TEMA 39

EL ANTIGUO TESTAMENTO
 

3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN

Pasemos ahora a presentar sintéticamente los núcleos de desarrollo de nuestro tema. Veremos en qué grandes grupos podemos dividir el texto del Antiguo Testamento y pasaremos, a continuación, a desarrollarlos.

3.1. Los géneros literarios del Antiguo Testamento

En nuestra cultura, para expresar nuestras experiencias humanas, tenemos una serie de moldes de expresión que denominamos géneros literarios. El hecho de una guerra podríamos expresarlo mediante una narración histórica o novelada, mediante una obra de teatro, mediante un poema o una sinfonía musical o mediante un cuadro... Diferentes formas expresivas, cada una con su propia expresividad.

El pueblo de Israel quiso transmitirnos su experiencia de haber descubierto la presencia de Dios en su vida, como compañero de viaje. Para comunicarnos su experiencia de fe fue utilizando numerosos recursos literarios: el mito, la leyenda, el relato histórico, el poema, la oración, las leyes, la reflexión, el discurso, las cartas... Son los llamados géneros literarios bíblicos. Con todo, para no complicarnos, podríamos dividir el conjunto de textos que componen el Antiguo Testamento en tres grandes bloques: el histórico, el profético y el sapiencial. Cada bloque parte de una sensibilidad especial a la hora de presentarnos su experiencia de fe. Debido a esa propia sensibilidad, cada bloque desarrolla también una serie de formas literarias propias. Lo importante es descubrir detrás de cada una de ellas la profunda experiencia que nos comunican.

BLOQUE HISTÓRICO

Los textos del bloque histórico nos presentan a Dios como compañero de viaje del hombre. Dios llamó a Abrahán y a los patriarcas para hacer de ellos un pueblo: el hebreo. Cuando éste se hallaba bajo la opresión egipcia lo hizo salir y atravesar el mar y el desierto hasta que se asentó en el país de Canaán. Allí nació una nación, Israel y Judá. Una cadena de reyes y de acontecimientos constituyen la historia de esa nación, guiada por la bondad providente de Dios. Su historia la encontramos expresada con gran variedad de formas literarias: leyendas de antepasados, narraciones noveladas, listas administrativas, anales cortesanos, listas geográficas, genealogía, narraciones históricas... Todo ello recoge los recuerdos y las tradiciones del pueblo, nos transmite, en definitiva, su historia.

BLOQUE PROFÉTICO

Los textos del bloque profético nos presentan a Dios como amigo del hombre. Dios ha hecho un pacto de alianza con su pueblo, se compromete con él y espera que éste a su vez viva de manera coherente con esa amistad. Los profetas son enamorados de Dios. Desde su fe, exhortan a sus contemporáneos a ser fieles a las exigencias que la amistad de Dios les pide. Su mensaje los profetas lo presentan en forma de oráculos de salvación o de castigo, recriminan o exhortan, realizan gestos proféticos, o presentan visiones fantásticas... Todo ello para impactar a sus oyentes y atraerlos hacia su mensaje, tantas veces exigente.

BLOQUE SAPIENCIAL

Los textos del bloque sapiencial nos presentan a un Dios oculto que se revela en la vida de cada día. Dios es el creador del cosmos que ha ordenado cuanto existe, montañas y mares, noche y día, vientos y lluvias. El rige el orden cósmico y todo se realiza según su voluntad. La vida de los hombres participa de ese orden divino. Es más, el orden natural revela la sabiduría de Dios que subyace en todo. El creyente, observando la naturaleza, la sociedad, su propia vida, llega a vislumbrar la voluntad de Dios y a vivir según sus pautas. Es en la vida de cada día, tantas veces monótona y privada de acontecimientos extraordinarios, donde Dios se revela y, al mismo tiempo, se oculta. La vida diaria está llena de sufrimientos y de aparente sinsentido; los sabios de Israel reflexionarán para ver a Dios oculto detrás de todo ello. Los refranes y proverbios, las adivinanzas y enigmas numéricos, las reflexiones y personificaciones... servirán para expresar la experiencia de Dios en la vida cotidiana de Israel.

Los grandes acontecimientos históricos, las intuiciones carismáticas de la fe y el orden de la creación son los tres puntos de partida de la experiencia de Dios. Veamos ahora cómo el Antiguo Testamento nos los expone.

3.2. La Historia del pueblo

HISTORIA Y TEOLOGÍA DE LA HISTORIA

Cuando nosotros hablamos de un libro de historia o de un texto histórico nos referimos al que nos presenta de una manera objetiva, sistemática y lo más completa posible la reconstrucción de un hecho o de una etapa histórica a partir de las fuentes arqueológicas o documentales que poseemos. Sin embargo, esta noción de texto histórico apenas cuenta con un par de siglos de existencia. Los antiguos tenían una manera distinta y unos criterios diferentes a los nuestros de hacer historia. Antes no se preocupaban tanto los historiadores de presentar objetivamente unos datos documentales, cuanto de presentar la interpretación de los hechos que se exponían.

