Autor: P. Jesús Martí Ballester
En la Pasión del Señor
Dios se ha hecho tan débil, que ha aceptado sufrir la mayor debilidad: ha muerto.
1. La muerte de una
persona siempre es un misterio incomprensible. A medida que se va sumergiendo
en las aguas del mar de la muerte, su experiencia se va haciendo más
impenetrable: se nos hace impenetrable lo que siente, lo que sufre lo que
piensa, lo que está pasando El misterio es mayor en la muerte de Cristo.
Imposible penetrar en su hondura.
2. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios grande,
poderoso, vencedor de sus enemigos. En una teofanía grandiosa en el imponente
macizo rocoso del Sinaí, precedido por la solemne manifestación cósmica del
retumbar de los truenos, del fulgurar de los relámpagos y de la oscuridad de
la nube espesa en el monte humeante, se manifestó Dios tres veces santo, al
pueblo aterrorizado en el campamento. Hoy se conocen las leyes físicas de
estos fenómenos naturales causados por descargas eléctricas, pero en aquellos
tiempos impresionaban a los pueblos extraordinariamente. El Dios del Exodo es
el Dios que se manifiesta en la zarza ardiente, y que hace vacilar los
fundamentos de los montes, que tronó desde los cielos, que hizo sonar su voz,
que lanzó sus saetas y los desbarató, fulminó sus rayos y los consternó (Sal
18,7). Es el Dios que arranca los cedros de raiz, que se sienta sobre el
aguacero. El Dios de las plagas de Egipto, el que mata a los primogénitos del
país, el Dios que separa las aguas del mar Rojo. El Dios que hace caer
serpientes en el desierto, el Dios que hace brotar agua de la roca.
3. Pero he ahí que el Dios que los judíos nunca
pudieron comprender que tuviera un Hijo, Jesús, se convierte en un Dios débil
y humillado, anonadado. Vendido por Judas, negado por Pedro, juzgado por el
Sanedrín, por Herodes y Pilato, preferido por los judíos a Barrabás, un
bandido, abofeteado, azotado, escupido por los soldados, coronado de espinas,
abochornado y burlado con un manto escarnio de púrpura, mofado como rey de
burla, pedido para ser crucificado. Condenado a muerte, escarnecido en la
Cruz, insultado por los ladrones y por los Sumos Sacerdotes: "Si eres hijo de
Dios, sálvate y baja de la Cruz". Movían la cabeza. Ha salvado a otros y a sí
mismo no se puede salvar. El Dios Jesús callaba. Ofrecía su mejilla a los que
le golpeaban y soportaba que se mofasen de él. Y Dios muere, no con una muerte
heroica y grande, sino humillante y dolorosa, escandalosa. Muere crucificado,
tormento horrible, condena de esclavos.
4. La inspiración del gran poeta ha intuído la inmensa
e infinita angustia del hombre Jesús:
"El subía bajo el follaje gris, - todo gris y
confundido con el olivar, - y metió su frente llena de polvo - muy dentro de
lo polvoriento de sus manos calientes”. (Rilke).
5. El velo del Templo se rasgó. Ante la debilidad
espantosa de Dios, debe rasgarse también nuestro concepto del Dios del Antiguo
Testamento. Debemos aceptar a un Dios humillado, que se encarna en la
debilidad humana y que quiere ser el se rvidor de todos y el que está en los
pequeños, en los sin cultura, en los marginados y en los torturados de todas
las sociedades: "lo que hacéis a uno de mis pequeños, a mí me lo hacéis".
6. Los personajes que intervienen en la Pasión y
Muerte de Jesús, no son extraordinariamente malos, sino personas normales y
corrientes. Y esta reflexión nos ayuda a aceptar que nos puedan negar, vender,
juzgar, traicionar, abandonar, y crucificar, las personas normales que están
junto a nosotros. Podemos ponerles nombres y apellidos y hasta fechas, pero
también podemos poner nuestros nombres como sujetos activos de esas
deslealtades.
7. “Uno de vosotros me va a entregar”. ¡Es tan fácil!
¡Les había dado tanta confianza! Ni tenía cajones cerrados con llave, ni las
cuentas escondidas. Iba con el corazón en la mano. Se confiaba fácilmente y
confiaba ciegamente. El que no es capaz de hacerlo, nunca sospecha porque no
le nace. Pero hay gente recelosa, buscona, aprovechada. Satanás se aprovecha
del que tiene tendencias oscuras y vengativas. El otro, éste es el momento. Le
hemos cogido. Que se acuerde de que cuando nos hablaba duro y exigente...
