EL CONCEPTO DE PERSONA EN LA FILOSOFÍA

 

Acerca de su origen etimológico hay confusión. Tres teorías son las más aceptadas:

- Persona es palabra latina cuyo equivalente griego es prósopon "máscara" del actor en el teatro griego clásico.  Por tanto, persona equivaldría a "personaje". Junto a prósopon también existe en griego hipóstasis, aplicado en Teología a la Trinidad y sus tres personas, y a Jesucristo y su unidad hispostática.

- Otra etimología deriva "persona" de persono, infinitivo personare, con el significado de "hacer resonar la voz" como lo hacía el actor a través de la máscara. Sus equivalentes en etrusco, persa y sánscrito, hacen pensar en una común raíz indoeuropea.

- Otros hablan de un sentido jurídico, "sujeto legal", que habría sido el más influyente a través de su uso teológico y filosófico.

 

Se discute la existencia entre los griegos  de un concepto de persona más allá de su ser parte de la naturaleza y de la polis. Las elaboraciones más explícitas sobre el concepto de persona, en cualquier caso, han partido del cristianismo, sobre todo de los teólogos de los primeros Concilios, como el de Nicea en el 325. (El origen de este interés está en la discusión acerca de las relaciones entre "naturaleza" y "persona" en Cristo). Frente al pensamiento griego, el judaísmo centra más su atención en la historia que en la naturaleza. El "hombre" deja de ser un elemento más de la naturaleza, por muy importante que sea, para convertirse en un ser distinto a los demás; esta diferencia se percibe a través de la llamada que Dios le hace en su Palabra y en la historia, ante la cual el hombre es libre para responder.

 

San Agustín desarrolló este concepto más en profundidad,

"de tal suerte que podía usarse para referirse (bien que sin confundirlos) a la Trinidad (las "tres personas") y al ser humano (...)."[1]

 

Utilizó la noción de "relación" (pros tí)  y la de experiencia ("personal" desde entonces). Se centrará en la intimidad, en el recurso a la introspección personal e introduce también la temporalidad y la historia como dimensión humana; en ella el ser humano persigue la felicidad y la verdad, auque sin lograrla plenamente en esta tierra.

 

Algunos de los rasgos de la concepción de persona de San Agustín son: ser con capacidad de autorreflexión (interiorización); consciente de su limitación y su responsabilidad ante Dios que le interpela; ser "histórico, temporal" (lo experimenta en sí mismo y en los seres queridos); buscador de la verdad y de la felicidad (telos o Bien Supremo que da sentido a su vida); capaz de amor y de servicio a los demás.

 

Boecio es uno de los autores más influyentes en la noción de persona. Su definición, citada comúnmente hasta nuestros días es la siguiente: "Persona es naturae rationalis individua substantia". Su nota más característica es la propiedad, la existencia por derecho propio, "sui iuris". Esta definición se reelaboró en la Edad Media, modificando a veces los términos. Así hizo, por ejemplo, San Anselmo.

 

Santo Tomás asume la definición propuesta por Boecio, ahondando en su significado  y matizándolo.

 

"(...) se dice de la persona que es sustancia individual con el fin de designar lo singular en el género de la sustancia, y se agrega que es de naturaleza racional para mostrar que se trata de una substancia individual del orden de las substancias racionales."[2]

 

Occam insiste en el aspecto racional, intelectualizando la definición y afirmando también la  independencia como un rasgo esencial.  Para él la persona es una substacia intelectual completa que no depende de otro supuesto. Las dos notas clave de la noción de persona en esta línea de pensamiento son: individuación (unidad del yo personal) y relacionalidad.

 

Las citadas últimamente son definiciones metafísicas, esencialistas de persona, que presentan una imagen de hombre intemporal y abstracta, independiente de las circunstancias históricas concretas que pueden hacer modificar esta imagen.  Con estas definiciones esencialistas de persona se destaca sobre todo la característica de "ser en sí" o "por sí", es decir, su plena independencia, su "subsistencia".  Pero también dentro del cristianismo se ha hecho referencia a otras características: la ya citada de "relación", y la de "originarse", importantísimas sobre todo en el cristianismo oriental.