La historia pretendía transmitir el sentido de lo vivido mediante textos más narrativos que expositivos. Israel participa de esta manera de hacer historia, que es también común a las culturas mesopotámicas, a los egipcios, griegos y romanos. El pueblo hebreo fue haciendo una relectura creyente, desde la fe, de toda su historia vivida, de sus antiguas tradiciones. De esta reflexión nació una convicción: era Dios quien estaba guiando su historia. Al ponerse a escribir esa su historia iba narrando también su sentido religioso. Dios entra en la Historia como protagonista palpable de la misma.

La forma literaria de expresar una convicción no era entonces la mera exposición de ideas o de hechos, sino la narración. Todas las formas narrativas resultan válidas para transmitir la propia tradición histórica a las generaciones futuras. Así los historiadores de Israel incorporan en su texto los mitos, leyendas y novelas que, además de recuerdos ciertamente históricos, circulaban entre su gente. Todo ello pertenece a la memoria colectiva de la nación y configura el tesoro común del pasado del pueblo. Los textos históricos que configuran la Escritura son textos narrativos.

Los textos históricos del Antiguo Testamento no son Historia en el sentido moderno del término, sino Teología de la Historia; es decir, nos ofrecen la interpretación creyente de los acontecimientos vividos por la nación hebrea: la huida de Egipto es vista como un acto salvífico de Dios; el asentamiento en Canaán como una promesa y un de parte de Dios; las victorias y derrotas como un premio o un castigo de Dios por la fidelidad o infidelidad del pueblo; de los reyes de Judá y de Israel lo que interesará al historiador bíblico será su relación con Dios y con el santuario de Jerusalén. La Biblia nos ofrece, pues, una historia religiosa de Israel.

EL ACONTECIMIENTO DEL ÉXODO

De entre todos los acontecimientos históricos de Israel hay uno que sobresale: el Éxodo de Egipto. El pueblo de Israel lo vivió como el acontecimiento fundamental: es el acontecimiento fundante de la nación antes eran sólo un grupo de clanes seminómadas, ahora son un pueblo organizado y es el acontecimiento que constituye el fundamento de la Alianza con Dios él los ha liberado de la esclavitud y les ha dado una patria, ellos le deben fidelidad.

A lo largo de las páginas bíblicas, el Éxodo constituye el punto de referencia de la fe de Israel. La primera comunidad cristiana, al hablar de la muerte y resurrección de Jesús, lo comparará al Éxodo de Egipto y hablará de un Éxodo definitivo: el Misterio Pascual de Cristo. Si la primera pascua celebra la salida de la tierra de opresión, la pascua definitiva de Cristo celebrará la salida de la opresión que el pecado y la muerte ejercen sobre el hombre.

* Nivel histórico

Los estudiosos de la Biblia, a través del estudio del texto bíblico y de los datos que aportan los documentos egipcios y los restos arqueológicos, han podido aproximarse al hecho histórico que está en la base de los relatos bíblicos del Éxodo. Los exponemos brevemente.

Están atestiguadas migraciones de grupo seminómadas que, procedentes de Anatolia y Mesopotamia, iban atravesando Canaán y penetrando en oleadas más o menos numerosas en las fértiles tierras del delta del Nilo. Estas migraciones se dieron constantemente, pero los documentos egipcios dan particular importancia a la etapa de los siglos XVIII-XVI a.C. cuando los que ellos denominan Hicsos llegaron a dominar el imperio egipcio que atravesaba un momento de decadencia. A mediados del siglo XVI a.C., empezaron a salir de su letargo y expulsaron a esos grupos invasores de procedencia extranjera. Otros grupos menores continuaron yendo y viniendo en sus migraciones, buscando una tierra hospitalaria que los acogiera.

Por otra parte, sabemos que en la época de Ramsés II, en el siglo XIII a.C., el imperio egipcio llegó a uno de sus máximos momentos de esplendor. El faraón dominó y sometió a sus reinos vasallos, trajo numerosos esclavos extranjeros que, junto a grandes masas de población autóctona principalmente entre los niveles más desfavorecidos y menos arraigados, fueron obligados a trabajar, de manera fija o temporal, en las grandes construcciones arquitectónicas que constituían la infraestructura económica y administrativa de la nación más poderosa de entonces. Podemos imaginar fácilmente que algunos de estos clanes seminómadas aprovecharía algún momento de debilidad de este faraón o de sus sucesores como ocasión para escapar de tan onerosas fatigas e instalarse en otra región que les permitiera más independencia y una vida más sosegada.

Al ser Canaán una tierra de paso para las caravanas y grupos nómadas entre Egipto y las tierras mesopotámicas, resulta comprensible que, a lo largo de los siglos, se fueran instalando diversos grupos étnicos que, en diversas oleadas, se fueron asentando en las diversas regiones del país. Algunos de estos grupos habrían llegado del norte o del desierto oriental, otros habían llegado de Egipto en repetidas oleadas, otros eran descendientes de los antiguos pobladores que, desde hacía siglos, quizá milenios, ocupaban la región y poblaban sus ciudades. La arqueología nos muestra que la ocupación y asentamiento de los distintos clanes se prolongó en el tiempo; fue lenta y, en general, pacífica, aunque no faltaron ocasiones de tensión y violencia.

Del conjunto de todos estos grupos y clanes, fue naciendo y formándose el pueblo de Israel. En ese proceso de formación jugó una importancia determinante el hecho de que las tradiciones de cada grupo se integraran con las tradiciones de los restantes clanes y fuera naciendo así una historia común. De esa amalgama de recuerdos dispares, fue naciendo el relato del Éxodo, tal como ha llegado a nosotros.

