¿ERA JESÚS UN IDEALISTA?

Gerd Haeffner
Profesor de filosofía

 

http://www.sjsocial.org/crt/erajesus.html

 

¿Era Jesús un idealista? ¿Son su vida y su pasión, que los evangelios ponen ante nuestros ojos, las de un idealista?

Un idealista es un ser humano que no piensa en primer lugar en sí mismo, o sea, en su ventaja, su disfrute, su calma, su honor, su posición de poder. Más bien es alguien que cree en ideales, alguien quien se sabe comprometido con la verdad y el bien. Se esfuerza para que retrocedan el error y la mentira y den lugar al conocimiento verdadero. Un idealista quiere que a tantas personas como sea posible les vaya mejor, que sean liberados de apremio y humillación. Se ocupa de aquellos de quienes nadie poco o nadie se ocupan. Lo que le importa es el mejoramiento de la situación, la honestidad, la justicia.

¿Era Jesús un idealista? Creo que se puede decir que sí. Cuando se esforzaba, no lo hacía en ventaja propia: No vino para que lo sirvan sino para servir (Mc 10,45). Renunció a la seguridad y la comodidad de un hogar propio: El Hijo del Hombre no tiene dónde descansar la cabeza (Lc 9,58). Infatigablemente estaba para los demás, para ilustrarlos, consolarlos, sanarlos. En esto apenas llegó a tener el mínimo necesario para comer y para dormir, tan poco, que su parentela se preocupaba por su estado mental (Mc 3,20ss.). El mismo expresaba su ideal de esta manera: quería volver a reunir las ovejas desperdigadas de la Casa de Israel (Lc 15,4-7). Para poder ganarse estos seres humanos tuvo que luchar contra aquellos quienes se habían acomodado muy contentos en la distinción con respecto a los depravados y los incultos (Lc 18,9-14). Por ello Jesús luchaba contra la explotación del pueblo por las clases dominantes (Lc 6,20 ss.), por ello denunciaba la dureza sin corazón —que a veces llegaba a hipocresía— de los líderes religiosos (Lc 11,52). Le importaba el Reino de Dios entre los seres humanos, o sea, el mejoramiento de la situación, la honestidad, la justicia.

Ahora bien, el idealismo tiene sus problemas. Cualquier idealista tendrá que darse cuenta que no logrará ganarse de modo duradero a la mayoría. Más bien, los seres humanos seguirán dejándose determinar por su egoísmo. Es cierto que durante un breve tiempo les da gusto dejarse calentar por el fuego del idealista, al que admiran aunque sea sólo en virtud de su propia mala conciencia. Pero después se apartan nuevamente y se vuelven hacia nuevas atracciones. Cuando el idealista pasa a presionar a su público con exigencias, entonces se comienza a mantenerlo a distancia mediante su ridiculización por su falta de equilibrio y por su ardor. Esto lo tiene que aguantar el idealista. Y tiene que aguantar algo más, a saber, que mucho de los que resultan beneficiados por su compromiso, aceptan gustosamente la ayuda ofrecida mientras que corresponde a sus deseos, pero muchas veces no se lo agradecen y mucho menos emprenden según sus propias posibilidades el camino de la ayuda a los demás. Y otra cosa más tienen que experimentar muchos idealistas, que tal vez es lo más amargo: que precisamente aquellos, en los que habían fincado la esperanza mayor, o sea, sus amigos y los representantes de las organizaciones idealistas, por ejemplo, de la Iglesia, los abandonan a su suerte.

Por estas experiencias también tuvo que pasar Jesús. La masa, que primero se agolpaba a su derredor mientras sanaba a la gente, mientras su estilo era novedoso, mientras la confirmaba en su antipatía con respecto a los fariseos esta masa se dispersó, cuando apareció la exigencia de la fe. Solamente se reunió de nuevo enganchada con unas monedas, cuando se trataba de mofarse de su debilidad en el juicio ante Pilato y para exigir su eliminación. Los propios discípulos, por quienes se había esforzado intensamente durante muchas horas de conversaciones privadas, no abandonaron hasta el final sus sueños de obtener sillas ministeriales en el Reino por venir (Hch 1,6), no comprendían nada e incluso en la hora decisiva, cuando los necesitaba, se quedaron dormidos (Mt 26,38-40) y después huyeron cobardemente (Mt 26,56) sin hablar de aquel que lo traicionó con un beso. También le debe haber dolido horrores a Jesús no haber logrado obtener el apoyo de las autoridades religiosas, a las que en un principio había respetado. Amarga suena su queja: Jerusalén, Jerusalén Y, cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina recoge a sus pollitos bajo las alas, y tú no lo has querido! (Mt 23,37).

La resistencia de la masa perezosa, el egoísmo de los compañeros de lucha más cercanos, el fracaso de los planes de altos vuelos éstas son desilusiones que todo idealista experimentará tarde o temprano. Muchos sacan muy rápidamente de ellas la conclusión de que hay que tirar los ideales por la borda y actuar tal y como los demás. Pero como en secreto siguen venerando los ideales de su juventud, empiezan a despreciarse a sí mismos y a volverse cínicos. Otros no tiran tan rápidamente la toalla. Con fuerza cada vez mayor se aferraba sus ideales y se radicalizan. En vista de las fuerzas que se les oponen, su idealismo se endurece a tal grado que se vuelve fanatismo. Más y más crece en estos idealistas desilusionados pero cada vez más obstinados la convicción de que lo que se quiere mejorar pero que no se quiere dejar liberar, merece hundirse. Así, el idealismo se convierte en odio de la realidad. De esta forma no pocos idealistas se vuelven —con la mejor de las conciencias— terroristas que incendian comercios, toman rehenes, colocan bombas, llevan a la ruina a pueblos enteros. En las últimas décadas hemos sido testigos de este tipo de desarrollo. Empero, no solo deberíamos pensar en otros seres humanos, sino también en nosotros mismos. Acaso no conocemos la experiencia de que nuestro odio contra aquellos, que consideramos culpables de la miseria en el mundo, es a menudo más grande que la compasión para con aquellos, que están en la miseria? Un ejemplo: Después de un accidente, en el cual un ciclista había sido atropellado por un coche deportivo, que se había pasado el alto, los transeúntes se arremolinaron con furiosos insultos y amenazas alrededor del coche y su conductor; solamente uno de ellos se ocupó del ciclista postrado en el suelo.

