Cuando uno quiere comunicarse y el otro no, no es posible construir una relación. La paradoja del autismo comunicativo ocurre cuando uno de los miembros de la pareja se convierte en una especie de acorazado, cerrado y a la defensiva que no expresa ni pensamientos ni sentimientos; una persona encerrada en su propio mundo o aislado en un mundo virtual al que el otro no tiene acceso. La comunicación es imposible. No hay puentes entre los territorios íntimos de ambos. El cordón umbilical que alimenta la relación deja de recibir oxígeno. Aunque uno se esfuerce, no se puede mantener unilateralmente una relación. Quizá haya matrimonio pero no hay pareja amorosa.
-¿Qué te pasa?
-Nada. No me pasa nada.
Pero lo cierto es que pasa mucho, pasa por
dentro, pasa caóticamente y pasa sin que se consiga adivinar la situación
del otro. Es posible que este cierre comunicativo no sea debido a que uno no
quiera compartir, sino a la existencia de un analfabetismo emocional que
incapacita para expresar lo que se piensa o para poner nombre a lo que se
siente. La falta de educación emocional y la ausencia de vocabulario
afectivo dificulta, cuando no bloquea, el camino del buen amor.
El cierre habitual y prolongado de la
comunicación imposibilita la relación de pareja. Si el cierre en la vía de
comunicación es puntual, es importante que aprendamos a respetarlo, a dar
tiempo al otro para comunicarse con nosotros o aceptar su derecho a
reservarse información. Si somos nosotros quienes no deseamos compartir
algo, es mejor aprender a manifestar con precisión nuestra posición para que
nuestra pareja pueda orientarse mejor y, así, no cerrar todos los puentes de
comunicación.
-¿Qué te pasa?
-No lo sé exactamente. No es que no quiera decírtelo. Es que necesito
aclararme. Dame tiempo.
-No deseo comentártelo. Por favor, respétalo.
-Me siento mal, preocupado, infeliz, angustiado, molesto, caótico –o como
sea que nos sintamos- … pero ahora no quiero hablar del tema.
Todas las respuestas son mejores que la opción
de responder “nada”. Uno admite que algo ocurre aunque no quiera o se sienta
en condiciones de dar a la pregunta del otro una respuesta precisa. Se trata
de pedir tiempo fuera, lo que significa que
deseamos disponer de un espacio sin preguntas y de tiempo para elaborar lo
que sentimos sin recriminaciones. Tiempo fuera es un derecho que
deberíamos ser capaces de pedir y de dar con naturalidad, puesto que es
necesario para clarificarnos y gestionar nuestras emociones. Esta es una
tarea que nadie puede hacer por nosotros.
Es importante adquirir un lenguaje compartido
que nos sirva en estos momentos difíciles. Todo avance en este sentido es
mucho mejor que la estrategia de aislarse y responder: “nada”. Así, no nos
sentimos excluidos aunque la respuesta que podamos dar o recibir no siempre
sea fácil o de nuestro agrado.
La gestión emocional necesaria para reequilibrar
la relación deberá ser realizada por ambos: uno, para volver a la línea
emocional base que le permita reconectar con el otro sin agredirlo; el otro,
para aceptar que este tiene el derecho de compartir o no sus pensamientos,
sentimientos y momento vital. Además, será importante trabajar
individualmente la autoconciencia emocional y la capacidad de comunicación.
Así tenderemos puentes de conexión en lugar de ahondar en el foso de la
incomunicación.
Soler y Conangla