* Nivel teológico

Intentar reconstruir el proceso fatigoso de formación de las tradiciones históricas referentes al Éxodo resulta arduo y escapa a nuestra intención. Bástenos saber que el actual relato mezcla noticias verídicas con elementos legendarios y fantásticos. Todo ello con una intención fundamental: presentarnos la experiencia de fe que hicieron los clanes israelitas en su salida de Egipto y en su travesía del desierto. Reflexionando sobre todas sus tradiciones comunes, descubrieron cómo Dios se les había hecho compañero de camino; cómo en realidad era Dios invisible quien había ido guiando su empresa; cómo Dios se había mostrado comprometido con los necesitados y liberador de los oprimidos.

El acontecimiento del Éxodo se convirtió en paradigma de la actuación divina en la Historia: es el acontecimiento que permite comprender la actitud de Dios hacia el hombre a lo largo de los siglos y de los acontecimientos varios que va viviendo el pueblo. Esquemáticamente podemos reducir el Éxodo a tres momentos: Salida, Camino y Entrada.

Salida. El pueblo deja una situación inhumana, rompe con unos lazos que lo subyugan. No siempre lo hace voluntariamente. Egipto representa al opresor, pero es también la tentación constante: volver a los ajos y cebollas que aseguraban la propia manutención, ante la inseguridad del desierto. La salida supone ruptura y desamparo.

Camino. La libertad debe conquistarse. Es necesario recorrer el camino y superar los obstáculos que tientan la vuelta atrás: hambre y sed, enemigos y alimañas. El pueblo debe madurar lentamente y superar la inmediatez de sus esperanzas.

Entrada. La entrada es también difícil. La Tierra Prometida se ofrece como don por parte de Dios, pero el pueblo debe conquistarla: don y tarea, la paradoja de toda libertad.

El paradigma Salida-Camino-Entrada servirá para interpretar la acción de Dios en el futuro. Cuando el pueblo se encuentre desterrado en Babilonia -siglo VI a.C.-, el retorno y la esperanza de una consiguiente reconstrucción nacional será vista como un Nuevo Éxodo que Dios ofrece a los suyos. Tantos procesos humanos de liberación a lo largo de la Historia, en los cinco continentes, podemos descubrirlos como nuevos éxodos que Dios nos propone a realizar.

Las tradiciones referentes al Éxodo las tenemos en el libro que lleva su nombre, pero también en el libro de los Números, en el Deuteronomio y en algunos Salmos (78, 105, 106, 136). Los capítulos 10-19 del libro de la Sabiduría constituyen una relectura bastante posterior de las plagas de Egipto.

LOS CICLOS PATRIARCALES

Los grupos que se fueron integrando lentamente entre sí, formando el pueblo de Israel, poseían tradiciones propias sobre sus antepasados. Algunos de ellos eran considerados los fundadores de algunos de los clanes. Los recuerdos transmitidos de padres a hijos, durante generaciones, acerca de las migraciones y aventuras de los que eran considerados padres del pueblo forman lo que conocemos como ciclos patriarcales.

Los capítulos 12-50 del libro del Génesis contienen esos ciclos patriarcales, agrupados alrededor de las figuras de Abrahán, Isaac y Jacob-Israel. Otros antepasados fundadores de clanes fueron Judá, Rubén, Simeón, Leví, Benjamín, José, Gad, Neftalí, Zabulón, Aser, Isacar y Dan. De alguno de ellos se nos narran unos pocos episodios que se mantuvieron en la memoria colectiva. La cultura y el estilo de vida que subyace en los episodios de estas tradiciones nos permiten fechar la vida de estos personajes seminómadas entre los siglos XVIII y XII a.C.

Estas tradiciones han llegado a nosotros en forma de sagas y leyendas. La leyenda es un relato que parte de un hecho o de un personaje histórico al que las generaciones posteriores revisten de elementos heroicos. Las leyendas tienen un núcleo histórico aunque no todos sus elementos narrativos lo sean en un mismo grado. Las sagas son un tipo especial de leyenda: se refieren a las vicisitudes de los fundadores de un clan, de una tribu o de todo un pueblo. Los ciclos patriarcales no son relatos históricos en el sentido moderno de la palabra, aunque nos transmiten los recuerdos amplificados de personajes ciertamente históricos a los que la tradición posterior magnificó.

Una mención especial merece la llamada Historia de José (Gn 37-50). Pertenece al género literario novela. Su base histórica es muy débil. Han llegado hasta nosotros cuentos egipcios con una temática muy parecida y con un esqueleto narrativo similar. Que no tenga base histórica no le hace perder importancia: es palabra de Dios porque expresa, en forma de novela, una profunda convicción de fe del pueblo de Israel: que Dios guía y protege el destino de las personas aun cuando, aparentemente, la situación parezca abocada al fracaso.

OTROS LIBROS HISTÓRICOS

No todo es novela o leyenda histórica. Hay en el Antiguo Testamento otros libros que nos transmiten con una mayor fidelidad los principales acontecimientos históricos por los que atravesó el pueblo de Israel. Con todo no olvidemos que la Historia fielmente objetiva no existe y que todo texto bíblico transmite una reflexión de fe, es teología de la historia.