Cómo es posible que un idealista se convierta finalmente en un ser humano impulsado por el odio? Para entender esto, hay que darse cuenta que los ideales pueden llegar a estar en contradicción con la realidad tal cual es. Ideales contienen una imagen de lo que debe ser. Ahora bien, si uno se fija solamente o ante todo en que no es lo que debe ser y se olvida de que mucho de lo que realmente existe, es también bueno, entonces ideal y realidad se disocian. Los ideales absorben el amor de modo tal que para la realidad quedan únicamente desprecio y odio. Los ideales así entendidos tienen un lado misántropo.

Que es lo que puede liberar al idealismo de aquella ambigüedad, a causa de la cual amor puede convertirse en odio? Por qué no terminó también Jesús con una actitud de rabia impotente, de odio exasperado? Cómo fue posible que no quedara absorbido por delirios de venganza, sino que, al contrario, incluso mostró comprensión para con sus seguidores infieles (Jn 20, 19-21), para con la masa falta de carácter, para con los responsables fríamente calculadores (Lc 23,33; véase también Hch 3,17)? Nos quedamos asombrados ante tal actitud. Según parece, el idealismo de Jesús no contenía ningún elemento de odio. Cómo fue posible esto?

Era Jesús un soñador que se entregó a sus fantasías y no quiso ver qué tan poco dignos de ser amados parecen a menudo los seres humanos? Obviamente no, porque no cultivaba ilusiones sobre lo que hay en el corazón de los seres humanos (Jn 2,24 s.). Pero si a pesar de esto los amó hasta el extremo (Jn 13,1), de dónde tomó la fuerza para hacerlo?

A esta pregunta El mismo da la siguiente respuesta: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y cumplir su obra (Jn 4,34). Pero, cómo debe entenderse esta respuesta? Alimento es lo que da fuerza. Entonces, cómo puede dar fuerza el hacer la voluntad de Dios? Acaso no es más bien algo que cuesta fuerzas? Éste, pues, no puede ser el setido de la respuesta. Hacer la voluntad de Dios debe significar otra cosa que cumplir los mandamientos de Dios. Consiste en cumplir su obra, obra que es creación y liberación. Es obvio que esta obra está incompleta y Jesús se sabe llamado a terminarla, para lo cual recibe, día con día, la fuerza necesaria de Dios. Empero, solamente puede terminarse algo que ya ha sido empezado y que ya ha madurado mucho y que es algo muy bueno ya (Gen 1,31). No hay aquí oposición excluyente entre el amor por el ideal y el amor por la realidad existente, sino ambos se complementan. Si uno quiere mejorar a alguien, esto sólo es posible cuando uno lo ama mucho. Y lo que vale para la relación con otro ser humano, vale también e incluso más todavía para la relación que cada quien tiene consigo mismo. Pero, no es para un idealista precisamente el amor propio lo más difícil, incluso lo que de hecho está prohibió? No parece que solamente ha sido exigido el amor al prójimo? Pero, según parece, un ser humano que en su interior se encuentra dividido, difícilmente es capaz de amar al prójimo.

Pero cómo puede uno amarse a sí mismo de modo correcto? Es algo que no es posible por fuerza o voluntad propias. Es posible solamente como repetición del amor que uno mismo recibe. Esto significa que lo decisivo fue que Jesús se sintió amado incondicional y absolutamente por Dios, a quien por esta razón llamó su padre (Mt 11,27). Quién era Dios para Jesús? Obviamente, Dios era para El algo más que la suma de sus ideales. Obviamente, Dios era para El otra cosa que un poder oscuro e intangible que se encuentra detrás de todo. Dios —así lo sabía El— es amor, amor paternalmaternal. Jesús se sabía como obra de este amor y por ello pudo comprenderse como colaborador en la consumación de esta obra; también por esto pudo recibir fuerza de su actuar, a pesar de que naturalmente también le costaba fuerzas.

Jesús se dejaba compenetrar hasta la última fibra de su sentir y pensar por la conciencia del amor de Dios, siempre de nuevo, en las diversas situaciones de su vida y de su pasión. Porque también El sintió la tentación de largarse, del cinismo, del odio. Pero: pasó por ella, la superó. Y por esto el lugar de la tentación más ruda, el andamio del tormento, de la vergüenza y de la aniquilación, la cruz, es también el lugar de su victoria.

Como puede sostenerse nuestro pequeño idealismo en medio de las tentaciones? Primero, contando, como Jesús, realistamente con tales tentaciones. Segundo, no tomando tan en serio nuestros logros y nuestros fracasos, sino afirmando la fe en que además existe Dios. Tercero, profundizando nuestra mirada hacia el hombre en la cruz, que en su pasión sin odio se reveló como Hijo de Dios.

[El texto apareció originalmente en la revista Geist und Leben [Espíritu y Vida], vol. 71, 1998, n. 2, pp. 81-84. -Traducción de Esteban Krotz.]