Autor: Paulino Castells
Depresión: el doble que nuestros padres, el triple que nuestros abuelos
Niños, adolescentes y mayores corren más riesgo que nunca, pero se puede prevenir, detectar y tratar
Las depresiones infantiles
Aunque el camino amenace nubarrones, vale la pena seguir adelante
Mi colega y amigo sevillano afincado en Nueva York –y hasta el 11-S
responsable de la salud mental de los neoyorquinos–, Luis Rojas, apunta en uno
de sus trabajos un dato estremecedor: entre los nacidos en el mundo occidental
después de 1955, el seis por ciento padecerá un estado depresivo antes de
cumplir veinticuatro años.
Las causas de la depresión
Añade este autor que en la causa de la proliferación de la depresión inciden
una combinación de factores psicosociales, y entre ellos destaca:
• la creciente glorificación del individualismo duro que fomenta la
competitividad
• el estado de continua frustración que ocasiona el desequilibrio entre
aspiraciones y oportunidades
• el sentimiento de fracaso que produce la persecución obsesiva e inútil de
ideales inalcanzables que promueve la sociedad, como la perfección física en
la mujer o el enriquecimiento económico en el hombre;
• el estilo de vida carente de sentido religioso;
• la transformación del modelo de familia;
• a doble carga del trabajo y el hogar que soportan las mujeres;
• el creciente número de rupturas matrimoniales;
• el fácil acceso a las drogas y la mayor tolerancia del consumo de alcohol
entre los jóvenes.
El amigo Luis no se queda corto buscando etiologías al hastío imperante en
nuestra sociedad de consumo (consumo de bienes materiales, claro está; porque
de bienes espirituales parece que sea mejor abstenerse). ¿Que puede haber más
causas de depresión? Seguro. Usted mismo podría añadir otras de su cosecha.
Pero de lo que estamos todos convencidos es que ahora parece haber más
depresivos que nunca. ¿Quién no tiene un pariente o un amigo con un cuadro
depresivo? Y bien lo saben los laboratorios farmacéuticos, que hacen su agosto
co n flamantes medicaciones antidepresivas de última generación.
El hombre pleno, hasta en los charcos ve belleza; el deprimido, todo lo ve
embarrado
Más datos:
Se calcula que una de cada cinco personas, en algún momento de su vida,
sufrirá de depresión. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), del
tres al cinco por ciento de la población mundial presenta depresión.
Claro que usted puede decirme que la depresión ha existido toda la vida.
Cierto. La historia nos lo confirma con numerosos depresivos famosos; le
apunto algunos: Baudelaire, Tchaikovski, Balzac, Newton, Goya, Schumann,
Chopin, Rossini (sufrió un cuadro depresivo que le duró treinta y seis años,
después de los cuales compuso su mejor obra: Pequeña misa solemne), Kafka,
Tolstoi, Dostoievski...
Los niños deprimidos
¿Los niños también se deprimen? Durante años se ha negado la existencia de
enfermedad depresiva en los menores. Ahora sa bemos que hay muchos niños
sumidos en ella, pero, a menudo, cuesta diagnosticarla... porque aparece
enmascarada, camuflada bajo síntomas aparentemente banales (inapetencia,
irritabilidad, insomnio, enuresis, etc.).
Se puede decir que aproximadamente el dos o el tres por ciento de todos los
niños con un comportamiento alterado presentan depresiones de grado medio a
severo, y otro seis a ocho por ciento de carácter leve. Su incidencia es
prácticamente el doble en el sexo femenino.
Es importante conocer que la depresión es una de las respuestas posibles ante
el sufrimiento, pero no hay que confundirla con éste, ni tampoco es la única
respuesta posible del niño (antes puede probar con las actitudes de rechazo,
cólera o rabia).
La reacción depresiva viene a ser como la última posibilidad para evitar la
impotencia ante el sufrimiento físico y psíquico. En el núcleo de toda
depresión existe, siempre, un sentimiento de pérdida interna. De algo querido
que s e nos ha ido o hemos perdido.
El denominador común de la enfermedad depresiva es la tristeza extrema (el
toedium vitae de los latinos). Sin embargo, como ya he dicho, bastantes veces
no se manifiesta como tal, sino enmascarada a través de síntomas aparentemente
ajenos.
En los adultos tenemos, por ejemplo, el insomnio pertinaz que no cede a los
somníferos, o el dolor de espalda que no calman los analgésicos. En la
infancia, especialmente en los niños pequeños, aparece casi siempre muy
camuflada y es difícil llegar al diagnóstico, como ya advertí hace años en el
libro Guía práctica de la salud y psicología del niño.
Adolescencia y depresión
Los adolescentes depresivos se aproximan más a la clínica del adulto, siendo
típicos los dolores de cabeza y de espalda, los insomnios, el mutismo, los
tics, la obesidad y, también, el adelgazamiento (anorexia, bulimia). Su
sintomatología psíquica oscila entre la actitud pasiva-inhibida, propia de las
chicas, y la actitud activa-agitada, frecuente en los chicos.
Las adolescentes depresivas son con preferencia tristes, inhibidas en sus
relaciones sociales, obedientes en casa, discretas y tranquilas (lo que se ha
venido en llamar “síndrome de la Cenicienta”), mientras que los varones son
rebeldes, irritables, miedosos, temerosos a la hora de establecer contactos y
agresivos en su relación social. También a ellas y a ellos les he dedicado
extensos capítulos en el libro que escribí con el pediatra estadounidense
Tomás J. Silber: Guía práctica de la salud y psicología del adolescente.
Lo peligroso es que cuando un niño o un adolescente tocan fondo en la
depresión (del latín deprimere, hundirse) tienen pocos recursos para salir a
flote por sus propios medios (a los adultos también les cuesta, pero tienen
más ayudas a su alcance y saben cómo solicitarlas).
A la población menuda tenemos que echarle una mano con urgencia. Porque, ya es
sabido -aunqu e a veces nos duele reconocerlo, ya que implica una negligencia
o un fracaso total del soporte familiar y social que debería estar
involucrado- que los menores también se suicidan... y mucho. Y esto cuestiona
el buen funcionamiento de la sociedad en pleno.
Sin ánimo de ser tremendista, pero sí de ser realista, como profesional de la
salud mental tengo la obligación de manifestar mi preocupación. Todos -padres,
educadores y sanitarios- tenemos que agudizar nuestra supervisión de este
trastorno que hace tan trágicos estragos anímicos.
Y en particular quiero hacer una llamada de atención a los compañeros, a los
amigos que conocen a fondo al muchacho que ahora, de pronto, deja de salir con
ellos, no responde a sus llamadas o se recluye en casa para esconder su
tristeza. Esta red de maravilloso soporte que es la amistad de los iguales
tiene que ser centinela para detectar precozmente esta inflexión en la vida de
alguien que tenemos cerca y avisar con premura a quie n corresponda. Así
pueden salvar una vida.
Para terminar, quiero sólo recordarles un último dato: un adolescente tiene
ahora el doble de posibilidades de sufrir una depresión de las que tenían sus
padres y el triple de las que tenían sus abuelos.
La adolescencia es un trayecto largo y lleno de ilusiones, pero también de
frustraciones. No lo olviden.
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Paulino Castells, Guía práctica de la salud y psicología del niño, 1999, Ed.
Planeta, Barcelona.
Paulino Castells y Tomás J. Silber, Guía práctica de la salud y psicología del
adolescente, 1998, Ed. Planeta, Barcelona.
Paulino Castells es profesor en la Universitat Abat Oliba CEU; este artículo
se publicó originalmente en la revista de la universidad