Los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes forman la llamada historiografía deuteronomista. Se empezaron a componer al final de la era monárquica, poco antes del Exilio de Babilonia (siglos VII-VI a.C.) y se acabaron pasado el Exilio (siglo V). Los hechos que nos narran van desde la época anterior a la monarquía hasta el final de ésta; es decir, desde el año 1200 hasta el 587 a.C. Estos libros nos presentan una selección de material histórico, basado en tradiciones orales para los hechos más antiguos, o en los anales de la corte real para los más recientes, siempre desde la perspectiva de Dios. Nos muestran cómo la fe del pueblo hebreo ha ido viendo a Dios que guiaba su historia. Dios les ha ido salvando de los momentos de peligro, pero los ha abandonado en manos de sus enemigos, cuando la ceguera del pueblo lo ha llevado por caminos de infidelidad y de idolatría.

Los libros de las Crónicas y de Esdras y Nehemías constituyen la historiografía cronicista. Escritos después del destierro, los dos libros de las Crónicas suponen una relectura piadosa de toda la historia anterior. Abarcan desde la creación hasta el exilio; evidentemente la selección de hechos presentados es muy grande. Al hablar de la etapa monárquica, se centran en la política religiosa de los reyes de Israel y de Judá. Los libros de Esdras y Nehemías narran la reconstrucción de la nación judía después del Exilio. Están basados en memorias de los repatriados.

Los dos libros de los Macabeos forman un núcleo aparte. No son continuación el uno del otro. Ambos narran la violenta conmoción nacional que supuso la decisión de Antíoco IV de Siria (175-164 a.C.) de helenizar la cultura y la religión judía a principios del siglo ll a.C. La manera de hacer historia es la típica de la literatura griega de la época: desde una perspectiva patética y edificante a la vez. Debajo de estas formas narrativas, descubrimos el afán del pueblo por mantenerse fiel a la alianza con el Dios de sus padres a pesar de la persecución desencadenada.

Podemos leer algunos textos bíblicos esenciales que ilustren lo que acabamos de presentar. Si tomamos la Biblia de Jerusalén, podemos acompañar la lectura de estos textos con las explicaciones que a pie de página se incluyen y que nos ayudan a comprender su sentido.   
 

Gen 12,1-6: Llamada de Abrahán.

Gen 15,1-6:Promesas de Dios a Abrahán.

Ex 3,1-15:Llamada y envío de Moisés.

Ex 13,17-14,31:Paso del Mar Rojo.

De 26,1-11:La fe en el Dios que salva.

Jue2,11-3,6:El asentamiento en Canaán.

2 Re 17, 1-23 y 25, 1-30: Caída de Samaria y Jerusalén - Exilio.

3.3. El mensaje de los Profetas

Cuando decimos: <<Fulano es un profeta>>, generalmente nos referimos a su capacidad de adivinar el futuro. Para mucha gente de la calle, los profetas son los que adivinan el futuro de la gente. En ámbitos cristianos se suele aplicar el término profeta a aquellas personas que saben denunciar las injusticias. En el mundo bíblico los profetas anunciaban el futuro y denunciaban las injusticias, pero eran algo más profundo.

EL PROFETA, HOMBRE DE LA ALIANZA

Para empezar los profetas de la Biblia, tales como Samuel, Elías, Amós, Isaías, Jeremías, Ezequiel, eran profundos creyentes. Su fe se basaba en la raíz de la fe de su pueblo: la Alianza con Dios.

En el Éxodo, Dios se había manifestado como liberador. En el Sinaí, por medio de Moisés, entabló un pacto de Alianza con el pueblo: <<Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo>>. En un pacto de amistad, cada contrayente se compromete a algo y es la fidelidad a ese compromiso la que garantiza la estabilidad al pacto. Dios se comprometió a ser Salvador del pueblo. De hecho se lo había demostrado ya en la salida de Egipto. El Decálogo y el Código de la Alianza (cfr. Ex 20,1-23,19) especifican el compromiso del pueblo, que el profeta Miqueas sintetizó y formuló magistralmente: <<He aquí, hombre, lo que Dios desea de ti: simplemente que respetes la justicia y la misericordia y que seas fiel a Dios>> (Miq 6,8).

Con esta fórmula podemos resumir todo el mensaje de los profetas. Desde su fe centrada en la Alianza, ellos juzgan la situación histórica que les toca vivir. Cuando el pueblo no vive coherentemente con alguna de las cláusulas de la Alianza, ellos le recuerdan su compromiso.

* Mensaje de denuncia social

Cuando el pueblo olvida su compromiso por la justicia y la misericordia, cuando los derechos de los más débiles son conculcados, cuando los más fuertes se aprovechan del débil, cuando el pueblo practica un culto vacío de exigencia ética, cuando se ofrecen sacrificios pero se olvida la solidaridad hacia <<el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero>>, entonces la voz del profeta se levanta en forma de denuncia y les recuerda a los suyos el compromiso de la Alianza; si no lo cumplen, Dios dejará de comportarse como Salvador y abandonará al pueblo a merced de sus enemigos.