Nunca tendrá paz. Se quitará la vida, o vivirá con la amargura emponzoñándole
el alma incesantemente. A veces le apretará más, a veces se agudizará más,
pero no será capaz de dar un paso atrás, que sería su salvación.
8. –“¿No eres tú también discípulo de ese hombre?
Pedro contestó: Yo no”. Le debía la vocación, la predilección, la confianza,
la formación. Todo lo olvida el miedo, le quiere pero con reservas, si cuenta
conmigo sí, si le pospone le guarda en el fondo un rincón oscuro de rencor. Te
venden, dices las cosas y te las interpretan y divulgan, las comentan,
hombres, mujeres...piadosos, consagrados, desleales, Superiores. Te hacen
perder la confianza. No se puede ser tan sincero, te repliegas a la fuerza. Te
tienes que replegar, amargado. Te hacen desconfiado. A veces por alardear de
mayor confianza.
9. –“¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?-
Volvieron a gritar: A ese no, a Barrabás”. Nueva humillación para Jesús. Nunca
lo hubiera pensado, y era Dios, ¿como podemos pensar los hombres, que un hijo
nuestro no prefiera a un criminal? ¿A un falsario? A un traidor. A un desleal
que lo ha recibido todo de Jesús?
10. “Si suelta a ese no eres amigo del César”. Todo
menos pasar por amigo del discutido. No yo no estoy con el discutido; estoy
con el que discute, que parece que se está abriendo un camino nuevo. Quizá con
él tenga más autoridad, más seguridad, menos representación, menor exigencia,
más tolerancia. Pues, que lo crucifiquen, pero pronto, que yo ¡eso sí, no lo
puedo ver! y me duele subir las escaleras empinadas y difíciles. Que se acabe
pronto esto, pero yo no daré la cara por él, no sea que la carguen conmigo,
que la cargarán, porque saben que yo soy amigo suyo y soy de los primeros
llamados por él. Esto no puede seguir así. Con qué prontitud se ha creído la
acusación, sin el beneficio de la presunción de inocencia. Terrible... Y se
entregan en manos del enemigo, aunque por poco tiempo.
11. “Tengo sed”. Y le dieron vinagre. ¿Por qué te
damos vinagre, Señor? Amargura para ti, que eres el más dulce de los hijos de
los hombres. “Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tu no quieres sacrificios
ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni
víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí
estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”... Cristo ofreció por los pecados,
para siempre jamás, un solo sacrificio”. Sin penetrar en la mística terrible
del Mysterium iniquitatis se comprende un poco que se admita la muerte de
Jesucristo como sola una voluntad perversa de los que no le admitieron, y
entonces no sé qué exégesis correcto podrá hacerse del texto revelado de la
carta a los Hebreos 10,1-18.
11. ¿Por qué tanto dolor, Señor? ¿Por qué tanta
humillación? Tantas palabras, tanta formación, tantos desvelos, tanto amor
malbaratado, tanta angustia y zozobra, pobreza y sufrimiento, cobardía y
mediocridad, ¿Por qué tanta tibieza en defender lo que sabes que es la verdad,
cuando tienes tantas agallas para ponerte en tu sitio cuando tu amor propio te
empuja? ¿Por que tanta sangre, Señor? ¡Qué gran amor el tuyo y el de tu Padre,
que te entrega para que participemos de vuestra vida trinitaria y feliz por
siempre! Te adoramos, Cristo y te bendecimos porque por tu santa Cruz has
redimido al mundo.
Los novillos de Basán se han desbocado,
los mastines en jauría me acorralan,
la soledad es total, cruda y sarcástica,
cual la hiel de la Cruz, retama amarga.
¡Ay si me descubrieses por un tiempo,
aunque breve, tu faz de amor dulcísimo,
Jesús del terremoto, Jesús de mi agonía!
¡Ay si tus. ojos deslumbrantes me miraran!
Pero no, es la hora inexorable
del misterioso poder de las tinieblas,
la de la angustia y dolor sin analgésico,
la del frenesí y de la locura sin fronteras.
Getsemani y lluvia de sangre,
Señor Jesús, no es poesía.
Getsemaní es amar, morder el polvo,
como un mar sin riberas en tus brazos.