de complementar, fusionar, integrar tradiciones, genes, lenguas, nacionalidades, religiones, pasiones, estilos, ideas? Me resisto a creer que el actual oscurecimiento de la vida argentina malogre esa notable preparación de su historia para participar hoy en la más noble y audaz aventura del género humano [...] El organismo social está vivo, pese a la enorme sangría de la crisis sufrida. Al respecto, pienso que la creatividad cultural argentina no decrece y constituye hoy una reserva intacta. Esto me hace pensar que por suerte el país es sólo un organismo inestable: hay órganos que están menos afectados que otros y de ellos puede venir el torrente de salud que restablecerá el equilibrio. En las circunstancias actuales no debemos olvidar que la ‘apertura al mundo’ fue un acto de fe fundacional desde 1810 [...] Pero este país abierto, en sus mejores momentos no se olvidó de sí mismo como nación. No estuvo dispuesto a caer en la anomia de una extraversión desmesurada, ni menos a renunciar a la condición de argentino" (Massuh, "Sobre la cultura", pp. 45-47).

Todo esto indica innegablemente que, más allá de lo económico, en nuestra época se ha elevado la calidad de vida de la población en general, y que las personas viven con mayor dignidad en muchos sentidos. Esto no pretende ignorar los límites de nuestro tiempo. Hay indudablemente muchos riesgos de individualismo y de relativismo, pero todo lo que hemos señalado constituye un verdadero avance que hay que saber valorar. No hemos pasado del blanco al negro, las épocas pasadas no eran mejor en todo sentido, y hay nuevos puntos de partida que deberían permitir que, con el paso del tiempo, logremos una nueva síntesis superadora que cure las debilidades del presente y rescate mejor los valores perennes del pasado. Porque si al desarrollo actual de nuevos valores le unimos la purificación de sus aspectos negativos y el desarrollo de otros valores que se han oscurecido o rezagado, podremos ver nacer un país mucho mejor que el de los siglos pasados. Estamos en la hora de la integración de la síntesis o de la desintegración enfermiza y deshumanizante. El discernimiento histórico debería estar atento a estos signos de los tiempos para poder proponer un nuevo proyecto integrador y superador al servicio de los pobres.

Pero el discernimiento no puede cerrar los ojos ante los signos de muerte que se acentúan a causa de los aspectos negativos del proceso de globalización tal como se ha realizado de hecho. La evangelización que dialoga con la cultura no implica acallar esos signos de muerte sino descubrirlos, denunciarlos y atacarlos:

a) Escasa formación ciudadana. Se plantea un desafío grande por cuanto la fe de nuestros pueblos "no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestras sociedades y estados" (Documento de Puebla, 452) y no se ha traducido en una formación ciudadana para la responsabilidad, el cumplimiento de la ley y el cuidado de lo público. En esta línea, la tercera acción destacada en Navega Mar Adentro apunta a formar ciudadanos responsables.

b) Injusticia e inequidad. La impregnación de la cultura por el Evangelio ha sido real pero incompleta. El Documento de Participación para la V Conferencia lo expresa preguntando: "¿por qué la verdad de nuestra fe y de nuestra caridad no han tenido la debida incidencia social?" (Documento de Participación, 119) y afirmando que "la opción preferencial por los pobres aún no da frutos que permitan mirar al futuro como un tiempo de fraternidad y de paz" (Documento de Participación, 126). Nadie niega que la distribución de la riqueza es cada vez peor. La desigualdad, la injusticia, la pobreza crítica y la exclusión que sufre al menos la mitad de la población de nuestros países no son meros números estadísticos. A esas personas somos enviados, ellos son nuestras ovejas, nuestros hijos. Ante ellos estamos llamados a decir con San Pablo: "¡Celoso estoy de ustedes con celos de Dios!" (2Cor 11, 2); "¿Quién desfallece sin que desfallezca yo?" (2Cor 11, 29); "Muy gustosamente gastaré todo y me desgastaré completamente por ustedes" (2Cor 12, 15). Como evangelizadores experimentamos el desafío apremiante de que la fe católica que caracteriza a los pueblos latinoamericanos se manifieste en una vida más digna para todos. Mirando esa multitud, ya no podemos concebir una oferta de vida en Cristo que no promueva integralmente, que no implique un dinamismo de liberación social que manifieste la fuerza y el potencial humanizador de esa vida. El desafío es lograr que nuestros fieles pobres puedan dar testimonio de que la Iglesia y el Evangelio de Cristo los han promovido integralmente, de que Cristo da vida y es salvador en todos los sentidos. Para ellos nosotros somos una mediación de la cual él mismo ha querido depender.

c) Situaciones que exigen denuncia profética. Hay, junto con la inequidad, otros signos de muerte presentes en Latinoamérica, que exigirían ya no tanto un diálogo, sino sobre todo una denuncia profética, arriesgada y audaz: la discriminación, la precariedad laboral y la desocupación, el narcotráfico, las diversas formas de violencia, etcétera. El Documento de Participación lo expresa bien al decir que "es necesario que el corazón compasivo y la caridad imaginativa del discípulo hagan suyos los gozos y las esperanzas, pero también las inmensas tristezas y angustias de millones de hombres y mujeres de nuestros pueblos, afectados por injusticias y marginaciones en sus propias sociedades" (Documento de Participación, 85).

d) Falta de inculturación de la solidaridad. Pero hay que aclarar una vez más que el desafío no es lograr algunos gestos solidarios, sino una solidaridad que impregne la cultura como una red que pueda contrarrestar eficazmente la otra estructura de la exclusión. La globalización, tan útil a las empresas multinacionales, lo exige todavía más. Juan Pablo II decía que ante la interdependencia propia de esta época globalizada "su correspondiente respuesta, como actitud social y como virtud, es la solidaridad" (Sollicitudo rei socialis, 38). El discernimiento comunitario debería recoger, entonces, los puntos de partida que brinda la cultura actual, en orden a crear las redes de solidaridad y justicia que, encontrando las fisuras y grietas del sistema injusto, permitan derribar las murallas de la desigualdad.