* Mensaje de denuncia religiosa

Cuando el pueblo olvida su compromiso de fidelidad hacia el único Dios, Yahvé, que los ha salvado de Egipto y se entrega a los cultos idolátricos, cuando se vive más preocupado del bienestar material que del agradecimiento a ese Dios generoso que da <<el trigo, el vino y el aceite>> cuando lo más urgente es adecentar la propia casa que reconstruir el templo derruido, entonces la voz del profeta se levanta para recordar a los suyos la fidelidad a Dios y recordarles también que el auténtico creyente se sabe en dependencia vital de Dios: todo lo recibe de él con agradecimiento y debe evitar el peligro de montarse la vida de espaldas a Dios.

* Mensaje de salvación

Pero los profetas no sólo denuncian, sino que también confortan al pueblo con un mensaje de esperanza. Porque Dios liberó a Israel de Egipto en el pasado y se comprometió a salvarlo en adelante, cada vez que el pueblo atraviese por un período de crisis, a merced de sus enemigos, o esté a punto de ser destruido, los profetas recordarán el compromiso de Dios. Y, desde su fe incondicional en el Dios de la Alianza, podrán anunciar una salvación generosa. Es más, están convencidos de que la salvación de Dios no se agota en las pequeñas salvaciones humanas en el curso de la historia. El poder y la fidelidad de Dios van mucho más allá; por eso pueden anunciar una salvación definitiva, escatológica, al final de la historia humana: Dios prepara un futuro sin precedentes para los suyos.

No es que los profetas prevean el futuro o tengan un conocimiento superior de lo que va a suceder; sino que hablan desde la confianza incondicional en el Dios que interviene en la historia, según el paradigma experimentado en el Éxodo. Por ello, pueden anunciar el castigo o la salvación en sus múltiples facetas.

LA VOCACIÓN PROFÉTICA

En los libros proféticos encontramos relatos de la vocación de algunos de los profetas (Am 7,10-17; Is 6; Jer 1,4-10; Ez 1-3). Estos relatos no son históricos sino teológicos, expresan cómo el profeta, reflexionando sobre su vida, ha comprendido su persona en relación con Dios. Se sabe atraído por Dios y por su Alianza, su fe le impulsa a juzgar la Historia que le toca vivir y a mostrárselo a sus contemporáneos. Se sabe portador de una misión pedagógica: ayudar a su pueblo a crecer en una fe cada vez más consecuente y comprometida. Por ello los profetas se saben portadores de un mensaje que no es suyo: es la palabra de Dios, la que ellos han descubierto y anuncian, porque el Espíritu de Dios, es el que les mueve a entregarse a tal misión, a pesar de la incomprensión e incluso de la violencia de sus contemporáneos.

LOS LIBROS PROFÉTICOS

* Formación de los libros proféticos

Los profetas, por lo general, no escribieron sus oráculos. Ellos componían de memoria sus discursos en forma poética que después anunciaban y repetían a sus contemporáneos. Alrededor de los grandes profetas se fueron reuniendo círculos de discípulos que vivían y transmitían el mensaje de su maestro. Después de la muerte de los profetas, sus discípulos se ocuparon de recoger por escrito las diversas colecciones de oráculos de sus maestros. Es más, los oráculos primitivos se fueron ampliando y modificando según las nuevas circunstancias históricas. Así el mensaje de los profetas permanecía vivo en medio del pueblo. Generaciones posteriores dieron el toque final a estas colecciones de oráculos y aparecieron los libros de los profetas tal como los conocemos. En todo este proceso de formación intervinieron numerosas manos, desde el profeta carismático que da origen a un círculo de discípulos, hasta el redactor final, pasando por los compiladores y adaptadores intermedios. Los verdaderos autores de los libros proféticos fueron las escuelas proféticas, que florecieron en el pueblo hebreo desde el siglo IX al siglo III a.C.

* Los profetas del siglo VIII

El siglo VIII a.C. es el siglo de oro de la profecía hebrea. En el Reino del Norte, o de Israel, predican Amós y Oseas; en el Reino del Sur, o de Judá, predican Isaías y Miqueas.

El mensaje de Amós, el primero de los profetas del que conservamos sus oráculos, es eminentemente social. En una época de florecimiento económico, el profeta descubre la verdadera realidad: el bienestar de unos pocos se asienta sobre la pobreza y la opresión de la mayoría. Dos oráculos significativos que podemos leer y profundizar son Am 2,6-16 y 8,47.

Oseas es contemporáneo de Amós. El es más sensible a la infidelidad del pueblo hacia Yahvé. El pueblo busca la fertilidad de las cosechas y el consiguiente bienestar rogando a los Baales. Yahvé es como un esposo, abandonado por su esposa adúltera y prostituta. El profeta clama exhortando a la fidelidad y al conocimiento de Dios. Podemos leer y profundizar Os 2,4-25 y 6,1-6.

Isaías predica en la corte de Jerusalén. Se muestra más sensible a la política. Se da cuenta de que el rey, descendiente de David, deja mucho que desear de la imagen de rey ideal, que gobierna con justicia y sabiduría a su pueblo. Is 6.12 constituye el llamado Libro del Enmanuel en el que el profeta dibuja la imagen del rey ideal, según la voluntad de Dios; la liturgia cristiana lo lee y medita durante el Adviento y la Navidad, aplicándolo a Cristo.