 

Este tipo de definiciones  metafísicas no desaparecen totalmente en autores más modernos. Leibniz, por ejemplo, afirma:

 

"(...) la palabra `persona´ conlleva la idea de un ser pensante e inteligente, capaz de razón y de reflexión, que puede considerarse a sí mismo como el mismo, como la misma cosa, que piensa en distintos tiempos y en diferentes lugares, lo cual hace únicamente por medio del sentimiento que posee de sus propias acciones."[3]

 

Es fácil observar la permanencia de los mismos rasgos de la persona: racionalidad, independencia, autoposesión y autoconocimiento.  No aparece ninguna referencia a la relación, sino que se centra en la propia interioridad monádica.

 

En la época moderna se comenzaron a introducir en la noción de persona elementos psicológicos y éticos. Así, Kant señala la libertad e independencia de la persona frente al mecanicismo natural como uno de los rasgos de la personalidad. La persona es capaz de darse leyes prácticas propias a través de su razón. Se da las leyes a sí mismo, pero no de forma  arbitraria, sino de manera que los hombres sean siempre "fin en sí mismos"; es un rasgo esencial de la persona: no puede ser sustituida por otra. El hombre es lo único que en el mundo es fin en sí mismo y puede ser fundamento de leyes. Su dignidad merece respeto. Su racionalidad y su voluntad autónoma lo fundamentan. El hombre tiende hacia lo "sensible", pero la razón es capaz de elevarlo.

 

Para Fichte, la persona es un "centro metafísico", que se constituye a sí mismo, en un "autoponerse" del yo trascendental. La persona se convierte en "origen", "fuente" de actividades de la voluntad (más que éticas).

 

En el proceso de pensar históricamente la persona vamos pasando de una concepción "sustancialista", que define una esencia de hombre,  a la de un "centro" origen de "actos". Si antes predominaban las actividades racionales, ahora tienen cabida, e incluso preponderancia excesiva, las emotivas, volitivas, etc.

 

Desde la filosofía de los valores de Scheler se introduce en la noción de persona un nuevo elemento (aunque ya estaba implícito en la idea de "referencia" que resaltaban los padres de la Iglesia oriental). Se trata de "trascenderse", no quedar encerrado en los muros de la individualidad psicofísica. Los propios límites, la propia subjetividad, no lo es todo para la persona. Esta puede trascender hacia realidades múltiples: Dios, otra persona, los valores, etc.

 

Los personalismos contemporáneos han resaltado el polo de la "apertura" como dimensión clave de la persona humana. Esta es "trascendente" en relación con otras personas, con el Otro, etc. Buber, Ebner, Rosemberg, pusieron de relieve la comunicación intersubjetiva. Otros elementos característicos de la persona son el sentido profundamente ético (no entendida la ética como conjunto de normas, sino como fuente de todos los valores), el compromiso con su sociedad y la solidaridad con la demás personas. La persona en estos personalismos, no es algo hecho, cerrado de una vez para siempre, sino un quehacer continuo, una tarea abierta en el tiempo y en la historia.

Para la antropología contemporánea la persona es una unidad estructural abierta al mundo y a los otros. Es un sujeto frente a otros sujetos o frente a objetos.

A modo de síntesis se pueden descubrir cinco grandes corrientes interpretativas de la noción de persona en el pensamiento occidental[4]:

1. Definición de la persona en términos de sustancia, caracterizada por la atribución de determinadas propiedades, entre ellas su individualidad e incomunicabilidad y su carácter racional. (Aristóteles, Boecio y buena parte del pensamiento medieval).

2. Subraya el carácter de pensante de esta sustancia (res) y la reduce a su condición de sujeto epistemológico que en la época del idealismo se convertirá en sujeto trascendental. (Edad Moderna).

3. Subraya el carácter ético de la persona y su condición de ser libre ante la obligación moral, en contraposición al mecanismo que rige el mundo de la naturaleza. (Tendría su origen en los estoicos, y su culminación en el Kant de la razón práctica y en Fichte).

4. Como variante de esta tercera surge la consideración jurídica de la persona, que sobre la base de su dignidad fundamentalmente ética, la define por los derechos universales e inaliebles de la que es sujeto.

5. Corriente existencialistas y personalismo filosófico y teológico (sus raíces se remontan a la tradición religiosa judeo-cristiana y a algunos representantes de la tradición cristiana como San Agustín, Pascal, Lutero, Kierkegaard.


 

[1]FERRATER MORA, J., op. cit, pág. 2551

[2]FERRATER MORA, J., op. cit, pág. 2552.

[3]LEIBNIZ, Noveaux Essais, II, XXVII, 9. Tomado de FERRATER MORA, J.,op. cit, pág. 2553).

[4] MARTÍN VELASCO, J., El encuentro con Dios, Caparrós, Madrid 1995, 243-258.