Dejar que Cristo entre en el corazón
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC
El tema del corazón contrito, de la conversión del corazón es el tema que
debería de recorrer nuestra Cuaresma. Es el tema que debería recorrer toda
nuestra preparación para la Pascua. La liturgia nos insiste que son
importantes las formas externas, pero más importantes son los contenidos
del corazón. La Iglesia nos pide en este tiempo de Cuaresma, que tengamos
una serie de formas externas que manifiesten al mundo lo que hay en
nuestro corazón, y nos pide que el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo
hagamos ayuno, y que todos los viernes de Cuaresma sacrifiquemos el comer
carne. Pero esta forma externa no puede ir sola, necesita para tener
valor, ir acompañada con un corazón también pleno.
El profeta Isaías veía con mucha claridad: “¿es lo que Yo busco: que
inclines tu cabeza como un junco, que te acuestes en fango y ceniza?” Dios
Nuestro Señor lo que busca en cada uno de nosotros es la conversión
interna, que cuando se realiza, se manifiesta en obras, que cuando se
lleva a cabo, tiene que brillar hacia fuera; pero no es solamente lo
externo. De qué poco serviría haber manchado nuestras cabezas de ceniza,
si nuestro corazón no está también volviéndose ante Dios Nuestro Señor. De
qué poco nos serviría que no tomásemos carne en todos los viernes de
Cuaresma, si nuestro corazón está cerrado a Dios Nuestro Señor.
La dimensión interior, que el profeta reclama, Nuestro Señor la toma y la
pone en una dimensión sumamente hermosa, cuando le preguntan: ¿Por qué
ustedes no ayunan y sin embargo los discípulos de Juan y nosotros si
ayunamos? Y Jesús responde usando una parábola: “¿Pueden los amigos del
esposo ayunar mientras está el esposo con ellos?” Jesús lo que hace es
ponerse a sí mismo como el esposo. En el fondo retoma el tema bíblico tan
importante de Dios como esposo de Israel, el que espera el don total de
Israel hacia Él.
Esta condición interior, el esfuerzo por que el pueblo de Israel penetre
desde las formalidades externas a la dimensión interna, es lo que Nuestro
Señor busca. El ayuno que Él busca es el del corazón, la conversión que Él
busca es la del corazón y siempre que nos enfrentemos a esta dimensión de
la conversión del corazón nos estamos enfrentando a algo muchas veces no
se ve tan fácilmente; a algo que muchas veces no se puede medir, pero a
algo que no podemos prescindir en nuestra vida. ¿Quién puede palpar el
amor de un esposo a su esposa? ¿Quién puede medir el amor de un esposo a
su esposa? ¿Cómo se palpa, cómo se mide? ¿Solamente por las formas
externas? No. Hay una dimensión interior en el amor esponsal del cual
Jesucristo se pone a sí mismo como el modelo. Hay una dimensión que no se
puede tocar, pero que es también imprescindible en nuestra conversión del
corazón. Tenemos que ser capaces de encontrar esa dimensión interior, una
dimensión que nos lleva profundamente a descubrir si nuestra voluntad está
o no entregada, ofrecida, dada como la esposa al esposo, como el esposo a
la esposa, a Dios, Nuestro Señor.
La conversión no es simplemente obras de penitencia. La conversión es el
cambio del corazón, es hacer que mi corazón, que hasta el momento pensaba,
amaba, optaba, se decidía por unos valores, unos principios, unos
criterios, empiece a optar y decidirse como primer principio, como primer
criterio, por el esposo del alma que es Jesucristo.
Sólo cuando llega el corazón a tocar la dimensión interior se realiza,
como dice el profeta, que “Tu luz surgirá como la aurora y cicatrizarán de
prisa tus heridas, se abrirá camino la justicia y la gloria del Señor
cerrará tu mancha”. Entonces, casi como quien ve el sol, casi como quien
no es capaz de distinguir la fuente de luz que la origina, así será en
nosotros la caridad, la humildad, la entrega, la conversión, la fidelidad
y tantas y tantas cosas, porque van a brotar de un corazón que
auténticamente se ha vuelto, se ha dirigido y mira al Señor.
Este es el corazón contrito, esto es lo que busca el Señor que cada uno de
nosotros en esta Cuaresma, que seamos capaces en nuestro interior, en lo
más profundo, de llegar a abrirnos a Dios, a ofrecernos a Dios, de no
permitir que haya todavía cuartos cerrados, cuartos sellados a los cuales
el Señor no puede entrar, porque es visita y no esposo, porque es huésped
y no esposo. El esposo entra a todas partes. La esposa en la casa entra a
todas partes. Solamente al huésped, a la visita se le impide entrar en
ciertas recámaras, en ciertos lugares.
Esta es la conversión del corazón: dejar que realmente Él llegue a entrar
en todos los lugares de nuestro corazón. Convertirse a Dios es volverse a
Dios y descubrirlo como Él es. Convertirse a Dios es descubrir a Dios como
esposo de la vida, como Aquél que se me da totalmente en infinito amor y
como Aquél al cual yo tengo que darme totalmente también en amor total.
¿Es esto lo que hay en nuestro corazón al inicio de esta Cuaresma? ¿O
quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en formulismos, en
estructuras que son necesarias, pero que por sí solas no valen nada? ¿O
quizá nuestra Cuaresma está todavía encerrada en criterios que acaban
entreteniendo al alma? Al huésped se le puede tener contento simplemente
con traerle un café y unas galletas, pero al esposo o a la esposa no se le
puede contentar simplemente con una formalidad. Al esposo o la esposa hay
que darle el corazón.
Que la Eucaristía en nuestra alma sea la luz que examina, que escruta, que
ve todos y cada uno de los rincones de nuestra alma, para que, junto con
el esposo sea capaz de descubrir dónde todavía mi entrega es de huésped y
no de esposo.
Pidamos esta gracia a Jesucristo para que nuestra Cuaresma sea una
Cuaresma de encuentro, de cercanía de profundidad en la conversión de
nuestro corazón.
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