El libro de Miqueas, contemporáneo de Isaías, está presentado en forma de juicio de Dios contra el pueblo: denuncia los pecados de su gente. Al final, después de una súplica de perdón, el profeta pronuncia un oráculo de restauración. Dios se muestra pronto a la misericordia, si el pueblo se convierte y cambia de vida. Podemos leer 2,1-5; 4,1-5 y 5,1-5.

Los profetas del siglo VII

El año 721 Samaria, la capital de Israel, sucumbe ante los asirios; queda Judá con su capital Jerusalén. El centro de la vida del pueblo y de la profecía será la ciudad de Jerusalén y su Templo. Jeremías predica del año 640 al 580 a.C. Los últimos 60 años que anteceden a la destrucción de Jerusalén y al exilio en Babilonia. La voz del profeta se levanta contra la desastrosa política de los últimos reyes de Jerusalén que abocarán al país a la decadencia y a la destrucción. El profeta exhorta a la fidelidad al Señor y a confiarse en sus manos. Políticamente toma partido en favor de la rendición a Babilonia para salvar la ciudad de la destrucción. Eso le supone el desprecio y la persecución de sus contemporáneos; por ello el libro que lleva su nombre está lleno de lamentaciones por su destino de profeta. Podemos leer 7,1-15 y 31,7-14.31-34.

Los profetas del Exilio (siglo VI)

El pueblo, en el Exilio en Babilonia, sufre una profunda crisis de fe: aparentemente Dios lo ha abandonado; es más, han perdido tres instituciones que le daban estabilidad nacional: la tierra de Canaán, el rey de la dinastía de David y el Templo, signo visible de la presencia invisible de Dios. Dos profetas ayudan al pueblo a reflexionar sobre su situación y a reponerse de la crisis de fe.

Un profeta anónimo, cuyos oráculos quedaron integrados en el libro de Isaías (capítulos 40-55) y que por ello es llamado tradicionalmente Segundo Isaías, predica en esta época dando esperanza a su gente. Anuncia un segundo Éxodo, más grande que el primero, al mismo tiempo que muestra la falacia que es confiar en ídolos de piedra: sólo Yahvé es Dios, Creador y Señor de la historia. Podemos leer y profundizar 40,1-11 y 44,11-20.

Otro profeta, Ezequiel, antiguo sacerdote de Jerusalén, denunciará al pueblo su infidelidad: a lo largo de su historia ha sido infiel a Dios, por ello Dios lo ha expulsado de su tierra para que se dé cuenta de su pecado, se convierta y viva. Si el pueblo se convierte, Dios le cambiará su corazón y le hará revivir como a un cadáver. Ezequiel anuncia la vuelta a Jerusalén y la reconstrucción del Templo y de la ciudad bajo las órdenes de un nuevo príncipe davídico. Podemos leer Ez 36,24-28 y 37,1-14.

* Los profetas del postexilio (siglos V-IV)

A la vuelta del Exilio, los profetas Ageo y Zacarías predican y exhortan al pueblo a cobrar nuevo optimismo. A pesar de que la tierra está desolada y las casas arruinadas, deben emprender con alegría la reconstrucción del Templo, como signo de la presencia salvífica de Dios en medio del pueblo. Dos ungidos, el príncipe Zorobabel y el Sumo Sacerdote Josué serán los encargados de regir la nación en nombre de Dios. Podemos leer Ag 1,1-15 y Zac 4,1-10.

Otro profeta anónimo predicará en esta época. Sus oráculos pasarán a formar parte del libro de Isaías (capítulos 56-66); por ello se le conoce con el nombre de Tercer Isaías. A la ciudad desolada de Jerusalén le predice una era de gloria universal: será el punto de referencia de todas las naciones y el lugar de encuentro de la humanidad con Dios. Podemos leer 60,1-9 y 62,1-9.

3.4. Las reflexiones de los Sabios

En la fe de Israel, Dios no se manifiesta sólo en los momentos extraordinarios de la historia o en el mensaje profético de los testigos de la Alianza; también la vida simple de cada día y el contacto y la observación de la naturaleza son fuentes de revelación de la presencia de Dios. Los Sabios de Israel, a lo largo de los siglos, irán observando y experimentando la presencia callada, y tantas veces oculta, de Dios en su vida. Fruto de su reflexión son los libros que podemos denominar, ampliamente, como sapienciales.

EL SABIO, UN ARTESANO DE LA PROPIA VIDA

Los hombres nos sentimos perdidos ante la tarea de construir nuestra propia vida. Es una aventura, y tanto el éxito como el fracaso son dos posibilidades reales. Los hombres necesitamos unas pautas, basadas en la experiencia de generaciones anteriores, que nos ayuden en la tarea de construir nuestra vida.

La experiencia es una vivencia reflexionada. Muchas experiencias, propias y ajenas, se van sedimentando y sistematizando hasta extraer una conclusión. Las experiencias de cada individuo se completan y contrastan con las de los demás. Este intercambio de experiencias, de puntos de vista, de conclusiones prácticas, de conocimientos teóricos o funcionales en el seno de un pueblo forma una cultura.

