El Sufrimiento Humano: Transformando lo
«Inútil»
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Los seres humanos, por propia naturaleza, evadimos el dolor y el sufrimiento.
Por instinto reaccionamos, por ejemplo, evitando el objeto punzante que puede
herirnos. Cuando identificamos que quien nos está llamando por teléfono es un
vecino indeseable, no contestamos. Nuestra reacción inmediata, al igual que la
de la mayoría de los animales, es evitar los estímulos nocivos y el dolor.
No obstante, también somos capaces de responder conscientemente y en formas que
nos diferencian de manera radical del resto del reino animal.
Por ejemplo, podemos decidir enfrentar y soportar el dolor por razones más
elevadas. Así, sabiendo que la jeringa nos lastima, decidimos no mover el brazo
durante una inyección porque el poder de la razón nos dice que con ella mejorará
n uestra salud. Sabemos que es desagradable platicar con ese vecino difícil,
pero con tal de cultivar la paz en nuestro barrio, decidimos enfrentar el reto y
lo superamos.
Sin embargo, movidos por la preocupación y el miedo, también podemos responder
al dolor y al sufrimiento de una manera insensata. Por ejemplo, cuando sufrimos
debido a una relación difícil, podemos
voltear a las drogas, al alcohol o a malos hábitos alimenticios. Si la
perspectiva de tener que continuar un embarazo nos hace sufrir, podemos
responder acabando con la vida de nuestro bebé mediante el aborto. Cuando
sufrimos por el dolor de un cáncer, podemos hacer corto circuito a todo y
recurrir al suicidio con ayuda del médico.
Reaccionar al sufrimiento de una manera racional o irracional es una de las
decisiones humanas más importantes. Para muchas personas en nuestra sociedad, el
sufrimiento se ha convertido en un mal que hay
que evitar a toda costa, llevándolas a tomar muchas decision es irracionales y
destructivas.
Si bien es cierto que el dolor físico está presente en todo en el reino animal
en general, la diferencia en cuanto a los seres humanos es que nosotros somos
conscientes de nuestro sufrimiento y nos preguntamos el por qué; y mucho más
sufrimos cuando no encontramos una respuesta satisfactoria; necesitamos saber si
nuestro sufrimiento tiene un sentido. Desde una cama de hospital o una silla de
ruedas es difícil evitar la dolorosa pregunta «¿por qué?», cuando la enfermedad
grave o la debilidad nos hace sentir inútiles o una carga para los demás. Sin
embargo, analizándolo, ningún sufrimiento es «inútil», aunque efectivamente
mucho de él se pierde y desperdicia cuando lo rechazamos y nos negamos a aceptar
su sentido profundo. El Papa Juan Pablo II nos recordaba constantemente que la
respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento Dios se la dio al
hombre en la Cruz de Jesucristo.
El tema del sufrimiento siempre está presente e n el campo de la atención médica
católica, y aunque los profesionales de la salud luchan con dedicación por
disminuir el sufrimiento y el dolor, no han logrado eliminarlos completamente.
La Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos (The U.S. Conference of
Catholic Bishops), en un importante documento titulado Directrices Éticas y
Religiosas para los Servicios de Atención Médica Católicos (Ethical and
Religious Directives for Catholic Health Care Services), nos recuerda que «los
pacientes que experimentan un sufrimiento no mitigable deberán recibir ayuda
para comprender el significado cristiano del sufrimiento redentor».
El solo concepto de «sufrimiento redentor» ya deja ver que el sufrimiento humano
es mucho más de lo que vemos a simple vista, y no solamente un mal que hay que
rehuir instintivamente. Más bien, es una fuerza incomprensible que puede
moldearnos en formas importantes y hacernos madurar; una fuerza con la que
tenemos que aprender a colaborar y aceptar co mo parte del viaje y destino del
ser humano.
En el sufrimiento y el dolor, todos y cada uno de nosotros podemos hacernos
partícipes del sufrimiento redentor de Cristo. Desde que éramos niños quizá ya
se nos enseñaba la frase «¡Ofrécelo al Señor!». Estas sencillas palabras nos
recordaban que el sufrimiento puede beneficiarnos no sólo a nosotros mismos sino
a todos a nuestro alrededor, dentro del misterio de la comunión humana. Al estar
inmovilizados en nuestra cama de hospital nos hacemos como Cristo, inmovilizado
en el madero de la Cruz, y si aceptamos y acogemos nuestra propia situación en
unión con Él, se abren para nosotros momentos redentores poderosos.
Gracias al amor personal que el Señor nos tiene, podemos cooperar con Su plan de
Salvación al unir nuestro sufrimiento con Su Cruz salvadora, como lo hace una
mamá cuando deja que su niña le ayude a preparar un pastel añadiendo los huevos,
la harina y la sal. La mamá puede hacerlo sola pero la ayuda de la ni ña es real
y significativa pues el amor de la madre encuentra la cooperación de la hija
para crear algo nuevo y maravilloso. De igual forma, Dios permite nuestro
sufrimiento y nosotros se lo ofrecemos, dejando así una marca imborrable en Su
trabajo de Salvación. Esta transformación de lo «inútil» de nuestro sufrimiento
en algo con significado profundo, se convierte así en una fuente de gozo
espiritual en aquellos que lo viven. Para quienes están en Cristo, el
sufrimiento y la muerte representan el dolor de parto hacia una creación nueva y
redimida. Nuestros sufrimientos, aunque nunca deseables en sí mismos, siempre
apuntan hacia posibilidades trascendentes, si es que no los rehuimos por miedo.