Esperanza, ¿cristiana o atea?
La esperanza
cristiana ha transformado la historia de la humanidad
Autor: + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Fuente: revistaecclesia.com
El hombre no puede vivir sin esperanza. La
esperanza es el motor de la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre
sus esperanzas, para que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo
que espera. O, por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple
aquello que esperaba.
La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple siempre. La
esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a Dios como origen
porque es Él quien la infunde en nuestros corazones, es una virtud que nos
lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla en nosotros y en el mundo sus
promesas. Dios Padre nos promete hacernos partícipes de su vida en plenitud
y para siempre. Por medio de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y
nos ha hecho hijos suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que
llena de esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su
Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la nueva
tierra.
La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad. Ha
llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar su vida
por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte no interrumpe,
sino que precisamente en la muerte encuentra su cumplimiento, pues la muerte
nos abre al encuentro definitivo y pleno con Dios para siempre en el cielo.
Es una esperanza que nos lleva a amar de verdad, a Dios y a los hermanos,
hasta el extremo de dar la vida.
Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o porque lo
han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto alcance ni mucho
menos. Es una esperanza de los bienes de este mundo, que aún siendo buenos
son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad terrena de los míos. Esperar
cosas de este mundo, que aún siendo buenas nunca sacian el corazón humano.
En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con
las alas recortadas sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón.
Una esperanza sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello
poco que se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha
alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos hace
vivir en el amor.
El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la realidad
histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo fracaso. He ahí el
progreso de los países socialistas del Este. Cuando en 1989 cayó el muro,
pudimos constatar la pobreza inmensa de los que esperaban el “paraíso
terrenal”, que nunca ha llegado. La esperanza marxista es el sueño de algo
que no existe (utopía). Es una esperanza engañosa, porque pone en movimiento
al hombre y a la sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca
se realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de
clases, a la revolución e incluso al terrorismo.
La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad que se
nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana . Y Dios cumple
siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la certeza generada
por la fe, no es una proyección del corazón humano que inventa lo que no
tiene, soñando aunque sea mentira. Y lo que Dios nos promete ya existe, está
preparado, lo veremos plenamente en el cielo, y lo vemos continuamente
realizado por el amor en nuestras vidas. No es una utopía, sino una realidad
futura, que se va haciendo presente en la medida en que esperamos y nos
abrimos al don de Dios.
Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la buena. Esa
esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este tiempo santo disipe
tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar, pero con una esperanza que
desaparece como el humo.
El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios nuestra
esperaza, y nunca seremos defraudados.