Para el hombre bíblico el saber proviene siempre de la experiencia. La sabiduría es algo relacional: conozco, poniéndome en relación con las otras personas, con las cosas o con Dios. Como fruto de esta relación y de este intercambio mutuo, aprendo a desenvolverme en la vida y en mi profesión. El Sabio es el que ha logrado conocer el mundo en base a la observación, a la experiencia y al aprendizaje de la sabiduría de los antiguos que transmite la tradición del pueblo. El Sabio ha logrado adquirir un cúmulo de conocimientos, es un experto en su profesión, tiene la suficiente habilidad y prudencia como para saber aconsejar a sus contemporáneos; es más, ha logrado penetrar en el orden cósmico que rige la naturaleza y de ese orden cósmico ha extraído unas consecuencias de comportamiento ético para su vida y la de los demás.

El auténtico Sabio es un profundo creyente. De la observación del cosmos y de la sociedad ha aprendido el temor del Señor. Esta expresión significa, en el lenguaje bíblico, el respeto a Dios. La tradición sapiencial ha unido el temor de Dios con la Sabiduría: <<El temor del Señor es el principio de la Sabiduría>> (Prov 1,7). Este temor de Dios, en la tradición sapiencial, quiere expresar aquel estilo de vida en el que la fe y las exigencias morales que se derivan implican a todos los ámbitos de la vida del Sabio-creyente. Existe una tensión entre la capacidad del hombre para conocer la naturaleza, sus misterios y su sentido, y los límites infranqueables de ese conocimiento, pues hay ámbitos que permanecen ajenos a la posibilidad humana de conocer y comprender. Por eso la actitud básica del Sabio es la confianza en Dios. En último término, la naturaleza y la vida del hombre están en manos de Dios; es él quien rige los destinos del cosmos y de la humanidad.

Las reflexiones de los Sabios se recogieron fundamentalmente en los llamados libros sapienciales: Proverbios, Job, Qohélet o Eclesiastés, Sirácida o Eclesiástico y Sabiduría. Pero, además, el movimiento sapiencial compuso textos que tenemos repartidos en todo el Antiguo Testamento. En el Pentateuco, en los libros Históricos, en los Proféticos y en los Salmos encontramos reflexiones sapienciales en forma de poemas o de narraciones.

LA SITUACIÓN HUMANA: EL CICLO DE LOS ORÍGENES (GÉN 1-11)

Los once primeros capítulos del Génesis se conocen con la expresión de ciclo de los orígenes. No son textos históricos sino sapienciales. Intentan presentar una respuesta, bajo la forma literaria de una narración, a los grandes interrogantes de la humanidad. Los Sabios, observando la situación humana se interrogaron por el origen de lo creado, por el sentido de las relaciones tensas entre los hombres, por el sentimiento de vergüenza y de no aceptación que todos sentimos, por el sentido del esfuerzo y el descanso, por la atracción sexual, por el sentido de los desastres naturales, por esa inexplicable tentación humana de construirse la vida y la sociedad de espaldas a Dios, queriendo incluso, ocupar su lugar. Utilizando recursos mitológicos y legendarios de las culturas vecinas, los Sabios quisieron ofrecer la respuesta que ellos, desde la reflexión de su fe, encontraron a esos interrogantes. Podemos leer y profundizar los textos de Gén 2-3 y Gén 11,1-9.

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO INOCEN-TE: JOB

El libro de Job es complicado por su estructura, su lenguaje y su mismo contenido. Pero constituye una de las obras maestras de la literatura universal. El autor, anónimo, arremete la reflexión sobre el sentido del sufrimiento humano. Las explicaciones tradicionales de su época no le satisfacen. Estas consideraban el sufrimiento como un castigo de Dios por el pecado de los hombres. Pero entonces, ¿por qué sufren los inocentes y los justos? Al parecer, Dios es injusto y cruel al permitir que los hombres sufran a lo largo de su vida. El libro no llega a ninguna respuesta determinante, pero plantea el problema en su cruda realidad y mantiene hasta el final la tensión de dos polos al parecer irreconciliables: la existencia del sufrimiento, por una parte, y la bondad de la creación querida por Dios, por otra. ¿Con qué actitud arremeter esta tensión? La respuesta la dará Jesús en la cruz. Podemos leer Job 3 y 10, por una parte, y Job 38-41, por otra.

EL SENTIDO DE LA VIDA DEL HOMBRE: QOHÉLET

Qohélet es el seudónimo de un pensador judío del siglo IV-III a.C. Influenciado por la cultura griega que en esa época empieza a llegar a Jerusalén, pone en tela de juicio el sentido que las realidades humanas puedan tener: la riqueza, el poder, el trabajo, la justicia, la religiosidad, las artes... Todo es subestimado. <<Vanidad de vanidades>> es el grito de batalla de este Sabio. Pero no todo es negativo: la alegría, la amistad, el amor de una mujer, el bienestar, son vistos como don de Dios. Dios es lo único que escapa al juicio de vanidad. El mensaje de Qohélet es relativista: nada hay de intrahumano que valga la pena de ser absolutizado para convertirlo en el fin último de nuestra vida. El fin escapa a nuestras manos y está en las de Dios; todo el resto es útil si se vive y aprovecha como don de Dios. Podemos reflexionar sobre Qoh 1-2 y 9,7-10.

LA SABIDURÍA POPULAR: PROVERBIOS Y SIRÁCIDA

Ambos libros se nos presentan como una colección de refranes que los Sabios fueron tomando del pueblo, adaptando o bien inventando de nuevo en vistas a sus reflexiones. No todas las colecciones de refranes que contienen son igualmente antiguas. Prov 10-22 contiene elementos muy antiguos mientras que el Sirácida en su conjunto se suele fechar en el siglo ll a.C. Estos libros contienen algunas personificaciones de la Sabiduría, que es presentada como una señora-consejera de Dios en el acto de crear el cosmos. Esa Sabiduría ha quedado concentrada en el libro de la Ley o de la Toráh, que contiene el proyecto y la voluntad de Dios sobre los hombres. Podemos leer los poemas de Prov 8 y Sir 24.

NARRACIONES DIDÁCTICAS: RUT, JONÁS, ESTER, TOBÍAS Y JUDIT

Estos libros, aparentemente históricos, son en realidad fruto de la reflexión de los Sabios. Estos no sólo recogen refranes o componen poemas, sino que también utilizan narraciones noveladas para presentar sus reflexiones sobre la vida y la fe.

Rut y Jonás son dos libros que proclaman un mensaje de universalismo contra aquellos que reducían la salvación sólo al pueblo de Israel, también los otros pueblos están llamados a creer en el único Dios.

Ester y Judit nos presentan a dos heroínas judías que en una situación desesperada logran salvar al pueblo de la destrucción. Ester es una reina de la corte persa que intercede ante su marido el emperador para evitar una campaña de aniquilación de comunidades judías. Judit es una rica viuda en un pueblecito perdido en las montañas que, ante la invasión extranjera, recurre a una estratagema para desbaratar al ejército enemigo. Dios salva al pueblo por medio de dos mujeres. No sólo los varones son instrumento de salvación en manos de Dios, también las mujeres tienen un papel que jugar.

Tobías es un relato piadoso que nos muestra que Dios socorre a los hombres justos y honrados que se mantienen fieles a las prácticas de la religión judía: la oración, el ayuno y las obras de misericordia. Dios se hace presente por medio de un ángel, Rafael, que de una manera maravillosa les protege y guía en el camino, y cura sus enfermedades.

CREYENTES Y POETAS

Por último, tenemos también dentro del bloque sapiencial del Antiguo Testamento tres libros enteramente poéticos: los Salmos, el Cantar y las Lamentaciones.

El libro de los Salmos es una colección de 150 oraciones litúrgicas, fruto de la piedad privada y de las composiciones musicales del Templo. Los Salmos acompañaban los sacrificios en los santuarios de Israel. Además, eran el modo privilegiado de oración de los fieles que asistían al templo en busca de ayuda o de socorro. Los Salmos llegaron a suplir a los sacrificios. En las poblaciones alejadas de Jerusalén, los fieles se reunían en la sinagoga al tiempo en que en Jerusalén se ofrecían los sacrificios y se unían a ellos mediante el rezo de los Salmos. Estos pasaron posteriormente a la liturgia cristiana. En el Nuevo Testamento nos consta que Jesús, los Apóstoles y la primera generación cristiana oraba asiduamente con los Salmos. Hay Salmos de petición de ayuda, de acción de gracias, de alabanza, penitenciales, de peregrinación, de confianza... Podemos tomar algunos de ellos, o parte de ellos, y convertirlos en oración de nuestro grupo e incluso personal.

El Cantar es una antología de pequeños poemas de amor entre dos jóvenes Se utilizaban para acompañar las fiestas de bodas. Conservan la frescura de los diálogos entre enamorados. Los judíos ven representado alegóricamente e amor de Dios por su pueblo. Los cristianos los aplicamos a Cristo y la Iglesia.

El libro de las Lamentaciones, aunque atribuido a Jeremías, en realidad no lo es; contiene cinco elegías de tono patético por la destrucción de Jerusalén. Se compusieron en los años del Exilio cuando la ciudad y el Templo permanecían en ruinas. La liturgia judía las canta solemnemente al recordar la destrucción del Templo por los romanos en el siglo I d.C., al recordar la expulsión de España en el siglo XV y al recordar las víctimas del holocausto europeo de mediados del siglo XX. Los cristianos solemos meditarlas en Semana Santa recordando la muerte violenta de Jesús y, con él, la de tantos inocentes a 1o largo de la Historia.

3.5. Concluyendo

Hemos ido repasando los distintos bloques de libros que componen el Antiguo Testamento. Sabemos que cada bloque usa unos géneros literarios propios. Pero lo importante de cada uno de ellos es la perspectiva desde la que enfoca su experiencia de fe. Unos, desde la reflexión sobre la historia; otros desde la reflexión sobre la Alianza; y otros, desde la observación de la naturaleza y de la condición humana y su posterior reflexión a la luz de la fe. Así 1a Historia, la Toráh o Alianza y la Creación son las tres bases que sostienen la global experiencia de fe del pueblo de Israel.

Haciendo una lectura cristiana del Antiguo Testamento, éste nos enseña a descubrir a Dios presente también en nuestra historia, en la creación y en la sociedad. Nuestra Toráh es el Evangelio y nuestra Alianza, la realizada en la sangre derramada por Cristo en la cruz. Historia, Evangelio y Creación, he aquí la triple base de nuestra fe cristiana desde la que hemos de comprometernos por la construcción del Reino de Dios en nuestros grupos de fe. También nosotros, como animadores de esos grupos, somos historiadores, profetas y sabios, que ayudamos a hacer una lectura creyente de la realidad humana a nuestros contemporáneos.